Introducción
La cultura académica se hizo, se está haciendo, cultura envasada, avalada por comités que aparentan ser con solo “estar”, por evaluadores tan precarios como quienes escriben los artículos que ellos evalúan. Una cultura movida por bases de datos que la traducen a números sin apreciar si hablan, sufren, debaten o parafrasean.
La apariencia es el mensaje, la internalización el incentivo, la indexación el motor. Creo que este sería el epítome de un riesgo cercano, una cultura académica delirante y enferma, cedida al mercado (Zafra, 2017:79-80)
Dentro del campo de los estudios de las ciencias sociales, hace poco más de una década que se volvieron más acuciantes los trabajos centrados en mostrar cómo se entreteje el escenario productivista y neoliberal al que científicos se exponen y en el que trabajan.
El ensayo de Zafra expone la forma en que la precariedad laboral llega también al ámbito de la cultura y la academia, mostrando cómo se configura un sistema neoliberal de hiperproductividad y jerarquías meritocráticas de poder, donde la desigualdad y la explotación atraviesa a quienes ponen el cuerpo para trabajar de sus pasiones, casi sin posibilidad de decir que no por la amenaza de un futuro laboral frustrado. Invita a pensar sobre este universo de investigadores(as) y académicos(as), sobre la forma en la que estas personas trabajan y el significado que otorgan a aquello que hacen [en adelante, en este artículo se usará el masculino con el único fin de hacer más fluida la lectura, sin menoscabo de género].
Este trabajo pretende ser un análisis sobre trayectorias de inserción laboral de personas doctoradas en ciencias sociales en Argentina.1 En concreto, después de una contextualización sobre la temática a abordar, se presentarán tres casos de entrevistados con el propósito de indagar acerca de lo que los propios actores tienen para decir sobre su inserción laboral en el ámbito académico y/o científico, sus objetivos y condiciones profesionales y expectativas.
Considerar la inserción laboral en términos de proceso (Delfino y Panaia, 2019), da cuenta de que no se trata de una acción concreta, marcada en el tiempo, sino más bien del resultado de una serie de evaluaciones, elecciones y decisiones que los actores realizan en determinados contextos, buscando insertarse laboralmente dentro de su profesión. Es por ello que este artículo toma como objeto las trayectorias, reconstruidas a través de ciertos hechos atravesados por los actores y su experiencia de vida acerca de cómo atraviesan ese proceso, cómo lo significan, reconstruyen y narran, siendo estas “las formas que tiene la gente de significar esos hechos por intermedio de su propia memoria biográfica” (Meccia, 2020).
El supuesto que ha orientado esta investigación es que quienes se doctoran en ciencias sociales en Argentina no solo están expuestos como entusiastas, así como lo declara Zafra, sino que también son agentes que elaboran estrategias, dialogan y llevan a cabo acciones que buscan generar oportunidades y escapar de la encrucijada que parece plantear el modelo académico neoliberal.
Metodología y justificación
El fundamento de este escrito tiene respaldo en una investigación mayor en curso,2 para la cual se ha llevado a cabo en el año 2019 una encuesta anónima y autoadministrada en línea a mil 560 personas doctoradas en diversas disciplinas de las ciencias sociales en universidades argentinas en los últimos 15 años.3 A su vez se han entrevistado hasta la fecha a una veintena de estas personas que fueron parte de la muestra para la encuesta y a autoridades de siete doctorados de la región metropolitana y bonaerense. La elección de la muestra fue intencional para incluir diversidad de género, etaria, disciplinar, territorial, institucional y ocupacional. Se ha optado por un modelo mixto de recopilación de datos tanto cuantitativo como cualitativo, donde las entrevistas permitieron indagar con mayor profundidad en aspectos que fueron apareciendo reflejados en las encuestas realizadas.
Debido a la emergencia global de la pandemia por COVID-19, se volvió indispensable repensar la forma de hacer el trabajo de campo y el desarrollo de las entrevistas (Ardèvol, Bertram, Callén y Pérez, 2003; Ruiz Méndez y Aguirre Aguilar, 2015). Emergieron cuestiones necesarias de abordar, como la forma de registrar el espacio, de generar vínculos de confianza en un escenario donde el entrevistado no está al tanto de lo que transcurre en los planos que no son capturados por la cámara o cómo lidiar con la saturación de los dispositivos que pueden producir irrupciones y afectar al desarrollo de la entrevista.
Ante esta situación, consideramos la realización de las entrevistas por videoconferencia y de forma semiestructurada. Elaboramos una serie de preguntas previas que sirvieran al entrevistador para guiar los diálogos hacia los intereses de esta investigación, optimizando el tiempo disponible para ello. Durante el transcurso del evento las preguntas fueron formuladas con el objetivo de profundizar acerca de algunas temáticas dejando lugar a la reflexibilidad del informante y a la posibilidad de introducir temas y conceptos que nutrieran la investigación.
Las entrevistas fueron transcritas, procesadas y codificadas a través del programa ATLAS.ti para ser posteriormente analizadas, cruzar las experiencias narradas, buscar elementos comunes, disruptivos y comparar trayectorias. Coincidiendo con Arfuch en que:
[…] la ventaja que ofrece el paradigma de la narrativa en ciencias sociales es precisamente la posibilidad de construir tramas de sentido a través de la confrontación y la negociación -entre personajes, argumentaciones, temporalidades disyuntas, lenguas diferentes, voces protagónicas y secundarias- y articularlas en relatos cuya lógica interna sea susceptible de ser mostrada, no impuesta desde una exterioridad (Arfuch, 2008:198).
Se ha optado por un análisis de las narrativas comparativamente (Rubilar, 2017), considerando que en ellas podrán encontrarse dimensiones tales como determinaciones sociales, representaciones y temporalidades diversas. Para este trabajo se han seleccionado intencionalmente tres casos como representativos y por las diferencias que guardan entre sí, en cuanto al género, edad, región, disciplina, institución, si tuvieron hijos durante el doctorado, si contaron con becas o no. El propósito es reconstruir, en lo posible, los procesos que han atravesado y analizar tanto las particularidades de dichas trayectorias como aquellas cuestiones que aparecen como compartidas.
La relevancia del presente trabajo se encuentra en el hecho de ser una temática poco explorada acerca de un fenómeno de creciente importancia local por el desarrollo que han alcanzado los doctorados del área en el país en la última década y media, y que en una escala mayor se encuadra con el crecimiento y la consolidación de los posgrados en el mundo (Dávila, 2011). A su vez, este trabajo busca aportar a la comprensión de los actuales debates, por no decir conflictos, entre becarios e investigadores con sus respectivos organismos financiadores (sean universidades nacionales, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), e incluso organismos provinciales como la Carrera de Investigador Científico (CIC) de la provincia de Buenos Aires, entre otros).
En Argentina, desde el año 2015 aproximadamente, estos investigadores junto a becarios doctorales, también considerados investigadores en formación, empiezan a aparecer como sujetos políticos que no solo se piensan, sino que además ocupan la esfera pública, desplegando repertorios de acción colectiva para movilizar sus reclamos (Stehli, 2020). La elaboración de estrategias de movilización y la construcción de demandas colectivas para obtener mejores condiciones de trabajo, trajo aparejada la necesidad de atender a la forma en la que estos actores se piensan y son pensados en la actualidad. Este “nuevo proletariado”, como denominan Sábato y Mackenzie (1982) a científicos y técnicos altamente calificados, a raíz de que comienzan a vender su fuerza de trabajo al mercado, dejan de ser agentes que funcionan en los márgenes del mundo laboral y disputan su lugar en él poniendo en agenda sus propias demandas.
Breve recorrido contextual
En Argentina, durante el retorno a la democracia se comenzó a plantear una transformación del modelo universitario e impulsar la investigación con el propósito de generar nuevos recursos humanos altamente calificados que fortalecieran a través de su trabajo el desarrollo científico del país. En aquel momento, las instituciones académicas y el mercado dejaron de aparecer como antitéticos y reconfiguraron las estructuras sobre las que se construía la forma de ejercer la profesión (Vessuri, 1995).
La experiencia argentina en los años noventa fue de un incremento de los posgrados y de políticas de transformación hacia modelos internacionales de investigación y mercantilización. Como explica Unzué (2017:5), “el doctorado comenzará a ser visto como un paso necesario sea para el ingreso a la Carrera de Investigador Científico en el CONICET (CIC), o, para optimizar las posibilidades de inserción y desarrollo laboral en el sistema universitario”. La importancia del posgrado, retomando al autor, recae en el hecho de que se convirtió en requisito fundamental como antecedente en evaluaciones en concursos y de cara a poder: “dirigir proyectos de investigación, aumentar la jerarquía de los equipos de investigadores (lo que puede significar el acceso a mayores recursos), dirigir becarios, tesistas, o acceder a incentivos económicos dentro de programas de categorizaciones de los docentes investigadores universitarios” (Unzué, 2011:134).
La Ley 24.521 de Educación Superior, sancionada en 1995, “fue la que reconoció, como una de las atribuciones comprendidas dentro de la autonomía académica e institucional de las universidades, la creación de carreras de grado y de posgrado” (Emiliozzi, 2013:11). Los posgrados impactaron en las universidades aportando, por un lado, una nueva fuente de ingresos económicos a través de sus aranceles y, por otro, un nivel más en el recorrido de formación de graduados en diferentes áreas de las ciencias sociales.
Doctorandos fueron encontrando en estos espacios de formación, lugares de enseñanza y aprendizaje de un conocimiento más especializado y actualizado sobre sus intereses de investigación y, sobre todo, la posibilidad de acceder a la titulación que les permite ingresar al mundo laboral como investigadores (Fernández-Fastuca, 2018). El desarrollo del programa de incentivos en las universidades nacionales hizo que docentes universitarios también se interesaran por los estudios doctorales con el fin de obtener un incentivo salarial y la posibilidad de ocupar un lugar diferencial dentro de la universidad. Como muestra Araujo (2003), este programa tenía como propósito potenciar el desarrollo de investigaciones, la producción académica y la internacionalización de la producción científica del profesorado universitario. Como consecuencia, la figura de docente investigador trajo consigo mayores exigencias en el desempeño, publicaciones y evaluaciones y efectos sobre los salarios, generando un escenario laboral un tanto más complejo y competitivo del que ya existía para quienes eran tan solo docentes dentro de la universidad.
El surgimiento de becas de formación doctoral otorgadas por organismos públicos fue primordial tanto para el desarrollo de posgrados, como para incentivar el incremento de matriculados y la tasa de egreso. Para el Estado, la financiación de las becas y el consecuente desarrollo de los posgrados implicaba una apuesta en ciencia, tecnología e innovación y una búsqueda de mayor desarrollo económico, científico y tecnológico de cara a una agenda no solo nacional sino también internacional (Emiliozzi, 2015). En esta línea, en 2003 en Argentina, mientras se atravesaba una recuperación económica tras una fuerte crisis acontecida durante los años 2001 y 2002, se apostaba por políticas que acompañaran un proceso de reconstrucción del CONICET, ampliando la cantidad de becas, reabriendo el ingreso a Carrera de Investigador Científico que, desde 1990, se encontraba congelada y destinando recursos materiales y simbólicos al sistema científico (Gargano, 2017).
Este contexto trajo un fuerte crecimiento de los doctorados que fue de la mano con el incremento de estudiantes y graduados: de 2001 a 2006 se pasó de 3 mil 672 a 7 mil 915 inscritos al doctorado y se graduaron de 291 a 416 doctores. Las últimas cifras disponibles arrojan que en el año 2017 había 26 mil 98 doctorandos y 2 mil 106 doctores que defendían sus tesis. En concreto, en el área de ciencias sociales, según los datos ofrecidos por la Secretaría de Políticas Universitarias (SPU), entre 2003 y 2017 se graduaron 5 mil 988 doctores. Durante ese último año, 75% fueron egresados del sistema público y 25% del privado.
Muchos de los graduados en ciencias sociales elaboraron trayectorias hacia la adquisición del mayor título de formación con grandes expectativas de acceder a CIC como futuro laboral estable. Estas personas fueron escalando a través de la obtención de títulos: de grado a posgrado, de doctorado a posdoctorado, buscando el paso de ser considerados como “investigadores en formación” a ejercer como “investigadores”. Aquellos que logran el acceso a CIC emprenden una nueva trayectoria desde el escalafón más bajo, donde deben seguir produciendo, demostrando y tejiendo para ir ascendiendo profesionalmente: de investigador “Asistente” a “Adjunto”, luego de “Independiente” a “Principal”, así hasta llegar al nivel más alto como investigador “Superior”.
El acceso tanto a becas como a cargos docentes o de investigación es regulado mediante sistemas de evaluación, generando así una “cultura evaluativa”, donde prima la acumulación de avales profesionales cuantificables (Beigel, 2015). Nos encontramos actualmente con un sistema que busca someter todo a examen: estudiantes en el acceso a becas de investigación; investigadores en el acceso y permanencia en carrera académica; los docentes en los concursos y cargos, los trabajos que se producen, las revistas con referato, la categorización por la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (Coneau), etcétera (Ganga, Paredes y Pedraja, 2015; Kornblit, 2003; Coraggio, 2003). Si algo atraviesan estos doctores son múltiples y constantes sistemas de evaluación que buscan determinar la cantidad, la calidad y la pertinencia en lo que hacen, dónde lo hacen, cómo lo hacen y con quién lo hacen. De modo tal que, coincidiendo con Longoni (2003:262), solo “aquellos que sepan desplazarse en este mar, acumularán prestigios y honoris causa, serán acreedores de reconocimiento y deudas intelectuales”.
En resumen, quienes buscan insertarse laboralmente como doctores en ciencias sociales atraviesan un proceso complejo en el que conjugan su formación con la producción de antecedentes necesarios para la evaluación, el aprendizaje de circuitos burocráticos y administrativos, el trabajo de sociabilización y el tejido de redes interpersonales dentro del ámbito académico profesional. Si bien existen canales de información oficiales sobre becas o concursos, a veces el proceso burocrático dificulta su comprensión, de modo que la circulación de la información, la participación en eventos, el acceso a becas de Agencia o cargos docentes, entre otras, se producen en el marco de la producción y reproducción de esas redes sociales. Así como lo explican Chen, McAlpine y Amundsen (2015) en su trabajo sobre experiencias posdoctorales, las trayectorias están ligadas a contextos más amplios de la vida de las personas, en ellas pueden identificarse tres aspectos de la actividad laboral: la intelectual, las instituciones y las redes. Se podría decir que parte del trabajo de quienes quieren desarrollarse en el campo académico y de las ciencias sociales como investigadores involucra desde el propio trabajo de investigación, su divulgación -en informes, revistas, libros, congresos, etc.- , labores burocráticas y/o administrativas -pertinente a sus estudios, proyectos, asistencia al director/a, etc.- y la elaboración de una agenda de contactos que le permitan mantenerse al tanto de las convocatorias, eventos, puestos laborales, becas, así como para tener visibilidad y reconocimiento.
Como recoge Stehli (2020) los gobiernos kirchneristas han llevado a cabo iniciativas que han tenido una valoración positiva por parte de actores vinculados al ámbito científico y tecnológico, ya que se consideraba que el propósito era el de jerarquizar al sector científico a través de las inversiones realizadas. En esta dirección las becas doctorales y posdoctorales aumentaron, así como los ingresos a CIC de CONICET. Quienes lograron consolidarse como investigadores CONICET vieron una gran oportunidad de estabilidad laboral a largo plazo. Por su parte, quienes lograban obtener una beca doctoral o posdoctoral proyectaban un futuro acorde con el contexto de apertura que estaban viviendo.
Sin embargo, el gobierno cambió en el año 2015 (fue electa una coalición denominada Cambiemos, 2015-2019) y con ello se vieron afectadas las políticas referidas al campo científico y tecnológico (Stefani, 2016). A partir de entonces, comenzó a generarse un conflicto por la cantidad de postulaciones a CIC como consecuencia del incremento de becas doctorales y doctores que apostaban a la investigación ante la apertura de ingreso de años previos y el recorte en los accesos, además de problemas de índole administrativo por la necesidad de una mayor estructura por una planta tan numerosa.
Algunos datos del relevamiento realizado por la Dirección Nacional de Información Científica, del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación (Mincyt, 2021), muestran que la inversión en I+D en relación con el PIB pasó de 62% en 2015 a 56% los dos años siguientes, 50% en 2018 y 46% en 2019. Esto generó un contexto desalentador donde aumentaron los casos de quienes no pudieron acceder a CIC tras destinar más de cinco años a formarse y lograr los requisitos que se pensaban como necesarios para el ingreso, así como también muchos proyectos quedaron sin financiamiento. La pregunta por las posibilidades de inserción laboral se volvió más acuciante y fue motor de los reclamos de doctores e investigadores que ocuparon el escenario público en aquel entonces (Román, 2017). Esta situación resignificó la trayectoria de quienes aspiran a ser investigadores académicos, donde se pensaba que una beca abría las puertas a un futuro laboral estable, ya que permitía ocuparse exclusivamente en prepararse para ello, ahora la inestabilidad y la incertidumbre obligaba a repensar la inserción laboral de quienes se doctoran. Los posdoctorados aparecieron como respuesta a corto plazo, ofreciendo a estas personas dos años más de beca para profundizar sobre sus investigaciones y, sobre todo, generar antecedentes que les permitan competir por un puesto como investigadores en la planta del CONICET.
Trayectorias hacia la inserción laboral
Como he explicado en un comienzo, este trabajo busca aportar al análisis de la inserción laboral de doctores en ciencias sociales en Argentina, tratando de comprender la experiencia biográfica de los protagonistas. Es decir, cómo significan aquello que vivieron y viven en relación con su formación doctoral y el ejercicio de la profesión en el contexto que ya se ha podido desarrollar en el anterior apartado. Para ello, se han seleccionado tres casos que sirvieran representativamente para el objetivo de este trabajo. Es necesario aclarar que los nombres reales fueron sustituidos por otros ficticios con el fin de preservar el anonimato de los interlocutores.
El desarrollo del análisis se hará a través de la puesta en diálogo de los actores en relación con diferentes aspectos de sus trayectorias que pueden verse reflejados en la Tabla 1: la decisión de hacer un doctorado, tener hijos en el transcurso de la formación doctoral, la experiencia como becario, qué implicó obtener el título de doctor, la producción de antecedentes, su participación dentro del sistema académico y, por último, las condiciones laborales con las que actualmente se encuentran.
Nombre | Género | Edad | Hijos/as durante el doctorado |
Año de graduación | Disciplina | Institución | Becas |
---|---|---|---|---|---|---|---|
Alberto | M | 40 | Sí | 2017 | Sociología | UNSAM | Finalización y posdoctoral |
Carla | F | 50 | Sí | 2014 | Geografía | UNLP | No |
Laura | F | 38 | No | 2018 | Demografía | UNC | Doctoral y posdoctoral |
UNSAM: Universidad Nacional de General San Martín; UNLP: Universidad Nacional de La Plata; UNC: Universidad Nacional de Córdoba.
Fuente: elaboración propia.
Alberto estudió la licenciatura en Sociología en la Universidad de Buenos Aires, al egresar tenía intenciones de hacer carrera académica y realizar actividades vinculadas con la investigación pero, en su caso, no contar con una beca y, por ende, el tiempo suficiente para ello, se convirtió en un obstáculo. Como declaró: “La dinámica de los grupos de trabajo requiere de una temporalidad horaria que uno no tiene y ahí es re excluyente. Los directores te terminan excluyendo porque saben que no pueden contar con tu completa disponibilidad”. La oportunidad de estudiar un doctorado y pensar en un futuro laboral como investigador se presentó en 2011, cuando se abrió el doctorado en Sociología en el Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) de la Universidad de San Martín (UNSAM), momento en el que contaba con un trabajo estable y la posibilidad de compatibilizarlo. En un comienzo, Alberto cuenta que no pudo optar por una beca doctoral por su falta de antecedentes académicos, “en realidad mi director me incita para que me presente, yo me presento a la primera y no me sale. Claramente porque no tenía el promedio indicado para que salga la beca, no tenía publicación, no tenía nada, era todo muy outsider”.
Con el tiempo y el avance de su investigación, logró obtener beca de dos años para la finalización del doctorado. Estratégicamente, ante la falta de garantías de oportunidades laborales futuras, no renunció al empleo que en aquel entonces desarrollaba en un programa de protección a testigos como asesor en Derechos Humanos en el Ministerio de Justicia; pidió una licencia por los años que duraba la beca. Al recordar esos dos años confiesa que el resultado de su tesis fue acorde al contexto que lo acompañaba en aquel entonces, donde el foco no estuvo tanto en la calidad sino en los tiempos disponibles para realizarla: “Uno piensa que es un montón, pero no fue nada porque encima me tuve que apurar para escribir la tesis porque se me caían los cinco años de doctorado, me presionaba mi director, el doctorado, el campo y que en el medio fui papá”.
Ante la pregunta sobre qué le aportó el doctorado, Alberto lo significo en términos de oportunidad, algo que en su caso se le había truncado por la falta de disponibilidad y recursos:
Investigué, me formé como investigador, me siento investigador, no sé si voy a laburar toda mi vida de investigador, no porque no quiera, sino porque las posibilidades que se abren son muy estrechas y el ser en cierta forma un outsider de la academia, e ir viendo si tengo o no beca y competir con las estructuras de la academia tiende a ser muy difícil.
Una vez egresado se enfrentó una vez más a la imposibilidad para obtener una beca, la de finalización le había servido para poder terminar de producir la tesis y doctorarse, pero no para generar los antecedentes suficientes para la beca posdoctoral. Alberto, en su vuelta a su puesto en el Ministerio de Justicia, puso su energía en publicar y generar antecedentes para poder volver a postularse, lo cual logró con éxito. En la entrevista mostró indignación con que estos requisitos sean indispensables y a la vez difíciles de cumplir, “cada evaluación tarda un año y capaz ni siquiera es positiva […] ya no sabes de dónde sacas lo que escribís, no sabes hasta dónde te copiaste, hasta donde te autoplagiaste, no sabes lo que dijiste porque ya lo dijiste tantas veces...”. Considera que las trayectorias académicas corresponden con las historias de vida de cada persona, de modo tal que, al competir en concursos por becas o puestos de trabajo la desigualdad aparece, “hay pibes de 28 años que tienen publicados veinte artículos, y son bilingües e hicieron un máster en Inglaterra, en Francia, en Estados Unidos, y yo hice dos carreras acá, tardé diez años en una, y me quedó un promedio espantoso”. Esta forma de percibir el sistema académico le permite explicar su propia trayectoria y su situación frente a la falta de garantías laborales a corto y largo plazos. Sostiene con contundencia de que no es una cuestión de elección sino de posibilidades: “La evaluación se maneja en términos tan rígidos que vos no estás evaluando la capacidad del investigador sino lo que produjo, ¡qué mérito puede tener un pibe que nació en la villa de misiones?, ¿cómo lo evalúan?”. La solución para Alberto está en las universidades a través de una formación que anticipe y contemple esta necesidad de generar antecedentes, y convirtiéndose en agentes de absorción de mano de obra.
En el caso de Laura, ella había estudiado una licenciatura en Estadística en la Universidad de Rosario, recuerda que fue descubriendo que le gustaba lo social al vincularse con la investigación en aquel entonces. “Estaba enojada con la estadística y su falta de compromiso con lo social. En la carrera no tenemos metodología de la investigación, por lo que todavía hay una idea de neutralidad de la ciencia”, contó que su elección fue por el doctorado en Demografía de la Universidad Nacional de Córdoba. Es por ello que muestra orgullo al mencionar que es la primera investigadora de CONICET en la rama de estadística, lo cual generó una puerta de entrada desde la demografía. A la hora de narrar la forma en la que transitó su formación, tanto de licenciatura como doctoral, remarca que su vocación por la escritura y la investigación junto con su carácter disciplinado la ayudaron a la tesis sin complicaciones y en buen tiempo. Reconoce que el hecho de vivir sola, no tener pareja ni hijos lo encuentra como una ventaja a la hora de haber podido hacer la trayectoria. Igualmente, al doctorarse dice darse cuenta de que los tiempos que marca el sistema académico son cortos en relación con los que un investigador necesita para desarrollarse, “recién ahora pienso que uno empieza a madurar cierto tipo de pensamiento”.
Laura significa su experiencia como becaria con una gran tensión entre la consideración de una posición de privilegio y la crítica a los estipendios bajos, la cláusula de dedicación exclusiva que imposibilita ejercer la profesión paralelamente y contar con mayores ingresos y experiencias profesionales al margen de la formación. Para ella, el doctorado y la investigación incidieron en su forma de enseñar como docente, “la universidad y el CONICET tendrían que ser lo mismo prácticamente, porque sos docente de otra manera cuando vos tenés que estar continuamente investigando”, explicó.
Carla había decidido hacer el doctorado en la Universidad de Buenos Aires, pero por recomendaciones de su director optó por realizarlo en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), donde había realizado sus estudios universitarios previos. No obtuvo beca ni financiamiento, pero al tener un cargo docente en dicha universidad pudo realizarlo sin costo, este hecho para ella fue “la posibilidad de terminarlo”. La decisión de permanecer en la UNLP está vinculada a la existencia de una idea de pertenencia institucional, donde las universidades priorizan, valoran y consideran a sus graduados a la hora de otorgar becas y cargos docentes o en investigación. Por ello, Carla eligió su doctorado conociendo esas ventajas y buscando tener un futuro laboral lo más garantizado posible. La cuestión generacional en su caso emerge al relatar el contexto en el que ella toma la decisión de realizar su formación doctoral:
Yo estuve en una capa intermedia donde mis directores eran de los que consideraban que el doctorado era lo último que se hacía antes de jubilarse, ¿hoy qué es lo que te dicen? Apenas que terminas la licenciatura metete en un doctorado y hacelo. Yo estuve en el medio de esas dos cosas, tenía un tirón de un lado que me decía: ‘no, no sé si estás preparada’, del otro que me decía ‘bueno, ya tenés que hacerlo’.
Su decisión recaía en el hecho de que era su posibilidad de seguir investigando, aunque sea a lo largo de su trayectoria formativa. Para Carla la duración del doctorado podría haber sido menor, aunque cumplió con el plazo estipulado de cinco años, pero la maternidad y la necesidad de trabajar dificultaron los tiempos. Considera que el título le abrió la puerta a “un mundo diferente”, la habilitó para dirigir proyectos, tener personas a cargo para formar, ocupar otro lugar dentro de la docencia universitaria, ser profesora titular, entender otras realidades, entre otras cuestiones que fueron destacadas. Su trayectoria dentro de la misma institución, la ayudó a insertarse laboralmente, tejer vínculos y hacer carrera como docente e investigadora. No logró acceder a CIC por una cuestión de edad y competencia frente a personas con mayor trayectoria y más jóvenes. Sin embargo, esto no es interpretado por ella como un problema porque tenía un cargo como investigadora en la UNLP, pero sí que manifiesta, al igual que Alberto, que la edad es un elemento clave en las posibilidades de acceso a determinados circuitos académicos.
Ni Alberto ni Carla evalúan su experiencia de paternidad y maternidad como un hecho incompatible con sus estudios doctorales, más bien consideran que fue un factor que los llevó a organizarse y ser más disciplinados. Por su parte, Alberto dice haber encontrado en su condición como becario una ventaja hacia su paternidad, ya que le permitía disponer de su tiempo y adaptar sus horarios de forma tal que pudiera estar presente y acompañar a su pareja al nacer el bebé sin descuidar sus estudios. Al narrar su experiencia ante el nacimiento de su hija, destaca el haber podido ayudar a que su pareja no abandonara todas sus actividades, poder ser parte del proceso. Carla coincide en que tener el apoyo de la pareja resultó fundamental, de hecho, el primer año lo dedicó a su maternidad y adaptó luego los tiempos de trabajo para llegar a sus objetivos. A su vez, Alberto identifica la paternidad como una “motivación para no darte por vencido” y “consagrar tu carrera”. Igualmente, enfatiza en que existe “diferencia de lo que es investigar siendo hombre y siendo padre, que siendo mujer y siendo madre, para mí es una diferencia que es totalmente clara, hay cosas que no podés reemplazar”.
Para las entrevistadas conocer las reglas del juego académico de antemano y poder seguirlas, “es lo primero que te enseñan si querés seguir en investigación”. Laura tuvo como guía a su directora, quien le advirtió desde un comienzo de la necesidad de hacer publicaciones periódicas. Durante el doctorado la estrategia de ambas fue participar lo máximo posible de eventos académicos y realizar publicaciones. Particularmente, Laura manifestó disconformidad con la exigencia de productividad y confiesa ir a terapia para poder mantenerse dentro del sistema, “es parte fundamental de sobrevivir en un mundo que es un poco hipócrita de alguna manera, porque vos sabes que hay una carrera por publicar que muchas veces no se condice con un avance o con una cosa disruptiva”. Para ella, se trata de “un modelo que si lo seguís al pie de la letra te destruye, creo que muy poca gente puede seguir ese nivel de publicación”. Doctorarse supuso des-romantizar el mundo académico, y las expectativas que tenía acerca de lo que era ser investigadora, “un mundo que me parece meritocrático y capitalista y neoliberal”, denunció decepcionada. Esto no fue motivo para renunciar ser parte de CONICET como investigadora, más bien se resignificó, “empecé a sentirme con la posibilidad de que yo podía hacer algo desde ese lugar”, explicó.
El miedo por la posibilidad de no encontrar oportunidades en el mundo académico es un hecho que declaran todas las personas entrevistadas. A lo largo de sus trayectorias aparece con fuerza la necesidad de elaborar estrategias de cara a esa posibilidad. Como dijo Alberto:
A veces pienso, si no me sale el acceso a Carrera de Investigador Científico me quedo con dos cargos docentes que, bueno, cobro diez años de antigüedad y el doctorado, no es el básico, pero no me alcanza ni para la mitad, ¿qué chance me doy? Un año, una convocatoria, si no salgo, bueno, ya está, ¿y tu vida académica? Una vez la tuve, fue un oasis en el desierto y una vez fui investigador y listo, ahora soy investigador retirado. Eso lo pensás mucho.
Laura recuerda haber atravesado por la misma situación entre sus postulaciones y la publicación de los resultados. Ese lapso es habitado con inseguridad ante la falta de garantías y el miedo ante la posibilidad de una carrera frustrada. Esta situación los lleva a tener que evaluar ellos mismos constantemente las decisiones que van tomando.
Alberto analiza las opciones laborales alternativas y se compara con doctores de otras disciplinas, piensa en casos como los de quienes estudiaron Derecho, por ejemplo, que cuentan con la posibilidad de ejercer en el sector privado, para empresas o particulares. Las diferencias disciplinares aparecen remarcadas en este aspecto. Esto es, las oportunidades laborales no son vistas como las mismas aun siendo doctores de la misma rama de estudio: las ciencias sociales. Laura, al hablar sobre sus condiciones laborales, confiesa realizar consultorías al sector privado en determinadas ocasiones con el objetivo de contar con un plus salarial. Aun así, ella no considera trabajar en empresas, tan solo parece como un recurso alternativo ante necesidades económicas puntuales, y sigue apostando por el mundo académico: “Nunca me arrepentí de decir que no, estoy totalmente conforme con el camino que hice hasta ahora. En el laburo que tuve en el estudio jurídico, sentía que se moría el alma. En este momento mi alma está viva”.
En cuanto a los trabajos vinculados con espacios estatales, Alberto los considera con poco entusiasmo por su propia experiencia en el Ministerio de Justicia, ya que los cambios de gobierno generan contextos laborales poco estables y muchas veces se tornan en ambientes de mucha hostilidad e inestabilidad. Para él, la beca posdoctoral pierde sentido si el acceso a CIC queda trunco, significa su carrera en tanto sus proyecciones se concreten, en caso contrario, se trata de una apuesta en vano donde parece que la titulación carece de aportes para otros ámbitos:
La expectativa siempre las tenés, porque si no yo no esperaría vivir de la investigación para la investigación y con la investigación, me hubiera quedado donde estaba, tranquilo, si querés ganando más guita, porque es así, la ciencia no nos deja plata, por lo menos la que hacemos acá en Argentina. Dejé de lado amigos, salidas, dejé de hacer un montón de cosas, tiempo de ocio. Y sí las volvería a dejar por la carrera.
De tal modo, Alberto confiesa que su objetivo durante el posdoctorado no es tan solo llevar a cabo el proyecto presentado sino, además y sobre todo, cobrar visibilidad, “meterme un poco en la academia, que sepan quién soy, porque te das cuenta que darte a conocer es lo que te hace que te inviten a una mesa, a evaluar en un dossier... y eso te va abriendo puertas”. Mientras tanto trabaja como docente en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS), en ambas declara tener malas condiciones de trabajo, “sobre todo en la UBA”, destaca.
Al preguntarle sobre su trabajo actual a Carla, hace un repaso sin pausa de todos los cargos que ocupa: docente titular con dedicación semi-exclusiva en la UNLP, investigadora categoría tres dentro del Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales, docente de escuela media, además de los proyectos de investigación que dirige y su participación en el convenio con la Universidad de Bretaña Occidental, donde desarrollan investigaciones conjuntas. En su caso, ser doctora le habilitó diversas oportunidades laborales, de las que es parte no solo por una cuestión salarial sino motivacional. Describe sus trabajos con orgullo, ya que a través de ellos expone su vocación como investigadora y el reconocimiento y el valor de su trayectoria. A diferencia de la crítica que hace Alberto, para Carla las oportunidades y los logros van de la mano del esfuerzo y la dedicación destinada a la investigación, siempre fruto de una pulsión aparentemente vocacional por la disciplina en la que se desempeñan. De hecho, el único aspecto del sistema por el que mostró descontento es la falta de reconocimiento de méritos en el sistema educativo:
Yo soy doctora con trayectoria internacional, tengo publicaciones en el extranjero en diferentes idiomas y en la educación no lo consideran, puede venir un maestro y sacarme el cargo. Tengo esa disyuntiva que me da mucha bronca, de que no valoren a la persona que está enseñando en la escuela media.
Un aspecto que atraviesa a todos es que, a pesar de todas las cuestiones negativas que manifiestan a lo largo de las entrevistas acerca del sistema en el que están insertos o las condiciones bajo las cuales trabajan, es la importancia que subyace en el poder concretar sus expectativas desarrollándose como investigadores o docentes. Carla, después de su crítica a la falta de reconocimiento que siente que le corresponde, aclaró que ama lo que hace, “no me arrepiento de nada de todo el camino que hice”. La percepción de Laura al hablar de sus condiciones laborales recuerda al ensayo de Zafra (2017) sobre la encrucijada en la que entusiastas se encuentran:
Donde principalmente falta yo creo que tiene que ver con esta concepción de la forma de hacer ciencia, que no se consideran trabajadores, como que hay una especie de mandato divino de ser científicos que nos separa del resto de la humanidad. Porque no hay una conciencia de clase en los mismos investigadores, para mí. Me parece que tendríamos que ganar mejor, pero al mismo tiempo estoy absorbida por este sistema que me genera como una culpa como si yo fuera una afortunada.
Por su parte, Laura sí accedió a CIC y muestra gran alegría al notificar este logro reciente. Su entusiasmo responde en gran medida a haber logrado cumplir con sus proyecciones en un contexto donde es cada vez más difícil hacerlo, por falta de financiamiento y recortes en los ingresos a CONICET. La apuesta por una larga trayectoria formativa y el esfuerzo por producir antecedentes necesarios cobraban sentido. Para Laura ser investigadora CONICET:
Es demasiado para lo que yo esperaba, hacer lo que me gusta, y encontrar una disciplina que me guste. De las pocas cosas que puedo planificar en mi vida, puedo planificar esto y tengo el camino, tengo mucho por hacer. Pero es duro, son cinco postulaciones que me las pasaba pensando en si iba a quedar y replanteándome qué haría. Como que no hay otros caminos para hacer investigación como este.
En los tres casos resulta interesante apreciar que hablar de inserción laboral parece remitir indudablemente a la posibilidad de ocupar cargos como investigadores y lograr así consolidarse como aquello por lo que apostaron a la hora de formarse. Sin embargo, la docencia es un trabajo que está presente en todos los casos y que aparece naturalizado como parte del proceso, como algo que se ha de hacer. La inserción laboral como docentes transcurre a lo largo de la formación, la búsqueda de estos cargos responde a la necesidad de asegurar al menos un puesto de trabajo que esté vinculado con la universidad y el mundo académico, en todos los casos aparece como una opción alternativa ante la imposibilidad de acceso a CIC. Estos cargos les aportan antecedentes de cara a las evaluaciones, les permiten generar vínculos profesionales e institucionales y los mantiene conectados con el mundo laboral, generando ingresos y aportes, mientras se desarrollan como estudiantes o becarios. Laura, al doctorarse, siente haber resignificado su rol como docente:
No sé si en algún momento mi aporte puede llegar a ser algo disruptivo. Es acumulativo, colectivo. Antes yo despreciaba la docencia, era algo que yo hacía por lo que el cargo supone y hoy en día hay como una retroalimentación. La docencia es re linda porque veo cuando las chicas y los chicos me dicen que encontraron acá un lugar donde pueden plantear las cosas desde diferente.
Parece existir una cadena de reciprocidad dentro del mundo académico, donde las trayectorias inciden en la forma en la que ejercen su trabajo. Como resaltaron Laura y Carla, desde su rol ya como doctoras, investigadoras y además docentes, procuran retribuir al campo a través de prácticas que ayuden a becarios o personas que se encuentren en escalafones más bajos, así como ellas lo estuvieron. Es por esto que los directores aparecen significados como fundamentales en el proceso hacia la inserción laboral: son aquellas personas ya habilitadas para facilitarles no solo los recursos necesarios para la investigación sino la expertice dentro del ámbito académico, las estrategias y el acceso a determinados circuitos donde se desarrollan prácticas profesionales, como jornadas, congresos, concursos docentes, equipos de investigación, intercambios con investigadores en el extranjero, etcétera.
Consideraciones finales
A lo largo de este trabajo busqué reconstruir, a través de diversos autores, el escenario ante el cual doctores buscan insertarse profesionalmente, haciendo un repaso por el contexto de crecimiento de los posgrados, becas doctorales e ingreso a Carrera de Investigador y el surgimiento de las becas posdoctorales como respuesta a la desocupación de aquellos doctores que no lograban acceder a cargos como investigadores en CONICET o universidades nacionales. La falta de inversión y presupuesto destinado al campo científico y tecnológico trajo consigo el agrupamiento y la movilización de investigadores y becarios que demandan mejores condiciones de trabajo y garantías laborales como investigadores.
Frente a esta convulsa realidad, donde pareciera que el CONICET no fuera la mejor oportunidad laboral para alguien que destina al menos diez años en formarse y producir antecedentes suficientes para competir frente a un cargo, quienes se doctoran siguen apostando por dicha salida, elaboran estrategias para lograr cumplir sus expectativas y reclaman garantías de acceso.
En esta línea, los casos planteados permiten ver la tensión existente entre relatos que abordan de forma crítica el proceso que atraviesan al buscar insertarse en el mundo académico y la persistencia y sacrificio por acceder a un cargo como investigadores en el CONICET, aun siendo conscientes de las condiciones laborales a las que se someten. Es verdad que en los últimos años en Argentina los investigadores al movilizarse pusieron sobre la mesa el debate acerca de su condición como trabajadores y el valor de lo que hacen. Sin embargo, coincidiendo con el escrito de Zafra, sigue pensándose el trabajo académico como una labor vocacional, donde quienes acceden siguen sintiéndose privilegiados y en deuda con sus mentores, donde el ascenso supone retribución y la cadena neoliberal de hiperproductividad y de pagos simbólicos no cesan.
En la primera parte he intentado mostrar que los contextos narrados por los interlocutores se presentan como dinámicos y los sentidos otorgados a la carrera científica fueron mutando en relación con las posibilidades de acceso y la valorización del trabajo. En muchos casos hacer un doctorado era la consagración de una carrera profesional y en otros suponía comenzar una trayectoria académica hacia un futuro como investigador/a. De este modo, se entiende que las expectativas y los sentidos que construyen sobre su formación e inserción laboral dependen también de estos contextos en los que están insertos, además de las historias biográficas particulares.
Los actores van desarrollando estrategias de cara a lograr consolidarse como investigadores, sea en una universidad o en el CONICET. En este punto aparece la importancia de aprender a moverse por circuitos que les permitan tejer redes y elaborar trayectorias válidas para lograr sus objetivos, como puede ser un trabajo estable dentro del mundo académico o el reconocimiento de sus investigaciones. Estas trayectorias entrecruzan actividades que aparecen como propias del mundo académico como las publicaciones, participación en eventos académicos como congresos, integrar equipos de investigación o contar con al menos un cargo docente. Sin embargo, a través de los relatos de los entrevistados se manifiesta que las diferencias disciplinares hacen que los esfuerzos, las oportunidades y las exigencias varíen dependiendo de las particularidades disciplinares además de los objetivos personales respecto de la profesión. Por ejemplo, siendo Laura de las pocas personas en estadística que se dedica a la investigación, se encuentra con un campo menos competitivo y de mayores oportunidades. Aunque, a su vez, haya tenido que justificar con mayor esfuerzo su trabajo dentro de una disciplina que persigue la neutralidad y la rigidez cuantitativa. Por otro lado, Alberto, desde la sociología se enfrenta a un escenario mucho más competitivo por la cantidad de personas que aspiran al mismo objetivo laboral, y donde además la edad es un factor que también entra en juego. En su caso, no haber podido estar siempre dedicado a la producción de méritos para sus evaluaciones, hizo que no pudiera acceder a becas para sus estudios doctorales o retrasó su acceso a la beca posdoctoral.
Las elecciones del doctorado en los casos presentados no estuvieron vinculadas a una cuestión de prestigio o reconocimiento sino a las necesidades del doctorando de cara a lograr titularse y las oportunidades que dicha institución le facilitaban. Como puede verse en el caso de Carla al elegir estudiar el doctorado en la UNLP por las posibilidades laborales y económicas que le brindaban hacer toda su trayectoria formativa en la misma institución. Por su parte, Alberto encontró en la UNSAM un doctorado que por sus características y organización le permitían compatibilizarlo con su trabajo. A lo largo de la consolidación de sus carreras la docencia es una labor que aparece como deseada, aunque sea a modo estratégico. Sin embargo, al hablar sobre expectativas laborales o proyecciones futuras, la investigación es lo que subyace y se destaca como ejercicio profesional más valorado en muchas de las entrevistas realizadas. Todos los entrevistados remarcan que el doctorado supuso una transformación en el desempeño como docentes y en sus condiciones laborales en la universidad. Carla destacó este punto a la hora de valorar su formación doctoral. El título en sí opera como habilitante, ya que les permite integrar proyectos de investigación como directores, ser evaluadores, dirigir tesistas, ascender en los cargos docentes, entre otras cuestiones.
Las trayectorias de quienes deciden realizar un doctorado no siempre están atravesadas por proyecciones acerca del futuro laboral cercano, es más, en casos donde esto sí sucede existe un amplio espectro de posibilidades consideradas. Esto tiene mucho que ver con la inestabilidad e incertidumbre que existe en torno a la inserción laboral de doctores en ciencias sociales. Muchas de las personas que optan por hacer estudios doctorales han buscado responder la pregunta acerca de qué es lo que van a hacer una vez que se titulen y en el largo y arduo proceso de la escritura de la tesis para tal fin, se han preguntado también para qué doctorarse, llegando a reafirmar su elección o para dar fin a ese recorrido.
En los relatos de los entrevistados, el sistema académico aparece como algo abstracto y complejo, que los somete y ordena mediante reglas y normas que deben aprender a interpretar y que, en algunos casos, resulta difícil seguir, como muestra Alberto, pero que a la vez es una espiral en la que ellos mismos producen, reproducen y mantienen, al intentar alcanzar sus metas y mediante un sentimiento de reciprocidad.
En un contexto de tanta dinamicidad e inestabilidad hay ciertos elementos que los doctores buscan y conservan como tesoros garantes de un futuro un poco menos azaroso. Consiste en un proceso donde no solo ellos son evaluados constantemente, como escribe Beigel (2015), sino que ellos mismos evalúan en cada una de las etapas y cada decisión que toman, desde si postularse o no a una beca, aceptar un cargo docente o dónde y cuánto publicar al año. Buscan transitar caminos los más certeros posibles hacia los fines buscados, seminarios que enriquezcan sus investigaciones o que faciliten una cursada rápida, directores prestigiosos o más compañeros y si hay una evaluación que subyace frente al resto es que el esfuerzo destinado conlleva recompensa de algún tipo. Podemos encontrar diversidad no solo en sus trayectorias sino también en las formas de conjugar el empleo, de asumir cargos o responsabilidades, de ejercer la profesión en el campo, de dirigir proyectos o vincularse con otros agentes. De modo que quienes se doctoran se van insertando laboralmente desde sus primeros cargos docentes durante su formación hasta aquellos espacios de los que van siendo parte por su vinculación con el mundo académico. Podemos encontrar que son tanto doctores, directores, docentes, investigadores como evaluadores, y que están atravesados por políticas públicas, universitarias, leyes laborales, agrupaciones sindicales o regulaciones internacionales. En sus relatos el ingreso económico no es el aspecto primordial que moviliza sus carreras sino la búsqueda de estabilidad laboral que les permitan desarrollarse dentro de la profesión en la que se formaron. Es decir, los doctores buscan consolidarse en un ámbito que les produce satisfacción y placer, donde se sienten valorizados y encuentran un sentido cultural, social y/político a lo que hacen.
Poner el foco sobre las experiencias de los entrevistados permite comprender que el entusiasta analizado por Zafra puede ser retratado de otra manera. Y es que son ellos mismos también quienes ponen en evaluación constante al sistema académico y examinan continuamente las condiciones bajo las cuales producen, elaboran estrategias para optimizarlas, hacen reclamos, y generan espacios de producción colectivos. Es decir, los doctores tienen agencia y en su capacidad crítica y reflexiva también deciden y accionan. Con ello no quiero decir que el entusiasmo no exista, ni la precarización o la neoliberalización del sistema académico y científico, sino que es necesario atender también a cómo los propios actores trabajan individual y colectivamente al respecto.