1. Introducción
Existen diversos sectores del centro-oeste de Argentina que se caracterizan por su clima árido y una escasa oferta de agua y que han sido considerados desde el siglo XVI como barreras geográficas, capaces de aislar regiones enteras (Pastor y Boixados, 2016). Estos sectores, que ocupan 200000 km2 de llanuras y sierras bajas (-30° a -38° de latitud, -65° a -68° de longitud), fueron denominados “Las Travesías”, a partir de las experiencias de los primeros españoles que intentaron atravesarlas para unir los oasis cordilleranos de Mendoza y San Juan con los asentamientos serranos de San Luis o Córdoba, e incluso con Buenos Aires. Son cuatro los sectores que recibieron esta denominación, los cuales incluyen: (a) la porción sur de la provincia de San Luis, (b) el centro-este y noreste de la provincia de Mendoza, al sudeste de la provincia de San Juan y el centro-oeste de San Luis, (c) los Llanos de la Rioja y (d) el oeste de la provincia de La Pampa (Figura 1). Como resultado de las limitaciones de los españoles para recorrer y poblar estos territorios, se registró una relativa continuidad de las trayectorias históricas locales de los pueblos originarios con posterioridad al contacto hispano-indígena y, por otra parte, una menor cantidad de fuentes históricas plausibles de ser utilizadas para el análisis etnohistórico (de la Cruz, 1835; Canals Frau, 1945, 1950; Parisii, 1991-1992, 1995; Pastor y Boixados, 2016, entre otros). ¿Cómo lograron estos pueblos resolver las limitaciones hídricas? ¿Qué recursos y estrategias les permitieron habitar Las Travesías? Este trabajo aborda estos interrogantes a partir de la confluencia de información geomorfológica, hidrológica, ecológica, arqueológica y etnográfica.
Durante las últimas décadas de siglo XX tuvo lugar una importante modificación teórica en cuanto a la relación grupos humanos/entorno ambiental, asumiéndose en buena parte de la comunidad científica que los contextos ecológicos en los que los grupos sociales toman sus decisiones deben ser tenidos en cuenta para la construcción de modelos de ocupación y uso del espacio. En este sentido, las estrategias sociales plausibles de utilización por parte de los grupos locales se verían restringidas a un stock limitado de respuestas ligadas a las características del ambiente (Butzer, 1989; Jones et al., 1999; Dincauze, 2000; Dearing, 2006; Leroy, 2006; Morales et al., 2009, entre muchos otros). La designación de Travesías como sinónimo de desiertos, recayó sobre algunas áreas extensas de Argentina y tuvo una clara connotación negativa al momento de interpretar la interacción entre los grupos humanos y el territorio. En gran medida estos sectores fueron relegados en las agendas de las investigaciones arqueológicas, prefiriéndose espacios en los que las condiciones climáticas pretéritas se juzgaban como más propicias para la ocupación humana (véase Chiavazza, 2007, 2015; Berón, 2013; Ots et al., 2015; Heider y Curtoni, 2016, entre otros). Sin embargo, el registro material demuestra la presencia humana en Las Travesías de la Diagonal Árida Sudamericana (DAS) desde, al menos, ca. 8000 años AP (Berón, 2016; Rivero y Heider, 2017, entre otros). Puede observarse, en términos de modelos biogeográficos de poblamiento regional, que cada sector dentro de Las Travesías tuvo trayectorias particulares en cuanto a la exploración, colonización y ocupación efectiva del espacio (Borrero, 1989-1990). Aun así, es posible identificar una serie de recurrencias surgidas del análisis de sus registros arqueológicos y etnográficos. Entre ellas pueden enumerarse las primeras evidencias de ocupación hacia finales del Holoceno temprano, los circuitos de movilidad fuertemente ligados a la disponibilidad de agua, la baja incidencia de los recursos domesticados en la subsistencia, la incorporación de nuevas tecnologías (i.e. cerámica, arco y flecha) hacia finales del Holoceno, ca. 2000 AP, la interacción social a larga distancia, la sacralización de sectores del espacio con fuerte vinculación al recurso hídrico, un aumento demográfico en los últimos ca. 1500 años AP, con una reducción de la movilidad y la reocupación de algunos espacios para el mismo momento (Chiavazza, 2012; Pastor, 2014; Heider, 2015; Ots et al., 2015; Berón, 2016; García, 2017, entre otros).
Entre los puntos mencionados, la reocupación del espacio en Las Travesías es el que nos interesa abordar aquí. Para ello, tomamos como caso de estudio el centro-sur de la provincia de San Luis y el área vecina del noreste de Mendoza, caracterizados por un paisaje de dunas dentro de las cuales se identifica la mayor cantidad de sitios arqueológicos (Figura 2). Otros sectores donde se recupera material arqueológico, en menor medida, son lomas elevadas aledañas a cauces secos de ríos y las porciones medias/bajas de cuencas endorreicas. Las preguntas específicas que surgen son: ¿La distribución espacial de los sitios responde a un sesgo de investigación? ¿Por qué los grupos humanos se establecían en sectores donde no siempre se contaba con agua en superficie? ¿Las áreas que presentan actualmente condiciones semiáridas las tuvieron también durante todo el Holoceno? ¿Qué características del paisaje las hacían atractivas? ¿Qué estrategias tecnológicas y sociales fueron desplegadas por los grupos humanos para ocuparlas durante lapsos prolongados de tiempo? ¿En qué medida la presencia de un grupo de personas podía transformar los paisajes y su capacidad de ofrecer agua? La respuesta a estas preguntas requiere integrar la información arqueológica y etnográfica con evidencias provenientes de las ciencias ambientales, particularmente aquellas relacionadas a la geomorfología, hidrología y ecología de los paisajes de dunas.
2. Área de estudio
De las diversas “Travesías” que caracterizan la Diagonal Árida Sudamericana, en este trabajo nos centramos en la conocida como Travesía Puntana, desarrollada en el sur de la provincia de San Luis (Figura 1), ya que allí convergen actualmente investigaciones de distintas áreas del conocimiento con un foco común en los paisajes de dunas. De modo complementario, se incorporan evidencias de la denominada Travesía Grande, en su porción del noreste de la provincia de Mendoza (Figura 1). Nos apoyamos para esto en un conjunto de características que les son comunes a las dos: (a) su cercanía espacial, (b) su registro arqueológico con algunas características generales semejantes en diferentes periodos de su desarrollo histórico, (c) su conexión en momentos de ocupación colonial temprana, (d) la trayectoria histórica homóloga seguida por los grupos locales (Rankülches y Huarpes, respectivamente) una vez consumada la incorporación de sus territorios al Estado Nacional hacia fines del siglo XIX.
3. Contexto ambiental y climático
El río Desaguadero discurre cerca del límite entre ambas travesías estudiadas y constituye un sistema fluvial activo, producto, fundamentalmente, de los aportes hídricos de la Cordillera de los Andes, a partir de diversos tributarios como son los ríos Bermejo, San Juan, Mendoza y Tunuyán (Figura 3). La cuenca hídrica del sistema Desaguadero-Salado presentaba un régimen principalmente estival, por el aporte de deshielos y las precipitaciones de verano, pero actualmente se encuentra fuertemente alterada y controlada por la acción antrópica en el piedemonte andino, debido a la presencia de obras de regadío y centrales hidroeléctricas. Se destaca la ausencia de redes de drenaje integradas dentro de las Travesías de San Luis y Mendoza (i.e. Font y Chiesa, 2015; Chiesa et al., 2015).
Climáticamente, las regiones aquí analizadas corresponden a una zona templada con condiciones semi-áridas a áridas, donde las precipitaciones tienen medias anuales en torno a los 700 mm en el este y los 100 mm en el noroeste (Servicio Meteorológico Nacional, 1992). Existen zonas de precipitaciones mínimas que se encuentran ubicadas en las regiones orientales y occidentales de la DAS, la cual limita los sectores dominados por el anticiclón del Atlántico sur, al este, y del anticiclón del Pacífico sur, al oeste (Bruniard, 1982). En ambas travesías las precipitaciones ocurren fundamentalmente durante la temporada estival, asociadas al dominio Atlántico, debido a los aportes de humedad desde la región amazónica, transportados por la corriente en chorro meridional de capas bajas (Chaco Jet) (Garreaud et al., 2009). La Travesía Grande presenta, además, influencia del dominio Pacífico, por los aportes hídricos superficiales y subterráneos que provienen de la región cordillerana, donde la recarga está dominada por lluvias y nevadas invernales (Garreaud et al., 2009).
Desde el punto de vista biogeográfico, la Travesía Puntana y la Travesía Grande están ubicadas, respectivamente, en las provincias fitogeográficas Pampeana, con predominio del pastizal pampeano, y Monte, caracterizado por vegetación xerofítica (Cabrera, 1976; Soriano, 1992; Villagra y Roig, 1999, entre muchos otros).
4. Antecedentes paleoambientales
La DAS es una región de transición entre los dominios de los anticiclones del Atlántico y Pacífico sur, razón por la cual ha atraído el interés de investigadores en paleoambiente, paleoecología y paleoclima del Cuaternario. Allí se observa una marcada heterogeneidad ambiental a nivel local y condiciones climáticas que, en líneas generales, podrían describirse como opuestas al este y oeste de la DAS, es decir, entre la Travesía Puntana de San Luis y la Travesía Grande de Mendoza.
En el caso de San Luis, los estudios palinológicos y sedimentológicos de Salinas del Bebedero (-34.5°, -68.3°, 670 msnm, Figura 1) sugieren un nivel lacustre máximo para los ca. 12000 - 13000 cal años AP y su progresiva disminución hasta los niveles actuales en ca. 3600 cal años AP (Rojo et al., 2012). Hacia el este, las secciones estratigráficas provenientes de campos de dunas y mantos eólicos (-33.5°, -65.5°, 500 msnm, Figura 1) indican depositación dominantemente eólica entre ca. 12000 y 1000 AP (cronología por luminiscencia, edades anteriores al AD 2000), favorecida por una cubierta de vegetación menor a la actual e interpretada como producto de precipitaciones significativamente más bajas que las contemporáneas (Forman et al., 2014). En esta misma área, los registros lacustres muestran cuerpos de agua incipientes en las interdunas hacia los ca. 1500 - 900 cal años AP, los cuales evolucionaron a lagunas someras con fases húmedas y secas (Vilanova et al., 2015, 2017). Por su parte, para las planicies de Mendoza, los análisis polínicos realizados en Gruta del Indio (-34.5° y -68.2, 670 msnm, Figura 1) muestran el predominio de vegetación de Monte durante el Holoceno medio a tardío (Markgraf, 1989). Por su parte, estudios sedimentológicos en sucesiones aluviales del piedemonte andino (-33°, -34°S, 1000 - 850 msnm) indican el predominio de sedimentación en sistemas fluviales, entrelazados arenosos durante la transición Pleistoceno-Holoceno y el Holoceno temprano, y luego en sistemas sinuosos asociados a eventos más frecuentes de incisión, durante el Holoceno medio a tardío (Mehl et al., 2012). Esta mayor frecuencia de erosión fluvial es interpretada como producto de condiciones regionales de mayor aridez que la actual en las planicies, junto con descargas significativas desde las áreas cordilleranas (Mehl et al., 2012). Las condiciones para el Holoceno medio y tardío para las planicies de Mendoza sugieren una disminución en las lluvias de verano y aumento de la temperatura entre 8500 y 5000 años AP; aumento de las precipitaciones invernales y disminución térmica media entre 5000 y 3000 años AP, y el establecimiento de condiciones climáticas modernas en 3000 años AP (Markgraf, 1989; Cioccale, 1999; Zárate, 2006).
5. Análisis multidisciplinario de Las Travesías
5.1. Los grupos humanos en Las Travesías
Las fuentes etnográficas tempranas sobre Las Travesías del centro-oeste de Argentina son escasas y, al mismo tiempo, espacialmente fragmentarias (véase Prieto y Abraham, 2000; Prieto y Chiavazza, 2006; Calderón, 2015; Chiavazza, 2015; Pastor y Boixados, 2016; García, 2017; Heider, 2017). De manera similar, las investigaciones arqueológicas presentan vacíos en cuanto a las áreas estudiadas y las problemáticas abordadas, con lapsos de más de 50 años sin estudios sistemáticos (i.e. Vignati, 1940; Cahiza, 2000; García-Llorca y Cahiza, 2007; Berón, 2013; Heider y Curtoni, 2016; García, 2017). Aun así, es posible presentar una reseña breve sobre la información arqueológica disponible.
Para finales del Holoceno temprano se observa un proceso de exploración y colonización común, ligado a un proceso pan-andino macrorregional (García, 2010; Cortegoso, 2014; Rivero y Heider, 2017, entre otros). Asociadas al Holoceno medio, se observan evidencias de la colonización de algunos espacios ecológicamente favorables (principalmente en las Sierras Pampeanas), que han generado una importante discusión acerca de la baja señal de ocupación humana en el registro arqueológico del centro-oeste (García, 2005; Gil et al., 2005; Zárate et al., 2005, entre otros). En el Holoceno tardío se verifican importantes cambios, con procesos de intensificación en la mayor parte de las áreas. Asimismo, para el piedemonte andino y las Sierras Pampeanas se registra la incorporación de recursos domesticados en diferentes proporciones, lo que modificó los patrones de organización y ocupación del espacio, creando trayectorias históricas divergentes (i.e. Cahiza, 2002, 2003; Cahiza y Ots, 2005; Gil, 2005; Gasco et al., 2011; Chiavazza, 2012; Medina et al., 2017). Para los sectores áridos de Las Travesías, los recursos silvestres fueron el principal componente de la dieta, en un contexto de economía de cazadores-recolectores (en ocasiones también pescadores) con baja densidad demográfica y alta movilidad, en comparación con los sectores vecinos. En este sentido, no se ha postulado la producción de recursos domesticados, sino hasta momentos posteriores al contacto hispano-indígena (Gil, 2005; Chiavazza, 2007, 2012, 2015; Heider, 2015, 2017; Heider y López, 2016, entre otros).
Una mirada distribucional (sensu Ebert, 1992) y biogeográfica de uso del espacio (i.e.Veth, 1989; Borrero, 1989-1990, 1994-1995; Anderson y Gillam, 2000) en Las Travesías indica una ocupación efectiva del espacio para el Holoceno tardío. Un dato relevante en relación con esto es la recurrencia en la utilización de algunos elementos del paisaje. Destacamos algunos ejemplos en este sentido. En el sector limítrofe entre las provincias de Mendoza y San Juan se verifica un patrón de superposición en las ocupaciones en el entorno de las Lagunas de Guanacache. Allí, García Llorca y Cahiza (2007) proponen la reocupación de sectores con rasgos topográficos característicos (e.g. zonas elevadas no inundables, médanos y bordos en las costas de lagunas). Esa superposición les permite postular (siguiendo a Schlanger, 1992) que algunos sectores constituirían lugares “persistentes”. Un contexto similar fue propuesto para las márgenes del río Tunuyán por Ots y colaboradores (2015). La ocupación prehistórica del sector muestra un patrón de asentamiento en médanos, con una distribución de tipo agregada o agrupada correspondiente a pequeñas comunidades con un nivel bajo de integración (Ots et al., 2016). En la zona de bañados de la cuenca baja del río Mendoza también se verifica un uso del espacio similar (Chiavazza, 2015). En un contexto excavado (sitio Tulumaya) se caracterizó un sistema de asentamiento-subsistencia que habría resultado sensible a las fluctuaciones climáticas entre el ca. 1000 a 300 AP (Chiavazza, 2010). Aunque la tecnología lítica muestra similitudes con la Precordillera, los estudios zooarqueológicos y arqueobotánicos evidencian el uso de recursos silvestres con ausencia de especies domésticas, de manera opuesta a lo que sucede en la mencionada región (Gasco et al., 2011).
5.2. Arqueología en la Travesía Puntana
Las investigaciones arqueológicas en La Travesía Puntana fueron incluidas dentro de un marco geográfico más amplio, esto es, dentro de la subregión arqueológica de Pampa Seca (Heider, 2015). Las preguntas a partir de las cuales se investigó estuvieron fuertemente condicionadas por la escasez de estudios previos, y por la necesidad de crear un cuerpo inicial de datos acorde a los requerimientos actuales y a las posibilidades de contrastación de estos con aquellos provenientes de regiones vecinas. Los estudios de la organización de la tecnología fueron utilizados conjuntamente con modelos de optimización y biogeográficos para abordar las problemáticas propias de los cazadores-recolectores de zonas áridas y semi-áridas (Bettinger, 1991; Nelson, 1991; Gamble, 1993; Borrero, 1994-1995, entre muchos otros). Un énfasis especial estuvo puesto en el estudio de las materias primas. En este sentido, el análisis de la base regional de recursos líticos (sensuEricson, 1984) permitió constatar la presencia de rocas de origen local en el área. Se detectó, además, la presencia de materiales líticos procedentes de sectores que pueden ser considerados próximos cercanos, como Cerro Varela o Las Sierras Centrales (provincias de San Luis y Córdoba) y otros muy distantes, como la Cordillera de Los Andes y las Sierras de Tandil (Heider, 2016). La principal hipótesis de investigación planteó que, en el interior del área de estudio, el agua y la materia prima lítica constituyeron dos recursos que fueron determinantes en la toma de decisiones de los grupos locales (Heider, 2015, 2016). En este sentido, las problemáticas relacionadas con los recursos hídricos fueron abordadas siguiendo los postulados de un amplio abanico de investigaciones desarrolladas en grupos cazadores-recolectores de zonas áridas y semiáridas (i.e. Gould, 1991; Kelly, 1995; Bird y Bird, 2005).
En el contexto descripto, se utilizaron metodologías propias de la Arqueología Distribucional (sensuEbert, 1992) para relevar el territorio. Se realizaron transectas longitudinales en cuatro tipos de geoformas seleccionadas (dunas, lagunas permanentes y temporarias, río y arroyos, positivos morfológicos), así como en espacios intermedios entre dichas unidades. Si tenemos en cuenta solo a La Travesía Puntana, dentro del territorio total estudiado, se observa una recurrencia notoria del uso del espacio. El 100 % de los sitios arqueológicos (n= 64), así como los hallazgos aislados (n= 123) fueron identificados en dunas activas o estabilizadas (Figura 2). La variedad en la densidad de hallazgos realizados no permite diferenciar sitios con actividades específicas de otros con actividades múltiples. Se observó que la mayor parte de los sitios (n= 58) fue registrado en dunas que no tienen actualmente agua en superficie, identificándose evidencias de paleolagunas en solo ocho de ellas. Por otra parte, en los casos en que fueron registrados sitios asociados a cuerpos de agua, estos se presentaron siempre en el sector de acumulación de las hoyadas de deflación (Heider, 2015).
Debido al déficit hídrico de la Travesía Puntana, el agua fue categorizada como un recurso crítico, determinante en el uso del espacio y la movilidad de los grupos cazadores-recolectores locales. En relación con esto, en las dunas se identificó la presencia de rocas sin rastros antrópicos y con pesos de más de 4 kg en algunos casos, lo cual indicaría una litificación del paisaje (Webb, 1993; Martínez, 2002, entre otros), proceso que supone una conducta de anticipación de usos futuros. Para este tipo de ambientes, Kelly (1995), sobre la base de modelos de la ecología evolutiva, propone que los grupos pueden permanecer asentados en un lugar más tiempo del predicho, priorizando la seguridad por sobre la eficiencia. En definitiva, el reconocimiento, por parte de los grupos humanos locales, de estos espacios medanosos como favorables dentro de un área marginal permitió reducir el riesgo y la incertidumbre producida por la baja predictibilidad de las lluvias y, por lo tanto, su uso habría sido prolongado a través del tiempo (Heider, 2015, 2016, entre otros).
5.3. Geomorfología e hidroecología de las Travesías
Una fracción apreciable del territorio de Las Travesías está ocupada por depósitos arenosos producto de transporte eólico (Iriondo, 1990, 1999; Iriondo y Kröhling, 1995), comunes en toda la llanura pampeana. La amplia y diversa cubierta de estos depósitos en el centro de Argentina fue sistematizada por Zárate y Tripaldi (2012), quienes definieron ocho unidades eólicas sobre la base del tipo de depósitos, geoformas y contexto geológico-estructural. Las áreas aquí estudiadas, Travesía Puntana y Travesía Grande, se ubican en las unidades Campos de Dunas Occidentales y Campos de Dunas del Piedemonte Andino, respectivamente (Zárate y Tripaldi, 2012).
La Travesía Puntana comprende una parte de las serranías occidentales y la planicie medanosa. Las serranías occidentales tienen un relieve suave que aloja depósitos aluviales finos y, en menor medida, arenas y limos eólicos. La planicie medanosa contigua incluye una diversa variedad de dunas entre las que se destacan grandes unidades de deflación de forma subcircular, de hasta 2 km de diámetro y 20 m de desnivel entre las zonas de deposición periféricas y la base de la cubeta interna (Tripaldi y Forman, 2007). Hacia el noreste del campo de dunas, un gran número de estas áreas de deflación está ocupado por lagunas someras y permanentes, desarrolladas por la intercepción del nivel freático con la cubeta de deflación.
La Travesía Grande se corresponde con diversos campos de dunas que cubren la amplia planicie que se extiende desde el piedemonte andino (Figura 1). La cubierta de dunas presenta, en varios sectores, una estrecha asociación con ríos andinos que tributan al sistema Desaguadero-Salado (los ríos San Juan, Mendoza, Tunuyán y Diamante, Figura 3), así como abanicos terminales, arroyos efímeros y paleocauces (Figura 1). Geomorfológicamente, resulta un ambiente eólico complejo, con diversas morfologías de dunas (Krömer, 1996; Tripaldi, 2002, 2010; Tripaldi y Limarino, 2004; Tripaldi y Forman, 2007, entre muchos otros). Entre las geoformas dominantes en la planicie oriental se reconocen dunas longitudinales de baja altura (menos de 3 m) y elongadas en sentido NO-SE, junto con grandes dunas de deflación (blowout dunes, McKee, 1979). En algunos sectores (e.g. Médanos Grandes, Médanos de los Naranjos, Médanos de Picardo) aparecen dunas complejas que superponen diferentes morfologías y orígenes y adquieren mayores dimensiones (Tripaldi, 2002, 2010).
Los campos de dunas albergan con frecuencia acuíferos freáticos relativamente poco profundos. En la medida en que estas aguas subterráneas se aproximan a la superficie aparecen en los puntos más bajos del paisaje, zonas de mayor densidad y productividad de la vegetación, áreas de suelo húmedo o temporariamente encharcado y, finalmente, cuerpos de agua permanentes (Compagnucci et al., 2002; Wang et al., 2004; Scanlon et al., 2005; Eamus et al., 2006, entre otros). Los campos de dunas de la Travesía Puntana despliegan un profuso sistema de lagunas en su porción oriental (33.5° a 34.3°S y 65.2° a 65.4°O). Ocupadas por agua dulce y con profundidades variables, muchas de estas lagunas superan los 5 metros de profundidad en la actualidad. Las mismas han mostrado descensos de unos 2 metros en tiempo histórico, coincidentes con el fin del último período de sequía prolongada a finales de la década del sesenta (Bogino y Jobbágy, 2011). Sin embargo, las fotografías aéreas de ese período seco, así como la presencia de corredores de árboles (¿rastrilladas indígenas?) dentro de una matriz de pastizal puro como indicadores de tránsito animal conectando lagunas (véase León y Anderson, 1983) y la toponimia del paisaje (Mollo, 2017), indican que muchas de estas lagunas son de carácter permanente. Los muestreos de sedimentos realizados en dos de estos cuerpos de agua (Los Pocitos y Primera Laguna) muestran que han atravesado un estado de cuerpo lacustre permanente durante, al menos, los últimos 600 y 1600 años respectivamente (Vilanova et al., 2015, 2017).
Cabe preguntarse cómo es posible que en un paisaje de llanura y clima semiárido en el cual la evaporación a la atmósfera supera ampliamente a los aportes de la precipitación, pueda encontrarse agua libre permanente y dulce, especialmente a gran distancia de los cordones montañosos andinos. Concurren aquí tres aspectos naturales de los paisajes de dunas: (a) la gran permeabilidad de los materiales arenosos (Hillel, 1998) y la dificultad que encuentran las raíces de las plantas para hacer un uso exhaustivo del agua en ellos (Sperry et al., 1998), lo cual lleva a que una fracción de las lluvias alcance el manto freático. Aun cuando escaso, este flujo es apreciable y se detecta en condiciones climáticas muy áridas, por ejemplo, en el campo de dunas de Telteca, con sólo 150 mm/año de precipitación (Jobbágy et al., 2011). (b) Esta capacidad de recarga freática, combinada con la disposición regionalmente plana pero localmente ondulada del paisaje, lleva a que en los puntos más bajos el agua se acerque a la superficie. Una gran área de recarga (esencialmente todo el campo de dunas) y un área de evaporación pequeña (solo las zonas de lagunas y los bajos con vegetación que acceden a la capa freática) permiten que el sistema mantenga su balance. (c) La existencia de flujo horizontal subterráneo de agua, favorecido por la alta conducción del material arenoso, permite que los cuerpos de agua no se salinicen indefinidamente por evaporación y mantengan una composición dulce relativamente estable (Figura 4).
Se plantea aquí como hipótesis que la formación y permanencia de lagunas y su papel como oasis dentro de las travesías puede ser favorecido por la presencia de grupos humanos y fauna, entre esta última principalmente animales introducidos (ganado europeo) y ungulados (Lama guanicoe). Esto generaría una retroalimentación positiva, en la que el oasis atrae a ocupantes, y estos a su vez aseguran su existencia e incluso su ampliación a partir de las transformaciones ecológicas y geomorfológicas que imponen. Los mecanismos de esta retroalimentación incluyen dos procesos clave, que son el aumento de la recarga hidrológica y la erosión y profundización de la cubeta de la laguna, ambos favorecidos por el disturbio de la cubierta vegetal y el pisoteo que generan los asentamientos humanos y la actividad de herbívoros. En el primer proceso, la recarga hidrológica se ve aumentada como resultado de la denudación total o parcial de la zona periférica a la laguna. En paisajes áridos o semiáridos normalmente la totalidad de la precipitación es evapotranspirada y no hay recarga de aguas subterráneas. Sin embargo, superado cierto nivel de perturbación de la cubierta vegetal, el consumo y transpiración de agua por las plantas merma a tal punto que comienza a generarse un flujo de agua excedente hacia las napas freáticas. En paisajes de travesía, bajo un clima aún más árido que el de San Luis, se ha observado este fenómeno y se ha documentado la presencia de flujos de recarga significativos en bajos intermedanosos ocupados por puestos en los que el pastoreo caprino y la extracción de madera han generado una denudación intensa (Aranibar et al., 2011; Meglioli et al., 2014) y, en consecuencia, el inicio de un flujo de recarga subterránea capaz de sostener niveles freáticos más elevados (Jobbágy et al., 2011). De esta forma, se especula aquí que la ocupación humana y animal de las lagunas del paisaje arenoso de San Luis podría haber disparado procesos de denudación que aumentaran la recarga freática y elevaran el nivel de las napas localmente y, consecuentemente, de la laguna. Se suma a este proceso otro asociado también a la denudación, pero tal vez también favorecido intencionalmente por las poblaciones humanas, que es el de la profundización de las holladas de las lagunas. En este caso, la denudación producida en épocas secas en que las lagunas tienen bajo nivel y las napas están más profundas, favorecería la erosión por el viento y el transporte del material del centro de la laguna hacia alguno de sus bordes, incrementando el volumen y deprimiendo el nivel de fondo. A estos procesos no intencionales o pasivos disparados para la concentración humana y animal que podría intensificarse en años secos, debe sumarse la excavación intencional o activa del fondo de lagunas secas para asegurar la presencia de agua libre. Ante lagunas que se retraen, la excavación de sus fondos para acceder a la napa freática puede ser una estrategia clave de supervivencia, y la misma ha sido confirmada en el pasado reciente por trabajos etnográficos (Greslebin, 1961; Heider, 2017).
En resumen, tanto por la elevación del nivel freático como por la profundización del nivel del fondo de las lagunas, la denudación y el disturbio de la vegetación, la erosión y la excavación intencional pueden ser las fuerzas que sostienen una retroalimentación entre el oasis y sus usuarios, opuesta a las fuerzas más comúnmente invocadas de retroalimentación negativa en la que los usuarios agotan o destruyen recursos, imposibilitando su uso posterior. Al caso anterior puede sumarse otro propio de terrenos con suelos más finos e impermeables. Actualmente en estas zonas las reservas de agua consisten en represas que interceptan el flujo superficial que acompaña a las tormentas fuertes y lo almacenan en una laguna artificial. Pequeñas depresiones naturales pueden haber cumplido esta función en forma natural, y el pisoteo en su interior, junto al efecto de abastecimiento que generan aquellos caminos de acceso ubicados aguas arriba del espejo de agua, puede explicar otro fenómeno de retroalimentación positiva entre el oasis y sus usuarios. En la zona de estudio las represas actuales son abastecidas principalmente por los caminos trazados espontáneamente por el ganado (Magliano et al., 2015).
6. Discusión
Las Travesías ubicadas en el centro de la Diagonal Árida Sudamericana fueron caracterizadas desde una perspectiva eurocéntrica al momento del arribo de los españoles, adjetivándolas como paisajes duros, carentes de agua y prácticamente intransitables. En un mismo sentido, el proceso final de expansión del Estado Nacional argentino sobre buena parte de estos territorios implicó la utilización explícita de términos con una connotación negativa (Auza, 1980) en palabras del presidente Nicolás Avellaneda “…suprimir a los indios y ocupar las fronteras no implica en otros términos sino poblar el desierto…” (Bartolomé, 2004). Las evidencias arqueológicas sugieren algo diferente; los pueblos originarios exploraron el centro de la DAS desde finales del Holoceno temprano. Más aún, siendo actualmente estos parajes los menos densamente poblados del centro de Argentina, siguen aún hoy habitados por integrantes de las diferentes etnias como son los Rankülches y Huarpes. Este hecho no debería resultar sorprendente si se piensa que los grupos humanos prefirieron, desde hace más de 30000 AP, poblar voluntariamente ambientes desérticos, como así también persistir en la ocupación de paisajes que sufrieron procesos de aridización (Veth, 2005 y autores allí citados).
El análisis multidisciplinario aquí presentado, convergente en una perspectiva geoarqueológica, muestra una notoria relación entre el uso del espacio de los grupos humanos y los paisajes de dunas, expresada en la reocupación de los mismos dentro de Las Travesías Puntana y La Travesía Grande. Hasta el presente no se han abordado específicamente las posibles características que convirtieron a las mismas en la principal geoforma donde se registran sitios arqueológicos en el centro de la DAS, aun cuando diversos investigadores las identifican como sectores con abundancia de hallazgos arqueológicos, catalogándolas incluso como lugares “persistentes” (García-Llorca y Cahiza, 2007; Chiavazza, 2012; Heider 2015). Se propone aquí entender a las áreas de dunas como verdaderos “eco-refugios” (en términos de Núñez et al., 1999 y trabajos allí citados). Estos autores utilizan ese concepto para explicar la ocupación en la Quebrada de Puripica (norte de Chile), entendiendo a ese sector del paisaje como un lugar excepcional a partir de sus características geomorfológicas, que permitieron la concentración de agua (y por lo tanto vegetación y fauna), creando un locus favorable en un escenario árido (Grosjean et al., 1997; Núñez et al., 1999, entre otros). Del mismo modo, las dunas ubicadas en las Travesías Puntana y Grande son capaces de retener agua en acuíferos libres aun en condiciones semiáridas y áridas. Esta condición se mantuvo incluso en momentos más áridos que los actuales, como son las fases de sedimentación eólica reconocidas en el registro del Holoceno. Por lo tanto, la ocupación humana de esos “espacios persistentes” podría resultar, hasta cierto punto, independiente de las condiciones climáticas imperantes. Esto sería consecuencia de que la recarga de las dunas no depende completamente del entorno cercano o lejano (por ejemplo, el caudal superficial o subterráneo de los ríos andinos y la presencia de agua en las lagunas de San Luis o los humedales de Mendoza/San Juan). La presencia de un reducido volumen de lluvia sería suficiente para crear pequeñas lagunas efímeras y, luego de la percolación, conformar reservas plausibles de ser utilizadas por las poblaciones durante el Holoceno (Figura 5).
En este punto es entonces necesario mencionar y discutir sobre las variantes tecnológicas que permitieron a los grupos humanos cosechar agua en la DAS. Los sitios arqueológicos que se ubican en médanos sufren una serie de procesos post-depositacionales (en términos tafonómicos) que crean, por deflación, una superposición de materiales, los cuales pueden pertenecer, incluso, a ocupaciones separadas por miles de años (Bailey, 2007). Los mismos procesos contribuyen a la destrucción de posibles rasgos arquitectónicos, como paredes de ranchos o estructuras de toldos. Por esto, la observación de rasgos clasificables como estructuras tecnológicas para cosechar agua es muy poco probable. En relación con esto, no se tienen registros de publicaciones de corte netamente arqueológico en donde se evidencien estructuras utilizadas para cosechar agua en Las Travesías. Por el contrario, sí existen menciones de cronistas y viajeros sobre la existencia de pozos como rasgo tecnológico orientado a la colecta. El viajero Luis de La Cruz intentó cruzar, durante el año 1806, desde el fuerte de El Ballenar (Concepción, Chile) hasta Buenos Aires (Argentina) atravesando durante el viaje La Travesía del Oeste Pampeano. Durante el trayecto, realizó un conjunto de menciones sobre pozos de agua en las tolderías donde los nativos (e incluso él mismo y sus compañeros de viaje) bebían. De las catorce referencias totales en este sentido, transcribimos las dos que ilustran de mejor modo a los pozos como rasgo tecnológico. La primera explicita la tecnología sencilla que se necesitaba para hacerlos, utilizando únicamente un palo puntiagudo: “Las aguas de todas las poblaciones son de pozos hecho a calla; pero en cualquiera parte que se cave, a las tres cuartas, brota a borbotones, y no es mala.” (de la Cruz, 1969: 153). La segunda señala las diferentes calidades que percibe entre el agua subterránea (surgente en el pozo excavado por los Rankülches) y la de las lagunas superficiales que lo rodeaban: “…a la una y media llegamos al lugar de Guaguaca, que es un medanillo con varios cerrillos bajos, entre los cuales hay tres lagunas permanentes, dos de agua amargosa, una buena, y un pozo que es la mejor que visto, y más clara desde Chadileubú…” (de la Cruz, 1969: 178). Del segundo cronista, Santiago Avendaño, y sus valiosas memorias obtenidas durante su cautiverio con los indios de Las Pampas, se destacan nuevamente dos puntos. En un sentido similar a lo observado por de la Cruz sobre la ubicación y calidad del agua en los pozos menciona que “Yo conocía unos tres pocitos de agua a pocas varas de la laguna (la laguna era de aguas amargas). Me acerqué a uno de ellos en los que di de beber a los caballos, como lo permitía la urgencia. Yo mismo también tomé agua y salí buscando la senda…” (Avendaño, 2012: 209). La segunda destaca, interpretamos, la necesidad de saberes tradicionales para seleccionar correctamente el punto donde excavar: “En 1845 alcancé a ver unos siete pozos que los cristianos habían hecho cuando fueron a invadir a los indios, desesperados en la travesía por la sed; y si lograron sacar agua no ha sido para satisfacer la necesidad que tenían de ella, porque los pozos eran hechos en lomadas guadalosas y la tierra era muy seca…” (Avendaño, 2012: 130).
Como se mencionó, no hay registro arqueológico compatible con pozos en Las Travesías. Sin embargo, existen publicaciones que señalan su presencia en ambientes similares de otros puntos del planeta. En el centro de Argentina se logró identificar un único ejemplo arqueológico perteneciente a grupos cazadores-recolectores en el sitio Paso Otero 4 (provincia de Buenos Aires). El hoyo fue excavado en las cercanías al cauce del río Quequén Grande y fue asociado con un fechado de ca. 8500 años AP. Aunque este ambiente no corresponde a un paisaje árido o semi-árido, dicho rasgo se vincula con un momento ambiental de mayor aridez local (Álvarez et al., 2013). El pozo fue interpretado como estructura para enfrentar la escasez de agua en un sentido similar al utilizado por los habitantes de las planicies norteamericanas (Gutiérrez y Martínez, 2015). Es justamente allí, en las Grandes Planicies del centro de Estados Unidos, donde surgieron evidencias notorias en el registro arqueológico sobre la utilización de pozos en el continente americano. En diversos trabajos se propone que esa fue la respuesta de los grupos locales al aumento de la aridez en el Hipsitermal, al menos durante un período que abarcó ca. 3000 años (Meltzer y Collins, 1987; Meltzer, 1991, 1999, entre otros). Otros ejemplos relacionados con desiertos arenosos fueron estudiados en Australia, donde Bayly (1999) realiza una valiosa revisión de cómo los pueblos indígenas lograron obtener agua en las regiones desérticas. El autor revisa tanto ejemplos arqueológicos como etnográficos e identifica diferentes modalidades. Para nuestro caso de estudio son relevantes los “Soaks (native wells)”, verdaderos huecos excavados en sedimentos permeables o en los cauces secos de los ríos e identificados por los viajeros como “commonly holes dugin to sand” (Bayly, 1999: 20). La profundidad no superaba los 4 o 5 metros, con un promedio de aproximadamente 1.5 metros y podían estar llenos con palos o arena para evitar la evaporación y detener animales que pudieran beber o ensuciar el agua. Por otra parte, el autor, retomando a Gould (1969), le da un gran valor al papel de la cultura y el conocimiento tradicional para ubicar los suministros de agua, como así también su volumen aproximado.
7. Consideraciones Finales
A partir del registro arqueológico actualmente disponible se puede observar una coincidencia, en diferentes regiones de Argentina, sobre un proceso de exploración inicial del territorio a partir de grupos pequeños y altamente móviles (con las dificultades que esto tiene para ser observado en el registro arqueológico), que desembocó luego en un aumento continuo en tamaño y complejidad (Gil, 2005; Borrero, 1994-1995; Belardi, 1996, entre muchos otros). Al parecer, la diferenciación entre la colonización y la ocupación efectiva en áreas marginales es más una consecuencia del tamaño de muestra y la visibilidad del registro arqueológico (así como los procesos tafonómicos) que de cambios en patrones de movilidad (Veth, 2005 y autores allí citados). Así, la ocupación en Las Travesías parece tener un comienzo en los últimos momentos del Holoceno temprano y un notorio aumento de la señal arqueológica recién para el Holoceno final, hacia los ca. 2500 AP. Como se mostró, las dunas tuvieron un importante papel en el uso del espacio, siendo persistentemente ocupadas por las poblaciones humanas debido, entendemos, a su valor como eco-refugios. Finalmente, y aun cuando no es el objetivo de este trabajo, debe mencionarse la importancia de las decisiones conductuales para entender abordajes futuros de ocupación en la DAS. Como menciona Veth (1989, 1995), los riesgos de los desiertos son reales y las medidas de mitigación han sido bastante extremas a escala mundial, incluido el abandono de territorios enteros durante sequías, en casos de conflictos o muerte (Gould, 1991; Kelly, 1995). Situaciones similares pueden haber tenido lugar en Las Travesías a diferentes escalas, con el abandono de pozos producto de la impericia de los cristianos mencionados por Avendaño (2012), una peste de viruela que mató a todos los habitantes de una toldería (de la Cruz, 1969 [1835]) o un fenómeno de aridez de escala regional como el planteado para parte del centro-oeste de Argentina (Gil et al., 2005). En definitiva, fueron también decisiones conductuales las que transformaron las dunas en eco-refugios debido a su capacidad para retener agua. Esa reocupación fue formando y transformando a esos espacios en lugares donde los grupos humanos pudieron obtener agua en forma segura, posiblemente a partir de una mejora en las condiciones del oasis, fruto de la retroalimentación positiva entre la ocupación y el aumento de la disponibilidad de agua en las lagunas.