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Problemas del desarrollo
versión impresa ISSN 0301-7036
Prob. Des vol.37 no.146 Ciudad de México jul./sep. 2006
Artículos
La demografía importa: convergencia y cambio estructural por defecto en las regiones y provincias españolas, 1959-1999*
Fernando Collantes Gutiérrez** Rafael Domínguez Martín***
** Universidad de Zaragoza, Departamento Estructura e Historia Económica y Economía Pública, Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales. Correo electrónico: collantf@unizar.es
*** Universidad de Cantabria, Departamento Economía, Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales. Correo electrónico: domingur@unican.es
Fecha de recepción: 31 de octubre de 2005.
Fecha de aceptación: 23 de junio de 2006.
Resumen
Este trabajo analiza los fenómenos de convergencia y cambio estructural registrados en las regiones y provincias españolas a lo largo de las últimas cuatro décadas, argumentando que las variables demográficas tuvieron un peso destacado en los mismos. En concreto, se muestra que el declive demográfico (en términos absolutos o relativos) contribuyó en numerosas provincias al establecimiento de patrones de convergencia y cambio estructural por defecto. Por ello, este proceso de convergencia económica no puede ser considerado como un óptimo paretiano.
Palabras clave: convergencia regional, declive demográfico, desagrarización, estado estacionario.
Abstract
This study analyzes the phenomena of convergence and structural change experienced in Spain's regions and provinces over the past four decades, arguing that the demographic variables had a significant role in this. Concretely, it shows that population decline (in absolute or relative terms) contributed in numerous provinces to the establishment of convergence patterns and structural change by default. This process of economic convergence cannot therefore be considered as a Pareto optimum.
Key words: regional convergence, population decline, de-agrarianism, stationary state.
Résumé
Ce travail analyse les phénomènes de convergence et le changement structurel enregistrés dans les régions et les provinces espagnoles tout au long des quatre dernières décades, un des arguments étant que les variables démographiques ont eu un poids important dans ces phénomènes. Concrètement, l'on montre que le déclin démographique (en termes absolus et relatifs) a contribué dans de nombreuses provinces à l'établissement de patrons de convergence et de changement structurel par défaut. C'est pourquoi, ce processus de convergence économique ne peut être considéré comme un optimum parétien.
Mots-cléfs: convergence régionale, déclin démographique, désagrarisation, état stationnaire.
Resumo
Este trabalho analiza os fenómenos de convergência e mudança estrutural registradas nas regiões e provincias espanholas ao decorrer das últimas quatro décadas, argumentando que as variáveis demográficas representaram um peso importante em tais mudanças. Concretamente monstra-se que o declive demográfico (em termos absolutos ou relativos) contribuiu em numerosas provincias ao estabelecimento de padrões de convergência e mudança estutural por defeito. Por isto, o talprocesso de convergência económica não pode-se considerar como um paretiano ótimo.
Palavras chave: convergência regional, declive demográfico, desagrarização, estado estacionário.
Introducción
Alfred Marshall escribió en una ocasión que "el crecimiento de la humanidad en número [...] es el fin de todos nuestros estudios" (cfr. Caldari, 2004). El objetivo de este trabajo es mostrar cómo la convergencia económica y el cambio estructural de numerosas regiones y provincias españolas se ha producido en las últimas cuatro décadas por defecto, esto es, sobre la base de su declive demográfico (ya sea en términos absolutos o relativos).
Ello cuestiona el carácter mismo del proceso de convergencia como óptimo paretiano, puesto que la propia idea de crecimiento económico en la cual se apoya implica el aumento del PIB per capita sin que disminuya la población. También cuestiona la propensión de numerosos investigadores a centrar su análisis de las trayectorias regionales y sus tendencias de convergencia y divergencia exclusivamente en términos de las variables per capita.
Las fuentes utilizadas son las estadísticas económicas de la Fundación BBVA para el periodo 1959-1999 (Fundación BBVA 1999a, 1999b, 2000) y el artículo se despliega en cuatro apartados.
En el primero, se repasa la literatura que relaciona crecimiento demográfico y crecimiento económico y se fundamentan las raíces teóricas del concepto de convergencia como óptimo paretiano.
En el segundo, se presentan las pautas generales de las distintas sendas de crecimiento y cambio estructural de las regiones españolas.
En el tercero, se analizan las relaciones existentes entre la evolución demográfica de las diferentes regiones y provincias y los procesos de convergencia económica y desagrarización por defecto.
El trabajo concluye con algunas implicaciones de política económica derivadas de este nuevo enfoque.
La hipótesis de la convergencia como óptimo paretiano
Recientemente se ha escrito que la convergencia real ha pasado a convertirse "en el enunciado más popular de las políticas de desarrollo" (Goerlich, Mas y Pérez, 2002). En este apartado pretendemos cuestionar, desde una perspectiva teórica, "los fundamentos de la exclusividad (y desde luego de la primacía) que ostenta el objetivo de la convergencia para los políticos, los medios de comunicación y la opinión pública en general" (Ibid.).
La idea de la convergencia económica está fuertemente enraizada en la historia del pensamiento económico y se remonta al menos hasta David Hume (1752), considerado por ello como el primer economista moderno y, junto con Adam Smith, principal exponente de la teoría clásica del crecimiento (Rostow, 1990).1 La variación positiva entre dos momentos del PIB per capita de un territorio, traducido en "el aumento en el ingreso anual de sus habitantes" (Smith 1776), es lo que se conoce como crecimiento económico, concepto que no debe confundirse con la "riqueza" (el nivel de desarrollo económico en términos de producto per capita); en palabras de Smith, "la proporción que este producto, o lo que con él se adquiere, guarde con el número de los que han de consumirlo". La definición canónica de desarrollo económico se debe al Premio Nobel de Economía Simon Kuznets (1966), para quien el desarrollo contiene dos ingredientes: el crecimiento acumulativo y sostenido del PIB per capita y los cambios estructurales que acompañan y refuerzan dicho crecimiento.
De tales cambios, nos interesa resaltar dos: la desagrarización y la transición demográfica. El primero porque ha sido señalado reiteradamente como uno de los principales impulsores de la convergencia regional.2 Y la transición demográfica porque es uno de los fundamentos del crecimiento económico moderno. A lo largo de la transición, las tasas brutas de natalidad y mortalidad descienden, pero la última lo hace de forma más rápida que la primera, lo que asegura el crecimiento sostenido e inédito de la población y un aumento de la esperanza de vida. Ello implica una movilización más eficiente del factor trabajo y mayor ahorro de la reducción de las tasas de dependencia demográfica. Cuando la transición demográfica se completa, la continua reducción de la tasa de natalidad y el aumento de la tasa de mortalidad, debido al elevado índice de envejecimiento, puede llevar a un crecimiento cero o negativo de la población, en ausencia de saldos migratorios positivos (Williamson, 1998; Kalemli-Ozcan, 2002; Lee, 2003).
Ante ello, algunos economistas vienen postulando desde la década de 1970 que el crecimiento cero de la población es necesario para asegurar niveles de desarrollo sostenibles. Sin embargo, la consecución del estado estacionario, concepto clave de la teoría clásica de la convergencia (Barro y Sala i Martín, 1992; Sala i Martín, 1994, 1996a), siempre se concibió como el colofón de un crecimiento económico previo, a partir de la comparación con el resultado de una economía líder que, para llegar a serlo, experimentó un aumento sustancial de su población.
Ya para la teoría preclásica del crecimiento, el aumento de la población era signo de crecimiento de la prosperidad de un país (Quesnay, 1766; Smith, 1776; Sismondi, 1815). Aunque, por supuesto, esta proposición era fuertemente deudora del contexto histórico en el cual fue formulada (economías preindustriales con estrictos límites al crecimiento de la productividad agraria, frecuentes hambrunas y, en general, altas tasas de mortalidad), lo cierto es que el argumento sobrevivió más adelante en versiones revisadas. Así, toda la escuela clásica consideró, en palabras de John Stuart Mill, que para "conseguir el bienestar material de la gran masa de la humanidad [en cuyo] estado natural y normal [... ] la población tiene que aumentar [es] indispensable un aumento constante de los medios de sostenimiento" (Mill, 1848). Más adelante, el neoclásico Marshall consideró inherente al desarrollo económico el crecimiento de la humanidad en número (cfr. Caldari, 2004). Y, aunque Malthus y Ricardo, con su "análisis estático", incidieron en los límites al crecimiento impuestos por el aumento de la población (en el contexto histórico de una economía agraria en la que el factor tierra quedaba rígidamente sujeto a rendimientos decrecientes), la vuelta al "enfoque dinámico" de Smith protagonizada por Hansen (1939) se produjo precisamente cuando la tasa de crecimiento demográfico empezó a desacelerarse en los países desarrollados. para Hansen (1939), el crecimiento de la población no sólo era responsable directo del aumento de la demanda de viviendas, servicios públicos o bienes de primera necesidad, sino también un incentivo para la utilización de métodos de producción en masa y la aceleración del progreso tecnológico. Contra la teoría del óptimo de población de genealogía maltusiana, el crecimiento de la población podía estimular "tanto directa como indirectamente el volumen de formación de capital".3 Más tarde, cuando la preocupación por el crecimiento económico se retomó en el contexto de la explosión demográfica, Kuznets (1966) estableció -en su definición del primero- como "indispensable [...] el juego recíproco entre los aumentos sostenidos de población y los aumentos del rendimiento económico con magnitud suficiente como para asegurar la tendencia ascendente en el producto per capita".
Entre la definición de Smith y la de Kuznets, los partidarios del estado estacionario, como John Stuart Mill (1848) o John Maynard Keynes (1930), defendieron que, para alcanzar tal situación -que ellos consideraban, a diferencia de los anteriores, deseable-, se debía haber producido previamente un crecimiento económico que situara a los países en un determinado umbral de desarrollo y que la riqueza y la renta fueran redistribuidas cuando se alcanzaran esos niveles de PIB per capita. La posición de Herman E. Daly (1973), crítico de la growthmania a principios de la década de los setenta, no alteró esos postulados: el crecimiento debería ser entendido como "un medio temporal para la consecución de un nivel óptimo de stocks". Pero a menudo se olvida que su propuesta ni excluyó el crecimiento (una vez alcanzado el estado estacionario a un nivel deseado, dicho nivel no tenía por qué ser permanente, ya que el progreso de la tecnología podía hacer posible y deseable un nivel superior de población y riqueza) y, en segundo lugar, que para la consecución del estado estacionario había que asegurar estándares aceptables de calidad de vida para todos.
Las tesis de Daly y de la escuela del crecimiento cero fueron cuestionadas por Colin Clark (1972) quien, apoyándose en un elenco de casos históricos y en la experiencia de la transición demográfica, sostuvo que el aumento de la población, hasta un determinado umbral óptimo, es condición y esencia del desarrollo económico: "una población que aumenta tendrá siempre un número mucho mayor de personas que trabajan -y que ahorran- que otra que se mantiene estacionaria." La población creciente, además, reduce los costes de inversión per capita en infraestructuras y crea nuevas oportunidades de inversión al ampliar el mercado.4
En la actualidad, la nueva teoría del crecimiento, enlazando con el fin del proceso de transición demográfica, habla del "moderno régimen de crecimiento", esto es, una tasa de crecimiento económico más baja que cuando la transición maximiza la población activa y el ahorro, pero que sigue implicando una variación positiva, aunque sea más lenta, tanto del PIB per capita como de la población, que en ningún caso se considera pueda descender (Williamson, 1998; Galor y Weil, 1999 y 2000). Es más, el aumento de la población en economías altamente urbanizadas es visto cada vez más como un promotor de la especialización y la inversión en capital humano y, en consecuencia, como un acelerador del crecimiento económico a través de la generación de rendimientos crecientes (Becker, Glaeser y Murphy, 1999; Kalemli-Ozcan, 2002).
De todo ello se deduce que la hipótesis de la convergencia, que se cumple "si las economías pobres tienden a crecer más rápidamente que las economías ricas en términos per capita" (Barro y Sala i Martín, 1992; Sala i Martín, 1994), implica, por definición, la existencia de un óptimo paretiano (Pérez García, 1997). Y dicho óptimo no tiene lugar si el aumento del PIB per capita de las economías pobres se produce a la vez que pierden población. En tal caso, hablar de convergencia -sea en términos de catch-up o en términos de β condicional, la más interesante para uno de los creadores del concepto (Sala i Martín, 1994)- resulta cuando menos inadecuado, si no carente de rigor en vista de la tradición teórica sobre la que se ha construido la hipótesis.
En efecto, los trabajos de Sala i Martín (1994, 1996a, 1996b) confirman el modelo neoclásico AK que predice la convergencia absoluta si todas las economías presentan similares tasas de crecimiento de la población (n en la ecuación de Solow) o, bien, convergencia condicional con tasas de crecimiento demográfico diferentes (pero implícitamente positivas). Si el modelo incluye migraciones, el sentido de éstas desde las regiones pobres (importadoras de capital y exportadoras de trabajo) a las ricas (importadoras de trabajo y exportadoras de capital) tiende a reforzar la convergencia que provoca la movilidad del capital en sentido contrario (como los emigrantes tienen menos capital que la población autóctona tienden a reducir la tasa de crecimiento de la región que los acoge con el incentivo de mayores salarios) y n se convierte en la tasa de crecimiento natural de la población y de la población activa autóctona que, por definición, es una constante de signo positivo.
Sin embargo, la mayor parte de los trabajos dedicados a verificar la convergencia entre las regiones y provincias españolas no ha reparado hasta muy recientemente en el problema de que el proceso de convergencia entre regiones tenía lugar a la vez que un parte de las más pobres perdía población. Así, la literatura más solvente sobre el tema se dedicó desde el principio a medir velocidades y comprobar la existencia de los distintos tipos de convergencia, utilizando series lo suficientemente largas, pero sin cuestionar que la convergencia se produjo por defecto,5 merced a la pérdida de población asociada al proceso de desagrarización de algunas provincias y regiones, lo que Martín Rodríguez (1992, 1993) denominó el "ajuste demográfico".
Es precisamente ese fenómeno el que ha llevado a cuestionar la hipótesis de la convergencia en la literatura reciente. Para Delgado y Sánchez Fernández (1998) en el periodo 1955-1995 se produjo una clara divergencia en los valores añadidos brutos regionales (en adelante, VAB), indicativo de la existencia de un "crecimiento polarizado", mientras que la aproximación de los VAB per capita tuvo lugar porque "a pesar de la importante pérdida de peso en el volumen de valor añadido generado en las regiones periféricas, se ha perdido población aún en mayor proporción". A similar conclusión llega Raymond (2002) al constatar, para el periodo 1955-1998, que "detrás de una aparente convergencia [en producción per capita] estaba una progresiva pérdida de peso en términos de producción de las regiones más pobres en beneficio de las más desarrolladas [por lo que en estos cincuenta años] nunca ha operado convergencia". Goerlich, Mas y pérez (2002), para el periodo 1955-2000, muestran asimismo la diferencia entre la distribución del VAB regional, que se presenta mucho más concentrado que la población o el empleo, lo cual les lleva a cuestionar el objetivo (que no el concepto) de la convergencia, tras la constatación de que algunas regiones "mejoran sus resultados en renta y productividad al tiempo que se debilita su dimensión relativa", concluyendo que "no parece deseable una convergencia basada en el despoblamiento de los territorios". También Domínguez (2002, 2003a, 2003b), para los periodos 1960-1975 y 1985-2000, cuestiona la idea misma de crecimiento económico (y, por tanto, la de convergencia) con respecto de aquellas regiones y provincias que, al perder población en términos absolutos, incumplieron el canon kuznetsiano de la definición de crecimiento: unas, porque su PIB per capita se aproximó a la media merced a que su población disminuyó ("convergencia aparente") y otras, las que sintomáticamente perdieron más población en cada periodo, porque su PIB per capita se alejó de la media (Extremadura en la etapa del desarrollismo y Asturias después de 1985). Finalmente, Garrido (2002) llama la atención acerca de la existencia, en determinadas regiones, de cambio estructural con destrucción de empleo y alerta que "centrarse en variables como la renta por habitante o la productividad aparente del trabajo puede estar sesgando nuestro análisis".
Sendas de crecimiento y cambio estructural en las regiones españolas: algunas pautas generales
En los últimos cuatro decenios, las fuertes disparidades espaciales asociadas a las primeras fases de la industrialización se han mitigado, si las medimos, como en principio cabe hacer, en términos per capita. Así, el coeficiente de variación del VAB per capita provincial ha descendido claramente, como también lo ha hecho el coeficiente de variación del VAB por empleo (Cuadro 1). En consecuencia, los niveles de producción per capita y productividad del trabajo han tendido a hacerse más homogéneos a lo largo del proceso de desarrollo económico, en la línea de la evidencia general encontrada por Williamson (1965).
Ahora bien, la evolución del coeficiente de variación del VAB por kilómetro cuadrado indica que esta indudable convergencia-sigma en los registros per capita no se ha visto acompañada por una configuración más equilibrada del campo perrouxiano de fuerzas económicas a lo largo del espacio (Perroux, 1988). Entre 1959 y 1975, cuando se produjo la mayor reducción de las desigualdades per capita, la dispersión por unidad de superficie tendió a aumentar. Considerando el conjunto del periodo 1959-1999, la reducción de las disparidades por unidad de superficie ha sido prácticamente inapreciable. La convergencia en términos per capita ha coexistido con persistentes desigualdades en la distribución de la actividad económica sobre el espacio. Esto no termina de corresponder con la imagen de unas áreas atrasadas que aumentan su tamaño económico gracias a efectos de difusión o a las ventajas del atraso relativo. Más bien sugiere la importancia que los trasvases poblacionales interregionales han podido tener de cara a la igualación de los indicadores per capita dentro de un espacio económico cuyo grado de polarización no ha experimentado un descenso equivalente (Garrido, 2002; parejo, 2001; Collantes y pinilla, 2003).
Así, en efecto, el periodo analizado fue uno de fuerte movilidad espacial de la población. Durante los años sesenta y setenta, particularmente, España registró una intensificación sin precedentes de los movimientos migratorios campo-ciudad en el contexto de la culminación de su proceso de cambio ocupacional y caída de la población activa agraria (Ródenas, 1994). En la medida en que los focos urbanos e industriales de mayor dinamismo se encontraban concentrados en un número reducido de provincias (con especial protagonismo para Barcelona, el país vasco marítimo y Madrid), el resultado fue una fuerte redistribución espacial de la población. Éste ha sido, de hecho, el periodo en el que hasta ahora más ha crecido el grado de disparidad en la distribución espacial de la población (Ayuda, Collantes y Pinilla, 2005). Durante los años ochenta y noventa, la disparidad demográfica continuó acentuándose, en parte porque muchas provincias de la España atrasada sufrieron los efectos de la selectividad migratoria sobre la edad media de la población y el consiguiente declive de sus tasas de variación natural. En cualquier caso, los movimientos migratorios aparecen claramente como el "cambio primario" que puso en marcha una dinámica myrdaliana de causación circular y acumulativa (Myrdal 1957), de la que numerosas partes del país aún no han logrado salir, acentuando la diferenciación demográfica del territorio nacional (Collantes y pinilla, 2003).
Con objeto de profundizar en esta senda de convergencia, hemos descompuesto el crecimiento del VAB per capita regional en tres componentes: el crecimiento de la productividad, el aumento del número de empleos y el descenso de la población (Cuadro 2). para el conjunto de la economía española, la senda de crecimiento seguida puede calificarse de genuina, en el sentido de que el aumento de la producción per capita ha tenido lugar con aumento de la población y el número de empleos. Sin embargo, son varias las regiones que incumplen este canon. Los tres casos más notorios son los de las dos Castillas y Extremadura, cuyo VAB per capita y cuya productividad crecieron más deprisa que la media (esto es: hubo convergencia en términos per capita), pero en un contexto de despoblación y destrucción neta de empleo. En realidad, en estas provincias el atraso económico generó corrientes migratorias masivas hacia las más desarrolladas del país, y dichas corrientes fueron protagonizadas con especial intensidad por parte de las poblaciones rurales relativamente desfavorecidas en términos económicos y sociales (pérez Díaz, 1971). Ni siquiera los niveles relativamente altos de fecundidad en buena parte de Castilla-La Mancha y Extremadura permitieron a estas regiones escapar de una senda marcada por el declive demográfico y la relativa debilidad de su proceso de urbanización. En estos casos, la variación poblacional, en lugar de actuar como obstáculo aritmético al crecimiento del VAB per capita, tendió a favorecerlo. Otras tres regiones incumplieron parcialmente el canon genuino. Se trata de Galicia, Cantabria y Asturias que, si bien no experimentaron pérdidas poblacionales (aunque sí crecimientos demográficos inferiores a la media), registraron destrucción neta de empleos. En el caso de Cantabria y Asturias, esta destrucción de empleo ha favorecido el alejamiento de las medias nacionales en términos de VAB per capita.
Por otra parte, y teniendo en cuenta la convergencia en VAB per capita, las regiones tradicionalmente más adelantadas del país tendieron a crecer a ritmo lento, como en los casos de Madrid, País Vasco o Cataluña. Y, sin embargo, presentaron altas tasas de crecimiento demográfico como consecuencia de la llegada masiva de inmigrantes procedentes de regiones más atrasadas. Este resultado fue posible aun a pesar de que, como consecuencia de su nivel relativamente avanzado de desarrollo económico, la transición demográfica se encontraba en las regiones receptoras en un estadio más avanzado. Así, todo lo anterior sugiere que los casos de éxito económico genuino han sido, en estas últimas cuatro décadas, menos abundantes de lo que los estudios en términos per capita podrían inducir a pensar. Así, de las cuatro regiones que crecieron más de medio punto por encima de la referencia nacional, sólo una (La Rioja) lo hizo siguiendo una senda de convergencia genuina; las otras tres (las dos Castillas y Extremadura) han experimentado procesos de convergencia con elementos por defecto, o inducidos por la despoblación. Y, entre las otras cuatro regiones que crecieron al menos tres décimas por encima de la media nacional, aun una (Galicia) participa de una pauta con rasgos peculiares, quedando Aragón y, sobre todo, Murcia y Navarra como los mejores ejemplos de convergencia genuina (en ambos casos, con variaciones demográficas no inferiores a la media nacional).
Podemos aproximarnos desde una perspectiva similar a los procesos de desagrarización ocupacional experimentados por las regiones desde 1959 hasta la actualidad (Cuadro 3). La economía española, tomada en términos agregados, siguió de nuevo una senda genuina: el empleo no agrario pasó de 58 a 92% con fuerte destrucción de empleo agrario pero creación neta de empleo en el conjunto de sectores. Todas las regiones han registrado un indudable incremento del porcentaje de empleo no agrario dentro de su población activa. Incluso Galicia, hoy en día la región aun menos desagrarizada, pasó de 36 a 80% en las cuatro décadas objeto de estudio. Otras regiones históricamente pertenecientes a la "España del atraso" (Domínguez 2002), como las dos Castillas, Extremadura, Andalucía y Murcia, siguieron trayectorias similares.
Ahora bien, la senda tomada por estas regiones atrasadas para diversificar su estructura ocupacional no siempre ha sido la genuina (Garrido, 2002). De hecho, esto sólo resultó claramente así en el caso de Murcia, donde la creación neta de empleo fue proporcionalmente superior a la media nacional. En las dos Castillas y Extremadura, por el contrario, hubo disminución de empleo y la creación del no agrario fue lenta. En su caso, la emigración de campesinos y jornaleros fue una importante fuerza impulsora de la desagrarización ocupacional. Ello fue así, en primer lugar, por sus efectos directos en la estructura ocupacional, en la medida en que una modesta tasa de creación de empleo no agrario provocaba, en un contexto de fuerte emigración agraria, aumentos más que proporcionales del peso relativo del empleo no agrario sobre el total (Collantes, 2004a). Además, y en segundo lugar, la selectividad de esta emigración en función de la edad (al ser mucho mayores las tasas migratorias de los jóvenes y los adultos de menor edad) condujo al paulatino envejecimiento de la población activa agraria y, por esta vía, a una propensión a la jubilación por parte de la población agraria que en el mediano plazo se situó claramente por encima de la del resto de sectores (Abad y Naredo, 1997). La resultante funcionó en el mismo sentido que el efecto directo recién aludido: favorecer un cambio en la estructura ocupacional que iba bastante más allá del auténtico dinamismo de la industria o los servicios en estas regiones. Y, aunque estos casos resultan un tanto extremos, lo cierto es que, en realidad, de entre las diez regiones poco diversificadas (con porcentajes de empleo no agrario inferiores a la media nacional) en 1959, tan sólo cuatro (Canarias, Galicia, Murcia y Navarra) registraron una tasa de creación de empleo no agrario claramente superior a la media nacional. En el próximo apartado se examinan con mayor detalle esas otras caras del proceso de convergencia económica y cambio estructural en términos per capita.
Explorando la convergencia y la desagrarización por defecto
Para profundizar en el papel de las desiguales trayectorias demográficas en la conformación de la pauta de convergencia económica, puede ser útil descomponer la velocidad de convergencia (entendida como la tasa de crecimiento del VAB per capita relativo de cada región) en dos elementos: la diferencia entre las tasas de crecimiento del VAB regional y el VAB nacional (parámetro α) y la diferencia entre las tasas de variación de la población nacional y la regional (parámetro δ ). En principio, la imagen de una economía convergente en sentido genuino quedaría representada por α > 0 y δ < 0, con δ < α en términos absolutos. Esto es, un fuerte crecimiento del VAB permite contrarrestar un aumento demográfico superior a la media. En realidad, lo que esta condición implica es que las economías convergentes en sentido genuino muestran una vitalidad demográfica correspondiente con su caracterización como casos de éxito. Por el contrario, una situación en la que δ > 0 implica que la región muestra una escasa vitalidad demográfica (puede haberse despoblado o, en todo caso, haber crecido por debajo de la media) y que esto ha favorecido aritméticamente su proceso de convergencia. Este procedimiento, ya empleado por Collantes (2004b) para el estudio de patrones similares a escala comarcal, puede permitirnos discriminar con mayor nitidez las diferentes tipologías de convergencia registradas por las regiones inicialmente rezagadas (Cuadro 4).
Los resultados muestran que sólo dos de las economías convergentes (Canarias y Murcia) lo han sido sobre la base de una evolución demográfica más expansiva que la media. Por otro lado, cuatro de las regiones con mayor velocidad de convergencia (las dos Castillas, Extremadura y Galicia) han visto su proceso de convergencia favorecido, en términos aritméticos, por sus malos resultados demográficos (como también lo ha hecho, a menor escala, Aragón). En estos casos, de hecho, el declive demográfico (ya sea relativo o absoluto) ha contrapesado el declive del tamaño económico relativo, medido a través de la proporción que el VAB regional representa sobre el VAB total nacional. Su pauta de convergencia, aun siendo real en el sentido de que, en efecto, sus resultados per capita se han acercado a la media nacional, se revela como aparente, en cuanto ese acercamiento no ha sido resultado de su conversión en cuatro de las regiones más dinámicas del país (frente a, supuestamente, el relativo estancamiento de las regiones maduras), sino de que la trayectoria demográfica haya desempeñado un papel.
Fuera de este grupo de convergencia aparente cabría situar a La Rioja y, sobre todo, a Navarra, ya que en ambos casos se registró una diferencia positiva entre las tasas de crecimiento del VAB regional y el nacional. Éstas sí son, junto a Canarias y Murcia, exponentes de la imagen de una región inicialmente atrasada que consigue convertirse en una zona cada vez más importante del entramado de fuerzas económicas. Pero, como se ha visto, una parte destacada del proceso de convergencia de las regiones ha sido subproducto del ajuste demográfico ante las disparidades iniciales, y no tanto de un ajuste en términos productivos o estrictamente económicos.
En la Gráfica 1 podemos apreciar con mayor detalle (en escala provincial) la significativa relación negativa existente, para el conjunto del periodo 1959-1999, entre el crecimiento de la productividad (como se vio en el Cuadro 2, el gran motor aparente del proceso de convergencia en VAB per capita) y la evolución demográfica. Hasta 27 provincias se sitúan en el cuadrante superior izquierdo o, lo que es lo mismo, los mayores crecimientos de la productividad han tendido a producirse en provincias en proceso de despoblación o, en el mejor de los casos, con resultados demográficos peores que la media. Por el contrario, las provincias que menos han visto crecer su productividad tienden a ser aquellas con mejores resultados demográficos. El coeficiente de correlación entre crecimiento de la productividad y variación demográfica es de -0.71, y revela el importante papel que los movimientos de población (y, en general, las variables poblacionales) han desempeñado en el proceso de convergencia en productividades y, por ende, de convergencia en producción per capita (Garrido, 2002). Dicha convergencia en productividad ha venido siendo, indudablemente, favorecida por la elevada correlación existente entre variación demográfica y niveles de productividad de partida (el coeficiente de correlación es de 0.75).
De manera análoga, podemos revisar las sendas de desagrarización ocupacional seguidas por las diferentes provincias complementando el estudio de las variables medidas en porcentajes con el análisis de la tasa de creación de empleo no agrario en valor absoluto. Para ello, en primer lugar definimos la velocidad relativa de desagrarización como la tasa de crecimiento (1959-1999) del cociente entre el porcentaje de empleo no agrario de la región en cuestión y el porcentaje de empleo no agrario del conjunto del país. Posteriormente, descomponemos la velocidad relativa de desagrarización en dos elementos: la diferencia entre las tasas de crecimiento del empleo no agrario (en términos absolutos) en la región y en el conjunto del país (parámetro α) y la diferencia entre las tasas de variación del empleo total nacional y el empleo total regional (parámetro δ).
Una economía que emprende una desagrarización genuina sería, en principio, aquella que logra una elevada velocidad relativa de desagrarización a través de un fuerte aumento del empleo no agrario en términos absolutos y sin recurrir a la destrucción neta de empleo; por ejemplo: α > 0 y δ < 0, con δ < α en términos absolutos. Una economía cuya desagrarización se produce, al menos en parte, por defecto registraría igualmente una importante velocidad de desagrarización, pero sobre la base de una destrucción neta de empleo como consecuencia de una disminución de ocupados en el sector primario no compensada por un crecimiento suficientemente vigoroso del empleo no agrario; por ejemplo: α < 0 y δ > 0, con δ > α en términos absolutos.
Este último es el caso de Aragón y, especialmente (a tenor del elevado valor de sus coeficientes), Castilla-León y Extremadura (Cuadro 5). En una situación muy próxima están Castilla-La Mancha y La Rioja, cuya velocidad de desagrarización ha venido en buena medida determinada por el parámetro δ (los malos resultados en creación de empleo total), registrándose una tasa de creación de empleo no agrario similar a la media nacional. Incluso Galicia, que sí creó empleo no agrario a una tasa superior a la media nacional, debe la mayor parte de su importante velocidad de desagrarización a sus malos resultados en creación total de empleo.
Los casos de desagrarización genuina son cuatro: Comunidad Valenciana, Murcia, Navarra y, sobre todo, Canarias. Como se ve, hay importantes coincidencias con el grupo anteriormente detectado de regiones inicialmente atrasadas y posteriormente capaces de converger de manera genuina. En estas cuatro regiones, la desagrarización ha sido genuina en el sentido de que ha tenido lugar sobre la base de una fuerte creación de empleo no agrario y una variación del empleo total más positiva que la media nacional.
Si descendemos al nivel provincial, apreciamos que existe una relación clara entre la velocidad relativa de diversificación y la variación demográfica. Como se observa en los cuadrantes superiores de la Gráfica 2, 25 de las 35 provincias con mayores velocidades de diversificación lo han sido con resultados demográficos peores que la media nacional y, en muchos casos, provincias en proceso de despoblación. El coeficiente de correlación entre la variación demográfica y la velocidad de desagrarización es igual a -0.70. Paralelamente, la propia variación demográfica parece quedar bien explicada mediante el porcentaje de ocupados agrarios de las distintas provincias en el momento de partida (coeficiente de -0.71).
El esquema sugerido por estas correlaciones es el siguiente: las provincias más agrarias tendieron a registrar pérdidas poblacionales, y estas pérdidas poblacionales (vinculadas primordialmente, cabe pensar, al sector agrario) impulsaron el proceso de desagrarización ocupacional por defecto, sin necesidad de grandes tasas de creación de empleo no agrario. La desagrarización fue, en estos casos, subproducto del ajuste demográfico, y no tanto consecuencia de la vitalidad productiva adquirida por las economías provinciales inicialmente retrasadas. Es por ello que el análisis de las velocidades de desagrarización, considerado de manera exclusiva, conduce a resultados engañosos, y debe ser completado con una consideración de las sendas que condujeron a la desagrarización. Algunas provincias lograron diversificar sus estructuras ocupacionales sobre la base de un renovado dinamismo económico, pero muchas otras se encontraron con tal diversificación como subproducto del ajuste demográfico. A tenor de la Gráfica 2 y los coeficientes de correlación preliminarmente explorados, parece que este segundo escenario ha tenido un gran peso en la realidad provincial española de las últimas cuatro décadas.
Consideraciones finales
Las variables demográficas deben ser incorporadas en el análisis de las disparidades regionales en España, no porque puedan ser relevantes en una serie de casos anómalos, sino porque ocupan un papel importante en la pauta general de acontecimientos registrada en los últimos decenios (Alcaide, 1994; Alcaide y Alcaide, 2003). En este artículo hemos pretendido llamar la atención acerca de la senda por la que se ha producido el proceso de convergencia de las provincias y regiones españolas desde 1959 hasta la actualidad. La imagen ofrecida por algunas de las provincias y regiones convergentes dista bastante del éxito económico. Es cierto que regiones como Murcia, Navarra o, muy especialmente, Canarias se han ajustado con bastante pertinencia al papel de economías inicialmente atrasadas que adquieren un gran dinamismo y convergen así con las regiones adelantadas. Pero, junto a ellas, una gran parte de la España interior, particularmente la perteneciente a las dos Castillas y Extremadura, ha vivido una convergencia aparente. Sus economías agrarizadas y pobres de 1959 se han transformado hoy en economías diversificadas y más próximas a la media nacional en términos de producción per capita, pero la obtención de estos resultados ha dependido crucialmente de sus pérdidas poblacionales. Su alto nivel de atraso relativo en 1959 no ha sido una ventaja de cara a la convergencia porque pudiera abrir las puertas a un crecimiento intenso basado en la transferencia de tecnología e iniciativas empresariales previamente ensayadas en las regiones ricas. Lo ha sido porque expulsó de la España interior a un gran número de personas vinculadas al sector agrario y con bajos niveles de renta y productividad. A partir de ahí, lo que ha quedado de estas regiones ha tenido una apariencia más diversificada y menos empobrecida que en 1959, mientras disminuye su protagonismo real dentro de los procesos generadores de economías de aglomeración, cada vez más concentrados espacialmente (Plaza, 2000; Márquez y Hewings, 2003; Villaverde, 2004b), convirtiendo la convergencia en valores per capita en un logro escasamente reconfortante.
¿Cuáles son las implicaciones de estos resultados desde una perspectiva vinculada a los problemas del desarrollo económico y su articulación regional? Frente a la habitual confianza de la economía neoclásica en el libre mercado, una larga tradición de autores ha subrayado las insuficiencias de éste como mecanismo para el impulso de un desarrollo sostenible y territorialmente cohesionado. Los habituales indicadores en términos per capita pueden ser en ocasiones suficientes para sostener este tipo de argumentación, como muestra, por ejemplo, el trabajo de Carrillo (2001) para el caso de las regiones mexicanas en la parte final del siglo XX. Ahora bien, como ha intentado mostrar nuestro trabajo para el caso de las regiones españolas, el debate académico y político no debe quedarse en las variables per capita porque, bajo determinadas circunstancias, éstas pueden conducirnos a describir como convergencia regional procesos que en realidad se corresponden con una fuerte diferenciación del espacio económico y demográfico de un determinado país. Así, en España, y pese a la convergencia regional en valores per capita, el porvenir de esta ilusión en un sistema de ciudades y de ocupación del territorio extremadamente desequilibrado (Alcaide, 2002; Goerlich, Mas y Pérez, 2002; Collantes y Pinilla, 2003; Alcaide y Alcaide, 2003) no se puede mantener hasta el absurdo de la extinción. Para evitar que el proceso de desertificación poblacional continúe, son necesarias políticas económicas compensatorias (y parámetros adecuados para implantarlas) con el fin de impedir que la convergencia se haga a costa de la continua pérdida de protagonismo dentro de los procesos generadores de economías de aglomeración. Como señala Mas (2003), "convergencia en rentas por habitante con cohesión territorial [que] se consigue frenando la tendencia hacia la concentración".
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* Agradecemos los comentarios realizados por los tres evaluadores anónimos de la revista y los asistentes a la XXIX Reunión de Estudios Regionales (Santander, 2003).
1 Sobre los distintos conceptos de convergencia, véase Islam (2003).
2 Alcaide, Cuadrado y Fuentes, (1990); Alcaide (1994); Mas et al. (1994); De la Fuente (1996a, 1996b); Martín Rodríguez (1998, 1999); García Greciano y Raymond (1999); De la Fuente y Freire (2000); Goerlich y Mas (2002); Goerlich, Mas y Pérez (2002); Garrido (2002); García Velasco (2003); Alcaide y Alcaide (2003). En la actualidad, con la terciarización de las economías y la baja productividad del sector servicios, el desarrollo de éstos puede constituir un poderoso factor de convergencia al desacelerar la tasa de crecimiento de las regiones más desarrolladas. Al respecto, véanse las sugerencias de Ruttan (2002), si bien la evidencia para España es en sentido contrario (García Velasco, 2003).
3 Este argumento fue desarrollado originalmente en 1827 por el socialista ricardiano Thomas Hodgskin en Popular Political Economy (Thompson 1987) y retomado más tarde por Boserup (1981).
4 Este argumento smithiano se puede encontrar también en Hansen (1939); para corroboraciones de la experiencia histórica, véase Simon (1994).
5 Mas et al. (1994); Raymond (1994); Raymond y García Greciano (1994); Dolado, González-Páramo y Roldán (1994); García Greciano, Raymond y Villaverde (1995); Cuadrado y García Greciano (1995); Sala i Martín (1996b); De la Fuente (1996a, 1996b); Villaverde (1996, 2001, 2004a); Villaverde y Sánchez-Robles (1998, 2001); Martín Rodríguez (1996); Bajo (1998); Goerlich (1999); Cuadrado, Garrido y Mancha (1999); Pérez González (2000); Lamo (2000); González-Páramo y Martínez (2003); Tortosa-Ausina et al. (2005).