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Perfiles latinoamericanos
versión impresa ISSN 0188-7653
Perf. latinoam. vol.15 no.30 México jul./dic. 2007
Artículos
La temprana recepción de Max Weber en la sociología argentina (1930-1950)
Alejandro Blanco*
* Universidad Nacional de Quilmes/CONICET.
Recibido el 26 de julio de 2006.
Aceptado el 07 de febrero de 2007.
Resumen
Antes de las primeras traducciones de Max Weber al español, Historia económica general y Economía y sociedad, ambas editadas por el Fondo de Cultura Económica en 1942 y 1944 respectivamente, su pensamiento ya era conocido en Argentina por aquellos que tenían a su cargo la enseñanza de la sociología en las universidades. Las primeras referencias a sus trabajos aparecieron a comienzos de la década de 1930 en un contexto intelectual caracterizado, en términos generales, por una revuelta contra el positivismo y la difusión del pensamiento alemán en general y del pensamiento sociológico en particular. Durante aquel período la sociología era un campo emergente y los sociólogos enfrentaban la tarea de justificar su dominio de conocimiento y sus respectivas perspectivas analíticas. En este contexto, se podría preguntar, ¿quién fue Weber para los lectores argentinos? ¿Qué temas de su vasta obra fueron seleccionados en el contexto de las preocupaciones locales? Este ensayo explora, entonces, las diferentes interpretaciones de las ideas de Max Weber e intenta mostrar cómo estas últimas se articularon con diferentes concepciones de la disciplina.
Palabras clave: sociología, recepción, Max Weber, interpretación.
Abstract
Max Weber's thought was known in Argentina's scholarly milieu in the years preceding the first translations into Spanish of his works, Historia Económica General and Economía y Sociedad, both edited by Fondo de Cultura Económica in 1942 and 1944 respectively. The first references to Weber 's oeuvre appeared at the beginning of the '30s in an intellectual context characterized by the revolt against positivism and the diffusion of German thinking in general, and its sociological thinking, in particular. During that period, sociology was an emerging field and sociologists faced the task of justifying their practice and kinds of approach. Nevertheless, there were different views of the discipline each of which articulating a specific interpretation of Weber 's contribution. Given this situation, we may wonder, who was Weber for argentine readers? Which themes of his vast work were selected in the context of local intellectual concerns? In sum, this paper explores the different interpretations of Max Weber ideas showing how these became articulated with the different conceptions of the discipline struggling for supremacy in a given, still incipient, disciplinary field.
Key words: sociology, reception, Max Weber, interpretation.
La temprana recepción de Max Weber en la sociología argentina (1930-1950)1
En 1944, el Fondo de Cultura Económica protagonizó un hecho sorprendente al poner a disposición de los lectores de habla hispana la primera versión integral en lengua extranjera de Economía y sociedad, la obra de mayor aliento teórico de Max Weber.2 Dos años antes, la misma editorial había publicado del autor Historia económica general. Aunque el examen de las repercusiones de ese evento editorial en el contexto de una historia de las ciencias sociales en América Latina es, todavía, una asignatura pendiente (¿que repercusiones tuvo esa primera edición castellana de Weber?, ¿quiénes se interesaron y por qué en su obra?) hay un hecho, sin embargo, sobre el que quisiera llamar la atención: en la Argentina la figura de Weber ya era conocida antes de las primeras traducciones al castellano.
En efecto, en 1932 Raúl Orgaz consagró un capítulo de La ciencia social contemporánea a un examen de su obra (Orgaz, 1932a). Nueve años más tarde, Alfredo Poviña publicó La metodología sociológica de Max Weber (Poviña, 1941) y ese mismo año, Renato Treves se ocupó de Weber en Sociología y filosofía social (Treves, 1941). En fin, que su figura era relativamente conocida lo revela el comentario que Roberto Fraboschi consagró en el Boletín del Instituto de Sociología a la aparición de Economía y sociedad. En efecto, como disculpando la pálida y escueta reseña concedida al libro, Fraboschi reconocía que "esta obra es ya suficientemente conocida a través de citas y comentarios. Nos limitamos, por lo tanto, a dar esta simple noticia de la aparición en castellano de este estudio que ha de interesar a los estudiosos en ciencias sociales" (Fraboschi, 1944: 364). Finalmente, y también a propósito de la aparición de Economía y sociedad, Francisco Ayala consagró dos notas a Weber en el diario La Nación (Ayala, 1947).
Todos los autores mencionados eran profesores de sociología en las principales universidades argentinas y miembros del consejo de una institución consagrada a los estudios sociológicos, el Instituto de Sociología de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, creado por Ricardo Levene en 1940. Fue entonces entre los sociólogos o mejor dicho, en el campo de la sociología universitaria antes que entre los filósofos o los historiadores donde la obra de Weber despertó interés y encontró a sus primeros intérpretes. Pero, ¿qué Weber?, ¿el proponente de una nueva visión de la ciencia social?, ¿el teórico de la racionalización?, ¿el portavoz de una sociología comprensiva?, ¿el heraldo de una renovada concepción de la acción humana?, ¿el exponente de una sociología histórica comparada?
En principio, y más allá de la respuesta a dichos interrogantes, lo que primero llama la atención es el carácter temprano de esa recepción comparada con lo que ocurrió en los países centrales. En efecto, y según la evidencia empírica disponible, durante la primera mitad del siglo XX la figura de Weber permaneció prácticamente ignorada en los países centrales, al menos entre los sociólogos. En Alemania, la recepción de Weber durante los años de la República de Weimar fue extremadamente selectiva y, en rigor, bastante débil a la luz de la totalidad de su obra. Ciertamente, la tesis de Weber sobre el protestantismo fue ampliamente discutida en los medios intelectuales alemanes, pero fundamentalmente por la comunidad de los historiadores. Los profesores de sociología del período, Vierkandt, Rumpf, von Wiese, Geiger, Freyer, Meusel y Dunckmann apenas se refirieron a Weber (Shils, 1970; Schroeter, 1980). La atención prodigada a la aparición de Economía y sociedad corrió por cuenta de aquellos que no eran sociólogos y se hallaban al margen de las disciplinas establecidas. Revelador en este respecto es el hecho de que entre 1922 y 1947 se vendieron menos de 2 000 copias de dicha obra frente a las 12 000 del ahora olvidado tratado de Gustav Schmoller, Grundrif der allgemeinen Volkswirtschaftlehre, entre 1900 y 1920 (Käsler, 1988). "Outsider", o simplemente ignorado, el redescubrimiento de Weber en la Alemania de posguerra se puso en movimiento a través de la mediación norteamericana, y en especial, de la interpretación, que se volvería influyente, de Talcott Parsons (Parsons, 1968).
Algo no muy diferente ocurrió en Francia. Ni Durkheim, ni su escuela, como tampoco la Revue Internationale de Sociologie otorgaron la menor atención a Weber. En una fecha tan tardía como 1959 apareció la primera versión francesa de un texto de Weber, Le savant et le politique, traducido por Julien Freund y acompañado de un estudio introductorio de Raymond Aron. Hacia los años treinta, Raymond Aron, en principio, y Julien Freund, más tarde, emprendieron la difusión de Weber, pero los frutos de esos esfuerzos se hicieron sentir veinte años más tarde (Pollak, 1986; Hirschhorn, 1988). En Inglaterra la recepción fue casi paralela a la que tuvo lugar en Estados Unidos, aunque el proceso fue mucho más lento a raíz del tardío establecimiento de la sociología en las universidades. En la entreguerra los sociólogos tuvieron alguna participación en el debate en torno a la ética protestante, estimulados en parte por la aparición, en 1926, del libro de Richard Tawney, Religion and the Rise of Capitalism, y por entonces, igualmente, los escritos metodológicos de Weber comenzaron a recibir atención en los trabajos de Morris Ginsberg. Pero no fue sino hacia la posguerra, y en parte debido a una expansión de la enseñanza de la sociología en el sistema universitario, que su obra concitó un interés sostenido entre los sociólogos (Kivisto y Swatos, 1988). También en Italia Weber permaneció desconocido. Ni en Vilfredo Pareto, ni en Rodolfo Mondolfo como tampoco en Antonio Labriola es posible hallar referencias a su obra. Solamente en un protegido de Weber, Robert Michels, pero sin eco alguno (Shils, 1970).
En rigor, fue en Estados Unidos donde la obra de Weber alcanzó la más rápida y amplia difusión. Sin embargo, y con excepción de La ética protestante y el espíritu del capitalismo, traducida por Talcott Parsons en 1930, los trabajos más relevantes fueron editados en la posguerra.3 Ciertamente, hacia las primeras décadas del siglo XX existía un cierto conocimiento de Weber que se debió, en buena medida, a Frank Knight, un economista institucional que en 1927 tradujo Wirtschaftgeschichte como General Economic History. Pero lo cierto es que Weber, era conocido más como historiador económico o economista que como sociólogo. En su autobiografía, Talcott Parsons confesó no haber oído mencionar el nombre de Max Weber durante los años veinte ni en el Amherst College de Massachusetts ni en la London School of Economics. (Parsons, 1970). En rigor, quienes leen y difunden a Weber en Estados Unidos son, en realidad, aquellos que se han graduado en Alemania, especialmente en la propia universidad de Weber, Heidelberg, y en su mayoría son de origen alemán (Theodore Abel, Alexander von Schelting, Pitirim Sorokin, Howard Becker, Paul Honigsheim, Talcott Parsons, Albert Salomon, Carl Meyer, Adlph Lowe, Alfred Schutz, Hans Speier, Hans Gerth y Reinhard Bendix). Todos ellos escribieron sobre Weber desde los años veinte en adelante, pero no fue sino hasta los treinta que comenzaron a desplegar una labor activa en las universidades norteamericanas (Shils, 1970; Platt, 1985; Kivisto y Swatos, 1988). En resumen, la literatura relativa al tema confirma la impresión de que, salvo en Estados Unidos, Weber no fue una figura relevante en los medios sociológicos antes de la posguerra y que, en rigor, sus ideas devinieron influyentes en el viejo continente a partir de la mediación norteamericana.
Ahora bien, ¿a qué circunstancias debemos este temprano interés en la figura de Weber entre nuestros sociólogos? Dado que la recepción de un autor está siempre asociada, de un modo o de otro, a los proyectos y apuestas intelectuales y científicas de sus diferentes receptores, todo fenómeno de recepción es, inevitablemente, selectivo. Según sea la naturaleza y el alcance de esos proyectos y apuestas intelectuales, determinados campos temáticos serán privilegiados en lugar de otros. Y bien, ¿en torno a qué campos temáticos y con qué proyectos teóricos estuvo centrada esa primera recepción de Weber en la Argentina? El estudio de las referencias a un autor extranjero ha observado Michel Pollak suele transformarse en revelación de las tensiones y los polos que estructuran las líneas de fuerza de un determinado campo intelectual (Pollak, 1986). Las primeras referencias a Max Weber en la Argentina aparecieron en un momento en que la sociología era, todavía, una disciplina en formación y, como tal, deseosa de afirmar su legitimidad intelectual en el sistema universitario. Diferentes concepciones de sus tareas como de sus métodos estaban por entonces en discusión. Fue precisamente en este contexto en que la obra de Weber estuvo en el centro de la atención de los profesores de sociología y llegó a convertirse en un objeto de disputa entre los primeros comentaristas. En este trabajo exploraré las distintas interpretaciones de las ideas de Max Weber e intentaré mostrar cómo estas últimas se articularon con concepciones diferentes, y hasta rivales, de una disciplina por entonces en formación.
Difusión editorial y enseñanza universitaria
En 1934, Ricardo Levene, por entonces profesor titular de sociología de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, presentaba la edición castellana de Filosofía de la sociedad y de la historia, de Alfred Vierkandt, en los siguientes términos: "Los estudios de sociología exigen especialización filosófica y jurídica. Tal disciplina y su amplio desenvolvimiento es el dominio abarcado por el sociólogo auténtico, remplazando a cientifistas y pragmatistas, los que declaman sobre el imperio de las leyes naturales absolutas rigiendo las sociedades humanas como a la naturaleza y confunden su contenido con una medicina social" (Levene, 1934: 2).
Estas palabras resumen, de algún modo, el contexto intelectual más general como las preocupaciones que dominaron los medios filosóficos y sociológicos durante la década de 1930, contexto caracterizado por lo que se dio en llamar la reacción antipositivista de cuño "espiritualista" (Romero, 1952). Un rasgo de esa reacción, como se desprende de las afirmaciones de Levene, estuvo constituido por la importancia dada a la filosofía y el derecho en la comprensión e interpretación de la vida social, frente al privilegio otorgado por el positivismo a las ciencias naturales. En el nuevo clima intelectual, los derechos del espíritu se anteponían a un cientificismo materialista y mecanicista cuya aproximación naturalista a la vida social, según se argumentaba, terminaba reduciendo todo lo referente al comportamiento humano a las férreas leyes de la materia. Al mismo tiempo, se cuestionaba la pretensión positivista de transferir métodos que solo resultaban válidos para analizar el mundo material al dominio de lo subjetivo el cual, incuantificable por naturaleza, debía quedar sometido a un tipo de saber que fuera capaz de poner de relieve la autonomía de la personalidad.
En el contexto de esa reacción positivista, y especialmente en los medios filosóficos, la cultura alemana se convirtió en una referencia central en la crítica al positivismo. Dilthey, Husserl, Heidegger y Hartmann se contaron entre los filósofos más frecuentados. La Revista de Occidente y la Biblioteca de Ideas del siglo XX, ambas bajo la dirección de Ortega y Gasset, se constituyeron en los canales más significativos del ingreso y difusión de la cultura alemana en los círculos doctos (López Campillo, 1972). La editorial de la Revista de Occidente publicó entre 1924 y 1936 unos 205 títulos distribuidos entre las 20 colecciones con que contaba. La colección "Nuevos Hechos, Nuevas Ideas", la más importante en el dominio de la filosofía y de las ciencias sociales, editó 39 títulos entre 1925 y 1935.4
Un efecto derivado de esa apertura a la cultura alemana fue la implantación editorial de la sociología alemana en la Argentina. En efecto, a partir de los años veinte la Revista de Occidente lanzó al mercado las primeras traducciones de las principales figuras de la sociología alemana: seis títulos de George Simmel, tres de Othmar Spann y dos de Ferdinand Tönnies, Hans Freyer y Werner Sombart, respectivamente.5 A partir de los treinta, a su vez, la sociología alemana comenzó a ganar importancia en los escritos de nuestros profesores de sociología. Raúl Orgaz escribió sobre Simmel y Vierkandt (Orgaz, 1932b) y consagró tres capítulos de su libro La ciencia social contemporánea a un examen de la ciencia social en Alemania, en el que incluyó su ensayo sobre Max Weber (Orgaz, 1932a). En dos ensayos publicados en Cursos y conferencias, Alfredo Poviña se ocupó de Simmel, Vierkandt y von Wiese (Poviña, 1933a, 1933b). Hacia los años cuarenta, la atención se desplazó hacia Hans Freyer y Max Weber (Poviña, 1939, 1941a; y Treves, 1941).
Esa implantación editorial de la sociología alemana pronto se haría sentir tanto en la enseñanza de la disciplina como en los modos de su comprensión. En efecto, si hasta esa fecha los nombres que están en el centro de la atención de nuestros profesores de sociología son los de Herbert Spencer, Augusto Comte, Franklin Giddings, Emile Durkheim y Gabriel Tarde, hacia la década de 1930 los programas de enseñanza incorporan lecturas de G. Simmel, L. Von Wiese, A. Vierkandt, R. Stammler, M. Scheler, O. Spann, F. Tönnies, H. Freyer, K. Mannhiem y M. Weber. Algo no muy diferente puede observarse en los programas de sociología de otros países de América Latina (Poviña, 1941b).
A su vez, y como parte de aquella reacción antipositivista ya mencionada, la autocomprensión "positivista" de la sociología vigente hasta las primeras décadas del siglo XX se vio desplazada por una autocomprensión "culturalista", que presuponía el trazado de una rígida frontera entre la investigación empírica o sociografía y la sociología pura o ciencia de la cultura. De acuerdo a esta nueva visión, sobre la que existía un relativo consenso entre los practicantes de la disciplina, la sociografía, guiada por métodos naturalistas, era concebida como disciplina auxiliar de la sociología; a esta última quedaba reservada la tarea de conocer aquella dimensión de la vida social que, dada su naturaleza eminentemente espiritual, exigía una aproximación en los términos de una comprensión intuitiva.
De algún modo, el período en que el que la sociología alemana se integra a los programas de enseñanza de la sociología coincide con esa apertura e implantación editorial de la cultura alemana en la Argentina. A partir de entonces, y hasta fines de los años cuarenta, la sociología alemana se convertiría en un importante universo de referencia entre los practicantes de la disciplina. Revelador sobre este punto hay un hecho: en 1938 Alfredo Poviña obtuvo el cargo de Profesor Adjunto de Sociología en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires con un extenso escrito sobre Hans Freyer (Poviña, 1939).
Ciertamente, aunque llamativa, esta propagación de la sociología alemana no era un rasgo exclusivo de los medios intelectuales argentinos. En rigor, el mismo ascendiente y prestigio tenía dicha tradición en los países centrales como en algunos de América Latina, y estaba en el centro de la atención internacional de todos aquellos que por entonces estaban a la búsqueda de los fundamentos epistemológicos que fueran capaces de proporcionar a la sociología respetabilidad disciplinaria en el concierto de las ciencias sociales. Como es bien sabido, a mediados de los años veinte el sociólogo norteamericano Talcott Parsons se dirigió a Alemania un viaje, por lo demás, que continuaba el patrón de sus inmediatos predecesores que se dirigieron allí en busca de la ciencia social (Levine, Carter, y Gorman 1976) y a su regreso publicaría parte de su tesis doctoral referida a la interpretación del capitalismo en dos autores alemanes, Werner Sombart y Max Weber (Parsons, 1928 y 1929). Más tarde, en 1937, publicaba La estructura de la acción social, una obra que, de alguna manera, cambiaría el curso de la sociología y que no puede explicarse sino a partir de su encuentro con la cultura sociológica alemana, especialmente con la figura de Max Weber (Parsons, 1970). Desde Francia, Raymond Aron siguió un itinerario similar, y escribió a su regreso, por expreso pedido de Celestin Bouglé, el informe más comprehensivo y quizá por entonces más consultado sobre la sociología en Alemania, La sociologie allemande contemporaine (Aron, 1936). Tanto Parsons como Aron liderarían, aunque con desigual fortuna, la introducción de la sociología alemana en sus respectivos países (Shils, 1970; Hirschhorn, 1988). También en América Latina la sociología alemana hallaría fuerte resonancia, especialmente en México y Brasil. En México, el grupo editorial del Fondo de Cultura Económica y la Revista Mexicana de Sociología, animadas por un grupo de exiliados españoles, obrarían como los principales focos de difusión (Zabludovsky, 1998 y 2002). En Brasil, dicha difusión fue canalizada a través de la revista Sociología, fundada en 1939 por Emílio Willems (Villas Boas, 1994 y 2006).
En cualquier caso, revuelta contra el positivismo e ingreso editorial de la cultura alemana, en este contexto es que la obra de Max Weber comienza a ser objeto de atención en los medios sociológicos. Con todo, durante los años treinta la presencia de Weber en el concierto de los autores alemanes es todavía relativamente marginal. Simmel, Vierkandt y von Wiese acaparan las preferencias. El índice onomástico de la Historia de la sociología en Latinoamérica de Alfredo Poviña, publicada en 1941, refleja de algún modo esto último: el nombre de Max Weber tiene siete entradas frente a las 32 de Durkheim, 22 de Tarde y 19 de Simmel.
Marginal es también la presencia de Weber en el campo editorial. En efecto, aun cuando para la época como se ha visto las ediciones castellanas de sociólogos alemanes se incrementan de manera notable, la obra de Max Weber no figura entre ellas. Todavía más. La sección "Proposiciones para futuras traducciones: (libros cuya traducción es deseable)" del catálogo Filosofía alemana traducida al español tampoco incluye ningún título de Weber (Schmidt-Koch, 1935). El catálogo sugería, en cambio, Soziologie als Wirklichkeitswissenschaft, de Hans Freyer, que más tarde sería traducida por Francisco Ayala para su colección "Biblioteca de Sociología" de la editorial Losada; Lebensanschauung, de George Simmel, Die drei Nationalökonomien, de Werner Sombart, Einheit der Sinne y Die Stufen des Organischen und der Mensch, de Hemult Plessner, y Gemeinschaft und Gesellschaft, de Ferdinand Toennies, que sería también editado más tarde por Ayala en la colección de Losada. El dato es, en cierto modo, revelador del estado del campo: hacia mediados de la década de 1930 la sociología alemana se resume fundamentalmente en los nombres de Simmel, Toennies, Sombart, Spann, Freyer y Vierkandt, entre otros, y nos pone en guardia frente a la corriente "ilusión retrospectiva" de asignar a Weber, a la luz de su importancia contemporánea, un lugar en el pasado que por entonces no tenía.
Las primeras interpretaciones
Sin embargo, y como fuera subrayado más arriba, ya hacia los años cuarenta Weber comienza a ganar mayor notoriedad entre nuestros profesores de sociología y su obra es objeto de una atención más sistemática. En 1947, Gino Germani, que por entonces dirigía la colección de libros de ciencias sociales "Ciencia y Sociedad" en la editorial Abril, anunciaba la próxima aparición de La sociología alemana, de Raymond Aron, en los siguientes términos: además de un estudio sobre los sociólogos alemanes decía "[el libro de] Aron presta una consideración especial a Max Weber, dedicándole un extenso capítulo de la obra".6 La inscripción revela entonces no solamente la importancia y reputación de la sociología alemana entre el público de habla hispana, sino también la importancia que había adquirido Weber en la constelación de dicha tradición. Por lo demás, en las comunicaciones presentadas en la Primera Reunión Nacional de Sociología, celebrada en Buenos Aires en 1950, las reiteradas referencias a Max Weber sugieren que la invocación de su nombre era ya un lugar común de la conversación en la comunidad de los sociólogos (Cuevillas, 1950).
Por entonces, como fuera anticipado, la sociología era un campo en formación. En efecto, y aun cuando la primera carrera de sociología sería creada recién en 1957 por Gino Germani, en la década comprendida entre 1940 y 1950 la disciplina experimenta un importante proceso de institucionalización. Aparecen las primeras instituciones especializadas en los estudios sociológicos, la primera publicación oficial consagrada a la materia, las primeras colecciones de libros especializadas y las principales organizaciones formales de la disciplina. Así, en 1940, se creó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires el primer Instituto de Sociología bajo la dirección de Ricardo Levene; al año siguiente, en la Universidad Nacional de Tucumán, el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociológicas, dirigido por Renato Treves. En esos años, asimismo, apareció la primera publicación oficial consagrada a la materia, el Boletín del Instituto de Sociología, y las dos primeras colecciones de libros: la "Biblioteca de Sociología" de la editorial Losada, dirigida por Francisco Ayala, y la colección anteriormente mencionada, dirigida por Gino Germani (Blanco, 2003). A su vez, en 1947 apareció el primer tratado relativo al tema, el Tratado de sociología, redactado por el mismo Ayala y editado por la misma editorial en tres gruesos y macizos volúmenes. Finalmente, en 1950 se crean las principales organizaciones formales de la disciplina: la Academia Argentina de Sociología, dirigida por Alberto Baldrich y la Asociación Latinoamericana de Sociología, presidida por Alfredo Poviña (Blanco, 2005).
Sin embargo, esta relativamente exitosa implantación institucional no fue el resultado de una previa unidad intelectual. Por el contrario, en términos intelectuales la sociología se hallaba fragmentada: era objeto de diversas representaciones y estaba asociada con distintas actividades intelectuales. Dentro de ella cabía el estudio histórico de las ideas sociales, el estudio de los sentimientos y creencias que forman el carácter de una nación, el examen del presente a través de su morfología así como el estudio de las doctrinas sociológicas. La misma producción intelectual reflejó esa heterogeneidad. Sin embargo, y aun cuando el ensayo político, la historia de las ideas y, en menor medida, los informes de investigación empírica fueron géneros cultivados por esos primeros sociólogos, el libro de texto y el tratado llegarían a convertirse en los géneros más extendidos.
Esto último resulta comprensible en el contexto de la situación en la que se encontraba la disciplina como de una rápida morfología de la misma. En principio, la enseñanza de la disciplina no se realizaba con el fin de formar sociólogos sino de ofrecer a los estudiantes de otras carreras una suerte de complemento cultural relativo a un conocimiento de los fenómenos sociales. En tal sentido, la inserción de la sociología en el contexto universitario no era todavía la de una disciplina autónoma sino "auxiliar" de las disciplinas ya establecidas, fundamentalmente del derecho y de la filosofía. Con excepción de Ricardo Levene, historiador de profesión, y de Gino Germani, que había cursado estudios de contabilidad y de administración en su Italia natal, y había obtenido el grado en filosofía en la Universidad de Buenos Aires, todos, incluidos los otros dos extranjeros, Francisco Ayala y Renato Treves, eran abogados de formación y la enseñanza de la sociología era, para la gran mayoría, una actividad subsidiaria de su actividad principal. Incluso, algunos combinaban el ejercicio de esta última con la actividad política. Su papel principal era en tanto profesionales de la sociedad o como maestros universitarios y, en general, no se esperaba de ellos que realizaran investigaciones empíricas. Más todavía, y con algunas excepciones, todos miraban con recelo la sociología empírica, a la que identificaban con la sociología norteamericana, y a la que juzgaban unas veces de "practicista", otras de "naturalista" o como "mero catálogo de fenómenos sociales", pero, en cualquier caso, siempre de manera negativa.
Al respecto, un examen de lo publicado en el Boletín del Instituto de Sociología de la Universidad de Buenos Aires durante esos años alcanza para advertir que los primeros ensayos de investigación empírica serían obra casi exclusiva de Germani, y apenas llegarían a despertar el interés de los restantes miembros del Instituto. En efecto, de los 58 artículos aparecidos en el Boletín entre 1942 y 1947, sólo seis trataban de asuntos de "morfología social" y de ellos, cinco estaban firmados por Germani. En su casi totalidad, los artículos estaban consagrados o bien a un examen de las teorías sociológicas, o bien a la historia de las ideas sociales, o bien se trataba de informes de la enseñanza de la disciplina en universidades nacionales y del extranjero. Esta escasa atención prestada a la investigación empírica puede explicarse, asimismo, por un "efecto de formación". De carácter filosófico y normativo antes que positivo, el derecho era una disciplina que se inclinaba mucho más hacia la reflexión sobre las ideas que hacia la investigación empírica, y mucho menos hacia la investigación empírica de carácter cuantitativo. La formación inicial de Germani en administración y contabilidad, en cambio, le proporcionaba una destreza especial en el manejo de las estadísticas, colocándolo así en mejores condiciones para ajustarse a las competencias que demanda la investigación empírica, y especialmente, la de carácter cuantitativo. No debe sorprender entonces que, en el contexto de las actividades del Instituto de Sociología, su director, Ricardo Levene, haya confiado a Germani tanto las secciones de "Investigaciones del Instituto de Sociología" y de "Datos sobre la realidad social argentina contemporánea" (esta última destinada a recoger y analizar información estadística relevante); como tampoco la designación de Germani como delegado del Instituto de Sociología a la Comisión Asesora en Demografía para la realización del IV Censo Nacional (Blanco, 2006).
En cualquier caso, y dado su carácter de disciplina en formación, una parte de aquella producción intelectual estuvo destinada a establecer sus credenciales y obtener reconocimiento en el campo mediante una definición de su dominio temático y su especificidad metodológica. El debate relativo a este tópico se planteó en los siguientes términos: ¿era la sociología una ciencia del espíritu o una ciencia positiva? ¿Debía regirse por el método de la comprensión o por métodos naturalistas? Fue en el contexto de este campo temático en el que la obra de Max Weber despertó el interés de los sociólogos locales y ello explica que el eje de dicha recepción haya estado centrado casi exclusivamente en las cuestiones relativas al método. En general, dos cuestiones atrajeron la atención de los comentaristas, el método de la comprensión y el concepto del tipo ideal.
En la interpretación de Raúl Orgaz, la obra de Weber resultaba relevante en torno a dos problemas diferentes pero estrechamente relacionados: el de la definición de la realidad de lo social y el del método. En lo que respecta al primer problema, Orgaz situaba la "sociología comprensiva" de Weber en la línea de la sociología formalista de Simmel y von Wiese. Su definición de la realidad de lo social en tanto actuación humana dotada de sentido permitía así, según nuestro intérprete, oponerla tanto a una "concepción romántica" de la sociedad, que ve en ésta una entidad viviente o una personalidad, como a una "concepción mecanicista", que priva a la acción humana de sentido subjetivo.
En lo que atañe a la cuestión del método, Orgaz que seguía en este punto la interpretación de Pitirim Sorokin, por entonces la más autorizada, al menos entre el público de habla hispana (Sorokin, 1928) argumentaba que el mérito de la metodología sociológica de Weber residía en haber reemplazado las nociones de causa y efecto, propias de una definición mecanicista de la acción humana, por las de "variable" y "función". Los estudios religiosos de Weber, según nuestro intérprete, ilustraban esta aproximación metódica, caracterizada por un rechazo a las interpretaciones unilaterales (economismo histórico y filosofía económica de la historia) en provecho de un esquema funcional e interdependiente. A este respecto, señalaba: "Al ilusorio monismo reemplaza el pluralismo causal; a la relación unilateral, la relación funcional; a la causa, la variable y al efecto, la función; a la dependencia singular, la interdependencia" (Orgaz, 1950: 163). En un argumento muy similar al que pocos años más tarde desplegaría Talcott Parsons, Orgaz reconocía que tanto en Weber como en Durkheim y Pareto podía discernirse un planteamiento nuevo y convergente en torno del problema de la causalidad, "verdadero corazón de una sociología científica" (Orgaz, 1950: 58). Todavía más. Orgaz reconocía que el mérito tanto de Weber como de Durkheim residía en que ambos habían sacado la indagación sociológica "del atrayente pero riesgoso sendero de la introspección y de la intuición, dominios favoritos de otros sociólogos, como Tarde y Simmel" (Orgaz, 1950: 58). En este sentido, Orgaz argumentaba que incluso cuando Weber asumiera la comprensión como el método característico de las ciencias sociales, se trataba de una asunción desprovista de implicaciones filosóficas, y que buscaba, por el contrario, "integrar ese método, que permite captar por intuición un sentido, con la explicación estrictamente científica" (Orgaz, 1950: 149).
La presentación del sociólogo alemán efectuada por Alfredo Poviña se iniciaba con una clasificación retrospectivamente curiosa: inscribía La ética protestante y el espíritu del capitalismo como parte de sus "trabajos económicos" mientras que asignaba a Economía y sociedad el estatuto de su verdadero trabajo sociológico. A diferencia de Orgaz, Poviña identificó a Weber como "el mejor representante de la sociología histórico-cultural o espiritualista" (Poviña, 1941: 5). Esta identificación aparece enfatizada en otro pasaje del texto en el que, refiriéndose a la famosa máxima weberiana según la cual la sociología es una ciencia que pretende entender, interpretándola, la acción social para de esa manera explicarla causalmente en su desarrollo y efectos, Poviña comenta: [la sociología] "es una disciplina de comprensión interior, en primer término" y que de "esas nociones se desprende que esta ciencia se propone, ante todo, comprender, y solo secundariamente, explicar la acción social" (Poviña, 1941: 7). En las conclusiones de su ensayo Poviña apuntaba que "nos parece que su doctrina, aunque no rigurosamente metódica ni orgánica, representa la mejor expresión de la sociología como ciencia de tipo cultural o espiritualista. Sólo tiene en cuenta la materia de la vida social como reacción exagerada contra el formalismo, vacío de contenido, de la escuela que iniciara Simmel" (Poviña, 1941: 14). Finalmente, Poviña, que también seguía a Sorokin, repetía las mismas críticas de éste críticas que Orgaz, curiosamente, había omitido según la cuales, la debilidad de la obra de Weber residía en que terminaba sacrificando el punto de vista funcional a favor de uno causalista, en el carácter confuso de su noción de ética y en el hecho de que los "hechos", en lo que al origen del capitalismo se refiere, contradecían su teoría. No obstante lo cual, concluía su ensayo confesando que la obra de Weber ofrecía "la sistematización de mayor prestigio intelectual en la sociología alemana de estos últimos tiempos" (Poviña, 1941: 15).
En Sociología y filosofía social, Renato Treves articuló una interpretación muy en sintonía con la que por entonces había elaborado Raymond Aron en Francia. Treves reconocía que, en el contexto de la disciplina, la perspectiva de Weber representaba una "posición particular", que no se ajustaba a "las direcciones examinadas a lo largo del libro (positivista, formalismo crítico y empírico, fenomenología e idealismo, e historicismo)". Treves añadía, asimismo, que "su obra, quizá por ser irreductible a direcciones y a sistemas fijos, puede proporcionar las contribuciones más hondas y concluyentes para comprender la naturaleza del método y del objeto de la sociología" (Treves, 1941: 116). Según el argumento de Treves, el mérito de Weber radicaba en que había logrado definir a la sociología como una disciplina que no pertenece ni a las ciencias naturales ni a las ciencias históricas y en haber subrayado que el método de la comprensión, enfatizado por Dilthey, debía ser integrado por medio de una explicación causal, fundado en el criterio de la adecuación y la probabilidad, y diferente en ese sentido a la causalidad general de las ciencias de la naturaleza como a la causalidad individual de las ciencias históricas. Finalmente, Treves destacaba como meritorio de la posición metodológica de Weber el haber señalado el carácter limitado y relativo de la objetividad, al reconocer que la misma no puede fundarse en valores culturales universales sino en aquellos que en una determinada época se tornan dominantes.
Por último, la interpretación de Francisco Ayala estuvo prácticamente centrada en un examen de la construcción y aplicaciones del tipo ideal y su importancia para el conocimiento sociológico. Ayala, que por entonces había traducido y editado La sociología, ciencia de la realidad. Fundamentación lógica del sistema de la sociología, de Hans Freyer, ofreció una interpretación del tipo ideal weberiano en la línea interpretativa de este último, subrayando especialmente su orientación hacia la captación de la peculiaridad del objeto histórico. En este sentido, presentó una caracterización de la metodología del tipo ideal como un tipo de aproximación a medio camino entre la sociología formalista y una sociología histórica. A este respecto, aunque observó críticamente la tendencia formalista de la conceptuación weberiana que suele recaer "en el tipo de conocimiento físico-matemático", concluyó, no obstante, lo siguiente: "El mérito imperecedero de Weber consiste en haber sabido dar a la conceptuación sociológica el contenido histórico y el emplazamiento histórico sin los cuales se pierde el objeto de la sociología en una serie de formas, al propio tiempo que acentuaba, frente a la historia, el formalismo de los conceptos sociológicos, destinados a servir al conocimiento de estructuras que se repiten con contenidos históricos variables" (Ayala, 1947: 124).
Como ha podido apreciarse, las visiones de Weber entre nuestros profesores de sociología eran bastante divergentes. Levene, quizá el menos familiarizado con la obra del sociólogo alemán y más atento en cambio a la escuela de Durkheim, incluyó a Weber, junto con Karl Marx, en la familia de las "concepciones unitarias" de las que era necesario tomar distancia, calificándolas de "ideológica" y de "económica", respectivamente (Levene, 1942).7 En la interpretación de Poviña, Weber aparecía como una de los exponentes de una concepción de la ciencia sociológica en tanto ciencia cultural o espiritualista mientras que Renato Treves procuraba diferenciar a Weber de las distintas orientaciones que dominaban por entonces la disciplina, situándolo en todo caso en una posición distanciada tanto de una representación de la sociología en tanto ciencia cultural como de una concepción naturalista de la misma. En todo caso, lo cierto es que en torno de la figura de Weber y, en especial, de su perspectiva metodológica, ya existía cierta tradición interpretativa y algunas opiniones encontradas.
Renovación de la disciplina y nuevas claves interpretativas
En 1940, al inaugurar las actividades del Instituto de Sociología de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, su director, Ricardo Levene, anunciaba con cierto regocijo que "la crisis filosófica que aquejó a esta disciplina de contenido complejo" había felizmente concluido (Levene, 1942: 7). Esto significaba para Levene la existencia de un relativo acuerdo sobre el objeto, las tareas y el método de la emergente disciplina. Sin embargo, y como se verá enseguida ese acuerdo era más una expresión de deseos que un hecho a la vista.
En efecto, hacia comienzos de los años cuarenta se inició en América Latina un movimiento de renovación radical de los ideales intelectuales de la disciplina. Se trató de un movimiento tendiente a hacer de la sociología una ciencia empírica. En los medios de habla hispana, el primer libro, de gran circulación y decisivo al respecto, fue Sociología. Teoría y método, de José Medina Echavarría, aparecido en 1941, libro que Gino Germani saludara años más tarde como el que inició "la ola de la sociología científica en América Latina". En el prólogo a la primera edición, Medina Echavarría escribía:
"Se trata de que no puede existir una ciencia sociológica sin una teoría y sin una técnica de investigación. Sin una teoría, es decir, sin un cuadro categorial depurado y un esquema unificador, lo que se llama sociología no sólo no será ciencia, sino que carecerá de significación para la investigación concreta y la resolución de los problemas sociales del día. Sin una técnica de investigación definida, o sea sometida a cánones rigurosos, la investigación social no sólo es infecunda, sino que invita a la acción siempre dispuesta del charlatán y del audaz. [...] La Sociología ha sido siempre la más castigada por la improvisación, y ésta es la que importa cortar de raíz en los medios juveniles" (Medina Echavarría, 1941: 8).
El programa de Medina Echavarría para convertir a la sociología en una ciencia, significaba, a la vez, la aplicación del "método científico" al estudio de los asuntos humanos y la superación de la dicotomía ciencias naturales/ciencias sociales. Aun cuando reconocía la diferencia entre la materia de unas y otras, advertía que el método científico es el mismo para todas las ciencias. Este programa de una unificación de las ciencias o, mejor dicho, de una "unidad del método científico" será el componente más decisivo de la reorientación ensayada por Medina Echavarría.
En sintonía con las formulaciones de Karl Mannheim (cuya obra el propio Medina Echavarría había comenzado a difundir como director de la colección de "Sociología" del Fondo de Cultura Económica) enfatizaba la función instrumental de la sociología: esta última debía servir de guía orientadora de la acción humana. A sus ojos, la redefinición de la sociología suponía rechazar las dos reducciones que habían dominado la discusión sociológica referida al objeto de la disciplina hasta entonces. Por un lado, la "reducción naturalista" (tanto en su variante organicista como ambientalista) que concibe los hechos sociales como fenómenos naturales y la consiguiente necesidad de tratarlos con los instrumentos de las ciencias naturales. Por el otro, la "reducción culturalista" (en sus versiones historicistas o fenomenológicas) que concibe el hecho social como una manifestación de la cultura o del espíritu y que subraya, en consecuencia, métodos especiales de aprehensión de esas totalidades de sentido. Frente a esas dos reducciones, Medina Echavarría declaraba que "la sociología es una ciencia positiva, o sea empírica e inductiva". Por consiguiente, a ella podían aplicarse los métodos que habían demostrado su fertilidad en otras ciencias: observación, experimentación y comparación. El hecho de que la sociología tratara con datos sociales, de carácter eminentemente histórico, no debía modificar en nada, según el autor, la sustancia del planteo. Como ejemplo logrado de esta nueva actualización Medina Echavarría refería el caso de la "sociología norteamericana" en un extenso capítulo titulado precisamente "La investigación social y sus técnicas": "[...] es evidente que el centro de la producción sociológica en lengua inglesa corresponde, en lo que va del siglo, a los Estados Unidos, en donde la sociología alcanza un desarrollo extraordinario y tiene una significación positiva en la cultura y educación" (Medina Echavarría, 1940: 205). Esta temprana referencia a la experiencia norteamericana resulta por demás significativa en un contexto en el que la sociología alemana constituía el universo de referencia casi exclusivo entre los practicantes de la disciplina. Pocos años después, la referencia a la sociología norteamericana, que comenzará a desplazar a la alemana, habría de convertirse en un dispositivo central de legitimación de la disciplina (Blanco, 2004).
Una nueva interpretación de la metodología sociológica de Max Weber habrá de constituir un capítulo decisivo de esa reorientación preconizada por Medina Echavarría. En efecto, una y otra vez el autor insistirá en la necesidad de deslindar a Weber de las "posiciones culturalistas" que, partiendo de la dicotomía entre ciencias del espíritu y ciencias de la naturaleza, operaban una reducción del dato social a un dato del espíritu, concebido este último ya como "esencias", ya como "conexiones o totalidades de sentido" y de esta manera negaban razón de ser a la sociología. O, en todo caso, esta última dejaba de ser "una investigación de la realidad empírica para convertirse en una disciplina filosófica y especulativa" (Medina Echavarría, 1941: 52). En el historicismo, el neo-hegelianismo y la fenomenología [que] "influyeron de manera decisiva gran parte de la sociología alemana durante las tres primeras décadas del siglo XX", Medina Echavarría identificaba ese "lamentable culturalismo", una compañía de la que había que separar a Max Weber (Medina Echavarría, 1941: 46-53). Poco después, en el prefacio a la edición castellana de Economía y sociedad, advertía que "lo que de su obra ha pasado al público y se repite en las aulas no deja de ser una deformación o caricatura de su propio pensamiento" (Medina Echavarría, 1992 [1944]: XIX) En un gesto que describe bien la dirección de las apuestas, Medina Echavarría ponía de relieve la interpretación que, pocos años antes, Talcott Parsons había emprendido en La estructura de la acción social, y a quien no dudaba en calificar como a "uno de los mejores conocedores actuales de Max Weber" (Medina Echavarría, 1992 [1944]: XXII).
En Argentina, los primeros signos de una renovación en esa dirección se hicieron sentir ya en la experiencia asociada con el Instituto de Sociología de Buenos Aires y con el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociológicas de Tucumán y especialmente en torno a tres figuras de la sociología local, Renato Treves, Miguel Figueroa Román y Gino Germani. En principio, ambas instituciones fueron el asiento de las primeras investigaciones empíricas desarrolladas dentro de las universidades y el ámbito de los primeros reclamos en favor de una incorporación de la investigación social a las tareas de la sociología. En el Instituto de Buenos Aires, Germani llevó a cabo una investigación sobre las clases medias y participó activamente durante un tiempo como delegado del Instituto en la Comisión Asesora para la realización del IV Censo Nacional (Blanco, 2003 y 2006). El instituto de la Universidad de Tucumán promovió un programa de investigaciones empíricas sobre la clase obrera en Tucumán. Treves emprendió una investigación sobre los conventillos, publicada como apéndice de un libro precisamente titulado Introducción a las investigaciones sociales (Treves, 1942), y Miguel Figueroa Román, un estrecho colaborador de Treves, que más tarde sucedería a aquel en la dirección del instituto, había iniciado una serie de investigaciones en la misma dirección.
Aquí también la renovación de la disciplina estuvo estrechamente asociada con ese doble movimiento presente en Medina Echavarría: por un lado, el de hacer de la sociología una ciencia empírica y aplicada y, por el otro, la referencia a la sociología norteamericana como una experiencia ejemplar en esa dirección. Así, en Introducción a las investigaciones sociales, libro aparecido en 1942, Renato Treves reconocía que, no obstante la importancia que durante los últimos años había adquirido la enseñanza de la sociología en América Latina, "una cierta desorientación sobre sus propios problemas y objetos así como una tendencia hacia un peligroso enciclopedismo" eran, todavía, los rasgos más visibles del estado de la disciplina. Treves señalaba, asimismo, que "por lo que se refiere a las investigaciones sociales y sociográficas es fácil comprobar que en Latinoamérica no se encuentran investigaciones que puedan compararse con las realizadas, por ejemplo, en Pittsburgh, no solamente por la cantidad de datos y observaciones recogidas, sino también por la organización técnica y el espíritu que las anima" (Treves, 1942: 39).8 En tal sentido, a la vez que instaba a establecer una más estrecha relación entre enseñanza de la teoría e investigación práctica de los problemas regionales, señalaba, asimismo, la necesidad de mirar "la experiencia americana" con el fin de encontrar allí puntos de apoyo para la creación y organización de institutos universitarios de investigación como modo de contrarrestar aquella tendencia hacia el enciclopedismo.
Opiniones en la misma dirección y todavía más enfáticas eran vertidas por su colaborador, Miguel Figueroa Román. En el prefacio a Sociografía y planificación, aparecido en 1946, su autor afirmaba: "La ciencia oficial no ha otorgado aún carta de ciudadanía, entre nosotros, a la planificación ni a la sociografía. En las universidades no se enseña la moderna técnica de la organización estatal ni se procura un conocimiento integral de la realidad social. Los institutos de investigación sólo accidentalmente se ocupan de los problemas sociales y en ningún caso sistematizan la adquisición de los conocimientos necesarios para su estudio" (Figueroa Román, 1946: 11). Sobre la falta de información acerca del desarrollo de la investigación empírica o sociográfica, Figueroa Román dictaminaba: "¿Cómo es posible que nuestros sociólogos no hayan dado categoría de comentario a una orientación de la ciencia que ocupa miles de volúmenes en los Estados Unidos?" (Figueroa Román, 1946: 196-197). Figueroa Román atribuía esta situación a la orientación que predominaba en la enseñanza universitaria "formada sobre viejos moldes europeos, de sentido preferentemente humanístico, y de escaso valor práctico". A diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos continuaba en las universidades argentinas "se enseña sólo la sociología teórica, la historia de la ciencia y la evolución del pensamiento sociológico, lo que sin duda sirve para dar jerarquía al espíritu, pero que debe llevar el complemento indispensable a la sociología aplicada, con sus métodos de investigación y su vinculación a la realidad social" (Figueroa Román, 1946: 197).
Por esos años, Gino Germani publicó un ensayo que se refería a las relaciones entre sociología y planificación desplegando argumentos similares a los esgrimidos por Medina Echavarría. "La sociología afirmaba allí no puede dejar de ser una ciencia empírica e inductiva si es que verdaderamente quiere cumplir su función orientadora en una sociedad que se encamina hacia la planificación" (Germani, 1946a). Traducida a los términos de una disputa por el método, la posibilidad misma de esa función de orientación implicaba entonces la conversión de la sociología en una ciencia positiva (empírica e inductiva) y el subsiguiente abandono del método de la intuición y/o de otras formas alternativas a la observación controlada, pues sólo de este modo estaría ella en condiciones de descubrir uniformidades de la acción humana cuyo conocimiento pudiera ingresar en la elaboración de estrategias de planificación. Convertir a la sociología en una ciencia positiva implicaba entonces torcer el rumbo "especulativo" de la reflexión sociológica y desarrollar un programa de investigaciones empíricas sobre aquellas materias que resultaban estratégicas para la planificación social (Blanco, 2006). Como puede apreciarse, los reclamos de Treves, Figueroa Román y de Germani aspiraban no solamente a otorgar rango universitario a la investigación social sino también a introducir cambios sustanciales en los modos de enseñanza de la disciplina.
Todos estos signos de renovación alcanzarían la forma de un argumento sistemático en una monografía que Germani había preparado para el concurso de Profesor Adjunto de la Cátedra de Sociología de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires. El manuscrito, que ha permanecido prácticamente ignorado en la literatura relativa a la historia de la sociología en la Argentina, llevaba por título Teoría e investigación en la sociología empírica y estaba consagrado a examinar "la posibilidad de una ciencia empírica de la realidad social" (Germani, 1946b: 3). El texto recogía los distintos reclamos que aquí y allá habían sido señalados como parte de una renovación intelectual de la disciplina, fundamentalmente el de incorporar la investigación social y sus técnicas a las tareas de la sociología subrayando al mismo tiempo la relevancia de la teoría en la investigación social.
El argumento central de la monografía apuntaba a mostrar que la separación entre sociografía y sociología, que por entonces dominaba la autocomprensión de la disciplina, terminaba en una falsa alternativa: un "empirismo desordenado" o la "especulación desenfrenada". En rigor, dicha separación estaba fundada en una errada interpretación de la teoría como de la investigación. En principio, la teoría argumentaba Germani no es la expresión de la realidad o su reproducción conceptual, sino una abstracción operada sobre la base de un determinado interés cognoscitivo. En tal sentido, ni la teoría o los conceptos que la informan son capaces de captar la realidad en toda su plenitud. Al mismo tiempo, subrayaba, no hay conocimiento sin teoría. En tal sentido, la noción misma de "hecho" implica la presencia del elemento lógico. Por consiguiente, resultaba infructuoso delegar en la sociografía la tarea "descriptiva" de recoger los hechos, pues ellos son precisamente algo a la luz de un esquema conceptual que guía su observación. En suma, la teoría y la investigación no podían ser vistas como empresas separadas sino mutuamente relacionadas.
En tal sentido, Germani subrayaba la necesidad de apuntar en la dirección de la formulación de un esquema analítico unificado capaz de integrar las distintas perspectivas teóricas por entonces vigentes. El desorden conceptual expresado en el espectáculo de las teorías en conflicto, de las interminables disputas de escuelas, de la pluralidad de puntos de vista y de la multiplicación de conceptos era, según creía, más aparente que real. Bien mirado, argumentaba, podía descubrirse una incipiente pero firme unificación de la teoría sociológica en la dirección que había tomado la sociología norteamericana en las obras de R. M. Mac Iver, W. Thomas, F. Znaniecki, E. Faris, Ch. Ellwood, H. Blumer y T. Parsons, entre otros, en las que podía observarse tanto una crítica a las tendencias más objetivistas del behaviorismo norteamericano como el reclamo de la integración del elemento subjetivo en la comprensión de la acción humana. Sobre este último aspecto, la gran ventaja de esta tradición, según Germani, residía en el hecho de que, a diferencia de las tradiciones idealistas alemanas, la incorporación de ese elemento subjetivo no implicaba la negación del carácter empírico de la sociología.
Es entonces en el contexto de este debate que debe comprenderse su intervención en torno a Weber. Su apuesta consistió básicamente en separar a aquél de las interpretaciones en clave espiritualistas o culturalistas por entonces vigentes. Ciertamente, en la disputa por el significado de la perspectiva weberiana, Germani hizo algo más que discutir una determinada imagen de ésta. En realidad, su intervención estuvo igualmente caracterizada por un examen crítico de la sociología alemana de enorme gravitación entre nuestros sociólogos como de su impacto que evaluaba como negativo en la representación de la disciplina, de sus tareas y de sus métodos. Las críticas estuvieron especialmente dirigidas contra la perspectiva fenomenológica de Alfred Vierkandt, así como contra los intentos de Ferdinand Toennies y Hans Freyer de establecer una distinción entre sociología general y sociografía. A su juicio, tanto una como los otros conducían a una concepción de la sociología como disciplina de naturaleza filosófica antes que empírica. En ese sentido, gran parte de la tradición alemana no ofrecía los medios para superar aquella distinción y lograr así una unificación de la teoría y la investigación empírica. Las palabras con que concluía su examen de dicha tradición son bastante elocuentes a este respecto: "[...] puede afirmarse ahora que la posibilidad de síntesis, de visión total, de unificación, cuya necesidad es tan manifiesta frente a la incoherencia y al estado fragmentario en que puede caer la investigación social si carece de una teoría unitaria, no puede buscarse en la dirección que indica la tradición idealista alemana, a menos de no querer renunciar simplemente al conocimiento científico en el sentido positivo de la realidad social (Germani, 1946b: 17). En este cuadro, las únicas excepciones eran Max Weber sobre el que volveré enseguida y la posición que Germani citaba con aprobación adoptada por el sociólogo alemán Leopold von Wiese, quien, rechazando la separación entre sociología y sociografía, se mostraba partidario de hacer de la sociología una ciencia empírica.
Naturalmente, la intervención de Germani se centró en aquellas cuestiones sobre las que ya existía cierta tradición interpretativa, el método de la comprensión y el tipo ideal, y se inscribió en el contexto más general del debate reseñado más arriba relativo al estatuto de la sociología en tanto disciplina como de su apuesta por otorgar "carta de nobleza" a la investigación empírica en la definición de sus tareas. En el contexto de ese debate, como ya se ha visto, el estatuto de la metodología weberiana era ambiguo. Aunque esta última era reconocida por algunos como parte de un ensayo tendiente a sintetizar la vertiente "naturalista" y culturalista", según la clasificación por entonces vigente, en general era inscrita dentro de las tradiciones espiritualistas alemanas. La operación de Germani consistirá, en este punto, en sustraer a Weber de ese contexto interpretativo (el de la dicotomía ciencias naturales/ciencias del espíritu) y colocar su apuesta metodológica en el contexto de una definición general y única del proceder científico.
De esta operación interpretativa, Germani ya había dado avances en Teoría e investigación en la sociología empírica. En dicho ensayo, en efecto, Germani alegaba que la dicotomía ciencia de la naturaleza/ciencia del espíritu, que "había llegado a tener difusión y arraigo en Hispanoamérica, especialmente en los círculos filosóficos" había sido "superada en gran parte en la misma Alemania por obra de Max Weber" (Germani, 1946b: 6). Argumentaba igualmente que "el conocimiento procede siempre abstrayendo y como lo mostró M. Weber frente a las tendencias 'particularistas' no hay en ello ninguna diferencia entre los fenómenos naturales y los sociales" (Germani, 1946b: 23). Según Germani, Weber había mostrado claramente que los "hechos" que son parte de la experiencia común o de la elaboración científica no son nunca una reproducción de la realidad sino una selección de ciertos aspectos, principio que se aplica tanto a la realidad natural como a la realidad histórico social. En ambos casos estamos decía Germani frente a una infinita y compleja variedad de fenómenos que no puede ser captada en su plenitud por ningún concepto. En todo caso, concluía, la diferencia entre ciencias naturales y ciencias del espíritu no radicaba en el uso de conceptos generales uso que en realidad ambas compartían sino en la dirección del interés científico: hacia lo general, en las primeras, hacia lo individual en las segundas.
Ciertamente, el proyecto mismo de una definición general y única del proceder científico o de una "ciencia unificada" al que apuntaba esa renovación de la disciplina no puede comprenderse sino en el contexto de una corriente filosófica, el neopositivismo, que desde los años treinta en adelante se convertiría en la fuente de inspiración de todos aquellos que procuraban convertir a la sociología en una "ciencia" (Toulmin, 1974). En Argentina, el ideario neopositivista ingresó en una fecha relativamente temprana. En los años cuarenta apareció Minerva. Revista Continental de Filosofía, una publicación dirigida por el filósofo Mario Bunge, que comenzó a difundir las ideas del neopositivismo asociado al Círculo de Viena. Aunque no formalmente integrado a la revista, Germani estaba ligado a su círculo, e incluso había prometido un ensayo consagrado a la sociología norteamericana que, por razones que desconocemos, no fue finalmente publicado.9 Su contacto con las ideas del neopositivismo remite a distintos focos de inspiración. En primer lugar, a una figura por entonces relativamente conocida en los medios de habla hispana, la del filósofo de la ciencia Hans Reichembach, un miembro prominente del Círculo de Viena, fundador de la Escuela del Positivismo Lógico en Berlín, y autor de La filosofía científica, uno de los manifiestos del nuevo movimiento filosófico que en 1953, dos años después de su edición original, el Fondo de Cultura Económica puso a disposición de los lectores de habla hispana. Germani conocía igualmente la obra de Otto Neurath, Foundation of the Social Sciences, aparecida en Estados Unidos en 1944 y la Encyclopaedia of Unified Science, de O. Neurath, N. Bohr, J. Dewey y otros, editada también en Estados Unidos en 1940. El segundo foco remite a Felix Kaufmann, que, aunque no estrictamente enrolado en la escuela del positivismo lógico, compartía, sin embargo, algunas de sus premisas, en especial, la relativa a la necesidad de una unificación de las ciencias. Su principal obra, Methodenlehre der Sozialwissenschaften, que había sido editada en español por Medina Echavarría en el Fondo de Cultura Económica en 1946, sería referida por Germani precisamente en lo relativo a este punto.
Una fuente adicional de inspiración hallaría Germani en la tradición "cientista" norteamericana, que, aunque pronto se mostraría afin con las ideas vienesas, se había originado en las tradiciones americanas del pragmatismo, el conductismo y el operacionalismo (Platt, 1996). Su figura más influyente fue, sin duda, George Lundberg, reconocido durante los cuarenta y los cincuenta como uno de los principales portavoces de la introducción de la "ciencia" en la sociología y autor de dos libros de texto sobre el método científico ampliamente leídos y utilizados, Social Research (1929) reseñado por el propio Germani hacia la mitad de los años cuarenta en el Boletín del Instituto de Sociología y editado también por Medina Echavarría en 1949 en el Fondo de Cultura Económica y Foundations of Sociology (1939), una especie de manifiesto metasociológico en el que Lundberg establecía los pasos de lo que consideraba como el método científico: producción de hipótesis, observación y recolección de datos, clasificación y organización de los datos recolectados y generalización de una ley científica aplicable a todos los fenómenos similares del universo estudiado bajo determinadas condiciones dadas. Entre 1940 y 1945 Lundberg dirigió Sociometry, una publicación que Germani seguía de cerca (el Instituto de Sociología de Buenos Aires estaba suscrito a dicha publicación) y a cuyas investigaciones consagraría, años más tarde, un elogioso ensayo incluido en La sociología científica (Germani, 1956).
Por cierto, no es que Germani suscribiera in toto los distintos argumentos expuestos por cada una de esas tradiciones. Su relación con las ideas del neopositivismo estuvo caracterizada más por el eclecticismo que por la intención de elaborar una nueva ortodoxia. Incluso había expresado una serie de reservas hacia ciertas derivaciones del programa neopositivista en su pretención de alcanzar un "racionalismo sin residuos" (Blanco, 1998). Si acudía a todas ellas, en todo caso, era porque allí reconocía un movimiento intelectual animado por una idea de la ciencia que resultaba afín con su estrategia de hacer de la investigación empírica el locus de la sociología. De esas distintas tradiciones, Germani adoptó tres ideas rectoras que habrá de dirigir en su polémica relativa al método: a) la preminencia otorgada a la investigación empírica en la producción de conocimientos; b) la idea de que las bases últimas del conocimiento residen en la verificación experimental de carácter pública, intersubjetiva, más que en la experiencia personal; c) la convicción de que no existe diferencia entre ciencias naturales y ciencias sociales o de la cultura en lo que a sus fundamentos lógicos se refiere. En cualquier caso, es en el contexto de este cuadro de referencia neopositivista que como veremos enseguida se vuelve comprensible su interpretación de la metodología weberiana en clave "cientista" tanto como la anacrónica atribución a Weber de un vocabulario que, como el de la verificabilidad de una proposición, no estaba por entonces disponible.
En dos trabajos presentados en ocasión del Primer Congreso Latinoamericano de Sociología celebrado en Buenos Aires en 1951 Germani volvió sobre el tema con la siguiente declaración: "[...] aún perteneciendo a la tradición idealista alemana [Weber] llegó a formular una metodología que disminuyó considerablemente el hiatus entre las ciencias naturales y las culturales" (Germani, 1952a: 111). Su argumentación se articuló de la siguiente manera. En primer lugar, Germani procuró asociar el método de la comprensión con la explicación, frente al lugar secundario reservado a esta última, entre otros, por Poviña. Era precisamente esa separación entre comprensión y explicación uno de los reproches que Germani dirigía a los intérpretes latinoamericanos de Weber. Refiriéndose a las dificultades para superar el dualismo entre sociología entendida como disciplina cultural o filosófica, e investigación empírica, afirmaba: "[...] muchos sociólogos latinoamericanos piensan que esta dificultad no existe cuando se adopta una metodología inspirada en Max Weber, basada sobre el empleo del 'tipo ideal' y del contemporáneo empleo de la comprensión y explicación. Sin embargo, su tentativa no puede tener todo el éxito que se espera, pues al considerar que el momento de la 'comprensión' corresponde a los aspectos 'espirituales' de lo social, y el de la 'explicación' a los naturales, vuelven a introducir un dualismo ontológico que conduce una vez más al divorcio entre teoría e investigación" (Germani, 1952b: 88).
En segundo lugar, intentó disociar el método de la comprensión de cualquier procedimiento puramente intuicionista, argumentando que el mismo Weber rechazaba el intuicionismo por razones éticas, pues "puede fácilmente transformarse en un incentivo para evadir u olvidar el penoso proceso de la verificación [...] cuyo rasgo esencial es su alcance intersubjetivo" (Germani, 1952a: 112). Así, aunque la comprensión incluyera la observación de fenómenos inmateriales, como los motivos de las acciones, estos últimos habrán de manifestarse a través de una expresión simbólica cualquiera, permitiendo de ese modo su captación por inferencia. En todo caso, lo que pretendía desautorizar Germani era la asociación de la comprensión con un procedimiento destinado a captar alguna esencia o fenómeno irreductible a su expresión en un conjunto de proposiciones empíricamente verificables.
En cuanto al tipo ideal como método de comprensión de conexiones objetiva de sentido, Germani afirmaba que, "a pesar de las interpretaciones que suele dársele, no difiere en su fundamentación lógica de los procedimientos que se emplean en las ciencia naturales" (Germani, 1952a: 112). El tipo ideal weberiano, argumentaba, es una construcción arbitraria, que si bien posee algunos elementos extraídos de la realidad, no aspira a reproducir a esta última. Por el contrario, su construcción resulta de una estilización que se realiza mediante la acentuación de algunos rasgos extraídos de una pluralidad de casos concretos. En ese sentido, aunque irreal, el tipo ideal ofrece la posibilidad de estudiar los casos reales que se le acercan, ya que, al estar dotado de coherencia lógica, permite estudiar el fenómeno en cuestión en condiciones simples y claramente definidas, llegando incluso a la posibilidad de formular sobre dicho fenómeno leyes condicionales y tendenciales. En términos lógicos, razonaba Germani, lo mismo ocurría con las ciencias naturales. Así, al igual que las reglas de un mercado perfecto, la ley de la caída de los cuerpos sólo se cumple en un vacío absoluto, es decir, en condiciones irreales o ideal-típicas. De esta manera, según Germani, el empleo del tipo ideal en la investigación social no implicaba de ninguna manera un procedimiento distinto al de las ciencias naturales.
Conclusiones
A lo largo de este trabajo se ha procurado mostrar que las disputas interpretativas en torno al significado de la metodología weberiana fueron el reflejo de concepciones diferentes de la disciplina y que, en esa medida, sólo pueden ser comprendidas como parte de un debate más general relativo a la definición de sus tareas como de su método. La difusión de Weber en castellano tuvo lugar en un momento de transición, caracterizado por la emergencia de una serie de intentos de renovación de los ideales intelectuales de la disciplina que vinieron a resumirse en el proyecto de hacer de la sociología una ciencia empírica y analítica. Un componente importante de esa renovación fue el desplazamiento de la referencia alemana hacia la sociología norteamericana. La nueva interpretación de Weber ensayada por Germani no puede disociarse entonces de ese movimiento de renovación ni de la aparición de ese nuevo centro de referencia: la sociología norteamericana. En tal sentido, la disputa acerca del significado de la metodología sociológica de Max Weber no hizo más que reflejar las tensiones y las líneas de fuerza de un campo por entonces en formación. En ese contexto, las referencias a Weber obraron de algún modo como motor de las transformaciones intelectuales que por entonces experimentaba el campo y que, pocos años después, al promediar los años cincuenta, cristalizarían en la institucionalización de una fórmula intelectual conocida con el nombre de "sociología científica".
La imagen de un autor es tanto una función de los contextos interpretativos como de los proyectos y apuestas intelectuales de sus receptores. Los primeros intérpretes de Weber estaban más inclinados a la enseñanza que a la investigación. Por entonces, la sociología era enseñada como una materia auxiliar de otras disciplinas. Esta posición de los profesores de sociología en el sistema universitario, sumado a sus propias trayectorias profesionales (la mayoría de ellos formados en derecho o en filosofía) explica el tipo de producción intelectual que eran capaces de articular, limitada, en su gran mayoría, a un examen muy tradicional, por lo demás de las ideas sociológicas, en sus dos variantes más conocidas, el tratado y el libro de texto. Su lectura de Weber asumió así la forma del "inventario" en una práctica de la sociología más consagrada al "comentario" de las doctrinas sociológicas que al análisis de los fenómenos sociales en sí mismos.
En un medio más acostumbrado a referirse más al pasado que al presente, y más específicamente, al pasado de las ideas, el movimiento de renovación pretendió enfocar la disciplina hacia el presente, hacia un examen de la vida contemporánea. La fórmula que unía la sociología con la planificación expresó en aquel momento ese nuevo enfoque. En ese contexto, la interpretación que Germani ensayó de la metodología weberiana sólo puede comprenderse a la luz de sus preocupaciones en torno a la investigación empírica en particular y, más específicamente, relativas a la necesidad de integrar la teoría con la investigación social. Antes que el inventario, su interpretación de Weber asumió la forma de una "integración analítica" que pudiera dotar a la investigación de un marco de referencia unificado. Esa diferencia en los proyectos intelectuales de unos y otros contribuye a explicar los sesgos interpretativos que exhibieron a propósito de la metodología de Max Weber.
En cierto modo también, esas distintas interpretaciones de Weber vinieron a expresar no solamente dos formas de entender la disciplina, sino también representaciones distintas de la tradición sociológica misma. Por entonces, la disciplina no estaba articulada en torno a un esquema conceptual y metodológico unificado. Más bien, existían dos representaciones de la tradición sociológica, empirista, una, pluralista, la otra. La primera de ellas había sido articulada por la influyente "Green Bible" de Park y Burgess, Introduction to the Science of Sociology, de 1921, que trazaba una historia de la disciplina bajo la forma de un progresivo desplazamiento de la especulación acerca de los fenómenos sociales en favor de la observación rigurosa de los hechos sociales. La segunda fue elaborada pocos años después por Pitirim Sorokin, en Contemporary Sociological Theories. En contraste con la anterior, Sorokin señalaba que aun cuando la primera tarea del sociólogo es tratar con los hechos más que con las teorías, reconocía que no era la unidad sino la diversidad de teorías, muchas de ellas, incluso, contradictorias entre sí, lo que mejor caracterizaba el campo.
Los primeros intérpretes de Weber conservaron una concepción "pluralista" de la tradición sociológica, en la línea de Pitirim Sorokin. De esa manera Weber fue incluido en una larga galería de sociólogos, cada uno de ellos encarnando o bien un punto de vista o un sistema, o bien una determinada doctrina sobre la sociedad. No obstante compartir ciertas notas de la representación empírica, Germani asumió una representación distinta, desarrollada ejemplarmente entonces por Talcott Parsons en La estructura de la acción social. Así, contra la visión empirista argumentó que la observación rigurosa no era suficiente para establecer una disciplina científica sino que era necesaria también la existencia de un conjunto de presupuestos teóricos elaborados de manera independiente que debían obrar como guía de la observación de los hechos. Contra la visión pluralista de Sorokin, vio en esa pluralidad el signo de la inmadurez de una disciplina y reconoció entonces la necesidad de reunir las divergentes tradiciones teóricas en un esquema sintético y unificado. Fue así que inscribió los desarrollos metodológicos de Weber como parte de ese incipiente pero sostenido esfuerzo en la dirección de una unificación teórica que, según entendía, volvería posible el proyecto de una sociología empírica a la vez que analítica.
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1 Una versión ligeramente diferente de este trabajo fue publicada en DADOS. Revista de Ciências Sociais, IUPERJ, Rio de Janeiro, vol. 47, núm. 4, 2004.
2 La primera edición italiana es de 1962 y la anglosajona de 1968 (aunque en 1947 una parte de la obra fue editada bajo el título de The Theory of Social and Economic Organization, traducida por A.M. Henderson y T. Parsons). La edición francesa, que incluye solamente la primera parte, apareció en 1971.
3 En orden sucesivo, Fromm Max Weber: Essays in Sociology, 1946 (tr. H. Gerth y C. W. Mills); The Theory of Social and Economic Organization, 1947 (tr. T. Parsons y A.M. Henderson); y The Methodology of the Social Sciences, 1949 (tr. E. Shils y M. Finch).
4 Entre ellos, ocho títulos de Max Scheler: El saber y la cultura (1926), El resentimiento de la moral (1927) y El puesto del hombre en el cosmos (1929), por mencionar algunos; Lujo y capitalismo, de Wernert Sombart (1928); los cuatro tomos de las Investigaciones lógicas (1929), de Edmund Husserl; tres títulos de Hegel, Filosofía de la historia, Fenomenología del espíritu y Filosofía del derecho, y, finalmente, de George Simmel, Filosofía de la coquetería (1924) los seis tomos de la Sociología (1927) y Cultura femenina (1934). Aunque llegaría a editar un solo título, la editorial contó igualmente con una colección de "Estudios Sociológicos" en la que apareció La familia (1930), de Ferdinand Lyer Müller.
5 De Georg Simmel, El conflicto de la cultura moderna, Universidad Nacional de Córdoba, 1923; Ensayos estéticos. El asa. Las ruinas, Revista de Occidente, 1924; La personalidad de Dios, Revista de Occidente, 1934; Cultura femenina y otros ensayos (edición aumentada), Revista de Occidente, 1934 y Schopenhauer y Nietzsche, Beltrán, 1915, que fue posteriormente traducido por Francisco Ayala en la editorial Schapire en 1944. De Ferdinand Toennies, Evolución de la cuestión social, Labor, 1927 y Vida y doctrina de Thomas Hobbes, Revista de Occidente, 1932; de Hans Freyer, Los sistemas de la historia universal, Revista de Occidente, 1931 y El despertar de la humanidad, EspasaCalpe, 1932; De Werner Sombart, Lujo y capitalismo, Revista de Occidente, 1928 y La industria, Labor, 1931. De Othmar Spann Filosofía de la sociedad, Revista de Occidente, 1933, Teorías principales de la economía política, Revista de Occidente, 1934 e Historia de las doctrinas económicas, Revista de Derecho Privado, 1935; de Alfred Vierkandt, Filosofía de la sociedad y de la historia, Biblioteca de la Universidad Nacional, La Plata, 1934; de Alfred Weber, La crisis de la idea moderna del Estado en Europa, Revista de Occidente, 1932, y finalmente, Sociología, Labor, 1932, de Leopold von Wiese.
6 Por motivos que ignoramos, la obra fue finalmente publicada en 1953.
7 No hemos podido determinar el sentido de la expresión "ideológica" en el texto de Levene, pero es posible conjeturar que con ella el autor se refería simplemente y por oposición a lo económico en Marx a las ideas y su predominio en la determinación de lo social, sesgo que Levene sugería había que corregir con el auxilio de una sociología cultural tal como siempre en opinión del autor, era practicada por Durkheim.
8 La referencia de Treves incluía los seis volúmenes de la Pittsburgh Survey, la primera gran investigación sociográfica norteamericana, así como The Unemployment Survey y The New Survey of Pittsburgh.
9 El ensayo de Germani fue anunciado en el primer número de la revista con el título de "La sociología norteamericana", en Minerva. Revista Continental de Filosofía, año I, vol. 1, 1944.