Introducción
El estudio de la población joven es de gran interés para diversas disciplinas que forman parte de las ciencias sociales. El siglo XX y lo que llevamos del XXI han sido altamente fructíferos para estudiar a la juventud y a un gran número de fenómenos y procesos que se entrecruzan con ella. El presente artículo centra su interés en la agricultura como estrategia laboral.
Por mucho tiempo, analizar a la población joven del medio rural no fue tema de interés para las ciencias sociales (de Guevara, 2019; Cruz y González, 2014) . La población joven se visibilizaba sólo a través de investigaciones en el medio urbano. Esas aproximaciones la describen a partir de elementos culturales como las agrupaciones de jóvenes (banda), o su sentido de pertenencia a una expresión cultural y/o social, pero siempre desde contextos urbanos o periurbanos (Feixa, 2012) . Si bien los primeros acercamientos y descripciones de la población joven parecen representar la realidad de este grupo etario, sus dinámicas sociales no son las mismas para el sector urbano que para el rural, ya que quienes pertenecen a este último también son aquejados por prejuicios, desigualdades, discriminaciones y estigmas.
La dicotomía ampliamente difundida de los espacios urbano y rural, si bien ya no está vigente dentro del ámbito académico, parece sí estarlo en las microesferas sociales (Berardo, 2019) . Actualmente podemos ubicar espacios urbanos, periurbanos y rurales, e incluso enfoques analíticos como el de nuevas ruralidades (Rojas 2020; Salinas y Sanmartín, 2020) ; sin embargo, las ideas que vinculan a lo rural con la agricultura, la ganadería y el campo siguen siendo una constante. Por tal motivo, el objetivo de este artículo es analizar las estrategias de sustento1 de la población joven y el papel de la agricultura en dichas estrategias. En relación con el concepto de sustento, se encuentra la noción de agencia, que es definida por Long (2007: 48) como:
La capacidad de procesar la experiencia social y diseñar maneras de lidiar con la vida, aun bajo las formas más extremas de coerción. Dentro de los límites de información, incertidumbre y otras restricciones (por ejemplo, físicas, normativas o político-económicas); los actores sociales poseen “capacidad de saber” y “capacidad de actuar”. Intentan resolver problemas, aprenden cómo intervenir en el flujo de eventos sociales alrededor de ellos, y en cierta medida están al tanto de las acciones propias, observando cómo otros reaccionan a su conducta y tomando nota de las varias circunstancias contingentes.
De esta manera, se conceptualiza un sustento que es tangible y representado principalmente en el aspecto económico o alimentario —producir para el autoconsumo— e intangible como el sentido de pertenencia a un lugar, aspectos identitarios —reconociéndose como agricultor/a—, la sensación de bienestar derivada de la producción de los propios alimentos, entre otros, posibilitado por la capacidad de acción, en este caso, de la población joven.
La literatura enfocada en el ámbito agropecuario y rural reporta un abandono del campo; en América Latina, 80.5% de la población vive en las ciudades, y en el caso mexicano, las estadísticas indican que cada vez más personas migran a “la ciudad” (INEGI, 2021; Grynspan, 2019; Carton, 2009) . Si bien ambas cuestiones son ciertas, la realidad es que el medio rural sigue siendo importante por los procesos que se gestan desde ahí: hoy en día no sólo las familias campesinas componen este espacio, las dinámicas actuales permiten que otros actores sociales converjan en él.
La integración de la agricultura a las estrategias de sustento de la población joven depende de la conformación de las trayectorias de vida. En este sentido, el presente artículo evidencia situaciones personales y familiares que ha experimentado la población joven y que permiten ejemplificar las diversas maneras en que la agricultura forma parte de la vida de los sujetos y llega a integrarse a sus estrategias de sustento.
Las juventudes rurales
Dentro de las ciencias sociales, los estudios sobre poblaciones se orientaron durante décadas a trabajar solamente con adultos, lo cual invisibilizó a los demás sujetos como mujeres, jóvenes y niños (Weisheimer, 2013) . Uno de los hitos que marcó la trayectoria en los estudios referentes a la población joven fue el fenómeno de los movimientos estudiantiles, que propició que los investigadores sociales se percataran de que este sector poblacional se encontraba desatendido, relegado y hasta invisibilizado (Marsiske, 2015) . Si bien dicho sector se hizo notar, esto no significó que toda la población joven fuese tomada en cuenta, ya que en un inicio la atención se focalizó en la de las urbes (Santillán y Pereyra, 2020) .
En la primera mitad del siglo XX, las investigaciones sociales en Latinoamérica estaban muy encaminadas por las pautas marcadas desde los estudios europeos. Los primeros trabajos relacionados a la juventud se abocaron a develar las problemáticas y características que aquejan a este sector, centrándose en el ámbito urbano, y sólo se limitaron a reconocer que existía otro sector de población rural, el cual a menudo se describe como vulnerable (Pérez et al., 2008) . En estudios posteriores a la segunda mitad del siglo XX en toda América Latina hubo un interés por profundizar de manera específica en situaciones de la juventud en el medio rural; en este sentido, países como Argentina, Colombia, Brasil y México lideran las investigaciones al respecto (Feixa, 2020; Injuve, 2020).
Una primera aproximación a la población rural joven se desarrolló desde parámetros como: etnicidad, condición sexual, entorno donde radica, edad, entre otros, siendo la edad el factor más socorrido, ya que también permite una segunda aproximación: la estadística. Pareciera que al emplear un rango etario se estandariza el concepto; sin embargo, la realidad es más complicada, debido a que oficialmente los organismos internacionales proponen un rango de entre los 15 y 24 años para establecer qué individuo es joven y cuál no (CEPAL/OIJ, 2004). No obstante, de manera interna cada país puede definir su propio rango;2 para el caso mexicano, todos los individuos entre los 12 y 29 años son considerados jóvenes (Imjuve, 2020).
Con base en lo anterior, se pueden tener dos tipos de estándares etarios parar decidir quién es joven y quién no; el nacional usado para las estadísticas de cada país y el empleado por organismos internacionales pueden variar dependiendo de la institución. Así, se tienen al menos dos parámetros para definir esta categoría, basándose solamente en la edad. Sin embargo, en trabajos de corte social, este concepto suele ser reconstruido considerando las características del lugar de estudio o algunos rituales que marcan la culminación de una etapa y el principio de otra (Costa et al., 2019; De Picciotto 2019) .
Los principales interesados en conocer los problemas que aquejan a la juventud, partiendo de un concepto basado en la edad para tener un estándar, son la academia, el gobierno y algunas Organizaciones No Gubernamentales (ONG). El primer sector evolucionó de los estudios de corte social que narraban la realidad, a otros cada vez más dinámicos y enfocados en temas actuales (Rebollo y Carreras, 2017) . El segundo sector se interesa en generar políticas y programas en pro de la población joven; en tanto, las ONG centran su esfuerzo en atender cuestiones específicas que aquejan al sector, las cuales pueden ser muy diversas, e intentan subsanar los huecos desatendidos principalmente por el gobierno.
Después de saber quién interactúa con los jóvenes, es necesario conocer sus problemáticas y desafíos para trazar directrices que solventen o aminoren tales dificultades. De acuerdo con Fandiño (2011) y el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred, 2018), los jóvenes enfrentan retos en cinco principales rubros: 1) exclusión social, 2) ciudadanía y políticos, 3) inclusión sin consentimiento, 4) derivado de los valores y 5) sobre la desesperanza del futuro. A manera de solución, Fandiño (2011) plantea el empoderamiento como posible respuesta, mientras que Conapred (2018) propone una cultura del respeto y mayor participación de las juventudes en la toma de decisiones que los atañen.
Podría decirse que la academia evidencia las problemáticas que aquejan al sector juvenil, en tanto que el gobierno, mediante sus instituciones, atiende y subsana problemáticas, a la par que legisla para que a futuro las dificultades sean cada vez menores. Por su parte, las ONG brindan atención a cuestiones específicas como la reinserción social, apoyo a víctimas y asuntos de salud pública. Aun cuando este es el esquema ideal, la realidad es desalentadora, ya que en el medio rural las condiciones de pobreza agudizan cada situación, desde la ausencia de instituciones hasta la invisibilidad de sus problemáticas, confundiéndolas con costumbres, como es el caso del embarazo adolescente (Madrid et al., 2019; Oxfam, 2016; Trucco y Ullman, 2015).
El aspecto económico es un factor decisivo en cualquier ámbito, y en el rural no es la excepción; las inquietudes y necesidades de la población joven están supeditadas a la disposición del erario, priorizando aspectos como salud, seguridad, vías de comunicación, entre otros, haciendo casi imposible la tarea de solventar todas las problemáticas. Por si fuera poco, las condiciones actuales derivadas de la pandemia de Covid-19 entre 2020 y 2021 dificultan y en muchos casos empeoran la situación de la población joven del medio rural, desembocando en falta de oportunidades, desempleo, precariedad laboral, entre otros problemas.
En el contexto latinoamericano, la información de la Organización Internacional del Trabajo (OIT, 2019), antes de los estragos de la pandemia, hacía referencia a una desaceleración económica regional que impactaba directamente en la creación y/o incubación de empleos nuevos, y en la calidad de los ya existentes, así como a un incremento del trabajo por cuenta propia y a una disminución del empleo asalariado en el sector privado, remarcando una ya precarización laboral en la región (OIT, 2019). Con la entrada en vigor de la cuarentena y su posterior aplazamiento, el empleo asalariado sufrió una merma considerable en contraparte al empleo informal y al desempleo que aumentaron (OIT, 2020a).
La crisis sanitaria afectó en mayor medida al sector juvenil, cuya tasa de desocupación pasó de 2.7% a 23.2%; es decir, uno de cada cuatro jóvenes perdió su empleo (OIT, 2020a). México no fue la excepción, según cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI, 2020), el desempleo juvenil creció a 25%. Como respuesta, en el medio rural se incrementó la cantidad de trabajadores por cuenta propia, el de trabajadores subordinados y remunerados dedicados a la actividad agropecuaria (OIT, 2020b). Este escenario muestra cómo cada vez la precarización laboral está presente.
En estudios como los de Lucatero y Gaxiola (2019) y Martínez et al. (2019) se evidencia dicha precariedad mediante las personas que laboran y prescinden de un contrato de trabajo, carecen de seguridad social y/o prestaciones de ley; con incursiones cada vez mayores de personas altamente capacitadas. Además, imputan como causante del fenómeno de la precarización a la flexibilidad laboral. Para cuestiones métricas suele relacionarse a esta precariedad con los índices de pobreza.
La agricultura familiar
Los sistemas agrícolas en México se clasifican principalmente de tres formas: la convencional, la tradicional y la orgánica. Cada una atiende a diferentes escalas y necesidades (Reyes et al., 2018) . Si bien puede decirse que en general la producción masiva es la que más derrama económica produce, no debe dejarse de lado la importancia de la agricultura tradicional como medio de sustento de las familias rurales campesinas; y, por último, pero no menos relevante, la agricultura orgánica que cubre una creciente demanda de productos certificados, agregándole más valor a este tipo de producción.
La agricultura convencional es la de mayor escala, por ende, es la que representa mayores volúmenes de producción y sirve de referente de la producción masiva; se enfoca al monocultivo, emplea maquinaria agrícola, agroquímicos y riego (González y Velasco, 2015; González, 2008). Es común dividir a este sistema en intensivo y extensivo: el primero hace referencia a maximizar la capacidad productiva en el corto plazo, empleando los recursos naturales disponibles en el lugar; mientras que el segundo ocupa métodos de producción masivos y utiliza semilla mejorada, fertilizantes, agroquímicos, riego, privilegiando la obtención de mayor cantidad de producto por unidad de superficie (Norzagaray, 2010) .
Para el caso mexicano, dentro de la agricultura convencional se perfilan productos como: aguacate, tomate, chiles, frutos rojos, pimientos, entre otros (SIAP, 2021; SADER, 2020). Dicha forma de agricultura está destinada a abastecer la demanda nacional y/o extranjera de granos, hortalizas y frutos. Sin embargo, al ser de producción masiva y cara, no es apta para todos los cultivos, especialmente desde el enfoque economista. Es decir, este tipo de agricultura representa, además de mayor producción, una importante fuente de ingresos para quien la ejerce.
La agricultura tradicional se caracteriza por amalgamar elementos tecnológicos con prácticas ancestrales de cultivo, de tal forma que se combina el reducido uso de agroquímicos con abonos de origen animal; la utilización limitada de maquinaria agrícola y/o uso de animales de tracción para realizar la actividad agrícola; no obstante, el riego puede o no estar presente. Cabe señalar que de este tipo de sistema deriva la alimentación de las poblaciones rurales (González, 2018; Cahuich, 2012; Gliessman, 1999) . Expresiones de esta agricultura son los siguientes sistemas: milpa, huerto, terraza, chinampas, humedales, entre otros.
En tiempos difíciles como los vividos por la pandemia de Covid-19, Torres et al. (2020) señalan la relación del ser humano con su entorno, basándose en los conocimientos heredados de los ancestros; hacen especial énfasis en revalorar la agricultura tradicional, para dejar de verla como de subsistencia y referirse a ella como un modo de vida tanto en generaciones actuales como en el relevo generacional. La diversidad de formas en las que la agricultura tradicional está presente permite adecuarse y mantener esta relación humano-naturaleza, independientemente de la escala de producción.
La agricultura vista como una manera de sustento en una escala micro, es propicia desde los sistemas agrícolas tradicionales, ya que en gran medida dependen de la fuerza de trabajo familiar y otras variantes como el trabajo comunal recíproco (González, 2018) . La agricultura familiar puede converger en diferentes formas y esquemas agrarios, ya que no es exclusiva de un modelo; sin embargo, para ser considerada un modo de vida, es necesario tener en cuenta otros factores, entre ellos la posesión de terrenos agrícolas, la disponibilidad del agua e incluso el relevo generacional.
Cuando la población campesina no es propietaria de terrenos agrícolas, busca estrategias que le permitan la labranza en terrenos rentados o mediante acuerdos entre poseedor y productor, resaltando que puede existir tierra sin campesino/a, pero no al contrario (Guadarrama, 2020) . Cuando el productor dispone de este recurso natural, la superficie tiende a disminuir con el tiempo, debido a múltiples factores como: la erosión, el empobrecimiento del suelo, el fraccionamiento de tierras para heredar a los hijos, entre otros, con lo cual la agricultura tradicional se sigue practicando, pero cada vez más fraccionada (González, 2008) .
Otro factor importante dentro de la agricultura familiar es el relevo generacional, ya que de éste depende la continuidad y réplica de las actividades agrícolas en las nuevas generaciones (Jiménez et al., 2019) . Existen trabajos (Hernández, 2016; Vizcarra et al., 2015) que consideran al relevo generacional como una estrategia para rescatar tradiciones, métodos y saberes; no obstante, reconocen que es necesaria la participación tanto de quien posee el conocimiento, como de las personas jóvenes que representan el relevo. Sin embargo, parece que dichas personas se están desvinculando de la agricultura cada vez más, por eso es esencial evidenciar la importancia de este relevo.
Relación jóvenes-agricultura, ¿existe realmente un abandono del campo por parte de este sector?
En trabajos como los de Trujillo (2019) y Carton (2009) se hace referencia a un abandono de las labores del campo por parte de la población económicamente activa en diferentes latitudes; sin embargo, también se indica que los adultos mayores en el sector rural siguen dependiendo en gran medida de esta actividad. Familias enteras dependen de la agricultura campesina para el autoconsumo, como fuente de trabajo para ganar un salario —jornaleros/as agrícolas3—, o como actividad complementaria para formar el sustento, tal como lo reporta el último censo económico en México (INEGI, 2020). Los niños y jóvenes también participan, principalmente cuando las familias poseen tierras y/o son agricultores,4 motivo por el cual aprenden las labores, pero lo cual no significa que estén interesados en perpetuar el relevo generacional (Sandoval, 2018; Hernández, 2016).
Existe un discurso que indica que las personas jóvenes no pretenden continuar con las actividades laborales “heredadas” por sus padres, sobre todo si son relacionadas con el agro. Sin embargo, este discurso no toma en cuenta que hay una diferencia entre lo deseable y lo posible (Miranda y Corica, 2015; Corica, 2012). La idea de que las nuevas generaciones deben “superarse” es en gran medida implantada por los padres a los hijos, ya que los progenitores buscan un mejor futuro para sus vástagos y evitar en la medida de lo posible que sufran las carencias vividas por los padres (Sandoval, 2018) .
En trabajos realizados con personas jóvenes que se encuentran laborando, como los de Hernández et al. (2020) y Murguía et al. (2017) , se señala que en su entorno cercano las opciones de emplearse dependen de su nivel educativo, los giros laborales existentes y de sus relaciones sociales. Además, los resultados de las investigaciones referidas muestran las diversas estrategias para obtener el sustento; en los párrafos subsecuentes se examinará el vínculo de este sector poblacional con el agro, para constatar si efectivamente existe un abandono de este último.
Para analizar la percepción que posee la población joven sobre la agricultura como estrategia de sustento, se empleó el método etnográfico (Guber, 2001) , el cual es la base del presente artículo. La herramienta para desarrollar las trayectorias laborales fue la entrevista semiestructurada (Albuquerque et al., 2014) , que se realizó a individuos jóvenes en Malinalco, Estado de México, con el fin de descubrir las formas de obtener el sustento para el sostén familiar. Las personas que participaron debían cumplir con los siguientes criterios: a) tener entre 15 y 30 años, b) radicar o trabajar en la zona de interés, c) tener un trabajo/empleo o haber laborado recientemente, d) tener conexión con el sector agropecuario ya sea directa o indirectamente y e) debía existir representatividad de ambos sexos en la selección de personas a entrevistar. En la Tabla 1 5 se proporciona información sobre quiénes participaron en las entrevistas.
Metodología
Se entrevistaron a 13 jóvenes de ambos sexos, siete hombres y seis mujeres. La línea analítica fue la agricultura como estrategia de sustento entre la población joven del medio rural. Los resultados se muestran a partir de la conformación de tres segmentos: 1) agricultura como opción real, 2) agricultura como actividad temporal y 3) agricultura como opción principal. Los datos se analizaron tomando en cuenta el enfoque centrado en el actor (Long, 2007) y las trayectorias laborales (Dávila y Ghiardo, 2018; Maca, 2017) .
Las entrevistas describen dicha trayectoria resaltando los hitos que motivaron cambios significativos dentro de su vivencia, además de relatar su relación con el campo. Para analizar las entrevistas fue necesario conocer el entorno familiar de quienes participaron, así como las relaciones sociales propias y familiares, debido a que constituyen un vínculo facilitador al momento de obtener el primer empleo. Las preguntas que guiaron el trabajo de campo etnográfico fueron: ¿cuáles son las estrategias de sustento de la población joven? y ¿cómo integran la agricultura a dichas estrategias?
Resultados
Una de las primeras divergencias encontradas durante las entrevistas surge de las diferencias de género. Los hombres visibilizan la posibilidad de emplearse en actividades agrícolas de manera permanente, ya sea porque dentro de su núcleo familiar poseen tierras o porque desde la infancia se les inculcó el desarrollo de estas labores. En contraparte, las mujeres, aun cuando poseen las mismas características familiares que los hombres, suelen ayudar en las actividades del campo, pero no se perciben como campesinas o trabajadoras de la tierra.
En el caso específico de las entrevistadas, algunas suelen identificarse como campesinas, debido a que reciben apoyos de los gobiernos estatal y federal para las actividades agrícolas; mientras que otras no se consideran campesinas porque perciben su participación en el campo o en las actividades agrícolas sólo como ayuda complementaria a los hombres. Ellas se identifican sobre todo con las labores que culturalmente están asociadas a las amas de casa. Además, existe un hito importante en su caso, que es cuando comienzan la vida en pareja y las actividades agrícolas son relegadas, siendo las funciones de cuidado del hogar las que cobran mayor relevancia.
Segmento 1: La agricultura como opción real
En este segmento se encuentra la población joven que debido a la herencia familiar agrícola tiene un acercamiento a las labores del campo, las cuales fueron enseñadas durante la infancia a la par que cursaban los estudios de educación básica. Sin embargo, durante alguna etapa de su trayectoria ocurrió un evento fortuito que los obligó a abandonar la escuela y a dedicarse de lleno a las actividades agrícolas.
En dicho segmento se pueden apreciar al menos cuatro características esenciales que están presentes en el objeto de análisis: 1) la actividad principal que genera el sustento es la agrícola, 2) hay más hombres que mujeres, 3) es una mezcla entre herencia laboral y relevo generacional, y 4) las mujeres dentro de esta categoría reciben ayuda de algún familiar. En el siguiente fragmento de entrevista se evidencia el caso de un hombre que representa esta sección.
Mi papá me enseñó a trabajar la tierra desde que tengo memoria, me llevaba al campo para que aprendiera el oficio. Asistía a la escuela, pero sólo terminé la secundaria; así que cuando dejé de estudiar me dediqué de lleno a trabajar en la parcela de mi papá. […] A los 18 años me casé y mi papá me ayudó para construir una casita en una esquina de su solar,6 también me dio herramientas y un pedazo de terreno (dos hectáreas) para que tuviera dónde trabajar y mantuviera a mi familia […] Con el tiempo me metí de taxista, para ganar un dinero extra porque la situación económica está muy difícil, pero no descuido mi terrenito, siembro maíz, haba y calabaza, aunque sea sólo para nuestro consumo (Masculino, 27 años).
Del mismo modo que el testimonio anterior, existen cuatro casos parecidos; dos hombres que al no encontrar otra actividad para generar el sustento ven dentro de la agricultura una opción ideal para obtenerlo. El caso de las dos mujeres es un poco diferente, ya que ambas son madres solteras y reciben ayuda de un familiar para usufructuar la tierra. Ellas se reconocen como mujeres campesinas que producen hortalizas para comercializar y granos para el autoconsumo.
Segmento 2: La agricultura como actividad temporal
Este segmento lo integran personas que ya tienen una profesión o aún se encuentran estudiando, pero que por diversos motivos tuvieron que poner en pausa sus aspiraciones laborales para generar el sustento de manera temporal, mediante las labores agrícolas. Sin embargo, dentro de sus planes a corto o mediano plazo se cambiará la forma de obtener el sustento principal, dejando las labores agrícolas a un segundo o tercer plano, para ejercer la profesión u oficio que estudian o estudiaron.
Al interior de este segmento se pueden apreciar por lo menos tres cuestiones que lo caracterizan: 1) la actividad agrícola no es la principal, es decir, es complementaria para generar el sustento, 2) la pandemia agravó o fue un factor decisivo que obligó a las y los jóvenes a pausar sus planes laborales y 3) no existe particularidad para ningún género. Como puede apreciarse en el siguiente fragmento de entrevista, el sujeto ya cuenta con una profesión y actualmente consigue su sustento de manera diversificada, pero espera en un futuro ejercer su carrera para que ésta sea la forma de sustento principal.
Terminé la Licenciatura en Educación, pero no he podido encontrar plaza,7 sólo he cubierto interinatos, así que mientras no haya empleo de maestro, trabajo como jornalero [agrícola], macuarro [ayudante de albañil], vendedor o lo que se pueda, para conseguir dinero honradamente […] yo pensé que conseguir plaza sería fácil, pero la situación está difícil para todos y ahora con la pandemia se complicó más (Masculino 23 años).
En las entrevistas existen tres casos similares al expresado anteriormente: dos femeninas y un masculino; este último tuvo que abandonar los estudios debido a problemas económicos derivados de la pandemia, mientras que en el caso de las mujeres una perdió el trabajo y la otra no ha encontrado un espacio para emplearse. Si bien los cuatro reportan laborar en actividades itinerantes incluyendo las agrícolas, todos tienen la expectativa de desarrollarse profesionalmente y ejercer sus carreras.
Tal como lo señala Corica (2012) , durante las entrevistas se evidenció que existe una marcada diferencia entre las expectativas8 y las realidades laborales. Esta condición no es una constante, pero sí se encuentra presente en muchas entrevistas, independientemente del género del participante. En este sentido, el mundo de lo deseable carece de sentido cuando hay que buscar la manera de obtener o ayudar en el sustento del hogar.
En algunos casos —como los expresados en esta sección—, la situación puede ser momentánea y es cuestión de hallar nuevas oportunidades, pero en otros casos un golpe de realidad sacude las ilusiones de los entrevistados, quienes tienen que emplearse para subsistir, dejando en pausa o de lado las aspiraciones. Una de las informantes clave indicó que sólo logró terminar la secundaria y que sus padres no pudieron apoyarla económicamente para continuar sus estudios. Eso propició que se volcara hacia el trabajo doméstico y el del huerto familiar. Este testimonio evidencia lo que Sandoval et al. (2018) señalaron acerca de las realidades que experimentan los estudiantes de nivel secundaria en el medio rural.
Segmento 3: Agricultura como opción principal
Este segmento se compone por la población que ha decidido laborar en el campo por convicción, pues considera que trabajar la tierra y vivir en el medio rural es sinónimo de tranquilidad. Es decir, nos referimos a personas que se asumen como agricultores/as, quienes hallan en las actividades agrícolas las estrategias de sustento necesarias. Dicho sector también tiene representatividad entre los entrevistados.
Dentro del segmento 3 se pueden apreciar al menos cuatro características primordiales presentes en el análisis: 1) la actividad principal que genera el sustento es la agrícola, 2) hay más mujeres que hombres (en contraparte al primer segmento analizado), 3) las personas suelen estar comprometidas con llevar a cabo la actividad agrícola por decisión, y 4) las mujeres reciben ayuda de algún proyecto político, que les brinda la primera motivación para desarrollar la actividad agropecuaria. En el siguiente fragmento de entrevista se evidencia el caso de una mujer joven que representa esta sección.
[…] siempre me ha gustado la política y en una ocasión vino un grupo de ingenieros a darnos una plática sobre hortalizas y nos ofrecieron invernaderos y micro túneles según lo requirieran los beneficiarios; […] en mi familia fuimos beneficiados con un invernadero y dos micro túneles, los cuales los tenemos en la huerta [al lado de la casa] y de ahí cosechamos hortalizas que vendemos con los vecinos, y como está protegido, todo el tiempo cultivamos (Femenina, 26 años).
Este acercamiento con la agricultura lo consiguen tres entrevistados más, un hombre y dos mujeres; aquí la disparidad de género se debe a que la obtención de apoyos gubernamentales para implementar esta estrategia de sustento se enfoca a grupos vulnerables o campañas políticas condicionadas, siendo las principales beneficiadas las mujeres. De esta manera se genera un nicho de personas jóvenes interesadas en la agricultura, haciendo de ésta su forma primordial de sustento; si bien reciben apoyo, desarrollan la actividad por decisión propia.
La relación jóvenes-agricultura está vigente, sólo que un alto porcentaje de la población rural —en particular la joven— a menudo se encuentra desempleado o subempleado, aun cuando en la agricultura existe la necesidad de fuerza de trabajo (IICA, 2020). Las nuevas formas de laborar derivadas de los avances tecnológicos propician nuevas experiencias; un caso puntual es el teletrabajo, ampliamente socorrido durante la pandemia. Durante los meses de mayor confinamiento, las redes sociales fungieron como canal de comercialización para productos varios —entre ellos los agrícolas—. Sin embargo, las actuales generaciones jóvenes y el avance tecnológico requieren el acercamiento a las capacitaciones, las técnicas, los conocimientos, entre otros. Lo anterior se expresa de diferentes maneras en el medio rural, pues no todos los hogares tienen acceso a una conexión de Internet y los datos en smartphones son limitados.
En el ámbito rural existen opciones de empleo diversificadas que brindan una amplia gama de métodos para ganarse la vida. No obstante, también hay muchas limitantes que no les permiten a los y las jóvenes el acceso a dichas opciones. Además, hay dos elementos a considerar respecto a las personas jóvenes en las familias: el primero es el deseo de superación de los padres en los hijos, ya sea porque los progenitores perciben su situación familiar como precaria y no quieren el mismo porvenir para sus vástagos; el segundo tiene que ver con la falta de apoyo de los primeros a los segundos.
En resumen, la premisa en las personas jóvenes radica en establecer que, a falta de empleos y estudio, la agricultura y los oficios son el soporte de las nuevas generaciones que no logran colocarse en trabajos convencionales. Si bien es cierto que la agricultura puede considerarse como un trabajo por cuenta propia y generar beneficios económicos e intangibles para quienes la practican, también es cierto que no siempre es la primera opción en la que piensa la población joven cuando se imagina insertándose en el mercado laboral. Sin embargo, la principal problemática a la que se enfrentan es la tenencia de la tierra y los asuntos relacionados con el agua, ya que al no ser propietarios de los recursos, sólo engrosan las filas de los jornaleros/as.
Retos y oportunidades para las juventudes rurales en el ámbito laboral agrícola
A partir de las entrevistas a las personas jóvenes ligadas directa o indirectamente al agro, surgen reflexiones que destacan oportunidades para este sector. Las opciones de empleo que brinda el campo, ya sea de manera temporal o definitiva, siguen siendo elecciones tangibles para las juventudes y en casos específicos forman parte de las percepciones de empleo juvenil. En puntos de inflexión como es el caso de la pandemia de Covid-19 que agudizó el desempleo formal, la agricultura ha fungido como actividad de soporte para generar el sustento.
También existen retos, los cuales giran en torno a desmitificar el esquema actual de la agricultura rural. La idea generalizada sobre este sector en particular tiene que ver con la precariedad y pobreza; sin embargo, la perspectiva expresada mediante las entrevistas evidencia que la agricultura es una actividad de empleo real, tangible y accesible a todos, que puede servir como sustento principal o complementario, además de brindar identidad y sentido de pertenencia quienes la ejercen.
Desde la academia se podría apoyar para la conversión de la agricultura convencional en agricultura orgánica y/o agroecológica, ya que este esquema productivo representa la dicotomía perfecta: por un lado, genera ingresos económicos directamente al productor/a —aspecto tangible—; por el otro, existe la parte intangible que está relacionada con el consumo de alimentos sanos, menos uso de agroquímicos y que, por lo tanto, propician un bienestar.
Conclusiones
El presente trabajo aporta una clasificación de la población joven en tres segmentos: el primero, de quienes perciben a la agricultura como una opción tangible para obtener el sustento, independientemente de sus aspiraciones laborales, es decir, llegaron a esta actividad de manera imprevista. En el segundo segmento se ubican quienes se dedican a la agricultura mientras encuentran otra estrategia para obtener el sustento de sus hogares, sin embargo; en su imaginario no se visualizan continuando con esta actividad a mediano y largo plazo. En el tercer segmento están las personas jóvenes que laboran en el campo por convicción, ya que hallan en ello: el sustento, la realización personal y los apoyos gubernamentales.
El objetivo de este artículo es evidenciar la relación entre la agricultura y las estrategias de sustento de la población joven. De esto se desprende que: 1) la pandemia visibilizó a la agricultura como una estrategia viable económica e intangiblemente para la población joven; 2) los apoyos gubernamentales son un aliciente para que dicha población se motive a convertirse en agricultores/as o a continuar con la actividad agrícola; y 3) los jóvenes con un pasado agrícola perciben a esta actividad como una estrategia momentánea o permanente de obtener el sustento, ya sea de forma principal o complementaria.