1. Introducción
La intensa actividad sísmica en México se remonta más allá del denominado periodo instrumental (siglos XX y XXI), pudiendo afirmar que los antiguos pobladores prehispánicos que ocuparon la Meseta Central Mexicana no solo experimentaron y sufrieron grandes y destructivos terremotos, sino que los incorporaron en su memoria (García Acosta y Suarez Reynoso, 1996; Garduño-Monroy y Escamilla, 1996; Garduño-Monroy, 2016). Las diferentes culturas mesoamericanas que han poblado la región central mexicana, la costa pacífica y la zona maya, han sufrido grandes terremotos asociados con la subducción de las placas de Rivera y Cocos por debajo de la placa Norteamericana (Kovach, 2004; Rodríguez-Pascua et al., 2011; Méjean et al., 2015; Brocard et al.,, 2016; Garduño-Monroy et al., 2019). También han ocurrido grandes terremotos intraplaca como el terremoto de Acambay de 1912, cuya magnitud osciló entre M 6.9 y 7 (Suter et al., 1996; Langridge et al., 2000; Rodríguez-Pascua et al., 2017; Mendoza-Ponce et al., 2018).
La combinación entre la arqueología y la paleosismología permite completar los catálogos de grandes eventos destructivos que afectaron a las culturas prehispánicas y sus avanzadas sociedades, quedando la impronta en sus restos arqueológicos (Pérez-López et al., 2010; Garduño-Monroy, 2016; Garduño-Monroy et al., 2019; Rodríguez-Pascua et al., 2019). Este trabajo se centra en el estado de Michoacán, concretamente en el entorno arqueológico y geológico del Lago de Pátzcuaro, 45 km al oeste de la capital del estado, Morelia. Esta zona presenta numerosas fallas con actividad tectónica cuaternaria, de tipo intraplaca con capacidad de generar terremotos de M 7 (Langridge et al., 2000; Garduño-Monroy et al., 2009; Rodríguez-Pascua et al., 2017; Mendoza-Ponce et al., 2018).
El Cinturón Volcánico Transmexicano es una franja de dirección E-O que presenta un volcanismo activo asociado a un sistema de fallas de desgarre con esta misma orientación (Figura 1) (Pérez-López et al., 2011). La banda de deformación Morelia-Acambay es una de estas grandes estructuras de desgarre transtensivo que ha favorecido el volcanismo en la zona durante todo el Cuaternario (Hasenaka y Carmichael., 1985; Garduño-Monroy et al., 2009; García-Quintana et al., 2016; Ramírez-Uribe et. al., 2019; Gómez-Vasconcelos et al., 2020). Tanto la actividad volcánica como la actividad tectónica cuaternaria en las fallas han generado numerosas depresiones endorreicas donde actualmente se encuentran alojadas diferentes cuencas lacustres, algunas tan importantes como el lago de Cuitzeo y los antiguos lagos de Zacapu y Acambay, estos dos últimos drenados en tiempos históricos para obras de regadío. En el extremo occidental de la Falla Morelia-Acambay se localiza el lago de Pátzcuaro (Figura 1). A orillas del lago, en la localidad de Tzintzuntzan ("lugar de mariposas" en lengua P'urhepecha), se ubicó el centro político y administrativo de una de las civilizaciones más importantes de Mesoamérica, el pueblo P'urhepecha (también conocidos como el Imperio de los Tarascos); el centro religioso se situaba en la isla de Jarácuaro ("lugar aparecido" en lengua P'urhepecha; Corona Núñez, 1957), en el extremo suroccidental del lago. En esta isla de Jarácuaro existen diferentes trabajos paleosismológicos que indican la actividad cuaternaria de fallas que generaron terremotos en época prehistórica e histórica, llegando a afectar al pueblo P'urhepecha. En una de las trincheras paleosísmicas realizadas por Garduño-Monroy et al. (2011a) se estudia una falla normal cuyo bloque hundido presenta a techo, sobre la superficie del suelo, un bloque de basalto de grandes dimensiones (c.a. 1 m3). Este bloque fue esculpido en forma de lo que podría interpretarse como una silla de montar. En el presente trabajo se muestra una segunda trinchera realizada en otra de las fallas normales, situada a tan solo 100 m de la anterior trinchera, donde se localiza un segundo bloque de basalto. Este bloque tiene forma alargada, es de 4 m3 y está situado también en el bloque hundido de la falla estudiada en la trinchera. Ambos bloques fueron traídos desde la orilla del lago a 1.500 m de distancia (Garduño-Monroy et al., 2011a), puesto que la Isla de Jarácuaro está formada exclusivamente por sedimentos lacustres. Al no existir evidencias de bloques dispersos en otros sectores de la ribera de Jarácuaro, se infiere que debieron tener un importante valor simbólico para realizar semejante esfuerzo. Ambas fallas normales con ruptura superficial, afectan a suelos que contienen materiales arqueológicos del período Posclásico (950 hasta 1521 ADC) (Fisher et al., 2003; Garduño-Monroy et al., 2011a). ¿Fueron estos bloques basálticos una señalización de fallas activas tras los terremotos que pudieron sufrir los P'urhepechas en esta época?, esta es una de las cuestiones que discutiremos en este trabajo.
2. Localización geográfica y encuadre geológico
El lago de Pátzcuaro se sitúa en el NE del estado mexicano de Michoacán, dentro del Cinturón Volcánico Transmexicano y de la banda de deformación del sistema de fallas Morelia - Acambay. Este sistema de fallas que tiene dirección general E-O, había sido descrito inicialmente en sus segmentos más orientales por Suter et al. (2001) y posteriormente por diferentes autores (Rodríguez-Pascua et al., 2010, 2017; Lacan et al., 2013; Ortuño et al., 2015; Sunye-Puchol et al., 2015; Langridge et al., 2013; Velázquez-Bucio et al., 2018), mientras que en la zona más occidental ha sido trabajada por Garduño-Monroy et al. (2009, 2011), Soria-Caballero et al. (2019), Pérez-Orozco et al. (2018), Mendoza-Ponce et al. (2018) y Gómez-Vasconcelos et al. (2020). Toda la extensión del sistema de fallas Morelia-Acambay es una estructura activa que ha actuado durante todo el periodo Cuaternario (Quintero-Legorreta et al., 1988; Suter et al., 1992, 1995 y 2001; Ramírez-Herrera, 1996; Garduño-Monroy et al., 1998 y 2001; Garduño-Monroy y Escamilla, 1996; García-Palomo et al., 2000). Los estudios realizados han revelado que estas fallas son visibles en la cuenca del lago de Pátzcuaro y afectan a materiales del Pleistoceno-Holoceno, siendo fallas normales de dirección E-O las que han definido la geometría de esa cuenca lacustre. Además, hay que tener en cuenta que la cuenca también fue modelada por la distribución del volcanismo monogenético, el cual se encuentra concentrado sobre estructuras ENE-OSO y N-S (Pérez-López et al., 2011; Soria-Caballero et al., 2019; Pérez-Orozco et al., 2018; Gómez-Vasconcelos et al., 2020). Los límites norte y sur de la cuenca lo constituyen dos alineaciones de conos volcánicos de dirección E-O. En el interior del lago se pueden diferenciar dos tipos de islas: las de origen volcánico y las constituidas exclusivamente por sedimentos lacustres. Dentro del primer grupo están las islas de Janitzio y Pacanda, mientras que las formadas por sedimentos lacustres son Jarácuaro y Uricho. Debido al descenso del nivel del lago en las últimas décadas, algunas de estas islas han pasado a ser penínsulas dentro del lago, como es el caso de Jarácuaro. El sur del lago está limitado por una serie de fallas normales que han ido modificando progresivamente la morfología del lago, levantando la isla de Jarácuaro y generando el colapso del cerro El Estribo (Garduño-Monroy et al., 1998, 2011a; Pola et al. 2014, 2015). Sin embargo, la erupción del Volcán de la Taza (a 6 km al SO de la isla de Jarácuaro) hace 9.300 años (Osorio-Ocampo et al., 2018), generó un levantamiento de las secuencias lacustres de más de 40 m (Israde-Alcántara et al., 2005), haciendo retroceder al lago a su geometría actual, habiendo también retrocedido la lámina de agua desde el periodo colonial, cuando el nivel del lago estaba a 2.041 m.s.n.m, mientras que en la actualidad está a 2.013 m.s.n.m (Garduño-Monroy et al., 2011a y 2011b). Actualmente su profundidad máxima está entorno a los 12 m (Chacón, 1990).
La edad del inicio de la sedimentación en el lago de Pátzcuaro está fechada en torno a los 48.000 años BP y corresponde a las dataciones realizadas por diferentes autores junto a la Isla de Janitzio (Watts y Bradbury, 1982; Bradbury, 2000). En la Isla de Jarácuaro la secuencia basal está intensamente plegada y elevada 30 m sobre el nivel del lago, siendo en este caso la edad de los sedimentos más antiguos de 31.800 años BP (Israde-Alcántara et al., 2005).
Son abundantes los ejemplos de deformaciones de origen sísmico a lo largo de toda la columna estratigráfica del lago, así como por efecto de la actividad tectónica, pudiéndose identificar al menos 3 eventos sísmicos de gran magnitud (M > 5) acaecidos en los últimos 20.000 años (Garduño-Monroy et al., 2011a).
Las márgenes del lago han estado habitadas desde épocas antiguas por el hombre debido a los importantes recursos que supone una masa de agua estable. El pueblo P'urhepecha fue el primero que se asentó en las márgenes de este lago, hecho constatado por la gran abundancia de industria lítica y cerámica del Periodo Formativo (3.000 años B.P.; Fisher et al., 2003), así como restos arqueológicos con grandes construcciones en las márgenes del lago como las Yácatas de Tzintzuntzan o las pirámides de Ihuatzio (Pollard, 1994). Los P'urhepechas debieron convivir con la frecuente actividad sísmica de las fallas activas y respondieron con diferentes manifestaciones culturales y/o religiosas.
2.1. BREVE HISTORIA Y EVOLUCIÓN DE LA CULTURA P'URHEPECHA
Las civilizaciones mesoamericanas que ocuparon la zona central de México se han dividido, a partir de varios estudios arqueológicos, en tres períodos de tiempo: (1) el período Preclásico o período Formativo, (1500 BC - 300 AD), (2) el período Clásico (300 - 950 AD), y el período Posclásico (950 hasta 1521 AD). La zona de Michoacán, y en concreto la zona de estudio del lago de Pátzcuaro, muestra la presencia de poblaciones estables desde el Preclásico (3000 BP; Fisher et al., 2003). Según la cronología de Piña-Chan (1976), el periodo de auge P'urhepecha coincidiría con la fase de dominio de pueblos y estados militaristas con la formación de señoríos e imperios militaristas entre 1200 y 1521 AD (Figura 2).
Pollard (2008) introduce los diferentes periodos culturales de ocupación de la zona central de Michoacán que correspondería con la zona de estudio. Los primeros vestigios de ocupación corresponderían al preclásico medio (Chupícuaro) entre los años 500 - 150 BC, siendo la última fase local la fase Tariacuri (1350 - 1525 AD), que correspondería con la emergencia y establecimiento del imperio P'urhepecha, el cual dominó la región hasta las fases de ocupación española del siglo XVI.
Este imperio, también denominado Reino de Tzintzuntzan, se estableció a lo largo del lago de Pátzcuaro, formando un estamento sociopolítico que llegó a rivalizar con el otro gran imperio contemporáneo de la época, el Imperio Azteca. Durante el periodo Posclásico de dominio P'urhepecha, el núcleo del imperio giraba en torno al lago de Pátzcuaro con la capital Tzintzuntzan en su margen oriental, y con los centros religiosos de Ihuatzio y Pátzcuaro (Pollard, 2008).
El imperio P'urhepecha consistió en una organización sociopolítica con un gobernante (caltzontzi), un sacerdote principal y una alta burguesía, constituyendo el segundo imperio en importancia y ocupación entre los siglos XIV y XVI (Pollard, 2004, 2008; Martínez-González, 2013). En cuanto a su arquitectura, cabe destacar la construcción de grandes centros ceremoniales y espirituales que consistían en grandes plataformas de base rectangular sobre las que se edificaban estructuras semicirculares denominadas yácatas, donde se mantenía un fuego constante por parte de los sacerdotes (Fisher, 2019). Estas edificaciones serían las pirámides y altares que usarían los P'urhepechas para sus ritos espirituales.
3. Metodología
El presente trabajo se basa en la utilización de técnicas paleosísmicas clásicas para la identificación de los saltos cosísmicos más recientes en fallas activas. En el caso de tener fallas con expresión geomorfológica de su actividad y no disponer de afloramientos naturales, es necesario recurrir a la realización de trincheras. Este tipo de técnicas pueden ser ya consideradas como clásicas, ya que comenzaron a desarrollarse en los años 70 del pasado siglo XX (McCalpin, 2009). Los trabajos paleosísmicos previos, realizados en la isla de Jarácuaro, fueron llevados a cabo por Garduño-Monroy et al. (2011a y 2011b).
En ese trabajo previo ya se localizó uno de los grandes bloques de andesita junto a la traza de la ruptura superficial de una falla normal, sobre el bloque hundido de la misma (bloque de "La Silla"), mientras que en el presente trabajo se llevó a cabo la trinchera realizada junto al bloque de mayor tamaño. En el trabajo de Garduño-Monroy et al. (2011a) se obtuvo una microtopografía de detalle utilizando un GPS diferencial, para localizar correctamente las trazas de las fallas, que previamente fueron identificadas mediante ortoimágenes de satélite. Estos autores excavaron una trinchera de 6m de longitud y 3m de profundidad junto al bloque de "La Silla", comprobando que este bloque basáltico fue situado en el labio hundido de la falla normal identificada con anterioridad. En el presente trabajo se realizó una trinchera de 19 m de longitud y 4 m de profundidad, junto al bloque de mayor tamaño para poder contrastar si efectivamente se encontraba también en el bloque hundido de una falla normal paralela a la anterior y distante tan solo 100 m de la trinchera del bloque de "La Silla" (Figuras 3 y 4).
Una vez realizadas las trincheras e identificado el carácter antrópico de la localización de los bloques de andesita, situados sobre los materiales lacustres y suelos con restos arqueológicos de la isla de Jarácuaro, se pasó a la búsqueda de sismicidad histórica en la zona, para lo cual se recurrió a los catálogos de García Acosta y Suarez Reynoso (1996) y Garduño-Monroy y Escamilla (1996).
Ninguno de los eventos citados en los catálogos se podía asignar a los datos obtenidos en las trincheras, ya que el registro histórico presenta importantes lagunas de información en el periodo prehispánico, debido a que el pueblo P'urhepecha transmitía de forma oral su historia y no han quedado documentos escritos donde se haya podido contrastar esta información.
Por este motivo, hemos recurrido a trabajos etnográficos donde se ha documentado la tradición y religiosidad P'urhepecha, como es el trabajo de Corona Núñez (1957), para realizar una interpretación cultural/religiosa de esta manifestación antrópica de la colocación de grandes bloques de basalto en rupturas cosísmicas en fallas. Este autor realiza una recopilación de los principales dioses y su función dentro de la cosmología P'urhepecha, como el hecho de que relacionaban el origen de los dioses principales y del propio pueblo P'urhepecha en las rocas. Esta parte se ha utilizado para elaborar una hipótesis sobre el posible origen religioso de la colocación de estos bloques tras haber sufrido un importante terremoto, la cual se ha podido constatar gracias a los estudios paleosismológicos en trinchera.
4. Eventos geológicos catastróficos en el entorno del Lago de Pátzcuaro y la Isla de Jarácuaro
Como ya se ha comentado con anterioridad, los procesos activos en el Cinturón Volcánico Transmexicano han modelado el relieve de la zona, incluidas las cuencas lacustres. El lago de Pátzcuaro ha sido afectado por grandes eventos catastróficos en los últimos 30.000 años, así Garduño-Monroy et al. (2011a) describen la presencia de diferentes eventos utilizando tanto la geomorfología como el registro sedimentario del propio lago:
— Megadeslizamiento de El Estribo. Este gran deslizamiento ocupa una superficie de 9 km2 y desplazó un volumen de aproximadamente 1.8 km3, cuya datación por el método del C14 arrojó una edad aproximada de 28.380±380 años BP Estudios más recientes (Pola et al., 2015) otorgan un origen sísmico al mecanismo de disparo que generó el megadeslizamiento de El Estribo, pero en este caso la datación que obtienen por el método C14 arrojó una edad de ~14.000 años BP. Estos autores interpretan como sísmico el mecanismo disparador que produjo este deslizamiento, estableciendo una M = 7,3 utilizando las relaciones de Keefer (1984).
— Paleoterremoto de hace 24.000 años. Obtenido mediante una trinchera en la isla de Jarácuaro, tiene un salto relativo de falla de 1,7 m. Esta falla forma parte de un conjunto de horst y graben que forman la isla. Este tipo de paleoterremotos dan idea de la importancia de la sismicidad intraplaca en esta zona.
— Erupción del Volcán de La Taza. Evento eruptivo datado por el método C14 (AMS) en 9.300 años (Osorio-Ocampo et al., 2018), que produjo un levantamiento de más de 40 m de las series sedimentarias lacustres en el margen sur del lago. Es posible que este levantamiento no se deba exclusivamente a un único evento eruptivo y esté relacionado también con la notectónica de la zona. Estos sedimentos diatomíticos aparecen intensamente deformados y afectados por fallas normales.
— Paleoterremoto afectando a suelos con restos arqueológicos. El último observado en las trincheras realizadas por Garduño-Monroy et al., (2011a) donde el salto aparente es de 45 cm y afecta a suelos actuales con restos arqueológicos comprendidos entre 3.000 y 900 años BP (Fisher et al., 2003).
— Seiche o "tsunami lacustre". Garduño-Monroy et al. (2011b) identifican en dos trincheras realizadas en la isla de Jarácuaro un nivel de 10 cm de potencia compuesto por restos fragmentados de bivalvos y diatomeas mezclados con restos arqueológicos cerámicos pertenecientes al Período Posclásico (900 a 1520 AD), que interpretan como un seiche generado por un terremoto en la zona.
— Seiche o "tsunami lacustre" histórico de 1858. Estos mismos autores (Garduño-Monroy et al., 2011b) identifican en las trincheras de la isla de Jarácuaro el seiche descrito históricamente durante el terremoto de Pátzcuaro de 1858, con un estrato de 20 cm de potencia.
En cuanto a la sismicidad histórica, hasta el momento el registro sísmico escrito más antiguo en Michoacán corresponde a la Relación de Michoacán (1541) (Garduño-Monroy y Escamilla, 1996; Garduño-Monroy et al., 1998), una de cuyas ilustraciones muestra una pirámide semiderruida por un sismo (Figura 5). Garduño-Monroy y Escamilla (1996) y Garduño-Monroy et al. (1998) realizan una recopilación de sismos históricos (últimos 500 años) en el estado de Michoacán en el que recopilan cinco grandes eventos (1787, 1843, 1858, 1873 y 1885) con intensidades superiores a VIII (Escala de Mercalli Modificada). Esta sismicidad histórica es sólo el reflejo más reciente de una intensa actividad sísmica en los últimos 30.000 años, en los que se han registrado al menos 7 paleosismos de M > 5 en el entorno del lago de Pátzcuaro (Garduño-Monroy et al., 2011). Si las primeras ocupaciones humanas registradas en las márgenes del lago de Pátzcuaro son de hace 4.000-3.500 años (edad del polen más antiguo contenido en suelos con materiales arqueológicos, Watts y Bradbury, 1982) estos pobladores debieron de sufrir numerosos terremotos. Los de magnitudes elevadas conllevaron la ruptura superficial de las fallas, hecho que debieron presenciar los P'urhepechas como veremos a continuación.
5. Paleosismicidad e hitos megalíticos P'urhepechas
Los estudios paleosísmicos realizados en la isla de Jarácuaro (Garduño-Monroy et al., 2011a y 2011b) indican la presencia de fallas con gran actividad tectónica durante el Pleistoceno Superior-Holoceno y de rupturas superficiales generadas por estos eventos. El impacto sobre la sociedad desarrollada en esos momentos a las orillas del lago de Pátzcuaro debió de ser muy importante, pudiendo producir la pérdida de vidas humanas, viviendas y cultivos, sobre todo por la acción de seiches. Los sistemas de cultivo los realizaban mediante técnicas de agricultura de humedad en los márgenes del lago, lo que les hace muy vulnerables ante seiches. Un seiche desencadenado por el sismo de 1858, que tuvo una intensidad en la cuenca de IX, destruyó 120 casas de adobe en la ribera sur del lago (Garduño-Monroy et al., 2011b).
Consecuencias tan catastróficas no podían pasar desapercibidas para la clase dirigente y sacerdotes P'urhepechas, más aún en una sociedad evolucionada con un alto desarrollo, socialmente estructurada y con fuertes convicciones religiosas. Desafortunadamente el pueblo P'urhepecha transmitía su historia de forma oral a través de los sacerdotes (Schöndube, 1996), por lo que no han quedado documentos escritos al respecto. Sin embargo, sí utilizaban grandes monolitos de roca para ofrecerlos a las fuerzas de la naturaleza (inundaciones, tempestades, volcanes, etc.) que no podían controlar, ya que consideraban que los dioses podrían ser animales o representarse mediante rocas. Incluso los propios P'urhepechas se creían descendientes de "grandes rocas", siendo esta su creencia totémica más antigua, en la que el Sol es el progenitor del hombre y toma el nombre de una piedra o peña (Corona Núñez, 1957). En las trincheras realizadas en la isla de Jarácuaro para el estudio de la actividad paleosísmica de las fallas localizadas (Garduño-Monroy et al., 2011a), se ha podido constatar la presencia de dos grandes bloques de andesitas basálticas situados sobre la traza de dos fallas con clara actividad paleosísmica (Figura 6). Estos bloques están alineados según una orientación N140°E (Figura 7), siendo el bloque del SE de menores dimensiones (1 m3) (Figura 3A) que el del NO (4 m3) (Figura 3B).
El bloque del SE presenta forma de "silla", de hecho, es conocido en la localidad de Jarácuaro con este nombre. La tradición oral de los P'urhepechas mantiene en la isla varias leyendas en torno a estos bloques. Ninguna de ellas está relacionada a priori con la actividad símica, pero lo que sí demuestran es la conciencia local sobre la singularidad de dichos bloques.
Cabe señalar que los bloques no son bombas volcánicas, sino que se trata de grandes fragmentos de coladas basálticas extraídos por el hombre de afloramientos cercanos (1 km) y depositados sobre la superficie topográfica. Seguramente formaron parte de las lavas del volcán La Taza fechado en 9.300 años (Osorio-Ocampo et al., 2018). Considerando que dichos bloques pesan entre 7,5 y 10 tm, el esfuerzo que debió suponer su transporte debió de ser considerable, más si tenemos en cuenta que los suelos donde se apoyan contienen industria lítica y cerámica aproximadamente del período Posclásico (950 hasta 1521 AD) (Fisher et al., 2003). Además, se debe considerar que el transporte incluyó casi 500 m de distancia de transporte por el lago.
6. Discusión
Los P'urhepechas tenían grandes similitudes culturales con los aztecas (Corona Núñez, 1957). Así, por ejemplo, ambos disponen de simbología similar para denominar al movimiento y, por tanto, a los movimientos de tierra. Garduño-Moroy (2016) consigue diferenciar los símbolos que usaban los aztecas para escribir la palabra terremoto (tlalli-ollin), compuesta por un ollin (movimiento) con un tlalli (tierra) en su base. Además, identifica grados de intensidad, ya que los aztecas añadían un mayor número de tlallis en la base del símbolo indicando que el movimiento sísmico había sido más intenso. Los P'urhepechas utilizaban dos serpientes cruzadas para representar el movimiento, pudiendo tener varios giros una serpiente sobre otra para indicar mayor movimiento, que estaría representado por Venus (Corona Núñez, 1957) (Figura 8A). Esta representación de las serpientes entrecruzadas tiene grandes similitudes gráficas con el ollin de los aztecas, por lo que pudo ser usado del mismo modo en la simbología de ambas culturas (Figura 8B).
Es evidente que estos bloques de basalto fueron situados sobre las rupturas superficiales cosísmicas de dos fallas después de sendos terremotos (Figuras 6 y 7). Es posible que se trate de rupturas asociadas a terremotos diferentes, puesto que el bloque del SE parece más antiguo al presentar mayor colonización de líquenes que el del NO. Con esta colocación de los bloques de basalto inferimos que los P'urhepechas quisieron aplacar la ira de su dios supremo Curicaueri (el Sol) o de Xarátanga (La Luna), ofreciendo estos grandes bloques. Según Corona Núñez (1957), Curicaueri era reverenciado en la localidad de Zacapu con el nombre de Querenda-angápeti, que traduce como: "la peña que está en el templo". Incluso la propia palabra Zacapu significa: "donde está la piedra". Por este motivo las representaciones de sus principales dioses las realizaban mediante grandes bloques de roca. Las grandes catástrofes o fenómenos naturales los asociaban a la lucha entre diferentes dioses (López-Austin, 1996), por lo que en este caso podría tratarse de la lucha entre Curicaueri y Xarátanga.
Pero según la mitología P'urhepecha Curicaueri y Xarátanga engendraron a Mano-uapa, "hijo movimiento", que como ya se ha citado anteriormente está asociado al tlali-ollin o terremoto de la simbología azteca. Mano-uapa está relacionado con el movimiento y por ende a uno de los cuerpos celestes con más movimiento aparente durante la observación del cielo nocturno, Venus, "el mensajero del Sol". En el "Códice Durán" o "Historia de las Indias de Nueva España e Islas de Tierra Firme" (conservado en la Biblioteca Nacional de España), el propio autor Diego Durán (religioso español) representa a "el mensajero del Sol" con forma humana junto a dos ollines, uno por encima de su cabeza dentro de un disco solar y otro por debajo de sus pies contenido de un rectángulo (que podría asociarse a un tlalli) (Figura 8C). Por tanto, sería la representación de un terremoto siendo Venus su mensajero. Es posible que los dos bloques de basalto andesítico que encontramos en Jarácuaro, sobre las rupturas cosísmicas de estas fallas normales, representen a Curicaueri (el Sol) y Xarátanga (La Luna) y la propia ruptura superficial generada por el terremoto sea Mano-uapa (Venus), el hijo de ambos. De este modo se cerraría el círculo de la mitología P'urhepecha en torno a sus tres principales dioses: el Sol, la Luna y su hijo Venus, siendo este último la representación del movimiento de tierra o terremoto.
Es notorio que la ubicación de los bloques no fue aleatoria, sino que se colocaron sobre las fuentes sismogenéticas que causaron los terremotos que afectaron a su centro religioso situado en Jarácuaro y la catástrofe asociada que sufrieron (Figura 7).
Es posible que el bloque de "la silla", debido a la morfología que presenta de "proto chac mool", fuese utilizado como piedra de los sacrificios o para depositar los corazones de los sacrificados por el Sacerdote del Sol como ocurre con los chac mooles encontrados en Tenochtitlán, que tienen esculpida una vasija decorada con corazones (Corona Núñez, 1957). La edad estimada para la colocación de estos bloques es del período Posclásico (950 hasta 1521 AD), obtenida de los datos arqueológicos citados anteriormente (Fisher et al., 2003), por lo que estaríamos hablando de uno de los registros sísmicos humanos más antiguos. Además, tenemos que considerar que sería la primera vez que se relaciona el terremoto con la falla que lo ha generado. El significado de esta manifestación puede tener una vertiente religiosa de ofrenda para evitar futuras catástrofes o podría ser una señalización para evitar este lugar en el futuro. De hecho, la localidad de Jarácuaro (dentro de la isla del mismo nombre) se encuentra en el extremo opuesto de la isla y la zona de los bloques debió de estar poblada en el pasado, antes de los terremotos, como atestiguan los abundantes restos arqueológicos que se pueden encontrar en superficie. No sólo estos bloques de andesitas basálticas nos hablan de la sismicidad de la isla, sino que el propio nombre de ésta también lo hace. Jarácuaro significa en P'urhepecha "lugar aparecido" (Corona Núñez, 1957), lo que indica que los P'urhepechas debieron de ver aparecer esta isla a causa de un terremoto; no en vano es la única del lago de Pátzcuaro que no es de origen volcánico y está completamente formada por sedimentos lacustres. Estos bloques de roca no pasaron desapercibidos durante el periodo colonial, donde muchos símbolos y lugares religiosos fueron ocupados por templos o símbolos del catolicismo traído por los españoles. Esto lo podemos constatar porque el bloque del NO tiene grabada una Cruz de la orden de Malta (Figura 9). Esta cruz era la usada por el obispo Vasco de Quiroga, que fue el representante de la Iglesia Católica en el Obispado de Pátzcuaro. De este modo se "neutralizaba" o cambiaba el signo del culto anterior al nuevo impuesto por la curia católica.
7. Conclusiones
Los dos bloques de roca andesitica basáltica encontrados sobre la superficie de los sedimentos lacustres de la isla de Jarácuaro fueron colocados por la mano del hombre, al haberse descartado su origen como bombas volcánicas. Estos bloques no están situados al azar, sino que se encuentran claramente colocados sobre las trazas de sendas fallas normales con actividad paleosísmica probada (ambos en el bloque hundido de estas fallas). Las evidencias presentadas sugieren que fueron los antiguos pobladores de esta isla, el pueblo P'urhepecha, los que colocaron en el período Posclásico (950 hasta 1521 AD) los dos bloques de andesitas basálticas sobre la ruptura superficial de estas fallas, después de dos terremotos, representando la expresión de un claro sentido cultural - religioso ante una catástrofe natural. Se trata de una de las primeras manifestaciones humanas reportadas ante una catástrofe de origen sísmico y, probablemente, de la primera señalización de una falla activa (mediante grandes bloques de basalto). El establecimiento de esta relación causa efecto entre falla y terremoto convierte probablemente a los P'urhepechas en los primeros "sismotectónicos" de la historia.