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Historia y grafía
versión impresa ISSN 1405-0927
Hist. graf no.37 México jul./dic. 2011
Expediente
Autoritarismo en tiempos de crisis. Miguel de la Madrid 1982-1988
Authoritarianism in times of crisis. Miguel de la Madrid 1982-1988
María del Carmen Collado*
* Historia moderna y contemporánea/Instituto Mora, México.
Artículo recibido: 11/05/2011
Artículo aceptado: 31/10/2011
Resumen
Este artículo analiza el discurso del autoritarismo del gobierno de Miguel de la Madrid con base en sus memorias, publicadas en 2004. Aborda tres aspectos en los que se manifiesta su pensamiento autoritario. El primero se refiere a la implantación de un nuevo modelo de desarrollo, el segundo a la relación con la prensa y el tercero a su concepción de la democracia y de los partidos políticos en México. La utilización del miedo como herramienta política para imponer el proyecto económico liberal y justificar el autoritarismo es una pieza central del discurso analizado.
Palabras clave: Discurso, autoritarismo, miedo, liberalismo económico, democracia, partidos políticos, libertad de prensa.
Abstract
Based in his own memoirs, published in 2004, this article analyses the authoritarian discourse of Miguel de la Madrid during his presidency. It addresses three areas in which his authoritarian thought is expressed. The first one is related with the application of a new economic model, the second is on his the relation with the press and the third one is on his approach to democracy and political parties. The use of fear as a political tool to impose liberal economic policies and justify authoritarianism is a central piece of the analyzed discourse.
Key words: Discourse, authoritarianism, fear, economic liberalism, democracy, political parties, free press.
Miguel de la Madrid llegó a la presidencia de la República, en medio de una gran crisis económica que afectaba a la mayoría de la población y de una baja en la credibilidad de un sistema político manejado por un pequeño número de actores influyentes. Debía modificar la política económica de sus antecesores, y la situación era tan delicada que decidió tomar notas para dejar "una memoria histórica de lo que estaba ocurriendo". No obstante, la carga de trabajo, señala el autor, le impidió cumplir con este propósito. Optó entonces por publicar el registro de las conversaciones que cada dos o tres semanas mantuvo con Alejandra Lajous, a quien había nombrado cronista de la Presidencia de la República. El resultado de estas amplias entrevistas, a las que daba su visto bueno cada tres meses, constituyen las memorias que publicó en 2004 con el nombre de Cambio de rumbo1 Este testimonio personal, en el que afloran sus palabras, sus percepciones y sus proyectos, constituye la materia prima de este trabajo, en el cual analizo la manera en que se manifiesta un particular autoritarismo.2 Éste se revela en sus relaciones con actores relevantes como los obreros, los hombres de negocios y la propia Iglesia católica. Dadas las limitaciones de espacio, sólo abundaré en la utilización del miedo político para preservar la Presidencia, implementar su programa de gobierno y asentar su proyecto económico, así como en explicar su visión de la prensa, su idea de democracia y su perspectiva sobre los partidos. En este artículo de historia contemporánea, en la que los acontecimientos son coetáneos a quienes pretendemos historiarlos, echo mano de una metodología interdisciplinaria en la que el análisis del discurso,3 la utilización de conceptualizaciones de la ciencia política y la crítica de fuentes se entretejen para explicar los usos del autoritarismo durante las crisis del gobierno de Miguel de la Madrid.
Las memorias como género constituyen un testimonio personal en el que aflora el acontecer cotidiano, la vida privada del personaje en acción; presentan una posibilidad de acceder a la historia desde la mirada del yo que narra, a la manera de un texto en el que, a decir de Ortega y Gasset, se presenta "la historia otra vez deshecha en su puro material de vida menuda, no suplantada por la construcción mental".4 No obstante, las memorias que analizamos, no son el apunte veloz de un diario que intenta protegerse del olvido, sino un texto pensado, construido en la reflexión de lo acontecido, e intervenido en el momento de prepararse la edición impresa, como lo muestran el uso inadvertido y simultáneo de verbos en tiempo presente y pasado. El momento de la publicación, marzo de 2004, 22 años después de su primera redacción, revela a su vez una intencionalidad política: hacer una crítica a la impericia de la gestión panista de Vicente Fox, subrayando la habilidad política de un gobierno priista fuerte que controla a sus integrantes y acota a sus opositores.
Durante el gobierno de Miguel de la Madrid se echaron a andar cambios estructurales en el modelo económico para enfrentar la grave crisis que afrontaba el país, y la oposición política comenzó a ganar espacios. De manera que la transición en la que se inscribe su mandato explica las contradicciones que afloran en su visión y en algunas de sus medidas. El entorno internacional estaba marcado por el ascenso del liberalismo económico: Margaret Thatcher en Gran Bretaña, Ronald Reagan en Estados Unidos y los funcionarios de los organismos económicos multilaterales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Interamericano de Desarrollo o el Banco Mundial. Además, la llegada de De la Madrid a la presidencia vino acompañada de la inserción de una generación más joven de políticos, formados en las universidades estadunidenses y familiarizados con el pensamiento económico clásico, que buscaba la disminución máxima de la participación del Estado en la economía, la confianza en la autorregulación del mercado y la apertura sin trabas al libre flujo de bienes, servicios y capitales en el ámbito global. Ellos desplazaron a los políticos de corte tradicional y se convirtieron en los principales asesores e interlocutores del Presidente.
La grave situación económica que enfrentaba el país en 1982 se manifiesta en unos cuantos indicadores. La moneda se devaluó en más del cien por ciento en un año, la deuda pública externa se disparó a más de 91 000 millones de dólares5 (más de la mitad eran préstamos a corto plazo en 1981),6 las reservas del Banco de México se agotaron, la fuga de capitales alcanzó entre 17 300 y 23 400 millones de dólares y la inflación bordeaba el 100%.7 El presidente saliente, en una medida desesperada por detener la fuga de capitales y la devaluación, nacionalizó la banca y estableció el control de cambios, lo que generó enorme oposición en buena parte de los grandes propietarios y de la clase media. La situación del país era difícil, y el apoyo del PRI y de la izquierda partidista y no partidista a la medida nacionalizadora fue insuficiente para detener la ola de incertidumbre.
El Consejo Coordinador Empresarial, el organismo cúpula de los empresarios, en respuesta a la medida de José López Portillo, el presidente anterior, organizó un conjunto de reuniones denominadas "México en libertad", en las que se afirmaba que se había roto el estado de derecho, se criticaba la intervención del Estado en la economía, a la cual se atribuía la crisis.8 Como respuesta a la nacionalización, diversos sectores del empresariado acrecentaron su presencia en la radio, la prensa y, en menor medida, en la televisión.9 La composición de la sociedad a comienzos de la década de los ochenta era propicia para que el descrédito del gobierno se filtrara entre vastos sectores de la población. México era un país eminentemente urbano, en el que alrededor del 48 por ciento de sus habitantes trabajaba en el sector servicios.10
Este era el panorama con el que se encontró el presidente electo y, como él mismo confiesa en sus memorias, la angustia fue el sentimiento predominante con el que afrontó los problemas que se le presentaron en su sexenio. (7) La posibilidad de un estallido social, de una insurrección era real pues, como bien analiza De la Madrid a lo largo de su texto, existían dos ingredientes que podían impulsar una salida violenta: la caída de los ingresos de los sectores mayoritarios de la población y la inconformidad entre buena parte de los grandes propietarios y la clase media. Según su testimonio, algunos empresarios le insinuaron que podrían desatarse actos violentos. (32)
En un contexto en el que el gobierno saliente parecía descarrilarse y con él la permanencia del sistema político, De la Madrid echó mano del autoritarismo para fortalecer la presidencia. Gran parte de su angustia, la expresó a través del miedo en el sentido hobbesiano, es decir, el miedo político que los dirigentes utilizan para asegurar el predominio del Estado frente a las amenazas que se levantan en su contra.11 Manifestaba este miedo desde el momento en que asumió la presidencia en los siguientes razonamientos: "La situación es realmente crítica. Debo tomar medidas tan drásticas que me preocupa la tensión social que puedan generar. No tengo alternativa, porque si seguimos retrocediendo, podemos caer en un caos que dé pie a un gobierno dictatorial".(21)
Las constantes referencias al caos, la debacle, la posibilidad de que se estableciera un gobierno fascista, e incluso el riesgo de que un grupo de políticos "enloquecidos" pudiera implantar medidas radicales que amenazaran la existencia de la clase propietaria y, con ello, la viabilidad del país, son continuas en las primeras páginas de sus memorias. El ex presidente creía posible que se terminara la estabilidad y se viniera abajo el sistema político, pero no hay que perder de vista que también utiliza estas amenazas potenciales para convencer a los lectores de que las medidas de su gobierno fueron la única fórmula para preservar a la Nación. Siguiendo su razonamiento, la disyuntiva era aceptar los cambios que él proyectaba o el ascenso de un gobierno dictatorial o fascista.
La falta de recursos financieros del gobierno y la difícil situación económica de muchas empresas obstaculizaban la continuidad de las políticas redistributivas que habían caracterizado previamente al Estado autoritario.12 Esta situación erosionaba las bases populares que sustentaban al régimen, al tiempo que la nacionalización bancaria debilitó la alianza con las elites. Ante su incapacidad de responder a los reclamos económicos de las mayorías, De la Madrid intentó controlar a los diferentes actores y grupos de presión para que respaldaran sus directrices, e hizo cuanto pudo por acotar la independencia y la crítica de empresarios y sectores populares. A la vez, trataba de convencer a la sociedad de que las medidas económicas liberales ortodoxas que iba a aplicar eran la única salida para el país. El cambio de proyecto económico era impopular, conllevaba sacrificios para toda la sociedad, pero en especial afectaría a los sectores más numerosos con menores ingresos y a la clase media, de manera que, impulsando el miedo a un caos inminente, buscaba conseguir cierto consenso o al menos disminuir la crítica. Para el candidato electo, la única forma de implantar estas medidas difíciles era fortaleciendo el presidencialismo y, con ello, afianzando el autoritarismo del sistema político.13 El programa de ajuste económico que pondría en marcha era muy severo y consideraba que la única forma de aplicarlo era recurriendo al "gran poder de parte del Presidente de la República".(46) Esta política afectaba las aspiraciones democráticas de una parte de la sociedad,14 por lo que manipuló el miedo para convencerla de que no existía otra alternativa. Cada vez que surgían dificultades, como por ejemplo las generadas en 1985 por la caída de los precios petroleros y el deterioro de las relaciones con Estados Unidos, advertía que no podía permitir que la presidencia se debilitara, pues con ello se creaba un ambiente propicio para un golpe de estado, el estallido de la violencia y el peligro de una intervención extranjera. (417)
Así describía el interregno creado por la transición de poderes: "¡Qué trágico ver el desplome de López Portillo en sus últimos tres meses de gobierno!, ¡cómo destruyó la imagen de la Presidencia de la República, ¡qué severo el daño que con ello se causó!" (28) En varias ocasiones De La Madrid recurrió a descalificar a los políticos con los cuales difería atribuyéndoles características psicológicas identificadas con una deficiente percepción de la realidad, mientras él mismo se situaba del lado de la "cordura", que asociaba con la capacidad y firmeza de liderazgo. Desde el momento mismo de la nacionalización de la banca, de la cual se enteró pocas horas antes de su anuncio, pese al compromiso del Presidente de avisarle si optaba por esta medida, consideró que la decisión era producto de la mente de unos "locos". Según su percepción, López Portillo estaba "muy acelerado" y en consecuencia decidió que su "comportamiento, para asegurar una transmisión pacífica del poder, debería orientarse a tranquilizarlo, a no hacer nada que lo pudiera agitar y llevar realmente a cumplir con esos propósitos o amenazas que me soltaba con frecuencia". (30-31) Su visión no podía ser más catastrofista, creía que el Presidente podía aumentar las nacionalizaciones y, según su testimonio, le advirtió, a través de su hijo José Ramón, que una vez en Los Pinos convertiría a la banca en sociedades de capital mixto, y no se sometería a sus presiones. Desde ese momento, De La Madrid expresaba claramente su estilo autoritario: "No me dejo cinchar. Entre más me fuercen, más voy a rectificar". (33)
Los rumores eran la moneda de cambio entre septiembre y diciembre de 1982, muchos estaban desalentados y confundidos ante el futuro económico de México. Para contrarrestar el ambiente catastrofista que privaba, Miguel de la Madrid quiso transmitir la idea de que él sería un presidente fuerte, "con cordura y capacidad", en las reuniones que promovió con empresarios, extranjeros prominentes o líderes obreros, advirtiéndoles además que atemperaría la medida nacionalizadora. Así definía lo que denominó como una "nueva tónica":
El país está muy herido y al Presidente le corresponde funcionar como gozne de unión, tratando de apaciguar el encono entre las diferentes clases sociales. Mi tarea principal es política y consiste en crear un ambiente de confianza. Mi trabajo ha tenido que ser, desde el primer momento, hablar con distintos grupos, tranquilizarlos, activarlos. Para lograr esto me pareció imperioso demostrar la fortaleza del gobierno. Por eso decidí actuar con firmeza desde el primer día de diciembre. El tono del mensaje de toma de posesión, en el que reconocí la gravedad de la crisis y propuse medidas concretas para enfrentarla, tendió a hacer sentir a la gente que había gobierno, que había capacidad de liderazgo y de toma de decisiones. (37)
En efecto, en su mensaje de toma de posesión pintó con crudas pinceladas la imagen del país y trató de transmitir la idea de que su gobierno se haría cargo de los problemas:
México se encuentra en una grave crisis [...] La crisis se manifiesta en expresiones de desconfianza y pesimismo en las capacidades del país para solventar sus requerimientos inmediatos; en el surgimiento de la discordia entre clases y grupos; en la enconada búsqueda de culpables; en recíprocas y crecientes recriminaciones; en sentimientos de abandono, desánimo y exacerbación de egoísmos individuales o sectarios, tendencias que corroen la solidaridad indispensable para la vida en común y el esfuerzo colectivo [...] Vivimos una situación de emergencia. No es tiempo de titubeos ni de querellas: es hora de definiciones y responsabilidades. No nos abandonaremos a la inercia. La situación es intolerable. No permitiré que la Patria se nos deshaga entre las manos. Vamos a actuar con decisión y firmeza.15
En esta ocasión anunció el Programa Inmediato de Reordenación Económica, que proponía reducir el gasto público para bajar la inflación, conservando las inversiones prioritarias y garantizando el pago de la deuda, proteger el empleo, mantener la planta productiva, aumentar los ingresos fiscales, reducir los subsidios, evitar el desequilibrio de la balanza de pagos, establecer un manejo honrado y eficiente de la banca nacionalizada, reestructurar la administración pública para que actuara con eficacia y mantener la rectoría del Estado basada en la economía mixta.16 Este plan estaba en consonancia con las recomendaciones que hizo el Fondo Monetario Internacional cuando aceptó la carta de intención del gobierno de López Portillo en noviembre de 1982.17
No obstante, el asunto revestía también aspectos ideológicos. Desde la campaña presidencial se debatió cuál debía ser la política económica ante el fracaso del desarrollo estabilizador y las políticas que por diez años buscaron impulsar el crecimiento de la economía con medidas neokeynesianas. Por un lado estaba el proyecto nacionalista o estatista, que apostaba por mantener e incluso profundizar el papel interventor del Estado en la economía y la sociedad, y por el otro el denominado proyecto liberal o anti estatista, que creía en la capacidad reguladora del mercado y buscaba limitar el papel del Estado en la economía, dejando la iniciativa a los capitales privados.18 De la Madrid no era ajeno a esta confrontación, que se agudizó con la nacionalización, y creía que debía ser abandonado el estatismo al que habían llegado los gobiernos de Luis Echeverría y López Portillo. Es más, le parecía tan desatinada la nacionalización de la banca, que consideraba que no respondía a las necesidades políticas de fortalecer al gobierno o evitar la fuga de capitales, sino a que López Portillo se dejó llevar por las ideas de su hijo José Ramón y las propuestas de Carlos Tello, de cuya capacidad desconfiaba, calificando de "locos" a quienes se hicieron cargo de echarla a andar. (28, 30) Si bien el Presidente no adoptó una política plenamente liberal desde el comienzo de su periodo, sí tomó medidas ortodoxas, inspiradas en el pensamiento neoclásico, que lo alejaban de las políticas económicas de sus predecesores.
Inscrita en la controversia ideológica, destaca la decisión de De la Madrid de pagar la deuda externa a costa del sacrificio de la mayoría de sus compatriotas; no se planteó la moratoria como un arma para conseguir una renegociación de la deuda que disminuyera su monto. Dicho monto pasó de 92,408 a 100,384 millones de dólares entre 1982 y 1988, lo cual representaba en promedio el 61% del pib en este periodo.19 La reestructuración de la deuda de 1983, basada en el compromiso de pagar los empréstitos, sólo logró que se ampliaran los plazos de vencimiento de intereses y capital, sin ningún descuento.20 En aquel año se aprobó un enorme crédito de 5,000 millones de dólares que se utilizó para saldar las transferencias al exterior, las cuales sumaban 14,684 millones de dólares, equivalentes al 12.34% del pib, una cifra descomunal. Se realizaron otras dos renegociaciones durante este gobierno, que consiguieron aumentar los plazos de vencimiento de capitales, reducciones modestas de los intereses y consiguieron la llegada de recursos frescos para pagar la deuda externa. Desde luego, no era una decisión sencilla esgrimir la moratoria como un arma de negociación, pues además de que el país tendría que enfrentar represalias comerciales y de otro tipo, la decisión era impensable para los tecnócratas en el poder, para quienes esta medida hubiera sido un retroceso hacia el proyecto nacionalista, del que renegaban.
La caída de los precios del petróleo y el terremoto de septiembre de 1985 dificultaron que México cumpliera con sus compromisos entre ese año y 1986. El Presidente habló entonces, durante las negociaciones de 1985 de la necesidad de ajustar el monto de las transferencias al exterior al crecimiento de la economía, y en 1986 consideró fugazmente la posibilidad de declarar una moratoria (470), pues pese a los fuertes ajustes al presupuesto no bajaba la inflación ni había crecimiento. Aunque los países deudores de América Latina, en especial Argentina y Brasil, pudieron haber formado un frente común para declarar una moratoria y obligar a los acreedores a dar mayores descuentos, dicha posibilidad no fue explorada.21 El gobierno firmó otra carta de intención con el fmi que retomó los compromisos de disminuir el gasto público, frenar los aumentos salariales e impulsar la apertura comercial. (538) La renegociación de 1986 se acompañó con la designación de un nuevo secretario de Hacienda, Gustavo Petricioli, quien sustituyó a Jesús Silva Herzog.
Vale la pena detenerse en la idea de De la Madrid consistente en que la moratoria podría traer graves represalias comerciales y económicas a México, además de que la experiencia histórica en el siglo XIX la hacía inviable, pues la suspensión de pagos había provocado invasiones y problemas internacionales. (538) Resulta sintomático que no recordara que la suspensión del pago de la deuda externa decretada en 1913 y sostenida por los gobiernos posrevolucionarios ante su incapacidad de pago, llevó a una renegociación en la que México sólo pagó alrededor de una quinta parte de su valor sumando intereses y principal en 1942. Este "olvido" posiblemente se relaciona con su decisión de pagar la deuda aun a un costo muy elevado, concibiendo su pago como una cuestión de honor y utilizando para pagar los ingresos resultantes de la privatización de empresas paraestatales. Si bien es cierto que el Presidente y los encargados de las finanzas nacionales no consideraron que la carga de la deuda externa fuera tan grande como para volver insolvente al país, y pensaron que tan sólo se trataba de un problema de flujo de caja22 que podría ser corregido con la disminución del gasto, sí sabían que la decisión de pagar gravitaría sobre el bienestar de la mayor parte de la población, por lo que recurrieron al autoritarismo durante este gobierno.
En cuanto al programa de ajuste, es verdad que no era posible continuar con un déficit fiscal tan elevado, y que, dada la falta de recursos que se presentó al terminar 1982, era necesario disminuir el gasto. No obstante, la decisión de recortar el gasto afectó más a las clases populares y a la clase media que a los salarios de la alta burocracia. Además, la reducción del gasto fue tan drástica (17% entre 1981 y 1983), que la inversión tanto pública como privada disminuyó en 40% generándose una brutal caída de las importaciones que afectó la renovación de la planta productiva y segó la inversión en petróleo. Dicha corrección del gasto, sumada a los ingresos petroleros durante 1983 y 1984, generó un superávit masivo de la cuenta corriente que no fue canalizado a paliar el deterioro del gasto social, posiblemente con la finalidad de bajar la persistente inflación.23
De la Madrid estaba convencido de que había que reducir el gasto público para frenar la inflación y de que era inviable continuar con los subsidios para incrementar el consumo. No obstante, cuando los problemas políticos amenazaron con debilitar su gobierno optó por medidas que contradecían al liberalismo. Así, retrasó la devaluación del peso después de las "temidas elecciones" de julio de 1985. (449) Es factible que el tardío ajuste del gasto público de aquel año estuviera relacionado con el proceso electoral en puerta y aumentó la impresión de billetes para acometer los problemas sociales generados por el terremoto. Pero al referirse a la política económica impulsada por Echeverría señalaba: "Esta estrategia expansionista no se hizo acompañar de una política de ingresos públicos sana, pues fue financiada por métodos inflacionarios, preponderantemente la emisión de circulante y la contratación de deuda. Como era de esperarse, todo ello terminó en una devaluación [1976]." (36) El populismo económico, como Enrique Cárdenas ha denominado a la política expansionista del gasto público, con base en el endeudamiento y la emisión monetaria, le resultaba inaceptable; también la intervención excesiva del Estado en la economía, pero sabía que el "cambio de rumbo" iría en desmedro de su ya de por sí escasa popularidad.
Es posible que la angustia transmitida por De la Madrid en las primeras páginas de sus memorias haya empeorado, porque a las dolorosas medidas económicas tomadas para enfrentar la crisis se sumaba su falta de carisma. Muchos analistas se referían a él como un tecnócrata sin experiencia política, y consideraron que su campaña fue débil y poco inspiradora.24 En pocas palabras, era percibido como a un hombre gris, adusto y poco creativo. Su programa económico no cuajaba y, para su infortunio, las cosas se complicaron con la caída de los precios petroleros: "Estos primeros meses de 1985 me han parecido los más difíciles de mi gobierno. A la inmadurez de la sociedad, que espera todas las soluciones de mí, he tenido que añadir las dificultades económicas, la presión del proceso electoral y la situación internacional". (456) Todavía le faltaba añadir los estragos del terremoto.
La venta y liquidación de numerosas empresas paraestatales insolventes, la reducción del gasto público, la disminución de los subsidios y las limitaciones al crecimiento de los salarios tuvieron un costo social elevado.25 Para llevar a efecto estos cambios, De la Madrid infundió miedo y urgió a la sociedad a respaldar su proyecto, presentándolo como la única opción para evitar que "la Patria se nos deshaga entre las manos". La dramática metáfora que usa para señalar el sentido de urgencia y la grave necesidad de que fuera aceptado su programa el día de su toma de posesión expresaba además su búsqueda de apoyos para poner fin a las confrontaciones entre empresarios y gobierno. Hablaba, asimismo, de un cambio constitucional para definir con claridad el papel del Estado en la economía, y de paso apeló al sentimiento anti-norte-americano para conseguir unidad. Así defendía su programa:
Por ello, hemos adoptado una estrategia para evitar la debacle, que nos obliga a frenar la economía, con todos sus riesgos y sus injusticias. Porque si no frenamos, no solamente no mejorará el país, sino que se nos va para atrás con un impulso fuerte. El problema actual va más allá de lo que se puede resolver con una purga. Es urgente controlar el desorden político y económico para no caer en un gobierno de tipo fascista. No podemos olvidar que hay fuertes tendencias conservadoras en el sistema y que la posición de Estados Unidos es clara. (37)
LA PRENSA
En su propósito de "reedificar la figura del Presidente de la República" la prensa jugó un papel central. Dio órdenes para que todo el dinero que se le daba, ya fueran pagos directos a los periodistas o compra de publicidad del gobierno, se concentrara en la Secretaría de Gobernación, al tiempo que señaló a los miembros de su gabinete que no debían dar declaraciones improvisadas a los medios. (39) También se reunió en la primera semana de gobierno con los directores de los más importantes medios de comunicación y con los periodistas más destacados y les advirtió que la falta de veracidad era un delito y que se tipificaría el "delito de deslealtad" para sancionar el uso inadecuado de la información proveniente del gobierno. (41)
El nuevo Presidente envió al Congreso una propuesta de reformas al Código Civil el 3 de diciembre que señalaba que el "daño moral" era una conducta ilícita. Pretendía poner límites a las críticas que por entonces aparecían, creando una figura jurídica que, aunque tenía como finalidad expresa evitar los abusos, y buscaba proteger "el prestigio, la vida privada y el patrimonio moral de los individuos", interfería en el trabajo periodístico, creando la amenaza de una sanción. La oposición a la reforma de muchos periodistas e intelectuales se convirtió en asunto público. Hubo un enorme rechazo a la iniciativa; se dieron manifestaciones, publicación de desplegados y una continua agitación mientras las cámaras la discutían.26 La inconformidad a la llamada "ley mordaza" llevó al Congreso a eximir a los periodistas del delito de daño moral y a la eliminación del delito de deslealtad, que el Presidente introdujo entonces en la Ley de Responsabilidades de los Servidores Públicos, que pretendía sancionar a quienes dieran a conocer información sobre el gobierno.27 Para De la Madrid, la reacción de los periodistas derivaba de su disgusto porque ya no recibirían dinero y porque algunos ya no podrían dedicarse "a la extorsión". (43) Es plausible que esto sucediera con informadores acostumbrados a recibir del gobierno prebendas monetarias, pero la descalificación generalizada que hizo a los medios, reforzaba el proceder autoritario que movía al Presidente. Deseaba el control de la prensa, que sólo se publicaran noticias, opiniones e interpretaciones que coincidieran con el punto de vista de su gobierno; las críticas lo irritaban. De ahí su intento de frenar la circulación de información, estableciendo sanciones a los funcionarios públicos que incurrieran en el "delito de deslealtad". El abordaje de estos temas se dio en el marco de las discusiones legislativas sobre la "renovación moral", que fue una de las iniciativas del Presidente para evitar y sancionar la corrupción en la administración pública, en cumplimiento de una de sus promesas de campaña.
Para De la Madrid las críticas de los periodistas a los ex funcionarios eran una prueba del desgaste de sus relaciones, aunque también creía plausible que detrás de ellos estuvieran los ex banqueros. En su fuero interno compartía algunas de estas críticas; él mismo se refiere a los excesos de Carlos Hank González, López Portillo o Echeverría, pero no aceptaba que la prensa los discutiera, pues atentaban contra la imagen de unidad y solidaridad que deseaba que prevaleciera. En cuanto al dominio sobre la prensa, señala sin ambages: "la actual crisis económica por la que atraviesan los medios de comunicación, que los obliga constantemente a pedir dinero al gobierno, permitirá que con un costo menor se llegue a un arreglo que asegure un mayor control". (57) Estaba convencido de que las críticas de la prensa, por ejemplo las que se suscitaron en septiembre de 1983 a raíz de la devaluación del peso, eran un reflejo de su descontento por la caída de sus ingresos y reafirmaba que su actitud sería "siempre contestar con firmeza a los críticos, obligándolos a pensar antes de atacar de nuevo".(169)
No todas las notas de prensa que preocupaban al Presidente tenían que ver con asuntos políticos o económicos. Le inquietaban, por ejemplo, las notas sobre la inseguridad que privaba en el país aparecidas entre diciembre y enero, las cuales, de acuerdo a su opinión, habían creado una histeria colectiva, pues según sus estadísticas la delincuencia había disminuido. (50) Las informaciones se referían a secuestros, crímenes y hurtos, en algunos de los cuales estuvieron implicados policías y ex policías de todo el país. Esto llevó al Presidente a disolver la Dirección de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia en enero de 1983, y a que sus funciones y algunos de sus agentes fueran absorbidos por otras instancias.28 La brutalidad policiaca y los excesos de los cuerpos encargados de perseguir a la delincuencia eran habituales. La Procuradora General de Justicia del Distrito Federal, Victoria Adato de Ibarra, encarceló a 350 judiciales corruptos, pero no pudo sobrevivir al escándalo derivado del hallazgo de seis cadáveres de colombianos con huellas de tortura entre los escombros de las instalaciones de esa institución después del terremoto de 1985. El Presidente tenía admiración por esta funcionaria, e ilustra su lucha contra la tortura relatando lo que la procuradora le confió que hizo al enterarse de que a un preso le habían roto las costillas a golpes: "Dio instrucciones a otro elemento de la corporación para que en su presencia le rompiera las costillas a quien había golpeado al detenido. Así que doña Victoria demostró ser una mujer con agallas". (508)
La relación de la prensa con el Estado autoritario estaba llena de matices. Investigaciones puntuales han demostrado que ésta tenía margen de acción siempre y cuando no pusiera en entredicho un pacto informal con el gobierno, según el cual no se criticaba al ejército ni se atacaba directamente al Presidente.29 Pese a los esfuerzos de Miguel de la Madrid, los medios hicieron críticas a los funcionarios del gabinete y a los ex presidentes, y publicaron noticias y reportajes que incomodaron al régimen, como sucedió con las notas policiacas en el caso reseñado. Un grave desencuentro se dio a propósito de unos artículos publicados por el Washington Post en 1984, durante una visita de estado que realizó el Presidente a Estados Unidos. La publicación señalaba, de acuerdo con fuentes de la CIA, que aquél había transferido enormes cantidades de dinero a una cuenta bancaria en Suiza. Manuel Bartlett, secretario de Gobernación, trató de convencer en vano a los periódicos mexicanos de que no difundieran esta información diciéndoles que era falsa, lo cual generó un gran revuelo y más críticas al intento de controlar la noticia. (277)
La mala relación con la prensa fue escalando. Si ésta abordaba la confrontación entre los sindicatos y el Estado, para el Presidente buscaba "fomentar la turbulencia social". Luego del asesinato del periodista Manuel Buendía en 1984 se deterioraron aún más sus relaciones con los diarios, y se quejaba de que éstos cargaban el ambiente de tensión e incertidumbre y de que no informaban sobre los supuestos signos de recuperación económica.30 (296) Consideraba que la prensa, más que "portadora de información es vehículo para que diferentes capillas de la clase media y media alta envíen mensajes al gobierno". (584) En algún momento reconoció que los problemas con los medios impresos posiblemente derivaban de la incapacidad de su equipo de comunicación social e introdujo cambios de personal. Deseaba que las oficinas de prensa gubernamentales tuvieran una "función orientadora" en las publicaciones de oposición. Le disgustaban las presiones derivadas de las informaciones periodísticas y anhelaba la unanimidad. Ello se trasluce de su negativa a ayudar a los fundadores de La Jornada en septiembre de 1984. Si bien la petición de apoyo que le hicieron Carlos Payán, Héctor Aguilar Camín y Miguel Ángel Granados Chapa sólo puede entenderse en el marco de un sistema político autoritario, la negativa del Presidente no sólo se debió a que el gobierno no tenía recursos para apoyar a un número mayor de medios, sino a que pretendían "crear un foro no institucionalizado para el diálogo con el gobierno o más probablemente un instrumento político para atacar y desgastar al gobierno, pues su proyecto de país es diferente del nuestro". (332) Hasta aquí resulta comprensible la decisión del Presidente de no apoyar a este diario. Sin embargo, no discute la postura política de los periodistas en sus memorias, sino sus características psicológicas. Pensaba que estos informadores manifestaban "sus propias frustraciones e incapacidades al centrar su esfuerzo en criticar al gobierno, en oponerse a todo, sin buscar salidas en el ámbito de la realidad." Creía que su posición se debía a que "son ingenuos y agresivos, por ello tengo que desalentarlos". (333) A raíz de la cobertura que dieron algunos medios impresos a la Corriente Democrática, fundada por Porfirio Muñoz Ledo y Cuauhtémoc Cárdenas en 1987, su visión sobre los informadores se deterioró al extremo de pensar "ya le he perdido respeto a los periódicos, no me interesa su punto de vista". (708) No tenía disposición para escuchar las críticas a su gobierno y las descalificaba atribuyéndolas a problemas psicológicos, de corrupción o a que detrás de los medios estaban los ex banqueros.
DEMOCRACIA Y PARTIDOS
Miguel de la Madrid hablaba de una democratización necesaria para fortalecer al régimen. Se refería a la revitalización de los partidos y a reconocer pequeños triunfos a la oposición. No obstante, abandonó estas ideas al presentarse las elecciones, y se volcó al fortalecimiento del régimen de partido único. En un principio, pareció simpatizar con la idea de que el PRI seleccionara a sus candidatos de entre sus bases, sin importar que las decisiones de la cúpula pasaran a segundo término, con el objeto de darle al partido más arraigo popular. Se trataba más que nada de un ejercicio retórico, pues como parte de esta democratización entendía la descentralización política y económica propuesta por su gobierno. (45-46) Meses después corrigió y, en un juego de malabarismo, relacionó el fortalecimiento del poder presidencial, que según él no significaba una concentración de poder, con el fortalecimiento del juego democrático, el cual consistía en dar más fuerza al poder judicial y a los gobernadores, mayor libertad de opinión, así como fortalecer al PRI, y en especial atender los reclamos de los sectores campesino y popular. (121-122) Como puede verse, cuando habla de democratización se refiere al PRI como partido multiclasista que según su parecer representaba a la sociedad en su conjunto, salvo a los hombres de negocios, y era el único viable para México.
Una de las características de la presidencia autoritaria suponía que el ejecutivo fuera también el jefe informal del partido. De la Madrid manejó al PRI desde los Pinos, aunque no lo hizo "muy en corto". Su estrategia consistía en fortalecer al partido dejando que su presidente, Adolfo Lugo Verduzco, condujera las asambleas; en la de 1984, previa a las elecciones del año siguiente, insistió en que se dejara en manos de los gobernadores la selección de diputados locales y presidentes municipales, reduciendo la injerencia de los sectores. (318) Le preocupaba mucho el avance del PAN y a veces cavilaba sobre la conveniencia de reconocerle pequeños triunfos para dejar satisfechos a los sectores de la clase media y alta que lo secundaban. Gracias a la amplitud de funciones del presidencialismo posrevolucionario, destituyó a los gobernadores que tenían problemas en sus entidades, exigiéndoles la renuncia a través de la Secretaría de Gobernación. De esta manera, utilizaba el gran poder del ejecutivo que, sin necesidad de recurrir al desgaste que implicaba el juicio político, podía prescindir de los elementos ineficientes, como fue el caso de Enrique Velasco Ibarra en Guanajuato. Para justificar estas prácticas señalaba que la renuncia inducida por Bartlett "no debe entenderse como un acto de gobierno, sino como uno de partido". (298-299)
Las elecciones de julio de 1983 pusieron a prueba la fortaleza del PRI. El PAN ganó los comicios en las ciudades de Durango, Chihuahua y Ciudad Juárez, triunfos que atribuyó al descontento generado por la nacionalización de la banca y a que la crisis había afectado en especial a la zona fronteriza, aunque también reparó en que algunos sacerdotes del norte del país utilizaron el púlpito para hacerle propaganda al PAN. Pensó De la Madrid que estas derrotas podrían servirle al PRI de acicate para renovarse, para analizar hasta qué punto los resultados reflejaban las fallas de los gobernadores y el rechazo a la creciente corrupción. Insistió en que su partido depurara los métodos de selección de candidatos para nombrar al más popular y no necesariamente al apoyado por las fuerzas o sectores locales. (136-140) Votaciones posteriores en otras ciudades, como Mexicali, Mazatlán, Culiacán o Puebla, evidenciaron el fortalecimiento del PAN, pero sobre todo la participación de algunos líderes empresariales en puestos de elección popular que contravenían el comportamiento del sistema político mexicano. Desde luego el PRI era contrario a que se reconociera algún triunfo de la oposición, como sucedió en la capital de Baja California, y el avance en el número de votos de la derecha fue motivo de análisis. Algunos periodistas consideraron como un avance democrático que se reconocieran los triunfos de otros partidos y se respetara la legalidad del proceso electoral. A finales de 1984 se desató una batalla en Coahuila por el triunfo del PAN en Monclova y Piedras Negras; hubo bloqueos de carreteras y hechos de violencia que produjeron heridos y dos muertos. En esta ocasión, se llegó a un acuerdo en Monclova mediante la instalación de un cabildo mixto entre el PRI y el PAN y un presidente municipal apartidista. (372-373) En este ambiente, las elecciones de 1985 acrecentaban su importancia; le preocupaba que el partido de derecha pudiera ganar un par de estados o hacerse del control del Congreso. Creía que ello sería "catastrófico [...] caeríamos en la anarquía y el caos". (38) Pensaba que la alternancia crearía severas rupturas, al ascender la oposición, y por ello se alegró de que las elecciones de medio término en 1985 fueran favorables para el PRI, quien obtuvo 289 de las 300 diputaciones de mayoría y todas las gubernaturas. El PAN se desinfló, escribió en sus memorias, y tomó nota del aumento de la votación para Heberto Castillo del PMT en el Valle de México. (439) Las elecciones para gobernador en Chihuahua en 1986 dejaron la impresión de que se consumó un gran fraude contra el candidato del PAN, Francisco Barrio. Hubo tomas de carreteras y de puentes internacionales; Luis H. Álvarez inició una huelga de hambre e incluso el episcopado local amenazó con suspender las misas. Pese a todo el PRI impuso a su candidato. La mirada de De la Madrid sobre la posibilidad de la alternancia en el poder, de que la oposición pudiera gobernar algunos estados o de que ganara la mayoría en el Congreso estaba llena de miedo. Consideraba que la democracia traería caos al país, que se perdería el camino, que provocaría severas rupturas y utilizaba este miedo para cimentar su régimen y asegurarse de que el PRI tuviera el control de todos los niveles del gobierno. Incluso le dijo a Paul Volcker, presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, que la oposición en México tenía ideas tan ajenas al sistema político que la alternancia traería severas rupturas. Con estas afirmaciones pretendía preocupar a este funcionario estadunidense y evitar que su gobierno y los sectores conservadores de su país siguieran apoyando al pa, como pensaba que sucedía. (440)
Acostumbrado a la disciplina de su partido y a la unanimidad, el Presidente no comprendía las posturas de la oposición en el Congreso y la prensa, y le extrañaba que ni derecha ni izquierda apoyaran sus políticas. Las críticas del PAN iban contra la corrupción, la nacionalización bancaria y la injerencia del Estado en la economía; las del PSUM, el PRT y el PST contra del plan de choque instrumentado y la orientación política de su estrategia económica. Esto incomodaba al Presidente, quien se sentía frustrado y por ello ubicaba a la oposición como enemigo y no como contendiente. Manifestaba, por ejemplo: "los partidos de oposición no son viables ni han hecho ninguna aportación política de importancia". Estas críticas al PAN, redactadas en tiempo presente y publicadas durante el gobierno de Vicente Fox, (2004) podrían interpretarse como una alusión al panista y a su incapacidad para gobernar. Ajeno al juego democrático, el ex presidente pretendía apoyo a su política y simplificaba hasta el absurdo las posiciones de la oposición. Para el PAN, dijo: "nada es posible mientras subsista el PRI, y la izquierda lo condiciona todo a que se acabe el sistema capitalista y se imponga el socialismo". (205) Para evitar el avance de la izquierda pensaba quitarles los bastiones que les generaban recursos presupuestales, como ciertos municipios o los apoyos de sindicatos universitarios, y cuando buena parte de aquélla se unificó en el PSUM, en marzo de 1987, le pareció una buena estrategia y creyó que el liderazgo de Heberto Castillo moderaría las posturas del partido. (713)
Su balance sobre los procesos electorales al terminar 1983 es elocuente:
Los postulados clásicos de la democracia occidental representan aspiraciones limitadas por realidades ineludibles [...] El voto se ha emitido como una calificación de la acción pasada. Las críticas que refleja son muy válidas, pero yo no puedo pagar, en este momento, todos los errores del pasado. No puedo llegar hasta el suicidio político en un afán por limpiar las culpas del sistema. Más que el prestigio que pueda darme la transparencia electoral, me interesa la efectividad y la posibilidad de continuar gobernando. No puedo permitir la desestabilización del sistema. (207)
Sólo el PRI era garante de la paz social, de manera que si se abría la puerta a la alternancia se podría acabar la estabilidad. Además, la democracia occidental era vista como un "otro", como algo ajeno que no se adecuaba a la realidad del país y podría conducirlo a la debacle. En realidad, a De la Madrid lo atemorizaba la posibilidad que el voto pudiera quitarle el poder casi total que detentaba, y que condujese al abandono de su programa económico. Por ello, proponía que la democracia se circunscribiese a la renovación del partido oficial, a crear más foros de consulta popular, a abrir un poco la política de comunicación, pero debía asegurar que el gobierno federal mantuviese su fortaleza y sólo dejaba abierta la posibilidad de que el voto decidiera en casos excepcionales sobre el ámbito local. El PRI era el único viable en México y sólo de su renovación podrán esperarse avances. Así reforzaba su visión autoritaria de la política. Desde su perspectiva, el PAN se había olvidado de su ideología y perseguía posiciones "electoreras", pero era un peligro porque podría ser el receptor del voto anti PRI, ya que su política generaba protestas, y tenía el apoyo de los empresarios y del clero. (233)
Durante su sexenio, estableció foros de consulta popular para que la sociedad opinara sobre determinadas políticas o medidas que el gobierno quería implantar. Queda la impresión de que este tipo de consultas, en las que se manifestaban las opiniones de expertos o de sectores a los que iba dirigida determinada estrategia, era considerada como una concesión a la sociedad. Desde luego que en el seno de un Estado como el mexicano, con un Congreso en el que dominaba la visión presidencial, abrir consultas sobre determinados aspectos podría ser considerado como un avance, pero lo cierto es que la decisión final la tomaba el gobierno.
Cuando surgió la Corriente Democrática en 1986, dio instrucciones de que no fueran satanizados, pero nunca consideró realmente su petición de democratizar el proceso de selección de candidatos dentro del partido. De la Madrid sabía que tenían puesta la mira en las elecciones de 1988 y no estaba dispuesto a dejar la sucesión presidencial en sus manos. Al principio minimizó la importancia de esta corriente: se entrevisto con Porfirio Muñoz Ledo y Cuauhtémoc Cárdenas y pensó que el movimiento obedecía sólo a las ambiciones personales de sus promotores. Más adelante, reconoció que esta corriente pugnaba por la vuelta al modelo económico nacionalista, pero creyó que esta disidencia fortalecería la unidad dentro del partido. Finalmente, en marzo de 1987, fueron expulsados del PRI los integrantes de este grupo (703-708) y con ello creyó el Presidente que estaba garantizado que la selección de su sucesor quedara en sus manos y así como triunfo del candidato oficial.
De la Madrid seleccionó a su sucesor, echando mano de una de las prerrogativas más importantes del presidencialismo. Eligió a Carlos Salinas de Gortari porque garantizaba la continuidad de su proyecto, pues era "quien mejor entendía el sentido de los cambios que yo había propuesto". (844) Logró mantener el control del proceso sucesorio, pero las elecciones de 1988 trajeron el ascenso de la oposición encabezada por Cárdenas, un movimiento que demandaba la vuelta al proyecto nacionalista y se oponía a su política económica. Salinas se hizo de la presidencia con la votación más baja para el PRI en la historia del partido y con una sombra de fraude que no logró disipar.
CONSIDERACIONES FINALES
El autoritarismo de Miguel de la Madrid fue un factor crucial para implantar reformas económicas que afectaron negativamente a los trabajadores y a la clase media, y en el mediano plazo significaron el desmantelamiento de la industria manufacturera nacional heredada del proteccionismo desarrollista. En este contexto, esgrimió el miedo político, tal como es entendido por David Corey.31 El vocabulario del ex presidente alimentaba el temor de quienes no se sometían a su autoridad, evocando consecuencias que eran descritas con palabras y frases como caos, debacle, golpe de estado, peligro de intervención extranjera, estallido social, insurrección, salida violenta, gobierno dictatorial, gobierno fascista, desorden, riesgo a la existencia de la clase propietaria, estallido de la violencia, desorden político y económico, turbulencia social, tensión, incertidumbre, desestabilización, entre otras. Buscaba abonar al consenso político con estas nociones, presentando su programa y a sí mismo como el único que podía sacar adelante al país, como el único que sabía cómo afrontar los peligros y resolver los problemas, una vez que la crisis económica segó la práctica de obtener legitimidad por la vía del gasto social.32 Insistió mucho en el sentido de emergencia para acorralar a la sociedad a aceptar medidas drásticas, como implantar límites al crecimiento de los salarios, reducir el gasto social y establecer una especie de plan de salvación nacional. Por su parte, el propio Presidente tenía miedo a no poder poner en práctica su proyecto económico y a que el predominio priísta finalizara, y presentaba este miedo como amenazas a la nación, a la permanencia de la patria, a la estabilidad social. En la expresión del ex mandatario prevalece una visión maniquea de los actores políticos, heredera del apotegma "el que no está conmigo, contra mí está", y resuenan levemente en su lenguaje los ecos de El príncipe, quien preferirá ser temido a ser amado.
No aceptaba las críticas y pretendía unanimidad, de manera que, en lugar de escuchar y considerar los análisis de la oposición y de la prensa, descalificaba a sus detractores considerándolos corruptos, manipulados por los ex banqueros resentidos, o argumentando que su postura derivaba de problemas psicológicos. Trató de utilizar el "daño moral" y el "delito de deslealtad", cuya definición es ambigua, para controlar lo que publicaba la prensa. Desde su perspectiva, su proyecto representaba la racionalidad, estaba apegado a la realidad y era la vanguardia; las otras alternativas eran sus contrapartes, la irracionalidad, la fantasía y el atraso y, por lo tanto, eran peligrosas. Consideraba a la democracia como inadecuada para la realidad nacional, creía que sólo el PRI sabía cómo renovar a la nación y tenía los instrumentos para hacerlo. La alternancia en el poder podría sumir al país en el caos y la anarquía y, ante ello, la única opción era que el partido oficial continuara ejerciendo el poder. De nueva cuenta el miedo a que se perdiera la estabilidad era la vacuna para que la oposición no ascendiera. Para él, los otros partidos, el PAN y la izquierda, no sabían cómo gobernar, no conocían al país e ignoraban las estrategias que podrían sacarlo adelante y colocarlo en la vanguardia. Así, el ascenso de la oposición era pernicioso y arriesgado y era preferible mantener el statu quo.
Por último, no es posible dejar de lado el contexto de la publicación de las memorias de Miguel de la Madrid. En 2004, durante el gobierno de Vicente Fox, el primer gobierno de la alternancia, enfrentado al descrédito por el descontrol de los miembros de su gabinete, su falta de liderazgo y su débil compromiso con sus obligaciones como gobernante. A la vez, la decisión de sacar a la luz estas memorias, dieciséis años después de concluido su mandato como presidente, no era ajena a las críticas y a la desilusión de la opinión pública frente a la frivolidad de Fox.
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1 Miguel de la Madrid Hurtado, Cambio de rumbo, Testimonio de una Presidencia, 1982-1988, p. 19.
2 Debido a que mis citas a Cambio de rumbo... son tan abultadas, decidí señalar en un paréntesis el número de página que corresponde al fragmento que analizo y/o cito, a fin de agilizar la lectura.
3 Utilizo un concepto de discurso según el cual los emisores están condicionados por su contexto histórico. En Eva Salgado, El discurso del poder. Informes presidenciales en México (1917-1946), pp. 27-36.
4 José Ortega y Gasset, "Sobre unas memorias" en Espíritu de la letra, p. 121, cit. por Raymundo Ramos, Memorias y autobiografías de escritores mexicanos, p. VII.
5 Enrique Cárdenas, La política económica en México, 1950-1994, p. 121.
6 Juan Carlos Moreno-Brid y Jaime Ros Bosch, Desarrollo y crecimiento en la economía mexicana. Una perspectiva histórica, p. 185.
7 Manuel Gollaz, "Breve relato de cincuenta años de política económica", en Ilán Bizberg y Lorenzo Meyer, Una historia contemporánea de México. Transformaciones y Permanencias, t. 1, p. 241.
8 Carlos Tello, Estado y desarrollo económico: México 1920-2006, p. 605.
9 Carlos Alba Vega, "Las relaciones entre los empresarios y el Estado" en Bizberg y Meyer, Una historia contemporánea de..., op. cit., p. 171.
10 Soledad Loaeza, Las consecuencias políticas de la expropiación bancaria, p. 74.
11 David Corey, El miedo, historia de una idea política, pp. 67-71.
12 Enrique de la Garza Toledo, Ascenso y crisis del estado social autoritario, p. 168.
13 Jorge Carpizo MacGregor, "Notas sobre el presidencialismo mexicano," p. 74, consultado el 11 de Marzo de 2011. De acuerdo con Carpizo el presidencialismo es la pieza clave del régimen. Kevin Middlebrook, "La liberalización política en un régimen autoritario: el caso de México", en Guillermo O'Donnell, Philippe C. Schmitter y Laurence Whitehead (comps.), Transiciones desde un gobierno autoritario, América Latina, vol. 2, p. 189; de acuerdo con este autor, el régimen autoritario mexicano descansaba en "la intervención activa del Estado para regular y limitar el pluralismo sociopolítico, la movilización política de las masas y la articulación de reclamos socioeconómicos y políticos."
14 Loaeza, La consecuencias políticas de..., op. cit., pp. 80-1.
15 Discurso de toma de posesión de Miguel de la Madrid, 1°. de diciembre de 1982, en 500 años de México en documentos, consultado el 14 de marzo de 2011.
16 Ibidem.
17 Sergio Berumen, "Los sexenios económicos en México y su inmersión en la globalización" en Proyecciones, consultado el 17 de marzo de 2011.
18 Rolando Cordera y Carlos Tello, México, la disputa por la nación. Este libro, cuya primera edición es de 1981, hace una cuidadosa disección de los dos proyectos.
19 José Ángel Gurría, "La política de la deuda externa de México, 1982-1990," en Carlos Bazdresch, Nisso Bucay, Soledad Loaeza y Nora Lustig, (comps.), México, auge, crisis y ajuste, p. 299.
20 Cárdenas, La política económica en..., op. cit., pp. 130 y 132.
21 Jesús Silva Herzog, A la distancia. Recuerdos y testimonios, p. 81.
22 Cárdenas, La política económica en..., op.cit., pp. 149-50.
23 Moreno-Brid, Desarrollo y crecimiento en..., op. cit., pp. 199-200.
24 Middlebrook, "La liberalización política en..." , op. cit., p. 218.
25 En su análisis sobre 1984 decía: "el deterioro en el nivel de vida hace que la mayoría de los mexicanos, o cuando menos las clases participantes, se sientan irritados y apachurrados", p. 381
26 Las protestas contra el "daño moral" o "ley mordaza", como los periodistas le apodaron, se unieron a la oposición a un decreto dictado por el gobierno de López Portillo en noviembre de 1982 en el que se sancionaban las publicaciones y objetos obscenos.
27 Ulises Beltrán, Enrique Cárdenas y Santiago Portilla, en. Alejandra Lajous, (coord.), Las razones y las obras. Gobierno de Miguel de la Madrid, Crónica del sexenio 1982-1988, Primer Año, p. 30.
28 Ibidem, pp. 67-70.
29 Arno Burkholder de la Rosa, "El periódico que llegó a la vida nacional. Los primeros años del diario Excélsior 1916-1932", en Historia Mexicana, pp. 1369-70.
30 Después de este sexenio se averiguó que el autor intelectual del crimen fue José Antonio Zorrilla Pérez, ex titular de la Dirección Federal de Seguridad, quien se sintió amenazado por las informaciones de Buendía sobre sus nexos con el narcotráfico.
31 Véase Corey, El miedo, historia de..., op. cit.
32 Para Kevin Middlebrook la inclusión de las masas obreras y campesinas en el PRI era una fuente de legitimidad política que se hacía realidad procurando atender sus demandas, pero en la que una elite dominaba a estos sectores. Middlebrook, "La liberalización política en...", op. cit., pp. 189-90.