1. Introducción
El presente artículo busca mostrar desde una perspectiva económica y sociológica, cómo es que el llamado neoliberalismo opera un deslizamiento semántico que poco tiene que ver con el liberalismo clásico. Es poco también lo que remite a la utilidad social del individualismo y la búsqueda del interés propio, pese a la fuerza actual de ambos, según aparentes evidencias. Si en la Economía Política clásica se plantea el problema de la utilidad social del trabajo y del individuo que persigue sus propios intereses, hacia finales del siglo XIX se desplazó dicha utilidad a la satisfacción en el consumo y, más tarde, con el neoliberalismo, a lo que reporta una ganancia, al margen de la elección social, de ahí la reactualización de un autor como Mandeville. Este texto busca mostrar la evolución de la noción de utilidad, su creciente vinculación con la de ganancia, la reaparición de Mandeville y la manera neoliberal de entender la libertad: realizando ganancia como “lo útil” y evadiendo cualquier posible costo, más si es social.
Después de esta intoducción, el trabajo aborda cómo es que las nociones de utilidad, pero también de individualismo e interés propio, se encuentran en evolución a lo largo de la historia del pensamiento económico, por lo que el homo economicus, más allá de ciertas generalidades, no es siempre igual a sí mismo. A partir de cierto estadio del capitalismo, lo útil ya no sólo se identifica con lo que encierra la mercancía o el dinero, y el trabajo o el consumo, sino que se confunde con la ganancia, aspecto del que habla este artículo en su tercer apartado. Como se explica en un cuarto punto, es la entrada en el llamado neoliberalismo y el capitalismo financiarizado, que consolida esta confusión que lleva a otra, entre individualismo, interés propio y egoísmo, lo que implica una nueva perspectiva filosófica. Es en este marco que es recuperado del siglo XVII un autor como Mandeville, quien hace pasar por útil para la economía el egoísmo de los “vicios privados”, según se retoma en un quinto apartado. El texto culmina con un sexto apartado, sobre la manera en que opera el deslizamiento en nombre de la “libertad”, de tal modo que se es en principio libre de ser egoísta y obtener algo (como ganancia) sin “reciprocar”. Se concluye sobre la importancia de repensar, en perspectiva, la relación entre individuo y sociedad. Es así que, más allá del arribo actual a la mistificación de la ganancia, este trabajo busca aportar a la clarificación de lo que se entiende por “racionalidad” del homo oeconomicus, que cambió con la evolución capitalista y a través de la historia de las ideas económicas, de tal modo que no se reduce al cálculo costo/beneficio.
Una crítica al neoliberalismo no puede rechazar el liberalismo, el interés propio y el individualismo (creadores de la riqueza social), sin llegar a echar por tierra logros históricos del capitalismo, salvo que se tumben de tal manera que se vuelva a la premodernidad. El individualismo, en el sentido de individuación, no es ajeno a una división del trabajo que inserta aquél en un colectivo, por lo que individuo y colectivo no están reñidos, y el primero puede estimar y valorar la utilidad para los demás de lo que hace, junto con lo que recibe para sí mismo. Adam Smith (1759) habla así de la importancia de la cooperación para la sobrevivencia de una sociedad.
La historia del pensamiento económico pasa por etapas precisas: el neoliberalismo no es la exaltación del dinero ni de la mercancía, sino la mistificación de la ganancia (lo útil es lo que reporta una ganancia), lo que conlleva un cambio significativo en lo que se entiende por utilidad. El homo oeconomicus, reflejo de la mentalidad empresarial,1 no permanece idéntico a sí mismo desde el siglo XVIII hasta la actualidad, según se verá, buscando poner de relieve las consecuencias concretas para la conducta entendida como “racional” en la economía y más allá, entre agentes socioeconómicos y en algunas teorías. A partir del cambio en la manera de representarse lo que es “útil”, se llega con el neoliberalismo a la mistificación de la ganancia y, en el comportamiento individual ideal, a una creencia específica sobre la libertad, la de no aportar nada de socialmente útil, pero de tener ganancia para sí y de manera egoísta. Es este tipo de mentalidad empresarial y de accionista que promueve el neoliberalismo, buscando estandarizar las conductas, pese a la reivindicación del individuo, y cortocircuitando el intercambio, a pesar de la insistencia en el mercado como panacea.
2. Nociones en evolución
El mercado existe desde antes de que surja el capitalismo.2 A partir del siglo XIX, en países centrales, y muchísimo más tarde en la periferia aparece la tendencia al “economicismo”, como traducción de toda la actividad social a términos económicos: una universidad no tiene planes de estudio sino “oferta” académica; la pobreza no es un mal sino un “costo” social; un país agresor no sufre represalias sino que paga “el precio” de lo hecho; en una relación de pareja “se invierte” en lugar de dedicarle tiempo, etcétera. Todo se traduce a “mercado” por volverse asunto de oferta y demanda, pero cambia la “sobredeterminación”, no “el mercado” en sí.3
El homo oeconomicus no se encuentra en la Economía Política clásica. Engels (1973) desmintió en una carta de 1890 que estuviera en su espíritu y en el de Marx alguna sobredeterminación económica; que esté en el capitalismo no quiere decir que lo esté en todo régimen social, ni que sea lo propio de corrientes de pensamiento como el marxismo, pese a simplificaciones.4
En la Economía Política clásica, el valor-trabajo es central e involucra dos dimensiones: la del tiempo para fabricar una mercancía (valor) y la del valor de uso de ésta, por no inmiscuir el valor de cambio. Esta perspectiva desaparece a partir del valor-subjetivo con el marginalismo, de finales del siglo XIX, que busca servirse de los adelantos matemáticos para “modelizar” la conducta humana y desplaza el análisis hacia el “consumidor soberano”, como será llamado más tarde. Esta modelización, como ejercicio de una “ciencia de la asignación matematizada” (Sedlacek, 2014) -aunque el comportamiento humano no pueda ser reducido a ecuaciones- llega a conllevar una política económica con graves problemas, como también ha sido demostrado, desde Klein (2008) hasta economistas que renunciaron a seguir experimentos desde organismos internacionales. Es de esta forma que se corre el riesgo de caer en lo que a juicio de Escalante Gonzalbo (2015) son juegos matemáticos especulativos que se prestan a la deriva ideológica: por ejemplo, el libre mercado en Friedman admite los monopolios -menos el gubernamental- y funciona entonces incluso cuando no es libre mercado.
La base del argumento marginalista es el cálculo costo/beneficio que hace del agente en el mercado un ser “racional”. La utilidad de un bien o servicio es la satisfacción que brinda al consumidor. En este aspecto, no se ha diferenciado mucho de lo que la Economía Política clásica entendiera por valor de uso. El marginalismo termina poniendo la utilidad “en el margen” (Friedrich von Wieser es el primero en sugerirlo) (Oser y Blanchfield, 1980) y cuestión de preferencias y combinaciones de bienes. Friedman (1990) lo recoge ya en pleno siglo XX como “libertad de escoger”.
El homo oeconomicus remite en el marginalismo al utilitarismo, cuya formulación se encuentra en Jeremy Bentham a principios del siglo XIX (Oser y Blanchfield, 1980). No hay manera de asegurar que la “naturaleza humana” utilitaria sea propiamente humana; remite a la maximización del placer y la minimización del dolor, y traducciones similares. Por su parte, John Stuart Mill critica este “sensualismo” (hedonista) y, como liberal, considera, al igual que Smith, que “(…) los ciudadanos están en condiciones de percibir la existencia de intereses comunes, superando así el mero egoísmo” (Roncaglia, 2017, p. 131).5 Liberalismo y utilitarismo no son lo mismo: ninguno se guía por el egoísmo, y el utilitarismo espera la felicidad del mayor número, como suma de las felicidades individuales. En rigor, se proyecta sobre la psique (máximo placer, mínimo dolor) la mentalidad empresarial: la mayor ganancia al menor costo. Es la base más elemental de la racionalidad capitalista, pese a entredichos actuales como el de la economía conductual. Calcular no es pensar. El borrachín o el drogadicto pueden calcular o creer hacerlo6 (“yo conozco mi medida”, “la última y nos vamos”) sin pensar.7 A diferencia de la Economía Política clásica, que considera al trabajo factor de humanización, a partir de finales del siglo XIX el marginalismo lo ve como un factor de producción más, e incluso como “sacrificio”, pero no con demasiada carga peyorativa.8
El llamado neoliberalismo busca que se desanude la contradicción costo/beneficio a finales del siglo XX con otra mentalidad empresarial, incluso desde antes de que aparezca la financiarización: el homo oeconomicus expresión de dicha mentalidad ya no es aquel que, aun buscando maximizar ganancias y minimizar costos, se responsabiliza de estos, sino el que los esquiva, si hay manera de desentenderse de ellos;9 está implícito en la creencia de que corresponde al Estado hacerse cargo de actividades necesarias para la ganancia a largo plazo, pero no redituables en el corto plazo, algo que no cambia por completo a partir de los años ochenta del siglo XX.10 Luego de un largo recorrido, el homo oeconomicus dejó de lado su interés por el trabajo y su sentido -puede ser ahora un empleo, una ocupación o un job para hacerse de un ingreso- y convierte el individualismo y el interés propio en un egoísmo abierto, que responde a la idea empresarial de deshacerse al máximo de costos privatizando las ganancias (no puede ser de otra manera) y socializando las pérdidas. Es una manera de no correr riesgos, pese a la persistencia de la innovación tecnológica, en algo que ya había detectado como contradicción Schumpeter (Oser y Blanchfield, 1980). Algo ha cambiado en lo que aparece como útil e inútil.
3. Elementos de crisis: la ganancia
Lo dicho sobre el marginalismo o la síntesis neoclásica no origina automáticamente una conducta egoísta, que Smith rechazaba explícitamente en la Teoría de los sentimientos morales (1759), ni vuelve reprobable el amor propio, contra lo que sugiere Dufour (2017). Tampoco hace condenable un individualismo no equivalente del egoísmo. Lo señalado no evita que, a partir de la síntesis neoclásica de Marshall (1920), entre el siglo XIX y principios del XX, aparezca un cambio: el trabajo ya tiene cierta connotación negativa, más allá del descubrimiento de la alienación, que también está presente en Smith.11 Al mismo tiempo, el individualismo y la búsqueda del interés propio tienen una utilidad social, y no es casualidad que aparezca en el liberalismo; se parte de la idea de que, al igual que sucede en la división del trabajo, es deseable la diversificación de intereses (para una mayor riqueza social, no nada más económica) y de individualidades.
El egoísmo12 despunta en autores como Gossen (1983), pero no es piedra de toque del marginalismo13 ni de Marshall. Tampoco de Keynes. El despunte del egoísmo como “naturaleza” del homo oeconomicus es propio de la aparición de la intervención estatal y más aun de la reacción neoliberal a la misma, porque la mentalidad empresarial no es ya la libre competencia decimonónica. La idea es tener la ganancia para sí, pero deshacerse en lo posible de los costos (se vierten o desechan hacia afuera en la medida de lo posible).
La mentalidad empresarial no siempre asume como propias las pérdidas, sino que a partir de cierto momento se sirve del Estado para repartirlas. Los ejemplos no escasean, y van del fobaproa en México14 a la Gran Recesión de 2008, al grado de que se ironice sobre el capitalismo para las mayorías y el socialismo para un puñado de especuladores. Kalecki (2015) explicó los límites del Estado de Bienestar con frecuencia idealizado en la segunda posguerra por el bienestarismo que: será tolerado mientras sirva a los empresarios, pero no si da sentido de los derechos sociales. Smith, por cierto, no se opone a cualquier Estado en su texto de 1776, sino al feudal, frente al cual defiende la necesidad de seguridad en la propiedad privada (cabe recordar que no toda propiedad privada es de medios de producción, ni instrumento de explotación), y toma la mano invisible, apenas mencionada, por equivalente de la Divina Providencia, no más (confusión que por lo demás otros hacen con el Estado). Es con Walras que la mano invisible empieza a remitir a otra cosa, la supuesta tendencia de la economía al equilibrio, según lo señala Roncaglia (2017).
A reserva de lo que depare el futuro, hasta donde algunos han planteado pasar a un “capitalismo de partes interesadas” (Foro Económico Mundial de Davos) (Schwab, 2019), distinto del “capitalismo de los accionistas” celebrado desde 1970 por Friedman -poco antes de que éste asesorara a Nixon en la supresión del patrón oro-dólar-, el capitalismo de la crisis no siempre ha traído mejoras, a juzgar por lo ocurrido en materia de desigualdad social (Piketty, 1997).15 Más bien cabe constatar formas nuevas de “ruptura del tejido social”, para decirlo como Polanyi en una expresión que recoge en La gran transformación.
De la movilidad internacional del capital -no existe para el trabajo- se espera mercados para asegurar la realización de la ganancia, pero también para pagar menos por la fuerza de trabajo, en un movimiento de sobreproducción/sobreacumulación, leído al mismo tiempo como subconsumo (tradición de Sismondi (1847), partidario de proteger a los pobres con ayudas sociales, de enfermedad, vejez o desempleo), y que busca recuperarse creando nuevos mercados. Considerando factores demográficos, a este subconsumo le apuestan fuerzas partidarias del sistema actual en una versión inclusiva. La contradicción radica en la necesidad capitalista de abaratar la mano de obra y prescindir de buena parte de ella, pero mantener clientes solventes para realizar la ganancia.16 El capitalista se interesa en lo social -que aparece a veces con esta mención residual, exterior- no por asumir costos, sino para atraerse clientes para concretar la ganancia, lo que parece abrir (con más nichos de mercado y mayor mercantilización) la posibilidad de inclusión. Se incluye lo que es considerado útil para la realización de ganancia, para lo cual es igualmente útil la clase de Mandeville, que se ocupa con demagogia de que la gente esté tranquila, aunque esta clase no esté buscando más que su propio provecho, como lo describe Dufour (2017). La búsqueda de clientes, así se presente en la mercadotecnia como interés por el cliente, es más bien la de espacios de realización de la ganancia. Es menos de lo que parece un interés por el consumidor soberano.
4. Más allá del dinero y la mercancía
A Smith se debe el descubrimiento del valor de uso y el valor de cambio de la mercancía (Oser y Blanchfield, 1980). Mientras que a Marx le correspondió descubrir el valor de uso de la fuerza de trabajo, crear el valor, pero también el plusvalor (Oser y Blanchfield, 1980). Marx tiene una visión integral de la sociedad, y una filosofía: la dialéctica, que podría traducirse en una filosofía de vida. Ricardo la tiene en la práctica; pues siendo terrateniente está dispuesto a no defender a los terratenientes, si hay que importar cereales para abaratar los salarios (Oser y Blanchfield, 1980). Y en el caso de Smith, cercano a la Ilustración escocesa, también tiene una filosofía de vida.
El marginalismo no se caracteriza por ningún trasfondo filosófico explícito, como tampoco lo es Keynes, pese a su cercanía con el grupo artístico de Bloomsbury.17 Esto corresponde a un movimiento de especialización en las ciencias sociales que no es exclusivo de la ciencia económica, además de su creciente aspiración, como llega a decirlo Marshall,18 a equipararse con las ciencias exactas, lo que parece servir para asegurar la neutralidad axiológica. Como lo ha demostrado Heinich (2017), se puede aspirar a dicha neutralidad sin renunciar a estimar el valor de cosas o personas, lo que se refleja por lo demás de manera sencilla en la economía; por ejemplo, cuando se fija el precio de una obra de arte o, para volver sobre un ejemplo de Smith, el de los diamantes,19 por lo que el objeto de la ciencia económica no está exento de normatividad. Es posible pensar que sólo a través de una modelización que termine por hacer abstracción de sus propios supuestos (endebles) se puede llegar a una neutralidad exenta de toda valoración. A falta de filosofía explícita, se puede aspirar a una ciencia exacta -por el número y la cuantificación-20 teniendo pies de barro, dando por racional lo que no lo es.
El neoliberalismo ofrece una filosofía basada en el individuo y sus intereses, y nada ajena al anticolectivismo, desde el momento en que éste aparece como resultado último de ocuparse de la sociedad. A diferencia de Smith, ya no se trata de ver más que por sí mismo, por el provecho propio, sin atención a los demás o a las consecuencias sobre los demás (pero, ¿y por qué habría que ver por los demás?). Toda interferencia en el orden espontáneo del mercado y en lo que supone de transmisión de señales de precios está de más. El homo oeconomicus ya no es el mismo: interés propio e individualismo son palabras que sirven ahora para significar egoísmo, lo que lleva por cierto a Dufour (2017) a confundir amor propio (con lo que conlleva eventualmente de integridad) y egoísmo.
El neoliberalismo no actúa en el vacío, sino que se populariza en medio de una creciente financiarización del capitalismo, aunque suela fecharse a veces hasta los años noventa, en particular por ciertas medidas de la administración estadounidense del entonces presidente William Clinton (abolición en 1999 de la ley Glass-Steagall de 1933, que prohibía a los bancos los fondos de inversión). Se llega a la creencia de que la riqueza la crea la riqueza no la crea el trabajo (por lo que se está muy lejos de la Economía Política clásica) sino que es creada por los hombres de negocios, al tomar la decisión de invertir y, con ello, de detonar actividades que crean empleo e ingreso, mediante una derrama. La garantía de la creación de riqueza es la certidumbre para los inversionistas y quienes acreditan el clima adecuado para ellos, lo que no desliga a la finanza (que espera su parte de excedente) de la producción, pese a la existencia de capital ficticio y especulación. En estas condiciones, se llega a la creencia de que el trabajo es prescindible, como sugiere, por ejemplo, Rifkin (1996).21 Se ratifica así que la utilidad social carece de vínculo con el trabajo.
Si el trabajo desaparece del horizonte, más allá de que deje de ser entendido el problema de la explotación, pese a su carácter sencillo de explicar, vuelve a plantearse el tema de lo que es útil. Si cuenta D-D’ sin que se entienda la mediación (D-M-M’-D’), más si hay financiarización, las relaciones sociales no valen más que en la medida en que pueden ser instrumentalizadas (lo que no es tan nuevo) para obtener un plus (lo que sí es más nuevo), por decirlo coloquialmente, sin dar forzosamente algo a cambio.
Basta una simple estimación de una situación y un adelanto: ni siquiera hay mercado, en el sentido de que no hay el intercambio que, para algunos antropólogos, ha sido siempre la base de la sociedad (el don); no se trata sino de tomar del otro sin dar más que (D), rechazando toda devolución a partir de D’. Se busca así, lograr ganancia casi gratuita, lo que supone un cambio en la concepción del individuo, indiferente a lo que no sea su posibilidad de agarrar tanto como sea posible, según la expresión estadounidense (catch as can), y sin que medie nada en particular, ni siquiera de utilidad, ya ni se diga social: en D-D’ (el dinero puesto a trabajar, según una expresión curiosa), es útil nada más lo que permite una ganancia. Puede ser que las convenciones sociales estén degradadas, al ya no implicar intercambio, sino apenas un adelanto para lograr el plus. La utilidad se ha degradado a ser lo que reporta alguna ganancia, incluso al margen de la utilidad real o del valor de uso real. Interesa entonces introducir la problemática de la utilidad, presente en Smith o Marx, pero no ausente en el marginalismo y la síntesis neoclásica al hablar de preferencias; por ejemplo, en Marshall, con la estimación de la utilidad marginal del papel tapiz, que sigue suponiendo un esfuerzo.22 Ya no es el caso. El otro no existe más que en la medida en que refleja el interés propio, destaca Escalante Gonzalbo (2015), es decir, la posibilidad de obtener de él algún beneficio, pero no hay la menor curiosidad sobre la utilidad social de los demás, ni su origen en el trabajo. Es útil lo que reporta una ganancia -sin esforzarse mucho- e inútil lo que no. Es distinto de la idea de utilidad en Smith o Marx, pero también de la que existe en el marginalismo o en la síntesis neoclásica. El placer está ahora no en consumir, sino en hacer ganancia.
Echeverría (2011) lo había visto a propósito de la modernidad americana, en la cual no parece haber valor de uso o forma natural sin valor mercantil y, a la larga, de mercancía-capital, que es la que cuenta en la actualidad. Las cosas parecen dadas y dispuestas para tomar, sin necesidad de reproducción de la vida. No es algo ajeno por cierto al lugar que ocupa Estados Unidos en la economía internacional, desde el punto de vista financiero y del consumo, y desde la manera de pagar en moneda propia.
En la teoría de la elección racional, a la que no es ajena Lionel Robbins (Rodríguez Ramos, 1993), la reivindicación del egoísmo no está disimulada, como en Becker (2009) la traducción de todo lazo social a cálculo costo-beneficio (matrimonio, educación de los hijos, elecciones, etcétera). Sucede que en la relación social se invierte para obtener alguna ganancia, si acaso con algún adelanto (D-D’), y éste no aparece más que como algo que se puede tomar a la ligera, sin siquiera mayor convención social por mantener, ni intercambio, puesto que hay derechos (ganancias), pero no obligaciones (vistas como pérdidas)23 y sí plena libertad. Si acaso, el inicio del proceso debe estar marcado por la confianza como adelanto (D), confianza que los mercados no paran de pedir para actuar en toda libertad. Termina por cambiar lo que se entiende por útil: el valor que se autovaloriza sin que medie darse el trabajo.
5. Con Mandeville
A partir de lo sugerido -lo útil es lo que reporta ganancia- existe la posibilidad de mantener un sistema sin que garantice las utilidades sociales de la división del trabajo. Es un asunto conocido de los países periféricos y, como lo explicara alguna vez el geógrafo Lacoste (1978), de la hipertrofia en ellos del sector de servicios, con la proliferación de ocupaciones inútiles, pero que arrojan algún ingreso (sin mayor esfuerzo) que van desde el viene-viene, que más que ayudar estorba (para hacerse necesario), hasta en el aeropuerto o la terminal de autobuses, el que conduce hasta la taquilla para comprar el boleto de taxi (una posible propina), el que lleva las maletas hasta el taxi (otra posible propina) y el que las coloca en la cajuela (una propina más, pudiendo tratarse del chofer), lo que supone inutilizar al usuario. Puede ocurrir en otros lugares y en servicios más sofisticados, desde los pasteles mil hojas franceses, como se los llama irónicamente,24 hasta los encargados de actualizar constantemente, sin que sea imperioso hacerlo, alguna página web. Aquí entra la figura de Bernard de Mandeville, apenas recién rescatada en algunas reflexiones sobre la historia del pensamiento económico (Sedlacek, 2014; Kaye, 2022; Dufour, 2017), pero presente desde Hayek hasta Keynes, pese a haber sido objeto de críticas en Smith. Con tal de hacer beneficio, cualquier vicio puede pasar por socialmente útil, aunque sea en realidad lo contrario (socialmente inútil).
Quien delinque crea empleos e ingresos para policías y militares, jueces, abogados y todos los que hacen papeleo en los tribunales; custodios y otros vigilantes en la prisión, etcétera. Quien es un adicto crea empleos e ingresos para quienes le suministran la droga (dealers), traficantes, laboratorios y campesinos sembradores de coca o de opio, y bancos que lavan el dinero, cuando no también para el sector inmobiliario o el turismo.25 Un alcohólico crea lo mismo para fabricantes y expendedores de licor, pero también para clínicas de rehabilitación. Sin que sea un vicio, pero sí motivo a veces para discutir que mide el PIB; quien se enferma hace vivir al médico, las enfermeras y hasta los restaurantes y hoteles cercanos al hospital. De esta forma es que, si la gente se vuelve honesta o sana, la colmena de fábula se arruina.
Hayek ve en Mandeville, y no en Smith, el “orden espontáneo” del mercado. Keynes encuentra su demanda efectiva. Los vicios plantean interrogantes sobre el valor de uso: ¿cuál es el uso de la cocaína o la heroína?, ¿estas mercancías satisfacen determinadas necesidades sociales?, ¿hay una confusión entre lo necesario y lo que crea una ganancia, así destruya al ser humano?, ¿cuál utilidad? Es algo que no está presente en Marx, aunque ya habla de valores de uso que satisfacen fantasías; ni en Smith, pero tampoco en los cálculos utilitaristas o liberales.
Se puede tocar el tema de la pornografía, que para más de uno satisface una necesidad. El valor de uso del actor o actriz porno -trabajadores productivos- es el de arrojar una ganancia para la empresa filmadora, sin contar empleos e ingresos para camarógrafos, encargados de la puesta en escena, editores de películas o DVDs, vendedores en puestos de periódicos o sex shops, etcétera. Sin embargo, algo sucede, pues el número de suicidios de quienes actúan en la pornografía es elevado, de acuerdo con Brighelli (2012). Al margen de saber entonces si se está satisfaciendo una necesidad social o individual, cabe preguntarse por el carácter de lo que consume el espectador (el valor de uso de esta mercancía) y el empleador (la energía de la puesta en escena). Un poco a distancia de este vicio está el mundo del espectáculo, con lo que supone para la personalidad de quien se ofrece. El mundo de cosas puesto a disposición es enorme, pero se difumina la capacidad de pensar socialmente, al grado de que es normal o está naturalizado lo que genera alguna ganancia y tomado con indiferencia o incluso des-precio -sin precio, y sin valor (puesto que se confunden)- lo que no, como los valores contrarios al egoísmo y el negocio.
Difuminada la problemática del valor de uso y de las necesidades sociales (¿reales o artificiales?), no se piensa, se calcula; por ejemplo, ¿es realmente necesaria cierta obsolescencia programada por la cual haya que deshacerse de un automóvil todavía útil? Puede ocurrir que se ofrezcan -con frecuencia a través de la publicidad- necesidades para generar ganancias, así sean artificiales e inútiles.
6. Para la libertad
La historia sobre el pensamiento económico muestra cómo se va deslizando el significado del interés propio, de entenderse como individualismo a ser equivalente de egoísmo, reprobable para Smith, aunque para él sea parte de la naturaleza humana.26 Si en el individualismo no es de esperarse la desconsideración, en el egoísmo es un ingrediente que no puede faltar.27 Por más mercado del que se hable, no hay intercambio de valores de uso y se toma sin dar (ni devolver), porque lo segundo parece inútil al no reportar beneficio. Ya no es la mentalidad de quien intercambia en el mercado, ni del trabajador, ni del consumidor, sino del accionista.
No es necesario abundar en la neutralidad axiológica, ni en los tontos racionales (Sen, 1986) que se atienen al homo oeconomicus “calculador”. Sin llegar al extremo de Desai (2004) de ver en Smith un Newton de las ciencias sociales, no queda claro, a diferencia de lo dicho con frecuencia, en qué, con atención a definiciones muy básicas, debiera condenarse el amor propio,28 el interés propio29 y el individualismo,30 si de creación de riqueza se trata, en todos los órdenes: es seguramente preferible la diversidad de intereses y de individualismos de tal modo que, para retomar a Smith, no todos hagan lo mismo, pan, cerveza o zapatos, o creaciones intelectuales o artísticas. En cambio, dado el sentido único de la utilidad como lo que reporta ganancia, con la etapa neoliberal no se excluye cierta tendencia a la estandarización de los comportamientos.
Dufour (2017) ve cómo el capitalismo llega a convertir la irracionalidad en negocio, al grado que la misma no aparece como tal: pulsiones, etcétera… Mandeville difícilmente puede ser asociado al liberalismo económico posterior, ni al utilitarismo. El cálculo racional mencionado por Dufour, además de evidente -el interés propio no es de otros, sino propio-, y que remite a Hirchman, citado por Dufour (2017), es distinto de lo establecido por Bentham, que llega a los cimientos de la ciencia económica a través del marginalismo. El interés propio no supone forzosamente pasar por encima de otros, como tampoco el individualismo. Si bien, para seguir a Dufour, Marx habría hecho una lectura errónea de Mandeville, no hay en el autor francés mención de la de Keynes -interesado en el papel de la demanda para sacar al capitalismo de aprietos-. Tal vez, pensando en una tesis algo dudosa de Weber (2002), quepa recordar que Mandeville era calvinista. No se puede absolutizar sobre el capitalismo -en tiempos de Mandeville se trata apenas de mercantilismo- sin considerar las transformaciones históricas que vive, ni su carácter contradictorio, ni el modo en que se anudan y se despliegan en el tiempo.
Dufour se plantea la cuestión de saber si es posible postular la existencia de valores trascendentales más allá del mercado, siendo que pueden aparecer como aspiración idealista (inútiles), y encerrar una potencial coerción. Aunque sea negado como subjetivo, el valor que hace intervenir la evaluación o estimación -y el juicio- es el de la libertad de hacer ganancia. Para Kaye (2022),31 Mandeville es un empírico, que no cree en nada trascendente (se confunde con religión): se está lejos de algún summum bonum, nadie puede confundir su ideal con lo agradable o realmente deseable (al gusto de cada quien) y cualquier idea que se oponga a lo que a cada quien más le place es rigorismo, tal vez al grado que el sólo hecho de plantear un problema sea displacentero. Si al capitalismo no le faltan elementos de hedonismo (que es individual) y de utilitarismo (social), el neoliberalismo es algo distinto, libertario. Si bien es demostrable que el capitalismo no garantiza universalmente estos derechos,32 el de la libertad es un tema sutil. Es una filosofía que existe: es más difícil de desentrañar la diferencia entre propietarios privados y no propietarios (de medios de producción, no de propiedad privada en general). La garantía de libertad formal (todo individuo es dueño de sí mismo e igual a los demás en esto) no implica la libertad efectiva (pese a lo que digan la autoayuda o el emprendedurismo), a reserva de debatir además si en el capitalismo el dominio propio no está enajenado. La reproducción se basa en todo caso en el carácter real de las libertades formales y la promesa de hacerlas efectivas, promesa de recompensa para quien acepte naturalizar que todo tiene su precio; de otro modo, con frecuencia se descalifica (quien considera que hay valores que no tienen precio pasa por creerse aparte y alguien que se permite lujos).
Si en Keynes no hay ninguna filosofía subyacente, en Hayek sí, aunque sea sencillo demostrar que el “orden espontáneo” no existe en la economía, si se toman en cuenta por ejemplo los monopolios. Lo que elogia Hayek (1990) del orden espontáneo de Mandeville es su carácter natural y no artificial o diseñado, lo que permite la evolución con seres humanos limitados de tal manera en su entendimiento y en su estrechez que no pueden tener mayor idea del alcance de sus actos, en particular del alcance social (de aquí lo dicho al principio de este texto), menos si un conjunto es agregativo y totalizante: lo que le corresponde a cada uno es ver por sí mismo. Es el tipo ideal del neoliberalismo alguien que, consciente de su estrechez, no se hace mayores preguntas sobre el alcance de sus actos (ni su utilidad social), ni amplia el entendimiento, sino que es egoísta en espera de poder tener su parte de prosperidad. No cabe esperar más que de la persecución de intereses con egoísmo (selfishness) se obtenga ese beneficio público, en el supuesto de que beneficio y virtud se equiparan. En la obediencia voluntaria -se es libre- a esta expectativa el ser humano espera el beneficio mismo. Con un trasfondo filosófico nominalista, el neoliberalismo atrae con la promesa de libertad (libertad negativa), y agregando lo que pudiera leerse como condición: la de hacer ganancia, dicho así por Hayek.33
Mandeville es vinculado por Hayek con Hume, para quien el ser humano se guía por las pasiones, y con Darwin (Hayek, 1990), en la perspectiva de una lenta evolución natural. Los neoliberales privilegian en abstracto el individuo y la naturaleza que le es atribuida, más allá de la conveniencia en el cálculo costo/beneficio: si no hay costo ni esfuerzo por asumir, es conveniente la ganancia sin más. La naturaleza expuesta por el neoliberalismo no es empero objeto de consenso, pese a su alcance y lo que en apariencia sugieren ciertas experiencias históricas.34
Hayek no desea el individualismo racionalista que atribuye a Descartes o Rousseau, y que supuestamente termina por conducir al socialismo; el padre fundador del neoliberalismo, alegando que el ser humano suele ser irracional y falible, desemboca en la enunciación de una preferencia explícita de la libertad a la “razón”. Dudar tal vez sea una forma de coerción a la libertad (puesto que sólo el individuo puede saber lo que es mejor para él), la inclinación natural de cada quien y la de hacerse de un beneficio.
La endeblez de la teoría económica de Hayek ha sido demostrada, pese a que recibió el Premio Nobel en 1974 y en algún momento fue utilizado por Robbins contra Keynes (Wapshott, 2016). Fue partiendo de la lectura de Hayek en Oxford que Margaret Thatcher, siendo primera ministra británica y en referencia a la sociedad, llegó a declarar: “no hay tal cosa, sólo hay hombres y mujeres individuales, y hay familias”.35 Esta visión se ampara en lo señalado sobre Hayek y las limitaciones del individuo para tener entendimiento de alguna totalidad. En el gobierno, los individuos no buscan más que lo que todos los demás: beneficios para sí mismos con una conducta egoísta. Debe desconfiarse de la “cosa pública”, de la “comunidad de intereses” ciudadana y de toda organización. Se crea la apariencia de que el individuo no tiene ninguna deuda con la sociedad, pese a que de algún lado obtiene beneficio.
Cualquier crítica a esta visión de las relaciones sociales corre el riesgo de verse acusada de coercitiva (por no ser value free e individualismo metodológico). Dufour (2017) hace notar cómo se confunde autoridad (no necesariamente coercitiva) con autoritarismo, represión de la pulsión (represión necesaria para la sublimación y el superyó) con represión a secas (o incluso creación de un superyó que obliga al goce sin límite, como lo muestra más de un reality show), o adelgazamiento del Estado con el del sentido del interés universal. Dirigir también parece coercitivo; quienes se llevan las ganancias como accionistas dejan a los gerentes el cuidado de gestionar y controlar, sin mayores responsabilidades.
7. Conclusiones
El capitalismo puede ser entendido como adelanto, ya que la autonomía individual no cuenta o cuenta menos en las sociedades precapitalistas, en las cuales el ser humano vale como parte de y no independiente (la independencia es confundida con egoísmo), diferenciándose poco. De aquí el énfasis capitalista en el individuo emancipado de tutelas, lo que no está plenamente garantizado en sociedades periféricas. No está dicho con todo que el egoísmo esté reñido con el comportamiento gregario, a diferencia del individualismo: Smith lo había visto a propósito de los ladrones, obligados incluso a ciertos servicios recíprocos -hay que repartir- para no extinguirse como banda.
El problema en el planteamiento neoliberal está en la solución propuesta: no tener en cuenta a la sociedad, hasta donde ésta debiera ser dejada a la evolución natural, el orden espontáneo y la admisión de que no hay totalidad, mucho menos entendible, por lo que todo lo dicho desde este ámbito no sería más que artificio y riesgo de coerción. Ahora bien, si en un equipo de fútbol u otro deporte en grupo cada quien sale a jugar sin pensar más que en sí mismo (y el rendimiento propio para ser fichado o cotizado), no hay en realidad equipo, sino que se ha vuelto una ficción,36 aunque no niegue a cada individuo. No hay manera de determinar lo que es socialmente útil (¿jugar en equipo o cotizarse individualmente para una ganancia?): en suma, no hay forma de distinguir entre intereses del capital -con los cuales sincroniza cada coyuntura- e intereses de la sociedad. No basta con decir que la producción es cada vez más social, colectiva: cabe preguntarse si al mismo tiempo la mentalidad empresarial en boga no tiene un efecto corrosivo para cualquier cooperación.
La relación individuo-sociedad no puede pensarse desde el precapitalismo, anulando al individuo (ni por ende el interés propio, el individualismo ni lo que de integridad supone el amor propio), teniendo conciencia de que hay sociedades que no ven bien el individualismo, salvo bajo ciertas condiciones (la metáfora de los cangrejos, pero también la red clientelar que aprueba cierto individualismo y egoísmo siempre y cuando quien se encumbre reparta).37 El capitalismo resulta contradictorio pues: formalmente promueve el individualismo, pero también tiende a la larga a “modelar” las conductas, sin que signifique que lo logre, pero dificultando el ejercicio efectivo de la independencia individual. El problema tampoco es cuestión de impuestos,38 sino de no reconocimiento de una deuda simbólica que Smith tenía presente desde 1759, muy temprano, en el siglo XVIII: sin aporte útil a la sociedad, esta languidece y se entra en lo que no es tampoco secreto, desde los Estados fallidos hasta la tan llevada y traída ruptura del tejido social, que incluye la atomización, si toda organización, como orden artificial, “(…) depende (…) siempre de la coerción” (Escalante Gonzalbo, 2015, p. 47). La interdependencia social creciente aparece como algo inútil: lo social como costo a evadir.
La relación individuo-sociedad, que evoluciona en el tiempo y la forma de representarse el homo oeconomicus, podría ser repensada, por lo que la ciencia económica no puede pasarse de una filosofía. Tan es así que, para abstraer, también cabe la polémica: una cosa es que la teoría se mantenga apegada a la praxis, y otra que la abstracción sea entendida, como lo hace Hayek (1996), a partir nada más de reglas de operación de la mente, de tal modo que, al margen justamente de toda praxis, no pareciera haber cabida para la auto-corrección, sino apenas para la reiterada aplicación de modelos. Las cosas no pasan a peor sobre la base de que una parte de la sociedad trabaja; otra hace ganancia con frecuencia sin aportar mayor cosa de socialmente útil, incluso a riesgo de matar al huésped, según Hudson (2015), si no se le aporta o retribuye.