Introducción
En este artículo nos proponemos plantear algunos aspectos mínimos del proyecto general de una crítica de la economía política del espacio como una dimensión inevitable de la dominación abstracta de la modernidad. Desarrollamos una crítica de la economía política del espacio urbano a partir de una relectura de Lefebvre, con el objetivo de aportar a la conceptualización de lo urbano en relación con el modo específicamente capitalista de producción del espacio. Estas tesis no tienen un carácter unívoco o normativo, más bien apuntan a sistematizar algunos de los debates en un orden lógico y no necesariamente histórico. Nos proponemos exponer una secuencia lógica que dé cuenta del modo en que la crítica de la economía política del espacio se ha ido configurando de manera más sinuosa que lineal. La experiencia internacional del ‘68, la crisis petrolera del ‘73, las dictaduras latinoamericanas, el fracaso del modelo yugoslavo, la implosión de la Unión Soviética, la reconfiguración del Golfo y el rápido ascenso del modelo económico chino después de las reformas del ‘79 implicaron que la economía y las ciencias sociales se vieran enfrentadas a la necesidad de representar el espacio global bajo nuevos parámetros y a pensar el mismo concepto de espacio desde nuevas trayectorias epistemológicas que habían sido obviadas o deslegitimadas a lo largo del siglo. Los estudios de Lefebvre sobre la sociedad urbana (2018a, 2018b, 2018c, 2015) y el giro de David Harvey al marxismo (2007) son posiblemente los ejemplos mejor conocidos y más trabajados de los análisis críticos que se propusieron como objetivo examinar las transformaciones espaciales de la hegemonía estadounidense posterior a la Segunda Guerra Mundial, fuertemente atravesada por la masificación del consumo, la cultura de masas y los medios de comunicación digitales.
De forma paralela, el redescubrimiento de Gramsci en América Latina incidió en el surgimiento de las teorías dependentistas y decoloniales de mediados de los sesenta y, desde ahí, indirectamente en el estructuralismo económico, los estudios subalternos y la crítica poscolonial que adoptaron las tesis espaciales sobre centro, periferia y semiperiferia propuestas por la CEPAL (Bielschowsky, 2010) . Paradójicamente, la CEPAL, que ejerció una importante influencia en los proyectos desarrollistas latinoamericanos, en especial en Brasil y el Cono Sur, encontró una oposición bastante firme de parte del mundo del capital que ellos mismos habían contribuido a conceptualizar y canalizar desde nuevas fórmulas productivas y distributivas. La lógica general del valor parecía no dar tregua en el proceso global de neoliberalización y se traducía en la urgencia de un retorno a la crítica de la economía política que algunos se adelantaron a desestimar, enfocándose en los particularismos, en la autonomía del lenguaje, el discurso, la acción comunicativa, etc., y que otros signaron como un objeto de arqueología ortodoxa.
En ese contexto histórico, una de las principales tareas de la teoría crítica en su más amplio espectro radicó justamente en redefinir el sentido de la crítica. En su alocución inaugural de la Escuela de Frankfurt: “La situación actual de la filosofía social y las tareas de un instituto de investigación social”, Max Horkheimer sostuvo que la principal tarea de la crítica era volver a interpretar, volcarse al análisis de la realidad tal cual se estaba reconfigurando. El ideal de Horkheimer, Adorno, Pollock, etc., suponía una reelaboración de la crítica en general, y de la crítica de la economía política en particular (Horkheimer, 1996: 398).
Pese a sus diferencias y ambigüedades, reelaborar una interpretación de la teoría del valor para posibilitar la formulación de preguntas nuevas fue en parte el gesto que Lefebvre y Harvey retomaron de la tradición crítica del marxismo heterodoxo, a pesar de sus respectivas confianzas en varias dimensiones políticas del marxismo tradicional occidental. La crítica de la economía política, decían entonces Lefebvre y Harvey, estaba al menos incompleta si no se consideraba un aspecto transversal a todo el proceso de realización de la lógica del valor: a saber, la producción general de un espacio social capaz de subsumir en términos reales y formales cada uno de los momentos que se presentan diferenciados en la modernidad: economía, política, cultura, pero también producción, intercambio, consumo, distribución y acumulación del capital, a nivel local y global.
En ese sentido, decía Lefebvre en La producción del espacio, la crítica de la economía política difícilmente podía continuar si no se representaba la historia del capital de manera paralela a la historia del espacio, porque en su literal coincidencia mutua “el periodo propiamente histórico de la historia del espacio coincide con la acumulación del capital, comenzando con su fase primitiva”, y “finalizando con el mercado mundial bajo el reino de la abstracción” y su forma específica de dominación (Lefebvre, 2013: 181). Cuando intentamos volver a la crítica de la economía política, decía Lefebvre entonces, uno de los principales problemas es el concepto de producción, tradicionalmente asociado por el marxismo occidental a la lógica trabajo/plusvalor. Sin embargo, mientras “más se desea concretar la acepción” de la producción, “menos se reconoce la capacidad creativa que connota, la invención, la imaginación; más bien, se tiende a referir únicamente el trabajo” (Lefebvre, 2013: 126). Muy por el contrario, parecía necesario hablar “de producción de conocimientos, ideología y significados, imágenes, discursos, lenguaje, símbolos y signos”, porque se suele utilizar “de un modo abusivo el procedimiento que Marx y Engels emplearon de manera ingenua: dotar a la acepción extensa [de producción], esto es filosófica, de la positividad de una acepción estrecha, científica (económica)” (Lefebvre, 2013), que inversamente vale también para las pretensiones de reducir la crítica del espacio capitalista y de la dominación abstracta al lenguaje, la subjetividad, etcétera.
La proyección restricta de la teoría del valor redujo el largo proceso lógico-histórico de la reproducción ampliada del capital a ciertos momentos preferibles en el análisis. Así, por ejemplo, la focalización en la acumulación se tradujo en una sobredimensión de la relación trabajo/plusvalor, y la focalización en la redistribución se tradujo en diferentes formas de contención tributaria e impositiva (desde la inclusión de la Tasa Tobin, hasta la identificación de las hipótesis de Piketty como las proposiciones económicas informales de la institucionalidad política y las políticas redistributivas del llamado Socialismo del siglo XXI). Muy por el contrario, los márgenes de la crítica marxiana de la economía política no se reducen a El capital o a algunos de sus capítulos, sino que se configuran ya desde los Grundrisse de 1857-58 hasta las reelaboraciones de la exposición de la teoría del valor posteriores a 1867.
En la actualidad han sido de vital importancia las relecturas contemporáneas de la tradición marxista, tanto desde una dimensión categorial y lógica —muchas veces antagónicas entre sí— que revitalizaron las nuevas interpretaciones de la teoría marxiana tardía del valor (Kurz, 2016; Postone, 1993; Reichelt, 2001; Bellofiore, 2018 a ; Backhaus, 1997; Heinrich, 2018) , como desde una dimensión económica y política que recuperó de manera actualizada las tesis sobre el espacio social, la naturaleza, el imperialismo y el desarrollo desigual y combinado del capitalismo (Bellamy Foster, 2008; Moore, 2020) . Incluso economistas liberales como Stiglitz, Krugman, Akerlof y Shiller pusieron en entredicho los paradigmas analíticos hegemónicos del siglo XX, a la vez que, por supuesto, celebraban una vez más la muerte de Marx(Stiglitz, 2006; Krugman, 1999; Akerlof y Shiller, 2016).
Del plano al lenguaje, del lenguaje al espacio
La idea de producción moderna del espacio tiene varios recorridos posibles que, aparentemente, casi todos llegan a la noción cartesiana de plano absoluto. La deducción cartesiana del espacio como el plano de experiencia de la res extensa sigue siendo hoy la base de las ciencias empíricas: las cosas suceden en un lugar referido sobre un plano pleno de coordenadas universalmente análogas. Algunos años después, Pascal llegó a una conclusión diametralmente opuesta siguiendo los experimentos de Torricelli: el espacio, aunque absoluto, es una unidad vacía de todo lo posible. En el largo recorrido disciplinar de las ciencias modernas entre los siglos XVI y XIX, la noción de un espacio pleno se impuso con especial fuerza en las diferentes ciencias empíricas, desde la biología a la geografía, e incluso en la sociología.
Cuando Kant desarrolló su teoría del espacio y el tiempo como condiciones inseparables de posibilidad de la experiencia y la representación, sin ser ellos mismos representaciones, es decir como conceptos puros de la intuición, llevó al espacio-tiempo desde el plano de la objetividad al plano de la subjetividad. El gesto epistemológico1 de Kant, su revolución copernicana, estuvo en situar al sujeto como la condición de posibilidad de la configuración de imágenes y representaciones concretas, incluidos los paisajes naturales —lo que vemos, decía Kant, es un bosque no x cantidad de árboles—. Hegel continuó el argumento kantiano llegando a sostener que las esencias —de las cosas, del espacio— existen, pero sólo a condición de que sean esenciales por su esencialidad; es decir, por el carácter transitivo y variable de lo que constituyen. Al menos uno de los ejemplos de Hegel no deja mucho lugar a la ambigüedad: la esencia del poder estatal del reinado de Louis XIV se fundamenta efectivamente en Dios; sin embargo, después de la Revolución y la Déclaration de 1789, el poder reside en el hombre —no cualquier hombre, sino en el varón propietario blanco, por supuesto, pero ya no en Dios—. ¿Qué quiere decir esto? Que con Hegel la subjetividad kantiana deja el plano de la trascendencia para entrar en el plano de la inmanencia.
¿Qué relación tiene esto con el espacio social? Desde Hegel el espacio se entiende como una configuración inmanente, es decir, ya no hay una esencia por detrás del fenómeno (el noúmeno del fenómeno kantiano), sino sólo fenómenos esenciales: eso es lo que Hegel llama experiencia, donde “detrás del llamado telón… no hay nada que ver, a menos que penetremos nosotros mismos tras él, tanto para ver, como para que haya detrás algo que se pueda ver” (Hegel, 2010: 104). En este sentido, hay esencias en cuanto esencias socialmente producidas, por esa razón dice Merleau-Ponty (1996: 165) que “desde Hegel, la filosofía militante reflexiona ya no sobre la subjetividad, sino sobre la intersubjetividad”.
Lefebvre retomó esta idea al decir que “la modernidad es hegeliana”, porque ahí se afirma “la ligazón del poder y del saber” bajo la forma del Estado, pero el “mundo moderno es marxista” también, dice Lefebvre: primero porque ese Estado que subsume la sociedad también codifica el decurso del capital, y porque el principio marxiano no es el de la necesidad sino el de la posibilidad. Si se abre el paso a la posibilidad, concluye Lefebvre, el mundo moderno es en última instancia también nietzscheano, porque “pese a los esfuerzos de las fuerzas políticas por afirmarse encima de lo vivido, por subordinar la sociedad”, el mundo moderno está signado por “la defensa obstinada de la civilización contra las presiones estatales, sociales y morales” (Lefebvre, 1980: 3). En este sentido, no es única o prioritariamente el espacio en cuanto tal, sino en el modo en que la trayectoria de la modernidad produce una lógica espacial de la cual derivan formas empíricas, como un parque, una cárcel, un psiquiátrico o los flujos para el capital moderno. En ese marco conceptual de la filosofía moderna que enfrenta Lefebvre, de Descartes a Hegel, una de las primeras formas que adquiere la crítica del espacio es la crítica de su carácter intersubjetivo (social): si el espacio absoluto de la modernidad es intersubjetivo, su crítica debe ser también intersubjetiva, es decir, inmanente.
Cuando Lefebvre se pregunta por las determinaciones de la modernidad y recae sobre el problema hegeliano, marxista y nietzscheano, también se pregunta “¿y por qué no Heidegger?”. La respuesta es porque “oscurece la historia más concreta en Hegel y Marx, sin alcanzar la fuerza crítica nietzscheana”. La filosofía de Heidegger, una “teodicea disimulada, apenas laicizada”, se enfrenta a la historia de la filosofía y del espacio “sin pasarla por la criba de la crítica radical” (Lefebvre, 1980: 59). Si bien Heidegger fue uno de los primeros en ver la tendencia a la racionalización instrumental de la modernidad y, por tanto, a la tecnificación de la representación de la naturaleza, para “él el Ser tiene por morada el lenguaje y las construcciones”, de donde extrae una “inquietante apología de la lengua alemana […] que le impide realizar una crítica del logos occidental (europeo)” (Lefebvre, 1980: 60). ¿Qué quiere decir esto? Que en Heidegger la crítica de la modernidad se transforma en una pretensión de regresión a la premodernidad donde el mundo del Ser no había sido subsumido por el mundo de los entes; es decir, de las cosas. Después de una primera oposición radical a las tesis de Ser y tiempo de 1927, fue surgiendo un momento de reapropiación posterior a la Segunda Guerra Mundial, especialmente a partir del encuentro con El arte y el espacio de 1969.2
El trasfondo de ese problema es que en la modernidad es la forma abstracta del capital la que genera la norma del orden y la configuración: es decir, de la dominación social. En esto estriba el aspecto radical de la conceptualización de Lefebvre, a saber, que la subordinación del mundo de los entes es producida por el capital de manera abstracta y, por lo tanto, la transgresión y eventual subversión de esa dominación abstracta sólo es realmente concreta cuando se transforman (se realizan) las lógicas de la abstracción capitalista de la modernidad. Eso quiere decir que una crítica inmanente del espacio del capital es también una crítica de la modernidad.
La crítica en la crítica de la economía política y el lugar de la producción
Si se considera el proyecto del Marx tardío de la crítica de la economía política que comienza con los Grundrisse, es posible fundamentar una crítica de la modernidad y en particular, una de la economía política del espacio con un sentido específico: la crítica del capital. Marx sostuvo que el capital es una potencia económica que lo domina todo en la sociedad burguesa [Das Kapital ist die alles beherrschende ökonomische Macht der bürgerlichen Gesellschaft] (Marx, 1945: 26); por lo tanto, es un punto de partida y de llegada, es premisa del proceso de socialización moderno, es un concepto básico de la economía y de la sociedad moderna [der Grundbegriff der modernen Ökonomie (...) die Grundlage der bürgerlichen Gesellschaft] (Marx, 1945: 237). Pero ¿de qué se trata este proyecto de la crítica de la economía política? Sin lugar a dudas, es una crítica categorial del pensamiento económico y liberal que va del siglo XVIII al XIX, con especial énfasis en la obra de Adam Smith y David Ricardo a quienes Marx reconoce como fundadores de la economía clásica; pero como crítica categorial, también es una crítica epistemológica, ya que se ocupa de las condiciones de posibilidad o de los presupuestos constitutivos de las categorías básicas del modo de producción y el modo bajo el cual deben ser presentadas críticamente [...ist Kritik der ökonomischen Kategorien oder, if you Iike, das System der bürgerlichen Ökonomie kritisch dargestellt. Es ist zugleich Darstellung des Systems und durch die Darstellung Kritik desselben] (Marx, 1978: 550).
Ahora bien, la crítica [Kritik] en la crítica de la economía política no se manifiesta como una alternativa al modo de exposición y al contenido de las categorías clásicas, porque se trata también de una crítica del proceso de socialización [Vergesellschaftung] capitalista. Marx construye un sistema crítico de categorías económicas para comprender el moderno sistema productor de mercancías e inaugura un modo de presentación crítica de la estructura interna del capitalismo, una exposición crítica de las categorías que configuran la formación social capitalista. Sólo en ese sentido es posible hablar de un método en Marx, muy distante tanto de las lecturas del marxismo clásico (que intentaron aplicar un método dialéctico como un sistema lógico abstracto a fenómenos históricos específicos y determinados), como también de las lecturas contemporáneas del método de las ciencias sociales tradicionales basadas exclusivamente en el contexto de validación.
Desde esta perspectiva, la denominación de la producción teórica del Marx tardío como historicismo es imprecisa, por no decir equívoca o, al menos, no es historicista en el sentido expuesto en los párrafos anteriores. Marx no intenta fundar una ontología de la historia a partir del desarrollo histórico del capitalismo, de la misma manera que no presenta un estudio empírico del capitalismo en las ciudades de Manchester o Londres del siglo XIX, o del capitalismo de competencia que se realizaría —o que alcanzaría su validación expositiva— exclusivamente en el imperialismo (Heinrich, 2018) ; lo que hace, más bien, es presentar de forma crítica la lógica general de capital y sus categorías más simples, es decir, la organización interna del modo de producción capitalista en su término medio ideal [die innere Organisation der kapitalistischen Produktionsweise, sozusagen in ihrem idealen Durchschnit, darzustellen haben] (Marx, 2012: 839), pero en un sentido no evolutivo, puesto que son formas sociales objetivas de la formación social capitalista (Postone, 1993).
El alcance marxiano de la crítica es un ejercicio epistemológico que además de desplegarse como una crítica de otros registros categoriales, funciona como la construcción de un nuevo campo teórico para repensar la economía capitalista y la condición espacio-temporal de la modernidad. En tal sentido, es un algo más, como se verá en los próximos apartados.
Como sostiene Bellofiore, la crítica de la economía política necesita una mediación teórica que, en este caso, se encuentra en la economía clásica expuesta en los Principios de economía política y tributación de David Ricardo. Ni Smith ni Ricardo —al intentar solucionar las ambigüedades de la Riqueza de las naciones— lograron explicar la plusvalía o el valor como relación social derivada del trabajo, ni mucho menos el capital. La economía política fue incapaz de explicar cómo produce y cómo se produce capital, porque fue incapaz de explicar que el valor se presenta en la forma de dinero, y de distinguir entre fuerza de trabajo y trabajo vivo, o entre trabajo concreto y trabajo abstracto (Bellofiore, 2018a y 2018b).
Una categoría fundamental de la crítica de la economía política es la de producción (Produktion), cuyo uso Marx presenta breve pero sistemáticamente en los dos primeros apartados de la famosa Introducción de 1857 o Cuaderno M(Marx, 1945:1-21). En la economía política, los nexos epistemológicos entre los momentos de la actividad económica (producción, distribución, intercambio y consumo) carecen de un sentido de totalidad, y muchas veces en la historia del pensamiento económico es posible observar una tendencia a absolutizar cada uno de ellos, e incluso a su naturalización. Si bien el proyecto de la economía política clásica puso el acento en la producción, no logró explicar la naturaleza y causa de la riqueza (abstracta) moderna como una derivación del trabajo (abstracto). Después de mucho andar, gracias a J. S. Mill, equívocamente, el proyecto clásico terminó en una teoría aditiva de los costos de producción (salario, ganancia y renta), dejando en un punto muerto la teoría del valor iniciada por Adam Smith. El marginalismo, por su parte, al disipar el proceso productivo y cristalizar en el teatro del intercambio exclusivamente la determinación del valor, anuló las condiciones de posibilidad para pensar la totalidad del proceso social, fragmentando el campo del intercambio respecto de las demás actividades económicas. Por el contrario, Marx desarrolló una presentación o exposición crítica [die kritische Darstellung] de las determinaciones concretas de la sociedad burguesa [bürgerliche Gesellschaft] (Marx, 2012: 827), cuya conceptualización supone que la realidad puede ser representada como una totalidad, en este caso, la lógica a partir de la cual funciona el modo de producción capitalista. No obstante, previo a la presentación de las categorías —y de su carácter mistificador— que Marx expone en El capital, podría decirse que el concepto “producción en general” antecede como supuesto epistémico al conjunto de la argumentación.3
En la Introducción, el concepto producción (Produktion) se declina en al menos cuatro niveles: como producción en general, producción en un estado social dado, como forma de producción específica y como totalidad de la producción (Dussel, 1984 y 1985). El esfuerzo analítico y metódico marxiano de El capital comienza con la presentación crítica de la mercancía, categoría básica y privilegiada para definir al capitalismo; no empieza desde la totalidad de la sociedad burguesa (objetivo de la primera parte de la Introducción), sino que asume la existencia del capitalismo desde el comienzo de la presentación de las categorías, ya que en la moderna sociedad burguesa la mercancía es la forma básica de la riqueza. Así, para llegar al concepto de producción, como antesala de la mercancía en un nivel concreto, la producción debe ser puesta en relación con la distribución, el intercambio y el consumo, es decir, en tanto co-determinada. Como co-determinaciones, éstas articulan la totalidad, y en su diferenciación y no-identidad, son los momentos constitutivos determinantes de la totalidad. Aquí la producción está socialmente determinada, es decir, ha recibido la marca de una sociedad (Dussel, 1984).
Cuando Adorno expuso la categoría de socialización (Vergesellschaftung) en el Curso de 1968, sostuvo que su esencia es la determinación por el intercambio. La abstracción del valor de cambio se convierte en el dominio de la sociedad sobre sus miembros, de lo general sobre lo particular, es la reducción de la subjetividad humana a personificaciones del valor o condición del intercambio de las mercancías. Todos perecen —sostiene Adorno— a la ley del intercambio independiente de su conciencia, ya que es el vínculo social básico de la modernidad (Adorno, 1975). Con la generalización del intercambio, la forma mercancía de los bienes se convierte en la forma generalizada del intercambio, que según hemos visto, sólo puede ser entendida en una relación co-determinada con la producción. En parte, esa es la razón por la cual en el ejercicio analítico marxiano del primer tomo de El Capital, la presentación comienza con la mercancía, y no con la producción en sí; es decir, Marx privilegia el abordaje abstracto de la mercancía suponiendo ya la producción capitalista.
En la formación social moderna, la mercancía adquiere valor de uso y valor de cambio como una propiedad socialmente determinada en el capitalismo, producto del proceso de socialización. En cambio, el valor en tanto objetivación de trabajo humano equivalente —cuya vía de expresión es el valor de cambio— tiene su fundamento social en el trabajo productor de mercancías y como expresión de una relación social, es una espectralidad que encuentra realidad social en el cuerpo de la mercancía. La mercancía como mercancía-dinero porta valor, cuya propiedad se expresa en la metamorfosis de la mercancía (M-D-M), es decir, del dinero en cuanto dinero, y como lógica general del capital (D-M-D ́): o sea, el dinero como capital. El valor logra valorizarse y por tanto acrecentarse sólo en la lógica general del capital, convirtiéndose en plusvalor a partir de la subsunción del trabajo abstracto, la sustancia del capital.
El capital adquiere un poder social especial en la modernidad. Los capitalistas personifican el capital, es decir, mediante sus acciones actualizan el movimiento del valor subsumido en la lógica del capital, de ahí que no sea el capitalista quien dirige el proceso, sino la lógica capitalista (el capital) [das Kapital -und der Kapitalist ist nur das personifizierte Kapital, fungiert im Produktionsprozeß nur als Träger des Kapitals-], cuyo poder social convierte las cosas en cosas de valor, en mercancías. El poder social de esta lógica no depende de ninguna ley derivada de la acción individual, del Estado o del mercado, ni de ninguna clase social; ni de capitalistas ni de trabajadores. Se trata de una ley social que funciona de espaldas a la sociedad, es ciega e independiente de la conciencia de los agentes de la producción. En su inmanencia, esta ley se organiza desde el capital y su característica social consiste en convertirse en la universalidad abstracta de la modernidad —al generalizarse la mercancía y el trabajo abstracto como las formas simples y básicas de mediación social.
El desarrollo de esta lógica de funcionamiento deriva en una falsa ontologización de los conceptos de economía y política y de los conceptos de espacio público y espacio privado (Kurz, 1994) . Según Robert Kurz, las sociedades premodernas no tienen tales esferas diferenciadas, sino que dicha diferenciación es propia de la conciencia moderna que deshistoriza las formas de socialización, imponiéndolas como condiciones de mediación naturales. Kurz (1994), quien hace un paralelo entre la universalidad abstracta premoderna y moderna, sostiene que en la primera esa universalidad está determinada por un sistema fetichista, que bajo el lenguaje moderno denominamos religión, a la vez que este sistema fetichista abarca toda la reproducción de la vida que contiene lo que modernamente distinguimos como economía y política. En la universalidad abstracta premoderna, la religión no se presenta como una “superestructura ideológica”, sino como la forma básica de mediación y reproducción de la vida social. En este sentido, Kurz no está lejos del ejercicio hegeliano: la raison d’être de las sociedades premodernas no es más o menos volátil que la lógica de la sociedad moderna, sino que en su transformación al correr el telón cambia toda la escenificación ahora conducida por el capital. La universalidad abstracta de la modernidad no aparece como una totalidad, más bien, se presenta ya mediada por esferas diferenciadas y aparentemente autónomas entre sí, la mercancía y el dinero, donde ambas corresponden a la forma de totalidad de la constitución fetichista moderna que se presenta como la esfera funcional que llamamos “economía”. De esto concluimos que no sea posible deducir que la economía, ni la ciudad, el Estado o el mercado, las clases, etcétera “produzcan espacio”, tal acción sólo puede corresponder a una actividad mediada del capital respecto de sí mismo como universalidad abstracta de la modernidad.
La aniquilación del espacio por el tiempo, o la relación espacio-temporal de la lógica del capital
La crítica de la economía política es una crítica de la modernidad, es decir, de la subsunción formal y real de la humanidad socializada por la forma abstracta de la valorización del valor. En este sentido, la crítica inmanente [Immanente Kritk] de Marx no sólo apunta a la nueva ciencia en formación y a su conciencia epocal cuando critica el modo de producción capitalista, sino también critica las relaciones sociales burguesas de la vida moderna. Siendo así ¿no debería esa formalización implicar lógica e inmanentemente al tiempo y al espacio?
El ejercicio contemporáneo de releer a Marx con el prisma de la crítica de la economía política y en especial desde la teoría del valor ha estado marcado más por una preocupación sobre la trama de la temporalidad bajo la forma abstracta del valor en la era del capital, que de un ejercicio analítico de las mediaciones espacio-temporales del capital y su expresión en la vida cotidiana bajo el imperio del capital. Tal es el caso de Postone (1993) , quien sostuvo que la centralidad del análisis marxiano se encuentra en el problema de la tiranía del tiempo en la moderna sociedad burguesa.4
Contra las lecturas acerca de una infravaloración del espacio respecto del tiempo, Fischbach sostiene que la relación espacio y capital es mucho más evidente que la relación capital y tiempo, y que Marx ya había dado cuenta tempranamente de esto con las precisiones expuestas en el Manifiesto sobre la expansión y unificación global del capital, así como su tendencia a romper las diferencias empíricas y las barreras geográficas.5 Y en efecto, en el Manifiesto, el comportamiento del capital es descrito como esencialmente espacial, refiriendo al espacio geográfico como espacio absoluto. Sin embargo, es el Marx tardío de los Grundrisse el que conceptualizó esta dinámica espacial del capital bajo una teoría más robusta respecto a las determinaciones del valor y a las transformaciones espacio-temporales del capitalismo, donde si bien no categorizó el espacio, sí utilizó lógica e inmanentemente el concepto en sus registros absoluto y relativo (Harvey, 2012 a ; 2018).
Con la tendencia a la universalización del intercambio, el capital en la modernidad propende generalizadamente a espacializar las cosas convirtiéndolas en mercancías, ya que con el advenimiento de la sociedad moderna, el valor se transforma en la esencia concreta de lo real, arrastrando consigo una inevitable e inmanente determinación espacio-temporal (Fischbach, 2012: 86) . Esta conclusión llevó a Marx a elaborar con cuidado una crítica teórica del capitalismo categorialmente alternativa respecto de la explicación ambigua que Smith, Ricardo y S. Mill hicieron de la “sociedad civilizada” o “sociedad comercial”, para dar cuenta de los alcances de una teoría del valor-trabajo. Más allá de los clásicos y a diferencia del marginalismo, en Marx sólo el trabajo abstracto crea valor, las demás categorías, hasta llegar al concepto capital, portan valor pero no crean valor, de la misma manera que ni la tecnología ni el mercado ni la circulación crean valor. Esto arrastra un problema para el capital, puesto que si el tiempo de producción es un tiempo de producción de valor, el tiempo de circulación es un tiempo de desvalorización (Fischbach, 2012: 88). De ahí que, podríamos decir, la teoría marxiana del valor busca comprender un fenómeno estrictamente espacio-temporal: para el capital resulta imperativo acelerar la circulación de las mercancías y abolir las barreras geográficas y su diferencia empírica, es decir, aniquilar el espacio por medio del tiempo [Vernichtung des Raums durch die Zeit] (Marx, 1945: 438). Aquí el espacio absoluto asume un protagonismo conceptual y no sólo terminológico en tanto se trata de una relación de distancias entre la producción y la circulación de las mercancías en la lógica y totalidad del capital, dado que la circulación sólo se realiza espacialmente. Aniquilar el espacio es acelerar el tiempo de circulación del capital y, en consecuencia, en un registro analítico, se trata de una transformación del uso categorial del espacio absoluto por su uso relativo.6
La realización de la lógica del capital en el espacio, como lugar geográfico y social, es fundante si se considera que la expansión del capital por medio de la navegación, el ferrocarril y los medios de comunicación —aboliendo barreras geográficas y unificando el espacio— permite la creación del mercado mundial (Fischbach, 2012: 87) . El espacio es una vía de realización del capital, es una relación social cristalizada que se lleva a cabo en la actividad económica del capital, pues como el capital no puede aniquilar el espacio, necesita producir espacio, reespacializando, es decir, por medio de un proceso de expansión y unificación territorial o lo que es lo mismo, de creación del mercado mundial. Esto es lo que conceptualmente podemos pensar como espacio abstracto, a saber, la acción moderna del capital de espacializar las cosas y todo aquello que se funda en su ser: el capital tiende esencialmente a hacer del mundo y de la vida cotidiana un espacio para la valorización del valor; y de la modernidad, un semblante (desigual y combinado) del sistema productor de mercancías.
Al final del tercer apartado planteamos que la dominación social abstracta es la forma moderna de subordinación a estructuras impersonales y cuasi-independientes, a saber, el valor y el capital incorporado en el trabajo social determinado por el sistema productor de mercancías, de ahí la necesidad, como hemos visto, de una crítica inmanente [Immanente Kritk].
La dominación social del capital se realiza y completa espacio-temporalmente, ya que el tiempo de trabajo socialmente necesario es una necesidad social cuasi-objetiva (Postone, 1993) como gasto de tiempo de trabajo abstracto, que tiene al espacio absoluto como vía de desarrollo y al espacio relativo y relacional como relación social que se cristaliza en la espacialización de las cosas como mercancías. Esta realización de la dominación social abstracta del capital no puede ser sólo la forma social desplegada de la lógica del capital. Requiere una realización espacio-temporal, lo que a nivel general implica la subordinación de las experiencias cotidianas (sociales e individuales) al paradigma moderno, abstracto y lógico en el cual las determinaciones del capital constituyen, determinan y trascienden sus momentos particulares y que, en consecuencia, sólo existen a través de esos momentos.
Una vía privilegiada para comprender este proceso de realización, a pesar de su uso variable en el pensamiento crítico, es la categoría de abstracción real. Cuando Sohn-Rethel (2017) sostiene que la “abstracción mercancía” no es un producto del pensamiento sino de las acciones de los seres humanos, no sólo cuestiona a Adam Smith por buscar atribuir conciencia a los actos de cambio, sino que también permite repensar el problema del valor como una conceptualización particular o como una abstracción real (Sohn-Rethel, 2017: 28). La conceptualización del valor existe analíticamente en el pensamiento pero su origen es estrictamente social, es decir, se localiza en el registro espacio-temporal de las relaciones sociales, cuyos modos de objetividad y subjetividad social son abstracciones reales que resultan de una actividad espacio-temporal producida por el capital y extendida como realidad efectiva en la modernidad.
Cuando Lefebvre formula las tesis sobre la producción del espacio se muestra no sólo interesado en comprender los procesos de producción y reproducción espacial de las relaciones sociales modernas, sino también en la conceptualización de la abstracción para pensar el espacio y la producción, y sus posibles extensiones categoriales para criticar el urbanismo moderno.7 Pero como en Lefebvre la reproducción de las relaciones sociales de producción van más allá del mundo laboral y de la producción, desarrolló un esfuerzo epistemológico por pensar lógicamente el espacio como el lugar privilegiado desde dónde localizar la producción y la reproducción. Para Neil Smith (2020) —como para Castells en sus inicios—, esa posición lefebvreana supone un problema político sustantivo: ¿Dónde ubicar el centro de la discusión política y de la lucha de clases? ¿En el campo de la reproducción de las relaciones sociales o en el mundo del trabajo? (Smith, 2020).
Aquellas preguntas que Smith se hace lúcidamente bien podrían ser respondidas, por un lado, con una lectura del capital como totalidad, y por otro, con una lectura de lo político como una dimensión que se juega en el ámbito que va de la producción al intercambio, pero también inevitablemente en el amplio espectro de la vida en el capitalismo tardío. A propósito de esto, podríamos conjeturar —siguiendo a Fani Carlos (2019) — que la producción del espacio es inmanente a la producción social (como socialización), y como tal, no se realiza ni puede realizarse como actividad exterior a la lógica del capital. Más bien, al contrario, y siguiendo una crítica inmanente, la reproducción del capital —al menos desde finales del siglo XX— se realiza mediante la producción del espacio (Carlos, 2019), cuestión que nos remite al problema del espacio urbano como espacio de reproducción del capital y, desde Lefebvre en adelante, a la urbanización como producción social del espacio y de la vida cotidiana.
La producción social del espacio urbano
La organización del espacio geográfico en zonas urbanas y rurales ha sido tradicionalmente asociada en el ámbito académico, censal y administrativo, a la división técnica del trabajo agrícola e industrial. De hecho, en Marx y Engels (1969) la división entre campo y ciudad —por ahora diremos homologable a rural y urbano— constituye la primera manifestación espacial de la división técnica del trabajo, incluso previo a la formación de grandes aglomeraciones asociadas a los procesos de industrialización. No obstante, tras el desarrollo de las políticas estatales de vivienda y urbanización del siglo XX, lo urbano comienza a inscribirse en la economía política a partir de la necesidad de producción del espacio de reproducción del capital —mediada estatalmente—, conformado a su vez por la circulación mercantil y la reproducción de la fuerza de trabajo (Castells, 1974; Lokjine, 1979; Topalov, 1979) .
Mientras el debate marxista en Europa y América Latina se centraba principalmente en la reproducción del capital a través de procesos de urbanización, de forma paralela Henri Lefebvre comenzó a desarrollar una teoría en la que lo urbano no se acota a la organización espacial del mercado y de la fuerza de trabajo, sino que se despliega como concepto que dota de sentido al proceso mismo de producción capitalista. Como señala Lefebvre (2018a), “el doble proceso de industrialización y urbanización pierde todo sentido si no se concibe a la sociedad urbana como meta y finalidad de la industrialización”. Es necesario precisar que si bien industrialización no es sinónimo de capitalismo, sí acontece como uno de los vehículos principales para su desarrollo; y en ese sentido es importante puntualizar que Lefebvre no dice que la urbanización sea la esencia del capital, sino que lo es de la industrialización. Esto permite a su vez sostener la siguiente tesis: el capital, siendo una relación social basada en la valorización de valor, en la explotación y en la acumulación, no sólo produce medios de producción industrializados para lograr su reproducción ampliada, sino que produce un espacio, y ese mismo espacio es un espacio urbano. En este último sentido reaparece el espectro hegeliano de Lefebvre.
La industrialización fue la norma al menos de la hegemonía del ciclo sistémico inglés de acumulación y posiblemente del estadounidense también, pero podría haber sido perfectamente de otra manera, como bien muestra Ellen Meiksins Wood (2016) . Ahora bien, como no fue de otra manera, desde el siglo XIX la industrialización aparece como una norma general y diferenciada de la acumulación; y por consiguiente, lo mismo puede decirse de la industrialización en relación con la urbanización. Por ello debe argumentarse en qué medida la producción del espacio por parte del capital es necesariamente urbana. Considerando que ya tratamos el concepto producción del espacio, corresponde ver la manera en que Lefebvre lo conceptualiza como urbano, discutiendo con ello las tesis de la reproducción de la fuerza de trabajo que constituía el aporte específico del marxismo a los estudios urbanos de su época.
Para profundizar su argumento, Lefebvre refiere al problema de la suburbanización. Si la racionalidad urbana consistía en la reducción de los tiempos de circulación y los costos unitarios de la infraestructura, necesarios para optimizar la reproducción de la fuerza de trabajo, ¿cómo se explica entonces que la sociedad norteamericana iniciara procesos masivos de dispersión de la población, incrementando los costos de urbanización medidos por infraestructura y transporte? Lefebvre (2015) articula su teoría urbana con una teoría social más amplia sobre la conformación de aquello que denomina sociedad burocrática de consumo dirigido. A partir de esta idea no sólo critica el urbanismo moderno en clave política, sino que además lo vuelve ideológico: no hay racionalidad urbana en estricto sentido, sino una planificación del espacio para orientarlo al consumo. Más allá de su capacidad para percatarse de un cambio cualitativo en su objeto de análisis, y por ende la necesidad de producir una nueva teoría en el contexto de un cambio histórico, es importante señalar la imposibilidad de conciliar una interpretación marxista sustentada en la teoría del valor con una afirmación de este tipo. Se requiere abordar mínimamente este asunto para poder incorporar los planteamientos de Lefebvre dentro de una teoría crítica del valor.
Desde el punto de vista del análisis del modo de producción capitalista que hace Marx en El Capital, el consumo no forma parte de la reproducción del capital, sino de la reproducción de las condiciones materiales de existencia, determinadas cultural e históricamente. El capital porta valor y lo realiza en el intercambio, no en el consumo, aun cuando dicho consumo incremente, situación posible por diversos factores extraeconómicos que requieren otro tipo de investigación que exceden este trabajo. El salario, las prestaciones sociales, la infraestructura urbana, etcétera constituyen indistintamente las condiciones de reproducción del trabajo bajo contextos histórico-sociales específicos, como ya dijimos en los apartados referidos a la dominación abstracta del capital. Proponer que el consumo urbano logra dar cuenta del sentido que articula la producción del espacio no es consistente con el carácter específicamente capitalista del mismo, y lo igual vale para el mercado.
En consecuencia, el consumo y el mercado no definen lo urbano, es el intercambio y sus exigencias de circulación lo que realiza la producción y dentro de ello la reproducción de la fuerza de trabajo. Por tanto, para incorporar el aporte de Lefebvre en la teoría del valor, es necesario asumir por consumo un incremento generalizado en la producción mercantil asociada a cambios histórico-culturales en la reproducción del trabajo. La forma específicamente urbana de estos cambios se puede sintetizar en la categoría fondo de consumo, desarrollada por Harvey (1990) a partir de Marx. Ahora bien, si el fondo de consumo representado espacialmente en los suburbios constituye una forma de reproducción del trabajo, no es posible entonces hablar en ese caso de producción del espacio como producción específicamente capitalista. Si el fondo de consumo se sostiene en las diversas formas de rédito (ganancia, renta e interés), su existencia realiza la producción capitalista pero no la produce.
A pesar de la valiosa contribución en la construcción de una teoría crítica sobre el sector inmobiliario, Harvey (1990) innecesariamente acota el argumento de la producción del espacio al circuito secundario de acumulación, el cual sienta las bases de la interpretación marxista más difundida sobre el boom inmobiliario actual. Sólo hay producción del espacio, en sentido específicamente capitalista, en la medida en que se produce un espacio para la acumulación del capital, donde la realización de las mercancías, por ejemplo inmobiliarias, es sólo un momento.8 Asumiendo dichas limitaciones en la categoría de fondo de consumo (urbano), lo importante de esto es que existe espacialidad en la constitución de las condiciones histórico-culturales en las que se fija la reproducción.
De esta manera puede sostenerse lo siguiente: el salario debe reproducir el trabajo en un lugar determinado en el mercado, pero no necesariamente por el mercado. Al igual que con el caso del dinero, que Marx sistematizó en las Teorías de la plusvalía, la industria, el comercio, el mercado, etc., no son a priori experiencias capitalistas de la modernidad o de la realidad en general (Mann, 2012: 112-116) . Incluso si se quisiera insistir en el problema del mercado, habría que precisar que el problema es el mercado capitalista o, incluso, la imposibilidad de exterioridad de la inmanencia del mercado capitalista en la modernidad como sostiene Kurz.9
Desde esta perspectiva, la experiencia suburbana constituye entonces un nuevo espacio de reproducción, fijado por nuevas condiciones histórico-culturales marcadas por reivindicaciones salariales, política social, posguerra, hegemonía norteamericana y europea, entre otras. El punto aquí es entender que la producción del espacio no puede ser resultado de ninguno de ellos en particular. Sólo es posible un concepto de producción del espacio específicamente capitalista si logra valorizar el valor, incrementar la magnitud de capital. Las viviendas, por muchas que fueren, se venden y se realizan en el intercambio, independiente de si se destinan a trabajadores o no. Afirmar que constituyen producción del espacio sería subestimar su importancia en la realización mercantil, incluso en escala ampliada como propone Harvey (1978 y 2012b).
Ahora bien, se podría sostener que la formación de capital fijo de un país (inversión fija total en maquinarias y equipos) constituye la producción del espacio. Por cierto, la infraestructura que sostiene las largas cadenas logísticas, pero también la vialidad estructurante al interior de las grandes aglomeraciones de población, forman parte de la producción del espacio del capital. Sin embargo, el problema urbano al que invita Lefebvre no queda bien definido a partir del concepto de producción del espacio recién planteado. La producción del espacio de Lefebvre emerge junto a su teoría urbana, a la vez que la excede. Cuando Lefebvre representa los booms inmobiliarios como forma de producción del espacio y luego Harvey (1978) construye su teoría de la urbanización capitalista a partir de dichos booms, no precisan que éstos sólo constituyen la producción de un espacio de realización del capital, sino la producción de un espacio de producción.
Dicha recursividad no resulta problemática si se piensa que la producción del espacio ha sido históricamente la conquista de América, los proyectos de colonización, la deforestación, la extensión del telégrafo, internet, o los recientes proyectos de macroinfraestructura para la extracción de recursos naturales, como sostiene Arboleda (2016) . En medida creciente dicha producción del espacio ha sido capitalista, y por cierto lo es hoy. Lo complejo en Lefebvre es que dicha producción de un espacio de producción sea a la vez, e indisociablemente, capitalista y urbana. Volvamos sobre el punto de inicio de este apartado. Si Lefebvre dice que “la urbanización se torna el sentido de la industrialización”, ¿qué es la industrialización? Frecuentemente confundida con la manufactura, el maquinismo, la robotización, etc., la industrialización no es otra cosa que la producción de medios de producción. No se trata de un ejercicio formal pero claramente el reemplazo entre el término medio y espacio antecediendo a la producción expresa el centro del problema.
Aun de esta manera no se logra entender cómo la producción del espacio representa un desarrollo histórico de lo urbano. Lo que sí queda bastante claro es que para Lefebvre la producción del espacio se funde en un tejido disperso que hace indistinguible lo urbano de lo no urbano. Si bien las metáforas nucleares de explosión-implosión utilizadas por Lefebvre y retomadas por Brenner (2013) no parecen indicar nada sobre el carácter urbano o no urbano de la producción del espacio, revelan el carácter geográficamente expansivo de lo que hoy puede sintetizarse en la tesis de la urbanización planetaria (Brenner, 2013); a la vez que permiten interpretar la urbanización como un proceso descentrado, donde lo urbano no constituye el centro gravitacional de las migraciones rurales, y la división rural-urbano desaparece en la medida en que el espacio geográfico mundial deja de constituirse a partir de regiones y pasa a conformarse como un espacio expansivo de circuitos productivos y extractivos globales (Arboleda, 2016; Katsikis, 2018) .
Precisamente por esto, Brenner (2013) alude al Amazonas, a Siberia y a otras regiones extremas para ilustrar la urbanización planetaria, denominando a los asentamientos humanos de esas regiones de explotación (frecuentemente enclaves extractivos) como paisajes operacionales caracterizados por un conjunto de atributos formales impensados para lo urbano: dispersos, de tamaño reducido, poco densos, etc. Cuando Brenner (2013) y luego Katsikis (2018) construyen la categoría de paisajes operacionales y le imputan el carácter urbano, están haciendo el ejercicio teórico de pensar lo urbano en su relación con la producción del espacio de la producción. Sin embargo, en la explicación, frecuentemente aluden a que dichos espacios son urbanos porque forman parte del proceso urbano, sin indicar en ningún momento en qué consiste el carácter específicamente capitalista de dicho proceso.
Con el fin de aportar en la construcción teórica iniciada por Lefebvre y actualizada por Brenner, podríamos afirmar que los paisajes operacionales son urbanos porque implican una producción del espacio de reproducción subsumida en la producción del espacio de producción. Siendo categorialmente útil el concepto de paisaje operacional, el asunto no resuelto en la teoría de la urbanización planetaria de Brenner (2013) es que asume la inherencia de un “proceso urbano”, como si el objetivo de la sociedad fuese la urbanización. Esto no resulta compatible con una crítica de la economía política del espacio, justamente por lo que señalamos antes: la urbanización está subsumida en el espacio de producción. Efectivamente, en Lefebvre hay un concepto de proceso urbano, pero no autónomo, considerando, como hemos sostenido, que la urbanización es el sentido de la industrialización, no de la producción capitalista.
La contribución de Brenner (2013) al desarrollo de los planteamientos de Lefebvre, permite profundizar en algunas preguntas que podrían conectar la tesis de la urbanización planetaria con la producción capitalista del espacio. En primera instancia, si en los paisajes operacionales abundan asentamientos humanos dispersos, ¿por qué no denominar rurales a esos asentamientos? ¿Acaso el espacio rural no está subsumido en la producción capitalista del espacio? Aquí se juega un asunto de fondo. La creencia de que lo rural expresa exterioridad al capital es equívoca y parece estar entre los supuestos de Brenner (2013). ¿La China rural necesitó urbanizarse para completar su integración capitalista en la forma de socialismo de mercado? ¿No se supone que, según la mayor parte de la historiografía marxista, el capitalismo tiene un origen agrario? ¿No deberíamos moderar la importancia de la ciudad en los albores del capital?
Lo rural y lo agrícola son dimensiones distintas, pero si la diferencia entre industria y agricultura se basa en que ésta no produce su principal medio de producción, algo similar ocurre con lo rural: no hay producción del espacio de reproducción. Si el trabajo agrícola no es campesino sino fundamentalmente asalariado,10 ¿logra el mercado expandir bienes y servicios salariales al espacio rural, o debe la población rural desplazarse hacia un espacio urbano a realizar el salario? Lo mismo ocurre con el conjunto de infraestructuras de la reproducción que constituyen la base material de la urbanización. Pero esto no impide que en el espacio rural se produzca y consuma de manera cada vez más articulada al mercado mundial.
El asunto relevante es que si pudiésemos definir lo rural, podríamos decir que se caracteriza por una sub-dotación de infraestructura y equipamiento urbano, a la vez que se experimenta la ruralidad en la práctica no diaria pero sí periódica, en sentido estricto mensual, de viaje al centro poblado de referencia para realizar el salario, una práctica de intercambio específicamente urbana, que si adquiere fuerza deviene en migración rural-urbana de trabajadores agrícolas incluso sin reconversión productiva, dado que trabajadores agrícolas pueden ser urbanos. En este sentido, sin una teoría específica que integre la producción del espacio de reproducción dentro de la producción capitalista, el argumento lefebvreano no permite posicionar lo urbano en la crítica inmanente de la sociedad moderna.
Conclusión
Desde la crítica de la economía política, el proyecto del Marx tardío, nos hemos propuesto dialogar con algunas de las tesis básicas sobre la producción del espacio moderno. Acuñamos el término crítica de la economía política del espacio, cuyo uso conceptual, como hemos visto, supone una crítica inmanente de la modernidad. Esta crítica es respecto de la lógica abstracta del valor y de su expresión en la producción social del espacio-tiempo abstracto. Hemos sostenido que el espacio-tiempo abstracto y su indivisible unidad constituyen un sólo gran momento de la producción social moderna, cuya realización concreta, el espacio urbano, es el espacio geográfico producido para la reproducción del capital, el lugar de intercambio, donde se realiza la totalidad de la producción mercantil, mientras que la urbanización se presenta como la producción de asentamientos humanos interdependientes, socializados por el capital, pero cuyo sentido es la industrialización, no la producción capitalista. Consideramos que se vuelve necesario comprender la subsunción de lo rural pero a la vez los límites de dicha subsunción, ya que el par categorial urbano-rural refiere a la reproducción y no a la producción. Por este mismo motivo podría decirse que Marx y Engels (1974) —a pesar de tener una concepción de lo urbano/rural remitida a la división técnica del trabajo— lograron comprender que no es posible una disolución de lo urbano y lo rural sin una superación del trabajo humano abstracto, requisito para la construcción de lo común o al menos para pensar el poscapitalismo: “la abolición de la antítesis entre la ciudad y el campo es una de las primeras condiciones para la comunidad” (1974: 55-56). Si asumimos que toda producción moderna del espacio es urbana, podemos pensar que el desafío no consiste en disolver lo urbano y lo rural, tarea suscitada pero no finalizada en la urbanización, sino superar lo urbano y la humanidad socializada por la lógica abstracta de valorización que produce, subsume y domina el espacio-tiempo moderno.