Introducción
El estudiantado de educación superior es un grupo de población con alto riesgo de padecer problemas de salud mental porque enfrenta varios desafíos económicos, de violencia y de oportunidades sociales y laborales. Es relevante analizar el impacto psicosocial y emocional que vivió en los últimos años, porque existen costos psicológicos originados por el propio confinamiento social (Gallego-Gómez et al., 2020) , las insuficiencias e incertidumbres en la educación (Head et al., 2022) , las restricciones en la vida social y los conflictos familiares (Cengiz et al., 2022) ; además del generado en el estudiantado de las áreas biomédicas por la inserción laboral apresurada a espacios de atención Covid-19, donde las juventudes sin experiencia previa entraron a ocuparse en hospitales de reconversión, unidades temporales o espacios domiciliarios (Gómez-Moreno et al., 2022; Luo et al., 2023; Rodríguez-Almagro et al., 2021; Ulenaers et al., 2021; Vázquez-Calatayud et al., 2022) .
La investigación en torno a los efectos de la pandemia por Covid-19 en la vida emocional del estudiantado y personal de salud es vasta. Un importante número se realizó bajo el enfoque de teorías psi y desde metodologías cuantitativas (Sheraton et al., 2020) . La mayoría de los estudios se desarrollaron en países de ingresos altos como China o Estados Unidos y en zonas urbanas y ciudades. El nivel más analizado fue el tercero —con énfasis en el área de atención Covid-19— y en menor medida otros espacios que, aunque no se dedicaron a la atención directa del virus, sí tuvieron contacto con pacientes contagiados. El sujeto de la investigación que más se estudió fueron las enfermeras, seguido de los profesionales de la medicina, y con menos presencia otros trabajadores sanitarios y el estudiantado del área de la salud —de medicina y enfermería— (Muller et al., 2020; Rojas-Lozano et al., 2023) .
Respecto a estos últimos, es importante señalar el considerable número de investigaciones interesadas en analizar el impacto del coronateaching en la educación superior, entre las que están: la exploración de las expectativas académicas y educación clínica logradas en el sistema remoto de emergencia; desafíos tecnológicos, condiciones materiales y de accesibilidad a internet por parte del estudiantado de las instituciones de educación superior (IES); y las estrategias de simulación clínica con tecnología para reconceptualizar la brecha entre teoría y práctica en las universidades (Alcocer et al., 2023; Dziurka et al., 2022; López Sánchez, González Carrada, et al., 2023; López Sánchez and Mendoza, 2021: 19; Metin Karaaslan et al., 2022; Nuuyoma et al., 2023) .
En esa misma línea, otras investigaciones indagaron en conocimientos, percepciones y prácticas preventivas de estudiantes frente a la infección por Covid-19, con el propósito de actualizar planes y programas de estudio de la carrera de Enfermería. También buscaron conocer y evaluar preocupaciones personales del estudiantado en el plano académico y estrategias de afrontamiento para encarar las vicisitudes por ajustes pedagógicos de continuidad académica (Aksu et al., 2022; Albaqawi et al., 2020; Cervera-Gasch et al., 2020; Kochuvilayil et al., 2021) .
Los datos presentados en el informe “Situación de la Enfermería en el Mundo” (2020) muestran que este es el grupo ocupacional más grande del sector salud, representado aproximadamente por 59% de las profesiones. Sin embargo, en México se identificó un déficit histórico y alto número de contagios y decesos que generaron la contratación emergente de personal e inserción laboral apresurada de estudiantes de Enfermería de pregrado que se encontraban en los últimos semestres de la carrera o bien eran pasantes (Rosas Loza et al., 2022) . En el caso de la zona metropolitana de la Ciudad de México, el estudiantado provenía, en su mayoría, de tres sedes de la Universidad Nacional Autónoma de México: Facultad de Enfermería y Obstetricia (FENO) —antes ENEO—, Facultad de Estudios Superiores Zaragoza y Facultad de Estudios Superiores Iztacala (FESI).
En esta investigación se plantea que el estudiantado de la carrera de Enfermería es una población plurivulnerable: primero por ser población joven; segundo, por ser población estudiantil; tercero, por estudiar una carrera precarizada, jerarquizada entre el personal de salud y feminizada como lo ha sido la enfermería; cuarto, por habitar una zona de alta polaridad económica; y finalmente, por la histórica centralización geográfica de la infraestructura hospitalaria que incrementó la exposición de las juventudes al contagio, violencia y discriminación sufrida en las calles.
Si bien existen estudios que refieren la prevalencia de problemas de salud mental como trastorno del sueño, miedo, estrés y desgaste académico entre estudiantes de Enfermería frente a la pandemia (Aslan and Pekince, 2021; Bai et al., 2021; Medina Fernández et al., 2021; Mulyadi et al., 2021 a) , hacen falta investigaciones que muestren la compleja relación entre la vida emocional y las condiciones socioculturales de las juventudes que se están formando en esta área de la salud desde enfoques socioantropológicos, que rebasen las explicaciones psi (López Sánchez, Cortijo Palacios, et al., 2023) .
La amplia bibliografía en torno al tema da cuenta de un interés por el enfoque psicosocial que, si bien ofrece información del estado del estudiantado, lo hace con mirada clínica, salubrista, individual y conductual, perdiendo de vista lo situacional, contextual, interseccional e intercultural. Esto implica tomar en cuenta los ejes estructurantes de la desigualdad social en la vida emocional y mental de las personas en momentos de emergencia como las pandemias; al mismo tiempo que reconoce la dimensión política de lo emocional como perspectiva de análisis, al poner el acento en la agencia social y no en la vulnerabilidad psicológica definida por los denominados hándicaps conductuales.
El presente artículo forma parte de la investigación “Características psicosociales y procesos socioemocionales en comunidades estudiantiles universitarias frente al aislamiento sanitario por COVID 19: hacia una política institucional del cuidado, autocuidado y autoatención”, desarrollado por integrantes del Laboratorio de Investigación Interdisciplinaria sobre Cuerpo, Emociones y Género (LIICEG) de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala (FESI-UNAM). Asimismo, analiza los procesos socioemocionales de estudiantes de Enfermería durante el confinamiento por Covid-19, derivados de las medidas de control sanitario implementadas por la Secretaría de Salud (SSA) en México.
Herramienta teórica-metodológica
La investigación se ubica dentro de la perspectiva sociocultural y política de las emociones que entiende a éstas de forma situacional, adaptativa, entrenada, plástica, relacional y contextual (Ahmed, 2015) , que además de una dimensión psicofisiológica, contiene una social que está normada y regulada por los contextos históricos y sociales y se encuentra fuera de las lógicas binarias: razón/emoción, cuerpo/mente, individuo/sociedad. Propone las emociones como una dimensión social con posibilidades heurísticas y explicativas para comprender las relaciones de poder que estructuran la vida social, recuperando la vida sensible de los sujetos fuera de las coordenadas patologizadas y psicologizantes en las cuales regularmente se circunscribe la vida emocional (López Sánchez, 2022) . Este enfoque incorpora la dimensión política para dar cuenta de las experiencias emocionales atravesadas por procesos sociales con componentes colectivos y sociopolíticos, y no sólo individuales y psicológicos que se posicionan ética y políticamente desde una perspectiva de la agencia social y los derechos humanos.
Se emplea la categoría procesos socioemocionales para vincular “el manejo emocional de las personas en función de su posición social estrechamente relacionada con sus identidades de género, sexuales, generacionales, de estratificación social, educativas y sus situaciones vitales” (Morales Romero and López Sánchez, 2020) , determinadas por la construcción de una subjetividad normativa. Esta herramienta heurística permite identificar cómo se vinculan las condiciones psicosociales del estudiantado de Enfermería durante el confinamiento sanitario generado por la Covid-19, los cambios en las condiciones de vida, los escenarios de incertidumbre-preocupación y las afectaciones emocionales por el cierre de las universidades durante la pandemia. A partir de dicha categoría se puede articular la vida emocional de las personas en función de los ejes de estructuración social, sin dejar fuera sus condiciones vitales/biográficas para mostrar que la vida emocional es también una configuración cultural y no sólo individual.
La categoría procesos socioemocionales permite explorar el campo de la desigualdad porque es un indicador social de cosas más profundas, como las desventajas que se producen entre géneros, grupos étnicos, diversidades sexo-genéricas, territorios o generaciones, pues posibilitan ver que el lugar que se ocupa en la estructura social produce estatus que la vida emocional traduce y gestiona de manera diferenciada desde el cuerpo. De acuerdo con esta propuesta teórica, se propone la siguiente matriz para operacionalizar metodológicamente la categoría procesos socioemocionales (véase la Figura 1) .
Material y método
El estudio es descriptivo, cuantitativo y transversal, y fue realizado con la comunidad estudiantil de la carrera de Enfermería de la FESI-UNAM. Se utilizó el Medidor Psicosocial y Socioemocional frente a la contingencia COVID 19 (MPE-COVID 19), diseñado por el LIICEG para identificar los efectos psicosociales y procesos socioemocionales generados por el distanciamiento social antes y durante los primeros días de la política de confinamiento. La muestra estuvo compuesta por 375 respuestas, correspondientes a 286 mujeres, 85 hombres y 4 personas de identidad sexo-genérica diversa. Se invitó a la comunidad estudiantil a responder de manera autoaplicada el MPE-COVID-19 en la plataforma Google Formularios, vía las redes sociales de la FES-Iztacala entre abril y junio de 2020.
El MPE-COVID19 estuvo compuesto por 30 ítems divididos en seis secciones y dos preguntas abiertas. Para este artículo, fueron analizados los datos sociodemográficos, el apartado dos “Espacio y convivencia familiar”, el cinco “Actividades Académicas” y seis preguntas de la sección cuatro correspondiente a “Salud y vida emocional” del MPE-COVID-19. Los resultados se presentan mediante frecuencias y porcentajes de cada una de las variables evaluadas con el empleo del programa estadístico R versión 4.1.1.
La participación fue voluntaria, se especificó la no existencia de riesgo en la aplicación del instrumento y se proporcionó con anticipación la carta de consentimiento informado para garantizar autonomía, confidencialidad y anonimato. La investigación contó con la aprobación del Comité de Ética de la FESI-UNAM: CE/FESI/082020/1361 y se clasificó en categoría II por tratarse de procedimientos de uso común y seguros, de acuerdo con lo estipulado por la Ley General de Salud y la Norma Oficial Mexicana 012-SSA3-2012.
Resultados
La FESI es una entidad académica multidisciplinaria del área de la salud que cuenta con siete licenciaturas: Biología, Enfermería, Cirujano Dentista, Médico Cirujano, Optometría, Psicología y recientemente Ecología. La muestra total de las seis carreras que participaron en el estudio ascendió a 3,194 estudiantes, los resultados que se presentan aquí son los correspondientes a 11.74% de estudiantes pertenecientes a la carrera de Enfermería.
La conformación de la muestra estuvo dada por 375 estudiantes de Enfermería, de los cuales 76.3% fueron mujeres, 22.7%, hombres y 1%, población sexo-genérica diversa. La mayoría de quienes participaron se encontraban en licenciatura (96.5%) y en menor proporción en condición de pasantes (3.5%). Dentro del estudiantado de licenciatura, 81.3% se hallaba entre el segundo y sexto semestre cuando se aplicó el cuestionario, y el rango de edad de la población analizada osciló entre 18 y 23 años (Tabla 1) .
Durante los primeros días del distanciamiento social voluntario estipulado por la SSA en México, llevado a cabo entre el 23 de marzo y 31 de mayo de 2020, 40% de la población de estudio mantuvo el confinamiento. Dentro de las razones reportadas para salir de casa, 82.72% fueron para comprar alimentos y medicamentos, 24.4% por motivos laborales, 3.5% para realizar actividades académicas y 7.3% salió por otras causas. Los estudiantes hombres reportaron más salidas por cuestiones laborales (23.52%) respecto a las mujeres (14.68%), pero salieron con la misma frecuencia por compra de alimentos y medicamentos (mujeres 88.46%, hombres 84.7% y población diversa 75%).
Derivado de las medidas de confinamiento social, hubo diversas afectaciones en la vida del estudiantado, entre las que se encuentran la organización del tiempo para realizar las actividades académicas a distancia, el espacio y el uso de dispositivos para efectuarlas. Respecto a lo primero, 23.43% reportaron no tener horario ni rutina para cumplir con las actividades escolares. En lo referente a los espacios, los más empleados para realizar dichas actividades fueron: 1) recámara (67.7%), 2) sala o cuarto de estar (37.9%), 3) cocina (8.8%), 4) comedor (7.46%), 5) estudio habilitado en su casa (6.9%) y 6) el patio o jardín (2.4%). Los dispositivos utilizados para llevar a cabo las actividades académicas, por orden de importancia, fueron: teléfono celular (82.3%), laptop (62.4%), computadora de escritorio (33.3%) y, en menor medida, tableta (6.9%). Un poco más de la mitad del estudiantado tuvo que compartir el equipo de cómputo (54.3%).
En concordancia con lo anterior, las situaciones de mayor angustia vividas por el estudiantado de Enfermería fueron: la académica (79.5%), seguida de la financiera (74.1%), pérdida de prácticas profesionales en clínicas y hospitales (54.9%), modificación de planes personales (42.93%), profesionales (32%) y concluir servicio social (5.6%). La dimensión académica preocupó más a los jóvenes de menor edad que estaban en los primeros semestres, y la situación financiera y modificación de planes personales a los de mayor edad que ya eran pasantes.
Otra complicación vivida por la población de estudio remite a relevantes afectaciones en sus ingresos: 36.8% valoró estas afectaciones como importantes, 49.1% las consideró medianamente, 8.3 % escasamente y 5.8% no las percibió.
Los estados emocionales habituales antes y durante el confinamiento reportados por el estudiantado variaron y se vivieron de manera diferenciada entre mujeres, hombres e identidad sexo-genérica diversa. Pero en los tres grupos la emoción que permaneció constante fue el estrés, disminuyendo apenas 2.13% del estrés sentido antes del confinamiento y la apatía e indiferencia que incrementó 2.4%. El estudiantado en promedio dijo haber sentido por lo menos cinco estados emocionales previo a la pandemia y seis durante ella; para la población diversa esto aumentó a ocho y nueve estados, respectivamente.
El estado emocional que más disminuyó fue la felicidad (52%), seguido de la tranquilidad (34.40%) y confianza (34.13%); los estados que más aumentaron fueron: incertidumbre (32.80%), angustia (27.46%), desesperación (26.13%) y miedo (21.60%). En el caso de las mujeres, la emoción que más disminuyó fue la felicidad, con 55.35%, y la que más se incrementó fue la incertidumbre, con 32.17%; lo mismo ocurrió en los estudiantes hombres con 57.65% y 32.80%, respectivamente. En el caso de la población diversa, el estado que más disminuyó fue la confianza y la que más aumentó fue la desesperación (Gráfica 1).
Frente a dichos estados emocionales y escenarios de incertidumbre relacionados con el confinamiento y aislamiento social, se determinaron también las acciones que emplearon los estudiantes de nivel superior para afrontar el distanciamiento social. La estrategia a la que recurrieron más, tanto mujeres como hombres, fue escuchar música, ver televisión o leer (89.82%), seguida del uso de las redes sociales (57.77%) y hablar con familiares y amigos (53.86%). En el caso de los hombres, resalta el aumento de consumo de bebidas alcohólicas.
Discusión
La investigación evidenció un incremento en las emociones relacionadas con el malestar durante las primeras semanas de distanciamiento social. En el proyecto “Características psicosociales y procesos socioemocionales en comunidades estudiantiles universitarias frente al aislamiento sanitario por COVID 19: hacia una política institucional del cuidado, autocuidado y autoatención” se observó que las emociones más presentes antes de la pandemia fueron tranquilidad y felicidad, y durante el confinamiento las que se incrementaron fueron: miedo, angustia, incertidumbre y desesperación, más en mujeres y en población diversa, que en hombres. Estos datos son coincidentes con los encontrados en las carreras de Psicología y Medicina que también participaron en el estudio y que fueron reportados por una de las autoras de este trabajo y otras integrantes del LIICEG (López et al., 2022: 9; López Sánchez and Cortijo Palacios, 2021).
Los resultados también son consecuentes con otras investigaciones que documentaron un incremento en las preocupaciones en la etapa inicial del contagio, dada la alta letalidad, transmisibilidad del virus, ausencia de conocimiento y tratamiento definitivo, y descenso con el desarrollo de información y la aplicación de vacunas. Igualmente son concomitantes con estudios que demostraron que el miedo e incertidumbre fueron las principales expresiones de afectación a la salud mental por el confinamiento social en estudiantes universitarios, seguido de problemas de insomnio y conductas de riesgo como el aumento en el consumo de alcohol, tabaco y marihuana (Mulyadi et al., 2021 a ; Robles Mendoza and López Sánchez, 2022) .
El miedo se volvió una categoría emergente en este tipo de pesquisas. Los hallazgos dan cuenta de su recurrencia en las experiencias de los profesionales de la salud que se asociaba a otras emociones cercanas como angustia, ansiedad, zozobra y pánico, vinculadas sobre todo con el contagio —propio y ajeno—, muerte y enfermedad (Rojas-Lozano et al., 2023) . El miedo a la Covid-19, de acuerdo con Luo et al. (2021) , fue mayor en las mujeres que en los hombres, y los temores más altos en las puntuaciones se produjeron en países asiáticos (lo que es consecuente con el avance territorial del virus).
Por su parte, Kuru Alici y Ozturk Copur (2022) documentaron que en Turquía, con una muestra de 234 estudiantes de Enfermería, los niveles de miedo a la Covid-19 eran altos, significativamente mayor en las mujeres participantes que en los hombres, y sin diferencias significativas según el año escolar, lugar de residencia, familia o parientes contagiados, cuarentena domiciliaria y satisfacción con el aprendizaje remoto. En el caso de los estudiantes de Enfermería de la FESI, el miedo aumentó 22.38% en mujeres, 18.32% en hombres y 21.60% en población diversa con independencia del año escolar, la edad y la cuarentena domiciliaria.
El impacto emocional relacionado con la atención de la Covid-19, el confinamiento social y la educación remota de emergencia en el estudiantado también trajo como consecuencia alteraciones de patrones de sueño y alimentación. El metaanálisis de Mulyadi et al. (2021 b) , que incluyó 17 estudios con 13,247 estudiantes de Enfermería, sugirió que más de una cuarta parte de los encuestados experimentaba trastornos de sueño (27%). En el caso de los estudiantes de la FESI, más de 50% de la muestra manifestó desórdenes que tuvieron que ver con los cambios de horarios y el número de horas para descansar. En las mujeres y población diversa hubo un aumento del número de horas de sueño y en los hombres una disminución. Respecto a la variación de los hábitos alimenticios, un poco más de 50% del estudiantado de las tres identidades refirieron haber aumentado su consumo alimenticio (con una media de 52.34%) y menos de 30% declararon haber disminuido su consumo (con una media de 29.38%).
El costo mental y físico experimentado por los trabajadores de la salud en y después de los brotes virales asociados a sus respectivas actividades ocupacionales ha sido significativo (Billings et al., 2021) . Así como se evidenció la fluctuación de los estados psicosociales y emocionales a través de las olas Covid, se identificó que a mayor confinamiento más aumento de trastornos mentales, y a mayor acercamiento a espacios de atención Covid-19 más incremento de índices de miedo, exposición al síndrome de Burnout y aumento de trastornos mentales como ansiedad, depresión y estrés postraumático. En cuanto a la pandemia por SARS-CoV2, Muller et al. (2020) realizaron una revisión sistemática que incluyó 59 estudios con una muestra de 54,707 participantes de al menos 34 países distintos y documentaron que el porcentaje de trabajadores de la salud con ansiedad osciló entre 9% y 90% con una mediana de 24%; el de depresión entre 5% y 51%, con una mediana de 21%; los problemas del sueño entre 34% y 65%, con una mediana de 37%; y la angustia entre 7% y 97%, con una mediana de 37%. En el caso específico del estudiantado de Enfermería, los problemas de salud con mayor prevalencia fueron la depresión (52%), miedo (41%), ansiedad (32%), estrés (30%) y los trastornos del sueño (27%) (Mulyadi et al., 2021b) .
Frente a los datos de prevalencia de salud mental y sus factores de riesgo, resulta contradictorio la poca evidencia sobre intervenciones o apoyos psicológicos que utilizan o utilizaron estos profesionales y la nula existencia de evaluaciones de sus respectivos efectos (Robles Mendoza and López Sánchez, 2022) . Sin embargo, ante el poco interés en la búsqueda de ayuda profesional, sí existe documentación de una mayor dependencia del apoyo y contacto social por parte de estos trabajadores sanitarios (Muller et al., 2020) . Situación que se corresponde con los resultados hallados en los estudiantes de la FESI. En el caso de los y las jóvenes, sus estrategias de autocuidado consistieron en escuchar música, ver televisión, uso de redes sociales y hablar con amistades. Respecto a la necesidad de apoyo psicológico por el distanciamiento social, 31.5% de las mujeres, 24.7% de los hombres y 100% de la población diversa dijeron necesitarlo.
El interés por analizar los procesos psicosociales y socioemocionales del estudiantado de Enfermería se fundamenta en el reconocimiento de que es una población plurivulnerable. En ese sentido, no sólo importa demostrar que la pandemia afectó negativamente al estudiantado del área de la salud, también se necesita problematizar la experiencia emocional ante fenómenos pandémicos y su vinculación con aspectos socioestructurales; en especial la edad, escolaridad, carrera, territorio y condición socioeconómica, porque puso al descubierto la brecha digital, la falta de recursos materiales en estudiantes de pregrado y las vulnerabilidades de género por las cargas de cuidado (López Sánchez, Cortijo Palacios, et al., 2023) .
La edad como eje estructurante de desigualdad social
Los procesos psicosociales de estudiantes universitarios, caracterizados por incertidumbre, angustia, desesperación y miedo, aunque son evidencia de un incremento en emociones relacionadas con el malestar producto del confinamiento social y la crisis sanitaria por Covid-19, también muestran la situación de estratificación social del bienestar emocional (Bericat Alastuey, 2018) de una población importante en México (de 12 a 29 años), que a nivel nacional se encuentra representada por 30.7% de sus habitantes, donde 5.7% habla alguna lengua indígena, 2.0% se considera afromexicana y 8.4% vive con discapacidad, limitación o con algún problema o condición mental (IMJUVE et al., 2021).
En América Latina, como lo propone las Naciones Unidas y CEPAL (2017), “el estatus socioeconómico, el género, la condición étnico-racial, el territorio y la edad son ejes estructurantes de la desigualdad social”. La edad como principio de estratificación, según los mismos organismos: “determina la distribución del bienestar, el poder en la estructura social y opera como criterio importante de discriminación en diferentes etapas de la vida” (Naciones Unidas y CEPAL, 2017: 130); además, construye brechas intergeneracionales dadas por las capacidades de negociación diferenciadas que se propician por el Estado, la comunidad y la familia.
Dos son las áreas principales que permiten ver cómo se establecen las relaciones de desigualdad en este ciclo de la vida: la educativa y la laboral. En la juventud se definen aspectos que marcarán la adultez como la finalización de los estudios, inicio de la trayectoria laboral y conformación de una vida familiar propia (15-29 años). Sin embargo, frente a lo esperado en esta etapa, los mecanismos que limitan su emancipación y autonomía están dados por relaciones de subordinación y dependencia económica por parte de padre, madre o tutor, o por salarios precarios y estatus bajo debido a la ausencia de experiencia laboral. Esto se reflejó en 2020 con 46.1% de jóvenes en situación de pobreza, 71.8% con alguna carencia social y mediante una tasa de desocupación cercana al doble de lo observado en la población no joven (IMJUVE et al., 2021).
La edad como eje estructurante de desigualdad produce brechas emocionales que se entienden como las diferencias generadas en el manejo emocional entre generaciones; acentuadas por las disparidades de trato y marcadas diferencias en el ejercicio del poder y expresadas en estilos de afectación del ánimo —como la angustia y desesperación—, incremento de aislamiento social, ausencia de apoyo emocional y aumento de riesgo de consumo de alcohol y drogas (7.7% en mujeres y 17.7% en hombres en el caso del estudiantado de la FESI). Estudios en poblaciones rurales y originarias también muestran la agudización de los efectos de la precarización y las brechas sociales y emocionales por la falta de recursos económicos, tecnológicos y de conectividad (López-Sánchez et al., 2021: 19) .
Escolaridad como eje estructurante de desigualdad social y la carrera como factor de riesgo de violencia de género
La brecha educativa es otra condición de vulnerabilidad por la cual atraviesan las juventudes que a lo largo de la pandemia se vio en aumento por los desafíos de la educación digital. Si bien la cobertura educativa —que asciende a 41.6% en el nivel superior— obstaculizaba el acceso a la educación para las juventudes (IMJUVE et al., 2021), la migración remota de emergencia incrementada por desigualdades tecnológicas y de comunicación amplió las desigualdades en las IES, reflejándose en estrés ante la disminución del rendimiento académico y dificultades de aprendizaje en línea (Kuru Alici and Ozturk Copur, 2022; López Sánchez, González Carrada, et al., 2023) .
En el caso de las experiencias de la comunidad universitaria en tiempos de la Covid-19, los procesos socioemocionales frente al estrés expresaron vínculos sociales disminuidos entre estudiantado, profesorado y personal administrativo en la universidad. Las relaciones jerárquicas de poder y estatus producidas por las nuevas dinámicas de la educación en línea y las brechas digitales generaron lo que se aquí se denomina estrés dramatúrgico, “respuestas psicoemocionales ante situaciones sociales en la que existe una profunda separación entre la manera en la que las personas desean presentarse y las demandas de dicho contexto” (2021).
En el caso del campo dos del área de la salud de la FESI, el malestar se incrementó por la cercanía con pacientes contagiados y el régimen emocional que lo ha conformado históricamente. Cuando se habla de régimen, se entiende a éste como una forma de ordenamiento emocional, que en el caso del campo se organiza bajo relaciones de poder y una economía política del miedo, humillación y desigualdad, pedagógicamente enseñado a través del castigo, el disciplinamiento corporal, la violación a la dignidad y el desgaste físico y emocional en la carrera.
El régimen emocional del campo de la salud también produce y reproduce desigualdades de género (Castro, 2014). En enfermería, las relaciones patriarcales han subvalorado, precarizado y feminizado su objeto de estudio: el cuidado. Lo anterior se ve reflejado en la matrícula universitaria con una mayoría de estudiantes mujeres y en el sistema de salud donde 86% de su personal también es femenino (véase Gráfica 2); además, por la brecha salarial y otras formas de discriminación de género en el entorno laboral, como su limitada participación en puestos directivos (Organización Mundial de la Salud, 2020; Organización Mundial de la Salud y Organización Panamericana de la Salud, 2022).
Condición socioeconómica como eje estructurante de desigualdad social
Durante la pandemia, el estudiantado de Enfermería se insertó de manera apresurada a la fuerza laboral sanitaria para tener un trabajo remunerado y ayudar a su familia, dado el alto índice de desempleo de sus padres y madres. Si bien esta experiencia les dio oportunidad de obtener destreza práctica y competir por un espacio laboral formal en el sistema de salud mexicano, al mismo tiempo incrementó su miedo al contagio en comparación con otros estudiantes, y su riesgo real aumentó tres veces más que la población general (Kuru Alici and Ozturk Copur, 2022; Luo et al., 2021) .
La inserción laboral apresurada de las juventudes se vivió entre incertidumbre y miedo ante el nuevo virus cuando el sistema de salud no estaba adecuadamente preparado para responder a la pandemia, la capacitación era insuficiente sobre el control de enfermedades infecciosas y había escasez de equipo de protección. También se desarrolló entre la falta de confianza profesional al ingresar al mundo laboral e inseguridad para responder a una situación ajena hasta ese momento (Gómez-Ibáñez et al., 2020) . Estas emociones se contrastaron con el sentimiento de orgullo generado por servir a su país “al estar en primera línea” o apoyar económicamente a su familia y la culpa por temor a contagiarles.
La incertidumbre, miedo, inseguridad, culpa y orgullo son tratadas en esta investigación como emociones morales o juicios éticos que presuponen una evaluación de acciones propias en relación con consecuencias ajenas. Mirar el dispar lugar ocupado por las juventudes en esta pandemia, producto de su condición socioeconómica vivida de manera diferenciada por género, condición civil y de maternidad/paternidad, fue visible a través de esas emociones. En el caso de los estudiantes hombres, apresurar su inserción laboral se vivió de manera obligatoria como estrategia para completar el gasto familiar, mientras que a las mujeres se les negó el permiso o se les exigió la renuncia. En el caso del estudiantado que vivía con su pareja y tenía dependientes económicos, el orgullo se transformó en culpa sobre todo en las mujeres estudiantes con hijos, quienes no pudieron ponerse en cuarentena deliberada para evitar contagiar a sus familiares, como sí lo pudieron hacer las juventudes solteras y sin descendientes, quienes buscaron alojamiento temporal para vivir solos.
El territorio como eje estructurante de desigualdad social
El territorio, de acuerdo con Naciones Unidas y CEPAL (2017), es considerado otro de los ejes estructurantes de la desigualdad, que constituye un proceso complejo configurado por tramas de poder, formas de exclusión, opresión, violencia y discriminación. Al ser un mediador en el acceso a recursos y derechos donde se interceptan categorías de clase, género, procesos de racialización y edad, permite mirar las diferentes posiciones socioterritoriales que las juventudes presentan ante el modelo hegemónico de desarrollo urbano.
La Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM) es una extensión territorial que “alude a la expansión urbana y al tamaño de población considerable que se desplaza denotando una integración funcional y económica de diferentes demarcaciones municipales” (SEDATU et al., 2018). La zona está conformada por 16 alcaldías de la Ciudad de México, 59 municipios del Estado de México, y Tizayuca, municipio de Hidalgo. Según el Censo de Población y Vivienda 2020, el Valle de México contaba con una población de alrededor 22 millones de habitantes, de los cuales 5,235,611 eran jóvenes (INEGI, 2020).
Habitar la ZMVM, si bien ofrece acceso a diferentes oportunidades económicas, educativas, de recursos e infraestructura, también impone desafíos derivados de su modelo de desarrollo selectivo. En la metrópoli, las juventudes, como población con una distribución desigual de ingresos y oportunidades, se desplazan en relación con la lógica del mercado que les segrega espacialmente, reduce la apropiación del espacio público, genera inseguridad y ofrece transporte público deficiente que, en el contexto de emergencia sanitaria, incrementó restricciones a la movilidad en medio de la estrategia de reconversión hospitalaria desarrollada por el gobierno de México.
La geografía de los servicios de salud durante la pandemia contó con un aproximado de 610 hospitales reconvertidos, híbridos y unidades temporales en el país, de los cuales en la ZMVM hubo 110 (72 en 13 delegaciones de la Ciudad de México, 37 en 19 municipios conurbados del Estado de México y 1 en Tizayuca). Dicha geografía evidenció un conjunto de relaciones que se presentan como testimonio de la historia —pasada y presente— del sistema de salud mexicano, ligada al paradigma del Modelo Médico Hegemónico que coloca a la biomedicina como la principal respuesta social a los problemas de salud y como la medicina de Estado con patrones espaciales masculinos que no han sido ni fueron accesibles para toda la población.
Pero en tiempos del coronavirus esa desigual distribución de infraestructura devino en un factor de riesgo y un eje de desigualdad y vulnerabilidad para los trabajadores sanitarios, particularmente para las enfermeras jóvenes. La jornada laboral extenuante, las condiciones de trabajo precarizadas y el factor distancia/tiempo de acceso a los espacios sanitarios de trabajo dieron lugar a distintos grados de accesibilidad geográfica que las mujeres, hombres y otras identidades generizadas experimentaron en la zona metropolitana no sólo de manera diferencial de acuerdo con el género, sino profundamente desigual de acuerdo con su edad, clase y número de dependientes.
En el caso del estudiantado de Enfermería, quedarse en sus hogares representó aumento en el trabajo de cuidados (más para estudiantes casadas que para las solteras que habitaban con sus familias). Pero viajar para laborar en un centro de atención Covid-19 implicó vivir experiencias de violencia de género, estigma, discriminación y violencia por miedo al contagio (Lenta et al., 2020) ; experiencias sufridas en su mayoría por las mujeres, e incrementadas en zonas periféricas, donde no había recursos ni infraestructura necesaria (Konduru et al., 2022) .
La posición socioterritorial que ocupan las juventudes mostró no sólo la desigualdad territorial, los patrones espaciales masculinos de las urbes y de la geografía de la salud; también evidenció la presencia de paisajes emocionales diferenciados. La categoría de paisaje es útil para analizar las relaciones entre movilidad, cuidados, emociones y género que permiten visibilizar realidades que pasan desapercibidas, como señala Soto-Villagrán (2022) , pero que estuvieron presentes en los viajes cotidianos del personal de enfermería que habita la ZMVM.
Conclusiones
En el marco de este estudio se exploró de manera inicial cómo se vive y gestiona la vida emocional de las juventudes de enfermería en función de su posición social. Entre los hallazgos encontrados se identificaron procesos socioemocionales estrechamente vinculados con la condición etaria, la vulnerabilidad tecnológica, las dificultades económicas que enmarcó un estrés dramatúrgico ejecutado frente a la migración remota de emergencia, las emociones morales engendradas por la condición socioeconómica y la producción de paisajes emocionales diferenciados, producto del territorio como eje estructurante de desigualdad social.
El cuidado enfermero fue central para atender el alto número de contagios que hubo en el país. Frente al déficit histórico del personal de enfermería y dadas las pautas de envejecimiento, seguirá siendo necesario cubrir al sistema de salud con el estudiantado que egresa de las IES. De ahí que resulte necesario atender la salud mental y emocional de los universitarios y apostar por innovación educativa que garantice la formación teórico-práctica, pero también de gestión emocional en momentos de emergencia.
Ante contextos pandémicos como el que se vivió, la sostenibilidad de la respuesta sanitaria dependerá de su capacidad para salvaguardar la salud —física, emocional y mental— de los trabajadores sanitarios (estudiantes y personal asistencial), que sin duda no sólo debe estar dada por apoyo psicológico, sino por el diseño de políticas públicas con perspectiva de las juventudes, intercultural, de género y de derechos humanos que reviertan los ejes estructurantes de desigualdad social en esta etapa de la vida.
Los resultados de la presente investigación no pueden generalizarse por ser apenas exploratorios y con una muestra no probabilística. Sin embargo, ofrecen la posibilidad de construir hipótesis empíricas para analizar los procesos socioemocionales de las juventudes y del estudiantado del área de salud, que es fundamental, dado el particular lugar que ocuparon en esta pandemia y como potenciales recursos humanos en futuras emergencias.