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Alteridades

versión On-line ISSN 2448-850Xversión impresa ISSN 0188-7017

Alteridades vol.26 no.52 Ciudad de México jul./dic. 2016

 

Lecturas

Marc Abélès y Máximo Badaró, Los encantos del poder. Desafíos de la antropología política

Silvina Merenson* 

*Investigadora del Centro de Investigaciones Sociales-Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas y el Instituto de Desarrollo Económico y Social (CIS-Conicet/IDES). Araoz 2838 C1425DGT Buenos Aires, Argentina<smerenson@ unsam.edu.ar>.

Abélès, Marc; Badaró, Máximo. Los encantos del poder. Desafíos de la antropología política. ,, Siglo XXI Editores, Buenos Aires: 2015. 142p.


Ha pasado tiempo desde que las y los antropólogos se aproximaban al análisis de lo político y de la política para explicar, entre otras cuestiones, cómo diversas comunidades o grupalidades disponían de regulaciones o formas de legitimación del poder que no se ajustaban a las instituciones políticas modernas de las sociedades occidentales. Entre aquel momento y nuestro presente, la acumulación de estudios no ha dejado de crecer. Sin embargo, éstos no siempre fueron acompañados por una integración sustentable a los debates que guían la reflexión en otros campos y disciplinas, como la filosofía y la ciencia política. Tal vez, uno de los grandes méritos de Los encantos del poder. Desafíos de la antropología política, la reciente entrega de Marc Abélès y Máximo Badaró, radique en saldar esta deuda; en quebrar la barrera que, por excesivo apego terrenal al trabajo de campo, o por reparos hacia las grandes nociones o palabras clave de la teoría social contemporánea, mantuvo nuestras etnografías al margen de discusiones que, paradójicamente, como lo demuestran los autores, son constitutivas de la práctica misma de la disciplina.

A lo largo de cuatro capítulos, que suman una introducción y un breve epílogo, el libro propone una serie de diálogos que toma por pilares las obras de Gilles Deleuze, Félix Guattari, Pierre Clastres, Michel Foucault y Jacques Rancière. Sus contribuciones, confrontadas con los distintos trabajos de campo desarrollados por los autores, aparecen aquí no como teorías a las que adherir o refutar, sino como "pistas teóricas y conceptuales para repensar las potencialidades políticas de la indagación antropológica" (p. 23). No se trata de un matiz menor, ya que el texto no se propone en cuanto una reflexión cerrada acerca de una serie de problemas y categorías ya clásicas -poder, política, Estado, resistencia, dominación, etcétera- sino como una suerte de plataforma desde la cual reflexionar sobre los desplazamientos, contradicciones y dilemas que nos depara la dimensión política de la práctica etnográfica, pero también sobre las aportaciones que la disciplina puede formular al análisis descentrado del poder.

El primer capítulo, "Deleuze Guattari-Clastres: repensar la antropología política", que funciona como una extensión del texto introductorio, revisita un recorrido posible de la antropología política a partir de la lectura que los dos primeros autores mencionados realizan del tercero. La relación entre segmentariedad y Estado -pensada como una relación no de oposición sino de cualidad- es el punto de partida de este capítulo que problematiza la consabida descripción del Estado en cuanto "caja de resonancia", explica su sedimentación en la literatura sobre globalización y se plantea identificar a los actores detrás de figuras retóricas como la del "nómade". En esta última dirección, la lectura crítica del trabajo de James Scott y de lo que supone la representación del poder estatal como alteridad radical, es decir, como si éste fuese externo a la sociedad, se conjuga con la propuesta del antropólogo brasileño Eduardo Viveiros de Castro, cuya idea del Estado responde más a un registro cosmológico que a una "forma institucional prefigurada". Reunidas cada una de estas piezas, los autores, además de argumentar sobre la lógica estatal de la sociedad, también lo hacen sobre la existencia de un Estado que puede ser interlocutor, referencia, meta, discurso, práctica o antagonista. La reflexión en torno a este tipo de facetas que mutan sobre sí mismas constituye, tal vez, uno de los aportes que el libro ofrece a los debates dominados, muchas veces, por análisis institucionalistas que presentan visiones homogéneas y monolíticas, tanto del "Estado" como de la "sociedad", aun cuando no necesariamente los opongan.

El segundo capítulo, "Obsesiones antropológicas: Estado y resistencia", introduce aquello que, suponemos, escapa a la lógica estatal y asume formas reactivas, cristalizadas en agenciamientos y resistencias de diversa clase. Aquí, la relación entre poder y resistencia -que retoma el diálogo entre Clastres y Foucault- busca superar la distinción dominados/dominantes demostrando, a modo de ejemplo, que la infrapolítica no es territorio exclusivo del primer término del binomio; que los actores sociales, entre el consentimiento a su subordinación y su resistencia, pueden desplegar y ocupar muchas otras posiciones. En esta dirección, el capítulo abre interrogantes que desafían cualquier razonamiento binario: "¿Qué ocurre cuando la legitimidad de la desigualdad se deriva del hecho de que esta, paradójicamente, promueve algún grado de agencia y dignidad social?" (p. 73). La respuesta se inscribe creativa y productivamente en una serie de referencias a los estudios sobre la desigualdad de género, pero también en la investigación etnográfica realizada por uno de los autores entre mujeres integradas al ejército argentino, para quienes su autonomía no radica en resistir las normas y valores institucionales asociados al mundo masculino, sino en la búsqueda de reconocimiento de la manera en que ellas deciden habitarlos, cuestión que involucra diferentes roles identitarios.

El capítulo tres, "Regímenes estéticos de la política", se centra en "los modos en que la experiencia política se inscribe en una organización del campo sensible" (p. 79), es decir, pretende captar aquello que no se explica por la racionalidad o los marcos jurídico-normativos, sino que se manifiesta en imágenes, símbolos, corporalidades y emociones. Los autores retoman aquí la propuesta de Rancière sobre la escenificación de la política para conectarla con las de Geertz y Turner. Sus preguntas acerca de los aspectos ceremoniales y rituales del poder estatal y no estatal, además de la definición de la política como un acto de disenso que cuestiona la legitimidad de la distribución de voces, posiciones y visibilidades, anclan en el trabajo de campo desarrollado por los autores en la Organización Mundial de Comercio. El caso resulta sumamente sugerente, no tanto por lo que informa sobre los tópicos habituales de la "antropología de la globalización", por ejemplo el reescalamiento de las prácticas en la escena global, sino por lo que logra explicar respecto de la política como "montaje" y el lugar de la "transparencia" como valor moral. La articulación analítica de ambas cuestiones nos presenta una organización -quizás una de las más importantes en la escala internacional- obligada a "informar sin informar, comunicar sin comunicar" y a exhibir, porque "todo lo que allí se expone ha sido construido con ese fin" (p. 97); cuyos funcionarios se sienten impotentes ante el poder de intervenir, fuertemente patrullado por el principio de "neutralidad".

El capítulo cuatro, "El poder desde cerca: enfoques, dilemas y desafíos", nos sitúa en la dimensión política y ética de la producción de conocimiento antropológico. Aquí los autores exploran algunos de los presupuestos teóricos que recaen sobre las nociones de "antropología colaborativa" y "antropología comprometida". "¿Qué ocurre", se preguntan, "con la voluntad de 'colaboración' cuando no hay posibilidad de generar empatía o identificación ideológica, política o ética con los grupos estudiados?" (p. 112). ¿Qué sucede, por el contrario, con el análisis crítico de los conflictos, los intereses y las luchas por el poder cuando aquello que estudiamos son movimientos sociales o causas que nos son caras? Las respuestas, que implican en sí mismas una nueva reflexión sobre el poder, particularmente en el caso del vínculo etnográfico con las élites, nos regresan a la introducción y a la propuesta general del libro: la necesidad de hacer de nuestro entrenamiento para producir desplazamientos -espaciales, temporales, ideológicos, etcétera- la clave con la cual acceder a las dimensiones desconcertantes y ambiguas del poder; aquellas que no encajan en ningún binomio, no están plasmadas en una ley o, siquiera, recurren a la palabra.

Los encantos del poder. Desafíos de la antropología política sintetiza más que un conjunto de debates y de relecturas de autores y categorías de amplia circulación. Su propuesta, por momentos compleja si no se cuenta con una lectura previa de las principales obras que estructuran el texto, hace del desafío una seductora invitación. Marc Abélès y Máximo Badaró muestran con creces cuánto puede ganar y aportar la etnografía cuando se suma a diálogos que atraviesan la agenda actual de las ciencias sociales, al mismo tiempo que advierten sobre sus efectos -esquemáticos, modélicos, etcétera- que son, también, un modo en que se cristaliza el poder en la producción de conocimiento. La invitación de los autores radica, entonces, en guiarnos por un camino que parece avanzar a partir de preguntas, dudas y paradojas.

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