Los otros no piensan como nosotros. Si deseamos comprender su pensamiento debemos tener presente la otredad.
Robert Darnton.1
El historiador estadounidense Robert Darnton (Nueva York, 1939) ha estudiado, durante su trayectoria profesional, di- versos aspectos socioculturales de la Francia del siglo XVIII. Recientemente nos ha entregado con The Revolutionary Temper (2023) una aproximación más que delata las décadas de erudición e investigación que distinguen su recorrido académico.
Como sabemos, los años ochenta y noventa trajeron consigo un “giro cultural” en la historiografía, a partir de la categoría heurística de “cultura”, entendida, a grandes rasgos, como el marco de referencia para asignar sentidos al mundo. Uno de sus más importantes receptores fue Darnton, quien se ha dedicado, combinando antropología e historia, al estudio del pensamiento ilustrado, la historia cultural y la historia del libro.2 De esta manera, es ineludible su proximidad a la antropología simbólica norteamericana de Clifford Geertz, Mary Douglas y Victor Turner, y a otros académicos reconocidos como Lynn Hunt, Pierre Bourdieu y Roger Chartier.
Si algo enfatizaron la histoire des mentalités y aquel “giro cultural”, dos latencias centrales en su grafía, fue que “es muy fácil suponer cómodamente que los europeos pensaron y sintieron hace dos siglos como lo hacemos nosotros hoy en día [...]. Es necesario desechar constantemente el falso sentimiento de familiaridad con el pasado y es conveniente recibir electrochoques culturales”.3 Por ello, el autor de Literatura clandestina en el Antiguo Régimen (1982) optó por entender cómo la gente del pasado asignaba significados al mundo, pero, para conseguir esto último, había que hacerlo desde las producciones de sentido más incoherentes u opacas.
Si Darnton narra episodios como La gran matanza de gatos (1984) se debe a que piensa que, a través de la disección de acontecimientos tan incomprensibles como este, nos aproximamos a las fronteras de significación de los mundos pasados. Asevera que “cuando no podemos comprender un proverbio, un chiste, un rito o un poema estamos detrás de la pista de algo importante”.4 ¿Por qué a unos trabajadores de un taller les resultaría cómico orquestar una masacre de felinos domésticos? Esto último nos deja ver que otro de los elementos centrales de su práctica historiográfica es la inclinación por los sectores “ordinarios” o “populares”, evidenciando su cercanía, fruto de su formación en Oxford, a los historiadores sociales ingleses como E.P. Thompson.5
Además de la historia de la cultura, el autor de Censores trabajando (2014) -continuando con las investigaciones de Chartier, Bourdieu, Burke, Ong, Mornet, Lazarsfeld o Berelson-6 se inclinó por la historia de la práctica de la lectura o de los libros, insertándolos en un complejo circuito de lectores, impresores, libreros, autores, contrabandistas, censores, etc.7 “Comprender cómo leían libros los franceses en el siglo XVIII es comprender cómo pensaban”,8 pues, para él, los libros explican aspectos económicos, políticos y morales de una época.
Razón por la cual, Darnton se dedicó a indagar sobre el conjunto de influencias político-intelectuales, materialidades, recepciones, hábitos de lectura, iconografía, reediciones e intertextualidades,9 incluyendo los “submundos literarios”, es decir, los géneros considerados como subversivos o indecorosos.10 Para comprender el pasado es indispensable recuperar todos los indicios que nos remitan al sistema de valores y creencias de un periodo histórico.
En consonancia con todo lo expuesto, The Revolutionary Temper es un intento por visualizar los factores que llevaron al estallido de la Revolución Francesa y la subsecuente caída del denominado Antiguo Régimen desde las actitudes, las percepciones, los valores, el flujo de información en las calles y los miedos de la masa parisina que tomó la Bastilla en 1789.11
Si los Borbones no pudieron caer repentinamente, entonces ¿en qué momento y de qué manera la legitimidad del monarca quedó puesta en duda? Tal es una de las preguntas eje del texto. Para responderla, el autor de Los best sellers prohibidos en Francia antes de la revolución (1996) revisó panfletos, libros (y su recepción), ilustraciones, periódicos, gacetas, canciones populares, rumores y charlas en cafés, tabernas o mercados, pues todos estos elementos, por un lado, fungían un papel importante dentro de la vida política parisina, y, por otro, fueron los responsables de configurar eso que él cataloga como “temperamento revolucionario”.
Entendiendo por “temperamento” el “estado de ánimo fijado por la experiencia de una manera análoga al templado del acero [...]”,12 el autor de El negocio de la Ilustración (1979) pretende desgranar la conciencia o imaginarios colectivos -explicitando su inspiración en Émile Durkheim, Clifford Gertz, Benedict Anderson, Max Weber, Mary Douglas, Victor Turner y Evans-Pritchard-13 que se fueron moldeando a lo largo del siglo XVIII hasta culminar en la llamada Revolución Francesa.
Ciertamente, contamos con un ejemplo similar a esta aproximación en El diablo en el agua bendita (2009) donde sondea el clima político-ideológico de la Francia dieciochesca, en este caso, desde el libelo clandestino y sus incendiarias consecuencias.14 Sin embargo, con The Revolutionary Temper, Darnton amplía notablemente el espectro de observación documental.
Su libro se estructura en siete partes, mismas que trazan una línea cronológica muy clara -desde el fin de la Guerra de Sucesión Austriaca en 1748 hasta el colapso del régimen monárquico galo en 1789- tamizada por el análisis de la circulación de información entre les petites gens relativa a las figuras públicas, las guerras imperiales-trasatlánticas, los problemas del Parlamento, la economía del reino, los escándalos de la realeza, los espectáculos públicos, los fríos inviernos, las festividades, etc.
Darnton describe cómo se percibían estos y muchos más elementos a los ojos del parisino común y corriente, es decir, de lo que se conoce como el “tercer estado”, ilustrando el gradual proceso de toma de conciencia y adopción de ciertas convicciones contrarias al statu quo. En consecuencia, a lo largo de sus siete partes, The Revolutionary Temper vuelve palpable la paulatina adquisición de un manejo compartido de la información, desembocando en una conciencia política inédita.
Por ejemplo, rescatando canciones satíricas, frases de mercado, panfletos incendiarios o libros censurados, el texto nos hace ver el descrédito en el que cayeron los reyes Luis XV y Luis XVI.15 El primero, tildado de pusilánime, extravagante y libidinoso, y el segundo criticado por la voracidad de sus ministros y por las polémicas que rodeaban a María Antonieta de Austria. Lo cierto es que la opinión pública parisina no perdonaba ninguna controversia a la realeza.
De hecho, Darnton nos cuenta que el ascenso de Luis XVI en 1774, dejando a un lado el optimismo inicial, vino acompañado de una impresionante transmisión de noticias sobre las cuentas públicas (reveladas por primera vez al pueblo durante su reinado), el imparable ascenso del precio del pan, la intolerancia a nuevos impuestos, los escándalos de la corte, su presunta impotencia sexual, entre otros. Todos estos episodios, cuidadosamente analizados, son fiel reflejo de la antipatía y el llamado temperamento revolucionario que se fueron forjando en el seno del pueblo parisino.
Durante todo este proceso también es interesante constatar cómo se fue conformando un nuevo vocabulario político, permitiendo el lento ascenso, gracias también a la tardía lectura de los philosophes, de concepciones como la “libertad” o la creencia relativa a que el poder del rey emanaba del pueblo mismo. Nada de esto es insignificante para los temperamentos revolucionarios rastreados por el historiador estadounidense.16
La circulación de información examinada revela entonces cómo se fue gestando en la capital francesa el cuestionamiento a la legitimidad del rey (antes intocable), vaticinándonos la severa crisis de 1788-1789. Su cuidadosa pesquisa, que pone en contraste los acontecimientos y lo que se decía entre las personas ordinarias, hace evidente por qué, para finales de la década de 1780, “la atmósfera había cambiado decisivamente. El rey parecía estar gobernando a través de bayonetas”.17
Finalmente, llegamos a los últimos dos capítulos bajo la sensación de una atmósfera política irrespirable, catalizada por el caldo de cultivo descrito en anteriores apartados. La indignación era incontenible, haciendo que se comenzase a hablar de una revuelta inminente.18 Dicho de otra forma, para cuando nos enteramos, al igual que aquellos parisinos que seguían ávidamente todo lo que ocurría, de las primeras riñas e insurrecciones o de la fallida reunión de los Estados Generales, el célebre 14 de julio ya no parece repentino o inexplicable. La caída de aquella fortaleza que dominaba los cielos de París se explica desde el temperamento revolucionario forjado en el pueblo parisino a fuerza de miseria y opresión.19
Considerando la tendencia de Robert Darnton a desgranar las redes de significación comunes a los sujetos históricos del pasado, emplear el “temperamento revolucionario” como categoría de examinación representa un camino congruente para explicar cómo y por qué sucedió la Revolución Francesa. La clave de lectura contenida en este libro reside en la pregunta por la recepción y emisión de códigos de significación acerca de lo que ocurría tanto en Francia como en el ámbito internacional durante la segunda mitad del siglo XVIII.
Con este texto Darnton sostiene una vez más que el estudio del pasado no se puede reducir a los hombres de letras, léase filósofos, literatos, estadistas, teólogos, científicos, etc., sino que se trata de abrir el rango de exploración a la totalidad de las producciones de sentido que circulan en una sociedad. De esta forma, canciones populares, refranes, dicharachos, panfletos, libros sediciosos, caricaturizaciones, huelgas, cuentos, festividades y demás son también manifestaciones de las semánticas sociales que están en juego.
Esta es tal vez la reflexión más importante a la que podemos arribar tras leer The Revolutionary Temper. La compleja atmósfera histórica de la Francia dieciochesca no se puede comprender en su cabalidad si no es a través del clima político-social que se fue temperando progresivamente. El fatídico 14 de julio es el producto resultante de la sumatoria de vocabularios, ideales, esperanzas, temores, incertidumbres y rencores gestados en y por el pueblo parisino.
Trasladándonos a aspectos prácticos, este libro cuenta con una metodología sólida y una línea argumentativa bastante clara. Su texto, de una prosa impoluta, cumple con lo que propone y sorprende con la cantidad de documentos inspeccionados. A su vez, su enfoque, congruente con su tránsito historiográfico, es en extremo atractivo, dejándonos una lectura renovadora de un tema tan explorado como es la Revolución Francesa, lo cual no es un asunto menor ciertamente.
Si algo nos refleja el conjunto de obras del historiador estadounidense es el impulso por reconstruir las diferentes representaciones del mundo. The Revolutionary Temper, desde luego, no es una excepción. Este texto no es una historia de los antecedentes del estallido de uno de los acontecimientos que marcó la historia occidental. Más bien, es una historia de la percepción-recepción de los parisinos ordinarios frente a eso que consideramos como los antecedentes de la Revolución Francesa. Lo cual, en una época en la que la disciplina histórica parece inclinarse de nuevo hacia lo factual que hacia lo experiencial-semántico, se aprecia mucho.
Por otro lado, puede parecer que falta integrar el marco teórico con el cuerpo del libro. Por ejemplo, la introducción desarrolla con profundidad la categoría de “temperamento revolucionario”, pero no se recupera este apartado conceptual salvo en contadas ocasiones. También, aun cuando Darnton clarifica que los franceses leían los acontecimientos a la luz de lo ocurrido y no de lo que iba a ocurrir, por momentos parece que se está pecando de interpretar los sucesos anteriores al 14 de julio de 1789 a la luz de dicha fecha.
De igual forma, aunque Darnton justifica su acotamiento temático-espacial con el hecho de que la circulación de información en el resto de Francia era muy distinto al París dieciochesco, el lector echa en falta por momentos saber qué indicadores semánticos acechaban los campos de experiencia no capitalinos.
Por último, una sucinta historia conceptual hubiera hecho de este libro uno aún más sólido, pues se habla de la “corrupción” de los ministros del rey o de la lenta aparición de conceptos como “revolución” o “libertad” en los imaginarios sociales, constituyéndose como catalizadores de los movimientos populares, sin la profundidad merecida, es decir, sin clarificar sus especificidades semántico-históricas. Esto es, una examinación conceptual de los documentos históricos hubiera nutrido fuertemente la perspectiva política y social del texto, delineando de mejor manera cómo fueron apareciendo ciertos ideales en los niveles más ordinarios de la Francia del siglo XVIII.
Por obvias razones, todo trabajo histórico dista de ser perfecto. Lo importante es que las y los historiadores no desistamos de una de nuestras labores centrales: reflexionar sobre nuestro oficio. Al fin y al cabo, investigar es una pregunta que nunca termina por cesar. Leer a historiadores como Darnton representa una gran oportunidad para no dejar de pensar en eso que hacemos al aproximarnos a las otredades del pasado.