Introducción
Patrimonio es el término que nos convoca. Patrimonio y su actual proceso de redefinición; un término que hoy resuena en los medios de prensa y en los escombros de las ciudades. No somos indiferentes a la intervención de monumentos y bienes patrimoniales que nos remiten a su complejidad histórica y su condición de pivote en el mundo contemporáneo. La destrucción y afectación de los monumentos, pero también su obstinada restauración y limpieza, convocan la revisión de posturas teóricas y conceptuales que enriquezcan y permitan comprender este fenómeno de redefinición del campo patrimonial en el Chile contemporáneo, que pone en tensión las miradas del Estado, los especialistas, los movimientos sociales y culturales y la ciudadanía. De alguna manera, la fuerza simbólica y política adquirida por los acontecimientos del 21 de abril de 2020 fue una provocación ineludible que abrió la necesidad de dialogar. Ese día, en plena crisis sanitaria por la pandemia del coronavirus, el monumento al general Baquedano ubicado en Plaza Italia/Plaza Dignidad de Santiago de Chile despertaba restaurado, pintado y reparado. Bajo esa brillante pátina de pintura quedaban ocultas las inscripciones realizadas durante el estallido social1 iniciado el mes de octubre del año 2019 (fotos 1 y 2). La destrucción y ruina de este monumento y el daño a otros muchos bienes patrimoniales de propiedad privada y pública efectuado en el marco del estallido social puso en evidencia que esa ciudad oligárquica, patrimonial y monumental, conservada por la elite política y económica, lejos de constituir un marcador identitario, se imponía como un territorio de memoria viva en disputa (Jelin, 2002), que arremetía con cuestionar la historia y memoria oficial, despertando posiciones encontradas entre intelectuales, profesionales, administración y los distintos grupos de la sociedad civil. Como sostiene Delgado (1999), la ocupación del espacio público y el reclamo por los monumentos puede ser vista por algunos como inamistosa, antiurbanística y antiarquitectónica.
Monumento General Baquedano de Plaza Italia/Dignidad en el marco del estallido social. Se observan las inscripciones realizadas por diversos grupos del movimiento social<https://www.plataformaarquitectura.cl/cl/931612/monumentos-en-crisis-del-heroe-de-la-patria-al-quiltro> [14 de marzo de 2020].
Monumento General Baquedano el 21 de abril de 2020, tras haber sido restaurado y pintado por la Intendencia de Santiago <https://www.eldesconcierto.cl/2020/04/19/fotos-a-seis-meses-del-estallido-amanece-repintada-la-estatua-de-baquedano-en-la-plaza-de-la-dignidad/> [14 de marzo de 2020].
La intervención del monumento al general Baquedano no es un caso aislado, sino que forma parte de una oleada mundial de afrenta a monumentos de homenaje a figuras representativas de instancias que han detentado el poder. Sin ir más lejos, uno de los casos más recientes y que dio la vuelta al mundo aconteció en La Paz, Bolivia el 12 de octubre de 2021, en el día conocido como Día de la Raza, Día del Encuentro de Dos Mundos o Día de la Descolonización. En la ciudad andina, la estatua de Cristóbal Colón amanecía pintada de rojo, tachada y con la cruz andina grabada y, muy cerca de ésta, el monumento de Isabel La Católica aparecía pintado de rojo en su base y ella vestida con un atuendo tradicional de chola realizado por el colectivo Mujeres Creando. En cierta forma, estas y las muchas otras intervenciones y resignificaciones de los monumentos están hoy en expansión, y constituyen un llamado de atención a la definición institucional, intelectual y técnica de lo autorizado institucionalmente como patrimonio, a las historias, memorias e identidades que éste encarna y consagra y al vacío advertido por voces subalternas y contrahegemónicas que en esas materialidades y objetos de la ciudad exponen su descontento social y expresan la fisura de un modelo que se derrumba.
Desde esta perspectiva, aquí se presentan abordajes conceptuales y teóricos para comprender estos procesos de intervención y redefinición del campo patrimonial, analizando la noción de patrimonio desde tres variables teórico-conceptuales: a) la identidad, b) la memoria y c) las contranarrativas patrimoniales (Márquez, 2019). En un formato de ensayo, buscamos analizar la problemática del campo patrimonial desde aproximaciones conceptuales y teóricas, tomando como punto de partida empírico tres contextos actuales que ayudan a evidenciar e interpretar esta transformación, que acontece no sólo en lo local, sino en lo regional y global. ¿Qué expresa esa destrucción y reducción a ruinas de los monumentos representativos de nuestras épicas nacionales? ¿Es la destrucción de los monumentos un elemento organizador de los movimientos sociales actuales? ¿Pueden aquellos monumentos destruidos, reapropiados o resignificados y aquellas nuevas monumentalidades emergidas en el espacio público ser reconocidos en su valor patrimonial e histórico y formar parte de ese imaginario nacional del patrimonio?
En primer lugar, el artículo elabora un encuadramiento conceptual para contextualizar teóricamente el giro patrimonial, es decir, explicar, a partir de definiciones académicas e intelectuales, los procesos de redefinición que desafían en la actualidad la visión canónica del campo patrimonial. La contextualización se desarrolla, tal como se mencionó, desde las variables identidad, memoria y contranarrativas patrimoniales, las cuales constituyen enfoques para observar las variantes que ponen en evidencia la transformación. En segundo lugar, desde una perspectiva empírica, la aplicación del análisis conceptual se focaliza en tres procesos/contextos desplegados en la última década en Chile: a) patrimonios destruidos: aquella monumentalidad emblemática que ha sido intervenida y/o derrumbada en contextos de crisis social y levantamiento popular; b) patrimonios desafectados: aquellos bienes protegidos que se encuentran en riesgo de ser legalmente despatrimonializados en su condición de monumento nacional y c) patrimonios reactualizados, contranarrativas patrimoniales y nuevas monumentalidades: aquellos bienes patrimoniales que se han vuelto objeto de disputas narrativas y simbólicas por parte de colectivos y grupos movilizados a través de prácticas de reapropiación, renombramiento de los monumentos, reescritura y resignificación, pero también del levantamiento de nuevas monumentalidades en la ciudad. Por último, interesa explorar los alcances que ofrece la aplicación conceptual para interrogar las dinámicas patrimoniales contemporáneas, y para preguntarnos por la posibilidad de concebir las contranarrativas patrimoniales, la reactualización del patrimonio y las nuevas monumentalidades, con sus fisuras y desestabilizaciones, como parte que desestabiliza el imaginario patrimonial institucional socialmente establecido y aceptado.
Giro patrimonial: del patrimonio canónico al patrimonio reactualizado
En una perspectiva histórica, es sabido que la inherente naturaleza canónica del patrimonio ha hecho de su protección y conservación una vía prometedora para establecer relatos históricos hegemónicos sobre las memorias locales, regionales y nacionales. Los países, conforme a diversos formatos y organicidades, establecen instrumentos legales que tienen en común la necesidad de garantizar la protección de los bienes patrimoniales más representativos de las narrativas identitarias. Esto ha llevado en ocasiones a una fiebre patrimonialista, caracterizada por una omnívora patrimonialización que abre el debate sobre qué debe ser reconocido y protegido, y, también, sobre cómo sostener las políticas de protección y conservación cuando el repertorio de bienes patrimoniales crece aceleradamente.
En el caso concreto del Estado de Chile, un vasto repertorio de patrimonios protegidos desde 1925 bajo la Ley de Monumentos Nacionales N°17.288 da cuenta de los esfuerzos institucionales por activar y conservar los recursos patrimoniales de zonas urbanas y rurales, constituyendo escenarios que propenden a la cohesión social y fortalecimiento de nuestra identidad nacional. Debido a ello, uno de los ejes de la agenda de políticas patrimoniales desarrolladas en el Chile de los siglos XX y XXI ha sido poner en valor, proteger y conservar el patrimonio urbano representativo de la experiencia del pasado y expresión de la identidad y memoria nacional. En este escenario, la crítica al modelo canónico del patrimonio desplegada a fines de los ochenta impulsó el desarrollo de transformaciones en torno a las políticas de patrimonialización, centradas en su ampliación y democratización, las cuales tuvieron como resultado la legitimización y consolidación del campo patrimonial en la sociedad y el desarrollo de nuevos debates teóricos en Latinoamérica (Benedetti, 2004). Sin embargo, esta renovación, más que resolver las contradicciones asociadas a la constitución de identidades hegemónicas, generó nuevos dilemas y modalidades de expresión ciudadana respecto al pasado, el presente, la memoria colectiva y la identidad. Esto se ha profundizado en la última década, cuando la destrucción y dinámicas contingentes sobre bienes patrimoniales y monumentos oficialmente establecidos se han vuelto foco de nuevas necesidades y demandas políticas, culturales y sociales,2 lo cual a su vez plantea el urgente desafío a la Convención del Patrimonio Mundial de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) de realinearse con una comprensión más integral e inclusiva del patrimonio en todo el mundo, en un entorno político que se vuelve cada vez más adverso y que tiene, en el campo patrimonial, el reto de reactualizarse a necesidades contemporáneas de comunidades cada día más divergentes (Meskell, 2013).
En este contexto, coincidimos en que estas dinámicas marcan la emergencia de un proceso de transformación en las maneras de relacionarnos, percibir y valorar nuestro patrimonio, proceso concomitante con un cuestionamiento a cómo han sido narradas nuestras memorias e identidades nacionales. No obstante, se percibe que si bien la crisis de las definiciones canónicas del patrimonio se inserta en un horizonte temporal que complejiza la constitución identitaria (Rivera Cusicanqui, 2010), también oculta una problemática más amplia: la insurgencia de un marco político regional y global de crisis del modelo neoliberal (Arias, 2007; Svampa, 2007; Márquez, 2010; Gaudichaud, 2015; Musacchio, 2019), donde el patrimonio, los monumentos nacionales y las contranarrativas patrimoniales (Márquez, 2019) se vuelven derroteros de expresión del descontento social y de la fisura de un modelo que se derrumba. En estos términos, si en las últimas décadas los monumentos nacionales han sido objetos conmemorativos disputados, si se han convertido en espacios vitales de expresión en las ciudades contemporáneas (Aguilera, 2019) -en especial para las organizaciones de memoria y derechos humanos, quienes han encontrado en ellos recipientes activos para cuestionar las políticas de memoria de la transición-, podemos interrogarnos por qué en la última década asistimos con mayor intensidad y densidad a la insurgencia de acciones contestatarias contra el patrimonio oficialmente establecido y los principios de su legislación. ¿Qué es lo que hoy se pone en juego en esa desestabilización y desfiguración material, funcional y simbólica del patrimonio de la ciudad contemporánea? Tal como señala Whelan, más que nunca, hoy los patrimonios, los monumentos y las contranarrativas patrimoniales se convierten en el “lienzo sobre el que se expresa [una] lucha de poder […] [siendo] una fuente importante para desentrañar las geografías de cambios políticos y culturales más amplios” (Whelan, 2002: 508) y, en ese sentido, y de acuerdo con Dacia Viejo-Rose:
Su destrucción y su reconstrucción subsiguiente, desempeña un papel en los ciclos del conflicto; de la misma manera que puede propiciar el diálogo y el sentido de comunidad, también puede perpetuar la violencia, fomentando el sentido de alienación, exacerbando la exclusión y acentuando las divisiones que prolongan los relatos de injusticia y alimentan el deseo de desquite [2014: 236].
De esta forma, si bien el patrimonio históricamente ha sido objeto de disputas materiales y simbólicas, la concentración de hitos decisivos desplegados en Chile y a escala global en la última década nos habla de un giro en la concepción y apropiación del patrimonio por parte de los distintos grupos de la sociedad. Las prácticas de intervención material, la irrupción de los cuerpos en los espacios patrimoniales, la destrucción de bienes inmuebles, las amenazas de desafección legal, la emergencia de nuevas monumentalidades incómodas, populares, subalternas y contrahegemónicas y la tensión por la presencia de la voz indígena en el horizonte de la nueva ley señalan un giro en la definición de lo patrimonial. Según lo dicho, partimos de la idea de Choay (1992) en cuanto a que el acuerdo patrimonial no transcurre sin disonancias y que, no obstante el amplio consenso que despierta en la sociedad, hay ciertas situaciones que provocan la emergencia de voces discordantes que amenazan incluso con engendrar la destrucción de su propio objeto. Se trata de contextos que expresan la emergencia de nuevas formas de relacionarnos simbólica y materialmente con la ciudad y su patrimonio, y donde las acciones colectivas que atentan corporal y físicamente contra los patrimonios juegan un papel importante en cuanto elemento reorganizador de la transformación social y urbana.
Así, proponemos entender los desplazamientos críticos del patrimonio como zonas de compromiso incómodo (Tsing, 2005), nudos patrimoniales constituidos hace poco que revelan la fricción de las relaciones entre actores locales, agencias diversas e instituciones. Para ello, en el análisis de las transformaciones de la concepción de patrimonio, conviene detenerse en tres variables conceptuales que permiten abordar de manera teórica y metodológica -y procesual-, este proceso de redefinición, desde su concepción más canónica hasta las urgencias conceptuales recientes por redefinirlo: a) el patrimonio en su acepción tradicional es un recurso simbólico para la modelación de las identidades; b) el patrimonio en la última década se ha vuelto campo de disputas que pone en el centro de las prácticas y narrativas a memorias subalternas y contrahegemónicas; c) los desórdenes, fisuras, conflictos y quiebres, en términos de contranarrativas patrimoniales, invitan a repensar las formas y concepciones del patrimonio, tanto en términos funcionales como conceptuales.
Patrimonios e identidades
En un primer nivel situamos aquella idea del patrimonio como recurso simbólico que modela nuestras identidades, la cual ha sido una piedra fundante en el origen de su definición, gestión, protección y valorización. Esta relación entre patrimonio, símbolo e identidad tiene una larga tradición de pensamiento (Choay, 1992; García Canclini, 1999; Davallon, 2002; Smith, 2006, 2011; Prats, 2005, 2011; Stig Sorensen y Carman, 2009; Dormaels, 2011). En distintos contextos, estos autores se han interrogado acerca del rol inherente que desde mediados del siglo XIX le corresponde al patrimonio en el relato de la nación (Bhabha, 1990) y en la modelación de las identidades y memorias históricas en los planos local, regional y nacional (Adán et al., 2001), observando la proyección simbólica que involucran los bienes patrimoniales y los monumentos en la prefiguración de una memoria oficial (Salazar, 1996). Hacia principios de los noventa, Choay sostenía que, en su esencia, el patrimonio expresa una forma con la cual las sociedades occidentales han asumido su relación con el tiempo, han constituido su identidad y, tal como señala Pollak (2006), han encuadrado su memoria.
Esta idea de espejo patrimonial de Choay está en el centro de la noción de comunidad imaginada de Anderson (1983) y de tradición inventada de Hobsbawm (1993). En el primero, el patrimonio constituiría un artefacto cultural de legitimidad de emoción profunda en contextos de nacionalismos, mientras que, en el segundo, los monumentos encarnarían prácticas de naturaleza simbólica útiles en la inculcación de valores que materializan la continuidad con el pasado. Con base en estos planteamientos, Smith (2006, 2011) insistirá en que, aunque el patrimonio sea un concepto inherentemente disonante y disputado, tiene la fuerza de validar, defender y regular identidades nacionales. En este panorama, patrimonio, memoria e identidad parecen ser nociones indisociables (Candau, 2008; Pollak, 1992). Tal como señala Candau (2008), éstas son las tres palabras claves de la conciencia contemporánea. En esta tríada, el patrimonio constituye una dimensión de la memoria, y ésta sería la que modela la identidad tanto en lo individual como en lo colectivo.
Por otra parte, en la idea tradicional de patrimonio se encuentran las nociones de monumentalidad, materialidad y ciudad. Sin embargo, esta relación ha sido criticada por diversos autores (Hartog, 2005; Reginensi, 2006; Lacarrieu, 2007; Lacarrieu y Laborde, 2018), que se basan en la necesidad de ir más allá de las imágenes urbanas que han tendido a privilegiar los rastros materiales que representan a los sectores con poder material y simbólico (Lacarrieu, 2007). Lacarrieu se pregunta “¿A qué se debe esta disociación casi mecánica entre el patrimonio material, histórico, construido, y lo urbano, por un lado, y las manifestaciones culturales por otra?” (2007: 49). En esta paradoja, la noción de expresividad cultural de Lacarrieu explica un tipo de relación con el patrimonio urbano donde lo inmaterial se densifica, los sujetos toman protagonismo y la distinción entre material e inmaterial se diluye (Skewes, Guerra y Henríquez, 2014). Desde esta postura, la materialidad de los monumentos y los bienes patrimoniales enuncian una ruptura con el pasado, la tradición y la memoria. En palabras de Hartog:
El patrimonio se relaciona con el territorio y la memoria, los cuales operan como vectores de identidad, palabra clave en los años ochenta. No obstante se trata menos de una identidad asertiva y más de una identidad incómoda que se piensa frecuentemente en riesgo de desaparición, o quedando completamente olvidada, obliterada, reprimida. Es una identidad de búsqueda de sí misma, de ser exhumada, colectada o inventada [2005: 10].
Patrimonios y memorias subalternas
Un segundo nivel alude al análisis del patrimonio en cuanto fenómeno que, lejos de constituir exclusivamente una cosa con poder simbólico hegemónico, es expresión de preocupaciones y disputas políticas, sociales, económicas, culturales y medioambientales. Los contextos identificados, lejos de centrarse sólo en los monumentos y los discursos modeladores de identidad, invitan a observar los usos, apropiaciones, relaciones y disputas que genera el patrimonio en el presente y el rol que le cabe como recipiente activo de prácticas de reivindicación de memorias colectivas (Halbwachs, 2004), subalternas, contrahegemónicas y populares (De la Cadena, 1990). Al respecto, uno de los autores latinoamericanos que de manera temprana advirtió la necesidad de concebir los usos sociales del patrimonio fue el antropólogo argentino Néstor García Canclini (1999), quien sostiene que los bienes patrimoniales, aunque formalmente parezcan ser de todos, son en su uso desiguales y diferentes. Sin embargo, como plantea Daniel Muriel (2016), señalar que existe una desigualdad estructural en la apropiación del patrimonio es importante pero insuficiente.
En este marco, el patrimonio debe comprenderse hoy como espacio de disputa económica, política y simbólica (Getty Conservation Institute 2000, 2002; Adán et al., 2001; Smith, 2006, 2011; Harrison, 2013), en el cual participan tres tipos de agentes: el sector privado, el Estado y movimientos sociales. Por su parte, Harrison (2013) plantea que el patrimonio es un fenómeno dialógico que emerge de la relación entre personas, objetos, lugares y prácticas. Ambas perspectivas implican, tal como hemos indicado en trabajos anteriores, una apertura en su categoría hacia nuevas interpretaciones y articulaciones, tanto conceptuales como empíricas. Entre ellas, merece mencionarse la emergencia de nociones tales como: patrimonios incómodos y disonantes (Tumbridge y Ashworth, 1996; Kisic, 2016), patrimonios difíciles (Logan y Reeves, 2009), patrimonios negativos (Meskell, 2002; Moses, 2015) y patrimonios incómodos (Prats, 2011), nociones que no sólo designan memorias incómodas y conflictivas, sino que también definen procesos soberanos a través de los cuales colectivos sociales y/o comunidades subalternizadas reclaman su autonomía (Bonfil Batalla, 1991; Ramos, Crespo y Tozzini, 2016) y la reparación del dolor y el sufrimiento de la colectividad herida (Alvarado, 2016). Pareciera que, siguiendo a Lowenthal (2015), el patrimonio adquiere en la actualidad un carácter angustiante, vergonzoso en vez de elogioso, un heredero de legados condenables y paralizantes que reactualiza una herencia cargada a menudo de dolor y culpa. Quizá, sea precisamente esa vergüenza de nuestro pasado lo que provoca ese levantamiento subalterno que nos señala DidiHuberman, levantamiento en que “la memoria arde: consume el presente y, con este, cierto pasado, pero descubre también la llama escondida bajo las cenizas de una memoria más profunda” (2018: 36).
En este escenario, tal como sostiene Smith (2006), hoy el patrimonio puede ser usado para redefinir los valores e identidades recibidos por grupos subalternos en función de sus intereses (Lacarrieu, 2007), y una de las acciones más comunes es el cuestionamiento a la invisibilización del mundo indígena y no occidental bajo los principios de descolonización (Rivera Cusicanqui, 2010) y subalternidad memorial. Este cuestionamiento, en términos de Benjamin, significa apoderarse de un recuerdo en un instante de peligro, en este caso, “el peligro tanto a la permanencia de la tradición como a los receptores de la misma. Para ambos es uno y el mismo. El peligro de entregarse como instrumentos de la clase dominante” (2008: 21). En efecto, algunos ejemplos de atentados contra monumentos públicos desde fines de 2019 en diversas regiones de Chile demuestran que los patrimonios se vuelven lo que Guixe (2019) denomina espacios memoriales insumisos, transgresores y de soberanía territorial que reflejan memorias sociales y políticas (Lifschitz, 2012), incómodas y conflictivas. Como apunta Francisca Márquez (2019), la historia siempre puede ser revisitada, subvertida y actualizada.
Desde esta posición, proponemos que el patrimonio nacional y el monumento histórico, dada su nueva importancia social, se vuelven patrimonios indisciplinados (Vinyes, 2009), y se constituyen escenarios estratégicos para expresar demandas y reivindicaciones políticas, económicas e identitarias (Choay, 1992), toda vez que su desestabilización es considerada desde la institucionalidad como un peligro de destrucción de la convivencia (Vinyes, 2009) y de pérdida del valor colectivo (Lowentahl, 2015; Dicks, 2000; Smith, 2006). No obstante, visto desde la memoria subalterna (Ramos, Crespo y Tozzini, 2016), subterránea (Pollak, 2006) o suelta (Stern, 2000), la destrucción del patrimonio parece no ser sólo la señal de una reivindicación identitaria y de memorias silenciadas, sino que constituiría, por una parte, acciones políticas significantes asociadas a la crítica al modelo social y económico vigente y, por otra, acciones de agencia y disputa que subrayan el descontento y la necesidad de un cambio de perspectiva en torno a lo que históricamente hemos entendido como patrimonio, a los ideales de monumentalidad y materialidad y a las prácticas directoras de conservación y preservación como principios normativos en los ideales de representatividad y autenticidad patrimonial centrados casi exclusivamente en su forma material. En tales circunstancias, no podemos pasar por alto las dimensiones afectivas (Rancière, 2013) y sensoriales (Hamilakis, 2017) y emotivas y cognitivas (Gómez, 2014) como características clave de la relación con el patrimonio o, en este caso, la carencia de ellas en la construcción de nuevos vínculos con el patrimonio oficialmente establecido y la construcción de nuevas monumentalidades. Así, es preciso comprender las dinámicas actuales como procesos históricos y culturales que intervienen la concepción de patrimonio y monumentalidad y las políticas patrimoniales basadas en los idearios clásicos de conservación material, a través del repertorio de prácticas y narrativas que los diversos actores involucrados expresan y materializan en los contextos patrimoniales.
Desorden/orden/conflictos, fisuras y quiebres: contranarrativas patrimoniales
En un tercer nivel, ubicamos el análisis del patrimonio en el mundo contemporáneo, con sus desórdenes, conflictos, fisuras y quiebres a raíz de su inmersión en los conflictos sociales, y lo consideramos un elemento organizador en las disputas por lo social y lo urbano. De ahí que valga la pena recordar que en 1995 el artista polaco Horst Hoheisel presentó una propuesta para la construcción del memorial nacional alemán en homenaje a los judíos asesinados en Europa, el cual sería construido en el corazón de Berlín. Hoheisel planteó, en aquel entonces, “volar la Puerta de Brandemburgo, pulverizar los trozos de roca, diseminar los restos en su antiguo sitio y cubrir toda el área memorial con placas de granito. Era la forma de recordar la destrucción de un pueblo con la destrucción de un monumento”.3 Al respecto, James Young (2000) señaló que la propuesta parecía sugerir que el profundo compromiso con la memoria del Holocausto residiría precisamente en la idea de una perpetua irresolución. Esta idea disruptiva del monumento develaba una forma propositiva de relación con el pasado a partir de objetos fisurados y monumentos desintegrados, distinta de la mirada convencional que consagra la integridad y la conservación como principios rectores del patrimonio y la memoria histórica. En el análisis de las ruinas del Chaco argentino, Gordillo examina los escombros “como una figura conceptual que puede ayudarnos a comprender esa multiplicidad fracturada que es constitutiva de todo lugar, a medida que es producido, destruido y reconstruido” (2018: 15); espacios significativos donde confluyen el espacio, la historia, la decadencia y la memoria. Desde esta perspectiva y con una mirada de la arqueología de la violencia, Ludmila da Silva destaca la necesidad de concebir esas materialidades como
Escombros con sentido, edificios con huellas, fosas con significados que sin duda permiten generar nuevas preguntas […] observar y pensar la cultura material como un sistema simbólico a leer y desentrañar, en su doble vínculo del adentro y el afuera, así como abren caminos para consolidar miradas con temporalidades largas que permitan complejizar las temporalidades cortas y consagradas, poder analizar tanto las coyunturas que se ven a simple vista, como recorrer estructuras más profundas e invisibles en torno a los espacios de memoria en sus diversas manifestaciones y sentidos (2016: 152).
Se trata de conjugar la tensa relación entre patrimonio, materialidades, sociedad civil, memorias subalternas y Estado, interrogándonos si los escombros y ruinas de los monumentos destruidos, y si aquellos monumentos agrietados, fisurados, quebrados, desfigurados y desordenados por los atentados pueden también ser parte de ese patrimonio en cuanto conjunto de características históricas que definen culturalmente a ciertas comunidades. Reconocer en aquel patrimonio no autorizado, en ese contramonumento y en las nuevas monumentalidades incómodas una señal de la naturaleza dinámica del patrimonio ejercido por la sociedad.
Procesos contemporáneos de expresión de desestabilización del patrimonio
Hemos sostenido que el patrimonio constituye un fenómeno complejo en el que convergen distintas agencias y formas espaciales y temporales, y que, a la luz de las recientes dinámicas e intervenciones en los monumentos por voces contrahegemónicas y subalternas, éste cuestiona las visiones históricas consagradas e interroga críticamente el pasado y los monumentos que le representan. En esta interpretación y con base en la no tan lejana posibilidad de destrucción del objeto patrimonial augurada por Choay en la sociedad contemporánea, en la última década se han ido configurando tres procesos que nos advierten sobre esta transformación y testimonian las reactualizaciones del campo patrimonial en Chile. En efecto, se trata de contextos que registran y plasman la condición de desestabilización del objeto, tanto en una dimensión conceptual, al ponerlo en tensión, como en una dimensión técnica y normativa.
Patrimonios destruidos
El primer contexto remite al conjunto de patrimonios destruidos o derrumbados en contextos de crisis social y levantamiento popular durante los siglos XX y XXI. En este sentido, los monumentos públicos, los edificios históricos y las iglesias, por mencionar algunos lugares patrimoniales, se vuelven foco de expresión material y simbólica en momentos de crisis política y social. Recientemente, en distintas ciudades de Chile y también de otros países del mundo, fueron intervenidos y/o derrumbados numerosos monumentos públicos reconocidos por poseer poder simbólico para representar fragmentos emblemáticos de las épicas de la historia nacional, con fuerte evidencia en los logros de la colonización. El medio digital El País,4 señalaba que, al 30 de enero de 2020, al menos 329 monumentos habían sido dañados y/o intervenidos a lo largo del país, acciones que suscitaron posiciones encontradas entre la institucionalidad, la clase política, los especialistas, la academia y la sociedad y los distintos grupos que la componen. Los atentados a templos de carácter patrimonial, como por ejemplo la iglesia de La Veracruz y la parroquia La Asunción en Santiago, de las cuales se entregarán más antecedentes, o el Templo Salesiano en Talca y la Catedral de Puerto Montt en el sur de Chile y la Catedral de Valparaíso en la V región, despertaron la indignación de la institucionalidad garante de la preservación de los bienes patrimoniales.
En el primer caso, la iglesia de La Veracruz, construida en pleno centro de Santiago entre 1852 y 1887 como templo recordatorio de Pedro de Valdivia5 fue declarado Monumento Nacional el 29 de junio de 1983 (Decreto n° 616), en plena dictadura cívico-militar (1973-1990) y desde 1998 forma parte de la Zona Típica Mulato Gil de Castro (Decreto Supremo n° 123), una categoría de monumento nacional que protege conjuntos patrimoniales bajo la Ley 17.288 de Monumentos Nacionales. La iglesia fue utilizada para actividades religiosas vinculadas al catolicismo hasta el 12 de noviembre de 2019, día en que el inmueble fue uno de los blancos patrimoniales incendiados por el movimiento social. El inmueble fue quemado en su interior y frontis, y resultó dañada su puerta principal. El hecho de que el incendio comenzara en el interior del inmueble no sólo generó dificultades para bomberos en su combate contra las llamas, sino que también provocó la incertidumbre entre varios vecinos y manifestantes en torno al origen de las llamas.6 No muy lejos de ésta se encuentra la iglesia La Asunción, ubicada a metros del epicentro de las manifestaciones sociales en Plaza Italia/Dignidad. Inmueble construido en 1876, su relevancia histórica reside en ser una de las primeras iglesias levantadas en el sector, cuando ese sector de Santiago aún conservaba características rurales. El 8 de noviembre de 2019, también en pleno periodo de estallido social, un grupo de manifestantes apedreó, rayó, pintó y atacó el frontis y paredes laterales de la parroquia, para luego ingresar a su interior, rayando sus paredes con consignas anticlericales y anarquistas y destruyendo y saqueando su mobiliario. Confesionarios, bancas, figuras religiosas, cuadros y otros objetos fueron lanzados a la calle como material de grandes barricadas. El medio de prensa digital El Comercio, publicó imágenes y definió la escena;
En una imagen, un manifestante encapuchado levanta una virgen en alto. En otra, la policía camina junto a una Piedad donde María está rota y ha perdido la cabeza. En una más, un Jesucristo aparece degollado frente a mesas, bancas y otros muebles de madera que también fueron removidos de la Parroquia de La Asunción para montar una fortaleza improvisada. Después de reunir las piezas en la calle, los enmascarados les prendieron fuego para enfrentarse a la policía.7
Frontis de la iglesia de La Veracruz en el momento del incendio <https://www.eldesconcierto.cl/2019/11/12/videos-se-incendia-historica-iglesiade-la-veracruz-en-barrio-lastarria/> [14 de marzo de 2020].
Barricada fuera de la Iglesia de la Asunción <https://twitter.com/ActualidadChil1/status/1192950786390712320/photo/2> [14 de marzo de 2020].
Los acontecimientos generaron diversas opiniones, primando en los agentes gubernamentales y municipales el desconcierto y absoluto rechazo a las acciones. En efecto, el subsecretario del Patrimonio Cultural del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, Emilio de la Cerda, señaló en una entrevista al medio electrónico Emol
Lo que estamos viendo aquí es el daño al patrimonio de Chile, no es una manifestación ni pacífica ni válida. Los incendios siguen azotando la capital en medio de las manifestaciones sociales, y el blanco de ataque en los últimos días han sido las construcciones patrimoniales. [Además, agregó]: No se dañan los ladrillos, no se dañan los materiales, se daña el alma de un pueblo.8
En estos términos, parece necesario observar esos desplazamientos críticos hacia las materialidades de aquellas monumentalidades emblemáticas y épicas, acciones que parecerían expresar, no tan sólo un giro conmemorativo e identitario plasmado en una oposición a la clase política dominante y a la historia y memoria nacional que estos lugares encarnan y defienden, sino que también, y quizá por sobre todo, como medio de expresión de un descontento social. De allí que los patrimonios y monumentos, por su condición tangible, constituyan instrumentos de expresión material de demandas sociales irresueltas e incumplidas, como si su destrucción y derrumbe implicara una movilización cuya fuerza se dirige a perturbar y desestructurar el poder establecido. Los grupos hacen “suyo” el patrimonio y los monumentos, creándose una intervención que se espera genere resonancia e inestabilidad política.
Patrimonios desafectados
En un segundo contexto situamos los procesos de desafección patrimonial, referidos a aquellos bienes protegidos en riesgo de ser legalmente despatrimonializados en su condición de monumento nacional o de patrimonio de la humanidad,9 ya sea por discursos neoliberales o intereses políticos y/o inmobiliarios, donde la protección oficial comienza a carecer de legitimidad y efectividad. Se trata de un fenómeno reciente que afecta a tres casos de monumentos protegidos de derechos humanos10 en actual riesgo de desafección: Villa San Luis en la comuna de las Condes, Venda Sexy en la comuna de Ñuñoa y el Complejo Forestal y Maderero de Panguipulli (Cofomap) en la X Región. En estos tres casos, es posible observar que no es la noción de patrimonio la cuestionada por los actores que contradicen las protecciones, sino que emergen las disputas por su instrumentalización en favor de intereses económicos, políticos y simbólicos. En el caso de Villa San Luis -proyecto emblemático de vivienda social del expresidente socialista Salvador Allende, declarado Monumento Nacional en 2018-, se expresa la disputa entre los intereses económicos neoliberales, del Estado, de los organismos de derechos humanos y de arquitectos y, por otra, la tensión entre los principios de conservación y restauración material que defienden contrariadamente los actores vinculados al sitio. El bien protegido corresponde a dos bloques que quedan en pie, a medio destruir por el paso del tiempo y la agencia inmobiliaria, sin embargo, “los dos bloques sobrevivientes del proyecto social Villa San Luis emergen como un palimpsesto de ayer y hoy, donde la vida, los sueños, las caídas y las resistencias se superponen en esos edificios objetos que contienen el relato de la lucha social y el derrumbe de un sueño colectivo” (Bustamante y González, 2020: 47). Desde su protección, tanto la inmobiliaria dueña del paño como agencias políticas han buscado estrategias para desafectar legalmente su protección como monumento nacional, No obstante, gracias a la férrea defensa de la sociedad civil organizada y al pronunciamiento de la Corte Suprema en favor de mantener su calidad de monumento, se ha impedido, por el momento, que el proceso de desafección se concrete.
Por otro lado, encontramos el caso del Complejo Forestal y Maderero de Panguipulli, ubicado en la localidad de Neltume, X Región de los Ríos, el cual fue protegido en 2016 por su historia asociada a la resistencia en dictadura, donde cientos de personas fueron detenidas, torturadas, ejecutadas y desaparecidas, entre estos hechos destaca el fusilamiento de militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) a través de la Caravana de la Muerte, la utilización del ex-Retén de Carabineros en 1973 para la tortura de hombres y mujeres de la zona, así como la persecución, asesinato y desaparición de miembros del Destacamento Guerrillero Toqui Lautaro. En estas circunstancias, el Centro Cultural Museo y Memoria de Neltume solicitó en 2016 el proceso de declaratoria como Monumento Nacional de los sitios e hitos materiales del Complejo Forestal y Maderero Panguipulli, por su historia e identidad local, como el proceso industrial maderero en el siglo XX, la valoración del movimiento obrero forestal, así como por el vínculo de los sitios con los actos de represión y muerte ocurridos durante la dictadura militar. La petición fue aprobada en junio de 2019, cuando el conjunto de 14 bienes pertenecientes al desarrollo del Complejo Forestal y Maderero Panguipulli fue declarado Monumento Nacional. La resolución generó tensión en el escenario político, pues la Unión Demócrata Independiente (UDI) rechazó la declaratoria de categoría de Monumento Histórico del Cofomap, y solicita su revocación y promueve un proyecto de ley para “impedir reconocer como patrimonio materias que dividen a los chilenos” (Londres 38, 2019). Por último, está el sitio Venda Sexy o Discoteque, una casa particular ubicada en la comuna de Macul, región metropolitana, donde operó el Cuartel Tacora, centro clandestino de detención, tortura y exterminio durante la dictadura cívico-militar entre 1974 y 1975. En el año 2000, agrupaciones de derechos humanos vinculadas a colectivos de sobrevivientes, amigos y familiares del sitio comenzaron un proceso de marcación y puesta en valor del recinto, que culminó en 2016 con su declaratoria como monumento histórico. A pesar de la declaratoria, la propiedad de este excentro de detención, tortura y exterminio permanecía bajo la tutela de un privado, que junto a su familia habitaba el espacio. En 2018, la propiedad fue vendida a una empresa inmobiliaria, que inició un periodo de amenazas para su eventual demolición y construcción de un desarrollo inmobiliario (Figueroa, 2019).
En conjunto, en estos tres casos se observa una agencia de despatrimonialización que tiende a contradecir y poner en peligro los principios patrimoniales por los cuales estos monumentos fueron originalmente protegidos, evidenciando que la protección patrimonial no es un nudo ciego, es decir, que si bien en las disposiciones jurídicas de los expedientes de declaratoria se enuncian valores y atributos por los cuales los lugares debieran amarrar su protección, en la realidad esos valores y atributos no siempre son respetados ni perpetuados. Estos hechos, explorados en su carácter de acontecimientos, enfatizan la redefinición de las funciones canónicas del patrimonio o, al menos, sus funciones simbólicas. Por lo anterior, los contextos aquí citados inscriben como posible la despatrimonialización de los monumentos y, por lo tanto, en ellos se juega, a nuestro haber, la desfiguración de las funciones más tradicionales -sociales e institucionalmente establecidas- del campo patrimonial.
Contranarrativas patrimoniales y nuevas monumentalidades
Por último, el tercer contexto identificado se refiere a aquellos bienes patrimoniales en el espacio público que se han vuelto objeto de disputas narrativas, figurativas y simbólicas por parte de colectivos y grupos movilizados. Tras estas prácticas, habría un ejercicio de subversión de las narrativas históricas contenidas en las formas de su monumentalidad (Márquez, 2019). Se trata de prácticas locales de reapropiación y refiguración material y simbólica, de renombramiento de los monumentos,11 de reescritura y resignificación que ponen en evidencia contranarrativas y ritualidades que reivindican pasados e identidades diversas. De forma particular, el 18 de octubre de 2019 marcó un hito en la ocupación de monumentos a lo largo de Chile, conformando un genuino exponente de la “indignación” social. Desde entonces, diversos actores han ocupado, apropiado, resignificado y reactualizado monumentos por medio de estrategias artísticas e improvisadas intervenciones que parecieran haber fisurado el fuerte vínculo existente entre soberanía, nación y patrimonio (Ayala y Boccara, 2011).
Las acciones, calificadas como atentados por unos y como reivindicación identitaria por otros, han despertado una fuerte crítica en la institucionalidad. Uno de los casos más significativos lo proporciona el espacio patrimonial Plaza Italia/Dignidad, por constituir un exponente paradigmático de la disputa desplegada entre los diversos actores de la sociedad civil movilizados en el último tiempo: colectivos de arte, memoria, militancia feminista, memorias subalternas, las instituciones garantes de la conservación del patrimonio nacional, los actores locales (vecinos y trabajadores/as del sector) y profesionales e intelectuales, entre otros. Ilustrativo de ello es que, a principios de 2020, el Consejo de Monumentos Nacionales (CMN) discutió la posibilidad de trasladar de forma urgente el Monumento de Baquedano ubicado en Plaza Italia/Dignidad por el riesgo de caída o pérdida, decisión que al final fue reemplazada por la constitución de un equipo técnico que analizó las alternativas de monitoreo, protección y reforzamiento con el fin de resguardar la integridad física del bien y de las personas.12 En fechas más recientes, en medio del estado de excepción constitucional, la Intendencia comenzó las obras de “limpieza y recuperación”, un trabajo de higienización que buscó remover técnicamente, y borrar simbólicamente las inscripciones de este contramonumento (Young, 2000; Hoheisel, 2019; Márquez, 2019), que, durante meses, pintaron y vistieron al héroe patrio.
Esculturas/figuras mapuche realizadas por el Colectivo Orígenes el día 6 de diciembre, durante el estallido social. La obra fue retirada la noche del 19 de marzo por la Intendencia de Santiago <https://www.elmostrador.cl/cultura/2020/03/23/mundo-de-la-cultura-y-la-educacion-criticanlimpieza-de-plaza-dignidad/> [14 de marzo de 2020].
Una de las imágenes más recientes del General Baquedano pintado de rojo en el marco de la conmemoración del primer año del Estallido Social <https://www.publimetro.cl/cl/noticias/2020/10/17/monumento-general-baquedano-pintado.html> [18 de octubre de 2020].
En su conjunto, las disputas contingentes por resignificar, reactualizar y recuperar las materialidades de este y otros monumentos del país, como también la emergencia de una nueva monumentalidad que incomoda a las voces autorizadas del patrimonio, como son las esculturas mapuche levantadas por el Colectivo Origen que miran hacia al monumento Baquedano o el jardín de la resistencia en lo que hace unos meses fuese la entrada a la estación de metro Baquedano, invitan a problematizar los procesos de institucionalización y desinstitucionalización del patrimonio y la constitución de la monumentalidad nacional como instrumento político a partir del cual se orientan usos y apropiaciones del espacio, se prescriben relaciones que van desde la estigmatización hasta la legitimidad del sentido de sus monumentos (Lacarrieu, 2007).
A modo de cierre: hacia nuevas lecturas del patrimonio
Los contextos escogidos indagan contradicciones, disputas y problemáticas que se delinean alrededor del pensamiento y conocimiento del patrimonio. ¿Cuáles son las narrativas, memorias e identidades que sostienen estas acciones de destrucción y desafección de los patrimonios y los monumentos? ¿Qué se pone en juego tras la desafección de los monumentos patrios? Los contextos y casos aquí señalados, comprendidos a la luz de las variables de la memoria, la identidad y las contranarrativas patrimoniales, registran que en la vida cotidiana, en el espacio público, en los contextos de manifestación social, en la ciudad la relación entre la sociedad civil y el patrimonio y sus monumentos está evidentemente en proceso de transformación. De ahí que la lectura de ese patrimonio, de sus funciones y normativas, de sus sentidos y referentes identitarios estén resignificándose a la luz de las fuerzas socia les y políticas movilizadas no tan sólo a nivel nacional, sino regional y global.
Observar y leer esas prácticas, narrativas y transformaciones materiales, advertir esa insistencia en borrar y hacer volver aparecer y considerar esas contranarrativas patrimoniales, adquiere relevancia por cuanto implica mostrar aquello excluido de las aproximaciones técnicas, intelectuales y académicas, además de revelar las concepciones y prácticas provenientes de la capacidad imaginativa de las sociedades, de los mundos del sujeto y del objeto (Viveiros de Castro, 2010), considerando al objeto patrimonial en sus disonancias, contranarrativas y disputas que hoy lo exponen a su crisis y desestabilización.
En estos términos, el carácter de disputa que hoy enfrentan los bienes patrimoniales, sin duda inquieta por su destrucción física, lo cual invita a repensar si efectivamente es la materialidad el valor exclusivo que constituye a los bienes como patrimonio. Ésa es una de las principales complejidades que hoy afronta el campo de la gestión patrimonial: la amenaza de la destrucción; sin embargo, siguiendo a Viejo-Rose, lo que se debiese procurar proteger y defender, tal como lo hacen las instituciones gubernamentales, no es sólo la integridad material del patrimonio, “sino también lo que representan como patrimonio colectivo y como ensambles de símbolos, historias, emociones y conocimientos” (2014: 234), perspectiva que nos conduce una vez más a los planteamientos de García Canclini (1999), para quien el patrimonio ha sido, es y seguirá siendo un recurso de reproducción de la desigualdad social, el cual, si bien expresa en el discurso público que es una herencia colectiva que nos pertenece a todos, esconde una realidad definida por la desigualdad en el acceso a los bienes culturales de carácter patrimonial, lo que explica que sean resignificados y utilizados con otros propósitos que no siempre coinciden con las funciones para las cuales fueron pensados en sus orígenes.