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Perfiles latinoamericanos
versión impresa ISSN 0188-7653
Perf. latinoam. vol.22 no.44 México jul./dic. 2014
Ensayos
El aparato cultural del imperio. C. Wright Mills, la Revolución Cubana y la Nueva Izquierda
The cultural apparatus of the Empire. C. Wright Mills, the Cuban Revolution and the New Left
Rafael Rojas*
* Doctor en Historia por El Colegio de México. Profesor Investigador Titular en el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), México.
Recibido el 9 de enero de 2014.
Aceptado el 6 de mayo de 2014.
Resumen
Este ensayo intenta reconstruir el debate que suscitó el libro Listen, Yankee (I960), del sociólogo norteamericano C. Wright Mills, en la opinión pública de Estados Unidos. El profesor de la Universidad de Columbia fue uno de los primeros intelectuales en viajar a la isla, luego del triunfo de la Revolución Cubana, y en interesarse en esa experiencia de cambio social. La solidaridad de Wright Mills no era, sin embargo, acrítica con ciertos elementos autoritarios que observaba en el socialismo cubano y estaba fundamentalmente dirigida a defender una política comprensiva y respetuosa hacia el nacionalismo revolucionario del Caribe desde Estados Unidos. Esa política y esa crítica, defendidas por Wright Mills en el contexto de la Guerra Fría, formaron parte del repertorio de valores y prácticas que él mismo identifico con el concepto de "Nueva Izquierda".
Palabras clave: nacionalismo, Revolución Cubana, Unión Soviética, comunismo, democracia, Nueva Izquierda, Guerra Fría, intelectual público.
Abstract
This essay tries to reconstruct the public debate in the United States provoked by the book Listen, Yankee (1960), written by American sociologist C. Wright Mills. Mills was one of the first intellectuals that traveled to the island after the triumph of the Cuban Revolution and that got interested in that experience of social change. However, Mill's solidarity with Cuban socialism was not uncritical of certain authoritarian elements he observed, and was primarily aimed at defending an understanding and respectful policy from the United States towards the revolutionary nationalism of the Caribbean. In the context of the Cold War such policy and criticisms defended by Wright Mills were part of the repertoire of values and practices that he himself identified with the concept of the "New Left".
Keywords: nationalism, Cuban Revolution, Soviet Union, communism, New Left, Cold War, public intellectual.
Introducción
En sus dos últimos años de vida, el sociólogo norteamericano Charles Wright Mills (1916-1962) se involucró en el intenso debate que la Revolución Cubana provocó en la opinión pública de Nueva York. Nacido en Waco, Texas, y con estudios en las universidades de Austin y Madison, Wright Mills era profesor de la universidad de Columbia desde 1945. Fue en Nueva York, donde este sociólogo produjo los libros fundamentales de su importante carrera: The New Men of Power. America's Labor Leaders (1948), White Collar. The American Middle Class (1951), The Power Elite (1956) y The Sociological Imagination (1959). Estos libros conformaron una tetralogía ineludible para el estudio de la recomposición de las clases sociales en Estados Unidos, en los años de la Segunda Postguerra y la primera década de la Guerra Fría.
La solidez intelectual del proyecto de Wright Mills le facilitó el acceso al centro de la esfera pública norteamericana. A medida que su objeto de estudio se perfilaba en las élites de Estados Unidos -líderes sindicales, clase media, burócratas, empresarios, políticos-, el sociólogo ganaba conciencia de lo importante que eran la opinión pública y los medios de comunicación para el diseño de consensos. Ya en White Collar (1951) se insertaba una valoración del papel del espacio público en el desarrollo de lo que llamaba "modelos de conciencia", donde las persuasiones liberales y marxistas se disputaban el alma de la clase media (Wright Mills, 1951: 324-327). Una referencia central de Wrigth Mills en aquella indagación era el intelectual público liberal, Walter Lippmann, quien desde los años 20 había criticado la fuerza de los estereotipos en la opinión pública norteamericana y había defendido una prensa transparente (Lippmann, 1922: 79-158 y 379-418).
Observaba entonces Wright Mills, en los Estados Unidos de la postguerra, que el ascenso de la economía de servicios y la dilatación de la sociedad de consumo, que acompañaban el crecimiento de una clase media de burócratas, abogados, gerentes, médicos y profesores, producía situaciones paradójicas como la aceptación y el rechazo de sindicatos y partidos, mayor ilustración y, a la vez, aumento de la indiferencia política (Wright Mills, 1951: 77-141 y 324-354). La opinión pública se volvía un tema ineludible para las ciencias sociales a medida que la misma cumplía un rol cada vez más articulador de los ciudadanos en democracias complejas. A esta primera proposición, Wright Mills agregó el análisis del papel de la "celebridad" en la sociedad de masas y la crítica de los mecanismos de control que las élites del poder económico y militar de Estados Unidos aplicaban durante la transición a la Guerra Fría (Wright Mills, 2000b: 71-93). La mezcla entre "conservadurismo" e "inmoralidad", que caracterizaba a dichas élites, se reflejaba en la proyección de intereses corporativos en los medios de comunicación (Wright Mills, 2000b: 321-361).
La síntesis del proyecto intelectual de Wright Mills fue The Sociological Imagination (1959), libro que resumía sus observaciones sobre el cambio social en Estados Unidos y, a la vez, anunciaba un mayor intervencionismo público del sociólogo, animado, en buena medida, por la propuesta de diálogo entre liberalismo y marxismo que postulaba el acápite "On Reason and Freedom" (Wright Mills, 2000c: 165-176). Desde el Renacimiento y la Ilustración, el pensamiento moderno se había debatido entre el conocimiento de la realidad humana y la liberación de la misma, entre la razón y la libertad. Esta tensión, en las ideologías y las ciencias sociales, parecía " desembocar en la Guerra Fría, sin que se pudiera, según Wright Mills, reproducir en aquellas la polarización binaria de esta última. Max Weber y Karl Marx, las dos figuras cimeras del pensamiento occidental, a su juicio, eran dos buenos ejemplos de la necesidad de asimilar los mejores legados de ambas tradiciones.
Era preciso desarrollar el arte de la imaginación sociológica para eludir las falsas encrucijadas de la Guerra Fría. En ese empeño se jugaba la suerte de la humanidad, pero antes, algo más inmediato y tangible: la política intelectual, que el sociólogo, como recuerda Stanley Aronowitz, ejercería hasta sus últimas consecuencias (Aronowitz, 2000: 112-139).1 Mientras Jean Paul Sartre desarrollaba en París su idea del compromiso intelectual, Wright Mills proponía desde Nueva York otra variante de la misma, que llamó "intellectual craftmanship"(Wright Mills, 2000c: 195-226). La complejización de la esfera pública en las democracias avanzadas provocaba que el trabajo intelectual perfeccionara sus elementos técnicos o artesanales y su umbral de especialización dentro de la división del trabajo de la sociedad de masas. Dicha dimensión artesanal, sin embargo, no reducía el contenido moral de las intervenciones públicas del intelectual figura que Wright Mills veía más cercana al político que al científico weberiano sino que lo ensanchaba (Weber, 1967: 153-179).
En enero de 1959, justo cuando Fidel Castro entraba triunfante en La Habana, Wright Mills impartía en la London School of Economics una serie de conferencias bajo el título de "The Cultural Apparatus or the American Intellectual" (Wright Mills, 2008: 203-212). Más de un estudioso de la obra de Wright Mills ha reparado no sólo en la convergencia de sus ideas con Sartre, sino también en la precedencia de las mismas respecto a importantes formulaciones conceptuales de los sesenta. Tales como los "aparatos ideológicos del Estado" de Louis Althusser o la "esfera pública" de Jürgen Habermas (Habermas, 1989; Althusser, 2003; Geary, 2009: 189-197). Algunos viajes que hizo Wright Mills en aquellos años a América Latina y la Unión Soviética, lo convencieron de que era necesario conceptualizar con mayor sofisticación el aparato cultural si se aspiraba a desestabilizar los lugares comunes de la mentalidad binaria de la Guerra Fría.
En textos de aquellos años, como The Causes of World War Three (1958) o su famosa "Letter to the New Left", enviada en el verano de 1960 a la revista londinense New Left Review2 el sociólogo norteamericano emprendía una crítica doble al "marxismo vulgar" y al "realismo socialista" soviéticos que difundían una idea mecanicista de la historia y la cultura así como a la retórica liberal que, a la manera de Arthur Schlesinger Jr., Daniel Bell, el Congreso para la Libertad de la Cultura o la revista Encounter, postulaba el "fin de las ideologías" (Wright Mills, 1958:168-172). Era inevitable que con tal orientación de sus intereses intelectuales y políticos, Wright Mills dedicara atención a uno de los fenómenos que estremecerían a la opinión pública norteamericana y, especialmente, a los círculos liberales y socialistas de Nueva York en aquellos años: la Revolución Cubana.
La voz de Cuba
Daniel Geary y Stanley Aronowitz han cuestionado con eficacia la visión establecida de Charles Wright Mills como "lobo solitario" o "Maverick on motorcycle" del liberalismo norteamericano (Catelli y Solling, 2005: 60-64; Geary, 2009: 1-13; Aronowitz, 2000: 214-239). En efecto, Wright Mills no fue el único liberal de aquella generación que se acercó a Marx desde Weber, que viajó a la Unión Soviética, a China o a Cuba y que intentó rebasar la lógica maniquea del anticomunismo y la Guerra Fría. Wright Mills fue, no obstante, uno de los intelectuales más emblemáticos de aquella radicalización y, tal vez, el que con más vehemencia defendió el abandono paralelo de la ortodoxia estalinista del marxismo y de la ortodoxia anticomunista del liberalismo (Swados, 1967: 408-416).
A diferencia de otros intelectuales públicos norteamericanos que simpatizaron con la Revolución Cubana en sus primeros años como Waldo Frank y Carleton Beals, Wright Mills no poseía una larga experiencia de contacto con América Latina. Sus primeros viajes a Brasil y a México en los cincuenta, habían sido académicos y determinados por el interés que despertaba en esos países su obra sociológica. En México, la editorial Fondo de Cultura Económica, dirigida entonces por el argentino Arnaldo Orfila Reynal, editó La élite del poder en 1957, que se convirtió en un libro de consulta para las ciencias sociales mexicanas. En aquella conexión con México surgió la amistad de Wright Mills con algunos importantes intelectuales de la izquierda mexicana de entonces como Carlos Fuentes, Pablo González Casanova, Enrique González Pedrero y Víctor Flores Olea.
Sin embargo, antes de la Revolución Cubana, el país latinoamericano que mejor conocía Wright Mills no era Brasil o México sino Puerto Rico. A finales de los años cuarenta, él y sus colegas Clarence Senior y Rose KohnGoldsen realizaron un estudio de campo entre los inmigrantes puertorriqueños del Spanish Harlem, en Manhattan, y Morrisania, en el Bronx, con el propósito de conocer mejor la comunidad hispana de Nueva York. Luego de más de mil entrevistas y varios viajes a San Juan, los investigadores dieron a conocer los resultados de una encuesta que, aunque favorecía la "adaptación" de los inmigrantes, destacaba los fuertes elementos identificatorios de esa comunidad cultural (Wright Mills, Goldsen et al., 1950: 139-170).
Los sociólogos observaban que, al igual que la sociedad norteamericana en la que se habían instalado, los inmigrantes puertorriqueños cambiaban a mediados del siglo XX. La proporción de "white collars" entre hombres y mujeres en edad laboral crecía en 1948 representaba un 45 por ciento de los hombres y un 22 por ciento de las mujeres y era la aspiración de la mayoría de los trabajadores calificados o "skilled wageworkers" (Wright Mills et al., 1950: 157-159). Los niveles de escolaridad de la comunidad puertorriqueña de Nueva York también crecían: el 61 por ciento de la comunidad se había graduado de High School y el 35 por ciento de College (Wright Mills et al., 1950: 165). Esta creciente movilidad social hacia la clase media de los inmigrantes no disolvía sino que acentuaba los valores de identificación cultural, como podía constatarse en los conflictos con otras comunidades especialmente, con la afroamericana, al igual que en diversas prácticas de la solidaridad (Wright Mills et al., 1950: 125-138).
Wright Mills y sus colegas sostenían que esa comunidad migratoria de Nueva York era incomprensible sin el estudio y el conocimiento de la historia social y política de Puerto Rico. Pensaban en esta nación caribeña como una cultura "bifurcada" por el choque entre el pasado colonial y esclavista español "agrícola", patriarcal", "estático", "preindustrial", "predemocrático" y el presente de la hegemonía norteamericana iniciado en 1898 que presentaban como un proceso de modernización inconclusa (Wright Mills et al., 1950: 3-4). La visión de esta última que trasmitían los investigadores de Columbia no era acrítica: el hecho de que los puertorriqueños no hubieran elegido a su gobernador hasta 1948, de que no votaran por el presidente de Estados Unidos y de que carecieran de representantes en el Congreso federal generaba un status contradictorio e injusto: "la posición política de los Puertoriqueños es incoherente y simboliza la discontinuidad total de su situación" (Wright Mills et al., 1950: 3).
Wright Mills, Senior y Kohn concedían mucha importancia a las razas y religiosidades de los puertorriqueños en la formación de la identidad migratoria de Nueva York. El decrecimiento de la proporción de inmigrantes negros y católicos era leído como un reflejo, en la emigración, de la intensificación del proceso transcultural del mestizaje que tenía lugar en la isla desde finales del siglo XIX (Wright Mills et al., 1950: 5-6). Esta transculturación, similar a la formulada por el antropólogo Fernando Ortiz para Cuba, no impedía que los elementos de mayor identificación cultural de los puertorriqueños, en la isla y en Nueva York, fueran "hispánicos" (Wright Mills et al., 1950: 7). El machismo y el racismo tenían que ver con esa tradición, pero se reforzaban por la limitada política educativa y cultural del gobierno (Wright Mills et al., 1950: 8-10).
Los sociólogos reconocían que desde finales de los cuarenta se observaba un notable incremento en el presupuesto de educación del gobierno puertorriqueño esa sería una de las prioridades del gobernador Luis Muñoz Marín y del rector de la Universidad de Río Piedras, Jaime Benítez y concluían que, en términos latinoamericanos, los indicadores sociales de la isla eran relativamente altos (Wright Mills et al., 1950: 18-19). La modernización, sin embargo, estaba produciendo un aumento de la población al que el Estado no podía hacer frente con recursos tan limitados. De ahí que los investigadores contemplaran un ascenso sostenido de la emigración hacia Estados Unidos, especialmente, hacia el Spanish Harlem y Morrisania, donde residían más de doscientos mil puertorriqueños (Wright Mills et al, 1950: 22).
Cuando en enero de 1959 la Revolución Cubana triunfa y Wright Mills comienza a interesarse en la misma, los dos principales referentes latinoamericanos del profesor de Columbia eran Puerto Rico y México. La bibliografía desde la que se acerca al tema cubano y latinoamericano era, fundamentalmente, norteamericana y mexicana: los estudios de Oscar Lewis y Edmundo Flores sobre el México postcardenista, Mexico and the caribbean (1959) de Lewis Hanke, Political Change in Latin America (1958) de J. J. Johnson, Arms and Politics in Latin America (1960) de Edward Lieuwen (Wright Mills, 1960b: 190-191). Sin embargo, el contacto directo con la experiencia puertorriqueña, unos años antes, impulsó a Wright Mills a colocar en el centro de su análisis sobre Cuba la relación colonial de ésta con España y Estados Unidos.
La propia bibliografía norteamericana sobre Cuba que consultó Wright Mills antes de su viaje a La Habana en el verano de 1960 Our Cuban Colony (1928) de Leland H. Jenks, Problems of New Cuba (1935), un famoso informe de la Foreign Policy Association, Rural Cuba (1950) de Lowry Nelson o el Report on Cuba (1950), del International Bank of Reconstruction and Development reproducía visiones históricas sobre el Caribe hispano, similares a las desarrolladas en The Puerto Rican Journey (1950) (Wright Mills, 1960b: 191). Es probable, incluso, que Wright Mills haya leído algunos de aquellos libros, en los años cuarenta, mientras investigaba la comunidad hispana de Nueva York. La centralidad del tema colonial en Listen, Yankee (1960) tiene su origen, en buena medida, en aquel proyecto puertorriqueño.
En aquellos años, el discurso anticolonial ganaba espacio en Nueva York, gracias a la convergencia que en esa materia protagonizaban el liderazgo hispano, el nacionalismo negro y buena parte de la izquierda beat, que desembocaría en el movimiento hippie. Incluso en sectores liberales ex trotskistas y socialistas democráticos como los de la revista Dissent, la idea de que las revoluciones latinoamericanas representaban un reto descolonizador, similar al que las naciones asiáticas y africanas planteaban a Europa, llegó a instalarse cómodamente. El joven Michael Walzer, por ejemplo, desarrollaría el argumento de la descolonización en un ensayo sobre Cuba que, curiosamente, no se inspiraba en Wright Mills sino en el viejo liberalismo rooseveltiano (Walzer, 1961: 2-3).
A diferencia de Waldo Frank, Carleton Beals y otros liberales de la generación del New Deal, Wright Mills no acompañó su lectura de la Revolución Cubana con un internamiento en la tradición intelectual de la isla. No había en su libro citas de Ramiro Guerra, Fernando Ortiz o Jorge Manach, ni disquisiciones sobre las ideas de José Martí. Su objetivo era menos ambicioso desde el punto de vista intelectual y, a la vez, más sofisticado desde el punto de vista político. Para Wright Mills, era tan o más importante la crítica de los prejuicios hacia él mismo que se reproducían en la opinión pública de Estados Unidos que la comprensión del fenómeno revolucionario cubano.
En las páginas introductorias de su libro, escritas en septiembre de 1960, el sociólogo aseguraba que su viaje a la isla y su investigación habían sido "facilitados" por el periodista Robert Taber, corresponsal de la CBS, quien, como Herbert L. Matthews, Ray Brennan o Jules Dubois, había reportado para los medios norteamericanos la insurrección contra la dictadura de Fulgencio Batista encabezada por Fidel Castro en la Sierra Maestra. Taber, sin embargo, fue uno de los pocos de aquellos reporteros y corresponsales que respaldó la radicalización socialista de la isla a fines de 1960 y, sobre todo, en la primavera de 1961.3 Taber llegó a ser la figura central, desde el punto de vista operativo, del Fair Play for Cuba Committee, la asociación financiada por el gobierno cubano que organizó, en realidad, los viajes de Wright Mills y otros intelectuales de la izquierda neoyorkina a la isla.
A pesar de lo importante que era para Wright Mills la distinción entre élites y masas en sociedades tan estratificadas como las del Caribe hispano, en su libro Listen, Yankee, Mills proponía una disolución de la frontera entre los dirigentes cubanos y el pueblo de la isla. En su propósito de rearticular la voz de los "revolucionarios cubanos", Wright Mills decía entrevistar a "soldados rebeldes, intelectuales, funcionarios, periodistas y profesores" (Wright Mills, 1960b: 7). Sus entrevistados eran, sin embargo, miembros del gobierno revolucionario empezando por el presidente Osvaldo Dorticós y el Primer Ministro, Fidel Castro, pasando por varios ministros (Ernesto Che Guevara, Raúl Cepero Bonilla, Armando Hart, Enrique Oltuski...) y terminando con jefes de instituciones económicas, culturales y educativas como el médico René Vallejo, director la Reforma Agraria en Oriente, y Carlos Franqui, director del periódico Revolución (Wright Mills, 1960b: 11-12).
Para Wright Mills, la Revolución Cubana era un fenómeno tan popular en la isla que resultaba imposible desligar la voluntad colectiva de la nación de los intereses particulares del gobierno. Los dirigentes articulaban, pues, la voz de Cuba. De ahí que en la reconstrucción de sus argumentos, el sociólogo no tuviera que distinguir, dentro de aquella voz colectiva, las opiniones personales de cada uno de los gobernantes cubanos. Castro y Guevara, Dorticós y Hart, Oltuski y Cepero Bonilla hablaban de la misma manera. Todos ellos, confundidos en un mismo parlamento, explicaban al público norteamericano a través de la escritura de Wright Mills, qué significaba "Cuba", qué era la "contrarrevolución" respaldada por Estados Unidos, cuál era el proyecto económico del gobierno de la isla, cuál, su posición ante el comunismo y, sobre todo, qué entendían los revolucionarios por el gentilicio de "yankee" (Wright Mills, 1960b: 13, 54, 71 y 151).
El tono de Listen, Yankee era de una interpelación grupal en segunda persona de una pequeña nación caribeña al poder económico, político y militar del imperialismo estadounidense. Una interpelación que partía de la larga acumulación de agravios contra la hegemonía de Estados Unidos sobre Cuba desde el siglo XIX, pero que se movilizaba contra la coyuntura inmediata y concreta del escalamiento del conflicto con la oposición cubana exiliada y la creciente hostilidad de Washington hacia la acelerada radicalización del gobierno revolucionario. El "yankee" al que se dirigían Wright Mills y los líderes cubanos era un sujeto manipulado por los grandes medios de comunicación de Estados Unidos, que comenzaban a presentar a Cuba como una isla bajo la creciente influencia de la Unión Soviética.
La primera frase del libro establecía aquel tono, brillantemente preservado hasta el final: "Nosotros los cubanos sabemos que usted cree que estamos dirigidos por un montón de comunistas y que los rusos van pronto a poner una base de misiles dirigida a usted" (Wright Mills, 1960b: 13). Luego, Wright Mills exponía en boca de los líderes de la isla el sentido nacionalista e igualitario de la Revolución Cubana por medio de proyectos precisos como la reforma agraria o la campaña de alfabetización, intentando localizar la orientación ideológica de los gobernantes cubanos en esas medidas y no en doctrinas abstractas. Al llegar al capítulo V, "Communism in Cuba", Wright Mills entra de lleno en el debate sobre la ideología de la Revolución Cubana en los términos en que el mismo se producía en la opinión pública neoyorkina (Wright Mills, 1960b: 91-112).
Los revolucionarios cubanos, y Wright Mills a través de ellos, defendían el derecho de la isla a tener relaciones económicas, comerciales y, por supuesto, diplomáticas con todos los países del mundo, incluida la Unión Soviética, China o los socialismos de Europa del Este. Sin embargo, a la vez que reiteraban que esas relaciones no contenían una agenda defensiva particular en contra de Estados Unidos, decían con claridad que ni Fidel Castro ni el gobierno revolucionario eran comunistas. El Partido Comunista era, en efecto, una fuerza política entre muchas dentro de la Revolución, pero no era la corriente hegemónica: la corriente hegemónica no era comunista ni anticomunista, es decir, macarthysta. En algún momento, los dirigentes de la isla llegan a hablar, incluso, de una "oposición al comunismo" diferente a la impulsada por Washington durante la Guerra Fría:
Nuestra oposición cubana al "comunismo" no significa el tipo de Macartismo que has soportado en tu país. Esa especie de anticomunismo histérico es el que prevalece ahora en muchos de los principales personajes de tu gobierno y ellos están tratando de fomentarlo en tu país y en otros países. Pero nosotros no queremos nada de ese pánico y esa ignorancia en Cuba (Wright Mills, 1961: 117)
La afirmación paralela del carácter no comunista de la Revolución Cubana y, a la vez, el rechazo a toda proscripción del comunismo en la isla, adquiría en el libro de Wright Mills una gran eficacia dialéctica. Este contrapunto retórico lograba un momento culminante en la formulación del "anticomunismo como contrarrevolucionario", una fórmula que avanzaba aceleradamente en el discurso oficial cubano desde finales de 1959, cuando a la fuga del aviador Rafael Díaz Lanz y la renuncia del presidente Manuel Urrutia se sumó el encarcelamiento del comandante revolucionario Huber Matos, un político que, como los dos anteriores, había acusado al gobierno de incorporar a comunistas en sus filas y reorientar la ideología de la Revolución.
En esas mismas páginas, los interlocutores de Wright Mills planteaban la posibilidad de que la Revolución Cubana se radicalizara aún más y que el Partido Comunista de Cuba ganara mayor poder dentro de la isla, si la política de Estados Unidos mantenía el rumbo de la confrontación. El sociólogo de la Universidad de Columbia lo había advertido en la introducción de su libro: "Es posible fabricar hipótesis de pesadilla sobre Cuba" (Wright Mills, 1961: 15). La voz de Cuba era una voz de enojo que, no obstante, podía alcanzar en medio de amenazas y desplantes, un sentido pragmático. Por momentos, los dirigentes cubanos casi invitaban al gobierno de Estados Unidos a un pacto de complicidad: si estos los trataban bien, ellos no girarían al comunismo. Esa era la convicción que Wright Mills trasmitía en su libro:
El gobierno cubano, a mediados de 1960, no es "comunista" en ningún sentido. El Partido Comunista, como partido, no plantea ninguna seria amenaza para el futuro político de Cuba. Las principales figuras del gobierno cubano no son "comunistas", ni siquiera pro-comunistas tal como he conocido el comunismo, por experiencia, en América Latina y a través de mi investigación por lo que se refiere a la Unión Soviética (Wright Mills, 1961: 200).
Pero Wright Mills, evidentemente, no entendía las ideologías como elementos de negociación sino como valores sociales. A diferencia de Jean Paul Sartre, pensaba que los líderes cubanos sí poseían una ideología y, a diferencia de Waldo Frank, argumentaba que la misma no era humanista democrática sino marxista, aunque no estalinista, ni pro soviética.
Precisamente, en los meses que siguieron al debate sobre Listen, Yankee, Wright Mills trabajó en una antología del pensamiento de izquierda, titulada The Marxists (1962), en la que incluyó todas las corrientes ideológicas derivadas del Manifiesto Comunista entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX: anarquistas y socialdemócratas, bolcheviques y mencheviques, Bernstein y Bakunin, Kautsky y Lenin, Luxemburgo y Gramsci, Trotsky y Mao, Fidel y el Che (Wright Mills, 1962: 12-22). La visión del marxismo que trasmitía Wright Mills en aquella antología era tan flexible como la que a mediados de los cuarenta, cuando apenas comenzaba su carrera, había trasmitido de Max Weber y su legado (Gerth, Wright Mills, 1946: 7-15).
En diversos momentos del libro se producía una superposición de voces entre los dirigentes cubanos y Wright Mills en la que era difícil precisar cuándo hablaban unos y cuándo el otro. En sus momentos de mayor agresividad, la interpelación estaba dirigida a las élites del poder económico y militar de Estados Unidos, el mismo sujeto que criticaba Wright Mills en sus libros. Cuando en las páginas finales, se hablaba de las implicaciones geopolíticas de la cercanía entre Estados Unidos y Cuba y se establecía un paralelo entre esa y otras fronteras conflictivas como las de Turquía y Afganistán con la URSS o Taiwán y Japón con China, el hablante podía ser lo mismo Fidel Castro que el propio Wright Mills, quien apenas dos años antes, en The Causes ofWorld War Three (1958), había señalado la precariedad del "realismo internacional" de la Guerra Fría (Wrigt Mills, 1958: 81-90).
La misma interpretación podría extenderse al posicionamiento sobre la ideología del proceso cubano. Los dirigentes cubanos se servían de la voz de Wright Mills para denunciar la hostilidad de Washington contra la isla, y a la vez, Wright Mills se servía de la Revolución Cubana para posicionarse como un socialista no comunista en la esfera pública norteamericana. Había momentos, sin embargo, en los que la voz de los líderes insulares se diferenciaba claramente de la de su traductor neoyorkino. Cuando los dirigentes de la isla citaban la frase del Contrapunteo cubano del azúcar y el tabaco (1940), de Fernando Ortiz, "caldo denso de civilización que borbollea en el fogón del Caribe", no para destacar el carácter transcultural de la identidad cubana sino para rearticular el mito nacionalista de la isla como ombligo global "major center of world affair", era evidente que quienes hablaban eran ellos y no Wright Mills (Wright Mills 1960b: 160).
La voz de Cuba, según Wright Mills, no era exclusivamente caribeña o nacional sino mundial. Cuba hablaba en nombre de un "hungry-nation bloc" o "bloque de naciones hambrientas", expresión que Wright Mills utilizó en varios de sus libros a finales de los cincuenta, y en su correspondencia de principios de los sesenta. Un bloque diferente al de los países capitalistas desarrollados y, también, al de los países socialistas del sistema soviético o chino. En algunos de esos textos, Wright Mills hablaba de los países de la OTAN y los países del Tratado de Varsovia delineando ambos bloques de acuerdo con sus alianzas militares. En la práctica, lo que le interesaba a Wright Mills era señalar que revoluciones como la cubana estaban produciéndose y continuarían produciéndose en el Tercer Mundo, tal como podía constatarse en Asia y el Norte de África.
Por tanto, dichas revoluciones no eran fenómenos estrictamente nacionales o regionales, sino que respondían a la agudización de los conflictos entre las potencias capitalistas avanzadas y las naciones pobres coloniales o postcoloniales. A juicio de Wright Mills, esa conflictividad periférica estaba llamando la atención de los socialismos reales de Europa del Este y, especialmente, de la Unión Soviética, por lo que el Segundo Mundo comenzaría acercarse a los países emergentes con el propósito de alentar sus revoluciones. Al advertir a Washington que los soviéticos se estaban aproximando a los cubanos y que, de no suavizar su política hacia la isla, La Habana acabaría aliándose a Moscú, Wright Mills actuaba como un liberal leal que tampoco deseaba el crecimiento del poderío soviético.
En el debate sobre la Revolución Cubana en la opinión pública neoyorkina, Wright Mills se colocaba un paso delante de Waldo Frank, Herbert L. Matthews y todos aquellos que sostenían que la ideología de Fidel Castro y su gobierno era "humanista", no marxista. Wright Mills pensaba que sí era marxista, aunque de un tipo diferente al soviético. La posición del sociólogo de Columbia estaba más cerca de Leo Huberman, Paul Sweezy y Paul Baran, quienes desde las páginas del Monthly Review, defendían desde el verano de 1960 la Revolución Cubana como socialista. Wright Mills, de hecho, afirmaba en Listen, Yankee que el mejor de todos los libros sobre Cuba escritos en Estados Unidos era Anatomy of a Revolution (1960) de Sweezy y Huberman (Wright Mills, 1960b: 191). Al igual que estos últimos, Wright Mills respaldaba el derecho de La Habana a sostener relaciones con el campo socialista, pero reprobaba cualquier introducción de los mecanismos burocráticos y autoritarios de los regímenes de Europa del Este en la isla.
El sutil contraste entre las posiciones de Wrigth Mills y Monthly Review puede leerse mejor en el elocuente libro del abogado izquierdista J. P. Morray, graduado de la escuela de leyes de Harvard y profesor de la Universidad de Berkeley, atinadamente titulado The Second Revolution in Cuba (1962). Morray admiraba a Wright Mills y compartió la defensa de Listen, Yankee emprendida por Monthly Review. No obstante, en su artículo "Questions and Answers on Cuba", del verano de 1962 y en el libro citado, respaldó claramente el alineamiento de La Habana con Moscú por medio de un desplazamiento de la ideología del liderazgo revolucionario cubano del "jacobinismo restaurador" de la primera etapa al "marxismo-leninismo", ya claramente asumido desde noviembre de 1960 cuando Fidel Castro y su gobierno rompen con el Banco Mundial (Morray, 1962a: 236-242; 1962b: 5). De un modo más claro que Wright Mills, Morray refutaba la idea de la "revolución traicionada" sostenida por los disidentes del primer gobierno revolucionario, Arthur Schlesinger Jr. y el Departamento de Estado de la administración Kennedy.
Morray pensaba que dicho desplazamiento era un resultado natural de la agudización del conflicto de clases generado por las primeras medidas revolucionarias y la oposición de Estados Unidos a las mismas (Morray, 1962b: 153-173). La radicalización ideológica de las nuevas élites cubanas reflejaba la realidad material de una fractura en la sociedad cubana y la polarización mundial de la Guerra Fría. En dos años, Fidel Castro y sus más cercanos seguidores habían dejado de ser líderes liberales y democráticos, ubicados en la misma zona de la cultura política latinoamericana a la que pertenecían. Con sus claras diferencias, Lázaro Cárdenas, Luis Muñoz Marín, Rómulo Betancourt, Alberto Lleras Camargo o José Figueres se habían convertido en líderes más parecidos a Lenin o a Mao en América Latina (Morray, 1962b: 4). La adscripción de la isla al comunismo y la incorporación de elementos soviéticos en su sistema social y político era, por tanto, parte de una realidad histórica que Washington debía asimilar.
Al borde de la Nueva Izquierda
Charles Wright Mills entregó el manuscrito de Listen, Yankee a la editorial neoyorkina Ballantine Books, la misma que publicaría Sartre on Cuba (1960) en septiembre de 1960. El libro comenzó a circular a finales de ese año junto con un adelanto del mismo publicado por la Harper's Magazine. Para cuando Listen, Yankee comenzó a ser leído por los neoyorkinos, el conflicto entre Estados Unidos y Cuba había avanzado considerablemente. A finales de septiembre, Fidel Castro viajó a Nueva York, donde se reunió con Nikita Khrushchev y de regreso a La Habana subió el tono de su retórica contra Estados Unidos. Desde la primavera de aquel año, la CIA, por autorización del presidente Eisenhower, entrenaba en Guatemala a un contingente de exiliados cubanos que desembarcaría en abril del año siguiente por Bahía de Cochinos.
La recepción del libro de Wright Mills en la opinión pública de Nueva York se instaló de lleno en el debate sobre la orientación ideológica de Fidel Castro y su gobierno. En pocos meses se agotaron varios cientos de ejemplares y en menos de un año, Listen, Yankee llegó a su tercera edición. Entre la primera y la tercera edición se produjo la invasión de Bahía de Cochinos y la declaración del carácter "socialista" de la Revolución realizada por Fidel Castro en su discurso del 16 de abril de 1961, donde denunciaba los bombardeos que precedieron al ataque y, a la vez, exaltaba la hazaña científica de la Unión Soviética al haber puesto al primer hombre en el espacio, el cosmonauta Yuri Gagarin. A pesar de que uno de los argumentos centrales del libro de Wright Mills era la identidad "no pro soviética", aunque sí marxista de la Revolución Cubana, estos eventos no lo hicieron cambiar de opinión.
En la tercera edición en español del libro, traducido por Julieta Campos y Enrique González Pedrero y editada por el Fondo de Cultura Económica en agosto de 1961, aparecen varios apéndices que nos ayudan a reconstruir dicha recepción. En una "Segunda advertencia al lector", Wright Mills adelantaba la lectura que harían sus críticos por medio del debate con algunos autores que, antes que él, habían intentado definir la ideología de la Revolución Cubana. Mencionaba entonces un artículo de A. A. Berle aparecido en el número de octubre de Foreign Affairs en el que este político rooseveltiano, quien a principios del año siguiente se sumaría a la administración de Kennedy como uno de los estrategas de la Alianza para el Progreso, sostenía que en su estructura interna y en su política exterior la Revolución Cubana se orientaba, cada vez más claramente, hacia el modelo soviético (Wright Mills, 1961: 200).
Wright Mills debatía la idea de Berle con el argumento de que el despegue del comercio de la isla con la Unión Soviética y Europa del Este y la posposición indefinida de elecciones democráticas no convertían automáticamente a Cuba en un país comunista. La Revolución Cubana era más radical que la Mexicana, pero pertenecía más a la tradición de ésta que a la de la Revolución bolchevique de Rusia, en 1917. En todo caso, si se quería evitar que Cuba cayera en manos de los soviéticos debía trazarse una política de colaboración y tolerancia hacia la isla. Citaba entonces un viejo ensayo de Bertrand Russell, The Theory and Practice of Bolshevism (1920) y la monumental A History of Soviet Russia (1950), para respaldar el juicio de que la hostilidad de Occidente hacia el bolchevismo facilitó el ascenso de la dictadura estalinista (Wright Mills, 1961: 205).
No es raro que uno de los primeros detractores del libro de Wright Mills, quien había escrito una reseña adversa de The Power Elite (1956) en The New York Times, fuera precisamente Adolf A. Berle (Wright Mills, 2000a: 312). En un debate dispuesto por la organización Americans for Democratic Action en noviembre de 1960, y una controversia con el propio Berle en la cadena NBC a la que no pudo asistir por haber sufrido un infarto, Wright Mills se enfrentó a los liberales de la administración Kennedy que justificaban la política de Washington a partir de la identidad comunista de la Revolución Cubana. Llamaba entonces a Berle y a Arthur Schelsinger Jr., "ignorantes en todo lo que se refiere a América Latina", "liberales ofuscados de primera clase" y "anticomunistas doctrinarios del tipo histórico" que mal aconsejaban a Kennedy en la política hacia Cuba (Wright Mills, 1961: 230).
Aunque a Wright Mills no le faltaron defensores en la opinión pública neoyorkina, como la revista Monthly Review, Carleton Beals en The Nation s o Joseph Hansen en The Militant, su libro provocó una ruidosa impugnación en la derecha conservadora y en la izquierda liberal, que fue amplificándose en la medida que el gobierno cubano se alineaba más claramente con la URSS a partir de la primavera de 1961. A las críticas de periodistas que habían respaldado inicialmente a la Revolución Cubana, como Jules Dubois, que Wright Mills había utilizado como fuentes en su libro, su sumaron las objeciones de publicaciones liberales como Dissent y Encounter, ligadas a los círculos liberales y trotskistas del Congreso para Libertad de la Cultura, y los reparos, explícitos o no, de intelectuales por entonces cercanos a la socialdemocracia o el socialismo democrático como Max Lerner, Theodore Draper, Irving Kristol e Irving Howe.4
La reacción contra el libro de Wright Mills llegó a sentirse lo suficiente como para que los amigos mexicanos del sociólogo de Columbia, encabezados por Carlos Fuentes, publicaran en enero de 1961, una carta a su favor en Saturday Review, firmada por el director del Fondo de Cultura Económica, Arnaldo Orfila Reynal, y otros intelectuales de izquierda de ese país, como Pablo González Casanova y Enrique González Pedrero. En febrero de ese mismo año, en Evergreen Review, se reprodujo una larga entrevista de los mexicanos con el autor de Listen, Yankee, que intentaba responder a aquellos ataques (Wright Mills, 2000a: 318 y 322). La izquierda mexicana salía en defensa de Wright Mills en la opinión pública de Nueva York, con el aval de una larga y prestigiosa tradición intelectual, que había defendido la solidaridad con la Revolución Mexicana y la República Española.
Como puede leerse en algunas cartas de aquellos meses, a Wright Mills lo hirieron las críticas liberales. Su reacción, en Escucha otra vez, yanqui, fue demasiado airada, toda vez que optó por identificar a los liberales y los conservadores. Unos y otros, decía, eran "hermanos" en el anticomunismo (Wright Mills, 1961: 238). La Revolución Cubana, agregaba, había ayudado a desenmascarar al liberalismo y a hacer emerger la coincidencia fundamental entre éste y el conservadurismo en cuanto a la democracia o a la respuesta democrática al totalitarismo. Pero, tal vez, el propio Wright Mills era consciente de su injusticia: definitivamente no era lo mismo, como él decía, la crítica a la alianza de Cuba con la Unión Soviética de un Max Lerner que el anticomunismo rabioso de un Nathaniel Weyl (Wright Mills, 1961: 237).
Wright Mills también fue injusto cuando presentó a todos los opositores cubanos que, desde la isla o desde el exilio, respaldaron la invasión de Bahía de Cochinos como soldados de la CIA. El sociólogo no le reconocía la menor voluntad autónoma a esos políticos (José Miró Cardona, Manuel Ray y Rivero, Manuel Artime Buesa, José Ignacio Rasco...) que, en su mayoría, se habían opuesto a Batista, habían respaldado a la Revolución y hasta habían formado parte de su gobierno en el primer año. A pesar de su encendido anticomunismo, el historiador Herminio Portell Vilá, un crítico nacionalista del anexionismo y el expansionismo norteamericano contra Cuba, tenía razón al reprocharle a Wright Mills su negación de toda legitimidad a la oposición y el exilio cubanos (Harper's Magazine, 1961: 6-12).
A pesar de la dureza con que atacó a los liberales de su generación que rechazaban el giro pro soviético de la Revolución Cubana, Wright Mills, en medio de aquel debate, seguía reclamando para sí el rótulo del liberalismo. En un pasaje de Listen, Yankee, por ejemplo, hacía suya la declaración de principios liberales de L. T. Hobhouse, en un libro precisamente titulado Liberalism (1911), y afirmaba "Mis lealtades no son incondicionales a ninguna institución, hombre, Estado, movimiento o nación. Mis lealtades son condicionales a mis propias convicciones y valores" (Wright Mills, 1960:179). Esta retención de valores liberales dentro de su resuelta aproximación al marxismo y su apasionada defensa de la Revolución Cubana, tuvo que ver, sin duda, con la elaboración del concepto de "nueva izquierda" y la crítica del "aparato cultural" de la Guerra Fría, en las que se involucraría en sus últimos años.
El epistolario del profesor de Columbia entre 1960 y 1962 describe cómo, mientras debatía con liberales y conservadores sobre Cuba, consolidaba su interés sobre la diversidad del marxismo en el siglo XX y las posibilidades de diálogo de esa rica tradición con el pensamiento liberal. Uno de los amigos con quien Wright Mills se carteó entonces fue el historiador marxista británico Edward Palmer Thompson (1924-93), fundador de la revista Past and Present y una de las figuras centrales del marxismo británico del siglo XX. Thompson se había acercado por aquellos años a la revista New Left . Review, fundada en 1960 y dirigida, primero por Stuart Hall, y luego, por Perry Anderson. La célebre "Letter to the New Left", de Wright Mills, a sus amigos británicos, había regalado el nombre de aquella publicación.
En su correspondencia con Thompson y Ralph Miliband, Wright Mills compartió su malestar por la agresividad que fue adoptando el debate sobre Cuba en Estados Unidos. En estas cartas de finales de 1960 y principios de 1961, sugirió que el primer ataque al corazón que sufrió en aquellos meses se debió a la tensión emocional (Wright Mills, 2000a: 324). A ambos les proponía, como una suerte de terapia, viajar a Londres a ensenar un curso sobre "Varieties of Marxism", un proyecto que daría lugar a su libro The Marxists (1962). A Thompson le comentaba, además, que había escrito una carta a Fidel Castro pidiéndole que lo contrataran en Cuba como asesor del Instituto Nacional de la Reforma Agraria (INRA); dado el creciente interés del marxista británico en la historia rural europea, y que Thompson podía ensenar en La Habana un curso similar al que él planeaba en Londres (Wright Mills, 2000a: 315).
La labor de Thompson en La Habana, imaginada por Wright Mills, tenía sentido para el sociólogo norteamericano como un medio más de reforzar la orientación heterodoxa del socialismo cubano. Thompson, como varios marxistas de su generación, había renunciado al Partido Comunista británico en 1956 en protesta por la invasión soviética a Hungría. Tal autonomía intelectual se había expresado, también, en su primer libro William Morris. Romantic to Revolutionary (1955), en el que planteaba una relectura del socialismo utópico británico, diferente a la que predominaba en el "socialismo científico" soviético, y una valoración positiva de la tradición romántica británica (Keats, Carlyle, Ruskin...). Ésta determinaría, en buena medida, su poética de la historia inglesa (Palmer, 1994: 52-86). Era evidente, en aquel libro, el interés de Thompson por destacar la diversidad y flexibilidad ideológica del momento de la Socialist League del siglo XIX, en el que anarquistas, sindicalistas, comunistas, fabianos y socialdemócratas rechazaban distintas formas de "purismo" teórico y político (Thompson et al, 1988: 512-551 y 597-604).
La reacción de Thompson contra el marxismo-leninismo de tipo soviético se plasmaría más claramente en su siguiente libro, The Making of the English Working Class (1963), un clásico de la historiografía marxista del siglo XX (Illades, 2008: 59-76). Las reflexiones de Thompson sobre el "árbol de la libertad" y la tradición socialista, sobre el papel de la "maquinaria moral" en la explotación capitalista del trabajo asalariado o sobre la pluralidad de la cultura radical, característica de la conciencia de clase de los obreros ingleses en el siglo XIX, debían muy poco al materialismo histórico dogmático que predominaba en la URSS y las "democracias populares" de Europa del Este.5 Precisamente, mientras trabajaba en el manuscrito de esta obra, Thompson recibió la carta de Wright Mills, en la que éste le anunciaba una próxima invitación de La Habana, que nunca llegó.
A diferencia de otros marxistas británicos, ligados a la New Left Review como Perry Anderson, Robin Blackburn y Eric Hobsbawm, que fueron publicados en la revista Pensamiento Crítico, o que asistieron al Congreso Cultural de La Habana en enero de 1968, como Ralph Miliband, Thompson se mantuvo a distancia del socialismo cubano (Anderson, 1968: 113-130; Anderson, 1969: 53-121; Blackburn, 1969: 3-52; Hobsbawm, 1969: 75-107; Newman, 2002: 139-141). No es imposible observar que, incluso durante los debates de Thompson con Perry Anderson, Louis Althusser y el estructuralismo francés, suscitado por el respaldo a éste de la New Left Review, la revista cubana Pensamiento Crítico se alineó con los althusserianos, tal vez la variante del marxismo occidental que, en los sesenta estableció mayores contactos con el materialismo dialéctico e histórico que se practicaba en Moscú.6 La simpatía de Thompson por denominaciones como "comunismo libertario" o "socialismo humanista", como han sostenido Gerard McCann y Brian D. Palmer, además de su resuelto pacifismo y sus críticas a la visión paternalista o indulgente de la izquierda europea sobre los nacionalismos descolonizadores del Tercer Mundo, que lo llevarían a interpelar el prólogo de Sartre a Los condenados de la tierra de Frantz Fanon, los artículos descolonizadores de Keith Buchanan en New Left Review y hasta Listen, Yankee de Wright Mills, lo colocaron fuera del diálogo entre la Revolución Cubana y la Nueva Izquierda (McCann, 1997: 8-32; Palmer, 1994: 13, 107-125 y 137; Hamilton, 2011: 103; Sper, 1990: 203-232).
El distanciamiento de Thompson del marxismo-leninismo ortodoxo, su elocuente antiestalinismo y su rechazo a las carreras armamentistas norteamericana, británica, al igual que soviética, ayudaron a reforzar la propia autonomía intelectual de su amigo Wright Mills. Cuando Thompson se definía como "libertario" o "humanista" buscaba marcar una distancia respecto de Moscú y los partidos comunistas muy similar a la que intentaba Wright Mills con la autodenominación de "liberal". La antología The Marxists, el último proyecto intelectual de Wright Mills, fue una prueba de la voluntad de impulsar la construcción de una nueva izquierda crítica de los poderes hegemónicos mundiales y, a la vez, distinta en sus discursos y sus prácticas a la izquierda comunista y liberal de la Guerra Fría. Este era el marco histórico que debía superar esa nueva izquierda imaginada por Wright Mills y Thompson.
En The Marxists, Wright Mills aplicó un criterio extraordinariamente inclusivo que le permitió rescatar la pluralidad de la tradición marxista desde mediados del siglo XIX. No había exclusiones en aquella antología: allí estaban los comunistas, los anarquistas y los socialdemócratas, Marx,Engels, Bakunin, Lasalle y Bernstein, los bolcheviques y sus enemigos, Lenin y Kautsky, Trotsky y Luxemburgo, Gramsci y Lukács, Korsch y Sartre, Mao y Stalin. Los únicos marxistas latinoamericanos que Wright Mills incluía en su antología eran Fidel Castro y Ernesto Che Guevara. Una inclusión y, a la vez, una exclusión tan sintomática del desconocimiento por parte del sociólogo norteamericano y de muchos intelectuales de la izquierda europea de la rica tradición marxista latinoamericana, en la que figuras como Juan B. Justo, José Carlos Mariátegui o Julio Antonio Mella eran nombres ineludibles ya para mediados del siglo XX.
En la antología de Wright Mills, el marxismo más claramente impugnado era, sin duda, el leninista y/o estalinista de la ortodoxia soviética. Las simpatías por el marxismo crítico occidental del profesor de Columbia eran evidentes y, a su juicio, era en las diversas corrientes de ese marxismo en las que, podría producirse un diálogo con el liberalismo no anticomunista. Esta inclinación debió colocar a Wright Mills en una posición difícil cuando, entre finales de 1961 y principios de 1962, el gobierno cubano comenzó a dar pasos concretos hacia la adopción de instituciones de tipo soviéticas como el partido único, el cierre de la esfera pública, el control de la sociedad civil o la estatalización de la economía. Daniel Geary y Stanley Aronowitz sostienen que las declaraciones de Castro de que "era marxista-leninista y siempre lo había sido" molestaron a Wright Mills, porque desestabilizaban una parte de su argumento (Geary, 2009: 213; Aronowitz, 2012: 207-213).
Conclusiones
A partir de tal desenlace de la relación entre Charles Wright Mills y la Revolución Cubana, tal vez deba replantearse el lugar que el sociólogo norteamericano asignó a la isla dentro de la Nueva Izquierda. Una lectura detenida de la "Letter to the New Left" (1960), documento programático de la renovación del pensamiento socialista occidental en los años sesenta y setenta, revela que dicho lugar no generaba un pleno consenso, como sugieren algunos autores.7 La carta, como recuerdan Holger Nehring y e Wade Matthews, partía precisamente, de una reacción favorable, aunque no exenta de reparos puntuales a la lectura del volumen Out of Apathy (1960). Éste era coordinado por E. P. Thompson, quien reunió artículos sobre la situación de la izquierda y el socialismo en Gran Bretaña y el mundo de Stuart Hall, Alasdair MacIntyre, R. Samuel, Peter Worsley, K. Alexander y el propio Thompson (Nehring, 2011: 15-31; Matthews, 2002: 217-241).
Los autores del volumen conformaban el grupo de marxistas británicos que fundaron New Left Review, cuyo primer director sería el jamaiquino Hall. La visión de la Revolución Cubana de este último marxista caribeño, reflejada en la editorial "The Siege of Cuba" (1961), compartía entonces las incógnitas que marcaban el posicionamiento de la izquierda crítica europea y norteamericana ante la Revolución Cubana. En febrero de 1961, dos meses antes de la invasión de Girón y la declaración del carácter socialista del gobierno revolucionario, aquellos marxistas británicos se preguntaban qué tipo de socialismo adoptaría finalmente Cuba ¿Uno "verde-olivo" u otro "rojo Comintern", uno en el que Castro consolidaría su liderazgo personal como un Tito del Caribe u otro en el que el Partido Comunista reprodujera una burocracia similar a la soviética o la euro-oriental, uno en el que la isla jugara un papel de "activa neutralidad" en el orden mundial u otro en el que se convirtiera en una suerte de Formosa en las costas de Estados Unidos, uno en el que predominaran los valores "humanistas y libertarios" u otro en el que La Habana sucumbiría al realismo de la Guerra Fría?8
La carta de Wright Mills no se planteaba estas preguntas y asumía la Revolución Cubana como parte de la Nueva Izquierda, independiente del tipo de socialismo que se adoptara en la isla. De algún modo, Wright Mills respondía avant la lettre a la editorial "The Siege of Cuba", del número séptimo de New Left Review con su carta a Thompson, ya que en la misma reaccionaba a las "ambigüedades" que los marxistas británicos encontraban en experiencias nuevas de la izquierda, tales como la cubana o la turca, que podían derivar hacia formas totalitarias o autoritarias de organización del Estado (Wright Mills, 1960a:18-23). En Listen, Yankee (1960), él mismo había reconocido esas ambigüedades y no había descartado la posibilidad de que el socialismo cubano se volviera una dictadura más. No obstante, con independencia de esos dramáticos contrafactuales, el sociólogo prefería pensar que por lo menos, en sus tres primeros años, la ubicación de la Revolución Cubana dentro de la Nueva Izquierda estaba asegurada por su aporte a la articulación de la voz de un tercer bloque, diferente al de la OTAN o al del Pacto de Varsovia: el bloque de las naciones hambrientas del Tercer Mundo (Wright Mills, 1960a: 18-20).
La alusión a Cuba en la "Letter to the New Left" (1960) era marginal, ya que no iba más allá de una matización del pasaje sobre la incertidumbre ideológica que rodeaba al proceso cubano o al turco -el golpe de Estado de Cemal Gürsel, de mayo de 1960. Sin embargo, el eje de la argumentación de Wright Mills, que era la constatación del surgimiento de una Nueva Izquierda diferente de las izquierdas comunistas y liberales tradicionales, constituidas luego de la Revolución Bolchevique de 1917, era una extensión de las ideas planteadas ese mismo año en Listen, Yankee. Lo que Wright Mills defendía en aquel libro era, precisamente, que no había que esperar a que la Revolución Cubana se definiera ideológicamente para respaldarla, ya que, haciéndolo desde la izquierda occidental, habría mayores posibilidades de impedir su sovietización.
La carta a Thompson y los marxistas británicos abría, por tanto, un flanco de cuestionamiento a la izquierda comunista, específicamente a la pro soviética, que estaba implícito en Listen, Yankee. El giro al modelo soviético del proyecto cubano representaba no sólo una impugnación de la imagen que Wright Mills trasmitía del mismo, sino un desafío a la propia alianza entre liberales y marxistas que decía procurar el profesor de Columbia. En contra de la observación plasmada en Listen, Yankee, en el sentido de que la Revolución Cubana había ayudado a desenmascarar el "derechismo" de algunos liberales norteamericanos, el efecto que provocaba el alineamiento de Cuba con el bloque soviético no era otro que la decepción de liberales, trotskistas, socialdemócratas y toda una gama de socialistas adjetivados como democráticos, humanistas, libertarios, pacifistas y un largo etcétera captado, en buena medida, por Stuart Hall en su influyente ensayo The Hippies. An American Moment (1968).
Wright Mills no llegó a vivir ese momento americano de la izquierda occidental de los sesenta, aunque contribuyó, como pocos, a perfilarla teóricamente. Su elocuente arenga contra el aparato cultural de Estados Unidos durante los años de mayor calentamiento de la Guerra Fría es, sin duda, un ejemplo de valentía intelectual en una época peligrosa y convulsa. Los socialistas críticos debieron entonces enfrentarse no sólo a sus enemigos tradicionales en la derecha o el conservadurismo, sino también en la izquierda dogmática que persistía en subordinar los conflictos internacionales y, sobre todo, los dilemas de la producción material y cultural de las comunidades socialistas a los rígidos paradigmas de lo que el propio Wright Mills reconoció como la ontología y la estética del "realismo socialista".
La muerte de Wright Mills en 1962 le impidió completar su visión del socialismo cubano por medio de un seguimiento del proceso de institucionalización del sistema insular entre los años sesenta y setenta. Su conceptualización de la Nueva Izquierda poseía elementos discordantes con dicho proceso de institucionalización. La estructura burocrática del socialismo cubano reproducía no pocos principios de organización gubernamental y estatal del modelo soviético. Esos principios distanciaban a Wright Mills de La Habana, mientras que su crítica del aparato cultural de Estados Unidos, durante la Guerra Fría, lo acercaban inevitablemente a la Revolución Cubana y a la defensa del derecho de los cubanos a construir un orden social y político, diferente al capitalismo y la democracia.
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1 Ver también Russell Jacoby, The Last Intellectuals. American Culture in the Age of Academe, New York, Basic Books, 2000, pp. 112-139.
2 Charles Wright Mills, "Letter to the New Left", The New Left Review, 1/ 5, September-October, 1960 (http://www.marxists.org/subject/humanism/mills-c-wright/letter-new-left.htm)
3 Sobre la Revolución Cubana y la prensa norteamericana ver Enrique Camacho Navarro, "Fidel Castro en la perspectiva estadounidense. El primer año de la Revolución", en Paz Consuelo Márquez-Padilla, Germán Pérez Fernández del Castillo y Remedios Gómez Arrau (coords.), Desde el Sur. Visiones de Estados Unidos y Canadá desde América Latina, México D.F., UNAM, 2003, pp. 45-63.
4 Ver, por ejemplo, Theodore Draper, Castro's Revolution. Myths and Realities, New York, Frederick A. Prager, 1962, pp. 115-136.
5 Sobre la heterodoxia del marxismo de Thompson ver Gerard Me Cann, Theory and History. The Political Thought of E. P. Thompson, Aldershot, England, Ashgate Publishing, 1997, pp. 111-144; Robert Gray, "History, Marxism, and Theory", en Harvey J. Kaye and Keith MeVlelland, E. P. Thompson. Critical Perspectives, Oxford, Polity Press, 1990, pp. 153-182.
6 El número 5 de Pensamiento Crítico, de junio de 1967, estuvo dedicado a Althusser y en el mismo se incluyó, además del artículo de André Gorz sobre Sartre y Marx, tomado de New Left Review, una crítica del althusseriano Jean-Paul Dolle al "izquierdismo" y el "humanismo socialista" europeos, que, aunque dirigido fundamentalmente contra Adan Sehaff, suseribía los términos con que el marxismo ortodoxo atacaba la propuesta historiográfica de Thompson. Pensamiento Crítico, No. 5, junio de 1967, pp. 49-75. Ver también Carlos Illades, op. cit., pp. 29-42 y 43-58.
7 Ver, por ejemplo, Kepa Artaraz, Cuba and Western Intellectuals since 1959, New York, Palgrave, Macmillan, 2009, pp. 21-46.
8 "The Siege of Cuba", New Left Review, 1/ 7, January-February, 1961, pp. 2-3.
Información sobre el autor:
Rafael Rojas
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