Las revisiones fenomenológicas y hermenéuticas permiten una conservación histórica de la tradición de las ciencias comprensivas y una genealogía de los modos de interpretación aplicados en los procesos de explicación-comprensión científica. En primer lugar, se pasará a justificar el valor de estas revisiones para la investigación educativa y, posteriormente, se abordará la recensión crítica de la lectura propuesta.
Justificación del interés para las ciencias de la educación
Cinco son las razones que hacen que las aportaciones de este libro sean pertinentes para los intereses de la investigación educativa:
La fenomenología como estilo de interrogación de las prácticas. El trabajo pone en diálogo la fenomenología, la hermenéutica y la sociología, rescatando unos interlocutores clave: Alfred Schütz y sus discípulos. La finalidad de este diálogo se desvincula de los intereses de los cuatro primeros periodos del movimiento fenomenológico (transcendental, existencialista alemán y francés y hermenéutico) y se centra en el quinto y último periodos, el de una fenomenología de la actitud natural que vincula la vida humana a campos como, por ejemplo, la educación (San Martín, 1998). La fenomenología restaura el poder de interrogación sobre lo obvio y se cuestiona lo que es pertinente pensar y el modo de hacerlo, huyendo de una acepción del método como canon preestablecido. Se reivindica un modo de pensamiento que se preocupa de las significaciones genéticas de las experiencias en los contextos prácticos, cotidianos, institucionales y profesionales (Van Manen, 2007). Esta reivindicación es extensible a contextos multidimensionales como los educativos, reactualizando paradigmas reflexivos clásicos (Schön, 1998).
La hermenéutica al servicio de la interpretación científico-social. Tras el giro lingüístico y cultural del pasado siglo, se asiste a la hermenéutica como koiné, como lengua común del hacer filosófico y del análisis cultural actual (Vattimo, 1988). De las figuras epistemológicas clásicas de la modernidad, objetivante, subjetivante y hermenéutica, los tiempos actuales exigen revisiones de la tercera desde tres consideraciones clave (Sotolongo y Delgado, 2010: 48-58): la mutación del estatuto del sujeto que conoce, la redimensión de los objetos de conocimiento, y la localización de sujetos y objetos de conocimiento en una praxis creativa y reactiva a las propias operaciones constitutivas. Asimismo, el establecimiento de márgenes para la objetivación de las condiciones socioeconómicas y los modos de integrar analíticamente el espacio y el tiempo son requisitos para abrir las ciencias sociales a nuevas problemáticas y formas de inteligibilidad (Wallerstein, 1996: 81-83). La exploración de una nueva racionalidad y la construcción del sentido del mundo social exigen una hermenéutica filosófica al servicio de la investigación educativa.
Las ciencias de la educación como ciencias de la cultura. El ámbito educativo refleja con especial clarividencia la necesidad de profundizar en una racionalidad de naturaleza pragmática y de hacerlo desde los operadores espontáneos que la configuran (Romero, 2004). Lo educativo presenta una doble naturaleza: pasiva, como evidencia de una racionalidad contemporánea; y activa, como dispositivo de institucionalización y legitimación social que contribuye a su mantenimiento o a su regeneración. La formulación del fenómeno educativo en términos humanísticos y socioculturales no atiende tanto a una concreción disciplinar operativa como al cuestionamiento precisamente de cualquier modo de reduccionismo cientificista. El calado de estas contribuciones alcanza al conjunto de las ciencias de la cultura y, en consecuencia, a las de la educación.
Unas ciencias de la educación filosóficamente fundamentadas. La producción de conocimiento en las ciencias de la educación se caracteriza por la indeterminación de una racionalidad tecnológica a la qué asistir y dar respuesta. En consecuencia, las decisiones sobre el método y la metodología se entretejen hic et nunc con la singularidad de lo investigado, de sus estructuras sociales y culturales. Esta especificidad se reconsidera a la luz de dos ejercicios fenomenológicos: la epojé del actor social sobre su vida cotidiana (comprensión de primer grado); y la doble epojé, comprensión de esa comprensión primera respecto a otras que constituyen la realidad social (comprensión de segundo grado). Ambas comprensiones no difieren en sus procesos básicos, acercando una sociología “salvaje”, la de la vida cotidiana, y una sociología “erudita”, la científica (Boumard, 1989). Las aportaciones revisan los fundamentos de una epojé del actor social (reflexividad) y de una doble epojé científico-social (performatividad e intencionalidad colectiva). Esto es evidente en la evolución de las aproximaciones microsociológicas (Lapassade, 1996) y, más concretamente, en las orientaciones metodológicas y presupuestos epistemológicos de las investigaciones de corte cualitativo.
Los retos de la complejidad y la apoyatura fenomenológica y hermenéutica. Las aportaciones revisan una aproximación epistemológica a la realidad sociocultural que revisan la constitución del sentido y su rigor metódico, estableciendo interesantes relaciones con los modos de cartografiar la complejidad social y las formas de responder desde los diseños y las metodologías de investigación (Sabirón, 2006). La complejidad de las actuales formas de cultura exige revisar la configuración de una racionalidad que la gestione (Rescher, 1998; Muñoz, 2000). Esto solo parece posible si se facilita algún modo de interdiscursividad entre la fenomenología, el neopragmatismo y el posestructuralismo (Baert, 2011) -similar a la resuelta por Schütz entre la fenomenología y el pragmatismo. Finalmente, la hermenéutica como koiné preserva la diversidad de formas de inteligibilidad, revisando tanto los presupuestos de tratamientos “románticos” (procesualistas, formalistas, duros) como los que exploran tratamientos “barrocos” (rizomáticos, no formalistas, blandos). Esto facilita una urgente evaluación de la eficacia de las categorías analíticas de las ciencias de la cultura para indicar y denunciar significaciones que posibiliten un necesario pluralismo crítico en las sociedades actuales y que participen de la constitución de una racionalidad compleja (Racionero, 2011).
Albergando la esperanza de que estas justificaciones ofrezcan claves de lectura interdisciplinar, se pasa a continuación a la presentación del contenido del libro.
Contenido del libro
La obra se divide en dos secciones. La primera se dedica a los desarrollos de la fenomenología sociológica. La segunda atiende a los usos de una hermenéutica sociológica, revisando su aplicación operativa en las ciencias sociales y humanas.
Fenomenología sociológica
Se inaugura con la contribución de Thomas Luckmann, discípulo de Alfred Schütz y coautor con Peter Berger de la obra La construcción social de la realidad. El autor argumenta dónde se establecen los límites del mundo social, considerando su naturaleza y el papel de la corporalidad. El análisis fenomenológico le permite detectar arbitrarias construcciones “naturalistas” en los procesos de socialización, motivadas por un etnocentrismo ingenuo. Luckmann analiza si los límites de lo social se determinan por componentes culturales que mediatizan la actitud natural o por las estructuras del Mundo de la vida. La conclusión de Luckmann es que lo social no se define desde el ego transcendental y que, por tanto, no atiende a una estructura esencial del Mundo de la vida (p. 35).
El autor contrasta esta tesis con creencias culturales como el animismo y el totemismo, revisando los trabajos de Lévy-Bruhl, Lévi-Strauss, Gehlen, Tenbruck, Wundt, Scheler y Riezler (pp. 34-40). Lo social no es una proyección universal, sino una tipología regional de un Mundo de la vida histórico que se elabora desde las estructuras intersubjetivas del ego mundano (p. 54). Esta interrogación converge con líneas de trabajo del pensamiento poshumanista (Sloterdijk, 2000) y reconsidera ciertas implicaciones teórico-educativas vinculadas a la sociabilidad.
La segunda contribución es la de Hisashi Nasu, de la Universidad de Waseda de Tokio (Japón). El autor muestra la aplicación de la fenomenología a los problemas de igualdad-desigualdad social (pobreza e inclusión). A través de una distinción entre igualdad de oportunidades (formal) y de resultados (sustancial), identifica la emergencia de nuevas desigualdades en las sociedades globalizadas y tecnológicas y repara en que las investigaciones del campo de la justicia social no cuestionan los principios normativos de la igualdad en sí mismos (p. 64). El profesor Nasu apela a la necesidad de describir cómo se experimentan las situaciones de igualdad-desigualdad por los propios actores sociales (pp. 65-71), sin detallar si la empresa fenomenológica debiera extenderse a una finalidad apreciativa desde la que denunciar o transformar estas situaciones. Cabría preguntarse si es prudente considerar también, frente a la experiencia de igualdad-desigualdad del actor social, el sistema de relevancia sociocultural institucionalizado, legitimado y objetivado. El potencial de una fenomenología constitutiva de la actitud natural que comprenda el problema de la igualdad-desigualdad en el mundo de la vida cotidiana (p. 75) presenta interesantes líneas de trabajo para las políticas de la diferencia, en su acepción negativa (similitud-igualdad) y afirmativa (disimilitud-autonomía).
La aportación del profesor Michael Barber, de la Universidad de Saint-Louis (Estados Unidos), presenta un análisis de la intersubjetividad y del desarrollo infantil que invita a una interesante dialéctica con las evidencias de la psicología del desarrollo contemporánea. El autor defiende que sería muy interesante que la fenomenología de la intersubjetividad integrara algunos de los trabajos schützianos sobre la identidad para poner entre paréntesis la asunción de una tardía individuación de la corriente de la conciencia del niño. Frente a la idea de una sociabilidad sincrética de la infancia (Wallon), que implica una indistinción Otro-Yo y un progresivo transitivismo, Barber considera un residuo cartesiano en el desarrollo infantil, aunque no sea reconocido ni intencionalmente traído a la conciencia. Según el autor, la corriente de experiencia originaria nunca coincide con la del Otro, de modo que, aunque las síntesis pasivas siempre estén en juego en la sociabilidad sincrética, la identidad del niño no es idéntica a la de otros. Siguiendo la herencia del programa fenomenológico, la cuestión es interrogarse sobre cuándo lo cuestionable se ha transformado en presupuesto, como es el caso de la epojé de René Schérer (2002) sobre qué o quién es un niño y que representa un acto de liberación, una problematización de los dispositivos pedagógicos e institucionales de significación de la infancia y un cuestionamiento de la noción misma de adulto.
La aportación de Mª Carmen López, de la Universidad Nacional de Educación a Distancia de Madrid (España), consolida definitivamente las bases schützianas del conjunto de la obra. Desde el interés de Alfred Schütz por una fenomenología de la actitud natural, se revisan sus aportaciones a la sociofenomenología del Mundo de la vida. Se destaca el interés de Schütz por la fundamentación, pues al acudir a la fenomenología
[...] las Ciencias Sociales no sólo ganan un marco teórico para sus estudios empíricos, sino que contribuyen al discernimiento y desarrollo del sentido y, por tanto, a la fenomenología genética [...] poniéndose al servicio de la comprensión del sentido (p. 104).
Junto con el interés por Schütz por el pragmatismo, esta fundamentación es esencial para las aproximaciones microsociológicas. La clarificación de la comprensión sociológica weberiana desde la fenomenología de Husserl y los trabajos de Bergson derivan en constructos rectores como significado, proyecto y motivo (p. 109). Aunque Schütz convierte la intersubjetividad en un problema sistemático para las ciencias sociales, la profesora afirma que el sociofenomenólogo desconocía los últimos escritos de Husserl sobre la intersubjetividad, impidiéndole establecer relaciones entre la intersubjetividad transcendental y la mundana y, por tanto, incorporar referentes axiológicos para un telos de la racionalidad teórico-práctica (p. 117). Esta ausencia no permite desarrollar el lugar del sujeto en la coparticipación del sentido a través de sus interacciones sociales. En todo caso, la profesora López reconoce que Schütz no es ajeno a cierta finalidad teleológica al ocuparse de la evolución de un sistema colectivo de relevancias que alcance a transformar la estructura social, similar a la noción de Bildung. Se destaca la preocupación por la formación de un ciudadano bien informado que disponga de herramientas interpretativas para denunciar y combatir otros sistemas de relevancias como, por ejemplo, el de la sociedad de masas que amenaza la subjetividad (p. 141).
La contribución del profesor Jochen Dreher de la Universidad de Constanza (Alemania) se detiene en la teoría del símbolo, entendiendo los signos y los símbolos como componentes del Mundo de la vida e identificando su mediación en las interrelaciones individuo-sociedad y el fenómeno de la comunicación. Los signos, las marcas, las indicaciones se conciben como medios para superar las transcendencias del Mundo de la vida, configurándolo como una entidad intersubjetiva (p. 147). El autor revisa el núcleo de la teoría del símbolo schütziana desde el emparejamiento signo-significado y la noción husserliana de apresentación o asociación analógica (p. 161). Las provincias finitas del sentido, heredadas de las realidades múltiples de William James, adquieren en la teoría del símbolo una importancia especial (p. 162).
La relación apresentacional que es aprobada socialmente pasa a ser inmediatamente un elemento del mundo que se da por presupuesto. La teoría crítica y el carácter crítico-valorativo de la epojé fenomenológica coinciden en que la aculturación del símbolo que apresenta una idea reifica dicha idea. Las relaciones entre una educación para un pensamiento crítico, creativo y democrático y el poder de las simbolizaciones para orientarse en el mundo son consecuencias evidentes, especialmente cuando este poder posibilita una pérdida o una renovación de significados que llegan a alcanzar un peso considerable en la indicación y determinación de un nivel de realidad social. Asimismo, el símbolo permite la apresentación del sentido del mundo de la vida cotidiana, transcendiéndolo hacia otras realidades múltiples como el arte, la religión y la política.
Lester Embree, recopilador y editor de los trabajos Schütz y acompañante en el proceso de edición de este libro hasta su fallecimiento en el año 2017, es el autor de la siguiente contribución. Embree presenta un análisis de las ciencias sociales y humanas desde el punto de vista de ciencias mundanas, ineludiblemente fenomenológicas. Frente a las taxonomías clásicas y modernas de las disciplinas científicas, se presenta la clasificación schütziana (ciencias sociales, psicológicas e históricas) y se reivindica la denominación genérica de ciencias culturales. El autor defiende la especificidad de estas ciencias respecto de las aproximaciones positivistas, revisa su carácter teórico y aplicado y se opone al reduccionismo disciplinar y a la hiperespecialización (pp. 181-183). La concepción de una fenomenología filosófica aplicada al mundo sociocultural permite transcender una organización epistemológica y disciplinar y abogar por una ciencia cultural fenomenológica.
De hecho, Embree critica a aquella fenomenología que solo se limita a la interpretación de textos fenomenológicos. La fenomenología, como estilo de pensamiento, puede aplicarse a los presupuestos de partida de un buen número de disciplinas. De este modo, no solo se refuerza la eficacia disciplinar, sino que se facilitan espacios interdisciplinares y exploraciones transdisciplinares. Las ciencias Culturales demandan un ineludible trabajo fenomenológico puesto que, en tanto que análisis culturales del Mundo de la vida, son reflexivas, descriptivas y apreciadoras de la cultura (pp. 186-188).
La sección se cierra con la aportación del Carlos Belvedere de la Universidad de Buenos Aires (Argentina). El profesor Belvedere se centra en la preocupación de Alfred Schütz por los roles sociales. Dispersos y sin un espacio exclusivo en sus trabajos, Belvedere los analiza respecto a otras aproximaciones como las de Linton y Mead. Es destacable la distinción entre la tipificación del rol social y la expectativa de rol de un observador que atiende a un patrón institucionalizado, así como el modo en el que el actor social experimenta esa tipificación (distancia subjetiva). El autor se detiene en las autotipificaciones dentro del mundo social y sus relaciones con los objetos culturales y sus semejantes, reconociendo la capacidad del sujeto para autoconstituirse y decidir cómo adoptar el rol social (pp. 196-197).
Para Schütz, las expectativas de rol son tipificaciones de patrones de interacción que atienden a maneras típicas de resolver problemas institucionalizados y ordenarlos en dominios de relevancia (p. 199). Belvedere concluye validando la noción schütziana de rol al responder a una categoría nativa, es decir, al ser reconocida por el actor social. De este modo, los matices fenomenológicos a la tipificación del comportamiento están más cercanos a la realidad cotidiana de los actores sociales que los sentidos atribuidos al rol en clave de metas y funciones por la sociología estructural-funcionalista (p. 202).
Hermenéutica sociológica
La segunda parte se inaugura con la aportación del profesor Luis-Enrique Alonso, de la Universidad Nacional de Colombia. El autor aborda el estatus de la sociohermenéutica como un programa de investigación. La finalidad es interpretar el carácter comunicativo y mediador de las formas simbólicas en la formación de experiencias y necesidades sociales, sin reducirla a una “filología” de textos y metatextos (p. 210). Destaca la no completitud de cualquier interpretación, revelando la construcción conflictiva de interpretaciones del mundo social (p. 211). El círculo hermenéutico presentado evoca las clásicas “cajas negras” de la Teoría Fundamentada en los Hechos (Glaser y Strauss), de su clásica discrepancia paradigmática (Strauss y Corbin) y de sus evoluciones constructivistas (Charmaz) y posestructuralistas (Clarke):
el lugar de los modelos y los referentes teóricos previos en el proceso de interpretación (sensibilidad teórica),
el muestreo teórico y el proceso de definición de realidades con interés hermenéutico (emergencia) y
la saturación de categorías teóricas en una teoría sustantiva (familias conceptuales y paradigmas de codificación).
Por sus alusiones y sus referencias, el autor se posiciona en una versión constructivista y renuncia a las prácticas deconstructivas. Finalmente, la contribución valora las aportaciones de Pierre Bourdieu como contrarias a la sociohermenéutica, por su objetivación obsesiva. El autor argumenta que sus dispositivos de campo y hábito presuponen que “los códigos lingüísticos son parte de un capital simbólico que, a su vez, valoriza, produce y reproduce lo social genérico” (p. 219), adoptando exclusivamente la violencia simbólica como mediadora hermenéutica y derivando en un “monologismo crítico y denunciador de la dominación, pero un monologismo al fin y al cabo” (p. 221). La consecuencia es un bloqueo del análisis dialógico que dificulta acercarse a la polifonía de los discursos y al mundo de la vida cotidiana. Se propone su contrapunto desde la sugerente referencia a Mijaíl Bajtín que integra al Otro en todo acto lingüístico, en una praxis social que afecta a todos los espacios de la estructura social (p. 222) y cuya interpretación
[…] no es un análisis de textos, ni una actividad lingüística, ni psicoanalítica, ni semiológica […], sino la reconstrucción del sentido de los discursos en su situación -micro y macro- de enunciación (p. 224).
El autor pone énfasis en la dimensión pragmática de la sociohermenéutica, preocupada por “los usos y los efectos y, por ello, [por la] […] reconstrucción crítica de los procesos ideológicos generadores de esos textos producidos en los contextos sociales de enunciación” (p. 225). La posición constructivista y pragmática del autor revela dos cuestiones críticas: 1) si los operadores de la pragmática social en contexto son “limpios”, es decir, si podrían (o deberían) saturarse en un consenso ético-intersubjetivo; y 2) si los usos estratégicos derivados para la investigación de las formas simbólicas son pragmáticamente eficaces en las formas de cultura actual.
La segunda contribución, de la profesora Lina Correa de la Universidad Nacional de Colombia, presenta un diálogo entre la fenomenología social y la conocida teoría de la estructuración de Anthony Giddens. La autora se centra en la conciencia práctica. El encuentro de este sociólogo con la fenomenología le insta a reconocer que lo que saben los actores sociales no se agota en lo que se expresa con palabras (p. 242). El reconocimiento del saber no discursivo conecta con la diferencia schütziana entre acto completado y acción en curso (p. 245). La teoría de la estructuración se interesa por la acción en curso y por el papel activo y creativo del actor social respecto a la estructura social (pp. 249-251). No obstante, según Giddens la fenomenología social presenta tres importantes limitaciones: solipsismo, desatención del poder como constituyente de la acción social y una relación ambigua entre conocimiento científico y común (pp. 252-256). Respecto de esta última, el sociólogo somete a debate con Schütz y Winch el principio de adecuación, es decir, la necesidad de ajustar la interpretación científica a la interpretación de los actores sociales de modo que, desde este reconocimiento, se establezca un criterio de validez hermenéutica. Esta cuestión, que es clave para la restitución de la investigación, es de enorme relevancia para comprender tanto los efectos lógicos del conocimiento científico en la vida cotidiana (Winch) como sus efectos prácticos (Giddens). De este modo, la hermenéutica doble de Giddens repara en cómo el conocimiento científico deviene parte constitutiva del acervo de conocimiento de la vida cotidiana y, en consecuencia, referente potencial para futuras interpretaciones de los actores sociales (pp. 256-260).
Finalmente, y ante el debate sobre la capacidad crítica de la investigación para cuestionar la comprensión de los actores sociales, Giddens propone un componente crítico-evaluativo a la observación desinteresada de Schütz, distinguiendo entre el saber mutuo que no es corregible por el análisis social (creencias de los actores sociales desde las que se realizan descripciones válidas) y el saber común que sí lo es (creencias de los actores sociales con pretensiones de validez acerca del mundo) (pp-261-262). Esta cuestión es clave en la definición de las fases interpretativas y críticas de la investigación. El diálogo propuesto conecta con las problemáticas de la teoría social contemporánea, reivindicando el carácter crítico (frente al estilo ingenuo y microsociológico de la fenomenología social), relacional (frente al consenso valorativo funcionalista) y útil para legos y prácticos (frente a la hegemonía estructuralista y posestructuralista del saber discursivo) (pp. 262-268).
En la tercera aportación, el profesor Napoleón Conde apela a la necesidad de un sistema hermenéutico que permita dar respuesta a los retos y disputas actuales. El profesor Conde subraya que no se ha avanzado mucho en “la interpretación en cuanto dispositivo lingüístico orientado a resignificar los hechos” (p. 274) y expone la pertinencia de la hermenéutica analógica de Mauricio Beuchot y su nexo conceptual con una hermenéutica dialéctica transformacional, acuñada por el propio autor. El enfoque argumental adopta el campo de la sociología jurídica para defender el interés y la utilidad de estas hermenéuticas afines, incorporando lo lingüístico, la comunicabilidad y el carácter dialógico en el nexo individuo-derecho-sociedad y vinculando la comprensión de las situaciones jurídicas con la teoría de la argumentación racional. La hermenéutica analógica modera posiciones objetivistas y relativistas. La hermenéutica dialéctica conecta con la historicidad del texto jurídico y su contexto de definición y aplicación, abordando “lo textual [como] situado históricamente en el interior de una formación social” (p. 278). Ante los problemas de una hermenéutica de corte histórico o lingüístico, se aboga por una hermenéutica que trabaje la contradicción desde una metodología del conflicto (p. 281).
En consecuencia, se critican las posiciones funcionalistas, sistémicas y comunicativas, cuestionando la propuesta habermasiana, por su formalismo y elusión de programáticas transformativas; las dialécticas, por su visión estática, sincrónica y etnocéntrica de la totalidad; las posestructuralistas, por su énfasis en la fragmentación; y las pragmatistas, tanto utilitaristas y unívocas como equívocas (p. 283). La urgencia de “refuncionalizar la idea de la dialéctica desde la hermenéutica analógica” (p. 285), en su talante prudente y conciliador, exige un análisis exhaustivo que mitigue algunas sospechas sobre su posible carácter ecléctico y acomodaticio.
Con la contribución del profesor Milton Aragón, de la Universidad Autónoma de Coahuila (México), y del profesor Juan R. Coca, de la Universidad de Valladolid (España), se insiste en la situación actual de la hermenéutica al servicio de otras ciencias, indicando que “es necesario un mejor desarrollo de los aspectos epistemológicos que conduce a una aplicación de la hermenéutica como artefacto metodológico” (p. 293). Sobre esta premisa, se aborda un análisis cibernético (de segundo orden) de la observación, del valor relativo del punto ciego de toda observación y, en consecuencia, de la influencia de lo imaginario y lo real en la constitución de un conocimiento hermenéutico.
Los autores adoptan la tríada observador-lenguaje-sociedad como análoga al triángulo hermenéutico autor-texto-lector, derivando en un planteamiento constructivista radical (Watzlawick). La observación nunca puede aprehender la realidad, tan solo provee de imágenes de la realidad que se representan a través del lenguaje (p. 298). La comprensión de esas imágenes se realiza en dos instancias, el símbolo y lo imaginario, de modo que la realidad es un entramado real-simbólico-imaginario (p. 299). Este planteamiento no solo cuestiona aproximaciones verificacionistas a la observación, sino que inspira interesantes conexiones con actuales posiciones lacanianas para el análisis cultural, como es el caso del trabajo de Slavoj Zizek.
Una incursión en la hermenéutica analógica de la mano de su creador, el profesor Mauricio Beuchot de la Universidad Nacional Autónoma de México, contiene la siguiente aportación. Desde la lectura “analógica” de la obra de Lluís Duch, se analiza la articulación entre dos esferas simbólicas del ser humano: la religión y la política (pp. 306-310). Se fragua una particular antropología que aprecia en lo simbólico la especificidad del ser humano. El autor no habla de hermenéutica, sino que hace hermenéutica. De este modo, el diálogo religión y política conduce a una reflexión ética desde sus referentes racionales o emocionales (pp. 311-312), alcanzando a definir orientaciones fundamentales del sentido simbolizado y, por tanto, referentes morales y éticos para la esfera política (pp. 313-315). Esta relación analógica-icónica de religión y política apela a corolarios e idearios sobre la educabilidad del hombre.
La contribución del profesor Jorge-Enrique González, de la Universidad Nacional de Colombia, retoma las implicaciones metodológicas de la hermenéutica para las ciencias sociales. Comienza justificando una crisis diacrónica de la sociología como disciplina, pasando a profundizar en el parentesco fenomenológico de cuatro corrientes de investigación sociológica: la investigación-acción participante (Fals Borda), la doble hermenéutica (Giddens), la hermenéutica diatópica (B.S. Santos) y la intervención sociológica (Touraine) (p. 320). Lo más destacable es la alineación con una sociología de la acción. Son interesantes las concomitancias de la doble hermenéutica y la investigación participativa con el desarrollo de la Teoría Fundamentada en los Hechos (sensibilidad teórica, abducción); con la sociohermenéutica (praxis social); con la observación participante como método (simpatía-participación, empatía-intervención, inserción-implicación); y con la adecuación comunicativa de la restitución dialógica de la investigación (reflexividad, intersubjetividad, alteridad) (pp. 321-325).
Es de especial relevancia la integración de la hermenéutica en la intervención social dentro del continuo comprensión-comunicación-consenso-eticidad. Esta cuestión ha sido nuclear en dispositivos analíticos como la implicación (Lourau, 1983), en la intervención socioanalítica del Análisis Institucional (Hess y Savoye, 1998) o en el desarrollo de otras tradiciones en las que la interpretación sociológica se constituye solidariamente al trascurso de un cambio social (Ibáñez, 2016). Estos desarrollos conectan con la sociología de Alain Tourain, donde una noción de acción creativa despliega estrategias dialógicas y colectivas, a modo de encuentro psicoanalítico grupal, en un espacio de discrepancia y conflicto (pp. 332-334). Finalmente, la hermenéutica diatópica de Santos identifica espacios comunes que posibiliten la comunicación entre diferentes formas de racionalidad. Estos lugares integran hermenéutica y racionalidad y resultan de utilidad para repensar la universalidad de los derechos humanos, los localismos globalizados, los etnocentrismos particulares y las propuestas interculturales (pp. 329-332). El profesor González insiste en el leitmotiv de la compilación presentada: la exploración hermenéutica es inaplazable para fundamentar el método de las ciencias sociales (p. 335).
El libro concluye con la aproximación al análisis de las instituciones del profesor Johann Michel, investigador de la Alta Escuela de Estudios Sociales de París (Francia). Se proponen acepciones hermenéuticas distintas sobre diferentes niveles de análisis, incrementando la inteligibilidad de los fenómenos institucionales: una hermenéutica textual y estructuralista para sentidos objetivados y tipificados (nivel semántico) (pp. 343-347); una hermenéutica genética del proceso de institucionalización para sentidos legitimados e históricos (nivel sociogenético) (pp. 347-349); y una hermenéutica microsociológica para sentidos situados e interactivos (nivel pragmático) (pp. 350-355). Se complementa con un análisis metapragmático que evalúa la contingencia institucional y la determinación de sus gramáticas en la configuración del poder institucional (p. 356), la socialización secundaria e intergeneracional (pp. 357-359) y las contradicciones ideológicas de las autopresentaciones institucionales. Este análisis exige una hermenéutica de la sospecha, consustancial a unas ciencias sociales críticas (pp. 362-363). Finalmente, se repara en el reduccionismo de la noción de institución de algunas sociologías críticas al obviar la naturaleza ontológica de la condición institucional del hombre. Aplicados al ámbito educativo, el modelo hermenéutico enriquece la evaluación institucional y reactiva los núcleos teórico-políticos de tradiciones pedagógicas rousseaunianas, institucionales y libertarias que han conferido inteligibilidad a las organizaciones a favor de un determinado pathos y ethos educativos.
Todas las contribuciones apelan, directa o indirectamente, a una idea impulsora: la interrogación de la fenomenología y la hermenéutica sobre el sentido de lo tácito y lo cotidiano reactualiza una pertinente y saludable crítica a la pedagogía y al conjunto de las ciencias de la educación.