La obra Sistemas de partidos en América Latina. Causas y consecuencias de su equilibrio inestable de Mariano Torcal (coord.) analiza a lo largo de quince capítulos la temática en torno a los sistemas de partidos, tanto en su vertiente teórica, como aplicada a diversos estudios de caso, aunque enfocando la atención en América Latina y un breve aparte para España. Debiera resaltarse que llena un vacío en cuanto al estudio de sistemas de partidos en Latinoamérica en los últimos años, pues salvo las obras de muy reciente publicación Cambiando el rumbo en América Latina: Sistema de Partidos en la Era Neoliberal de Kenneth M. Roberts (2016, Estados Unidos: Universidad de Cornell) y Latin American Traditional Parties, 1978-2006. Electoral Trajectories And Internal Party Politics de Laura Wills-Otero (2016, Bogotá: Uniandes), la mayoría de los estudios son artículos de revista y, casi siempre, muy específicos. Por tanto, el formato de la obra reseñada en estas páginas, su intención divulgadora, comparativa y su alcance teórico y geográfico, son de agradecer.
En este sentido, resulta interesante el debate que rescatan y alimentan en torno a las primeras definiciones y conceptualizaciones sobre los sistemas de partidos, arrancando con diversos autores como Sartori pero trayendo a colación debates más actuales, inclusive los aplicados a otras regiones. La obra se desarrolla mediante tres ejes principales: la operacionalización y medición de la institucionalización del sistema de partidos; los factores explicativos sobre los grados de institucionalización, y las consecuencias de la desinstitucionalización para el sistema político.
Sin embargo, la importancia central del libro parte de la conceptualización que hicieron Mainwaring y Scully a lo largo de la década de 1990, ya que de su definición cuatridimensional recuperará gran parte del debate teórico que se recoge en la obra. Por ejemplo, Juan Pablo Luna cuestionará en su capítulo la naturaleza aditiva y lineal que dicha definición implicaba, así como la ausencia de factores clientelares que sustituyen en ocasiones los enlaces ideológicos entre votantes y organizaciones partidarias. A ello añade un estudio empírico, mostrando cómo la relación lineal entre las cuatro dimensiones es muy débil, lo que lleva a plantear finalmente un modelo alternativo para medir y analizar la relación entre la estabilidad electoral y el arraigo programático, considerando que la volatilidad electoral como indicador es deseada pero no suficiente.
Posteriormente se encuentra un capítulo clave en el libro: Brian Crisp, Santiago Olivella y Joshua Potter debaten en torno a la consolidación o institucionalización de los sistemas de partidos, proponiendo una medición más compleja a este respecto, pues entienden que los indicadores no electorales están infrautilizados. Lo aplican en un estudio donde se analizan 107 elecciones en 16 cámaras bajas de Latinoamérica entre 1982 y 2013, concluyendo que aparentemente la volatilidad electoral en la región se debe al descontento con las opciones existentes e identificando dos dimensiones clave entre sus indicadores: volatilidad por nuevos partidos y desaparición de antiguos partidos y voto recogido por partidos que no logran representación. Este es quizá uno de los mayores aportes de la obra, al proponer, asimismo, una posible solución al déficit de atención en variables no electorales, aunque no tendrá un correlato en posteriores capítulos.
Seguidamente se trae su contraposición y, en la línea sobre el análisis de la volatilidad, Mariano Torcal e Ignacio Lago proponen una nueva medida, diferenciando entre la endógena y la exógena, primando la predictibilidad y no la estabilidad electoral. La primera de ellas, sería la de los partidos estables en el sistema, y la exógena la de los partidos inestables. La primera es positiva pues permitiría un control del gobierno, y la segunda negativa, porque supondría que el sistema de partidos no está institucionalizado. Tras aplicarlo a un estudio empírico en 43 países, concluyen que las democracias más jóvenes parecieran mostrar más volatilidad exógena, aunque también endógena, y que las democracias más antiguas experimentan poca volatilidad. De igual modo, afirman que la volatilidad exógena con bajo coste de transacción y nulo control político afecta negativamente a la gobernabilidad, y que la volatilidad endógena es reflejo de mayor control político y cierta mejora de gobernabilidad. Este capítulo debe considerarse además como un interesante aporte, pues podría arrojar mejores perspectivas de análisis en ciertos estudios de caso, véase por ejemplo la experiencia peruana, con muy elevada inestabilidad partidaria y volatilidad récord en la región.
A partir de estos tres primeros capítulos comienzan los estudios de caso y quizá no sea aventurado afirmar que decae el nivel de los estudios presentados. Si se debieran destacar los aportes y originalidad de esta obra, sin duda estos se hallarían en los tres primeros capítulos y no posteriormente. Ejemplo de ello es el estudio de Cesar Zucco Jr. presentando la experiencia brasileña. Muestra una volatilidad decreciente, con dominio de pocos partidos en elecciones presidenciales, sentimiento de legitimidad de los resultados electorales, pero con numerosos partidos en el congreso, moderado personalismo, transfuguismo, escasa identificación ciudadana con los partidos y, en ocasiones, rol secundario de la ideología como determinante del voto. Esto lleva en parte al autor a defender que habría que matizar la conexión entre la institucionalización del sistema de partidos y la gobernabilidad y control electoral de los ciudadanos, ya que Brasil pareciera presenciar una estabilidad no institucionalizada. No cabe duda de que el caso brasileño es ilustrador en el estudio de sistemas de partidos de la región por los rasgos ya señalados, pero tal vez este capítulo no muestra excesiva originalidad ni aportes cualitativos, alejándose de la perspectiva teórica que se presentaba hasta ese momento en el libro.
Después, y como complemento al anterior, Daniel Chasquetti lleva a cabo un estudio comparado de Brasil, Chile y Uruguay, pero relacionando la estabilidad de los sistemas de partidos con las carreras de los legisladores. Se trata de un punto de vista original, pero se advierte escasa atención a la estabilidad de las carreras legislativas en relación al sistema de partidos y su institucionalización, y adolece de información empírica o longitudinal que apoye las grandes relaciones que podrían esperarse. En todo caso, el autor reafirma una posición por lo general sostenida entre los académicos: Chile sería el sistema político más institucionalizado, Uruguay se situaría en un segundo término y, por último, Brasil.
No obstante, lo anterior no sería baladí, pues más adelante David Altman y Juan Pablo Luna muestran su disconformidad respecto a la caracterización que a menudo sufre Chile respecto a la región, una posición que mostraría, en su entender, algunos elementos propios de sistemas no institucionalizados, el caso brasileño como el más cercano. Altman y Luna entienden que Chile sería un sistema de partidos hidropónico, esto es, sin raíces en la sociedad, lo que les lleva a cuestionar la operacionalización actual del concepto de institucionalización de Mainwaring y Scully. Por ejemplo, el país se ubicaría en último lugar de la región en identificación partidaria de los ciudadanos, al nivel de naciones como Perú y Ecuador que han sufrido crisis representación. Afirman además que, en cierto modo, Chile ha sufrido un proceso de cierta desintitucionalización con crisis del sistema de partidos incluida, creciente distanciamiento de los ciudadanos hacia los partidos, debilitamiento en su organización, y menor legitimidad popular del sistema político. Esta dicotomía de posiciones, no obstante, ameritaría cierto debate y comunicación previa entre los autores del libro, pues en apenas unas páginas se encuentran posturas radicalmente diferentes y, como se comentaba arriba, podría incluso alimentar un debate teórico que no se desarrolla.
Cambiando de temática, se presenta la pregunta: ¿qué efecto tienen los votantes no tanto en los partidos, sino más bien en los políticos, concretamente en lo que a sus carreras se refiere? Esta es la cuestión que aborda Felipe Botero y que trata de responder mediante un estudio comparado de Chile y Colombia. Capítulo, eso sí, que se presenta de una manera un tanto desubicada, pues no queda claro el porqué del orden del libro ni hasta qué punto guarda relación con los puntos centrales de la obra. El autor, en todo caso, concluye que en el caso colombiano los políticos construyen sus carreras políticas a pesar de sus propios partidos, quizá por ser débiles y de escasa implantación en la sociedad. El caso chileno mostraría por el contrario que sí hay una aportación positiva de los partidos políticos a sus candidatos, especialmente si hablamos de las grandes fuerzas partidarias, tal y como la información empírica al respecto le evidenció. Aquí, claro, la estabilidad e institucionalización del sistema de partidos sería la principal variable explicativa.
Por su parte, pero sin olvidar aún la experiencia chilena, Daniel Buquet compara los casos de este país con Argentina y Uruguay, y propone profundizar en las trayectorias históricas de los sistemas políticos para encontrar claves que permitan comprender sus distintos niveles de institucionalización. Es la investigación con un posicionamiento más sociológico e histórico del libro, lo cual se agradece pues en contadas ocasiones se traen a colación explicaciones desde estos ámbitos. En tal sentido, Argentina, Chile y Uruguay mostrarían rasgos en sus sistemas de partidos actuales con raíces en el pasado. Por ejemplo, Uruguay y Chile a diferencia de Argentina, parecieran haber mostrado una mayor capacidad adaptativa a los cambios sociales, a pesar de mayor polarización y mayor fragmentación, respectivamente. Chile sería el más polarizado y fragmentado, pero muestra a su vez una baja volatilidad. Argentina en cambio, sería la más inestable.
En esta línea de mínima consideración de lo social, Martín Tanaka compara la agencia, la estructura y el colapso de los sistemas de partidos en los países andinos, destacando sus similitudes sociológicas y económicas, y sus notables diferencias en cuanto a trayectoria en sus sistemas de partidos. Él resalta la coyuntura crítica que vivieron estos países en momentos dispares como detonantes para las organizaciones partidarias tradicionales, donde por contra, una reciente bonanza económica permitió fortalecer a los nuevos actores políticos, en especial en relación a los previos. Eso sí, aquí la excepción sería Perú, pues aparentemente y a la luz de las muy bajas valoraciones y resultados electorales, los presidentes salientes desde 2001 no habrían sido capaces de capitalizar los éxitos económicos. Como destaca Tanaka, el tono de las reformas que se realizaron en los noventa podría explicar parcialmente el fenómeno pues, a diferencia de Brasil donde los partidos y el gobierno federal salieron fortalecidos, el Perú no fue ejemplo de ello.
En relación con este desempeño individual de los partidos, Noam Lupu analiza a Argentina desde una perspectiva histórica para estudiar la relación entre la institucionalización de partidos y la institucionalización de los sistemas de partidos, a través de la nacionalización de las organizaciones partidarias. Su análisis sugiere que no todos los partidos pueden contribuir igual a la institucionalización del sistema de partidos y que esta contribución puede variar a lo largo del tiempo, siendo ejemplo el Partido Radical, principal responsable de la institucionalización del sistema de partidos, mientras el peronismo habría tenido una mayor fluctuación en el tiempo.
En cuanto al rol de los líderes, cuestión de gran trascendencia en la región, José Enrique Molina Vega analiza la relación entre institucionalización del sistema de partidos y la personalización de la política a partir de 1990, pero con especial atención a la primera década del presente siglo. En términos generales, el grado dependería sobre todo de la capacidad del líder de sobrevivir sin su organización partidaria, como sucedió con Fujimori o Hugo Chávez. Serían liderazgos dominantes y relativamente frecuentes en la región. Afirma, además, que se han venido produciendo procesos de desinstitucionalización de los sistemas de partidos en algunos países, como en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y Guatemala, por la aparición de estos líderes dominantes. Asimismo, algunos elementos propios de la región surgirían como consecuencia de la personalización radical de la política, como la tendencia al continuismo político, el debilitamiento o anulación de los pesos y contrapesos al poder presidencial, y la resistencia a la institucionalización.
Sin embargo, ¿es importante la institucionalización de los sistemas de partidos? Esto se pregunta Daniela Campello a través de un enfoque más económico, pero centrando la mirada en el diseño de las políticas públicas y sus receptividad en la sociedad, con lo que ello supone para la legitimidad del sistema político. La autora asume que se producen ataques especulativos desde el mercado a los gobiernos que proponen medidas consideradas de izquierda, por lo que trata de analizar el impacto en las políticas públicas prometidas electoralmente, así como el desempeño de los votantes ante estos supuestos ataques. Para ello ejemplifica con el Ecuador de Lucio Gutiérrez, la Venezuela de Carlos Andrés Pérez o el Brasil de Cardoso, entre otros. Concluye que los presidentes de izquierdas cambiaron de políticas por la especulación, destacándose aquellos que tenían Ejecutivos más fuertes, donde además la institucionalización de los partidos no parecía ser una variable determinante ante el comportamiento de los presidentes.
Finalmente, Maldonado inspecciona la institucionalización del sistema de partidos, el anclaje electoral y el desacuerdo con intermediarios políticos para España, México y Uruguay, desde una perspectiva comparada. Este autor entiende que los cambios de preferencias de voto durante las campañas electorales se dan entre los votantes con anclaje electoral más débil y que sucede más en los sistemas de partidos menos institucionalizados.
Como conclusión respecto de la obra reseñada, debe destacarse por un lado que cuenta con destacados autores especializados en los sistemas de partidos de la región, como por ejemplo Chasquetti y Tanaka, entre otros. Si bien se trata de una temática muy analizada en su conjunto, afortunadamente esta obra la actualiza y complementa con aportes teóricos y variados estudios de caso. Como ya se dijo arriba, la literatura en torno a los sistemas de partidos se fundamenta en especial en artículos de revista y con enfoques de un solo estudio de caso, dejándose la discusión teórica de lado. Las obras en formato de libro y con reflexión sosegada son insuficientes. Igualmente destaca en el texto coordinado por Torcal el tono didáctico y de espíritu de manual, por lo que se recomienda para todo experto en sistemas políticos latinoamericanos. En adición, la base empírica impregna todos los capítulos del libro, a la vez que se realiza una gran revisión de la literatura y afloran nuevas preguntas, aunque una de las carencias de la literatura en este ámbito, esto es, la escasez de estudios de ciertos países, se replique en esta obra.
Sin embargo, una falencia del libro es que resulta repetitivo, pues las introducciones de los capítulos reiteran lo tocado en otros o en el propio inicio del texto. Asimismo, se deja muy de lado la parte sociológica e histórica de los sistemas de partidos: solo dos capítulos de 15 la traen a colación, lo que muestra una desconexión general en la obra, e incluso un nulo correlato entre aquellos, con contradicciones en sus conclusiones. No debiera pasarse por alto la influencia de la cultura política, el nivel educativo promedio o experiencias pasadas cuando se analiza un fenómeno politológico en Latinoamérica. Un capítulo sobre el rol del clientelismo en la región habría completado la que es una gran obra que debiera ser referencial para cualquier aproximación a los sistemas de partidos de la región.
Finalmente, y aunque se trata de una obra de importancia por sus aportes y originalidad, cabe reiterar que a partir del cuarto capítulo el nivel general decae. Esto deja la impresión de que hay artículos que aportan poco, o que no justifican del todo su inclusión. Quizá hubiera sido mejor profundizar en temáticas clave que se abordan pero no lo suficiente, por ejemplo, el debate teórico en torno a los índices más empleados y sus carencias y las alternativas que sobre ello podrían plantearse. Este libro busca aportar en ese tema, pero en su segunda parte se pierde en estudios de caso que no complementan las reflexiones del comienzo.
En suma, es una obra con un interesante debate teórico en sus primeros capítulos y que abre importantes preguntas en torno a los índices que se emplean y su idoneidad, precisión y reproducción para diferentes estudios de caso, pero que adolece de originalidad en los sistemas de partidos analizados y que necesita mayor conexión entre capítulos.