Bitácora para una travesía incierta
Lo que va de siglo XXI trajo consigo una serie de cambios relevantes en la escena internacional. El nuevo libro del profesor Francisco Valdés Ugalde ―escrito principalmente desde la teoría política pero con un carácter auténticamente transdisciplinar que abarca enfoque, procesos y referencias de la ciencia política, sociología, economía política y política internacional― da digna cuenta de ellos. El contexto sobre el que se proyecta ―y se escribe― la obra pasa revista de los procesos históricos, geopolíticos y geoeconómicos del medio siglo. Se trata de un largo ensayo articulador de reflexiones previamente trabajadas por el autor, que aparece oportunamente en el momento en que convergen el ascenso de formas autocráticas de gobernanza, una grave crisis sanitaria ―la pandemia de covid-19―, una nueva guerra interestatal en el corazón de Europa y la crisis del modelo capitalista neoliberal.
El dogmatismo de viejas y nuevas militancias de izquierda radical y el no menos empobrecedor abrazo, supuestamente realista, del credo neoliberal, harían imposible escribir esta obra. Solo quien reconozca, a través del estudio científico y la experiencia personal, que las colectividades humanas son irreductibles a teleologías y concepciones monistas de su identidad y accionar, puede escribir y leer, provechosamente, un trabajo como este. La trayectoria personal de Valdés Ugalde, en los planos científico y cívico, explica la sofisticación y profundidad de su mirada. Mi propia experiencia con la obra, al referenciarla durante un curso impartido en Buenos Aires y en sendas conferencias en Washington y Seúl, confirma que las ideas de Valdés Ugalde reciben buena recepción allende México. Encontrándose entre lo más avanzado escrito sobre el tema, dentro y fuera de la academia de habla hispana.
La obra se plantea, desde el diálogo con una constelación de autores relevantes ―Sen, Tilly, Rawls, etcétera―, importantes preguntas para las ciencias y el cambio sociales. Una de ellas es si debe considerarse la democracia parte del catálogo de los derechos humanos (DDHH) en tanto expresión de agendas de lucha y reconocimiento de la igualdad y libertad de los ciudadanos. Hace una incursión en el espacio de la política posnacional, optando por la búsqueda de una ciudadanía cosmopolita que reconozca los derechos humanos como un marco para avanzar en estrategias capaces de aliviar los efectos de las desigualdades socioeconómicas entre las naciones y al interior de estas, agudizadas por el neoliberalismo. La obra contempla el cambio acelerado de las sociedades contemporáneas trascendiendo las derivas radicales de la política identitaria de cualquier signo ideológico. Valdés Ugalde no sucumbe a la moda del declinismo democrático, profecía pesimista que se autocumple, al reconocer que, en el marco de un mundo globalizado, tanto las democracias como los sistemas autoritarios tienen dificultades para gestionar la complejidad de sujetos, problemas y demandas de las sociedades actuales. El autor alerta que los atajos buscados por los polos autoritarios exacerban los problemas que quieren resolver: la concentración y centralización del poder, la exclusión de las (mal llamadas) minorías, el nacionalismo y la autarquía.
La ruta de los derechos humanos
La obra nos interpela sobre si debe considerarse la democracia como uno de los derechos humanos. Al dar cuenta de ese debate, Valdés Ugalde pasa revista a tres lecturas sobre el nexo ―siempre mediado por el componente estatal― entre democracia y DDHH: a) entre democracia y DDHH existen vínculos; b) democracia es en sí misma un DDHH a proteger institucionalmente; c) democracia y DDHH son fenómenos distintos, por lo que los segundos pueden cumplirse en Estados no democráticos.
Defiende el autor que es necesario considerar la democracia como un derecho humano, al ser una expresión relevante, compleja y multidimensional ―tanto procedimental como sustantiva― de la igualdad de los ciudadanos. Tanto los DDHH como la democracia representan materia y corolario de luchas colectivas, expresadas en ideas, reclamos y conquistas como la libertad, la dignidad y la igualdad. Ambos remiten a un lenguaje universal que solo se ve interrumpido en sistemas autoritarios; mientras que en regímenes democráticos los DDHH sirven como herramienta para resolver democráticamente diferentes conflictos sociales, culturales y políticos.
La democracia se concibe como parte de los DDHH, pues es un resultado histórico de la producción de derechos y, una vez establecida, protege la igualdad de todas las personas dentro del Estado. Asimismo, cuando una democracia formalmente establecida no garantiza plenamente los DDHH ―como sucede en América Latina―, se convierte en una democracia cuestionada: el nivel de institucionalización y realización de una democracia, nos recuerda Valdés Ugalde, está relacionado con el activismo de los DDHH.
El libro pone el foco, a través de un detallado análisis, en cómo la expansión de las demandas sociales, los progresos jurídicos y las reformas institucionales ligadas con el discurso y sistema de DDHH (a partir de 1948) conceden renovada importancia a la acción de la ciudadanía y los movimientos sociales que buscan expandir esa esfera de derechos. El autor reconoce que si bien, desde un estricto punto de vista jurídico, la democracia no es a menudo reconocida como un derecho humano ―llamando la atención sobre el efecto del veto de regímenes autoritarios para tal rechazo―, es la aparición histórica de formas de acción colectiva, postuladoras de nuevos valores y buscando modificar un statu quo desfavorable, la que amplía emancipatoriamente el espacio de la política. Esa innovadora política de los derechos eleva a la humanidad a una nueva fase de su desarrollo, donde la democracia misma aparece como resultado histórico de la producción de derechos y como un espacio para la producción de nuevos derechos. Y donde la intersección entre derechos, democracia y Estado constituye un laboratorio moderno de formas políticas con capacidad para trascender las fronteras nacionales y su limitado concepto de soberanía.
En el Estado contemporáneo, en su expansión, los DDHH y la democracia van juntos. Los derechos, insiste Valdés Ugalde, han sido decisivos en la emergencia de la democracia, pero esta es la condición para que ellos sean respetados, conseguidos y expandidos al igual que las capacidades estatales que los deben materializar. El desarrollo de luchas sociales y demandas políticas ha transformado la institucionalidad de las viejas formaciones monárquicas, previas a la aparición de las repúblicas liberales de masas; en la actualidad, solo en los países y regímenes en los que derechos humanos y democracia van de la mano se han podido evitar las falsas alternativas despóticas de las autocracias de todo signo ideológico.
La obra concibe la política contemporánea en el cruce entre la agenda y movimiento de los DDHH, la democracia como forma política y las capacidades del Estado como sustrato material para garantizar aquellas demandas y derechos. Por eso el autor considera la doctrina de los derechos humanos como un elemento indisoluble de la constitución y funcionamiento de cualquier Estado democrático. De ahí que tanto DDHH como la democracia representativa deben ser parte de los espacios políticos nacionales que se construyan para afrontar los problemas globales más allá de las fronteras del Estado nación.
Los enemigos de la democracia
Valdés Ugalde reconoce que en los sistemas políticos nacionales, en todos los rincones del orbe, se ha producido una expansión de los despotismos; tanto en su variante acabada autocrática como en la especie híbrida de los populismos autoritarios nacidos en las fronteras de las democracias. Interesados ambos, nos dice el autor, en “mantener la verticalidad de las columnas de poder que sostienen sus gobiernos”. La corriente populista, plantea el autor, se presenta en un líder carismático, aquel redentor del pueblo, y este tenor logra hacer una disyuntiva: pueblo y antipueblo (moviliza masas). El gobierno autoritario, nos recuerda Valdés Ugalde, busca solucionar dos problemas: el reparto del poder entre el dictador y sus aliados, junto al control de la población. Para ello, nos dice, bajo cualquier dictadura las instituciones normalmente democráticas sirven a fines esencialmente autoritarios.
De cara a tales amenazas, la democracia debe encontrar remedios eficaces frente a las reacciones políticas populistas y nacionalistas, al tiempo que construye capacidades para lidiar con la diversidad de identidades y las protestas por la desigualdad creciente. Y es que, en la coyuntura actual, la alternativa democrática se ve asediada, además de por sus enemigos sistémicos, por la convergencia del accionar de diversos poderes transnacionales desregulados (empresariales, criminales) y por los efectos sociales del modelo neoliberal.
En su lectura del contexto actual, Valdés Ugalde identifica la existencia de tres grandes opciones políticas: el liberalismo democrático, la socialdemocracia y los populismos autoritarios. Dentro de un marco global atravesado por la bipolaridad entre un modelo que llama atlántico ―donde convergen la democracia liberal con la alternativa socialdemócrata― y un modelo euroasiático, en el cual populismos y autocracias se dan la mano. Sin negar la existencia de esas alternativas, el propio autor reconoce la impronta ―dado su manejo de importantes bases de dato como las de V-Dem y Freedom House― de una gama de variantes intermedias en las que los principios de la autonomía y libertad ciudadanas se mezclan con el control despótico de los asuntos públicos. El mundo hoy no es solo un paisaje poblado por democracias y autocracias plenas, sino, crecientemente habitado por una mayoría de países, parece ubicarse en algún espacio intermedio, con disímiles formas de hibridez de sus regímenes políticos. El propio autor lo percibe al decirnos que en el llamado Sur global existen combinaciones de ambos modelos.
Valdés Ugalde percibe que el problema de la representación resulta relevante para comprender la teoría y praxis de la política contemporánea. Para ello nos recuerda que la política es una dinámica coconstructiva del cuerpo social, que se expresa ―especialmente en contextos democráticos― a través de la reformulación de las relaciones de poder en la esfera pública. Si la política en general, nos dice el profesor, es el juego de decidir quién ejerce el poder sobre quién, la política democrática tiene la especificidad de ser el juego de decidir cómo ejercer colectivamente, de modo regulado, pluralista y abierto, a la influencia social, el poder.
A diferencia de otros autores, en esta obra no se propone una lógica binaria, simplista, de sustitución de la democracia liberal “elitista” por otra supuestamente popular y “plebeya”. Reconociendo que las asimetrías de poder son el fenómeno donde crecen las bacterias de la oligarquía que corrompen a la democracia, el autor apuesta por un enfoque multidimensional del fenómeno democrático. La democracia participativa basada en el ejercicio protagónico de la ciudadanía y la democracia representativa que descansa en el ejercicio de la voluntad colectiva mediante el voto y el contrapeso de poderes públicos no se contraponen, sino que se combinan y se complementan.
Capitalismos y orden mundial
Valdés Ugalde reconoce en el capitalismo un sistema que ha tenido, simultáneamente, la capacidad para generar conflictos sociales y crear instituciones capaces de aminorarlos, corrigiendo su propia dinámica y creando, con ayuda del Estado moderno, arreglos institucionales capaces de expandir la riqueza y el bienestar social. Cuestiona el falso modelo del socialismo realmente existente de partido único y economía planificada, que sigue siendo atractivo para algunos intelectuales y políticos en América Latina, en tanto falsa forma de trascender el capitalismo generando nuevas desigualdades y exclusiones. Iguales o peores que las pretendidamente superadas.
Lejos de la vulgata neoliberal, Valdés Ugalde diferencia progresistamente el liberalismo como enfoque integral y multidimensional de la vida individual y colectiva ―articulador de la separación de poderes, la soberanía popular, la autonomía individual, la sociedad abierta― de la visión neoclásica que reduce la naturaleza humana a partir de una visión economicista fundada en el dogma del individualismo posesivo. El liberalismo aparece en el libro ―en la cuerda de Carlo Roselli, Norberto Bobbio, Marta Nussbaum y José María Lasalle― como un cuerpo de pensamiento que atraviesa distintas formas de relación entre la organización socioeconómica y política, ofreciendo construir un tipo de sociedad e individuo en el cual las esferas de la libertad y la igualdad estén en continuo contrapunto y convivencia. Desde esas coordenadas, el autor celebra lo que llama “la plasticidad del liberalismo”, reconociendo en su historia una vitalidad para adaptarse más allá de los designios neoliberales.
En el plano internacional, Valdés Ugalde plantea que el orden global actual está en una etapa de redefinición, pues las instituciones y los pactos creados en la segunda posguerra han desaparecido o se encuentran severamente amenazados. La unidad entre nación y Estado se muestra deteriorada; las diversas identidades y procesos de las sociedades nacionales se internacionalizan y, en paralelo, los nacionalismos se exacerban. Cada vez más mentalidades y colectividades nativas, en cualquier parte del mundo, se relacionan con procesos que ocurren más allá de las fronteras locales. Ganan reconocimiento sujetos y agendas como las de organizaciones, movimientos y redes de activismo globales.
La obra da cuenta de la globalización como un conjunto de procesos y fenómenos en la producción de la vida social y la interconexión de las economías abarcando las dimensiones tecnológica, cultural, socioeconómica y política. Una globalización que ha generado procesos a menudo concomitantes de efectos contradictorios: grandes flujos migratorios unidos al auge nacionalista, crecimiento de las clases medias unidos al aumento de la desigualdad y la pobreza dentro y entre naciones, auge de poderes trasnacionales al lado del deterioro de la capacidad gubernamental para atender problemas crecientes.
La aceleración globalizadora exhibe a una soberanía moderna, escindida en dos formas y momentos. La tradicional, estatista y westfaliana, que asigna la potestad soberana a Estados nominalmente iguales entre sí, circunscrita dentro de marcos sociales y fronterizos acotados por el poder estatal. La emergente, multiactor y liberal, que se expresa en la búsqueda de mayores canales y legitimidad para el cumplimiento universal de los DDHH. En ese marco, el autor identifica a la Unión Europea como el primer caso de la historia moderna que intenta articular políticas nacionales con decisiones colectivas supranacionales a través de un tipo novedoso de coordinación política. Representando una excepción en un mundo donde ni los Estados nación ni el sistema internacional logran hoy satisfacer las necesidades de la gente.
Ensayo para después del naufragio llama a construir propuestas conceptuales ―en el plano analítico― y políticas ―en el plano práctico― para encarar los complejos problemas del mundo contemporáneo. Rechaza la existencia de una supuesta lógica inexorable en la evolución de los sistemas sociales. Reconoce unas sociedades contemporáneas en las que se ha multiplicado exponencialmente la diversidad de identidades y preferencias individuales y sociales. Postula una comprensión amplia de la democracia que no se ata a las formas institucionales contingentes y temporalmente limitadas que adopta, invitando a rastrear su proceso evolutivo. Apuesta por un Estado democrático que protege simultáneamente la igualdad, la equidad, la libertad y el desarrollo humano. Del mismo modo en que la sabiduría de Ulises salvó a su tripulación de los peligros que asechaban en las aguas del Mediterráneo, el libro de Valdés Ugalde es una bitácora intelectual que nos orienta y previene de los Caribdis autoritarios, los Escilas neoliberales y los cantos de sirena, a menudo hermanados, de las modas académicas y la pasividad incivil.