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Perfiles latinoamericanos
versión impresa ISSN 0188-7653
Perf. latinoam. vol.22 no.44 México jul./dic. 2014
Reseñas
Peter Mair, Ruling the Void. The Hollowing of Western Democracy
Víctor Hugo Martínez González*
Londres, Verso, 2013, 160 pp.
* Doctor en Ciencia Política por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO-México). Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.
Para los lectores de su copiosa y lúcida obra, descubrir el reciente libro de Peter Mair deviene en un homenaje para quien falleciera en 2011. En el balance de las investigaciones del autor, el libro ofrece además un atractivo y madurado punto de quiebre. Desde 2004, con textos como Democracy Beyond Parties, Mair inició un viraje en su evaluación de los partidos; quien en publicaciones previas ganó la condición de clásico precoz por su defensa de la adaptación y no crisis partidista a las sociedades posindustriales, culmina ahora su autocrítico reexamen para lamentar que los partidos sí arrastran una crisis de legitimidad. Como el sombrío título presagia, en Ruling the Void, Mair avanzó hasta un sitio sin retorno. Con Richard Katz, dejaría incluso otro pendiente y ¿oscuro? libro: Democracy and the Cartelization of Political Parties.
Estos antecedentes envuelven en un halo seductor la lectura de Ruling the Void, pero el nivel más poderoso son sus contenidos. Debo confesar que empecé las páginas con la expectativa de encontrar una reafirmación de tesis conocidas, con lo que Mair dio a la ciencia política no me hubiera molestado encontrar una síntesis global. Dichosamente el libro es mucho más. El plano formal y de estilo, por ejemplo, es una sorpresa: el último Peter Mair es un autor más libre, con referencias literarias que acompañan, aunque no suavizan, la dureza de su diagnóstico. Como si estuviera consciente del desasosiego que su prosa iba a transmitir, Mair sitúa sus resultados en una perspectiva mayor, socioeconómica y también sociocultural. En ese horizonte, ligado a las causas y efectos de la transformación de la política, Mair explica las impotencias y renuncias críticas de los partidos.
En 1987, cuando Mair publicó su tesis doctoral (The Changing Irish Party System), la literatura llevaba tres décadas en la disputa de la crisis o no crisis partidista. Desde aquella publicación, como en otros artículos (Myths of electoral change and the survival of traditional parties), Mair propuso un crucial, pero ignorado, debate metodológico. El cambio electoral, sostuvo, no es una condición necesaria y suficiente para el cambio en los partidos. El indicador más preciado de los teóricos de la crisis fue sometido así a controles comparativos. La hipótesis de la crisis, aquí otro de los aportes de Mair, se ha olvidado de estudiar a los partidos como organizaciones complejas y variables independientes de análisis; el funcionalismo y la elección racional, reclamaba Mair, disiparon la herencia de Ostrogorski, Michels o Duverger. Inconformes también con la conjetura del declive, otros autores como Wolinetz, Ware o Panebianco retomarían el enfoque organizativo.
La edición en 1992 de Party Organizations, obra coordinada por Katz y Mair, comenzaría a cubrir una gran ausencia en la literatura consistente en la falta de datos acumulativos, operacionalizados y comparables. La aparición en 1994 de How Parties Organize fue otro paso en esa trayectoria. Desde 1993, fruto de este impulso, Katz y Mair dieron a conocer su visión del cambio en los partidos. La propuesta, difundida después en el primer número de la revista Party Politics, fue la del concepto de "partido cartel" como reflejo del giro en los partidos hacia una nueva forma, en la que si bien la organización voluntaria, clasista y cuantiosa de militantes (el tipo ideal de masas) se hallaba en contracción, esta "crisis" era compensada por la fortaleza del partido en órganos ejecutivos y legislativos de gobierno. Tal ensayo sobre el partido cartel contó con varias revisitaciones que refinaron su contrahipótesis adversa a la del declive. Influidos por la lectura de Mair, autores como Strøm y Svåsand (Challenges to Political Parties) asimilaron a la literatura de crisis con "tratados catastrofistas", o sugirieron (el caso de Aldrich en Why Parties?) remplazar el malgastado uso del "decaimiento" de los partidos por el de "revitalización". En ese ambiente, Mair produjo Party System Change (1997), así como Identity, Competition and Electoral Availability (1990), en el que junto con Bartolini demostraba que la tesis del congelamiento de los clivajes sociales y partidistas conservaba vigencia.
¿Cómo explicar el viraje que Peter Mair toma y concreta en su última obra? Un veloz resumen de su libro basta para entrever el porqué de su cambio. En "The Passing of Popular Involvement", primer capítulo, Mair reporta cómo los datos entre 1990 y 2011 contradicen el patrón empírico de cuatro décadas anteriores. Pérdida de votos, volatilidad, identificación partidaria y militancia, son indicadores que hasta fines de los años ochenta ostentaban una relativa normalidad. La caída de estos indicadores, constata Mair, escapa de aquella parsimonia, la rompe, y su descenso continúa en picada en la primera década del siglo XXI. Los indicadores de salud de los partidos están todos en la misma ruta decadente, y en todos los casos también son observados. Esta infrecuente uniformidad del cambio convence a Mair de que entre partidos y ciudadanos emergió un vacío no circunstancial. En promedio, los partidos dejaron de sumar militancias del orden del 10 por ciento de miembros para desplomarse a cifras del dos o menos por ciento. Esas exiguas militancias están además caracterizadas por un rasgo poco venturoso: los miembros partidistas son cada vez más viejos y en su mayoría varones. Con el voto y el sentido social de identificación partidista sucede algo similar: no es que los clivajes de clase social o de adscripción religiosa hayan desaparecido del todo, sino que entre las nuevas generaciones de ciudadanos son menos los que tienen una preferencia electoral condicionada por el tipo de fracturas socioeconómicas y socioculturales que estabilizaron a los partidos en la primera mitad del siglo XX. Resultado de ello es un votante desleal, contingente, desestructurado y volátil. Forzado por la pauta empírica de estos datos, Mair valida así las hipótesis de un cambio cultural posmaterialista y una revolución cognitiva sugeridas, respectivamente, por Inglehart (The Silent Revolution, 1977) y Dalton (Citizen Politics, 1988). Para los ciudadanos desafectos a la política convencional, burocrática o jerárquica de la que partidos, sindicatos o iglesias son actores representativos, los partidos resultan irrelevantes y extraños.
El desanclaje social de los partidos posee un correlato y una pésima secuencia en lo que Mair denomina "the withdrawal of the elites". El encapsulamiento de la clase política en el interior del Estado es una tendencia que los partidos parecen seguir para contrarrestar su hemorragia de militantes, la evaporación de los clivajes que los enraizaban socialmente o la anchura de electorados interesados en formas de participación extrapartidaria. La financiación estatal a los partidos sirve, en efecto, como contrapeso a las ínfimas cuotas de militantes y dirigentes. Como un grupo autónomo de miembros dispuestos a sostenerlo, el partido asemeja el vestigio histórico del que hablara Katz (Party and linkage: a vestigial function?). El subsidio del Estado aparece así como una medida necesaria, aunque no exenta de problemas que redefinen la naturaleza de los partidos. Este ajuste por motivos exógenos no se agota en el tema del financiamiento. La regulación estatal de y sobre los partidos va más allá e incluye aspectos que décadas atrás hubieran sido impensables: la fijación de métodos democráticos para la selección de candidatos y dirigentes, la introducción de cuotas de género, el cuidado legislativo de participación para las minorías o cierto diseño constitucional que constriñe las opciones de política partidista, destacan entre estos desafíos que van en aumento. Pero que la clase política partidista esté en retirada de la sociedad, apunta Mair, obedece también a causas endógenas, pues son los partidos quienes se han asignado estos rentables deberes y derechos institucionales. Los partidos expresan el dilema del equilibrio endógeno de las instituciones, resaltado por Mair en su contribución al Nuevo Manual de Ciencia Política coordinado por Goodin y Klingemann. Con esta autocreación de leyes que garantizan sus privilegios, los partidos, plantea Mair, han tenido éxito en aislarse de las perturbaciones del sistema social y en desempeñarse como una clase política autorreferente (justamente una de sus críticas tempranas al modelo cartel).
"The Withdrawal of the Elites", capítulo tercero del libro, vuelve, asimismo, sobre un par de tópicos familiares a Mair: 1) el de la evacuación de los partidos del territorio de la sociedad civil con miras a penetrar el Estado, y 2) el del radical re-equilibrio en las funciones de los partidos que la distancia con la sociedad civil permite. Este último tema es desarrollado puntual y pausadamente para vigorizar la conclusión de que los partidos estarían ahora, con mayor eficacia que nunca, cumpliendo con imprescindibles tareas gubernativas, a cambio, sin embargo, de descuidar sus labores de representación social. La tensión congénita entre estos objetivos, representar-gobernar, que Kirchheimer detectara como nadie, se habría aliviado al costo de que los partidos evolucionaran "downsianamente" hacia equipos de líderes profesionales, verdaderos office-seekers comprometidos de modo excesivo con el rol de mantener la estabilidad del régimen.
Al ser el régimen democrático la forma política hoy dominante, en los capítulos dos ("The Challenge to Party Government") y cuatro ("Popular Democracy and the European Union Polity") la mirada del autor enfoca alarmantes señales del retroceso de la democracia a partir de la misma metamorfosis de la política. Estos capítulos son ricos en su vastedad de indicadores empíricos. El decreciente reclutamiento de candidatos de entre los militantes activos o la progresiva expulsión de los programas partidistas de una serie de retóricas ideológicas y polarizantes, son, por ejemplo, recabados con sumo detalle para mostrar cómo el gobierno partidario (party government) acusa sendos declives. Do Parties Matter?, después de ser en los setentas-ochentas una pregunta de respuesta clara y afirmativa, estaría mutando hacia una interrogante con despejes negativos. Para el caso de la democracia de la Unión Europea (UE), los contenidos ofrecen no sólo una reseña histórica, sino algo más perspicaz e incitante: la hipótesis de que la UE fue concebida como un mecanismo ex profeso para contener y hacer recular la democracia. Protegida contra el impacto de las elecciones populares, la UE, a decir de Mair, expresa el avance neoconservador del gobierno tecnocrático apoyado en instituciones contramayoritarias (organismos económicos, cortes, banco central). Una vez confinada la democracia a elecciones sin mayores consecuencias sobre las piezas esenciales del sistema, el brote de ciertos populismos antisistémicos (de derechas o de izquierdas) apenas sí merece asombro o justificación.
Al objetar el estrechamiento de la democracia popular, aparece el más nuevo y mejor Peter Mair. Gracias a este novedoso punto de quiebre, Mair tienta una discusión en el orden de la historia de las ideas, concretamente, en la propia transfiguración de las teorías democráticas. Cuando Schattschneider escribía en 1942 que la democracia era imposible sin partidos, el significado del concepto implicaba tanto el sentido de la representación social como el de la ejecución del gobierno. Las elecciones disponían así del espacio y las opciones de regir y marcar la política económica. Fue ésa la llamada "época de oro de los partidos", asegura Mair. Sin embargo, ese significado y esa práctica han cedido a las teorías y reglas de determinado enfoque "madisoniano o constitucionalista" de la democracia, que redefine a ésta como el trazado de acuerdos generales, repartición multipartidista del gobierno, austeridad de gasto público, la estabilidad antes que cambio. La ola neoliberal, que Mair impugna en la derecha (Thatcher) y en la izquierda (Blair), ha terminado por "sujetar" la democracia a este imaginario. Como si hubiésemos llegado ya a la mejor concreción de la democracia, esta ideología encubierta abstrae a ésta de su propio debate. Si O'Donnell discutía para América Latina la urgencia de una "crítica democrática a la democracia", Mair dirige el mismo reclamo a los teóricos de la new governance, las instituciones no-mayoritarias o el gobierno de los expertos, pero también a los críticos antisistémicos y extremistas que paradójicamente refuncionalizan la legitimidad posdemocrática del régimen.
En esos términos de legitimidad más allá de la democracia, Roger Bartra denunciaba en Las redes imaginarias del poder político el peligro de un consenso posmoderno que robara a la democracia su potencia y sustancia. Con la misma originalidad, partiendo de décadas de estudiar a los partidos, Mair concluye que el tiempo de la política partidaria ha sido sustituido por la regresiva politics of depoliticization. La democracia, sin partidos o con partidos intrascendentes y remotos de los ciudadanos, completaría la sombra que Mair anuncia sobre la política contemporánea. Llegado este colofón, el placer de descubrir al último Mair empieza a perturbarse por la sacudida de haber leído una sólida investigación cuyos datos, análisis y desenlaces son todavía más lóbregos que el nombre y subtítulo del libro. Y no hay una ventana por la que corra un poco de aire, porque Mair no prometió soluciones. Su cometido era mostrar que "los partidos gobiernan el vacío". Lo consigue, tanto que al final ese mismo desamparo sobresalta al lector.
Información sobre el autor:
Víctor Hugo Martínez González
Universidad Autónoma de la Ciudad de México Dr. Garciadiego 168 Del. Cuauhtémoc CP 06720 México D.F. Tel. 1107 0280 vicohmg@gmail.com