Introducción
Desde 1885 la vitivinicultura en las provincias de Mendoza y San Juan, de base capitalista, se organizó en torno al cultivo masivo de variedades (Malbec, Cabernet, Criollas) aptas para la elaboración de vinos comunes a gran escala, en bodegas tecnificadas. A partir de la extensión del tendido ferroviario, esta producción era comercializada exclusivamente en el mercado interno (Litoral argentino), de acuerdo con la demanda de la inmigración europea mediterránea (Barrio, 2003) (véase Mapa 1). La promoción estatal fue decisiva en el proceso, que consolidó a Mendoza como núcleo regional de la actividad (véase Cuadro 1). El espacio provincial quedó integrado, a partir de entonces, en un espacio funcional vinculado "perfectamente" con el resto del territorio nacional (Girbal-Blacha, 1987; Richard-Jorba, Pérez-Romagnoli, Barrio, Sanjurjo, 2006, p. 23) y se consolidó como proveedor de esta bebida, formando, junto con San Juan, la región vitivinícola argentina. Si bien en décadas posteriores otras provincias se sumaron a la producción vitivinícola, su participación fue complementaria, confirmando así el peso destacado de Mendoza como núcleo productivo.
Fuente: diseño de Daniel Dueñas (Medios Audiovisuales y Gráficos, Centro Regional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas, Conicet), en R. Richard-Jorba (1999).
Provincia | 1923 | 1925 | 1928a | 1930 |
---|---|---|---|---|
Mendoza | 395 977 987 | 502 531 404 | 661 394 290 | 392 488 593 |
San Juan | 120 742 214 | 117 045 700 | 121 383 700 | 132 349 000 |
Río Negro | 5 350 480 | 5 684 200 | 7 314 200 | 8 879 000 |
Buenos Aires (incluye Capital Federal) | 7 791 320 | 4 149 200 | 5 863 300 | 4 210 000 |
La Rioja | 2 363 631 | 4 635 200 | 6 441 900 | 4 561 500 |
Córdoba | 2 507 077 | 5 585 400 | 4 082 600 | 1 528 100 |
Salta | 1 523 300 | 2 573 200 | 8 569 400 | 4 237 900 |
a Omitimos el año 1927 pues la elaboración en Mendoza bajó notoriamente debido a una fuerte helada del año anterior que afectó los rindes de la vendimia.
Fuente: Anuario Estadístico de la Provincia de Mendoza (1923-1931, p. 273; 1925, p. 313; 1930-1931, p. 175).
En la década de 1920 se elaboraron casi 5 000 millones de litros de vino en la provincia, de los cuales 94% -en promedio- se comercializaron fuera del mercado local (Anuario Estadístico de la Provincia de Mendoza, 1923-1931, p. 169) (véase Cuadro 2). Esto guarda consonancia con la ampliación y consolidación de los desarrollos regionales que en ese periodo se integraban a un mercado interno creciente (Míguez, 2008, p. 311). Sólo una porción menor de la producción agrícola (uvas comúnmente denominadas Criollas o "de mesa") era destinada para consumo en fresco en los mercados locales.1
Año | Consumo Litoral | Consumo local | Desnaturalizado o derramado | Total |
---|---|---|---|---|
1920 | 289 762 185 | 7 675 525 | 7 613 378 | 305 051 088 |
1921 | 318 968 472 | 10 115 968 | 10 111 347 | 339 195 887 |
1922 | 394 472 537 | 12 593 042 | 15 629 586 | 422 694 165 |
1923 | 413 776 118 | 14 285 302 | 4 436 966 | 432 497 446 |
1924 | 456 493 993 | 15 590 597 | 9 784 093 | 481 868 683 |
1925 | 405 318 446 | 13 611 168 | 9 071 013 | 428 000 645 |
1926 | 433 265 093 | 14 767 152 | 6 714 336 | 454 746 581 |
1927 | 301 234 059 | 11 258 615 | 3 684 519 | 316 177 193 |
1928 | 403 000 808 | 8 495 731 | 4 563 672 | 416 060 211 |
1929 | 442 679 039 | 7 509 246 | 10 159 055 | 460 347 340 |
1930 | 399 937 790 | 6 201 818 | 22 891 799 | 429 031 407 |
Total | 4 258 908 540 | 122 104 154 | 104 659 764 | 4 485 672 458 |
Fuente: Anuario Estadístico de la Provincia de Mendoza (1930-1931).
Sin embargo, prontamente, la excesiva especialización productiva fue un problema para el fortalecimiento de la economía regional y expuso a la provincia a crisis cíclicas desde las primeras décadas del siglo XX (1901-1903, 1914-1918, 1922) (Barrio, 2010). Estas coyunturas adversas plantearon la posibilidad de promover destinos alternativos para la uva: uno, como insumo en industrias derivadas (elaboración de mosto, jugo de uva, productos analcohólicos), y otro, para su consumo como fruta fresca. Por caso, durante la crisis de 1901-1903, el enólogo italiano Arminio Galanti fue un constante defensor y promotor de la diversificación de la vitivinicultura a través de la exportación de uva en fresco, la preparación de uva pasa y la elaboración de mosto concentrado y jugo de uva. Veremos que esta prédica sólo se concretaría en décadas posteriores.
Sobre esta base, en el presente trabajo ofreceremos una visión de conjunto de los orígenes de la exportación de uva en fresco en Mendoza durante la década de 1920, partiendo de la hipótesis de que agentes altamente capitalizados indujeron, dinamizaron y controlaron el sector, al margen de mecanismos efectivos de promoción estatal, los cuales sólo llegarían hacia finales de la década de 1920. Esta situación marcaría una diferencia con los orígenes de la vitivinicultura moderna en Mendoza, de base capitalista, extendida a partir de un sistema de exenciones impositivas para el cultivo del viñedo, entre 1881 y 1903 (Richard-Jorba, 2010); proceso durante el cual la elite dirigente, primero, y la burguesía regional (Balán, 1978), después, tuvieron una participación clave.
Si bien la comercialización de productos agropecuarios en mercados de ultramar había caracterizado a la región agroexportadora pampeana argentina (Barsky y Gelman, 2001), el caso mendocino imponía ciertas particularidades dadas las características de la uva y la distancia respecto al puerto. De modo que la exportación de uva fresca implicaba un importante desafío tecnológico para toda la cadena productiva y de comercialización en tanto que demandaba varias cuestiones: introducir y seleccionar nuevas variedades aptas para el consumo en fresco, organizar un sistema de empaque y traslado de la mercadería funcional al extenso recorrido que esta debería soportar, e incorporar un sistema de preenfriamiento y refrigeración de las partidas (desde la vendimia hasta la llegada al mercado de ventas) hasta entonces poco difundido en la provincia, así como también, vincularse con agentes de venta extraregionales.2
La inserción en mercados internacionales requería, a su vez, asegurar el control sanitario de las partidas y la injerencia estatal para flexibilizar los impuestos de las aduanas. Las cargas impositivas eran también un gran inconveniente para los viticultores mendocinos, puesto que la salida de uva hacia otras provincias estaba gravada, a fin de controlar la elaboración de vinos y el posible fraude en las plazas de consumo. Identificaremos, entonces, quiénes fueron los actores involucrados en la resolución de estos problemas.
Resulta oportuno mencionar que la atención de otras manifestaciones productivas -de base agrícola o industrial- reconoce escasos antecedentes en la historiografía agraria regional (Rodríguez, 2014a, 2014b), salvo el estudio de las industrias derivadas, es decir, las que utilizan subproductos de la vinificación o la uva y el vino en sus producciones (elaboración de alcohol vínico, licores y ácido tartárico) (Pérez Romagnoli, 2010). Estas actividades surgieron a partir del excedente de materia prima. En estas iniciativas se ha destacado la participación de inmigrantes, muchos de ellos convertidos luego en empresarios regionales y la inversión de capitales extranjeros. Lacoste (2013, pp. 301-326), por su parte, hace una breve referencia sobre el cultivo de variedades para exportación a partir de la acción desarrollada por el Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico (en adelante BAP). Para el caso sanjuanino se cuenta con algunos estudios para la década de 1930 (Arrabal de Jameson, 2014a, pp. 235-244, y 2014b, pp. 311-336). Estos aportes refieren una línea de estudio que problematiza la visión de las economías regionales como monoproductoras, carentes de cualquier estímulo diversificador (Moyano y Rodríguez, 2013). Por último, han resultado de interés aportes sobre los orígenes y consolidación de exportaciones de uva desde Almería (España) hacia Estados Unidos (Méndez, 1982; pp. 81-96; Marzo y Sánchez, 2006, pp. 116-142).
Propuestas de diversificación y promoción estatal: algunos antecedentes (1907-1918)
El impulso a la exportación agrícola desde Mendoza en el periodo de estudio debe ser comprendido en el marco de un proyecto estatal provincial de diversificación de la actividad y complejización de la matriz económica productiva, que en forma temprana había procurado dar diversos usos a las hectáreas destinadas al cultivo agrícola, de modo de no sujetar a la economía a una vitivinicultura presa de crisis cíclicas. En efecto, entre 1901-1903, 1913-1918 y 1922 la actividad se vio afectada por sobreproducción de materia prima, bajas en el precio de la uva y del vino, entre otros, que obligaron a la intervención del ejecutivo provincial para controlar la oferta de uva y la elaboración del vino. El estímulo a la diversificación agrícola en la década de 1920, a su vez, se explica por políticas procíclicas que, a partir de 1919, buscaron superar una larga depresión del sector que había afectado los planos social -baja de salarios y desocupación- y productivo -con destrucción de uvas y vinos comprados por el Estado, primero, y por el monopolio de la Compañía Vitivinícola, después (Richard-Jorba, 2013, pp. 71-101).3
En forma previa, Emilio Civit4 había sostenido que el progreso económico de la provincia vendría a través de la promoción de nuevos cultivos cuya producción se consumiera como frutas o en conservas. Así fue que en 1908 el gobernador promulgó la Ley núm. 385 de exoneración de impuestos a los terrenos y cultivos de árboles frutales o de aplicación industrial. Sin embargo, su repercusión fue escasa (Rodríguez, 2014a) en relación con el exponencial incremento que habían experimentado los terrenos cultivados con vid entre 1881 y 1903. Al año siguiente, Civit contrató al enólogo francés Paul Pacottet para investigar distintos temas relacionados con la vitivinicultura y fruticultura. Por entonces, expresaba el gobernador que el cultivo de uvas de mesa -es decir, para su consumo en fresco y no para vinificar- era muy reciente y comprendía sólo variedades "comunes" (moscatel blanco y rosado) destinadas al mercado interno.
Por su parte, en 1905 el Centro Vitivinícola Nacional (en adelante CVN) -entidad que nucleaba a los bodegueros más poderosos de la provincia y del país (Barrio, 2006; Ospital, 2013)- había manifestado que la exportación de uva en fresco de Mendoza a Europa era irrealizable debido, principalmente, al precio de las tarifas ferroviarias y a "la presencia de casas importadoras monopólicas instaladas en Buenos Aires",5 problemas que afectaban especialmente la comercialización de vinos en el mercado interno. Sólo en 1913, otro año crítico para la producción local, el CVN comenzó a referirse a los nuevos usos para la uva: consumo en fresco en el extranjero y la elaboración de jugo de uva, así como también, inició una importante prédica sobre industrialización de los subproductos de la uva (mostos, destilados, ácido tartárico).6 Estas propuestas, según el punto de vista de la corporación, permitirían remediar la crónica superproducción de uva, considerada una de las principales causas de la mencionada crisis.7 Cuatro años después, una comisión local -integrada por empresarios y políticos, y designada para estudiar la crisis vitivinícola- expresó como aspectos problemáticos el excedente de uvas para vinificar y la falta de uvas de mesa para enviar al Litoral argentino (Day et al., 1917, pp. 27-28 y 41-48; Barrio 2012, pp. 197-213), así como también la necesidad de proyectar una política agraria que contemplara el fomento de nuevos cultivos. Ya se plasmaba, por entonces, la importancia de explotar las diversas posibilidades de la viticultura, en este caso, para su consumo como frutas y no destinar toda la producción a la elaboración de vinos.
Quizá como consecuencia de estos diagnósticos, el gobernador José Néstor Lencinas, en la asunción de su mandato (febrero de 1918) delineó diversos aspectos de un incipiente programa agrario (fomento de la agricultura, arboricultura frutal, fruticultura, introducción de nuevas variedades de vides y profundización en el control de elaboración) (Nieto Riesco, 1926, pp. 285-286), aunque con dificultades para su concreción en el corto plazo. Para promocionar nuevos cultivos y responder a los problemas que afectaban crónicamente a la vitivinicultura, ese año creó la Dirección de Fomento Agrícola e Industrial -sobre la base de la Dirección General de Industrias- (Boletín Oficial de la Provincia de Mendoza, Dto. 47, 10 de abril de 1918, pp. 1582-1583) bajo la conducción del enólogo Mario Bidone. La nueva administración intentó romper con la excesiva orientación que había tenido hacia la atención de las cuestiones vitivinícolas -en concreto, a través de mecanismos rigurosos de control y fiscalización-. De modo que uno de sus principales objetivos fue estimular diversos cultivos agrícolas y otras industrias (aprovechamiento de toda la materia prima) cuya producción se volcaría a nuevos mercados. Es probable que la recuperación general de la economía nacional alentara este proceso. Lencinas procuró, también, la difusión de nuevas variedades de vides, frutales y forestales e intensificar la industrialización del excedente de materia prima, organizando un sistema de propaganda y exposiciones temporarias, como sucedía en otras provincias (Di Liscia y Lluch, 2009).8 En este marco, además del fomento a la arboricultura forestal y la fruticultura, se daba especial impulso, por primera vez, a las variedades de uva de mesa para exportar.9
En 1922 la mencionada dependencia pasó a denominarse Dirección Provincial de Industrias. Su responsable, el enólogo italiano Arminio Galanti, se refirió en diversas ocasiones al aprovechamiento industrial de la uva para resolver el crónico excedente de materia prima, considerado una de las causas de la coyuntura de ese año. En la misma dirección, los industriales denunciaban que varios quintales podrían quedar sin colocación en las bodegas, así como también, las consecuentes maniobras especulativas para fijar el precio de la materia prima y su depreciación.10
En ese contexto crítico se inició una ferviente prédica para el fomento de industrias derivadas de la vitivinicultura,11 incluso Galanti dirigió una fábrica de productos analcohólicos (bebidas y alimentos sin alcohol) en el departamento de Godoy Cruz (Pérez Romagnoli, 2010, pp. 82-83), aunque sin éxito. Los técnicos también se sumaron a las propuestas sobre el uso diversificado de la materia prima12 y sugerían incursionar en nuevos mercados. Por ejemplo, el agrónomo Pedro Anzorena sugería la venta de vino y los derivados de la uva en países limítrofes (Brasil, Uruguay y Paraguay). Por su parte, el gobierno provincial y algunas empresas que operaban en la provincia aconsejaban la exportación de uvas de mesa a Estados Unidos, "un mercado remunerativo".
En suma, registramos desde 1908 un contexto discursivo en el cual la diversificación de la economía agrícola se posicionaba como una solución para atemperar, a largo plazo, los efectos de las crisis que afectaban al sector vitivinícola. Este proyecto, que trascendió etapas políticas y económicas de la provincia, se encontraba respaldado por un aparato burocrático que se modernizaba creando nuevas dependencias técnicas e incorporando profesionales altamente capacitados -químicos, enólogos, agrónomos- dentro y fuera del país.
No obstante, los objetivos de esta prédica y la introducción de cambios organizacionales en el seno de las dependencias se diluyeron frente a las escasas disposiciones del gobierno provincial que incidieran, en forma directa, en el incremento de las superficies cultivadas con variedades de vides para consumo en fresco. Sólo algunas disposiciones de 1914 y 1916 establecieron una especificidad técnica: el cultivo de vides debía realizarse con injerto de pie americano y sólo tras la autorización del ejecutivo provincial, pero no incorporaban requisitos acerca del tipo de variedades a cultivar ya que su principal objetivo era controlar probables focos de filoxera.13 El seguimiento de la aplicación de esas normas entre 1920 y 1923, a través de la consulta de decretos y resoluciones que concedían permiso para cultivar, demuestra que se extendió la práctica del portainjertos para viñedos nuevos y reconstituidos. Por otro lado, aporta información sobre las variedades difundidas: se mantuvo vigente el predominio de las comunes, de baja aptitud enológica para vinificar, seguido de aquellas para consumo en fresco, aunque con una clasificación que no respondía a criterios técnicos estrictos (Criolla, Sanjuanina, Moscatel rosado, "uva de mesa"). Dentro de este grupo, sólo la variedad Moscatel fue enviada, experimentalmente, hacia los mercados extranjeros, pero con resultados desfavorables, por lo que se desestimó su comercialización a gran escala. Sólo a partir de 1922, y en forma eventual, encontramos solicitudes para cultivar variedades de exportación: el bodeguero Santiago Solari cultivó 72 ha de Almería, Pedro Giménez y Malvasía, en Junín (Boletín Oficial de la Provincia de Mendoza, Dto. núm. 119, 7 de julio de 1922, p. 3602) y Acacio Vallejo, dos hectáreas, que se encontraban en etapa experimental en la Escuela de Vitivinicultura y habrían sido introducidas por el establecimiento. El estado de los conocimientos difundidos y la prédica efectuada desde los sectores técnicos permiten inferir cierta influencia para que estos productores iniciaran ensayos con estas variedades.
La información presentada nos permite concluir en la ausencia de estímulos estatales concretos para la extensión de variedades aptas para la exportación de uva en las primeras décadas del siglo XX. Esta circunstancia amerita que atendamos a los empresarios que tempranamente incursionaron en la actividad animados, probablemente, por intentos de adaptación ante escenarios de oportunidades y de dispersión de riesgos frente a coyunturas cambiantes.
Las trayectorias de algunos emprendedores
Por un lado, el bodeguero mendocino Pedro Benegas, hijo de Tiburcio, era propietario de una de las empresas vitivinícolas más importante de la región -fundada en 1883 (El Trapiche)- y fue uno de los primeros empresarios que experimentó el cultivo de uvas finas para consumo en fresco (San Martín, 1944, p. 5). Pedro Benegas integraba el grupo de empresarios preocupados por una vitivinicultura de calidad, por lo cual se había perfeccionado en Europa, contrataba a personal técnico calificado y realizó experiencias sobre selección varietal durante la primer década de 1910.
Además, prestó especial atención a los ensayos sobre empaque, traslado y comercialización de variedades para consumo en fresco en el mercado extranjero, a modo de conocer cuáles arribaban en mejores condiciones. Ya en 1904 envió uvas criollas con destino a Londres, pero llegaron en mal estado. Como era costumbre entre los empresarios mejor posicionados, tres años después Benegas hizo un viaje de estudios por Europa (San Martín, 1944, p. 10). En esa ocasión, además, adquirió variedades para conformar viñedos experimentales en Mendoza y profundizar los ensayos sobre aclimatación y adaptación a las condiciones ambientales locales.
Las experiencias en sus viñedos dieron como resultado la obtención de una variedad comúnmente denominada Gobernador Benegas (Croce, s. f., p. 178). Así, en 1914, la empresa ofertaba colecciones de barbechos de uva especiales de mesa14 y contaba con cámaras frigoríficas propias.15 Por entonces, este equipamiento era una verdadera innovación y no estaba al alcance de todos los productores agrícolas, quienes debían alquilar una cámara para conservar la producción. De modo que la posesión de tecnología de avanzada ubicaba a Benegas en un lugar privilegiado y más competitivo respecto a sus pares, por lo que el bodeguero se posicionó como un introductor temprano (1907-1913) de conocimientos, tecnologías y equipamientos que aún no estaban ampliamente extendidos en la provincia, pese a la ausencia de incentivos estatales y del respaldo de las entidades vitivinícolas. Ya en 1925, la bodega Trapiche ofertaba uva seleccionada en embalajes especiales.16 Poseía, además, una casa comercial en Buenos Aires que lo vinculaba directamente con los exportadores, prescindiendo así de intermediarios para la comercialización del producto.
El itinerario económico reconstruido aporta elementos para conocer cómo una empresa que tradicionalmente había abastecido al mercado interno -vinos comunes y finos- replanteó su estrategia comercial y orientó recursos a nuevos sectores del mercado de consumo (cultivo de uvas finas para el extranjero), y así controlar prácticamente todos los eslabones de la cadena.
Durante este periodo también entró en escena el español Manuel Ruano, quien llegó al país en 1906 procedente desde Málaga, para trabajar como administrador en la bodega Bombal. Suponemos que Ruano había adquirido experiencia y conocimientos sobre la materia en su ciudad natal puesto que Málaga era el centro de ventas y de comercialización de las uvas de Almería, ciudad que lideró la exportación de uva en fresco hacia Estados Unidos durante las primeras décadas del siglo XX. A partir de 1913 formó distintos emprendimientos junto con sus hermanos, Juan y José, en los rubros inmobiliarios y vitivinícolas. Ya en la década de 1920 se desvinculó de ellos e inició la compra de propiedades en departamentos con alta densidad de explotaciones vitivinícolas (Guaymallén, Godoy Cruz y Las Heras). Durante estos años, ensayó cultivos de la variedad Almería y poco después se posicionó como su principal exportador, por lo que ha sido señalado como el introductor de la variedad en Mendoza y Argentina, e impulsor de su comercio internacional.17 Otras fuentes también vinculan a la familia Ruano con el cultivo y venta de variedades para exportar. "¿Quiere dólars o esterlinas? Adquiéralas con sarmientos de uvas Almería o Alta Fantasía18 que ofrecen Juan A. y José Ruano al precio de $0.05 en Guaymallén."19
De manera que en 1927 la firma poseía terrenos en Guaymallén, Godoy Cruz y Las Heras con una producción anual de 60 000 cajones de uvas (Álbum de la Provincia de Mendoza, 1927), la cual había sido premiada en diversos certámenes nacionales. Manuel, una vez desvinculado comercialmente de sus hermanos, se asoció con los bodegueros Bombal y Melero Rodríguez.20 En este emprendimiento cultivó variedades Ohanes reconvirtiendo, mediante la técnica del injerto (Rupestris du Lot e híbridos de Berlandieri), viñas de variedades francesa y criolla.21 Para la comercialización del producto no disponían de canales directos, por lo que contrataron a un representante de ventas estadunidense.
Al año siguiente, Manuel Ruano inició viajes esporádicos a Chile y en 1930 poseía propiedades en ese país (fundo San Manuel, provincia de Llay-Llay) "para la explotación de parrales, por el más moderno sistema, para cosechar uvas de exportación", con motivo de la llegada de familias italianas a ese país, tras una breve estadía en Mendoza.22 Estos datos confirman, entonces, el conocimiento técnico que disponía el español sobre el cultivo de estas variedades, adquirido en su país natal, y profundizado y adaptado, luego, en Argentina y Chile.
Ese año, el mencionado bodeguero Santiago Solari extendía el cultivo de la variedad Almería a doce hectáreas de su finca Los Olivos (Junín),23 lo cual ratifica su participación como temprano experimentador. Recordemos que en 1916 había solicitado autorización oficial para plantar vides de esta variedad. Además, en esa propiedad, Solari cultivaba también viñedos para producción de vino (Verdot, Pinot) y ensayaba la introducción de variedades poco conocidas (Raboso, Aspiran Bouchet y Lambrusco).
Queda demostrado, así, la participación activa de estos emprendedores en la introducción de variedades aptas de consumirse como fruta y para exportar. Es importante mencionar que su difusión en la provincia respondió no sólo a las condiciones ambientales favorables, sino que tuvieron gran incidencia las preferencias del mercado estadunidense y que el gobierno de ese país prohibiera el ingreso de la variedad proveniente de España a raíz de una plaga de ceratitis capitata (comúnmente conocida como mosca del Mediterráneo). Otros datos confirman la extensión de esta variedad y la inclusión de nuevos actores, aunque las fuentes disponibles no permiten cotejar la extensión cultivada con variedades para exportación respecto a la extensión total de viñedos cultivados en la provincia. En 1926 se estimaba que en Mendoza y San Juan 3 000 ha estaban cultivadas con uvas de mesa, con un predominio de la última provincia.24 Al año siguiente, varios empresarios ya ofertaban barbechos de esa variedad y varias firmas extranjeras se presentaron en Mendoza interesadas en comprar uvas.25 Asimismo, entre 1922 y 1926 registramos la instalación de firmas que comercializaban la producción agrícola en otros destinos, nacionales e internacionales, lo que confirma el dinamismo de la actividad.26
Las trayectorias reseñadas demuestran que inicialmente se volcaron al rubro de la exportación de uva en fresco sólo los bodegueros que disponían de capital y que se ubicaban en la Zona Núcleo de difusión de la vitivinicultura moderna. La opción por esta actividad puede interpretarse, por un lado, como una estrategia diversificadora de este subgrupo ante los vaivenes de la economía agrícola provincial, a los estímulos y oportunidades de mercados extranjeros, pero también, como un acoplamiento a los primeros intentos de diversificación frutícola que comenzaban a gestarse en otras provincias, como Río Negro y Neuquén (Bandieri y Blanco, 1991) (véase Cuadro 3).
a Bodegueros.
b Propietarios de explotaciones dedicadas a la fruticultura y su industrialización.
c Ambos.
Fuente: Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico (1924, folleto núm. 8, s. p.)
El liderazgo de estos productores se fortaleció, además, en 1928 cuando conformaron la Sociedad de Productores de Uvas de Exportar, en una clara estrategia de agremiación para lograr, corporativamente, beneficios para el sector; y, a su vez, diferenciarse de la entidad tradicional que representaba a los bodegueros (Centro Vitivinícola Nacional). La misma inició sus gestiones con un activo dinamismo, procurando la disminución de los aranceles de importación, exenciones impositivas y el diseño de una tecnología de preenfriamiento y refrigeración asequibles al grueso de los productores que comercializaban frutas.
La formación de una nueva entidad sectorial y sus iniciativas
El mundo asociativo y corporativo de los empresarios vitivinícolas ha sido objeto de interés por la historiografía regional (Ospital, 1995, 2013; Barrio, 2006; Bragoni, Olguín, Mateu, Mellado, 2011). Una conclusión relevante es la escasa representatividad que la entidad nacional daba a los intereses e inquietudes de los empresarios locales y la multiplicidad de asociaciones surgidas en torno a la vitivinicultura en tiempos de crisis y de prosperidad, como resultado de los intereses fragmentarios y/o contrapuestos de los actores (viñateros, bodegueros integrados, bodegueros trasladistas, viticultores-enólogos) (Barrio, 2014).
Algunos antecedentes de asociaciones de productores de uva para consumo en fresco datan de la década de 1920. El Centro de Viñateros de Mendoza, creado en 1916 para la defensa de los propietarios de viñedos, impulsó el fomento de variedades de uva de mesa, a través de la transformación de los viñedos con variedades especiales para la exportación.27 Meses después solicitó el veto de la ley que gravaba la exportación de uva.28 Sin embargo, deberían pasar varios años para que estos pedidos se hicieran viables.
La corporación más representativa del sector se constituyó el 18 de agosto de 1928 como Asociación de Productores de Uvas de Exportar de Mendoza.29 Su primer directorio estuvo presidido por José B. de San Martín, secundado por el mencionado Pedro Benegas, e integrado por empresarios interesados especialmente en la diversificación agrícola. Otros miembros destacados de la asociación fueron el agrónomo graduado de la Escuela Nacional de Vitivinicultura, Pedro Anzorena, y los bodegueros, Julio M. Chavarría y Leoncio Arizu (San Martín, 1944, p. 19). Entre sus objetivos declaró defender y promover la producción y el comercio de uvas de mesa más aptas de la provincia para el mercado exterior, organizar servicios de inspección en el extranjero30 -tarea que hasta entonces cumplían los delegados del Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico y los técnicos del Ministerio de Agricultura de la Nación-, y construir un depósito frigorífico,31 a fin de resolver uno de los principales problemas del sector en relación con la conservación de la producción.32
Es oportuno señalar que la práctica del preenfriamiento como una etapa inescindible del proceso se comenzó a extender sólo cuando se comprendió que su omisión perjudicaba el óptimo estado del producto y afectaba su colocación en el mercado de consumo. Sin embargo, un obstáculo fue el alto costo de esa tecnología. En efecto, durante varios años, sólo Benegas disponía de cámaras propias, por lo que empresas ofertaban el servicio.33 Hacia 1928, cuando el sector había logrado mayor consolidación, una sola firma -Mosso Hnos.- parecía controlar el preenfriamiento de la mayor parte de las partidas, rentando el servicio en forma temporal. Dado los costos que esto implicaba, los empresarios comenzaron a bregar por la construcción de un frigorífico.
De acuerdo con estas demandas, además de la publicación de instrucciones sobre el cultivo de las variedades34 más aptas (Almería, Alfonso Lavallée, Corazón de Cabrito, Cornichón Violeta y Blanca, entre otras), la Asociación de Productores de Uvas de Exportar de Mendoza se abocó a la construcción del frigorífico en las inmediaciones de una estación de tren ubicada en la ciudad de Mendoza. Tras un informe sobre preenfriamiento de uvas,35 el plan fue concretado en 1931,36 cofinanciado por el Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico. El aporte de la empresa también se tradujo en la incorporación de 70 vagones con ventilación especial, que partirían desde la estación de San Rafael, un importante polo productivo ubicado al sur de la provincia.37
Otro aspecto de interés fueron las demandas para que el Estado protegiera al sector e interviniera para reducir las trabas impositivas en el país y en el extranjero. Por un lado, la vitivinicultura se encontraba altamente gravada (Barrio, 2010, pp. 195-222). La legislación mendocina preveía un impuesto a la uva que saliera de la provincia, ya fuera para consumo en fresco o para vinificar. Con esto se buscaba controlar y reducir la elaboración de vino en condiciones fraudulentas en zonas no tradicionalmente productoras y, sobre todo, en el mercado de consumo. Es oportuno, entonces, conocer cuáles eran estos gravámenes. En 1923 la uva que se consumía fuera de la provincia estaba sujeta a un impuesto de 0.40 pesos cada 100 kg. Pero al año siguiente, la Ley 866 gravó con 2.50 pesos el hl de vino y con 1.85 los 100 kg de uva no vinificada, cada 135 kg, afectando así la uva para consumo en fresco que se enviaba a otros mercados. Por ello, el Centro de Viñateros de Mendoza, avalado por la Cámara Sindical de Comercio y Abasto de Buenos Aires, solicitó una eximición de ese impuesto, con el argumento de que afectaba la competencia con frutas de otras provincias, especialmente de San Juan. Y agregaba que la venta de la producción en otros mercados funcionaba "como válvula de escape" en periodos de sobreproducción de la materia prima y/o especulación, con una baja exagerada en el precio de la uva.38 Se objetaba, además, que el gravamen afectaba el desarrollo de la industria frutícola. Durante este conflicto fue una de las pocas circunstancias en las que se visibilizó las demandas de los productores, más tarde aglutinada en la Asociación de Productores de Uvas de Exportar. La petición fue rechazada con el argumento de que tal gravamen apuntaba "a la protección de la industria madre de la provincia de la competencia desleal en el mercado de ventas". En efecto, un diario local denunciaba que era una práctica extendida el envío de partidas de uvas de mesa intercaladas con uvas para vinificar,39 imposibilitando, así, el control de la elaboración fraudulenta. Puesto que la fiscalización de la actividad fue prácticamente una política de Estado seguida por los distintos gobiernos, oligárquicos y lencinistas, liberales y populistas, de la provincia; este tipo de impuestos era "justificado" por algunos sectores de la sociedad.
Por otro lado, los impuestos en las aduanas extranjeras eran considerados un obstáculo para la actividad, no obstante las ganancias promisorias que calculaban los analistas. Así, por ejemplo, una delegación de Mendoza y San Juan viajó a Buenos Aires para solicitar la eliminación o reducción de los gravámenes de uva en Alemania y Uruguay, así como también, "una reglamentación especial,40 a raíz de las sucesivas dificultades que encontraban las uvas argentinas para ingresar a los mercados extranjeros". Tras la entrevista que mantuvo la delegación con una Comisión del Senado, la respuesta recibida demuestra el interés del Estado nacional en el sector: "la solución de los problemas no depende solamente de la acción de los poderes públicos, sino principalmente de la acción y preocupación de los mismos productores [...] es menester no olvidar, que el esfuerzo inteligente de los particulares, rinde excelentes resultados".41
En suma, las críticas de los empresarios del sector apuntaban a tres aspectos: los gravámenes a la uva -de mesa y Alta Fantasía-42 y otras frutas de exportación; las altas tarifas tranviarias y la falta de incentivos estatales -desde el Ministerio de Agricultura de la Nación y desde el gobierno local- para estimular esta nueva fase de la viticultura en la provincia, así como también, la escasez de frenos a la importación de fruta extranjera. Resulta oportuno mencionar que estas preocupaciones afectaban a los empresarios frutícolas y vitícolas.
Como respuesta, sólo en octubre de 1928,43 durante la intervención federal al gobierno del bodeguero lencinista Alejandro Orfila, se operó la primera medida estatal para fomento del sector: la eximición del pago de impuesto a las uvas de exportar, variedades Almería y Alta Fantasía. Esta política fue producto de las gestiones de la Asociación de Productores de Uva de Exportar, quienes solicitaban la eximición inspirados en la Ley 645, de 1914, sobre exención impositiva a los vinos de exportación como estímulo para el comercio internacional. Es importante mencionar que el logro de esta iniciativa respondía al peso económico y político que los miembros de la entidad -varios de ellos bodegueros y miembros de la burguesía agroindustrial- tenían en la provincia. En efecto, a poco de constituirse como agremiación empresarial lograron una exención que el resto de los viñateros solicitaban hacía varios años. Como consecuencia de esta medida, pocos meses después, el Centro de Viñateros se acopló al reclamo, solicitando la exención para todas las variedades de uvas de mesa.44
El gobierno provincial, por entonces intervenido, respondió al petitorio estableciendo una modificación a la Ley 886 y su decreto reglamentario. Por decreto especificó que esta eximición se aplicaría a todas las "uvas de mesa" comunes destinadas a su consumo en fresco, e incluía en esta categoría a las siguientes variedades: Alta Fantasía, Sanjuanina, Almería, Criolla Grande, Moscatel y Cereza (Boletín Oficial de la Provincia de Mendoza, 2 de febrero de 1929, p. 551), estas dos últimas, para consumo interno. Es oportuno señalar que las fuentes disponibles aún no nos permiten evaluar la repercusión de esta normativa en el incremento de las exportaciones ni del comercio de uvas de mesa en el Litoral argentino. Es probable que la crisis internacional de 1930 y la intervención de las juntas reguladoras en las economías regionales argentinas afectaran una posible repercusión favorable en la aplicación de la norma.
Del mercado interno a la exportación: Resolviendo los desafíos técnicos de la actividad
La inserción competitiva de la uva mendocina en el mercado internacional implicaba la resolución de "cuellos de botella" sobre aspectos particulares del proceso productivo y de comercialización. En efecto, si bien la provincia tenía una larga tradición en el cultivo de uvas y elaboración de vinos para abastecer el mercado interno, el comercio en plazas foráneas demandaba adaptaciones y requerimientos técnicos que sólo los empresarios mejor capitalizados y en posesión de un conocimiento y equipamientos actualizados podrían afrontar.
En primer lugar, el cultivo de variedades Alta Fantasía implicaba una modificación en torno al sistema de conducción, ya que demandaba un retorno al tradicional emparrado en reemplazo del espaldero y contraespaldera45 utilizados comúnmente para uvas para vinificar, debido a que aquel se caracterizaba por un mayor rendimiento.
Ya mencionamos la función clave que tuvieron algunos empresarios en la introducción de variedades aptas para la exportación pero la extensión a gran escala de estos cultivos fue dinamizada a partir del trabajo de otros agentes, como la Escuela Nacional de Vitivinicultura -que funcionaba en la Ciudad Capital de la provincia desde 1896- y el Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico -a través de la instalación de estaciones experimentales y divulgación técnica durante la década de 1920. Los especialistas vinculados con el establecimiento educativo y la empresa ferroviaria iniciaron sucesivos estudios acerca de variedades que se adaptaran a las condiciones ambientales de la provincia y resistieran los largos traslados hasta el mercado de venta. A manera de antecedente, en 1908 Leopoldo Suárez (1911, pp. 199-207) inició algunos ensayos sobre cultivo de uvas de mesa (moscatel rosado, moscatel blanco y uva cereza), destinados al mercado argentino. Las variedades europeas mencionadas en el estudio ampelográfico de Suárez no fueron retomadas de lo que inferimos su escasa adaptación a las condiciones ambientales locales y preferencias del consumidor. Hubo que esperar hasta la década de 1920 para el desarrollo de descripciones sistemáticas sobre las variedades más aptas. Al respecto, sostenía Francisco Croce, agrónomo y docente-investigador de la Escuela: "La identificación de variedades de uva de mesa tiene un gran valor económico porque el viticultor puede propagar las variedades que realmente le interesan sin estar supeditado a la suerte, debido a la enorme confusión que existe actualmente en la nomenclatura y autenticidad de las mismas, evitándose las consiguientes pérdidas de tiempo y capital" (Croce, s. f.).
En 1922, un informe del agrónomo sanjuanino Carlos Zavalla, director de la Escuela de Vitivinicultura, confirmaba la supremacía de la variedad Almería para conservar un óptimo estado tras largos viajes.46 Un estudio complementario fue desarrollado también por el Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico. Notamos que las variedades ensayadas por la empresa eran las denominadas criollas (véase Cuadro 4), es decir, que el ferrocarril no fue un introductor o innovador en cuanto a las variedades cultivadas, pero sí colaboró activamente en la difusión de técnicas y equipamientos para refrigeración y traslado de la mercadería. Este proceso fue acompañado también por la escuela que ofrecía, a bajo costo, sarmientos de uvas para exportar.47
Variedad | Experimentada en Mendoza | Estado tras traslado | Aconseja su cultivo para exportación | Difundida en 1928 |
---|---|---|---|---|
Houssang | No | Bueno | Sí | - |
Torrontel | No | Malo | Sí | - |
Moscatel blanco | Sí | Malo | No | x |
Blanca temprana | Sí | Malo | No | - |
Moscatel rosado | - | Regular | No | x |
Ferral o Ferraa | - | Regular | Sí | x |
Cereza | - | Bueno | Sí | x |
Uvas extra fancy (Alphonse Lavallé)b | - | Bueno | Sí | x |
a Benegas también había realizado ensayos con esta variedad obteniendo uvas con caracteres particulares, que eran denominadas, comúnmente, selección trapiche.
b La variedad Alphonse Lavallée había sido introducida en 1907 por Domingo Simois, director de la Escuela Nacional de Vitivinicultura (Croce, s. f., pp. 12 y 245).
Fuentes: elaboración propia con datos tomados de Revista Mensual del BAP (1922, pp. 50-52), y BCVN (1929, p. 371).
Con posterioridad, la empresa ferroviaria se abocó a la formación de viveros y chacras experimentales. Estos espacios, ubicados en diversas subregiones de la provincia, se destinaban a las experiencias sobre selección y aclimatación de variedades para exportar. Por ejemplo, el vivero que instaló en el departamento Godoy Cruz48 fue conformado con cepas procedentes de las explotaciones de Benegas Hnos. y Cía., y Bombal, Melero y Ruano, es decir, los empresarios pioneros del sector. Allí mismo se vendían estacas de vides Alta Fantasía clasificadas,49 procurando la difusión uniforme de los viñedos. Además, la Casa de Luis Costantini ofertaba variedades de vides para exportar injertadas en pie americano,50 es decir, resistentes a la filoxera.
En 1922 se hicieron algunas pruebas experimentales enviando uvas a Estados Unidos, bajo la supervisión del agente de esa empresa y agrónomo Ricardo Videla. El resultado de esta experiencia fue presentado en la Revista Mensual del BAP (Videla, 1922, pp. 31-52), en donde se describía con precisión los diversos sistemas de empaque, y se establecía una correlación entre la variedad de uva y el tipo de empaque. Tras sucesivos envíos, la empresa adaptó un sistema extranjero -utilizado en Sudáfrica- y presentó un sistema novedoso: el cajón "Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico" y el "cuyano" (San Martín, 1944, pp. 55, 56 y 144), que se ajustaba a los requerimientos técnicos y económicos de los productores y del mercado consumidor. (Rodríguez, 2014a, pp. 179-199) Es oportuno señalar que el acondicionamiento de las uvas en cajones era realizado, mayoritariamente, por mujeres, bajo la dirección de capataces y/o agrónomos regionales51 aunque no siempre en condiciones adecuadas. Aún en 1928 se cuestionaba el trabajo bajo tinglados o parrales, sin posibilidad de resguardar a las trabajadoras ni a la producción del sol.52 Esto era aún más necesario tomando en cuenta las deficiencias señaladas para incorporar tecnologías de preenfriamiento de las partidas.
Resueltos estos aspectos de la etapa productiva, restaba entonces abocarse a lograr la comercialización de las partidas en nuevos y distantes mercados.
Los envíos experimentales: Estados Unidos, Inglaterra, Brasil y Uruguay
La conquista de los mercados internacionales resultaba crucial para la colocación la producción. Una vez verificadas las variedades más aptas para las condiciones ambientales locales, los actores económicos y estatales iniciaron pruebas experimentales enviando pequeñas partidas al extranjero, con miras a conocer su resistencia al traslado y su aceptación en el mercado. En este proceso registramos iniciativas de empresarios locales, compañías estadunidenses y del Estado, a través de la Escuela Nacional de Vitivinicultura. Estas pruebas experimentales iban a aportar el sustento práctico y técnico para perfeccionar la producción y la posterior comercialización a gran escala.
A modo de antecedente, señalamos que antes de 1910 se enviaron variedades criollas, mediante gestiones de la Compañía Mala Real Inglesa, con buenos resultados (Álbum Argentino Gloriandus, 1910, p. 59 v). Pero los envíos más asiduos, aunque aún con carácter experimental, comenzarían en la década siguiente.
En 1922, la Compañía Argentina de Frutas Elaboradas, de Leonardo Bortoluzzi y José Liciardi, emprendió la fabricación de frutas desecadas para importar desde San Rafael, al igual que el establecimiento Santa Rosa de Andrés Bacigalupo (Guaymallén), que preveía, además, la exportación de frutas frescas y pasas de uva.53 A su vez, empresarios estadunidenses iniciaron gestiones para exportar uva de mesa a Estados Unidos, y la casa de José y Ángel Peluffo, a Italia. Ese mismo año la Escuela Nacional de Vitivinicultura hizo un envío experimental al mismo destino.54 La Junta de Navegación de aquel país ofrecía el traslado gratuito desde Mendoza y la American Trading Company iba a recibir y vender la fruta sin percibir comisión.55 Tras esta experiencia, los técnicos extranjeros alertaron sobre la selección y embalaje a los productos (caja tipo sudafricano pero empacada con viruta, sin envoltorio de papel). La firma Melero y Ruano también hizo envíos exitosos de la variedad Almería, y la empresa Benegas Hnos. ensayó el traslado de dos variedades en diversos sistemas de empaque. Como resultado de estas iniciativas, se esperaba que la escuela ofreciera asesoramiento técnico para la resolución de estas dificultades. El Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico también organizó envíos y aportaba recomendaciones sobre empaque y etiquetado.56 Resulta notorio, entonces, el caudal de información que circuló en torno a estos temas en la Revista Mensual del BAP, entre 1922 y 1928. En 1924, además, la empresa confeccionó un registro de productores y exportadores de fruta a Europa y Estados Unidos.57 En forma complementaria, técnicos, empresarios e importadores de frutas extranjeros -en especial, estadunidenses- visitaron la provincia durante esos años.58 Algunos, incluso se asociaron con empresarios locales para comercializar la producción, lo cual confirma el interés del mercado extranjero en la uva local.
Brasil y Uruguay también se posicionaron como destinos interesantes. La apertura al mercado brasilero, probablemente a partir de las restricciones de las plazas estadunidenses, fue impulsada a través de una exención a la fruta argentina.59 El comercio con Uruguay no se incrementó en este periodo debido a una serie de gravámenes impositivos y cordones sanitarios que afectaban negativamente el comercio de uvas y frutas argentinas.60
Hacia 1926, estos envíos experimentales habían aportado ya un corpus sólido de conocimientos a los empresarios locales y empresas importadoras acerca de los principales desafíos del traslado y los requerimientos del consumidor. En efecto, un diario local manifestaba que Nueva York y Londres eran "excelentes mercados" para las uvas de mesa mendocinas.61 De modo que al finalizar la década varios países se habían consolidado como compradores de uvas argentinas: Estados Unidos e Inglaterra, seguidos por Alemania, Francia, Holanda, Suecia y Dinamarca (San Martín, 1944, p. 13). En función de estimaciones previas (Rodríguez, 2014b, p. 84) entre 1920 y 1928 el envío de uvas hacia el extranjero ascendió de casi 410 toneladas a poco más de 6 242 toneladas, es decir, que el incremento de las exportaciones de uvas fue de 1 422%, con un claro predominio de la producción de uvas sanjuaninas. Estados Unidos concentró casi 50% del volumen total comprado en el periodo 1921 y 1928, con un ascenso exponencial y continuo de 7 000%62 y sólo interrumpido por las restricciones sanitarias de 1927, mencionadas en otro apartado de este trabajo. Aquel país era seguido por Inglaterra, pero con una participación notoriamente menor. De los compradores sudamericanos, sólo Brasil mantuvo un intercambio constante y significativo en todo el periodo, con un incremento de 700% en las operaciones de compra y representado el 32% del volumen total exportado en esos años (véase Cuadro 5).
Destino | 1920 | 1928 | Evolución porcentual en el periodo |
---|---|---|---|
Estados Unidos | 0 | 3 315 590 | 100 |
Inglaterra | 0 | 1 104 200 | 100 |
Alemania | 0 | 155 340 | 100 |
Brasil | 178 954 | 1 537 880 | 76 |
Uruguay | 231 000 | 95 290 | -58 |
Paraguay | 0 | 34 600 | 100 |
Total | 409 954 | 6 242 900 | 1.422 |
Fuente: Rodríguez (2014b, p. 87).
A partir de entonces, la atención de empresarios y técnicos se orientó a resolver otros problemas: algunos internos, como las altas tarifas de los fletes ferroviarios, la adecuación técnica del sistema de embalaje, control de las plagas y la necesidad de leyes de protección y fomento a la fruticultura que, indirectamente, iban a beneficiar a este subsector. Entre los exógenos, las trabas arancelarias y las restricciones técnicas de los países destino aparecen como los más habituales, como ya mencionamos. Resulta evidente que la atención de estas cuestiones implicaba la participación del Estado.
Por ejemplo, en 1927, la Junta de Horticultura de Washington impuso restricciones a la introducción de uvas y cerezas argentinas, fundamentado en la posibilidad de difundir plagas.63 Esto pese a que, en diciembre del año anterior, el Ministerio de Agricultura argentino había declarado a las zonas frutícolas argentinas como libres de la mosca de los frutos. En relación con esto, la prensa local denunciaba, además, que esta restricción sería la consecuencia de una anterior traba del gobierno argentino para el ingreso de una partida de manzanas proveniente de aquel país.64 De todas maneras, esta limitación se iba a mantener hasta que el Estado argentino informara oficialmente qué medidas sanitarias adoptaría e implicaba un serio inconveniente pues la mayor parte de la producción local se orientaba a ese destino, dada la preferencia del consumidor por la variedad Almería. En consecuencia, el Centro Vitivinícola Nacional y la Cámara Sindical de Comercio de Buenos Aires65 iniciaron gestiones para derogar tal medida, al igual que el ejecutivo provincial. En respuesta, el Ministerio de Agricultura estableció que todas las partidas de fruta debían llevar un certificado de origen otorgado por la seccional de Defensa Agrícola de Mendoza, organismo que, además, inició una notoria campaña para la curación de frutales en la provincia. Finalmente, el gobierno estadunidense envió al entomólogo Max Kirsluk para que constatara, o descartara, la existencia de la plaga en los cultivos argentinos.66 Sólo cuando la gira técnica de Kirsluk arrojó un informe favorable (en marzo), aquel país autorizó el ingreso de uvas de Mendoza, San Juan, Río Negro y Chubut, especificando qué condiciones técnicas debían reunir las partidas.67 Esta reconstrucción aporta un claro ejemplo de las desventajas del empresariado local para introducir la producción en el mercado extranjero, no obstante la óptima calidad y la existencia de cuerpos técnicos idóneos que analizaban la sanidad de las partidas. Este episodio aportó el sustento para que actores estatales y empresarios aunaran criterios técnicos en torno al control de la producción.
Desde entonces se sucedieron diversas acciones con repercusión técnica: en primer lugar, algunos agrónomos del ministerio iniciaron un severo control de la fruta para exportar y en el transporte de la misma; poco después, se reunieron productores y exportadores de fruta de Mendoza, y un delegado del ministerio visitó la provincia para asesorar sobre este tema y sobre cómo sistematizar los controles sanitarios a los cultivos en producción.68 Este asesoramiento vino a complementar el servicio que prestaba el agrónomo regional, ingeniero agrónomo Pedro Anzorena.69
Simultáneamente, se iniciaron estudios sobre la mosca del Mediterráneo -plaga que no registraba antecedentes en los cultivos regionales, por lo que se desconocía su origen y tratamiento- y una importante acción divulgativa. Por ejemplo, el jefe de la Estación Agronómica de Mendoza aconsejó sobre la prevención de esta plaga, y el director de Defensa Agrícola, sobre parásitos frutales.70 Como complemento, el Ministerio de Agricultura de la Nación inspeccionó las provincias productoras de fruta para exportar y declaró a Mendoza, San Juan, Buenos Aires, Río Negro y Chubut libres de mosca del Mediterráneo.71 Estas iniciativas permiten matizar los reclamos de los empresarios del sector acerca de la ausencia de atención estatal y valorar la participación del Estado en la solución de un problema técnico que afectaba a los viticultores, en particular, y a los fruticultores, en general.
Conclusión
La reconstrucción presentada muestra los orígenes de un sector de la economía agrícola en Mendoza que no ha sido atendido por la historiografía regional. A partir del seguimiento de los itinerarios económicos de empresarios vitivinícolas que buscaron diversificar sus producciones frente a una actividad presa de crisis cíclicas, sus relaciones con el Estado -provincial y nacional- y las primeras iniciativas para la agremiación sectorial fue posible identificar los inicios de una actividad que se desarrolló desde la década de 1920 y se consolidó aún más a partir de 1930.
La conjunción de capitales y el acceso a técnicas novedosas -empaque y tratamiento postcosecha (preenfriamiento y refrigeración)-, así como también, la contribución de la empresa Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico durante la etapa "experimental" permitió a este grupo reducido de empresarios, bodegueros y fruticultores, desarrollar estrategias de inserción comercial en un sector que hasta entonces era muy marginal para la economía local, carecía de fomento oficial pero recibía estímulos del contexto externo (mercado interesado en el consumo de uva fresca). Es importante remarcar que el desafío fue asumido no sólo a través del reenvío del crónico excedente de materia prima al mercado extranjero, sino con el cultivo y la experimentación de nuevas variedades que se adaptaran a las demandas de los eventuales consumidores y respondieran a los requerimientos técnicos de la comercialización.
Estas estrategias respondieron primero a la iniciativa individual y luego se encauzaron a través de la acción corporativa de la Asociación de Productores de Uvas de Exportar, que buscó obtener beneficios para el sector, independientemente de la injerencia de otras entidades vitivinícolas contemporáneas (Centro Vitivinícola Nacional, Centro de Viñateros, entre otras).
Si bien el fomento estatal no funcionó como recurso dinamizador del sector, sí valoramos su participación en la resolución de problemas técnicos que excedían las competencias de los empresarios y demandaban un corpus científico-técnico más especializado, como por ejemplo, sobre sanidad vegetal y control de plagas. Esto da cuenta, entonces, del manifiesto interés por transformar la fisonomía económica provincial.
Como resultado, observamos en el periodo de estudio la evolución del comercio de uvas en el extranjero, con un marcado predominio de los envíos de ultramar. Para una explicación general del proceso, resta entonces conocer, en futuros abordajes, cómo impactó la crisis de 1930 en el sector y de qué modo repercutió la inauguración del primer frigorífico provincial, en las inmediaciones de una de las estaciones ferroviarias de la Ciudad capital de Mendoza, en 1931.