Quiero iniciar esta presentación con el chiste del borracho, que -dicho sea de paso- yo recordaba haber leído en la tira cómica dominical del periódico El Informador, pero que en plena era digital encontré fácilmente como “chiste del borracho” en Google, a lo que de manera inocente reconocemos como el nuevo oráculo del mundo contemporáneo. Vamos al chiste:
Había una vez un borracho en la calle que se encontraba de cuclillas debajo de un iluminado farol. Un policía lo ve, se acerca y le pregunta:
¿Qué está buscando ahí?
Mis llaves -dice el borracho-.
Déjeme ayudarlo. ¿Sabe más o menos dónde se le cayeron?
Ah, sí -responde-. Debajo de aquel árbol (y señala una esquina a más de 15 metros de donde se encontraba).
Desconcertado, el policía le pregunta: ¿Oiga, y entonces por qué las busca aquí, tan lejos?
Porque debajo de este farol hay luz y donde está el árbol está oscuro y no se ve nada.1
Mientras leía Ciudadanos reemplazados por algoritmos de Néstor García Canclini pensaba en cómo los académicos y muchos intelectuales seguimos buscando las llaves en los lugares iluminados por el farol de la tradición, nos situamos en lo que ya conocemos y podemos explicar, aun a sabiendas de que, en la actualidad, distintos procesos sociales están cayendo en nuevos lugares para los cuales no contamos con conceptos ni lenguaje para iluminarlos. Ése es el caso del tema abordado en este libro: cómo pensar la ciudadanía en el escenario de la era digital. ¿Ciudadanía y era digital? Qué tiene que ver, si tradicionalmente se estudia la ciudadanía en el ámbito político. No queda claro, entonces, qué tiene qué ver la ciudadanía con la tecnología.
Seguimos pensando que la ciudadanía sólo se adquiere al participar en los lugares tradicionales donde se practica el espacio público: en la plaza barrial, con el voto, o con la participación política en las instituciones de gobierno, en los movimientos cívicos y en las organizaciones no gubernamentales. Quizá esos que reconocíamos como los espacios públicos por excelencia estén mejor iluminados por las teorías clásicas, y muchos estudiosos de las ciencias políticas prefieran seguir buscando a la ciudadanía en los lugares públicos bien alumbrados, aunque ya no sean practicados, porque gran parte del debate y el activismo ciudadano ha mudado hacia las tecnologías.
García Canclini tiene el hábito de andar rescatando las llaves del borracho. Primero lo hizo en aquel libro (ya un clásico) titulado Consumidores y ciudadanos. Conflictos multiculturales de la globalización, donde llamó a virar el lugar desde el cual atender las nuevas ciudadanías para reconocerlas en los accesos y los efectos de los medios de comunicación, un nuevo lugar de producción de identidades que representaba a su vez un nuevo medio de inclusión ciudadana al espacio público en el contexto de un mundo global. En ese libro, escribió:
Lo público no abarca sólo las actividades estatales o directamente ligadas a actores políticos, sino también el conjunto de los actores -nacionales e internacionales- capaces de influir en la organización del sentido colectivo y en las bases culturales y políticas de los desempeños ciudadanos [García Canclini, 1995: 192-193 ].
Néstor García Canclini innovó el pensar en las ciudadanías como accesos al consumo, a los supermercados, y a las industrias culturales. Desde entonces, habló también de otras formas irruptoras de pensar la ciudadanía, como fueron ciudadanías transnacionales, identidades múltiples, efectos de los mass media en los procesos de hibridación y de transterritorialización de las comunidades. Desde ahí desarrolló novedosos desafíos y retos para la antropología y para los efectos culturales y políticos de los medios de comunicación masiva. A casi un cuarto de siglo de haber sido publicada esa obra, Néstor nos brinda Ciudadanos reemplazados por algoritmos, cuyo contenido plantea un nuevo reto:
cómo se transforma lo que se llamaba ágora cuando la comunicación urbana, nacional y transnacional multiplica en instantes la información, concede la sensación de estar hiperinformados y a la vez que tantos procesos que nos afectan son inabarcables: por su volumen, obsolescencia y porque su lógica se decide -o se administra- en sitios remotos y turbios [p. 52].
Éste es un ensayo que no nos ofrece respuestas ni soluciones fáciles para responder cuestiones muy complejas que aún no comprendemos del todo, como son las aplicaciones y los gadgets tecnológicos que de cotidiano usamos, pero que a su vez nos atraviesan, conectan y habitan. Y no sólo eso, sino que han reemplazado las acciones reivindicativas que buscaban tomar la plaza pública, para, desde la comodidad de su casa, opinar y participar ciudadanamente a través de un simple like o un emoticón.
En lo personal, considero un gran acierto la aventura de buscar indicios para intentar armar las conexiones que articulan tal cantidad de fragmentos que percibimos desconectados, pero que en realidad funcionan como una red, una telaraña (la web), donde, sin estar conscientes, tenemos una ubicación georreferenciada. Escribir un ensayo en estos momentos en que, aunque ya somos usuarios asiduos de internet, apenas estamos descubriendo este nuevo mundo que nos habita, es reconocer con humildad que es tiempo de balbucear, de no tener respuestas asertivas a todo lo que vivimos, de aceptar que hay zonas en penumbras, y que no encontramos una respuesta simple y, menos, una salida al laberinto que habitamos. García Canclini nos explica:
Cambia la experiencia de lo que podemos construir y decidir. El sentimiento de desconstrucción e incapacidad de decisión, es decir, ingobernabilidad, sugiere que sólo se están administrando fragmentos de lo que tenemos en común y son inaccesibles los sitios donde se hace. Como seguimos deseando contextos, marcos de comprensión a los cuales aferrarnos, imaginamos como culpables de los desórdenes a minorías locales, a los extranjeros, a entidades abstractas como el imperialismo o a instancias salvadoras, de afirmación o solidaridad, como las redes. A mayor opacidad y distancia de quienes administran, más fuerza de los imaginarios frente a lo poco constatable. Son escasos quienes logran desplegar prácticas alternativas de resignificación y crítica donde se cuestione el poder de los principales actores nacionales y transnacionales [p. 52].
Ello se debe a que los algoritmos son una especie de replicante virtual de cada consumidor de gafa (Google, Apple, Facebook y Amazon) que contiene la información de cada clic y cada bit que hemos introducido en el gran sistema. Este argumento nos lleva a tratar de entender una nueva circunstancia de la vida humana y social que nos rebasa no sólo por ser inédita, sino sobre todo porque es inabarcable e inaccesible y a la vez tiene el don de la ubicuidad en la cultura e interacción social. ¿En qué medida y con qué efectos las aplicaciones de las redes sociales están desplazando y/o mediando a las instituciones?
Y cuando digo “no comprendemos del todo” es porque, en parte, desconocemos el mundo que nos habita: las redes cibernéticas. Desde que despertamos nos relacionamos de alguna manera con la tecnología. Un smartphone -que no mide más de 20 cm, y es ultraligero para favorecer su portabilidad y su uso a toda hora y en todo lugar- nos ofrece tantas aplicaciones que se convierte en una gran caja de herramientas: además de teléfono, puede tener desde espejo, lámpara, agenda, banco móvil, cámara, notas, grabadora de voz, localizador GPS, recetas, mapas, carrito de compras, música, cine, chistes… y un sinfín de actividades que no sólo brindan diversión y entretenimiento, sino que al mismo tiempo que solucionan necesidades contemporáneas también succionan gran parte de nuestra vida, que hoy, irremediablemente, se lleva a cabo entre un teclado y una pantalla.
Podríamos hacer el esfuerzo por contabilizar qué porcentaje de nuestra vida está ahí depositada o qué cantidad de nuestras actividades, reflexiones, decisiones y emociones están mediadas por la tecnología. Después podríamos discurrir qué porcentaje de información a la que accedemos adquirimos de las redes sociales. Podríamos imaginar cuántos estímulos de nuestra experiencia afectiva provienen de esa pantalla. Cuántas de nuestras opiniones y actitudes han tomado forma en las redes sociales. Cuánto de nuestra vida cotidiana, familiar e incluso íntima compartimos ahí. Qué tanto consumimos a través de gafa y de qué manera influye en nuestros gustos y, sobre todo, en nuestras actividades.
Después de ese ejercicio podríamos tomarnos en serio conocer el saldo de la mundialización de las pérdidas, e intentar responder a las agudas preguntas que nos plantea García Canclini: ¿Qué tanto podemos realmente adquirir una ciudadanía en este mundo medido por tecnológico y monopolizado por un puñado de agencias? ¿Qué tanto podemos construir, proponer o decidir en este nuevo mundo de tecnologías digitales? ¿Cuál es la sensación o la experiencia de saber que nos enfrentamos a aconteceres fragmentados, a instancias de decisión inaccesibles y anónimas, a entidades abstractas? ¿Cómo ejercer la ciudadanía en esas circunstancias?
El balance entre la cantidad abrumadora de lo que consumimos y experimentamos en la videoesfera, contra la mermada capacidad de incidencia en las decisiones, nos brinda un panorama muy desesperanzador y abrumador por la impotencia de incidir en las decisiones sociales, por la lejanía con quienes operan la comunicación y toman las decisiones, es decir, por la inaccesibilidad con el poder. Incluso podemos atisbar horizontes bastante aterradores que nos llevan a la conclusión del autor: los algoritmos provocan una desciudadanización. Y agrega que vamos directo hacia un nuevo capitalismo que nos ofrece: “exposición constante al desempleo y la inseguridad de las violencias, además de sumisión a las formas de gubernamentalidad algorítimica y desgobernabilidad mafiosa” (p. 18).
¡Gulp! He de confesar que, mientras lo leía, sentía algo similar a cuando vi los capítulos de la serie Black Mirror. Una sensación de perder la inocencia, de descubrirme impotente en un mundo nuevo y desconocido para mí.
No puedo referirme a todo el libro, es una tarea interminable. Sólo puedo mencionar que en él se habla de muchos acontecimientos recientes que, en apariencia, brindan la esperanza de movilizaciones ciudadanas: del movimiento de jóvenes #YoSoy132, que criticó la alianza partidista con la televisión y de donde surgió el proyecto de Wikipolítica; de los chalecos amarillos en Francia; del nuevo protagonismo político de los evangélicos latinoamericanos; de la apertura de las redes sociales para desregularizar el poder emisor de los medios de comunicación; del acceso de muchos jóvenes creadores que encontraban en YouTube un horizonte de apertura creadora con menos restricciones y censuras. Sin embargo, a pesar de todas estas movilizaciones contemporáneas, el autor considera que en realidad no conducen a cambiar el sistema ni a crear contrapesos con el poder mediático. Aunque a principios del milenio muchos sociólogos y estudiosos de la comunicación reconocían con entusiasmo esperanzador que el espacio digital aportaba un lugar abierto a la participación de quienes no monopolizaban los medios de comunicación, y celebraban el potencial democratizador de la comunicación en las redes sociales; para García Canclini ese sueño terminó cuando se reacomodaron en el poder monopólico las corporaciones mediáticas de las redes sociodigitales y empezaron a instrumentar:
El saber gigantesco de los algoritmos, su capacidad de empalmar miles de millones de comportamientos individuales, aparece como el nuevo poder estructurador. Pero la lógica totalitaria de su apropiación de datos personales y la ineptitud de los sistemas algorítmicos para crear gubernamentabilidad social dejan fuera, sin intervenciones eficaces, a los ciudadanos-consumidoresusuarios [p. 153].
En el presente, la videopolítica acarrea el alejamiento con los votantes, la apertura al debate es inhibida por ejércitos de troles que inciden a favor o en contra de un candidato o un argumento; el significado real del trabajo flexible oculta la informalidad, la inestabilidad y conduce a la paralegalidad de los sectores jóvenes; el vaciamiento de las palabras y los símbolos que desplazan las operaciones ideológicas; el tecnocapitalismo de la mano de las empresas tipo Uber y Airbnb que alientan un nuevo capitalismo al margen de la responsabilidad frente a los Estados nacionales, sin compromiso con los empleados y los usuarios. Sumado a ello, por un lado, está el papel de las fake news, que constantemente se toman como la gran verdad y generan reacciones impredecibles. Pero, por el otro, los acontecimientos que quedan tan sólo en eso, sin mayores repercusiones.
Éste no es un tratado de felizología; tampoco un ensayo catastrófico y desesperanzador. Sin embargo, percibo un halo de pesimismo cuando advierte que los intentos ciudadanos, aunque irrumpen en el momento de su manifestación, no parecen poder tener una continuidad en un proyecto político de largo aliento. Sus reflexiones finales incluyen una invitación a buscar salidas al laberinto tecnológico alentando una descolonización de las tecnologías para “explorar de modo flexible cuándo sirven como lugares para ir a pensar y ensayar modos distintos de acción” (p. 164).
Y, mientras escribo esta reseña, sucede algo inusitado que coloca la balanza de mis expectativas más del lado de la esperanza. Decenas de mujeres aparecen en las redes sociales cantando y bailando Un violador en tu camino. Se trata de un grupo de teatro feminista que logra colocar un reclamo en texturas rítmicas fáciles de entonar y de seguir en pasos bailables con el cuerpo. Aunque hay alegría rítmica, los gestos de los pasos interpretados son signos con los cuales se denuncia el sometimiento de millones de mujeres que sufren abusos sexuales y que, además de ser victimizadas, son culpabilizadas por provocar a los hombres. Su coreografía -que incluye canto y baile- se transmite desde Valparaíso, Chile, por las redes sociales, y en minutos se viraliza por el mundo entre las redes feministas. A menos de una semana, los algoritmos contribuyen a hacer que los bits se encarnen en los cuerpos de mujeres que toman calles y recintos públicos en distintos escenarios del planeta para externar y señalar quiénes son los violadores, y convertir este performance en un acto político donde participan y es propiciado por las estructuras de poder: la Iglesia, los jueces, la policía, hasta el mismo presidente. La corporalización de los algoritmos de Un violador en tu camino resultó ser una apropiación corporal de las tesis de Rita Laura Segato, una brillante antropóloga argentina-brasileña que ha logrado surcar los muros especializados de la academia para, con sus ideas, influir en el feminismo ciudadano latinoamericano. La coreografía se practicó en México, Argentina, Colombia, Londres, París e incluso llegó hasta Estambul. Un violador en tu camino logró constituirse en un canto desestabilizador del régimen de los algoritmos y de los poderes patriarcales. Ello es una prueba más de que, con creatividad, las redes sociales pueden ser practicadas y transformadas como territorios ciudadanos, ya que permiten multiplicar en instantes las expresiones globales del malestar. En este caso, la actividad ciudadana de las mujeres no quedó en un like registrado para posteriores algoritmos, sino que generó un activismo en dominó que, gracias a la simultaneidad de voces y cuerpos enlazados, adquirió la capacidad de tomar los espacios, de colocar los rostros de la culpabilidad y la responsabilidad de cada violación en las estructuras sociales que lo hacen posible. Lo que no sabemos es si sólo quedará en un acontecimiento o si podrá remover las estructuras de perdigón que sostienen el régimen global heteropatriarcal. Eso ya lo dirá la historia. Por lo pronto, vale la pena leer este libro y agradecer a su autor el esfuerzo de buscar la ciudadanía en la penumbra de la fragmentación, pero en el lugar donde cayeron las llaves.
Por último, agregaría mi reconocimiento al Centro Maria Sibylla Merian de Estudios Latinoamericanos Avanzados en Humanidades y Ciencias Sociales (calas) por otorgar las becas que propician que los intelectuales latinoamericanos piensen y escriban con la profundidad que requiere enfrentar los nuevos dilemas del mundo contemporáneo.