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Política y cultura

versión impresa ISSN 0188-7742

Polít. cult.  no.27 México ene. 2007

 

Los movimientos sociales y el problema del Estado

 

El caudillismo en América Latina, ayer y hoy

 

Pedro Castro*

 

* Doctor adscrito al Departamento de Sociología, en el área de procesos políticos. Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa. Dirección electrónica: pcm@xanum.unam.mx

 

Recepción del original: 19–05–06
Recepción del artículo corregido: 09–05–07

 

Resumen

El trabajo aborda el fenómeno del caudillismo como figura de la historia latinoamericana subsistente al día de hoy. Ligado a la decadencia de la autoridad colonial, es distintivo de varios países en el siglo XIX. Es consecuencia del colapso del Gobierno central (México) y de fracturas en el aparato estatal y ascenso de movimientos de masas con líderes carismáticos (Argentina y Brasil) en el XX. A principios del siglo actual, Hugo Chávez posee rasgos que lo sugieren como caudillo posmoderno, en control de los recursos derivados del petróleo y del manejo de medios de comunicación, activos fundamentales en el movimiento en torno a su persona.

Palabras claves: caudillo, caudillismo, carisma, legitimidad, autoridad.

 

Abstract

The work approaches the phenomenon of 'caudillismo' (military leadership) like a figure of Latin American history still permanent to the present day. Bound to the decay of the colonial authority, it is distinctive of several countries in the nineteen century. It is consequence of the collapse of the central government (Mexico) and of fractures in the state apparatus and of the ascent of social mass movements with charismatic leaders (Argentina and Brazil) in the twenties. At the beginning of the present century, Hugo Chávez has several characteristics that suggest him like a postmodern caudillo: has control of the resources derived from the oil and the handling of mass media, fundamental assets for the movement around its person.

Keywords: caudillo, military leadership, carisma, legitimacy, authority.

 

La figura de los caudillos puebla la historia, la leyenda y el imaginario político latinoamericano. El siglo XIX es pródigo en este tipo de dirigentes: Antonio López de Santa Anna, José Manuel de Rosas, Francisco Solano López, José Gaspar Rodríguez de Francia... El siglo XX tiene también una galería nutrida de caudillos: Porfirio Díaz y Álvaro Obregón en México; José Domingo Perón, "El Conductor de Argentina"; Getúlio Vargas, fundador del Estado Novo en Brasil, y hasta Rafael Trujillo, "El Benefactor" de los dominicanos; y la lista no se agota. El siglo XXI cuenta con Hugo Chávez, quien ha puesto al día el caudillismo latinoamericano, y de quien hoy, pese a muchos, solamente se puede hacer un balance provisional. Cada uno de los caudillos tiene su propio estilo, y no todos deben ser medidos con el mismo rasero. Algunos han sido dictadores a secas, como Santa Anna y Díaz; otros, razonablemente democráticos, como Hipólito Irigoyen –la figura sobresaliente en la Unión Cívica Radical durante el primer tercio del siglo XX, y derrocada por el general José F. Iraburu.1

El origen de la palabra caudillo viene del diminutivo latino caput, que significa "cabeza", "cabecilla", y aunque no existe una definición actual única e incontrovertible, tanto en términos académicos como populares el término evoca al hombre fuerte de la política, el más eminente de todos, situado por encima de las instituciones de la democracia formal cuando ellas son apenas embrionarias, raquíticas o en plena decadencia. Caudillismo e institución democrática son elementos situados en los extremos de una línea ascendente de la evolución política en donde el primero sería el "más primitivo" y el segundo el "más desarrollado".

El término "caudillo" es tan elástico a la hora de su uso, que se refiere a una cantidad de personalidades similares pero con grandes diferencias. En este sentido, "caudillos" han sido Villa y Zapata; Morazán y Sandino; Páez y Moreno; Santa Anna, Obregón y Díaz; De Rosas y Rodríguez de Francia; Perón y Vargas; Trujillo y Stroessner, y tantos otros que no escaparon al título –que parecía agradarles– y que a ojos de seguidores y detractores adquiría características que los enaltecía o los denostaba, según el caso. Aunque tal elasticidad del término podría dar lugar a discusiones interminables sobre lo que exactamente es y no es un caudillo, ello es un obstáculo menor en el abordaje del tema, como si habláramos de otros temas poliédricos como la democracia o el nacionalismo. Baste decir, entonces, que cuando nos referimos al caudillo, señalamos a quienes ejercen un liderazgo especial por sus condiciones personales; que surge cuando la sociedad deja de tener confianza en las instituciones. Pesa más que sus propios partidos, tanto que a veces los aplastan.

El propósito de este trabajo es presentar elementos útiles para la explicación del fenómeno del caudillismo latinoamericano y la decantación de la semántica del término, así como suscitar interrogantes sugestivas frente a acontecimientos actuales que le están relacionados. Por su contenido, la hemos dividido en el caudillismo viejo (que posee los rasgos fundamentales del fenómeno) y el moderno (que es una puesta al día del anterior) atendiendo a sus especificidades en función de sus diferentes circunstancias históricas. Por su importancia para los tiempos que vivimos, hemos dedicado la parte de los "nuevos aires" del caudillismo a la figura del presidente venezolano Hugo Chávez, en tanto caudillo populista posmoderno, inserto en un ambiente muy distinto a la que vivieron sus antecesores, tanto en términos internos como internacionales.

 

EL CAUDILLO, DE AYER A HOY

De acuerdo con K. H. Silvert, en Iberoamérica, el término caudillismo alude generalmente a cualquier régimen personalista y cuasimilitar, cuyos mecanismos partidistas, procedimientos administrativos y funciones legislativas están sometidos al control inmediato y directo de un líder carismático y a su cohorte de funcionarios mediadores.2 Debe su aparición al colapso de una autoridad central, capaz de permitir a fuerzas ajenas o rebeldes al Estado apoderarse de todo el aparato político. En consecuencia, es producto de la desarticulación de la sociedad; efecto de un grave quebranto institucional. La metodología histórica que ha forjado el término maneja la idea central de que el caudillo es la pervivencia de un fenómeno antiguo, propio del siglo XIX. Aunque, en general, encontraba la base de su poder en las zonas rurales, la consolidación del mismo exigía que extendiese su dominio a la capital de la nación. Así, por ejemplo, con el derrumbe del Porfiriato, México se ajustó a este patrón, y fue en más de un sentido una réplica de lo ocurrido cuando, por efecto de las luchas intestinas posteriores a la Independencia, se acabó de dar al traste lo que quedaba de la estructura institucional heredada de la Colonia. A principios del siglo XX, fueron bandas armadas, acaudilladas por jefes nuevos o tradicionales y sin ninguna experiencia militar, las que ocuparon provisional o definitivamente los vacíos políticos existentes. Los Ejércitos revolucionarios difícilmente obedecían a un liderazgo central –llámese de Madero o de Carranza, o de cualquier otro– y más bien tendían a actuar con la mayor autonomía posible; situación que perduró hasta bien entrados los veintes. Estos serían los tiempos de un antiguo pequeño propietario y comerciante agrícola –devenido en general triunfante– de nombre Álvaro Obregón, quien va a ostentar los rasgos más definidos del último caudillo mexicano.

Entre los atributos comunes al caudillo antiguo y moderno está su cualidad carismática. Para Max Weber, carisma es "la insólita cualidad de una persona que muestra un poder sobrenatural, sobrehumano o al menos desacostumbrado, de modo que aparece como un ser providencial, ejemplar o fuera de lo común, por cuya razón agrupa a su alrededor discípulos o partidarios."3 La atracción de los prosélitos es crucial, "y esencialmente el carisma del gran personaje no se define tanto por lo que dijera o hiciera, sino por la adhesión suprarracional de sus respectivos seguidores".4 La dominación carismática, o del que tiene carisma –ya sea héroe militar, revolucionario, demagogo o dictador– significa la sumisión de los hombres a su jefe. El sustento del carisma es emocional, puesto que se fundamenta en la confianza, en la fe, y en la ausencia de control y crítica. Pero el carisma no basta: nadie puede ser un líder solitario, puesto que su carácter, las esperanzas de sus contemporáneos, las circunstancias históricas, y el éxito o el fracaso de su movimiento respecto a sus metas son de igual importancia en los resultados que obtenga.

El carismático, por su parte, cree, dice creer, y hace creer que está llamado a realizar una misión de orden superior y su presencia es indispensable. Fuera de él, está el caos. Aquí los conceptos de jefe y de institucionalidad aparecen claramente como distintos y contrarios. Su tipo de dominación se opone a la dominación legal y a la tradicional, porque éstas significan límites debido a la necesidad de respetar la ley o la costumbre, y tener en cuenta los órganos instituidos del control social. Weber advierte que la dominación carismática no se encuentra en estado puro en la realidad, ya que no está desprovista del todo de legalidad, y la tradición comporta ciertos aspectos carismáticos o incluso burocráticos. En mayor o menor medida, toda revolución tiene un carácter fuertemente carismático, algo comprobado desde Cromwell hasta las revoluciones del siglo XX. Y puesto que el carisma crea situaciones excepcionales, se enfrenta a problemas difíciles de solucionar, como es la sucesión. Tarde o temprano se vuelve a un régimen tradicional o legal. Al desaparecer el jefe, se entra a una crisis de la que no se puede salir, porque su carisma ni se hereda ni deja efectos más allá de la vida del jefe. Una solución, nada segura, es que designe un sucesor en vida, con la anuencia o con la negativa de sus partidarios. En este caso, tal solución es temporal, porque por regla se origina una lucha más o menos abierta, pacífica o violenta, entre el grupo del carismático y el grupo del sucesor, y por lo regular el sector del "carismático", en ausencia del jefe, tiende a ser dominado por su contrario.

Los caudillos no han sido necesariamente gente con arreos ideológicos o grandes proyectos de cambio social; su temeridad guerrera, sus habilidades organizativas, sus limitados escrúpulos, su capacidad para tomar decisiones drásticas, los convierten en los hombres del momento. Lograron organizar y ponerse a la cabeza de cuerpos militares triunfantes, y en su momento gozaron de una apreciable legitimidad, antes de que su sino político se eclipsara. Un instinto de autodefensa social les hizo aceptables por cientos o miles de seguidores. Y finalmente, el acceso al poder los convirtió en dictadores, marcando la parte final del ciclo. En el caso de México, la Revolución ofreció a Álvaro Obregón la posibilidad de convertirse en militar en ascenso y en político de altos vuelos. No fue, como los caudillos de otras épocas, uno que se sustentaba en una estructura política primitiva, calcada de la lealtad personal del peón o campesino hacia el patrón. Su dominio se sustentaba parcialmente en una liga de caudillos menores y caciques subordinados, aunque de volátil lealtad. Obregón estableció su poder en la jerarquía revolucionaria –primero local, luego regional y después nacional–gracias a su habilidad para cosechar victorias militares y políticas. Su poder nacional aumentó por dos factores: el apoyo popular y su habilidad para hacer alianzas. El primero era resultado de sus logros bélicos y de su propia personalidad, enérgica y dada al humor al mismo tiempo, y la segunda de su capacidad para ofrecer un "proyecto compartido" a sus interlocutores y a pagos políticos.

¿Cuáles son las características vigentes del viejo caudillismo, para el siglo XX y el XXI? La pregunta no es tan sencilla de contestar. Las sociedades latinoamericanas decimonónicas difieren al paso del tiempo. A manera de ejemplo, la Argentina de Rosas abrumadoramente rural, que atraviesa por un difícil proceso de unificación política; la de Perón es la de la prosperidad agropecuaria, de las exportaciones y de la industrialización en ascenso. En dos épocas, Argentina es como si fuera dos países distintos. El caudillismo en este país, por lo tanto, tendrá sus diferencias según la época.

Una línea que distingue a los "viejos" y a los "nuevos" caudillos es su manera de ejercer el poder. Los caudillos decimonónicos tenían escasa o nula noción del significado de la legitimidad; de manera contraria a los del siglo XX, ya que muchos de estos accedieron al poder por medios democráticos e hicieron uso generoso de las políticas de masas y de los recursos estatales a favor de los "desposeídos" a fin de atraer, mantener y refrendar su apoyo, en lo que se ha llamado "populismo". Una de las dimensiones más críticas de cualquier cultura política involucra la noción de legitimidad política, esto es, la serie de creencias que conducen a la gente a considerar la distribución del poder político como justa y apropiada para su propia sociedad. La legitimidad política se funda sobre tres elementos: la tradición, la legalidad racional y el carisma. Los hombres obedecen (cuando es voluntariamente) a una mezcla desigual de hábito, interés y devoción personal.5 En otras palabras, la legitimidad provee la racionalidad para la sumisión voluntaria a la autoridad política. El caudillo tiene mucho de dictador, pero no todo dictador es un caudillo. De aquí que el concepto de legitimidad es crucial para esta distinción. Y el caudillismo florece en un medio político–cultural específico, en circunstancias también particulares de falta de control. Francisco José Moreno lleva estas afirmaciones a sus últimas consecuencias:

En la tradición política española, el caudillismo fue un esfuerzo por llenar el vacío dejado por la remoción del símbolo del autoritarismo institucional (esto es, el Rey). El Caudillismo es un intento, basado en el carisma, para mantener a las fuerzas políticas bajo control promoviendo la devoción de la persona al líder. El caudillismo, entonces, no debe confundirse con el control militar. Aquél puede crear legitimidad, mientras que el último no puede. La devoción y la lealtad hace innecesario el uso de la violencia. El empleo de la fuerza es entonces indicativa del fracaso para asegurar la obediencia. El caudillismo es una manera no institucional de satisfacer la orientación autoritaria latente en la cultura política de un país... el caudillismo conduce mejor a la estabilidad que el gobierno dictatorial e ilegítimo. La solución caudillista es básicamente legítima y por lo tanto aceptable.6

Peter H. Smith considera que las dictaduras y el caudillismo no son aberraciones, sino fenómenos que pueden explicarse dentro de la cultura política de la región en un largo periodo de tiempo. Obviamente, los conceptos de legitimidad pueden variar grandemente de cultura a cultura: un orden político que es moralmente aceptable para miembros de una sociedad podría ser completamente aborrecible para miembros de la otra. Su propuesta básica es que las políticas autoritarias han dominado la historia latinoamericana porque ellos han sido en buena medida "legítimas"; en otras palabras, que segmentos políticamente relevantes en la sociedad latinoamericana han considerado a las estructuras autoritarias como legítimas y por lo tanto dignas de ser aceptadas o apoyadas.7 Empero, esta legitimidad no debe ser vista como absoluta o total, pero justifica el ejercicio del gobierno fuerte por su capacidad de acabar el faccionalismo, centralizar el poder, "repartir beneficios" e imponer la paz en el territorio. Solamente así se explica que caudillos nacionales, de corte autoritario, hayan logrado permanencias tan largas en el poder. El mayor problema lo representarán con el tiempo, cuando el caudillo envejezca y se anquilose y las circunstancias del país se modifiquen. El caudillo, que en su momento podía gozar de una amplia legitimidad en los círculos políticamente poderosos, pasa a ser la cabeza de un aparato político y militar cuyo mejor argumento de defensa es la procuración de la paz y el progreso. Puesto que las experiencias latinoamericanas muestran que los caudillos–dictadores son echados por la fuerza, se abre un nuevo ciclo de desorden e inestabilidad, y las fuerzas centrífugas destruyen la centralidad obtenida a través de ellos. Caso es el de Porfirio Díaz, producto él mismo de una asonada militar, quien es derrocado en 191, y tiene lugar una revolución que repetirá aspectos de las luchas de independencia en México: a falta de poder central, caudillos y caciques en competencia. Y a su vez, a la desaparición del general Obregón, la clase política bajo la égida de Calles resuelve crear el Partido Nacional Revolucionario (PNR) para evitar una nueva lucha civil. La experiencia mexicana demostró que no obstante la fuerza que el PNR aportó al Estado todavía en reconstrucción, se encumbró una suerte de "caudillo burocrático", el llamado "Jefe Máximo de la Revolución", es decir, el general Plutarco Elías Calles.

 

CONTINUIDADES Y DISCONTINUIDADES

Estudiando el caso de la República Dominicana, Wiarda y Kryzanek proponen que hay más continuidad que diferencias entre los caudillos del siglo XIX y los del siglo XX, siendo el caso de que nuevas presiones sociales y económicas, nuevas ideologías, nuevas formas de organización y nuevas técnicas de control han dado forma a los regímenes de los dictadores más modernos. Sin pretender generalidades ni construir un paradigma completo del gobierno del caudillo, proponen una lista útil –pero incompleta– de características actuales del régimen de caudillos:

Los caudillos vienen generalmente del cuerpo militar y descansan principalmente en los militares para su apoyo y sostenimiento. Y a su vez, su permanencia en el poder depende en buena medida del control que ejercen sobre la institución armada, en tanto la relación de fuerzas a su interior le sea favorable. De no ser así, su principal aliado se convierte en su peor enemigo, y de aquí sigue su expulsión a través de presiones o golpes de Estado.

El liderazgo del caudillo se caracteriza por un fuerte estilo personalista y de su manera correspondiente de relacionarse con la ciudadanía. La palabra es el vehículo específico del carisma. Es el hombre providencial que resolverá, de una buena vez y para siempre, los problemas del pueblo. Habla con su público de manera constante, atiza sus pasiones, le "alumbra el camino", y lo hace sin limitaciones ni intermediarios. Se erige en intérprete de los intereses populares, y pretende encarnar el proverbio latino vox populi, vox dei.

El caudillo gobierna de una manera paternalista y altamente centralizada. Refiriéndose a Perón, Cuevilla ve en el caudillo un modelo de actuación más que positivo:

En un sentido político yo usaría "caudillaje" para aplicarlo a ese régimen que consiste en la personificación o encarnación de la autoridad, donde el que gobierna actúa con una ascendencia carismática moral extraordinaria sobre su gente: les aconseja, guía, conduce paternalmente... El Caudillaje aparece como una institución social plena de contenido ético (control político y militar, la auténtica totalidad del poder, el liderazgo psíquico de los gobernados, el magnetismo moral de la personalidad del líder) que lo hace más adecuado para aquellos Estados cuya vida política es determinada por la integración de valores tradicionales individuales y colectivos.8

Los caudillos tienden a permanecer en su puesto por un periodo extenso de tiempo (continuismo) En tanto que se tiende a despreciar el orden legal y mina, domina, domestica o cancela las instituciones de la democracia liberal, construye las condiciones necesarias para su perpetuación en el poder. La experiencia histórica señala que ningún caudillo permanece poco tiempo en su puesto, y que su salida siempre es forzosa.

Los caudillos generalmente gobiernan de una manera autocrática, que con frecuencia implica la supresión de la oposición, la creación departidos y movimientos oficiales y la supresión de otros. Aunque no siempre lo hace, o no siempre tiene éxito en su intento, el caudillo favorece la formación de partidos únicos o de movimientos que le respaldan y que se proyectan hacia el futuro. El caso del peronismo es el mejor ejemplo de ambas cosas.

Los caudillos han evitado generalmente lo que los estadounidenses llamarían normas democráticas de gobierno; en su lugar, ellos tienden a erigir sistemas estatales orgánicos. Esta situación se da inicialmente con la intervención de los caudillos en las relaciones entre el capital y el trabajo. Por la importancia del sector obrero en las sociedades modernas, la necesidad de controlar a sus movimientos autónomos y aprovechar la energía en su favor, en varios países latinoamericanos se ha experimentado el corporativismo de manera más o menos seria y duradera. Las relaciones laborales, en general, y la organización sindical, en particular, pasaron en forma creciente a ser reglamentadas por el Estado, que se convierte en plenamente orgánico al agregarse otros sectores de la vida económica y política. Brasil y México son los casos clásicos del control corporativista de las relaciones laborales en América Latina, y otros países instauraron su propia variante, como en Argentina durante el gobierno peronista y en Perú durante la presidencia de Velasco Alvarado.9

Los caudillos generalmente desarrollan políticas públicas designadas para enriquecerse ellos y a su clientela, a preservar el status quo que ellos han establecido. Desde el vórtice del poder que ejercen, "hacen el bien" repartiendo de manera discrecional los recursos con los que cuentan. En primer lugar, a los que pertenecen al círculo de íntimos y favoritos que les rodean, y luego al "pueblo". Normalmente dirigen su ayuda a sectores determinados y la cobra en obediencia. Tal situación es posible porque usan de manera discrecional los fondos públicos. El erario se convierte en su patrimonio privado, que puede utilizar para enriquecerse y embarcarse en proyectos que considere importantes, sin tomar en cuenta los costos. Para el caudillo populista todo gasto es inversión, y su irracionalidad en materia económica se ha traducido en problemas cuya solución es lenta y difícil. El resultado a mediano y largo plazo es la descapitalización del país; inflación y cuentas difíciles de pagar a los acreedores externos e internos.

Los caudillos tienden a ver poca diferencia entre el dominio público y el privado; ellos operan dentro de una concepción patrimonialista y con frecuencia usan su puesto y el aparato del Gobierno para su ganancia personal. Esta situación propicia que algunos caudillos hayan llegado amasar fortunas considerables, como en el caso de Eva Perón, de quien se sabe que llegó a acumular un cuantioso patrimonio, bien resguardado en sus cuentas en Suiza.

Aunque los caudillos pueden gobernar de una manera autoritaria, que es con frecuencia un reflejo de las propias normas y expectativas generales de su propia sociedad, ellos pueden ser no completamente totalitarios. Hay límites más allá de los cuales el líder no iría. Gobernar de una manera tiránica viola el contrato social informal pero plenamente comprendido o "reglas del juego" que gobiernan las relaciones del caudillo con la sociedad política.10 A pesar de su tendencia a someter a las instituciones y movimientos que le sean contrarios, el caudillo no está en la capacidad de someter a una sociedad en su totalidad, sino que focaliza sus políticas represivas en sectores específicos. Alimenta la ilusión de un futuro mejor, subvierte a los "desposeídos" en contra del orden "burgués" y en su favor y doblega a la crítica.

A esta lista habría que agregar que el caudillo tiene la necesidad funcional de atacar a los "enemigos del pueblo", tanto internos como externos. Moviliza a grupos sociales bajo la bandera de la defensa nacional de los ataques del adversario y, pudiendo ser reales, tienden a llevarse al punto de enemigos mortales y chivos expiatorios de los fracasos, originándose estados de exaltación y paranoia colectiva. En América Latina, el enemigo por definición es Estados Unidos, y fue la Argentina peronista la primera en convertir sentimientos presentes en la región de muchos años atrás en una suerte de doctrina de política exterior, con sus mayores o menores inconsistencias.

Una característica esencial del caudillo del siglo XX es su naturaleza populista. Lázaro Cárdenas, Juan Domingo Perón y Getúlio Vargas fueron sus prototipos. Ellos llevaron en forma paralela dos políticas aparentemente contradictorias: una fue el estímulo vigoroso a la capitalización nacional y a la promoción de empresas nacionales, incluidas la construcción de industrias de carácter estratégico. El otro fue la coordinación más o menos afortunada del libre juego de capitalismo privado, con un paternalismo progresivo en políticas sociales para beneficio de las clases laborantes.11 Según el país del que estaban al frente, fueron "nacionalizados": los recursos minerales, la industria petrolera y del gas, la energía eléctrica, la banca central, el transporte urbano y los ferrocarriles. En Argentina, los beneficios a la clase obrera fueron notables, con una política paternalista –o más bien maternalista– impulsada por Eva Perón, en su "doble papel de 'hada buena' de los humildes y de militante abanderada de los trabajadores (compensando) una dura sinceridad que a su marido faltaba del todo".12 En el campo, la situación más notable fue la de México, donde se aceleró la reforma agraria y se pusieron en práctica algunos experimentos tales como el ejido colectivo, que levantó acusaciones contra Cárdenas en el sentido de que estaba creando koljoses y sovjoses en México. No fueron casualidad, en medio de la diplomacia de la buena vecindad y la doctrina de la seguridad hemisférica conducida por Estados Unidos, la elección de Ávila Camacho en 1940, así como la deposición de Vargas en 1945. Y Perón, aunque en los primeros años de su gobierno intentó sustraerse de la influencia norteamericana, no lo consiguió, y luego fue derrocado en 1955.13

No tardó en imponerse el sistema político burocrático–autoritario cuando todavía no terminaba el efecto de las políticas de Vargas y Goulart. Este sistema político, característico de los dos países más grandes de Sudamérica, distinguidos por haber tenido previamente a dos caudillos populistas en el poder, excluyó al antes activo sector popular a fin de imponer un tipo de "orden" en la sociedad. Supuso la supresión de los roles institucionales y canales de acceso al gobierno característicos de la democracia política, y buscó el exterminio de organizaciones "incompatibles" con la restauración del orden político y económico. Dejó en claro desde un principio su alianza con los Estados Unidos; sus posturas internacionales contra el comunismo, Cuba y la Unión Soviética, y su puesta en práctica de la llamada doctrina de seguridad nacional. Fue garante y organizador de la dominación ejercida a través de la estructura de clases subordinada a las fracciones superiores de la burguesía trasnacionalizada. En este enfoque, en el que O'Donnell vincula en términos de causa y efecto los cambios económicos con los políticos, y compartido críticamente por Kaufman y Cardoso, el sistema burocrático–autoritario fue el encargado de suplantar al "populista".14 La herencia de éste último, subsistente mucho después de que sus caudillos desaparecieron del escenario, estaría en las organizaciones de clase y partidos políticos a los que habría que desmantelar a fin de eliminar su mediación Estado–masas, y así poder implantar políticas económicas ortodoxas.15 Los presidentes de esta etapa, como es natural, fungieron como administradores duros, carentes de carisma y violadores masivos de los derechos humanos. Tanto en su origen como en el ejercicio del poder fueron todo lo contrario al caudillo populista, que volcado hacia la masa era dueño de una legitimidad indiscutible. El mejor ejemplo de partido y movimiento supérstite es el peronismo. En un interregno militar, el presidente Frondizi llegó al poder en las elecciones de 1958, con el apoyo de Perón mismo. Más adelante, el Conductor volvió a hacerse del poder, y a su desaparición, le sucedería su esposa Isabel Martínez, quien en su momento fue derrocada por los militares.

El fracaso del modelo burocrático–autoritario en varios países de América Latina acabó de hacerse patente con la salida más o menos acelerada de los regímenes militares que le estuvieron asociados. Carentes de legitimidad, rechazados por la mayoría de la población, y aborrecidos por la comunidad internacional, los militares gobernantes optaron por su retiro del escenario político, y en varios casos pesan sobre ellos acusaciones penales por violaciones a los derechos humanos. En otra época favoritos de los Estados Unidos, quienes les ayudaron a encumbrarse con golpes de Estado, perdieron este apoyo original, y de aquí partieron los gobiernos constitucionales encabezados por civiles, en un ambiente de juego democrático.

 

HUGO CHÁVEZ, UN CAUDILLO SUI GÉNERIS

Si bien los caudillos del siglo XX son parte de una historia que nos parece algo lejana, convendría acudir ahora a la experiencia venezolana de estos años: el presidente Hugo Chávez, que ha dado un aire nuevo a un fenómeno que se creía superado pero cuya vigencia parece confirmar esa visión político–culturalista que sostiene que las sociedades latinoamericanas, independientemente de la época, son proclives a al surgimiento de figuras providenciales. Dada su actualidad y su importancia, y con las limitaciones propias del estudio histórico en un tiempo tan corto, conviene detenernos a examinar cómo surgió y se desarrolló el llamado "chavismo".

El presidente Chávez, hoy por hoy, es el único personaje eminente de la política latinoamericana que puede ser llamado caudillo, por compartir si no todos, algunos de los rasgos de quienes se convirtieron en paradigmas en otras épocas. Hemos excluido deliberadamente a Fidel Castro en nuestras consideraciones, debido a que si bien tiene algunos rasgos propios del caudillo populista, no es poseedor de todos, quizás ni siquiera de la mayoría. Por otro lado, el presidente cubano, pese a todo, pertenece en todo caso a otra categoría de líderes, más propios del mundo socialista; es decir, conductores de revoluciones radicales. Solamente por abuso o mala fue podría equipararse a Castro con los personajes que hasta ahora hemos mencionado.

Antes de pasar al tema de Hugo Chávez, conviene advertir que la exposición de datos y el análisis correspondiente deben ser considerados a la luz del breve tiempo (históricamente hablando) de Hugo Chávez en el escenario político. Pero decidimos abordar el tema de su liderazgo a fin de aportar elementos que nos lleven a pensar que el caudillismo populista en América Latina es un fenómeno más que transitorio, y que, en este sentido, todavía tenemos mucho que ver en el futuro.

Hugo Chávez nació el 28 de julio de 1954, hijo de dos modestos maestros de escuela provinciana. En 1975, se graduó como ingeniero en la academia militar venezolana, y fue paramilitar cuyos servicios iniciales estuvieron en el combate a la guerrilla en la selva. Se dio a conocer el 4 de febrero de 1992 cuando, ya con el grado de comandante, encabezó la frustrada "Operación Zamora" en contra del presidente Carlos Andrés Pérez. Años después ocurriría un hecho insólito: ese golpista fracasado llegaría a la presidencia de Venezuela con promesas de cambios radicales. Para entender este fenómeno, hay que recurrir a la historia próxima. Después de muchos años de democracia, Venezuela entró en una etapa de deterioro económico en la década de los noventa, de serias consecuencias en la estructura social de la nación. Los presidentes Rómulo Betancourt y Carlos Andrés Pérez, cuyas administraciones fallidas condujeron a la crisis económica y a los resultados electorales de 1998, fueron incapaces de aliviar los fuertes contrastes entre una minoría enriquecida y una mayoría de personas en la pobreza extrema. Como resultado, muchos venezolanos perdieron la fe en los partidos tradicionales, circunstancia favorable a la campaña de Chávez que, contando con el apoyo de los mandos medios del Ejército y de un sector de la alta oficialidad, se dirigió a las clases más pobres, prometiendo renovar la República y acabar con la corrupción y la inequidad social. Este camino funcionó a los reformistas, y un Presidente con características singulares asumió el poder. El inquieto mandatario puso en marcha de inmediato nuevos proyectos de gobierno dirigidos sobre todo a los pobres, lo que le alienó la simpatía de un sector de la clase media y de la clase alta.

El ascenso de Chávez debe contemplarse también desde la óptica del deterioro de un modelo de desarrollo agotado en el plano latinoamericano. Después de casi dos décadas del llamado Consenso de Washington –una mezcla de privatización radical, mercados abiertos y severa austeridad fiscal–se incrementó la pobreza y la desigualdad en el área. En estas condiciones, una nueva generación de populistas y socialdemócratas llegaron al poder en fechas muy próximas: Chávez en Venezuela, Lula da Silva en Brasil, Kirchner en Argentina, y más recientemente, Evo Morales en Bolivia. Pero es en el caso de Venezuela donde mejor se revela el alcance de esta tendencia: una "revolución", llamada por los suyos "Revolución bolivariana".

Hugo Chávez llega al poder por las urnas no por un golpe de Estado, lo que hace la diferencia con la manera usual en la que ascienden los militares. Tiene con él la legitimidad derivada de un ejercicio democrático sostenido más allá de la primera elección: gana los comicios presidenciales de 1998 con 56% de los sufragios; luego la nueva Constitución que propuso se aprobó en diciembre de 1999 con 72% de los votos; después, con 59%, gana un mandato de seis años en el 2000, y gana, con 59%, un referéndum revocatorio (que se vuelve confirmatorio) en noviembre del 2004, tras un intento de golpe de Estado en agosto de ese mismo año.16 En el caso del referéndum, sus detractores le acusaron de actuar, a través de la legislatura y la judicatura que domina (su abogado personal es el Fiscal General de la República) de anular miles de firmas del referéndum y manipular las máquinas de votación. Pero tanto el ex presidente de los Estados Unidos, James Carter, como la Unión Europea convalidaron los resultados como legítimos. Desde el referéndum, la oposición desapareció como fuerza coherente, y la mayoría chavista en la legislatura nombró nuevos miembros de una suprema corte "expandida" y declaradamente "revolucionaria", en la que predominan por 4–1 los oficialistas.17 Un revés en esta orientación, sin embargo, fue la retirada de los seis partidos en las elecciones parlamentarias del 4 de diciembre del 2005, alegando planes de fraude cibernético. Acción Democrática, ni en los tiempos de la dictadura militar, había tomado una medida semejante. El Gobierno, por su parte, acusó a los partidos políticos de estar apoyados por los Estados Unidos en esta acción.18

Mientras que algunos observadores ven en Chávez a otro Fidel Castro; a un caudillo autoritario que conduce a su nación hacia un régimen dictatorial llamado a durar más allá del 2012, son las apariencias las que crean el estereotipo: su propensión a los discursos maratónicos, su carisma, la construcción de un culto a la personalidad, sus insultos al presidente Bush y sus ataques a los Estados Unidos. Pero es un hecho incontrovertible que ha dinamizado el proceso político venezolano e inyectado energía en la sociedad civil. Y en abierto contraste con Fidel Castro, su gobierno no ha realizado expropiaciones en masa de fortunas privadas, y en la nueva Constitución que promulgó se garantiza la propiedad privada. Los medios de comunicación, en manos privadas y rabiosamente antichavistas sobreviven a la situación, y las compañías norteamericanas tienen una presencia importante en el país. Su proyecto más bien está encaminado a construir un estado de bienestar sobre bases democráticas. Chávez, quien bajo la nueva Constitución puede aspirar a seis años más de gobierno a partir del 2006, insiste en que está creando una democracia más genuina, de raíces populares.

La experiencia de Hugo Chávez difiere grandemente de la vivida por gobernantes latinoamericanos calificados de populistas de otros años, quienes en mayor o en menor medida poco pensaron en el futuro de las finanzas públicas frente a sus gastos excedidos. Su régimen sobrevive no a través del crédito externo e interno, ni expropiando los activos de los extranjeros o imprimiendo dinero, sino gracias a las divisas duras ganadas en la exportación del petróleo por la compañía estatal que la lleva a cabo. Como parte de su plan de "socialismo del siglo veintiuno" el Gobierno venezolano ha emprendido un programa educativo dirigido a erradicar el analfabetismo y proveer de alimentos baratos o gratuitos a más de 12 millones de venezolanos. Ha gastado miles de millones de dólares en nuevos programas sociales. En su plan de "trascender el capitalismo", a fin de incrementar la producción agrícola en un país que importa 80% de lo que consume, Chávez ha creado un programa de reforma agraria que premia a los agricultores que elevan su productividad. Una condición lógica del éxito de la batalla contra la pobreza es que los precios de los hidrocarburos se mantengan elevados durante algunos años, y que el Estado sea dueño de la mayor parte de la industria petrolera. El motor de la revolución chavista es Petróleos de Venezuela (PDVSA); la encargada de proveer los recursos financieros más importantes del país. Paralizada por una huelga política en el 2003, que resultó en el despido de dieciocho mil trabajadores, la compañía ha declarado que generaría ingresos por 75 mil millones de dólares en el 2005; suma más que fabulosa. "La nueva PDVSA", como es conocida, comprometió 4 mil millones de su presupuesto este año para programas sociales y proyectos para nuevas carreteras y vías de ferrocarril. Cerca de 10 mil millones fluyen al Tesoro venezolano, constituyendo la parte principal (35%) del presupuesto federal.19

Con el precio de barril del petróleo a 70 dólares, y con reservas posiblemente mayores que las de Arabia Saudita, Venezuela nada en dinero como nunca; exportador de la séptima parte del petróleo foráneo de los Estados Unidos, (1.6 millones de barriles al día) y con una cercanía mucho mayor a la de los países del Golfo Pérsico (a solamente cuatro días del Golfo de México), desempeña un papel sobresaliente en la geopolítica regional y mundial de los hidrocarburos. Supera ya a Arabia Saudita y a Canadá como país líder en las importaciones del combustible fósil de los Estados Unidos. La devastación producida por el huracán Katrina ha multiplicado las posibilidades venezolanas, ya que recientemente envió un millón de barriles de gasolina extra al país del Norte para compensar la producción de las refinerías dañadas por el meteoro. Además, PDVSA es uno de los mayores proveedores de los Estados Unidos a través de Citgo, que opera 14,000 estaciones de servicio en territorio estadounidense. La revolución chavista incluye una renegociación de los contratos con las empresas extranjeras que operan en Venezuela. Compañías gigantes de Estados Unidos como Exxon Mobil y Chevron, y europeas tales como Shell y Total ya están obligadas a pagar mayores impuestos y regalías a fin de apoyar con mayores recursos a los programas sociales.

El chavismo, como todo movimiento político dirigido a ganar y consolidar los espacios políticos, tiene propósitos de largo plazo. Tiene ante así orientarse en dos direcciones, ambas manifiestas en las políticas, las acciones y el discurso del caudillo y sus seguidores. Los duros se orientan en un proceso de radicalización como resultado de la intensificación y escalada del conflicto con sus enemigos. Ellos ven en la creación de estructuras paralelas en el movimiento obrero, la sociedad civil y la administración pública las semillas de una nueva sociedad, al tiempo que convocan a la purga de viejas estructuras. Los blandos, en cambio, consideran a las nuevas estructuras paralelas complementarias de las viejas. Favorecen la conducción de la lucha política a lo largo de las líneas de una "guerra de posiciones", en la que las viejas estructuras son penetradas y dominadas más que eliminadas. Para satisfacción de los duros, ningún sector de la sociedad civil ha estado bajo un fuego más nutrido que la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV). Chávez inició su administración con la declaración de que "demolería" a la CTV, y que "nada podía impedir su eliminación". Suspendió por decreto toda negociación colectiva en el sector público y la industria petrolera, donde descansaba la fuerza de esta central sindical, y organizó un referéndum nacional en 2000 para decidir sobre el liderazgo y la estructura nacional del movimiento obrero venezolano. Sólo una minoría acudió a votar en el plebiscito, y a continuación la CTV llevó a cabo una votación universal y secreta para escoger a sus nuevos líderes, entre los que se encontraban los tradicionales, pertenecientes al partido Acción Democrática (AD), algunos del Movimiento al Socialismo (MAS), Causa Radical y Bandera Roja. Fueron elegidos algunos chavistas, pero Chávez no aceptó los resultados. En su lugar, propuso una legislación que prohibía la negociación colectiva y las huelgas en el sector público y la industria petrolera, y estableció una serie de sindicatos "bolivarianos" rivales bajo su control, agrupados en la Unión Nacional de Trabajadores (UNT).20

Chávez se ha proclamado fidelista y socialista, y ve en Cuba y su revolución un ejemplo a seguir. Sus afinidades ideológicas se manifiestan en los suministros venezolanos de cerca de 100,000 barriles diarios de petróleo a precios preferentes, lo que ha resuelto las carencias de combustible en la isla que se sufrían desde que una cantidad similar de procedencia soviética, igualmente subsidiada, desapareció como resultado de los acontecimientos que cambiaron el mapa político de Europa oriental. Éste ha sido responsable de la importante recuperación de la economía cubana que se ha observado en el último año. Siguiendo el patrón del trueque con el bloque socialista ya desaparecido, Cuba "paga" con la presencia de más de 17 mil médicos y dentistas cubanos estacionados en Venezuela, y en las brigadas de alfabetización que contribuyen decididamente a cumplir con la meta propuesta por el presidente Chávez. En el personal enviado por La Habana a Caracas también se incluye policía, personal de seguridad, entrenadores deportivos y expertos en inteligencia.

Algunos ven a Chávez como la reencarnación del general Perón en un aspecto muy importante: como líder de América Latina. Una nueva alianza regional, Petrocaribe, se ha establecido para influir en los vecinos caribeños y centroamericanos vendiéndoles petróleo con un significativo descuento y libre de cargos. Hay planes para algo mayor: una compañía energética sudamericana, Petrosur, para servir a Argentina, Brasil, Ecuador y Perú. Ha prometido una refinería en Uruguay con un costo de mil millones de dólares y una flota de cuarenta tanqueros para Brasil, a un costo de dos mil millones de dólares. También promueve su propio consorcio televisivo, Telesur, para llevar "la voz latinoamericana" a todos los rincones del planeta.21 Brasilia aprovecha toda oportunidad. Después de un conflicto diplomático de Chávez con Colombia, el presidente Luiz Ignácio Lula da Silva vistió Caracas para crear una "alianza estratégica", firmando una docena de acuerdos de comercio e inversión. Para desencanto de lo que quedaba de la oposición venezolana, Lula elogió a la democracia encabezada por Chávez, y así quedó despejada cualquier duda sobre la legitimidad de su gobierno frente a los resultados del referéndum. La opinión de Brasil, como la de otros países latinoamericanos es que en Venezuela no se ha cruzado la línea que divide a la democracia del autoritarismo –a menos que Estados Unidos le orille a hacerlo.22

El "mensaje bolivariano" es parte de una doctrina propia a poner su marca en distintos ámbitos de la sociedad venezolana, y que tiene en su centro a la vida, obra e ideas del libertador Simón Bolívar; nunca como ahora la figura señera de la historia del país. Buen conocedor del valor de los símbolos, Chávez echó mano del pasado remoto (glorioso) para convertirlo en poderoso aliado contra el pasado inmediato (de corrupción). En su actuación en el nivel continental, un personaje mitificado contribuye a dar forma y contenido al credo antinorteamericano: según Chávez, los viejos anhelos bolivarianos de unión de América Latina se llevarán a cabo muy pronto. Es el centro de la llamada Alternativa Bolivariana para las Américas, con Cuba y Bolivia. El enemigo a vencer es los Estados Unidos. Los acontecimientos del 12 de abril del 2002, aunados a un clima político y económico adverso, en el que se encontró la balacera en contra de manifestantes en Caracas y dejó una docena de muertos y un número indeterminado de heridos, fueron seguidos por un golpe militar que le expulsó momentáneamente del poder e instaló al empresario Pedro Carmona. Sin embargo, la falta de apoyo de los líderes regionales al nuevo gobierno, y la conducta errática de Estados Unidos –que después de hacer un llamado a nuevas elecciones dejó solos a los golpistas–, hizo que abortara la maniobra y Chávez regresara fortalecido dos días después. En un inflamado discurso de febrero del 2004 Chávez advirtió al presidente Bush que dejara de intervenir en los asuntos internos de Venezuela, afirmando que Estados Unidos había patrocinado invasiones y genocidios. En enero del 2005 dijo que "la fuerza más negativa del mundo hoy es el gobierno de los Estados Unidos", y también que "el imperialismo norteamericano no era invencible". En marzo del 2005 declaró su apoyo al presidente iraní Mohamad Khatami y reclamó el derecho de su país de tener su propio programa nuclear. "Irán, confrontado por los Estados Unidos, tiene nuestra solidaridad", le expresó. "Como ustedes, estamos dispuestos a liberarnos del imperialismo". Una delegación de Teherán visitó Caracas y empleados de PDVSA actualmente reciben entrenamiento técnico de Irán.

Los venezolanos temen que están en la mira de los ataques de Bush, como lo informó el Washington Post el 17 de marzo, en el sentido de que Félix Rodríguez, "un ex agente de la CIA bien conectado con la familia Bush", había tomado parte en la planeación del asesinato del presidente Chávez. El 16 de septiembre, dijo Chávez tener evidencias "de que hay planes para invadir Venezuela. Todavía más, tenemos documentos: cuántos bombarderos volarán sobre Venezuela el día de la invasión y el portaviones que realizará maniobras en Curazao. Se llama Operación Balboa". Documentos del Pentágono filtrados a la prensa señalan a Venezuela como "la peor amenaza post–Irak", que requiere una planeación completa para enfrentarla.23 Desde luego, que tal afirmación tiene lugar antes de la "amenaza" que significa para Washington el programa atómico de Irán. Como sabemos, los suministros venezolanos a Estados Unidos se han incrementado en los últimos tiempos, y Caracas ha declarado su voluntad de seguirlo haciendo sin cortapisas, pero Chávez se está aliando con otros países, notablemente China y la India, para reemplazar al mercado estadounidense en caso de una decisión de algún lado de suspender las relaciones petroleras.

Chávez es un caudillo mediático; conocedor de los alcances mágicos de la televisión. Su carisma procede del contacto personal directo entre él y los círculos que le son inmediatos, así como de los procesos de comunicación masiva. En 1992, a pesar de la derrota de su "Operación Zamora", supo sacar provecho de la proyección de su imagen a través de los medios, que se tradujo en un temprano cultivo de su carisma que ya no le abandonaría. Causando un efecto de shock, aceptó sin reservas su responsabilidad en los acontecimientos, lo que ya hizo una diferencia con la tradición política de su país de culpar a los demás por sus errores. Comenzó con un saludo de "buenos días a todo el pueblo de Venezuela" y "un mensaje bolivariano dirigido a los valientes soldados" que se encontraban en Aragua y Valencia. Un "por ahora, los objetivos que nos propusimos no han sido alcanzados" de su discurso, tuvo un efecto de proyectil, de una amenaza que se cumpliría. Las televisoras repetirán una y otra vez el mensaje, contribuyendo a la edificación, sin saberlo, de un nuevo caudillo.24 Ahora en su programa semanal de la televisión, "Aló, Presidente", no solamente habla sino también canta (en desafinados tonos), e igual le sirve para charlar con Fidel Castro o con Maradona que para denostar contra el presidente mexicano Vicente Fox. Todavía se recuerda aquella aparición suya ante las pantallas, por primera vez, con la boina roja puesta y ataviado con su traje de paracaidista, cuando habló a los venezolanos y al mundo, como si le hubiera ganado la guerra a Carlos Andrés Pérez.

 

PALABRAS FINALES

El caudillismo tiene plena vigencia en América Latina debido a que persisten las condiciones estructurales en los campos económico, social y cultural que la han hecho posible. Su discurso y su práctica, aunados al elemento crucial de la legitimidad, da al caudillo un papel eminente y esperanzador en sectores sociales capaces de decidir, en un momento dado, el curso que seguirá la política en el país al que pertenecen. ¿Por qué el caudillo es un personaje de nuestro tiempo y del que sabremos en el futuro? De inicio hay que señalar que a pesar de la presencia de sólidas instituciones formales de la democracia liberal en los países latinoamericanos, se mantiene el dominio de los sectores oligárquicos y su clase política correspondiente. La experiencia señala que, salvo en momentos de crisis, mantienen su capacidad de control y ejercen una presión determinante en la marcha del ejercicio político. A pesar de sus diferencias internas, mantienen acuerdos básicos para mantener sus espacios frente a las posibles "invasiones" de las clases subordinadas y, en general, de organizaciones que le son contestatarias. Si es necesario, hacen valer sus pactos con fuerzas del exterior y, cuando no queda remedio, tratan de acomodarse cuando la clase política que le es afín ha perdido la pelea. En algún momento esta clase tradicional y sus instituciones partidarias se anquilosan y resultan por tanto incapaces de reaccionar ante los desafíos que presentan las nuevas expresiones políticas. Esta insuficiencia ha tenido dos resultados: la militarización del Estado –que resultó en graves retrocesos y cuyos efectos todavía se pagan– y la emergencia de personajes, movimientos y nuevos partidos. La oligarquía no solamente se queda sin el personal capacitado, sino también privado de razones y argumentos.

El fracaso del neoliberalismo, que para efectos prácticos es una "doctrina exótica y foránea" que ha profundizado las inequidades en la distribución del ingreso y cancelado las expectativas de trabajo y progreso en sectores enteros, particularmente de los pobres y miserables, y de jóvenes de la clase media para abajo que no logran ubicarse en la estructura laboral. El neoliberalismo está en retirada en la mayor parte de los países latinoamericanos, y cada vez es objeto mayor de críticas de todos lados. Los gobiernos y sus personajes se perciben como incapaces y corruptos; culpables de los males de muchos. Así que, aunque sea de manera ilusoria y demagógica, el caudillo logra proyectar una imagen muy positiva en los sectores desfavorecidos. El caudillo moderno, normalmente de un origen muy modesto, como es el caso de chávez y su símil boliviano, Evo Morales, representan un aire fresco en el ambiente, una nueva energía capaz de atraer a sectores antes alejados de la vida política. Imagen y discurso expresan "la palabra cálida del ser humano" frente a la "palabra impersonal de gobiernos y partidos".

El caso del presidente Hugo Chávez ofrece un tipo de caudillismo semejante al de sus predecesores, pero con algunas diferencias importantes. Cuenta con los recursos para llevar a cabo sus proyectos, gracias a las entradas considerables de petrodólares. Se afirma que los experimentos populistas se han llevado a cabo con dinero del exterior, que han traído un endeudamiento intolerable, que han generado crisis y luego créditos de emergencia condicionados a la puesta en marcha de políticas de corte neoliberal. El petróleo entonces hace la diferencia. No hay nada que permita conocer, de momento, que Chávez se encuentre en la trayectoria del espiral populista, ni en la fiesta de la corrupción que hizo tan célebre a Carlos Andrés Pérez. Sí sabemos que chávez lleva a cabo una política de bienestar social efectiva con algunos paralelos con otros países petroleros del tipo de los Emiratos Árabes o Arabia Saudita o Kuwait. En el plano regional e internacional, la presencia de Venezuela va más allá de las palabras, porque en su calidad de "líder bolivariano" se ha constituido en apoyo principal de países como Cuba, y lo será, si las circunstancias no cambian, de Bolivia. El activismo de Venezuela no tiene precedente en cuanto a la proyección de algún país latinoamericano en la región desde los sesentas, cuando la Revolución Cubana hizo sentir su influencia y se intentó su "exportación" al continente. Habrá que esperar a lo que pase en este 2006, cuando tengan lugar las elecciones presidenciales en varios países de América Latina, y en especial, en Venezuela, donde se verá si la democracia venezolana sanciona positivamente la labor de Hugo Chávez, y le permita una segunda reelección. La moneda está en el aire.

 

REFERENCIAS

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2 K. H. Silvert, "Caudillismo", Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales (eiss): Madrid, 1976, tomo 2, p. 223.        [ Links ]

3  D. A. Rustow, Filósofos y estadistas: México, Fondo de Cultura Económica, 1976, p. 28.        [ Links ]

4 Robert Nisbet, La formación del pensamiento sociológico 2: Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1977, p. 104.        [ Links ]

5 Rustow, op. cit., p. 26.

6 F. J. Moreno, "Caudillismo: An interpretation of its Origins in Chile", en F. J. Moreno y B. Mitriani (eds.), Conflict and Violence in Latin American Politics: Nueva York, Crowell, 1971, pp. 38–39.        [ Links ]

7 Peter Smith, "Political Legitimacy in Spanish America", en Richard Graham y Peter H. Smith (eds.), New Approaches to Latin American history: Austin, University of Texas Press, 1974, p.225.        [ Links ]

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10 Howard J. Wiarda, y Michael J. Kryzanek, "Dominican Dictatorship revisited: The caudillo tradition and the regimes of Trujillo an Ballaguer" , en Revista/Review Interamericana: 7, otoño de 1977, pp. 417–418        [ Links ]

11 Octavio, Ianni, Sociología del Imperialismo: México, SepSetentas, 1974, pp. 54–55.        [ Links ]

12 Tulio Halperin Donghi, Historia contemporánea de América Latina: Bogotá, Círculo de Lectores, 1981, p. 312.        [ Links ]

13 Ianni, op. cit, p. 57.

14 Guillermo O'Donnell, "Tensions in the Bureaucratic Authoritarian State", en David Collier (ed.), The new authoritarianism in Latin America: Princeton, Princeton University Press, 1979, pp. 291–294.        [ Links ]

15 D. Collier, "The Bureaucratic–Authoritarian Model", ibidem: pp. 24–28.

16 Hugh O'Shaughnessy, "Hugo Chávez showing the US who's master", New Statesman: vol. 134, (4761), octubre 10 de 2005.        [ Links ]

17 Jed Babbin, "¡Muy Peligroso!", American Spectator: vol. 38, (7), septiembre de 2005, p. 57.        [ Links ]

18 Economist, diciembre 3 de 2005, p. 37.        [ Links ]

19 Jenny Mero y Nelson D. Schwartz, "Oil's new Mr. Big", Fortune: vol. 152, (7), 10/3/2005, pp. 123–133.        [ Links ]

20 Leo Casey, "Venezuela under Chávez: some truths are not all that complicated", Dissent: verano de 2005, pp. 89–90.        [ Links ]

21 Mark Falcoff, "Venezuela's leader is a regional nuisance", National Review: agosto 29, 2005, p. 37.        [ Links ]

22 Economist, 26 de febrero del 2005, pp. 35–36.        [ Links ]

23 John, Pilger "America's new enemy", New Statesman: noviembre 14, 2005, p. 14.        [ Links ]

24 Alberto Barrera y Cristina Marcano, "Golpe de Suerte" Gatopardo: marzo 2005, p. 58.         [ Links ]

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