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Perfiles latinoamericanos

versión impresa ISSN 0188-7653

Perf. latinoam. vol.16 no.32 México jul./dic. 2008

 

Reseña

 

La tentación populista. Una vía al poder en América Latina de Flavia Freidenberg

 

La tentación populista. Una vía al poder en América Latina by Flavia Freidenberg

 

Víctor Hugo Martínez*

 

Madrid, Síntesis, 2007, 287 pp.

 

* Doctor en Ciencia Política por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Sede México. Profesor en la UNAM, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Ciudad Universitaria Circuito Mario de la Cueva Coyoacán, México, D.F. C.P. 04510, y en la Universidad Iberoamericana. E–mail: plomo@mexico.com.

 

Afianzada en un batallón de lecturas, cuya exhaustividad empata con una amplia investigación empírica, La tentación populista de Flavia Freidenberg comporta un sólido nudo entre teoría y datos. Vasta la primera y abundantes los segundos, el libro posee así un cuerpo entero, armónico y atractivo. Hecho con el cuidado y la puntería que distingue a los trabajos de su autora, nada raro, luego, que el texto sea un luminoso objeto de deseo para los interesados en la fortuna de América Latina. "Provocativa", dice Freidenberg, es la intención de sus argumentos. De ese espíritu, desplegado en casi 300 páginas y provocaciones muchas, el resultado es, precisamente, una tentación a la lectura. Por el tema de discusión, por supuesto. Pero mejor, por encima de lo obvio, porque el libro/tentación, sumando premeditadamente seducciones que llevan de una página a otra, resulta blindado contra el usual desencanto que aparece a la consumación de un deseo. Y no es éste el caso, no cuando uno conviene que el mejor tablero de dirección es el que Freidenberg propone; no incluso cuando, culminado el viaje, queda de cierto que rendirse a la tentación valió violentar el ranking de lecturas pendientes.

La tentación populista plantea, desde luego, un viejo tema de las ciencias sociales. Encararlo, cuando el asunto ha pasado por tantas manos, supone para el investigador un dilema para sus habilidades académicas y ambiciones personales. Con tanto cuento contado, está al alcance subordinar las aspiraciones al tejido de otro relato repetitivo y, acaso en su mayor gracia, introducido con una carta de objetivos que sepa escamotear la falta de originalidad. Con tanto cuento contado hay, sin embargo, otra opción, menos simple, más laboriosa y tan peliaguda como encontrar el modo de demostrar que lo dicho pudo decirse mejor. Freidenberg, afecta al estímulo sobrecargado, elije contar con un sello personal. Con tal sello identitario, La tentación populista ofrece varias novedades virtuosas.

Primero: una definición teórica de populismo que, tras ubicar las claves estratégicas de los conceptos (Germani, Cardoso, Canovan, etc.) más afamados, privilegia el corazón político del fenómeno ("un estilo de liderazgo") como su "dominio primario". Apostar a ello cuando, como reclamara Sartori, las definiciones no ambiguas escasean en las ciencias sociales, es una expresión de valor. Armada de él, Freidenberg propone que el populismo es:

"un estilo de liderazgo, caracterizado por la relación directa, carismática, personalista y paternalista entre líder–seguidor, que no reconoce mediaciones organizativas o institucionales, que habla en nombre del pueblo y potencia la oposición de éste a los 'otros', donde los seguidores están convencidos de las cualidades extraordinarias del líder y creen que gracias a ellas, a los métodos redistributivos y/o al intercambio clientelar que tienen con el líder (tanto material como simbólico), conseguirán mejorar su situación personal o la de su entorno" (p. 25).

Definirlo así, alrededor del universo y autonomía de lo político, libera al concepto de reduccionismos acechantes, económicos por ejemplo. Consciente del peso de su definición, Freidenberg, en un esfuerzo de método, desmenuza con paciencia pedagógica los elementos de su propuesta conceptual. Con esa misma destreza, la autora señala, además, un menú de condiciones favorables a la emergencia del populismo. Ideales para que emerja un líder populista —Freidenberg tiene el tino de aclararlo—estas condiciones no son, empero, ninguna camisa de fuerza por cuanto el populismo, como en el caso de sus versiones de extrema derecha europea, puede irrumpir en situaciones imprevistas ahí donde la politización de lo social no tiene fronteras absolutas.

Dos: "un ejercicio analítico que toma partido por el sincretismo teórico" (p. 13). A la complejidad de su objeto de estudio, Freidenberg responde con el concierto de herramientas analíticas pertenecientes a distintas tradiciones de investigación. Pero el eclecticismo es selectivo, y la autora, interesada en subrayar la racionalidad de los seguidores del populismo, excluye la visión (tan académica como ideológica) que consagrara como "títeres" a quienes ven en un líder populista el espejo más fiel de su (la palabra era) resentimiento social. Cuando algo se coloca por afuera de la política "normal", nos recuerda y se recuerda Freidenberg para burlar la trampa, suele tildarse de patológico, anómalo o, justamente, populista. Para Foucault, jugadas de esta especie eran un discurso del poder; para Laclau, una forma hegemónica; y para Barthes, un mito convertido en lenguaje. Que en México, mientras presentaba su libro Freidenberg aludiera a la (no objetiva) "condena ética" que cae sobre ciertos conceptos (Laclau dixit), evidencia la adhesión, su adhesión, al ejercicio libre del criterio. En posesión de esa soberanía intelectual, me queda claro ahora, Freidenberg duda del noviazgo populismo–crisis, y asevera que en América Latina (¿cuándo acá tuvimos no–crisis?) el populismo, relacionado con la historia de la representación política en nuestros países, no precisa como detonante insustituible una crisis con santo y seña específicos.

Tres: desmitificar, poniendo en jaque lugares comunes que son todo menos eso, permite a Freidenberg dimensionar un vacío, que de la teoría democrática a la democracia real, obliga a repensar América Latina a partir de sus disonancias con el paradigma eurocentrista. El populismo —así las constituciones decimonónicas decretaran la existencia de una ciudadanía universal— es un sobreviviente por su capacidad de integración social que revela, como ninguna otra cosa, la condición abstracta de una ciudadanía más precaria de lo debido. Que el populismo, como síntoma de esa ausencia tan presente, irradie un poder de inclusión que ¿niega? la reflexividad individual, ya se sabe, despierta la censura y enemistad liberales. Con sus mejores intenciones, el malestar frente al populismo tendría tal vez origen, afirma Freidenberg, en un liberalismo afligido porque la realidad hace agua sus idealizaciones más caras sobre las relaciones políticas. Pero el programa y ataques liberales, aclara la autora, no son inocentes sino, y así debe entenderse, reflejos de una posición parcial, incompleta y, al igual que otros sistemas teóricos, condicionada por valores subjetivos. Que los liberales reprueben el moralismo de los líderes populistas, es una reacción que sigue un mapa conceptual con muchos y potentes aciertos. Que los seguidores de los populismos encuentren en ello un motivo de identificación con su líder es, por otra parte, la prueba de que el funcionamiento teórico de la democracia, si queremos consolidarla, no puede ignorar las percepciones de los gobernados al respecto del cómo debería ser el orden que con coerción reclama su acatamiento. Ningún régimen, incluso el menos malo que inventamos, puede librarse de ser inquirido por las razones de obediencia política.

Cuarto: si el populismo, como Freidenberg detecta, es de una "naturaleza bifronte" que reúne, a favor y en contra de la democracia liberal, propiedades y consecuencias ambivalentes, la ciencia política, se comprende entonces, juzga la relación populismo–democracia como compleja e irreductible a tesis que no envejezcan mal. Freidenberg, quien atinadamente apuesta por "definiciones mínimas y operativas —aunque con ello renunciemos a una teoría general—" (por demás inexistente en la materia), problematiza también —sin despegarse una letra de su propuesta de trabajo— este aparente matrimonio (in)feliz. En ello, lo mencioné ya, sus ideas acreditan el dominio del inventario teórico más actualizado y el conocimiento de un eje epistemológico por el que la teoría, para servir de algo, debe guardar una relación dialéctica con los datos. Este trabajo, con 16 capítulos de análisis empírico del viejo, nuevo y contemporáneo populismo latinoamericano, cumple con creces este principio. Puesta de esta manera a analizar los populismos clásicos, neoliberales (¿postconservadores?) o étnicos (¿postmodernos?), la autora, construyendo un esquema que revela su entrenamiento para separar lo complejo de lo confuso, estudia cada uno de los líderes populistas a la luz de una serie de dimensiones apropiadas para aprehender las semejanzas y diferencias entre ellos. Que el liderazgo de Evo Morales aparezca como inasimilable al de Hugo Chávez u otros, es fruto pues del nexo teoría–datos que rige la obra.

Para terminar, no con los logros del libro pero sí con el espacio que dispongo, haré registro de dos críticas, y una tercera que ahora que lo pienso nace de otra virtud del texto. Aspectos como la mecánica interna de los partidos populistas, la interrelación entre populismo y medios de comunicación, o la necesaria heterogeneidad de los seguidores de un líder populista, merecerían una exploración más detenida y atenta a los matices y gradaciones. Por otra parte, cuando la autora evalúa (y creo con acierto) el populismo como un fenómeno cuya desaparición luce improbable "mientras haya grandes mayorías de ciudadanos que se encuentra excluidas de la distribución de los ingresos (y) que en cada momento histórico han buscado mejorar la situación en la que viven" (p. 14), el antídoto sugerido, "más inclusión y más democracia en los sistemas democráticos de la región" (p. 11), pareciera confiar demasiado en un enfoque institucionalista que, precisamente por la parcialidad y ortodoxia que hasta ahora han acusado sus recetas de ingeniería, continúa haciendo del populismo una tentación racional y emotiva. Hacer más democrática la democracia implica, porque lo demás sería cosmética, rescatar al Estado de una inercia democrática estancada hace rato merced a su colonización y secuestro pluralista por partidos, medios de comunicación, intereses privados, intelectuales orgánicos y demás miembros de nuestros tristes cárteles políticos. Dicha tarea, por ardua, precisa lo mismo el momento de la institucionalización como el de la movilización popular paralela (y revulsiva) a la política convencional.

Si como dijera Montaigne, la palabra es mitad de quien la dice y mitad de quien la escucha —o lee—, lo que este libro sugiere pero no desarrolla es entonces otra provocación. Pienso, por ejemplo, como influjo de lo leído, en el vínculo entre democracia y liberalismo como una implicación necesaria (Bobbio) o, más bien, una asociación contingente y conflictiva (Mouffe); en la representación política como un acto que involucra cierto simbolismo; en el rol, reactivo pero también proactivo, de "la vida de los otros" como instancia definitoria de la categoría pueblo; en los muy sobrevalorados horizontes de la razón como fuente de un contrato social que haga menos evidente el elemento originario de la fuerza; en la posibilidad, sólo con Maquiavelo y Weber como consejeros insustituibles, de divorciar en términos absolutos política y moral; en fin, en debates intrincados a los que el texto de Freidenberg conduce a través de sus líneas alevosamente provocativas. Tengo para mí que esta herencia es signo de los buenos libros, los escritos con inteligencia y pasión.

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