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Problemas del desarrollo

versión impresa ISSN 0301-7036

Prob. Des vol.36 no.142 Ciudad de México jul./sep. 2005

 

Comentarios y Debates

 

Una perspectiva geohistórica del espacio local como segundo nacionalismo asiático

 

Hugo Rodas Morales*

 

* Profesor e investigador del Posgrado de la FCA, UNAM.

 

Fecha de recepción: 25 de abril de 2004.
Fecha de aceptación: 19 de agosto de 2005.

 

Introducción al etnocentrismo en la región

Al parecer, acerca de Asia existen construcciones de la imaginación que si bien pueden explicarse por la dificultad que presenta al pensamiento de tradición occidental el objeto de investigación asiático, no suelen acompañarse de una explicitación de estas dificultades, imperando más bien lugares comunes o estereotipos no superados de la guerra fría. A su manera, el libre comercio y la globalización económica nos advierten que el comercio internacional contemporáneo no está libre de sus propios fantasmas; además de establecer la realidad de un fenómeno desde un solo punto de vista (algo cuando menos polémico) se trata de una percepción que se despreocupa por la que tienen quienes son captados por ella. El etnocentrismo suele derivar rápidamente en valoraciones peyorativas, ya que su principio es ideológico: un desconocimiento activo de los sujetos estudiados.

Se advierte, por ejemplo, que la región comúnmente llamada "sudeste asiático", así como la categoría geográfica estrictamente descriptiva conocida como "región Asia-Pacífico" son ambas, denominaciones cuyo origen es europeo (véase Laïdi, 1999:211). Ocurre algo similar con las consideraciones que se realizan sobre las perspectivas o futuro de lo que llamaré espacio asiático, cuando en lenguaje diplomático internacional se sugiere la existencia de una "cultura corporativa" y de "problemas de seguridad regional", aparentemente resultantes de una mezcla no problemática entre Oriente y Occidente (Mahbubani, 2002:158). Más contemporáneamente aún, cuando se define como núcleo de la cultura asiática el supuesto de "valores asiáticos" (Bustelo, 2004: passim), el cual es una manera ideológica (multiculturalista) de integrar las diversas historias culturales a un ámbito de valores no en tanto que humanos (es decir compartidos) sino específicos, agregados y expresados como particularismo definido en su diferencia con otros (despolitizados).

En este escenario no resultará sorprendente que las instituciones políticas (y las económicas que aquí se privilegian) no se correspondan en el tiempo histórico y a veces en espacio (más allá de lo geográfico convencional) con otros procesos simultáneos en cada país. Así, las tensiones entre fenómenos que debieran converger son múltiples: la cruenta y fuertemente inestabilidad y variedad política "dentro" de la región conocida por algunas de las guerras más cruentas del siglo XX (Corea y Vietnam) no coincide con el desarrollo sorpresivo de economías menores hacia niveles de competitividad de primer mundo; la ausencia de dirección y de integración de los procesos económicos por parte de los capitalismos desarrollados (Japón) no coincide con los parámetros políticos occidentales ni con economías mixtas de la macroregión (Asia-Pacífico) como China; tampoco es fácil explicar procesos diametralmente opuestos como el cambio de un periodo de estabilidad política de más de un cuarto de siglo (de la enorme población de Indonesia) a la dirección de procesos de invasión guiados por los Estados Unidos (contra Timor Oriental) tan cruentos como los de su propia historia, a la vez percibida sin embargo como algo demasiado lejano en el tiempo.

Una perspectiva de negocios internacionales en la región (para usar una denominación conocida, evidentemente estadounidense) no puede ignorar que al menos desde principios de este siglo XXI, el Asia meridional y oriental reúnen más de la mitad de la población mundial: 3 335 millones de habitantes sobre un total de 6.057 millones. Dicho de manera comparativa, mientras algunos Estados de Asia central (India, Paquistán, Bangladesh), otros del noreste (China, Indonesia y Japón) y uno del sudeste asiático (Indonesia) suman poblaciones bastante superiores a los cien millones de habitantes, toda la Unión europea (hasta el 2000) sumaba 376 millones, 283 millones Estados Unidos, y 145 millones Rusia. De manera que así como un estado de la Unión Europea tiene una población media de 25 millones de habitantes, la de un estado de India llega a los 35 millones y la de una provincia de China se estima entre 40 y 50 millones (cf. Sellier, 2002:7). Más aún, la importancia de la población asiática se concentra y despliega (también en la diáspora china de más de 50 millones en el extranjero) desde los dos focos de irradiación cultural más importantes: China (1.275 millones) e India (1.009 millones). La influencia de China en el sudeste asiático mediante la escritura, organización política y tradiciones religiosas y filosóficas, alcanza a los vietnamitas e incluye a la propia población no china del sur de su territorio (con más de 200 años antes de nuestra era); en el noreste alcanza a los coreanos y a través de éstos a los japoneses. La influencia de India sin embargo, es más extensa en el conjunto de Asia meridional y oriental y en particular en el "sudeste asiático" (que es objeto del presente ensayo) desde principios de nuestra era y por medio del budismo que predomina en cuatro países: Tailandia, Myanmar, Laos y Camboya. En otros cuatro prevalece la mezcla de tradiciones indias y budismo llamada hinduismo: Indonesia, Singapur, Malasia y Brunei. De los dos restantes, Vietnam es parcialmente ajeno a esta última influencia pues su tradición religiosa es propia, y solo Filipinas es de tradición distinta: cristiana, introducida por la conquista española en el siglo XVI como parte del colonialismo europeo que fuera influyentemente holandés en Insulindia; británico en India, Malasia y Birmania —hoy Myanmar; y francés en Indochina— entonces Vietnam, Laos y Camboya. A partir del año 1000 de nuestra era, el islamismo se yuxtapone al hinduismo como influencia que se extiende contemporáneamente hasta Malasia. Este conjunto de diez países conforman el sudeste de la región Asia-Pacífico y se presentan en el ámbito internacional como un conjunto comercialmente integrado y conocido por sus siglas en inglés, la Association of Southeast Asian Nations (ASEAN) conformado primero por Filipinas, Indonesia, Malasia (o Malaysia, dos regiones distintas separadas por 650 km de mar), Singapur y Tailandia (1967) y ampliada con Brunei, Vietnam, Myanmar, Laos y Camboya (entre 1984 y 1998). La importancia de discutir a continuación los cambios de concepción acerca del comercio internacional en el "sudeste asiático", se debe a que estos cambios determinan la política comercial de los países y un análisis de sus instrumentos y objetivos puede aclarar tanto la historia de la región como las posibilidades reales de establecer relaciones comerciales con ésta, explicando las vertiginosas oscilaciones económicas y políticas y la profunda crisis financiera de efectos en otros "mercados emergentes" a fines de los noventa, hasta la situación tendencialmente contemporánea que sugiere el fortalecimiento de una forma de regionalismo integrador renovado, una "nueva modalidad de mundialización" de Asia Pacífico (Laïdi, 1999:219) que incluye "mercados emergentes" y parece proporcionar respuestas económicas propias, mediante la construcción en curso del más grande mercado libre" en el nivel mundial, previsto para antes de 2010. En esta dirección, el presente texto ensaya una hipótesis geohistórica respecto del comercio internacional asiático: la de un espacio local como criterio regulativo regional en tensión con un orden institucional apriorístico y prescriptivo de carácter occidental.

 

El carácter regulativo de lo local y el institucionalismo a priori

Todavía en los años sesenta del siglo XX se decía que tal vez el conjunto de los países asiáticos meridionales y orientales más grandes en población (China, India, Indonesia, Paquistán y Japón) tendría importancia regional si sus economías evolucionaban dejando de ser amenazas geográficas como China para Singapur, o superando su carencia de materias primas como en el caso paradigmático de Japón (cf. Bianco, comp., 1991:268-293). La historia pasada del sudeste asiático no está tan alejada en el tiempo de la actual, se trata de un archipiélago no sólo espacial (y como veremos que connota no sólo una descripción) sino político: inestable en Indonesia, débil en Singapur y Camboya, con sultanatos feudales en Malasia y Brunei, democracia marxista en Vietnam, neutral en Birmania (ahora Myanmar) y Laos, proestadounidense en Filipinas y Tailandia. Esta diversidad de los regímenes políticos existentes parecía tener como denominador común el problema de la institucionalidad estatal y económica existentes, respecto de la necesidad de respetar autonomías culturales y administrativas de las minorías. Pero como señala la antropología "simbólica" desde Geertz (1996:60, 98ss), la dificultad para un observador irregular es que vislumbrar las prácticas sociales implica definir lo que es el centro y la periferia de lo observado. No más visible es el hecho (en un sentido antropológico) de que entre las diferencias hay similitudes de fondo que deben hacerse visibles en la comprensión, como la que permite entender (desde el fondo geohistórico y cultural) que Marruecos con Indonesia se parecen: ambos son islámicos. Un solo país (Indonesia) puede ejemplificar la velocidad y profundidad de cambios ocurridos en la región si consideramos que comporta tanto una posición de encrucijada espacial (entre el continente asiático, Australia y el Pacífico occidental) como cambios ideológicos dramáticos (del comunismo de Sukarno a la represión de Suharto). Entre 1955 y 1966 Indonesia pasó de organizar el liderazgo del tercer mundo afroasiático junto a 29 países (Conferencia de Bandung) y oponerse a la formación de Malasia por considerarla sujeta a un nuevo colonialismo británico (retirándose de la Organización de Naciones Unidas, ONU) a la aceptación de una inocua diplomacia regional, con relaciones establecidas con Holanda, en la ONU y desarrollando la invasión de Timor Oriental (véase Chomsky, 2001:187, 190).

Ya en los años sesenta, la fisura política China/URSS demostraba que la realidad internacional era mucho más compleja que la observada por la institucionalidad formal, así como se había comprobado la deriva decadente de las entonces llamadas (en la geopolítica tradicional) "potencias secundarias": Francia, Gran Bretaña, Alemania, a las que se sumaban entonces Japón y China. Se había detectado el papel distinto que se atisbaba en países "no alineados" como Yugoslavia o Suecia y el aumento de nuevas "potencias medias" (sud y centroasiáticas) como Indonesia y Paquistán (cf. Carsten, 1989:89-90). La crítica occidental reconocía por entonces (años cuarenta) respecto de regiones propias y con anterioridad a la década de los sesenta, que las "potencias medias" occidentales de la política internacional agrupadas alrededor de Canadá y Australia (que incluyeron a Bélgica y los Países Bajos, excluyendo a otros) habían fracasado en lograr su reconocimiento como tales por parte de la ONU y en la función pretendida de limitar a las dos "superpotencias" (Estados Unidos y la ex URSS) para lograr actuar "en conjunto" (Carsten, 1989:85). En los años noventa no parece resultar de la debilidad institucional la deriva crítica de Japón después de su extraordinario desarrollo económico de posguerra a partir de 1955, es decir, su decaimiento en los ochenta y recesión posterior hasta fluctuar entre los altos niveles de ganancia de Alemania y la competencia de bajos salarios en Corea del sur (Taggart y McDermott, 1996:68). Queda claro que la dinámica socioeconómica de la región es más importante que la política (búsqueda de unidad formal) o geográfica, de manera que puede progresar sin definir un sentido específico a sus procesos. Si Japón se puede considerar en el lenguaje geopolítico antiguo una potencia no hegemónica (aliada a Australia y con relaciones asimétricas, por tanto, poco legítimas, para dirigir Asia), tampoco China pretende encabezar la integración regional, al menos no tanto como Malasia (que surgió bajo una modalidad europea) y Singapur.

Si se considera solamente la magnitud y no la significación del comercio internacional, las empresas transnacionales (con sede en un país pero operaciones en otros) que representan la mayor parte de las inversiones y comercio mundial parecerían resumir en su perspectiva lo que se llama "negocios internacionales"; sin embargo, este sentido limitado de "comercio exterior" no parece explicar la dinámica de la economía internacional ni el propio carácter de las organizaciones transnacionales. El comercio internacional o exterior representaría un ámbito de operaciones comerciales que satisface diversas necesidades de individuos y organizaciones en más de una dimensión espacial: la idea de que una región implica relaciones de sentido espacio-tiempo, que lo geográfico no sólo es una escala de análisis descriptiva sino una forma de ver el mundo (cf. AA.VV., 2000:483-484).

En esta visión, los espacios locales privilegian la acción humana en relación con la estructura social existente más allá de la compresión capitalista de tiempo-espacio y en el caso del espacio asiático, cada país de la región busca privilegiar un tipo de relación internacional en la que evitando la confrontación directa se pueda complacer a todos, por lo cual la diversidad fortalece esta forma de organización y su singularidad respecto de Occidente: las adhesiones no sólo son a una región sino también a un espacio-tiempo singular. Por ejemplo, las reuniones anuales de los ministros de Exterior de los países de la ASEAN que permitieron la intervención de países de la Unión Europea, Australia, Nueva Zelanda, Japón, Canadá, Estados Unidos y Corea del sur entre 1972 y 1991 (Mahbubani, 2002:161). De esta flexibilidad surgió el proyecto también amplio y actual de la APEC (el Foro de Cooperación Económica en Asia-Pacífico: Asia-Pacific Economic Cooperation, por sus siglas en inglés) como propuesta de integración regional, paradójicamente triunfante sobre la lógica de negociación (distinta) de Estados Unidos, el cual se oponían a la propuesta australiana de la APEC pero decidieron apoyarla para neutralizar la sugerencia de Malasia en favor de una Comisión Económica del Este de Asia.

En estos términos, la crítica in toto a la supuesta debilidad institucional asiática que se mantiene en el "mundo occidental" hasta la fecha ("los países del sudeste asiático no han conocido el florecimiento de un Estado liberal y democrático", López, 1999:106) parece originarse en una prescriptiva y a veces dogmática visión geopolítica euro-estadounidense del comercio internacional y la economía en general. En relación con la crisis financiera en la región y la prevención de que pueda suceder otra, se argumenta igualmente que "el problema radica en que la implantación eficaz de las redes de seguridad financiera [safety net] requiere condiciones institucionales que sólo de modo excepcional se dan en los mercados emergentes" (Arias, 2000: passim). Un posible mentís al indicado apriorismo institucionalista occidental estaría dado por estudios y valoración aparentemente distintos que advierten el "peso internacional de los 'valores asiáticos' " (Golden, 2004: passim). También, aunque de otra manera, por la tendencia práctica (y en China, posmoderna, según Golden, 2004:125, infra, apartado 2) de integración comercial asiática, misma que busca incorporar medidas autóctonas de protección financiera como el mecanismo de autodefensa y cooperación sugerido en la cumbre de ASEAN + 3 (China, Corea del Sur y Japón) en Brunei (2001).

 

¿Modalidad asiática de mundialización capitalista?

La importancia actual del comercio internacional (en este caso en una región determinada) se establece de acuerdo con su relación con procesos globales o de mundialización y de las determinaciones culturales que corresponden a un ámbito local. Si por una parte se reconoce el carácter anárquico de las relaciones comerciales intrazona (sudeste asiático), también suele ponderarse el ordenamiento y la distribución jerárquica del poder como un componente importante para la gestión de la seguridad asiática. Esto permite pensar que el uso de la fuerza seguirá perdiendo importancia, mientras los cambios en el orden de seguridad se deberán cada vez más a las estructuras ideológicas en la región (Alagappa, 2004:60). El sistema keiretsu japonés por ejemplo, expresó en paralelo al nacionalismo (comunista) chino uno empresarial, otorgando ventajas a empresas japonesas aunque fueran de diferente grupo corporativo. Este debate del nacionalismo en Asia (o del papel del Estado en relación con las empresas) modificó el debate estratégico internacional a partir de la región Asia-Pacífico, redefinió la seguridad nacional en términos económicos (López, 1994:103).

El nuevo regionalismo asiático consistiría en un conjunto de acuerdos multilaterales que se encuentran en tensión con la política unilateralista global, resultante del fin de la guerra fría (la bipolaridad soviéticos y periferia socialista vs. capitalismo) dirigida por Estados Unidos. El contexto actual muestra dos visiones geoestratégicas enfrentadas (este-oeste) en la región del sudeste asiático: la que define un escenario de posguerra fría y busca englobar a Europa y Estados Unidos en una sola política para la región con reformas que beneficien a las transnacionales; y por otra parte, una visión que cuestiona el contexto actual y lo define como poscolonialista y basado en el pretendido universalismo de los "valores occidentales", que plantea alternativamente los "valores asiáticos" dirigidos hacia un multilateralismo (cuyo objetivo sería la llamada "posmodernidad" china) para evitar transitar por la modernidad occidental cuyo presente sería el neoimperialismo económico (Golden, 2004:104). El debate sobre los "valores asiáticos" surgió en los noventa con el auge del sudeste asiático como sistema capitalista alternativo, cuya coherencia como tal tiene sentido en el marco de una perspectiva geohistórica y de un segundo nacionalismo en Asia, en particular a partir de la experiencia (e influencia) china, que mantuvo su nacionalismo especialmente después del desgaste del comunismo.

Sin embargo, la perspectiva de aceptar la no intervención entre Estados que legitimaron los hechos de Timor Oriental son poco lógicos en un debate racional (véase Chomsky, 2001:188ss) y la perspectiva de teóricos del Pentágono que revisten su discurso de un antinacionalismo ideológico y exigen un acuerdo de seguridad entre cinco potencias de la región, parecen débiles frente al anterior rechazo de Washington para constituir un "FMI asiático" (en 1999) sin proponer una alternativa, proposición expresada como la "construcción de nuevas organizaciones multilaterales propias" (Fukuyama, 2005:65ss). Pero esta visión estadunidense parece inherentemente errónea, en particular si recordamos que la tendencia del multilateralismo asiático está constituida por procesos socioculturales en los que el papel de las redes (relaciones) sociales es determinante y una carencia en el caso de otras formas actuales de globalización en el mundo no asiático.

En un sentido paradójicamente productivo, la posmodernidad china es en realidad la antimodernidad occidental que prima en la región asiática y que podría ampliarse a aquellos lugares que vivieron la experiencia negativa del imperialismo euro-estadounidense o los colonialismos anteriores. Se expresa de manera dominante en el renovado nacionalismo chino (que tendencialmente se profundizaría ante la influencia estadunidense en la región, directa o solapada, por ejemplo mediante Corea del Sur o el mismo Japón) y encuentra fundamento en sus indicadores económicos y el puesto que ocupa China en el comercio internacional, dicho aquí de manera sucinta: sexta economía mundial, cuarta potencia comercial, mayor receptor mundial de inversiones foráneas, tercer importador y quinto inversionista mundial. En cambio, la crisis del sudeste asiático le restó argumentos al capitalismo dominante para promocionar su modelo de desarrollo propio frente al chino, definido por algunos aspectos determinantes: comunidad sobre el individuo, énfasis en ahorro, control de gastos, respeto del liderazgo político, relación activa gobierno-empresas, lealtad familiar, decadencia de Occidente; rechazados a su vez por el capitalismo central y occidental de diversidad religiosa que impide compartir los mismos valores, occidentalización histórica, conservadurismo radical e ideología basada en los líderes.

En este sentido autoprotector puede leerse la Iniciativa Chiang Mai por la cual los bancos centrales de trece países podrían intercambiar reservas en caso de ocurrir una nueva crisis especulativa (cf. Fukuyama, 2005:65). Los más recientes acuerdos de la décima cumbre de la ASEAN reunida en Laos, con China y a la que ingresarían otros países como Japón, Corea del Sur e India, se ubican en consonancia y competencia con la experiencia de la creación de otras áreas de libre mercado, el Tratado de Libre Comercio (TLCAN) de Estados Unidos, Canadá, México y otros, o acaso el ALCA, así como la Unión Europea (UE) y su ampliaciones previstas.

Se trata, internamente, de una modalidad de integración regional para superar la competencia comercial contemporánea entre China y el resto de países de la zona (Plan de Acción de Vientiane) mediante la supresión de aranceles y la creación de un mercado libre para 2010, el cual alcanzaría un mercado de cerca de 1 800 millones de habitantes (el más grande del mundo). En otros términos, es un acuerdo que se establece cuando el crecimiento de las economías del sudeste asiático llega a una media de 7.5% anual mientras China tiene 9.2%, el cual significa que se trata del polo regional más significativo en términos económicos, pese a problemas relativamente recientes como el encarecimiento del petróleo, epidemias de la gripe del pollo y el síndrome respiratorio agudo y grave (SRAG), entre otros. Si en principio China (y tal vez muy pronto toda la región Asia-Pacífico) representa un inmenso espacio de posibilidades para el resto de países en cuanto a comercio internacional, también parece exigir el desarrollo de una inteligencia de mercados mediante vínculos económicos y cooperación con esa nación, lo cual es más simple en el caso de economías con déficit comercial con China que aquellas que compiten (realmente o en la imaginación) por mercados con este país (por ejemplo, México).

En cuanto a Japón, como el modelo más consistente del capitalismo asiático, es necesario recordar que encontró límites para el desarrollo de la igualdad y "democracia de posguerra" cuando tuvo que profundizar estas reformas. Como el origen de las primeras había sido el de la derrota de la posguerra, fueron ejecutadas por un ejército de ocupación y, por lo demás, su "modernización desde arriba" terminó reponiendo poco a poco "a los políticos de antes de la guerra y a las empresas de adhesión a los grandes consorcios financieros" (Michitoshi, 1991:74). En el plano ideológico, la derrota y democratización que redujeron en Japón el centralismo del emperador, por otra parte alentaron a los constitucionalistas japoneses para insistir en el minzoku como centro de la unidad nacional: una entidad camaleónica para responder a dimensiones étnicas, históricas, culturales y de nacionalidad, una ideología de la "japonesidad" (cf. Morris, 1998:234). En el mismo periodo 1960-1990 y en los años siguientes, Japón transitó por un proceso capitalista que la posmodernidad o antimodernidad occidental china busca eludir: las reformas estructurales del gobierno de Ikeda en los sesenta podrían asimilarse como un clásico proceso de descampesinización y creación del proletariado para (nuevas) ciudades industriales y la transformación de la familia extendida japonesa en familias nucleares, contra las cuales (y en general contra todos los ideales de la posguerra, capitalistas o socialistas) se rebeló la generación de esa década. La crisis petrolera de 1973-1974 acabó con la era de "alto crecimiento económico" japonés y los sueños que mezclaban "milenarismo" y "ternura" se hicieron "familia ficticia" en los ochenta, reconociendo la "no naturalidad" y el carácter ficticio de la realidad en la nueva sociedad informatizada o de consumo. Cuando "lo real es la copia", tiene importancia que los elegantes centros de negocios tradicionales se hayan convertido en ciudades conectadas "las 24 horas del día" donde se niega el "trabajo sucio" de brasileños de origen japonés e inmigrantes en general y en las que los individuos desvinculados de sus ritmos biológico-animales, se reorganicen en funciones abstractas (cf. Mita, 1997: 622-633). Esta alternativa capitalista a las crisis sistémicas, traducidas clásicamente en "recesión o guerra", tomaría la forma de un cinismo estructurado (hasta cierto punto insensibilizado) que propugna una sociedad ficcionalizada como inherente a la informatizada, la autocreación del mercado de consumo por medio de la publicidad.

Pero el señalado no parece un camino al alcance de cualquier otra sociedad sino una alternativa del capitalismo (y la poderosa economía) de Japón, paralela a las también distintas modalidades de capitalismo occidental (Francia o Italia por ejemplo no siguieron el pretendido modelo de los Países Bajos). Por su parte, el segundo nacionalismo chino parece pretender mostrarse como alternativa regional subsumiendo la historia pasada de larga duración (ex socialista) en la dimensión de sus logros económicos. En suma, las perspectivas desde las cuales se refiere y piensa la región de Asia que son eurocéntricas, adolecen de un fuerte desconocimiento del paisaje histórico y los tiempos políticos locales de la región, que se expresan en más de una dimensión (es decir, de manera fuertemente simbólica). Cabe sospechar que la globalización genera tendencias contrarias dirigidas a la articulación de historias locales autónomas en las cuales el a priori institucionalista occidental desempeña un papel político desestabilizador, cuyos valores, resultado de la Ilustración europea y el etnocentrismo norteamericano devienen en visiones geoestratégicas de posguerra anacrónicas respecto a las corrientes de la crítica poscolonial en Asia.

 

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