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Revista mexicana de investigación educativa

versión impresa ISSN 1405-6666

RMIE vol.24 no.81 Ciudad de México abr./jun. 2019

 

Editorial

Eduardo Weiss

Eduardo Weiss

David Block* 

Alicia Civera* 

Inés Dussel* 

Daniel Hernández* 

Amira Dávalos** 

* Investigadores del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados, Departamento de Investigaciones Educativas, Ciudad de México, México, email: dblock@cinvestav.mx; acivera@cinvestav.mx; idussel@cinvestav.mx; drosete@cinvestav.mx

** Investigadora de la Secretaría de Educación de Querétaro, Departamento de Investigación e Innovación Educativa, Querétaro, México, email: amiradavalos@gmail.com


¿Cómo rendirle un homenaje a Eduardo Weiss que le haga justicia a la multiplicidad de su legado? Una opción es presentarlo desde una perspectiva biográfica -cuyo foco sería un Weiss “de carne y hueso” que nació como hijo único en la Alemania de la posguerra y que descubrió su pasión por la educación a través de la convivencia con una educadora, quien años más tarde sería su esposa. Desde la perspectiva laudatoria -el “Eduardo de bronce”- hablaríamos del investigador alemán que llegó a México en los años setenta con ideas innovadoras y profundas sobre la hermenéutica y la etnografía de corte constructivista. Sin embargo, preferimos asumir una perspectiva que enfoque al académico que conocemos cuando nos acercamos a las ideas que se plasmaron en sus obras, ideas que seguramente seguirán inter pelándose e interpelándonos cuando otros aborden los problemas a los que hoy se enfrentan la educación mexicana y la investigación educativa.

Como investigador de viejo cuño, Eduardo Weiss realizó importantes contribuciones al conocimiento científico en educación con proyectos de investigación en una amplia variedad de temas: la educación tecnológica, los desarrollos de la investigación educativa en México, la pedagogía, la educación multigrado, el análisis del sistema educativo. Estos aportes han sido difundidos en numerosos capítulos de libros y artículos -un buen número de los cuales son internacionales- así como en conferencias nacionales e internacionales.

En los últimos diez años, Eduardo abrió una línea de investigación sobre la socialización de los jóvenes con la que llevó sus preocupaciones perennes sobre los efectos de la escuela a los debates sobre la identidad y los cambios culturales. A Eduardo le interesaba analizar a la institución escolar como un espacio de vida juvenil, que contiene pero también excede lo académico; así, empezó a darle carta de ciudadanía a saberes que antes no se consideraban legítimos para la investigación educativa, como los que se despliegan en torno a la amistad, el noviazgo entre estudiantes, la convivencia con otros, las formas de presentación del yo, y por eso prestó especial énfasis a la vida escolar juvenil dentro y fuera de las aulas. Lector atento de la sociología educativa, mantenía sin embargo siempre y en todo momento un pie firme en la etnografía como modo de producir conocimiento atendiendo a la singularidad y la diferencia. La etnografía fue un medio importante para enriquecer la investigación educativa, y esto particularmente impactó en la formación de los nuevos investigadores bajo su asesoría.

Sus expediciones en los distintos territorios de la investigación educativa se caracterizaron, además, por la flexibilidad de sus posturas, por su capacidad de armonizar perspectivas distintas, por su aversión al dogmatismo y, también, por la sencillez y la claridad con la que comunicaba su pensamiento, lo cual a su vez exigía de sus interlocutores.

Paralelamente a su trabajo de investigación, Eduardo coordinó importantes proyectos departamentales solicitados por terceros, algunos de estos fueron proyectos de desarrollo como el programa de formación de formadores para la educación tecnológica y otros, la mayoría, fueron evaluaciones de diseños curriculares y de programas implementados en escuelas (educación agropecuaria, Programa para Abatir el Rezago Educativo, licenciatura en Educación secundaria, materiales para escuelas multigrado, la tutoría en escuelas secundarias, y, recientemente, una investigación sobre la evaluación docente encargada por el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación, INEE). Estos proyectos tuvieron impactos variables en los programas respectivos, pero sobre todo aportaron a otros investigadores por los resultados novedosos generados a partir de una metodología de investigación cualitativa.

En términos de formación, Eduardo fue siempre un profesor comprometido con la enseñanza, generoso con sus estudiantes y con los colegas. Impartió cursos sobre pedagogía, currículo, metodologías y teorías socioculturales en la mayoría de las generaciones del Departamento de Investigaciones Educativas (DIE) y dirigió 11 tesis de doctorado, 15 de maestría y cuatro de especialidad, de cuya calidad son testimonio las publicaciones respectivas, muchas realizadas conjuntamente por él y sus estudiantes. Además, Eduardo estaba siempre disponible para compartir sus saberes acompañando otras tesis en comités de seguimiento y como jurado dictaminador.

Otro aspecto relevante del trabajo de Eduardo Weiss fue el rol importante que cumplió en la institucionalización de la investigación educativa en México. Queremos mencionar solamente algunos hitos de esa participación señera en el Consejo Mexicano de Investigación Educativa (COMIE) y en otras instituciones que configuraron el campo de la investigación en México. De 1991 a 1993 fue el coordinador científico del II Congreso Nacional de Investigación Educativa, en cuyo papel convocó a los investigadores más destacados de diferentes instituciones para elaborar 29 “estados de conocimiento”, en un formato diferente a los “documentos base” del I Congreso de 1983, y que perdura en sus rasgos básicos hasta hoy en día. Asimismo, organizó académicamente la presentación y discusión de dichos documentos en los seis congresos temáticos y en el congreso de síntesis en 1993. La elaboración colectiva de los estados de conocimiento y la organización de los congresos temáticos en diferentes partes de la República fueron la base para la fundación del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, del que Eduardo Weiss fue primer presidente electo de 1993 a 1995. En esta función organizó, junto con Mario Rueda como coordinador científico, el III Congreso Nacional de Investigación Educativa de 1995 cuyo formato ha guiado los congresos bianuales posteriores. Además, impulsó la creación de la Revista Mexicana de Investigación Educativa, cuyo primer número apareció en enero-junio de 1996. Eduardo mostró una vocación democrática y plural al frente del COMIE cuando no aceptó ser reelegido para el cargo de presidente e impulsó la rotación de todos sus cargos dentro de la asociación, esquema que se mantiene vigente a la fecha.

Desde junio de 2001 a septiembre de 2004 fungió como editor de la Revista Mexicana de Investigación Educativa. En este periodo aumentó sustancialmente el número de artículos recibidos y publicados. La revista pasó de dos a tres números en 2002 y a cuatro números en 2004, y junto con esa ampliación también se cambió el diseño gráfico, se mejoraron los resúmenes, se publicaron las versiones electrónicas y se firmó el convenio con la Red de Revistas Científicas de América Latina y el Caribe (Redalyc).

Para la segunda elaboración de estados de conocimiento, coordinó de septiembre de 2000 a noviembre de 2003 el área temática XI: El campo de la investigación educativa. En 2003 elaboró, con la colaboración de investigadores destacados del COMIE, el diagnóstico “La investigación educativa en México: usos y coordinación” para el Center for Educational Research and Innovation (CERI) de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), que fue el insumo principal para la comisión y el reporte de la OCDE sobre el tema.

Para quienes elaboramos estas líneas, colegas y amigos del DIE, la ausencia de Eduardo será muy sentida y difícil de compensar. No solamente era un compañero cotidiano de trabajo sino alguien con quien compartíamos conversaciones variadas en los cafés y los almuerzos; en un medio en el que cada vez hay menos tiempo, Eduardo sabía hacerse lugar para la plática y la puesta al día sin otra agenda que la de conversar. Era directo y a veces hasta brutalmente honesto para decir lo que pensaba; eso lo convertía en una voz crítica en los asuntos institucionales, que no dudaba en plantear salidas radicales, pero tampoco se demoraba en pedir disculpas si sentía que correspondía. Esa honestidad intelectual y personal es uno de los rasgos que más vamos a extrañar; un colega derecho, en ocasiones algo rudo, pero siempre decente y con ánimo sincero de ayudar a pensar y a emprender acciones para mejorar la educación y las condiciones de trabajo de quienes nos dedicamos colectivamente a investigarla.

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