Introducción1
Las transformaciones de la sociedad contemporánea han evidenciado una serie de consecuencias negativas para la población en general. Distintos estudios se han detenido en exponer las consecuencias del proyecto de la modernidad y la racionalidad económica capitalista, por ejemplo, en el deterioro del medioambiente (Leff et al., 2002), la explotación material y cognitiva en el mundo del trabajo (Blondeau et al., 2004), la colonización de los territorios indígenas y la falta de reconocimiento de sus habitantes (Rivera-Cusicanqui, 2010), las guerras y sus manifestaciones psicológicas con base en el miedo (Benedicto, 2007), la descomposición del lugar (Escobar, 2000), entre otras situaciones que evidencian cómo el desarrollo económico pasa por sobre la conservación de la vida en el planeta (Gaona, 2000).
La conciencia del impacto del modelo económico actual impulsa a muchos sujetos afectados a reaccionar ante la noción de desarrollo hegemónica con propuestas orientadas a la sustentabilidad y la solidaridad (Gaona, 2000). A partir de estas miradas críticas, repensar las formas de habitar el planeta se ha vuelto protagónico y ha permitido la emergencia de iniciativas de empoderamiento social para promover cambios radicales (Zibechi, 2007).
En esta dirección, se reconoce la existencia de distintos movimientos sociales, los cuales, por su trayectoria, cuentan con un repertorio de acciones basadas en la colectividad. Sin embargo, se reconoce también la existencia de nuevas iniciativas que presentan como un elemento distintivo respecto de los antiguos movimientos: su foco en el individuo en tensión a su afán comunitario. En estos esfuerzos, el territorio ocupa un lugar fundamental para ensayar, a escala microsocial, nuevas formas de vida, las cuales, en una orgánica comunitaria, buscan la transformación de la sociedad (Salamanca y Silva, 2015).
Poner a la comunidad en el centro de las respuestas locales no es un asunto nuevo para las ciencias sociales, pues hay extensas propuestas para su comprensión. Empero, centrar a la comunidad en los esfuerzos por construir alternativas territoriales frente al poder homogeneizador del capital, tiene una función más específica y se puede delimitar bajo la noción de comunidades intencionales utópicas; esto es, agrupaciones humanas cuyos miembros se asocian voluntariamente con el propósito de vivir más allá de lo que es común en la sociedad dominante, adoptando una alternativa social y cultural que es ideada en forma consciente y planificada (Meijering, 2012).
Entre las características definitorias de las comunidades intencionales, se destaca un carácter colectivo articulado por objetivos y propósitos en común, en torno a la concreción de una utopía en un emplazamiento territorial (Leafe, 2003). La utopía recoge una serie de mundos sociales que tensionan las formas convencionales del ejercicio del poder, con la capacidad de provocar rupturas con las concepciones de mundo y representaciones de lo real. Es el mismo orden existente el que desarrolla el escenario para la emergencia de utopías, que, en su debido tiempo-espacio, rompen las condiciones que hay para luego fraguar los escenarios del próximo orden. Las utopías, por tanto, se desarrollan y actualizan en un contexto social, político e ideológico determinado, estando implicadas en escenarios amplios de acción social (Facuse, 2010).
Debido a esto, las distintas motivaciones por las que se conforman las comunidades intencionales dependen del momento histórico en el cual surgen y de las características de la sociedad a la que responden. Interpelan y marcan un contrapunto a nivel ideológico y praxeológico, desde la perspectiva de su proyecto utópico, con los valores que sustentan los modos de vida hegemónicos. Se ha constatado que las orientaciones de las comunidades intencionales se fundamentan en valores diversos, entre los cuales resaltan los ecológicos, espirituales y religiosos (Choi, 2008) y han sido un contrapunto relevante a lo largo de la historia de la sociedad occidental.
Hemos reconocido en la literatura una temporalidad en el surgimiento de comunidades intencionales utópicas y proponemos una mirada general a partir de los reportes empíricos que distintos autores han realizado. Un primer momento asocia el surgimiento de las comunidades intencionales en los kibbutz judíos, estas experiencias fueron comunas agrícolas que comenzaron a instalarse en las últimas décadas del siglo XIX por migrantes, principalmente, de origen ruso (Montoya y Dávila 2005).
La creación de kibbutz judíos, como experiencia comunitarista, se fundamenta en una economía avanzada basada en la agricultura, la cual permitió alcanzar un alto grado de igualdad entre sus miembros (Morales, 2000). El objetivo de los kibbutz fue compatibilizar la expectativa sionista con la búsqueda de un nuevo hombre, concretando prácticas económicas y espirituales (Maestre, 2003; Achouch y Morvan, 2012). Su impacto político fue relevante, se advierte que “estas comunidades utópicas fueron parte del esfuerzo sionista para crear un Estado judío en Palestina, y sus miembros se vieron a sí mismos como la vanguardia ideológica del movimiento” (Montoya y Dávila, 2005: 37 ).
Un segundo momento del surgimiento de comunidades intencionales se establece en Europa, en la segunda mitad del siglo XX, y se relaciona con una serie de crisis económicas y sociales que, junto con la consolidación de movimientos antisistémicos, generaron algunos ejemplos de organización y producción espacial alternativos a los valores hegemónicos vigentes, dentro de cada etapa específica del desarrollo capitalista; impulsando, en distintos lugares del mundo, múltiples experiencias comunitaristas basadas en el anarquismo y en diversas corrientes del socialismo utópico (De Matheus, 2013).
Como tercer momento, desde 1945 y hasta el final de la década de 1960, se observa la aparición de una nueva ola de comunidades intencionales vinculadas al movimiento hippie (Salamanca y Silva, 2015). Es en este momento cuando surge la denominación “comunidades intencionales”, por una red de comunidades de Estados Unidos. Varias de ellas seguían el modelo propuesto por el psicólogo conductista B. F. Skinner, en su novela Walden Two, publicada por primera vez en 1948 (Skinner, 1968)2 y que experimenta una visión utópica de la sociedad basada en el análisis aplicado del comportamiento (Altus y Morris, 2009). Se destaca en este punto que la mayor parte de las utopías modernas eran críticas profundas a la estructura de la sociedad occidental, y buscaron valores personales, autenticidad e individualidad (Ardila, 2004).
Un cuarto momento se establece a partir de la década de 1990, en la cual se observa un nuevo aumento en la creación y divulgación de comunidades intencionales orientadas a la sustentabilidad, por medio de prácticas agroecológicas como la permacultura. Estas nuevas prácticas suman técnicas de carácter híbrido, donde se articulan saberes locales tradicionales y tecnologías propias de la modernidad en torno a la agricultura (De Matheus, 2013). Estas comunidades se han denominado ecoaldeas y responden principalmente a la preocupación por el desarrollo sustentable y la promoción de valores, conductas y prácticas proambientales (Wang et al., 2015).
A partir del año 1995, algunas de estas iniciativas se articularon en una red llamada: Red Global de Ecoaldeas (GEN), agrupando a nivel internacional más de 14,000 iniciativas activas con presencia en Europa, América, Asia y África. Dicha red ha tenido un amplio alcance gracias a Internet, lo cual se reconoce en un gran número de páginas web, blogs, publicaciones impresas, y presencia en redes sociales de las distintas iniciativas vigentes (Pereira, 2013). Se ofrecen talleres, visitas, cursos, productos y servicios a un público cada día mayormente interesado en sus propuestas e incluso se articulan con redes locales.
Debido al aumento de estas iniciativas a nivel mundial, reconocemos en la literatura un quinto momento que considera a las ecoaldeas como comunidades constituyentes de un movimiento social de carácter global, constatando un repertorio de acciones propio y distintos niveles de participación en su acción colectiva.
Se advierte que los modos de participación dependen del “tipo de vínculo y el grado en que los participantes se involucran con el movimiento” (Pereira, 2013: 405 ). Los roles son diversos y el espectro puede involucrar desde los residentes fundadores a socios, alumnos, voluntarios, visitantes y clientes. De esta forma, los distintos roles, además de describir el vínculo de los participantes con la ecoaldea, hablan de su relación con el entorno (Pereira, 2013).
Por otro lado, se reconocen prácticas que permiten, desde un punto de vista simbólico, fortalecer la cooperación en relación con el proyecto compartido y desarrollar una identidad colectiva, articulando redes y creando espacios educativos para transmitir herramientas y establecer modelos de trabajo locales y virtuales. Muchas veces estas redes tienen un carácter internacional, y los espacios educativos generados posibilitan, al mismo tiempo, transmitir un discurso que tiene como fin visibilizar, educar y demostrar otras formas de vida (Pereira, 2013).
Un sexto y último momento identificado en la literatura considera a las comunidades intencionales como instancias productivas para el desarrollo sustentable, debido a que han sido reconocidas como prácticas de sustentabilidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y se han instaurado como espacios de turismo sustentable (Rajović y Bulatovic, 2015) y como otras aplicaciones del mundo productivo (por ejemplo, producción de energías limpias, agricultura orgánica, uso del agua, etc.), entendiéndolo, inclusive, como una instancia de turismo rural (Kiefferk, 2018).
En este punto se han expresado críticas en torno a las limitaciones materiales que estos asentamientos sortean para concretar la transformación social, debido a su imbricación con la sociedad capitalista, que, a su vez, es su objeto de crítica (Fotopoulos, 2000). Así, las comunidades agrupan una variada gama de proyectos incluyendo comunidades que contienen formas de comercialización encubiertas, es decir, intentos por hacer más benevolente el proyecto de la modernidad, en especial su dimensión económica. En otros escenarios se comportan como espacios de ruptura con la normalidad circundante, donde se manifiesta un orden espacial alterno y se practica la diversidad. Siguiendo a Cenzatti (2008) , las comunidades intencionales se pueden localizar en alguna posición cambiante de un continuum entre la invisibilidad, la marginación, la reafirmación de la diferencia y la cooptación, vía una controlada inserción de cuerpos en la maquinaria de producción capitalista.
De acuerdo con los distintos momentos de desarrollo de las comunidades intencionales, es posible advertir que la función histórica de estas ha variado. En todos los casos se reconocen elementos comunes: existe una interpelación a la sociedad hegemónica en la cual se insertan y responden a esta con nuevos diseños de sociedad concretados en prácticas territoriales cotidianas. Cabe destacar que los distintos estudios señalan el importante rol que juegan dichas comunidades en el diseño utópico de sociedades que pretenden ser más justas y equitativas entre sus miembros, así como también el impulso valórico procedente de la utopía que les moviliza para concretar sus propuestas de transformación.
Un asunto central y que marca un contrapunto entre las experiencias comunitarias de décadas anteriores con las comunidades intencionales contemporáneas, tiene que ver con que, en sus intentos por realizar un mundo mejor, se despliega una serie de herramientas de comunicación, situación que no es exclusiva de estas, pero que en otros contextos su uso está asociado con la posibilidad de generar contenidos adecuados a los intereses y necesidades, en un ejercicio de ciudadanía comunicativa (Cerbino y Belotti, 2016). Estos contenidos pueden ser generados en distintos formatos para ser divulgados por Internet (por ejemplo, textos, imágenes y audiovisuales), con el objetivo de influir, ya sea por contagio emocional o simpatía, en la identidad de otras personas (Serrano-Puche, 2016).
Lo anterior implica una conciencia en el uso de medios y de la influencia de estos en las personas, así como la posibilidad de difundir otras formas de organización social, más justas y democráticas (Pérez-Latre, 2004). Es decir, la comunicación mediada tiene un fin educativo orientado al cambio social, expresando aspiraciones, necesidades y formas de organización para alcanzar metas por medio de un proceso dialógico que genera conocimiento y acción (Barranquero, 2007). Dichas expresiones configurarían un discurso como una práctica social articulada a la configuración ideológica de la sociedad (Giménez, 1981).
En este contexto, las comunidades intencionales utópicas utilizan Internet para proyectar alternativas vigentes que permitan pensar, experimentar y difundir otras formas de sociedad, otras formas de ser individuos y otras prácticas desde lo local al concierto de la globalidad. A partir de lo anterior y constatando el uso de la comunicación mediada como un complemento que nos posibilite acceder a la cotidianidad de las personas participantes de comunidades intencionales utópicas, el presente estudio se propone conocer cuáles son los discursos de comunidades intencionales en Chile. Interesa centrarse en casos chilenos, ya que a este país se le considera un caso paradigmático, donde a principios de la década de 1980 experimentó la implementación de uno de los programas más radicales de liberalización económica del mundo, al poner en libertad todo el poder de los mercados (Borzutzky, 2005).
La ciencia racionalista de orientación tecnocrática y la autonomía individual constituyen el núcleo de este modelo de desarrollo, que adquiere plena expresión en el último cuarto del siglo pasado (Portes y Roberts, 2005). En una situación de liberalización generada de las fuerzas del mercado, el individuo expande sus niveles de autonomía y emerge un yo particularmente frágil, narcisista, esquizoide y desarraigado (Dávila y Domínguez, 2012). En dicho contexto es donde este trabajo aporta al estudiar los discursos que prevalecen en comunidades que deliberadamente buscan un desarrollo distinto y transitar hacia formas de vida más sustentables y humanas.
Estos grupos reivindican la comunidad como instancia de empoderamiento y resiliencia local para encauzar lazos sociales, esquemas de vida, referentes de identidad y alternativas sociales (Juffe, 2014; Lamana, 2013). Los experimentos utópicos concretados por las distintas comunidades se comprueban como una instancia de experimentación de vida comunitaria y de educación para el resto de la sociedad, cuestión en donde radica la relevancia de conocer sus discursos como instancias que anuncian otros mundos posibles, pero que al mismo tiempo conviven en tensión con la sociedad contemporánea.
Metodología
Para examinar los discursos de las comunidades intencionadas utópicas presentes en Chile, realizamos una distinción entre comunidades intencionales de orientación ecológica, espiritual y religiosa. Autores como Choi (2008) trabajan con distinciones similares para capturar la heterogeneidad del fenómeno y distinguir los ejes centrales que guían el actuar comunitario. La literatura muestra que el impulso religioso y espiritual informa la construcción utópica desde el pasado, mientras el impulso ecológico cobra particular fuerza a partir del último cuarto del siglo pasado. Estos tres impulsos centrales se combinan y recombinan de distinta manera y dan origen a la diversidad existente. Siguiendo un diseño de casos (Stake, 1999), el presente estudio utilizó dos técnicas cualitativas para indagar los discursos de las comunidades intencionales emplazadas en Chile: revisión documental (Vasilachis, 2006) y entrevistas a líderes de las iniciativas comunitarias.
La estrategia de revisión documental estuvo orientada por criterios de búsqueda que posibilitaron evaluar la dimensión del fenómeno de comunidades intencionales en Chile, para luego focalizar nuestro trabajo de campo en tres casos de estudio. Los criterios de selección fueron: documentos primarios (físicos o web) que anuncien y presenten públicamente comunidades que se definieran a sí mismas como intencionales, que articulen un discurso a partir de nociones o creencias ecológicas, religiosas y/o de cooperación como alternativa a la sociedad contemporánea, y que se trate de proyectos con vigencia hasta, al menos, el año 2017. En este primer procedimiento se identificaron 49 comunidades a lo largo del territorio nacional.
En segunda instancia, mediante un muestreo intencionado teóricamente (Valles, 1999), se eligieron tres comunidades que ilustran impulsos religiosos, espirituales y ecológicos. Los casos seleccionados buscan graficar la diversidad del fenómeno de comunidades intencionadas en Chile. Para profundizar en los matices entre cada caso estudiado, y dado nuestro interés por el discurso de los participantes, se realizaron tres entrevistas abiertas orientadas temáticamente, las cuales se plantearon en el formato de una conversación que permitió ahondar en los tópicos indagados (Valles, 1999).
Dichas entrevistas tuvieron una duración variable (entre dos y tres horas), ya que se efectuaron en diversas oportunidades durante el trabajo de campo con los líderes y/o voceros de las iniciativas investigadas. Como consideración ética, los nombres de las comunidades y los participantes han sido cambiados con el fin de resguardar su confidencialidad (Noreña et al., 2012). La Tabla 1 3 muestra las características de dichas comunidades.
La metodología para responder a nuestro objetivo fue el análisis del discurso. En este caso, el discurso se concibe como una práctica social institucionalizada que remite no solo a situaciones y roles intersubjetivos en el acto de comunicación, sino también a una premisa cultural preexistente, relacionada con un sistema de representaciones y de valores, cuya articulación dentro de la sociedad define la formación ideológica de esta (Giménez, 1981). De acuerdo con lo anterior, las palabras de las personas participantes de las comunidades investigadas se comprenden como la manifestación concreta del discurso, en tanto proceso de su actividad lingüística; en este caso, los contenidos de los documentos (físicos y web) y las propias palabras de los/las participantes.
Operativamente, el análisis se detiene en la información textual declarada de forma explícita por los/las participantes, ya sea en sus documentos (páginas web) o en sus declaraciones realizadas en la situación de entrevista, examinando tres ejes discursivos: sí mismo, sociedad y sus prácticas. Los procedimientos de análisis en un primer momento identificaron argumentos centrales, mediante un ejercicio de codificación abierta de los discursos, con el objetivo de describir textualmente “de quién se habla” y “qué se dice”, obteniendo una caracterización preliminar con base en el análisis de documentos.
Después, dicho análisis se detuvo en identificar ejes del discurso en las entrevistas en profundidad, cuyo foco estuvo en reconocer los argumentos mediante el criterio de similitud (Giménez, 1981) con el interés de develar, sintéticamente, el sentido global en su extensión y representatividad respecto del tópico examinado en cada uno de nuestros casos.
Discursos de tres comunidades intencionales en Chile
Los discursos de las comunidades seleccionadas, tanto en sus documentos (web) como en sus entrevistas, grafican la heterogeneidad del fenómeno estudiado y exponen información de gran relevancia en torno a los ejes de análisis: visión de sociedad, de sí mismos y sobre sus prácticas. Se entiende por visión de sociedad a los enunciados que el discurso público de cada comunidad intencional considera como negativos de la sociedad actual y a los que expongan elementos fundamentales proponiendo un diseño social diferente, lo cual configure su propuesta utópica (véase Tabla 2).
En todos los casos, la visión de sociedad de las comunidades mantiene una relación con la naturaleza como nodo central de las propuestas. Sin embargo, hay matices en cada una. La Comunidad del Bosque entiende la relación con la naturaleza como un escenario que se debe intervenir de manera respetuosa para crear espacios productivos en beneficio de las comunidades. La Comunidad del Río entiende la relación de la naturaleza como una instancia espiritual y de conexión tanto con lo natural como con el potencial humano.
En tanto, la Comunidad del Valle asume una relación con la naturaleza con un fin de servicio asociado a la conexión espiritual con una deidad, así como al cuidado de la salud por medio de la alimentación, el ejercicio físico y la espiritualidad. También existe coincidencia en que utilizan saberes técnicos y tradicionales para hacer un diagnóstico crítico de la sociedad y para articular propuestas viables. En el primer caso se reconoce un discurso asociado con la sustentabilidad; en el segundo, una relación con saberes espirituales ancestrales, junto al discurso terapéutico, en donde toma protagonismo el sí mismo. En el tercer caso, se reconoce un discurso asociado con la sustentabilidad, la psicología profunda y la religión.
En relación con la visión de sí mismos, los casos de estudio enuncian en sus discursos características distintivas de los participantes de cada comunidad, expresando roles, motivaciones y propósitos referidos al ser (véase Tabla 3). La visión de sí mismos, presentada por las comunidades estudiadas, resalta la importancia de los vínculos y la familiaridad. Esto se puede apreciar en las descripciones sobre la comunidad, las cuales reflejan la cercanía entre sus miembros. En el caso de la Comunidad del Bosque, además, aparecen otros roles diferenciados de las demás experiencias: el rol de expertos y el de ejemplos de buen vivir son centrales para una caracterización de sí mismos, ya que validan sus conocimientos mediante la especialización técnica certificada.
La Comunidad del Río también presenta un matiz, atribuyéndose el rol de “custodios de la madre tierra”, asumiendo una relación espiritual con el entorno que tiene implicancias prácticas en la conservación ecológica del mismo. Mientras, la Comunidad del Valle se presenta como facilitadora de un proceso de conciencia ecológica y religiosa mediante el cuidado del cuerpo, la mente y el espíritu. En todos los casos se constata la atribución de roles que posicionan a los integrantes de la comunidad como agentes de transformación social, a partir de su experiencia y la propia transformación del sí mismo.
Respecto a las prácticas declaradas por las comunidades intencionales, estas exponen concreciones materiales de su forma de vida como un experimento social, que tiene el fin de mostrar evidencia sobre las posibilidades de realización. Esto no solo se encuentra expresado textualmente; también en las propias palabras de los/as entrevistados/as se puede reconocer un repertorio de acciones locales que buscan mostrar su iniciativa a otras personas (véase Tabla 4). En las prácticas declaradas por los participantes de las comunidades hay algunos elementos compartidos: se mantiene el vínculo respetuoso con la naturaleza, esta sigue siendo foco de cuidado y conservación para los tres casos. Los elementos diferenciadores comienzan cuando se devela lo que permite esta relación comunidad-naturaleza para cada caso.
Para la Comunidad del Bosque, las distintas prácticas declaradas se encauzan hacia la educación y divulgación de un modelo de sociedad orientada por el discurso de sustentabilidad productiva, se reconoce el espacio comunitario como un lugar que permite el aprendizaje colectivo, y la web como una estrategia útil para atraer a personas interesadas en la transición hacia la sustentabilidad.
Las prácticas declaradas por la Comunidad del Río se orientan a la conservación de la naturaleza, a pequeñas iniciativas de cultivo, al descubrimiento y evolución de sí mismos mediante prácticas y rituales. Por su parte, la Comunidad del Valle declara prácticas de devoción, servicio y respeto por el otro. Para lograrlo se plantean como un templo que al mismo tiempo funciona como espacio de visitas turísticas, promueven la alimentación vegetariana y la práctica de yoga.
En todos los casos investigados existe una mediación del dinero para la participación de otras personas en las actividades que realiza cada una de las comunidades, cuestión que es explicitada por estas. Sin embargo, también se promueve el comercio justo e incipientes formas alternativas de economía local. Para el caso de la Comunidad del Valle, se fomenta una visión de austeridad que relega el dinero a un segundo plano de la mediación de las relaciones cotidianas.
En síntesis, los resultados evidencian que la visión de sociedad de la comunidad ecológica (Comunidad del Bosque) está dirigida hacia la sustentabilidad y la autogestión comunitaria. La propuesta de sujeto habla de individuos responsables de iniciar la transición hacia la sustentabilidad en sus entornos. Sus prácticas consisten en producir recursos necesarios que garanticen la autonomía en distintas esferas de la vida cotidiana, como, por ejemplo, alimentación, energía, etcétera.
En el caso de la comunidad espiritual (Comunidad del Río), la visión de sociedad se basa en el apoyo y cuidado entre los miembros, en una búsqueda dirigida a la espiritualidad y a formas de vida más sustentables. La propuesta de sujeto es un individuo con el deber de cuidarse a sí mismo, preocuparse por su salud y la evolución de su conciencia. Las prácticas se articulan en función de terapéuticas diversas que desarrollan con poca frecuencia en encuentros programados para reunir a los miembros y amigos de la comunidad.
Finalmente, la comunidad religiosa (Comunidad del Valle) se basa en un estilo de vida inspirado en una relación místico-trascendental con la naturaleza y los antepasados; los participantes evidencian una entrega a un propósito superior al que se contribuye como individuos. Las prácticas destacadas se dan en función de la devoción, rituales y simbolismos de difusión y mantención de la espiritualidad.
Conclusiones
El principal hallazgo de este estudio es la intención comunicativa de las distintas comunidades por exponer públicamente el sentido otorgado a lo comunitario y con ello su propuesta utópica de sociedad. Aunque la literatura lo ha señalado (Pereira, 2013), los discursos de estas se muestran como una instancia de presentación de sus valores y de divulgación de sus prácticas. Con este propósito, las experiencias cotidianas ofrecidas por las iniciativas comunitarias se complementan con entornos virtuales, que buscan dar a conocer sus actividades a personas interesadas en la relación con la naturaleza y la transformación positiva de la sociedad. En cada caso hay información clara que permite, a modo general, comprender la propuesta planteada por cada comunidad. Esta información cumple un rol educativo para el visitante, in situ o en la web, en donde, además de educar, brinda orientaciones para quien quiera involucrarse, facilitando el acceso a visitantes y voluntarios que deseen formar parte del diseño social que proponen.
El discurso de las tres comunidades intencionales estudiadas parece responder transversalmente a la crisis ambiental, cuyo origen se atribuye a la sociedad capitalista y avizora consecuencias devastadoras para la sustentabilidad de las nuevas generaciones (Gaona, 2000; Leff et al., 2002). Esta reacción no es aislada, ya que a lo largo de la historia de Latinoamérica y, en concreto, de Chile se ha constatado la existencia de diferentes movimientos sociales que destacan por ser proyectos colectivos orientados al bienestar de las mayorías populares (Zibechi, 2007).
Dichos movimientos han sido complementados por nuevas formas de respuesta concretadas en las comunidades intencionales reducidas en número. Sin embargo, en los casos de estudio presentados se comprueba el hecho de que, al margen de los matices, el objetivo declarado en los discursos de estas iniciativas es fundar un nuevo estilo de vida en comunidad, ensayar nuevos modelos de sociedad y construir un espacio donde los proyectos personales se materialicen, reemplazando, con todas las implicancias políticas que esto pueda significar, el lugar de las viejas utopías latinoamericanistas por utopías dirigidas a la reinvención individual en el contexto de una vida comunitaria.
A partir del discurso de las comunidades intencionales, se puede comprobar que se presentan a sí mismas como espacios heterotópicos, es decir, como espacios diferentes, pero al mismo tiempo integrados a la sociedad a la cual responden (De Matheus, 2013). Muestran una hibridez respecto a las características de la sociedad contemporánea, articulando elementos discursivos contrarios a su organización hegemónica, basada en el proyecto de la modernidad, en interacción con discursos y prácticas de gran importancia para el funcionamiento de esta; un ejercicio híbrido de resistencia y funcionalidad con la sociedad capitalista.
Esto se puede evidenciar en las relaciones interdiscursivas que articulan en las distintas visiones expuestas en los casos de estudio. Un elemento que es transversal a la distinción inicial de las comunidades es el uso de discursos científico-técnicos, entendidos como saberes disciplinarios propios de la ciencia con orientación tecnocrática. Estos son utilizados para argumentar las diferentes dimensiones analizadas y, dependiendo del caso, se articulan contradictoriamente a saberes tradicionales o ancestrales y se ocupan para los propósitos de la comunidad.
Para el caso de la comunidad ecológica (Comunidad del Bosque), persiste el discurso técnico de la sustentabilidad y la agroecología, el cual, al mismo tiempo, es transversal en los tres casos. En el de la comunidad espiritual (Comunidad del Río), destacan discursos terapéuticos de expansión de la conciencia, amistad y familiaridad; y en el de la comunidad religiosa (Comunidad del Valle), toman relevancia los saberes tradicionales de la religión como un orientador de la verdad.
Otro aspecto importante es el emplazamiento territorial y la permeabilidad de estas comunidades respecto al contexto donde se insertan. Ello se puede apreciar en sus prácticas que se fundamentan específicamente bajo el discurso de un modelo de educación colaborativa, orientado hacia la disputa sobre el diseño de la sociedad ideal. Esto se complejiza al sumar el espacio virtual, donde la comunicación mediada en Internet es un punto central en la visibilidad y promoción de las propuestas de cada comunidad. Con el uso de Internet, se destaca la articulación de redes y la internacionalización de las propuestas en un discurso heterogéneo proyectado a escala global.
En este sentido, se ha advertido que la comunicación mediada, utilizada por este tipo de comunidades, ha permitido que se destaque el potencial de cambio de la sociedad por medio de la concreción de proyectos colaborativos en distintas latitudes del mundo (Pereira, 2013). Pero al mismo tiempo dan cuenta de una conexión con dinámicas propias de la sociedad neoliberal a la cual responden. Las distintas experiencias evidencian propuestas para —ser en el mundo— que tensionan la racionalidad dominante en la sociedad chilena. Se proponen visiones alternativas a una sociedad de consumo, de competencia e individualismo. Se desarrollan prácticas que buscan tensionar la racionalidad moderna y demostrar la viabilidad de vivir de forma distinta y, sobre todo, de vincularse de otros modos con la naturaleza.
Sin embargo, estas iniciativas intencionales también muestran una reconfiguración de lo comunitario, en donde la persona cobra centralidad en un proyecto colectivo que se dirige al desarrollo y/o evolución de capacidades personales, que, aunque con matices, tributan a un proyecto idealista de transformación de la sociedad. Sin dudas, estas comunidades brindan la posibilidad de analizar las formas de ser persona en un proyecto societal fisurado, que, fundado en la racionalidad moderna, muestra síntomas de su agotamiento e impulsa quiebres en el ser y en el convivir.
En este punto, coincidimos con Rogel y Aguado (2000) sobre la imposibilidad del discurso del desarrollo sustentable, por ejemplo, para atacar los presupuestos del proceso de valorización del capital y con ello la imposibilidad del desarrollo sustentable para superar el proyecto de la modernidad. Cuestión que tiene sus resonancias en este tipo de comunidades, a pesar de “reincorporar el papel del sujeto como productor de sentido en el proceso de interacción con la naturaleza desde una vertiente ética y estética” (Rogel y Aguado, 2000: 189).
En sintonía con lo anterior, la literatura ha comenzado a señalar la emergencia de espacios comunitarios que paradójicamente permiten el desarrollo de un proyecto utópico centrado en el individuo (Zunino y Huliñir, 2017). Los discursos de las tres comunidades descritas dan cuenta de una propuesta de sujeto nuevo, empoderado, reinventado y capaz de generar transformaciones sociales a partir del cambio individual. Este tipo de empoderamiento personal es posible gracias al conocimiento y cuidado de sí mismo en un movimiento híbrido que permite transitar a otros modelos de sociedad en la seguridad de la sociedad capitalista. Esto se concreta en las prácticas declaradas por las comunidades, actuando como individuos críticos frente a las exigencias de producción y consumo de la sociedad contemporánea, buscando experiencias espirituales y de expansión de la conciencia, así como formas de relación con la naturaleza que aseguren su conservación.
Sin embargo, estas experiencias se muestran mediadas por prácticas propias de la privatización y espectacularización de la naturaleza (De Matheus et al., 2017) y desconocen variables como la clase social como condición para su materialización. Por último, observamos la oportunidad de iniciar nuevos estudios sobre las características de los sujetos que se involucran en dichas iniciativas comunitarias y sus prácticas híbridas en la producción/reproducción del proyecto de la modernidad y su cotidianidad neoliberal.