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Convergencia

versión On-line ISSN 2448-5799versión impresa ISSN 1405-1435

Convergencia vol.24 no.73 Toluca ene./abr. 2017

 

Artículos científicos

La carrera política y el capital político

Manuel Alcántara Sáez1 

1Universidad de Salamanca, España. malcanta@usal.es


Resumen:

Se trata de una propuesta de naturaleza teórica para el estudio de las carreras políticas desde la perspectiva de la existencia de tres momentos diferentes (entrada, desempeño y salida), en conformidad con el uso del capital político que gestionan los políticos. Se abordan teóricamente distintos patrones de capital político así como su impacto sobre las trayectorias políticas seguidas. El peso del tiempo transcurrido y los ingresos recibidos por la actividad política son igualmente considerados. Político es aquella persona que es elegida en un proceso electoral y/o que es nominada en un puesto de confianza por alguien elegido, también lo es quien tiene un cargo orgánico en una institución como un partido político. A ello debe sumarse recibir una remuneración por esa actividad.

Palabras clave: carreras políticas; capital político; élites; profesionalización de la política

Abstract:

This is a theoretical proposal for the study of political careers from the perspective of three different moments (beginning, development and conclusion) according to the use of political capital made by politicians. Different patterns of political capital as well as their impact on political trajectories are studied; the weight of time and economic resources (political income) are also considered. A politician is somebody elected trough an electoral process and/or nominated by someone elected; it is also the case of any organic member of an institution, e.g., a political party. Regardless of the case, this individual must receive a salary for such activity.

Key words: political careers; political capital; elites; professionalization of politicians

Introducción1

El presente trabajo,2 cuya naturaleza es especulativa y deja de lado la evidencia empírica para futuros análisis, tiene por objeto de estudio desarrollar algunos puntos ya expuestos anteriormente sobre el oficio de político (Alcántara, 2012 y 2013) centrados ahora en la lógica de una carrera bajo un doble supuesto. En primer lugar, se estima que la vida política actual presenta una evidencia empírica suficiente como para afirmar que las personas que se dedican a la política lo hacen por periodos lo suficientemente largos en los cuales desarrollan su actividad en diferentes puestos, de manera que ello permite referirse a la existencia de una carrera.

En segundo término, la perdurabilidad en el tiempo en la actividad política por parte de hombres y mujeres se lleva a cabo mediante una estrategia clásica de capitalización de diversos activos de naturaleza muy diversa que se integran bajo el rubro de capital político. En este supuesto, además, el capital político potencialmente acumulado es un factor que puede tener un carácter explicativo a la hora de intentar comprender los mecanismos de salida de la política, así como los nuevos nichos de ubicación tras dejar la política, un aspecto que es escasamente abordado.

La carrera política y el capital político en su interacción adquieren el carácter de variable dependiente configurando un objeto de estudio específico que cuenta con cierta tradición, pero también se convierten en variables independientes explicativas del accionar de todo sistema político y, eventualmente, del nivel de la calidad del mismo. Tanto una perspectiva como la otra tienen en el momento presente especial interés por la generalizada crítica social existente respecto a los denominados políticos profesionales y la consiguiente búsqueda de la regeneración política, sobre la base del cambio del personal que vive de la política.

La carrera política supone un proceso que da cabida a tres momentos: inicio, desarrollo y final. No es posible entender una trayectoria política sin tener en cuenta estos tres lapsos de una manera integrada. Si bien es cierto que el instante prístino de la entrada, siguiendo la lógica neoinstitucional de path dependence, es el que ha llamado más la atención a la hora del estudio del oficio político, quedarse en el mismo es a todas luces insuficiente.

Recluirse en los procesos de selección y del preciso inicio de una carrera política no da cuenta del devenir de aquella persona que en su momento entró en la política en su relación subsiguiente con diferentes mecanismos institucionales, como tampoco informa adecuadamente de los incentivos, trabas y estructuras de oportunidades que en general ofrece todo sistema político.

La carrera política es un proceso que recoge en el seno de una maraña de instituciones inquietudes personales que, como ya señalara Max Weber (1967), mezclan ambición con vocación, a la vez que paulatinos reacomodos circunstanciales que son fruto de la negociación, el éxito o el fracaso, así como del azar. La carrera política, por otra parte, tiene un carácter longitudinal que acoge diferentes reacomodos derivados de la vida política, dando en cada momento respuesta al propósito de la misma.

El final de la carrera política, o si se prefiere, la salida de la política, es el punto explicativo por excelencia de la misma; confirma o desmiente tanto el designio inicial del sujeto como la existencia de patrones sistémicos de las distintas trayectorias que influyeron lesivamente en ellas. La manera como un político finaliza su tarea es también un indicador de la vida política del sistema del cual formó parte.

Tras la introducción, este trabajo de naturaleza propositiva se divide en cuatro partes. En el epígrafe segundo se abordan cuestiones relativas a la conceptualización del capital político; después se presenta el modelo para el estudio de la carrera política con base en tres fases: entrada, desarrollo y salida; en el epígrafe cuarto se analizan el peso del tiempo como sustrato del capital político, así como el factor económico en la carrera política; y, por último, se replantean conclusiones relativas a la relación entre capital político y carrera política.

El capital político

Para explicar la entrada del personal en la política con frecuencia se ha puesto el énfasis en el peso de los factores de socialización (Rodríguez-Teruel, 2011), en aquellos de carácter institucional (Siavelis y Morgentern, 2008) o en las teorías de la ambición y de las ventajas de los titulares (Botero, 2011). A partir de ese instante, los siguientes pasos en la política son una combinación del entramado institucional existente que configura una determinada estructura de oportunidades con impulsos individuales movidos por la ambición, fuera discreta (una vez que se alcanza el puesto se satisface), estática (la permanencia en el puesto es el objetivo) o progresiva (la finalidad es el ascenso en una escalera de diferentes posiciones) (Schlesinger, 1966: 10). De manera muy tentativa también se están dando pasos en el terreno de las ciencias de la vida, donde la genética (Hibbing et al., 2014) y la neurociencia (Westen, 2007) están empezando a tener avances notables.

Complementariamente con todo ello, una aproximación que puede dar mejor luz a todo el proceso que supone la carrera política es mediante la utilización del concepto de capital político sobre la base del manejo que se hace del mismo usufructuado en el transcurso de cualquier vida política. La aportación en este sentido de Bourdieu (1981: 18-19) es fundamental, al distinguir la existencia de dos especies de capital político: personal y por delegación.

El capital político personal se basa en la idea fundamental de ser “conocido y reconocido”, gracias a la posesión de notoriedad y de popularidad por tener cierto número de cualidades específicas propias. El origen primigenio de este tipo de capital mezcla cuestiones de carácter biológico con otras que se producen por una suerte de ósmosis del entorno social donde crece el individuo. En su desarrollo, puede configurarse en primer término un capital político personal de notable como consecuencia de una acumulación lenta y continua a lo largo de la vida, a través de la realización de actividades en diferentes dominios que suponen el acopio de experiencia. Pero, enseguida, puede tomarse en cuenta un capital político heroico o profético, en la línea weberiana de lo carismático, donde la potenciación de vínculos emocionales resulta ser el indicador decisivo. Esta distinción intuitiva, forzosamente complementaria, coincide de lleno con trabajos recientes en el campo de las neurociencias que defienden con una sólida evidencia empírica que toda competencia y pericia se basa en la conformación de moldes cognitivos generados en el cerebro (Goldberg, 2007).

Por el contrario, el capital delegado de una autoridad política es el producto de una transferencia limitada y provisional de un capital detentado y controlado por una institución y sólo por ella. Por consiguiente, este capital obedece a una lógica muy particular según la cual la investidura es un acto de carácter propiamente mágico por el que la institución consagra oficialmente al candidato oficial. La vinculación de este tipo de capital con la madurez institucional es evidente, de manera que en aquellas situaciones de indudable desinstitucionalización se registra una clara merma del mismo. Por el contrario, sistemas políticos altamente institucionalizados aportan niveles muy altos de capital por delegación, pudiendo paliar las deficiencias, si es que las hubiera, de capital político personal.

En escenarios de institucionalización manifiesta el capital político personal y el capital delegado se retroalimentan constantemente. Se entiende que durante su vida activa el político posee un bagaje más o menos dilatado de activos personales bajo la figura de atributos y de cualidades, que se engarzan con aspectos institucionales del sistema político en un proceso acumulativo.

Todo ello conforma una suerte de depósito de capital político que Joignant (2015) define como un conjunto variado de recursos que tienen su origen tanto en el interior como en el exterior del campo político, en términos de Bourdieu, y que son reconocidos como valiosos por los agentes y los analistas políticos, y que por ello pueden ser investidos para la liza política. La ambigüedad de este concepto comporta serias dificultades a la hora de una determinada operacionalización que permita su medida y por ello se requieren estrategias de desmenuzamiento y de aplicación de aproximaciones metodológicas de cariz cualitativo (fuzzy sets).

En la senda de la descomposición del capital político, Joignant (2012: 601) adopta dos formas diferentes de acumulación: la primitiva y la estratégica. En la primera, el capital político se acopia tempranamente en la familia y en la escuela, mientras que en la segunda se da una vez al entrar en la política y se acumula en virtud de la duración de la trayectoria. Estas dos formas de acumulación son complementadas por otras especies de capital que se pueden adquirir fuera de la política y que en un momento dado se pueden reconvertir para ingresar, reingresar o permanecer en la política (Joignant, 2012: 602). Esta relación entreverada se da en un proceso de retroalimentación, que es el motor de una carrera guiada en buena parte por la ambición, aunque la vocación puede no dejar de estar también presente, en la cual se siguen pautas definidas ya sea por la elección o por la designación, o por una combinación de ambas.

La idea es que el político a lo largo de todo el proceso y en el seno de la estructura de oportunidades institucional donde se mueve capitaliza ese escenario que va variando en el tiempo para progresar en su andadura y culminarla lo más satisfactoriamente posible para sus intereses. Éstos pueden ser de orden material, de orden espiritual o una combinación de ambos. Los primeros traducen la búsqueda egoísta de una sensible mejora de su situación económica, mientras que los segundos buscan dar cumplida satisfacción a su vocación inicial altruista de servicio y compromiso social o la búsqueda de otros propósitos de carácter hedonista o incluso megalomaniaco.

Desde una perspectiva centrada en el liderazgo que restringe a un sector menos generalizable de políticos el análisis, Bennister et al. (2014) han enfocado sus esfuerzos en diseñar una tipología que denominan de capital político de liderazgo centrada en los recursos políticos con que cuentan los líderes y dejando al capital político como meras redes de relaciones horizontales. Estos autores parten de la existencia de dos tipos de recursos del poder duro (hard power), ejercido mediante reglas, hechos y sanciones, y del poder blando (soft power), basado en la persuasión, el consentimiento y la lealtad, tomando en cuenta dos dimensiones del accionar político como la representación (representation) y la figuración (performance). Ello produce cuatro integrantes del capital político del liderazgo como son el mandato, el logro, la aprobación y lo que denominan “morale”, referido al tamaño y celo de la coalición de la cual reciben apoyo.

En resumen, el capital político se constituye como la suma del capital político personal y del capital político medioambiental. El primero reúne las habilidades propias del político en función de factores estrictamente individuales, y si se quiere íntimos, que incluyen el talento así como una cierta predisposición física que se ven proyectados en una gama de conocimientos y aptitudes útiles, cuando no indispensables, para la actividad política. Pero también se dan cita factores relacionales de carácter social que constituyen la reputación del político, bien sea frente al público o de cara a la propia clase política. Además, se recogen recursos materiales y simbólicos individuales.

El segundo proviene tanto del entorno del político como de los resultados que éste va alcanzando en el desarrollo de su carrera. El entorno, que tiene un cariz u otro en función de su mayor o menor grado de institucionalización, está integrado por colaboradores, expertos, asesores e incluso consultores. Ellos crean la imagen del político, su estrategia comunicativa y le aportan nuevas ideas y formas de abordar el quehacer político cotidiano; este segundo tipo de capital está también conformado tanto por recursos materiales como simbólicos.

Los resultados hacen referencia a los logros concretos obtenidos a lo largo de la carrera y que pueden tener un carácter acumulativo, pudiendo ser medidos. En efecto, el soporte electoral conseguido, los índices de apoyo y de aceptación (o de rechazo) de la opinión pública, la valoración mediática, así como aquella realizada por instituciones independientes como centros de investigación, observatorios ciudadanos, o tanques de pensamiento, configuran insumos con los cuales se puede crear un índice de reputación que complemente el carácter por lo general intangible de este tipo de aproximaciones.

Esta gama de variables constitutivas requiere de parsimonia a la hora de formular un modelo que pudiera servir de marco para llevar a cabo un estudio comparado, pues, por otra parte, este es un escenario donde la brecha entre la teoría política y la práctica política se amplía como en ningún otro. El excesivo poder metafórico del término capital político puede controlarse cuando se aplica a un esquema de análisis concreto, como se hace en el epígrafe siguiente donde las trayectorias de los individuos se configuran como las variables dependientes. Aquí se hace una aproximación alternativa a este tipo de estudios a la llevada a cabo mediante la relación entre agencia y capacidades.

La carrera política

Al comenzar el siglo XXI se podía afirmar, como señalaba Wright (2013: 452) para el Reino Unido, que el político que no tenía una carrera política había desaparecido virtualmente del escenario británico. Esta es una afirmación que se puede extender hacia muchos otros países tanto de las denominadas democracias consolidadas como de aquellas otras en vías de consolidación.

En mi opinión, los movimientos en clave de anti-política registrados a comienzos del nuevo siglo que se prolongaron durante la década siguiente al calor de las distintas crisis económico-financieras, aunque supusieron una fuerte crítica al statu quo y denuncia a los políticos profesionales, no contradecían la propia idea de la carrera política. Si bien es temprano para tener una evidencia empírica suficiente, parece claro que lo acontecido en países como Venezuela, Bolivia y Ecuador, donde se registraron profundas mutaciones en la composición de la clase dirigente, la nueva en el poder en 2015 tiene connotaciones manifiestas de desarrollar una concreta carrera política en los términos clásicos de la misma.

De manera simplificada, toda carrera política da cabida al entrecruzamiento por parte de los individuos que la siguen de distintos tipos de capacidades que se van moldeando según se prosigue en ella. Como se ha defendido en el epígrafe anterior, el capital político constituye un buen hilo conductor conceptual. Además, las carreras políticas se dan en lugares y épocas concretas en las que las reglas mutan profusamente. Siguiendo un modelo canónico arraigado en la cultura occidental y reflejado en la lógica teatral clásica, estas trayectorias tienen tres actos que en vez de ser de planteamiento, confrontación y resolución son de inicio, desarrollo y salida.

La propuesta que se presenta a continuación intenta combinar, a través de la incorporación de los mecanismos de capitalización, las dos aproximaciones canónicas al estudio de los políticos que se recogen en la aproximación partidista, donde es la estructura de la competición la que cuenta,3 y en la aproximación al liderazgo (Coller y Santana, 2009; Blondel y Thiebault, 2010), donde lo que pesa es el papel de individuos específicos. Se trata, por consiguiente, de plantear un acercamiento dinámico en un terreno donde se ha profundizado mucho desde diferentes intereses en el caso español (Jerez, 1982; Coller, 1999; Uriarte, 2000; Botella et al., 2011; Coller et al., 2016), así como en el ámbito latinoamericano (Botero, 2010; Diamint y Tedesco, 2013).4

El inicio de la carrera política

En el inicio de toda carrera política se conjugan los activos individuales, con los cuales cuenta el político, conformando su capital original, con los mecanismos institucionales de entrada que no siempre tienen carácter partidista. Cualquier individuo que entra en política, además de los elementos fenotípicos que constituyen su bagaje disposicional, 5 tiene un capital que puede proceder de cinco fuentes que no sólo no son excluyentes, sino que pueden ser aditivas. Esta circunstancia hace más complicada su operacionalización, salvo que se aplique algún método basado en álgebra booleana.

La primera es estrictamente política y está derivada del proceso de investidura que le otorga su adscripción a una formación política concreta, cuyo interés fundamental radica en reclutar a personal para sus fines. El capital original de naturaleza política se posee gracias a la militancia, al trabajo voluntario en el seno partidista, tanto en circunstancias de normalidad democrática en las que la actividad es pública, como en virtud de haber sido militante represaliado por estar vinculado con organizaciones opositoras, cuya actividad entonces clandestina estuviera proscrita.

La segunda proviene del nivel de formación adquirida y posiblemente completada con cierta experiencia profesional en instancias laborales, como pueden ser, entre otros, la ingeniería, la medicina, las finanzas, la administración de empresas o la propia abogacía. Ellas terminan dotándole de una expertise técnica que le abre la puerta del mundo de la política por su funcionalidad. En este apartado también se pueden incorporar los funcionarios públicos de los altos puestos del Estado a los que llegaron mediante concurso de méritos (Ramió, 2012). El argumento esgrimido se basa en la utilidad para la vida política de personas con una experiencia profesional intensa que contribuya a la mejor comprensión y solución de los problemas (Joignant y Güell, 2010).

La tercera se deriva de la posesión de altas cotas de popularidad provenientes de la práctica de una actividad que tenga una amplia exposición social. En la actual sociedad del espectáculo, los artistas, los deportistas o los comunicadores sociales, cuya imagen está presente constantemente en la vida cotidiana, cuentan con un eficaz reclamo a la hora de la captura de los votos. Se pretende, por tanto, que la notoriedad sea transferida al partido o usada directamente por el político como forma introductoria de una esfera de la vida pública a otra como es la política.

La cuarta procede del legado familiar como consecuencia de pertenecer a una saga con antecedentes y experiencia en la vida política que proveen a la persona candidata de símbolos, contactos y redes (Joignant, 2014). Pero también hay que tener en cuenta cierta predisposición congénita, ya que además de portar un apellido se posee un legado genético con predisposición para el liderazgo, como ha sido puesto de relieve en trabajos recientes.6 Todo ello supone contar con un activo de gran valor en la vida política.

La última se deriva de la posesión de una renta económica suficiente que permite afrontar los costos de entrada, básicamente de la campaña electoral. El argumento popular que también se maneja es que se trata de personas adineradas cuya fortuna no les hará caer en la corrupción, por no tener que preocuparse por su futuro.

Los individuos que poseen alguno de estos tipos de capital terminan entrando en la política mayoritariamente a través de la socialización en la vida partidista, que les lleva a seguir la carrera más o menos canónica diseñada por el partido, pasando por diferentes escalones, o son cooptados, tanto por el partido como por un líder con trayectoria propia para puestos concretos, saltándose en este caso el escalafón donde se mueven los anteriores.

Esta diferenciación está en la línea de Joignant (2012: 608), quien distingue entre dos subespecies: la denominada capital político militante, con “recursos que son adquiridos por los agentes mediante formas de inmersión en la vida partidaria durante periodos prolongados de tiempo, sin que ello se exprese en la ocupación de posiciones de liderazgo al interior de la organización” y la denominada capital político oligárquico, que “consiste en la adquisición de saberes y destrezas que se originaron a lo largo de trayectorias militantes no necesariamente prolongadas, pero que desembocaron en el desempeño de cargos de poder de primera línea al interior del partido”.

Paralelamente a estos dos mecanismos de entrada, hay un tercero reservado normalmente para quienes no poseen un capital original estrictamente político y cuyo perfil es individual-electoral, al tratarse de personas que entran en la política mediante procesos electorales y cuyo activo es de orden popular o de notoriedad o que poseen un activo técnico como único bagaje. Las primeras entrarían en el terreno de la figura que se ha denominado como outsiders, mientras que los segundos serían tecnócratas.

En este sentido, Joignant (2012: 605) se refiere a la existencia de “dos especies de capital tecnocrático: en primer lugar, el “capital tecnocrático pragmático”, en el cual predominan recursos simbólicos de naturaleza racional sin que se observen en ellos componentes políticos; y en segundo lugar, el “capital tecnocrático político”, en el cual sí se aprecia una subespecie política incipiente de capital, en este caso bajo la forma del militantismo partidario, el que puede ser más o menos pasivo.

El desarrollo de la carrera política

El desarrollo de una carrera política es función del uso de determinadas estrategias de capitalización de la posición que se tiene en la escena pública y de la inercia de expresos mecanismos de continuidad. El capital político varía a lo largo del tiempo, además puede darse la circunstancia de que sea diferente para políticos que desempeñen roles similares e igualmente para el mismo político librando roles distintos. En el fondo, el capital político es el crédito reputacional que un político recibe de tres ámbitos distintos como son los electores, sus compañeros partidistas y los medios de comunicación a través de la configuración de su imagen. Su naturaleza le hace ser poseedor de un carácter intangible que no permite su medición, por lo cual la utilización de técnicas cuantitativas para su análisis es compleja.

Una vez iniciada la carrera política, quienes quieren tener una trayectoria más prolongada en el tiempo despliegan estrategias de capitalización de su posición que admite tres posibilidades: en primer lugar, existe la opción de mantenerse fiel al partido en el cual comenzaron su andadura, a la espera de ir quemando sucesivas etapas en donde consigan experiencia y ganar cuotas de poder, lo cual incrementa el capital; en segundo término, pueden cambiarse a otro(s) partido(s) porque desaparezca el partido en el cual iniciaron su andadura o porque les ofrezcan mejores posibilidades de progreso y donde se sientan más cómodos de acuerdo generalmente con postulados ideológico-programáticos compartidos, un escenario que puede conllevar una merma de capital; y, en tercer lugar, mantenerse independientes de toda oferta partidista, valorando por encima de todo precisamente su grado de independencia.

Asimismo, los mecanismos de continuidad al uso son tres: la incorporación a procesos electorales gracias a los cuales la carrera se va consolidando en el terreno representativo; la designación en puestos de confianza que supone una minusvalía en la autonomía por depender de decisiones de otros; y una combinación de ambas, lo cual viene a significar el salto de puestos del Legislativo a otros del Ejecutivo.

En este escenario deben tenerse en cuenta aspectos institucionales como los sistemas electorales, pues hay una diferencia enorme entre aquellos de naturaleza mayoritaria donde el capital individual juega un mayor papel al tratarse de comicios directos, en los que el electorado identifica perfectamente al candidato, con los de cariz proporcional, máxime si las candidaturas son cerradas y bloqueadas, en cuyo caso el carácter fiduciario del partido adquiere un papel preponderante.

También debe considerarse el tipo de régimen político en la medida en que en muchos regímenes presidenciales no es posible compatibilizar un puesto en el Legislativo con otro en el Ejecutivo. En fin, la existencia de niveles infra y supraestatales que escalonan la carrera es otro escenario a tener en cuenta (Real-Dato y Jerez, 2009).

Como enseguida se verá, existe también la posibilidad de definir una carrera política “a saltos”, donde se entre y salga de la actividad política manteniendo el nivel del capital político acumulado. En este caso, se abre un proceso de “puerta giratoria”, según el cual el personal político pasa al ámbito privado para, en su caso, retornar pasado un tiempo a la vida política.

El final de la carrera política

El final de toda carrera política brinda la posibilidad de integrar el capital poseído, rentabilizado o no, con los propios mecanismos de salida. En el balance de la carrera política, y con independencia de que su final hubiera sido previsto o no de una manera determinada por el actor, concurren situaciones diferentes que pueden deslindarse por un criterio de clasificación muy simple, consistente en si el político rentabilizó o no su paso por la política para mejorar su situación laboral (y por ende, económica) respecto al momento inicial de la carrera. Los políticos que se jubilan por completo o que retornan al mismo puesto de trabajo que inicialmente tuvieron, no rentabilizan en términos económicos su carrera política, si bien pueden haber acumulado una ingente dosis espiritual y de satisfacción moral y la jubilación política supone normalmente mayores ingresos que la del promedio de la ciudadanía.

Por el contrario, sí rentabilizan económicamente su capitalización política gestada a lo largo del tiempo quienes cambian de trabajo a uno diametralmente diferente al que ejercían antes de entrar en política y cuyas condiciones son mejores en aspectos tanto salariales como sociales; en segundo término, quienes pasan a desarrollar una actividad laboral cuyo desempeño tiene cierto tipo de vinculación política; y por último, quienes lo transfieren a terceros, como es el caso de cónyuges o de descendientes.

Este escenario de rentabilización del capital político acumulado se da en consonancia con la existencia de cinco mecanismos de salida, dejando de lado el fallecimiento o la baja definitiva por causa de enfermedad; los que mayor interés político tienen son: el retiro voluntario, la derrota electoral, la pérdida de confianza por parte de la(s) persona(s) o el organismo que conformaron el selectorado o de los que provino la designación y que se puede situar tanto en el nivel popular como en el partidista, y la inhabilitación.

El tiempo como sustrato del capital político y el factor económico en la carrera política

Toda carrera política tiene una dimensión temporal durante la cual el capital político se expande o se contrae. Hay una apuesta decidida en torno a la idea de que se configura un continuo cronológico definido por el tiempo que se está en la política, correlacionándose positivamente con la mayor socialización del político7 incrementando su capital político, lo cual a su vez contribuye a una mayor profesionalización.

Este es un aspecto también subrayado por Goldberg (2007) en su célebre paradoja de la sabiduría, al defender que ésta se alcanza con la edad en detrimento de otras funciones mentales como son la memoria y la pérdida de la capacidad de concentración. De igual manera hay una correlación negativa cuando se trata de relacionar la actividad política a tiempo completo y la conciliación de la vida familiar; aspecto en el cual las mujeres se ven seriamente afectadas habida cuenta de la masculinización de las pautas dominantes en política.

Pero el tiempo en política es diverso. Puede ser a saltos, continuo o de por vida, contribuyendo a diferenciar, por tanto, al personaje cuya presencia en la política consistió en entradas y salidas en distintas ocasiones, de aquel que fue constante a lo largo de un determinado periodo (normalmente corto) y de quien dedicó toda su vida a la actividad política. El capital político se acompasa con cada una de esas circunstancias, viéndose afectado. La ecuación es clara en sendos aspectos, cuanta mayor exclusividad y cuanto mayor tiempo continuado de dedicación a la política, mayor nivel de actividad habitual a la política y en cierta medida mayor grado de profesionalización con la consiguiente posibilidad de incrementar el capital político.

La situación opuesta que define al político no profesional conlleva la dedicación parcial a la política y menor tiempo e intermitente de presencia en la misma debilitándose el capital político. El cruce de ambos niveles permite referirse a una matriz de doble entrada con distintas gradaciones y ubicar las diferentes situaciones de quienes se dedican a la política.

Este escenario es compatible, desde una visión de largo plazo, con la figura de alguien que esté en la política por un periodo acotado en una vida profesional, que puede extenderse por un lapso en torno a los 40 años en promedio en democracias consolidadas, reduciéndose a la mitad, por ejemplo, en las democracias andinas (Cabezas, 2012). En esta trayectoria vital caben diferentes modelos que dibujan, a su vez, distintos sistemas políticos.

La intensidad y el tiempo en la dedicación, o si se quiere la dedicación a tiempo completo y una dilatada experiencia, configuran una carrera política, ayudando a mantener cotas muy altas de capital político. La carrera recibe el calificativo de profesional cuando se incorpora la dimensión económica, es decir, el salario (“vivir de”) —que a su vez puede configurarse como una retribución regular mensual o mediante el pago de dietas de asistencia o a través de una combinación de ambos mecanismos— y aquellas otras prebendas complementarias que reciben los políticos como exención de impuestos, bonos de gasolina, billetes de avión, gastos de secretaría y fondos de pensiones, según los casos.

Aunque todo ello establece una maraña compleja de conocer, puede añadirse un último punto que recoge la gradación dentro del nivel de ingresos totales de quienes se dedican a la política, aquellos cuyo origen es exclusivamente público y, en su caso, los que en su momento provinieran de actividades que no se podrían llevar a cabo sin el concurso del capital político acumulado, como pueden ser las conferencias impartidas, los artículos o libros escritos y las consultorías realizadas. Igualmente otro aspecto a tener en cuenta se refiere a la existencia de algún tipo de indemnización tras dejar un cargo político o incluso la existencia de la prerrogativa de contar con una pensión vitalicia que pudiera tener la condición de excluyente de otro tipo de ingresos o no.

Consideraciones finales

El presente trabajo de carácter propositivo requiere que sus planteamientos sean testados por la evidencia empírica de las carreras de los políticos. En un escenario como el actual, donde un alto número de sistemas políticos acumulan décadas ininterrumpidas de práctica democrática en las que se han desarrollado carreras de larga data, la tarea no es complicada habiendo un acopio de datos relevante. Sin embargo, el grueso de la literatura sigue fijándose en carreras estancas, entendiendo por tales las de quienes se dedican a la tarea legislativa, a la ministerial o a la local de manera separada. Aquí lo que se propone es una visión del político y de su trayectoria a lo largo de su vida como unidad de análisis.

Además, la reciente crispación de muy diferentes sociedades respecto a los políticos (“¡que se vayan todos!”) y su anatema como personas que sólo se dedican a la política representando unos intereses ajenos al interés general (“no nos representan”) y con una actividad que la mayoría desconoce (“no hacen otra cosa”), hace de este un asunto de primordial interés para la Academia. Desde hace décadas se ha asentado en el panorama político la figura de los llamados políticos profesionales.

Por ellos se entiende a quienes reciben una remuneración por una actividad que realizan por haber sido elegidos mediante procesos electorales o por ser nominados por éstos en una relación de confianza, también lo son quienes llevan a cabo una actividad en una institución como es un partido político desde posiciones orgánicas. En su andadura configuran una carrera más o menos dilatada en el tiempo. Mediante un seguimiento riguroso pueden detectarse pautas de comportamiento a lo largo de esta carrera política que ayuden a entender la actual crisis en la representación política.

Tomar, por ejemplo, una cohorte de políticos de hace tres o cuatro lustros y analizar las tres etapas aquí consideradas es un ejercicio laborioso pero no imposible de llevar a cabo. Haciéndolo así se pueden entrelazar no sólo diferentes momentos vitales, sino la forma en que todo sistema político trabaja. Se requiere una visión menos estática de la que predomina en la mayoría de los estudios, aportando la perspectiva dinámica que trae consigo toda trayectoria.

La ciencia política cuenta con numerosos y muy valiosos trabajos sobre el reclutamiento de los políticos e incluso sobre su desempeño a lo largo del tiempo en diferentes funciones, tanto de carácter ejecutivo como representativo, de ámbito estatal o subestatal e incluso supraestatal, y entrelazadas. Una muestra de dichos estudios aparece recogida en la bibliografía de este artículo. No obstante, los estudios sobre el final del ciclo político no han sido prácticamente abordados. Las preguntas: ¿a dónde van los políticos?, o ¿en qué medida la política es un trampolín para alcanzar actividades profesionales que no se habrían conseguido por otra vía?, son cada vez más relevantes y no están siendo contestadas, salvo por análisis en los diferentes medios de comunicación fuera de marcos interpretativos con vocación teórica. En este sentido, uno de los pocos trabajos realizados como es el de Anderson (2010) no aborda, sin embargo, los pasos anteriores a la salida en el devenir político.

La inquietud en el análisis de las carreras políticas no sólo se detienen en la propia profesión que supone la actividad política (Alcántara, 2012), se conecta también con los trabajos de calidad de la democracia, habiéndose llevado a cabo una aproximación en esa dirección recientemente (Alcántara et al., 2016). Ello es así en la medida en que buena parte de la desafección y de la desconfianza actual de amplias capas de ciudadanos para con la democracia representativa tiene que ver con el desaforado enriquecimiento de muchos políticos que labran durante su actividad política un porvenir en circuitos a los que nunca habrían tenido acceso sin su paso por la política. Morlino (2014) ha puesto en evidencia este déficit en cuanto a que la calidad de la clase política es un elemento más constitutivo de la calidad de la democracia.

Finalmente, es necesario tener en consideración dos aspectos fundamentales vinculados al tiempo y al espacio, que deben incorporarse en futuras investigaciones con evidencia empírica. Existe una primera inquietud relativa al significado del capital político según diferentes épocas. No es lo mismo los momentos inmediatamente postransicionales que aquellos definidos por la estabilidad política y el crecimiento económico o los enmarcados en la gran recesión. Por otra parte, hay que tener en consideración el contexto configurado del entorno particular en función de características estructurales y/o institucionales diversas que ayudan a crear diferentes tipos de capital. Ambos extremos deben tenerse en cuenta a la hora de llevar a cabo aproximaciones empíricas al modelo aquí propuesto.

Referencias

Alcántara, Manuel (2012), El oficio de político, España: Tecnos. [ Links ]

Alcántara, Manuel (2013), “De políticos y política: profesionalización y calidad en el ejercicio público”, en Perfiles Latinoamericanos, núm. 41, México: FLACSO. [ Links ]

Alcántara Manuel et al. (2016), “Los presidentes latinoamericanos y las características de la democracia”, en Colombia Internacional, núm 87, mayo-agosto, Colombia: Universidad de los Andes. [ Links ]

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1Agradezco los comentarios y sugerencias del dictamen anónimo.

2Una primera versión del mismo se presentó en el Congreso de la Asociación Española de Ciencia Política (AECPA), celebrado en Sevilla en 2013. Igualmente debe destacarse su vinculación con el proyecto de investigación “Congruencia política y representación: élite parlamentaria y opinión pública en América Latina”, financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad. Ref.: CSO2012-39377-C02-01.

3Un aspecto teórico apuntado por Katz y Mair (1992) y vertebral en el trabajo para el caso español de Linz et al. (2000) o Jerez, Linz y Real-Dato (2013).

4También hay estudios monográficos nacionales entre los que se pueden enunciar para Argentina: Carizo (2002); para Bolivia: Romero Ballivián (2009); para Brasil: Avelar (2001) y Samuels (2003); para Chile: Cordero y Funck (2011); para México: Camp (1995); para Perú: Dargent (2009); para Uruguay: Chasquetti (2010); para Centroamérica: Martínez Rosók4n (2008).

5Y sobre lo que cada vez hay más evidencia empírica como lo prueba el trabajo Xia et al. (2015) que defiende en que forma las decisiones en el voto están influidas por “primeras impresiones” que los electores tienen de los candidatos siendo las mismas “construidas” en el cortex órbitofrontal de nuestro cerebro.

6En virtud de la asociación del liderazgo con rs4950, un polimorfismo nucleótido que reside en un gen receptor neuronal (CHRNB3) (De Neve et al., 2013).

7“After a person has been in a party for some time, in all countries, at least in democratic systems, social contacts, friendships, personal recognition, the fun of campaigns become more important. This finding suggests a basic similarity in the party socialization process across systems” (Eldersveld, 1989: 11-12).

Recibido: 29 de Febrero de 2016; Aprobado: 24 de Septiembre de 2016

Manuel Alcántara Sáez. Doctor en Ciencia Política y Sociología por la Universidad Complutense. Actualmente Catedrático de la Universidad de Salamanca. Principales líneas de investigación: élites parlamentarias, partidos políticos y elecciones en América Latina. Publicaciones recientes: Alcántara Sáez, Manuel, El oficio de político, Madrid: Tecnos (2012); Alcántara Sáez, Manuel, Sistemas políticos de América Latina, Madrid: Tecnos (2013); coeditor con Tagina, María Laura, Elecciones y política en América Latina (2009-2011), México: Miguel Ángel Porrúa (2013).

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