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Papeles de población
versión On-line ISSN 2448-7147versión impresa ISSN 1405-7425
Pap. poblac vol.11 no.45 Toluca jul./sep. 2005
Inicio de la vida sexual y reproductiva
The beginning of sexual and reproductive history of Mexican women. The most recent picture
Carlos Welti Chanes
Universidad Nacional Autónoma de México
Resumen
Este artículo analiza la edad a la primera relación sexual y la edad al primer hijo para diferentes cohortes de mujeres, según su nivel de escolaridad y su lugar de residencia en ocho estados de la república para los cuales el tamaño de la muestra de esta encuesta lo permite. Se identifica la persona con la cual se tuvo la primera relación sexual y el uso de anticonceptivos en ese evento, todo a partir de datos de la Encuesta Nacional de Salud Reproductiva (Ensar) 2003. Los resultados permiten constatar un retraso en la edad a la primera relación sexual y al nacimiento del primer hijo entre las generaciones más jóvenes, la existencia de diferencias significativas según nivel de escolaridad y un efecto importante de la edad a la que se tiene el primer hijo sobre la fecundidad acumulada.
Palabras clave: fecundidad, fecundidad adolescente, relaciones sexuales, primer hijo, México.
Abstract
Using information from the National Survey of Reproductive Health, carried out in 2003, this article analyzes the age at first intercourse and age at first birth by age-cohort, level of education and place of residence. In this case for women living in eight States that may be analyzed individually given their sample size. It is identified the sexual partner at the first intercourse, the use of contraceptives, and the reasons for not using contraceptives during this event. The results confirm not only that women of younger ages are postponing the first intercourse and the birth of their first birth, but also differentials by level of education. The data show that age at first birth has a significant effect on cumulative fertility.
Key words: fertility, adolescent fertility, sexual intercourse, first birth, Mexico.
Introducción
Entre la serie de eventos que marcan la vida de los individuos, la primera unión sexual y el nacimiento del primer hijo tienen especial significación, tanto porque representan el resultado de un proceso con profundas raíces sociales, como porque estas acciones tienen serias implicaciones en su vida futura y obligan a los propios individuos a asumir nuevos roles: pareja conyugal, jefe de familia y madre o padre, con lo que se deja atrás la serie de roles propios de la infancia o la adolescencia. Además, la forma en que se consuma la primera unión sexual y el nacimiento del primogénito puede influir sobre el individuo de tal manera que su capacidad de decisión se amplía o queda vulnerada. En el extremo, esto sucede en el caso de una violación o un matrimonio obligado.
Es cada vez más claro que el cambio social transforma la significación del tiempo en la vida de los individuos y parece que hoy en día la duración de la adolescencia se modifica. Muchos suponen que los jóvenes dejan de depender de sus padres con el paso de éstos a la edad adulta, al cumplir los 18 años y acceder formalmente a la ciudadanía, o bien, al pasar la barrera de los 20 años y dejar de ser teenager, como se denomina en idioma inglés a los jóvenes que aún no llegan a esta edad; sin embargo, como resultado de circunstancias diversas, entre ellas la permanencia en la escuela por más tiempo o la dificultad de encontrar empleo, esta etapa se prolonga incluso hasta edades cercanas a los 30 años. Por otra parte, también es cada vez más evidente que el inicio temprano o tardío de la actividad sexual y reproductiva tiene efectos de corto, mediano o largo plazo sobre la vida de una persona, al condicionar actividades como la asistencia escolar, la participación en la actividad económica o el uso del tiempo libre, lo que en conjunto incidirá sobre su desarrollo.
Estos eventos, cuya significación a nivel individual es evidente, tienen efectos tanto sobre grupos específicos de la población como sobre la sociedad en su conjunto, toda vez que afectan las tasas de crecimiento demográfico.
Por otra parte, la incidencia diferencial por edad del embarazo o el inicio de la vida sexual son manifestaciones de hechos que van más allá de lo estrictamente demográfico y que se relacionan con las condiciones de ejercicio de la libertad de la mujer en una sociedad como la mexicana, que hasta el presente la ha limitado en su desarrollo, asignándole prioritariamente el papel de madre y esposa.
Es tan importante identificar las condiciones que llevan a la primera relación sexual, como aquéllas en que ésta se produce y que están relacionadas con la edad y las condiciones socioeconómicas de los sujetos involucrados.
Entre los jóvenes, por ejemplo, es más frecuente llegar a una relación coital desprotegida que entre los adultos aunque éstos no están exentos de asumir conductas riesgosas, lo cual incrementa los riesgos asociados a un embarazo no deseado o una enfermedad de transmisión sexual.
De acuerdo con sus condiciones socioeconómicas, es más probable que un joven con mayor escolaridad sepa en dónde conseguir un anticonceptivo y cómo usarlo correctamente y si cuenta con los recursos monetarios para comprarlo, ya sea porque su familia se los provee o porque él mismo desempeña una actividad remunerada, mientras que para un joven con un bajo nivel de escolaridad, pobre o desempleado, es menos accesible la anticoncepción por causas culturales y económicas.
En el caso de la historia genésica, la edad en que ésta se inicia parece incidir con el resultado del embarazo, toda vez que, por ejemplo, los riesgos de muerte del producto de la concepción son mayores entre las mujeres muy jóvenes.
También entre las implicaciones de un embarazo temprano es posible que éste evento limite la educación de la joven madre, al obligarla a abandonar la escuela ante la imposibilidad de mantener el rol de estudiante dada su nueva condición y las exigencias que surgen de ello y que le demandan el cuidado y la atención de un hijo.
En sentido inverso, es posible suponer que un bajo nivel de escolaridad incremente los riesgos de tener un embarazo a edad temprana, ya que la maternidad se convierte en un proyecto de vida que se inicia desde muy joven ante la dificultad de acceder a otra actividad que signifique reconocimiento social e independencia en la toma de decisiones, como sucede por ejemplo, al obtener un empleo.
La Encuesta Nacional de Salud Reproductiva 2003 ofrece la oportunidad de explorar algunas de las relaciones descritas, por lo que este texto se propone un análisis de la información contenida en el cuestionario individual, concretamente la relacionada con la edad a la primera relación sexual y la edad al primer evento genésico con los siguientes objetivos:
1. Estimar la edad a la primera relación sexual para diferentes cohortes de mujeres representativas de la población nacional y clasificadas según su nivel de escolaridad y su residencia en los estados de la república para los cuales los alcances de la muestra lo permiten.
2. Identificar el tipo de persona con la cual se tuvo la primera relación sexual y su edad.
3. Identificar el uso de anticonceptivos en la primera relación y, en su caso, las razones para no usar alguno de los métodos disponibles.
4. Estimar la edad al primer hijo entre cohortes de mujeres, según las características anotadas en el punto 1.
5. Observar la posible relación entre la edad de la mujer al primer evento genésico y su resultado.
6. Estimar el efecto de la edad al primer hijo nacido vivo sobre la fecundidad acumulada.
El inicio de la vida sexual
Como ya se mencionó, un hecho de la mayor trascendencia en la vida de un individuo lo constituye la primera relación sexual, el uso del propio cuerpo para relacionarse con otros individuos a través del placer es fundamental para su propio desarrollo emocional y para establecer relaciones con sus semejantes en condiciones igualitarias.
Sin embargo, es posible observar que para proporciones significativas de mujeres y hombres, especialmente importante en el caso de las mujeres, la primera relación sexual es una acción que muestra el ejercicio del poder que ejerce otra persona y no es siquiera un evento placentero o incluso producto de su propia decisión, sino una acción impuesta. Esto es evidente en el caso de una violación, pero no solamente en estos casos la mujer es objeto de una acción violenta, mediante otros mecanismos que no necesariamente incluyen la violencia física, la mujer es obligada a tener relaciones sexuales sin que así lo desee.
La presión del grupo social del que forma parte o el chantaje sentimental de la pareja cuando ha establecido relaciones de noviazgo son parte de estos mecanismos para acceder a una relación sexual aparentemente consentida.
Algunos de los procesos que llevan a la primera relación sexual y las diferencias generacionales que es posible observar en México han sido descritos por el autor en un texto que recoge las experiencias de los jóvenes de hoy y de la generación de sus padres (Welti, 2003).
Tener una relación sexual en la adolescencia constituye prácticamente una obligación en determinados contextos, ya que de otra manera el joven se siente anormal o sus pares lo hacen sentir así cuando no ha tenido esta experiencia; incluso cuando la comunicación sobre las experiencias sexuales es una constante entre los amigos, compañeros o vecinos, se socializa esta falta de experiencia, de tal manera que la iniciación sexual se convierte en el principal objetivo de muchos jóvenes para sentirse parte del grupo y no ser considerado un "caso raro" .
En el caso de las mujeres, esta presión del grupo es menos frecuente, pero aparece el amor como el argumento central de esta iniciación y la justificación para haber tenido relaciones sexuales con el novio ante la exigencia, por parte de su pareja, de acceder a practicar el coito como "prueba de amor".
A nivel más general, las manifestaciones de la sexualidad son un reflejo de la sociedad en lo que hace al ejercicio de las libertades individuales.
Una sociedad represiva limita estas expresiones, reduciendo la sexualidad a la reproducción y considerando pecaminosa, según la religión, o desviada, según los parámetros de normalidad que ella misma define, toda acción que se aparte de este objetivo. Ante un escenario de este tipo, los individuos deben limitar las expresiones relacionadas con su sexualidad no sólo al ámbito privado, sino a lo más escondido de su actividad, negando incluso la existencia del impulso sexual como parte de su propia naturaleza.
En el pasado, la escasa disponibilidad de anticonceptivos hacía de la relación coital una práctica riesgosa, que podía producir un embarazo no deseado y que la mayoría de las veces tenía que ser legitimado socialmente por las parejas involucradas mediante el matrimonio. Este riesgo de embarazarse fundamentaba el consejo que los padres daban a sus hijos de que "el camino al lecho nupcial pasa por la iglesia o la oficina del registro civil".
Las implicaciones que esto tenía no significaban que se posponía la edad de inicio de las relaciones sexuales, más bien que ésta coincidía con la edad de inicio de la relación conyugal entre la mayoría de las parejas.
En la actualidad, los anticonceptivos modernos han hecho posible separar las prácticas sexuales de la reproducción y han generado transformaciones en toda una serie de comportamientos relacionados con éstas.
La Encuesta Nacional de Salud Reproductiva indagó sobre la edad a la primera relación sexual a través de una pregunta en la que si bien no se específica el tipo de relación al que se hace referencia, es posible suponerla, toda vez que se incluye en la sección que investiga sobre la "exposición al riesgo de concebir", esto es, sobre una relación coital vaginal y heterosexual.1
La impresión más común en la sociedad mexicana es que las generaciones más recientes tienen su primera relación sexual a una edad cada vez más temprana. Sin embargo, los datos al respecto no permiten sostener este punto de vista.
Tanto a nivel nacional como a los niveles de desagregación para los que ha sido posible hacer inferencias válidas con los datos de la Encuesta, no es posible observar una tendencia que indique un inicio cada vez más temprano de las relaciones sexuales; incluso con la información disponible, podría hablarse de que se percibe una tendencia contraria, es decir, una posposición de la edad a la primera relación sexual.
Este panorama se ha observado ya a partir de los datos de las encuestas especializadas realizadas en los años recientes representativas de la situación del país como la Encuesta Nacional de Planificación Nacional (Enaplaf) realizada por el Consejo Nacional de Población en 1995, o bien, aquellas investigaciones dedicadas a evaluar el impacto de programas de salud sexual y reproductiva en contextos geográficos y sobre grupos poblacionales específicos, como las encuestas realizadas por la Asociación Mexicana de Planificación Familiar (Mexfam) en 1999 y 2002, en las cuales el objetivo es estudiar a la población joven residente en los estados de la república en donde esta organización desarrolla sus actividades.
Los datos de la Ensar-2003 confirman un posible incremento de la edad a la primera relación sexual entre las generaciones más jóvenes. Esta tendencia parece más clara a partir de la conducta de la generación nacida entre los años 1964-68 y en las generaciones quinquenales sucesivas.
Más de 50 por ciento de cada una de las generaciones observadas en el cuadro 1, tuvieron una primera relación sexual antes de 20 años y son notorias las diferencias generacionales desde las edades más jóvenes, en este caso entre 15 y 19 años. Antes de 15 años estas diferencias son de poca magnitud, por los ya de por sí reducidos porcentajes de mujeres que han tenido relaciones sexuales prácticamente en la niñez.
Llama la atención el incremento que se produce en los porcentajes de mujeres que tuvieron su primera relación sexual a partir de los 15 años, en un rango que va de esta edad hasta 20 años. Los incrementos que se suceden en este grupo de edades reflejan los condicionantes socioculturales de la iniciación sexual. El paso de 14 a 15 años tiene especial significación entre amplios núcleos de la población y es incluso motivo de celebración entre las familias de las jóvenes quinceañeras, como un ritual de entrada al mercado matrimonial y de aptitud para tener relaciones sexuales y estar en capacidad de procrear. A partir de esta edad, los porcentajes de mujeres que tienen su primera relación sexual se incrementan en aproximadamente diez por ciento, al pasar de una edad a la que le sigue. Nuevamente, es muy notorio que a partir de los 18 años se produce otro importante incremento en los porcentajes de mujeres que se inician sexualmente, precisamente cuando la población adquiere la ciudadanía. Parecería que la entrada formal a la edad adulta incrementa las probabilidades de tener la primera relación sexual.
Los resultados para las distintas generaciones muestran una ligera tendencia hacia la posposición de la primera relación sexual y al compararlo con lo que se observa en otros países confirma que las mujeres mexicanas inician más tarde su vida sexual. Las diferencias, por ejemplo, con la población de los Estados Unidos, son especialmente significativas y lo mismo se observa en relación con otros países de la región en los cuales el inicio sexual es muy temprano (OPS, 2000).
Se ha mencionado previamente que la idea más general en la sociedad mexicana es que la iniciación sexual entre los jóvenes de hoy es cada vez más precoz; por lo tanto, la pregunta que surge de la observación de estos datos es: si resulta compatible esta percepción general de la población en relación con un inicio cada vez más temprano de las prácticas sexuales y la situación que estos datos muestran. La respuesta es sí y paso a tratar de explicar esta aparente contradicción.
Una de las aportaciones sustantivas de la investigación social sobre el comportamiento sexual y reproductivo es que lleva a fundamentar percepciones o a destruir mitos que se van construyendo a partir de comportamientos que no pueden ser generalizados, pero que adquieren patente de realidades a fuerza de ser repetidas por los medios de difusión.
Para empezar, en la mayoría de las ocasiones no tenemos puntos de comparación con el pasado que permitan sostener esta tendencia hacia el inicio temprano de la vida sexual. La investigación científica en esta materia es relativamente reciente. Más bien lo que ocurre es que en la actualidad estos comportamientos son más visibles que en otras épocas, simplemente porque la sexualidad ocupa un lugar cada vez más importante en los medios de comunicación y la sociedad es más permisible en asuntos sexuales, por muy diversas razones, una de ellas es la difusión del uso de anticonceptivos.
Entre generaciones anteriores, los riesgos de un embarazo al tener una relación coital eran mucho mayores ante la ausencia de la anticoncepción moderna y por tanto, resultaba difícil separar la relación sexual de la relación reproductiva y todo el conjunto de acciones alrededor de la sexualidad difícilmente se desligaba de este objetivo, excepto en el caso de la relación que se tenía con una prostituta, ya que en este caso el acto sexual estaba centrado en la búsqueda del placer. De ahí, por cierto, que una relación que no estuviera basada en el amor y en el deseo de tener hijos era considerada como un acto impropio de una mujer decente.
Por cierto, mucha de la información a partir de la cual se generan conclusiones sobre el comportamiento sexual de los jóvenes en el pasado no puede ser usada para hacer generalizaciones estadísticamente válidas y sólo hasta muy recientemente se cuenta con información de encuestas especializadas que permiten tener conocimiento de estas relaciones entre determinados grupos de la población.
La mayor visibilidad de las relaciones sexuales refleja por cierto, que estamos ante un hecho relacionado con el alargamiento de la vida humana expresado en una esperanza de vida cada vez mayor, lo que implica que cada una de las sucesivas etapas en la vida de un individuo es también más larga y antes de los 20 años un individuo es considerado extremadamente joven. Este proceso se ve reforzado por la ampliación de las actividades que contribuyen al desarrollo del ser humano, principalmente mediante la educación.
Por lo que hace a la etapa en la cual se inician las relaciones sexuales, la entrada a la edad adulta parece posponerse o la etapa adolescente parece alargarse, por muchas razones cuyo análisis supera los objetivos de este texto, pero que está marcada por una serie de eventos como son la entrada a la actividad económica o el inicio de una unión conyugal.
El panorama descrito hace que en la actualidad antes de los 18 años una persona sea vista como aún en la infancia y por tanto, no apta para ejercer determinadas prácticas, entre ellas las prácticas sexuales, mientras que entre las generaciones anteriores quien llegaba a esta edad debería ya pensar incluso en el matrimonio. Hay por tanto, una transformación en las percepciones de las etapas del ciclo vital que podrían explicar esta idea de que los jóvenes se inician cada vez más temprano en las relaciones sexuales, cuando en la realidad ha habido muy pocos cambios o éstos se han producido en sentido inverso, de tal manera que se pospone en realidad el primer coito.
Por otra parte, es muy probable que lo que estamos presenciando es el resultado de una aceptación cada vez mayor de la práctica de la sexualidad entre los jóvenes, que no necesariamente está centrada en las relaciones coitales vaginales y esto se asume con más naturalidad entre los jóvenes de las generaciones actuales, si lo comparamos con las actitudes de aquellos individuos que pertenecen a generaciones anteriores, entre las que se sancionaban socialmente comportamientos que se temía que terminaran en el coito y el "daño moral" tenía que repararse con el matrimonio. Hoy ya no es así y es más fácil expresar en público el deseo sexual a través de acciones para cuya realización no hay necesidad de esconderse en el cine o en el automóvil como solía suceder en el pasado, pero como contrapartida, esta situación lleva a suponer que estamos ante un escenario de inicio precoz de las relaciones sexuales coitales, pero éste no parece ser el caso para la sociedad en su conjunto.
Para cada una de las generaciones analizadas, a los 19 años de edad más de la mitad de las mujeres ha tenido su primera relación sexual; sin embargo, antes de esta edad, los porcentajes que ya han iniciado su vida sexual son cada vez menores, si pasamos de las generaciones más viejas a las generaciones más jóvenes.
El panorama descrito a nivel nacional esconde las heterogeneidades asociadas a la estructura social mexicana, que entre otras muchas manifestaciones deja sentir su influencia en el comportamiento individual relacionado con las prácticas sexuales.
Los datos correspondientes a las ocho entidades de la república para las cuales es posible hacer estimaciones muestran que en Chiapas, Guerrero y Oaxaca existe un inicio de la actividad sexual más temprano que en las otras cinco entidades que aparecen en el cuadro 2 y, desde luego, contrastan con la situación nacional. Cuando menos una de cada cuatro mujeres residentes en los estados de Chiapas o Oaxaca de quince años o menor ya ha tenido su primera relación sexual, pero entre las generaciones de mujeres chiapanecas nacidas en los quinquenios 1959-1963 y 1964-1968 la proporción sube a una de cada tres mujeres.
Este panorama no se observa en entidades ubicadas en el norte del país, como Sonora, San Luis Potosí y Tamaulipas, ni en entidades del centro de la república como Guanajuato, en donde el inicio sexual es consistentemente más tardío, toda vez que, allí, esta característica es observable en todas las generaciones y edades para las cuales se han calculado los porcentajes acumulados de mujeres que han iniciado su vida sexual.
Resultados similares han sido obtenidos en estudios previos (Welti, 2001) y permiten hablar de un patrón de comportamiento característico del norte del país y contrastante con la situación en el sureste. Además, llama la atención en Guanajuato, Sonora y San Luis Potosí que, incluso al llegar a 25 años, los porcentajes de mujeres que no han tenido relaciones sexuales son los más elevados entre el grupo de mujeres residentes en las entidades analizadas en todas las generaciones. Es decir, no sólo hay una posposición de la edad a la primera relación sexual durante la adolescencia, sino incluso hasta ya entrada la edad adulta.
Este hallazgo merece un estudio más detenido para explicar los orígenes de este comportamiento que no parece modificarse con el paso del tiempo, pero que lamentablemente supera las pretensiones de este texto. Sin embargo, es posible suponer que detrás de los patrones diferenciales de entrada en la vida sexual se encuentra el papel de la escolaridad como factor de retraso de la edad a la primera relación sexual.
El impacto del nivel de educación del individuo en el inicio de su actividad sexual ya ha sido demostrado por una serie de investigaciones que con información de diversos países ha estimado que las mujeres con diez o más años de escolaridad tienen cuatro veces menos probabilidades de haber iniciado su actividad sexual en la adolescencia que aquellas que no tenían más de cuatro años de escolaridad (Shing y Wulf, 1998).
En el caso de México, la información de la Ensar-2003 confirma el importante efecto de la escolaridad sobre la edad a la primera relación sexual, según se puede ver en el cuadro 3.
Puede decirse que entre todas las generaciones representadas en el cuadro analizado, el porcentaje de mujeres que, o no fueron a la escuela o no completaron la primaria y que a los 15 años han tenido ya su primera relación sexual es diez veces superior al de las mujeres que llegaron al menos al nivel de preparatoria. Esta iniciación sexual temprana de las mujeres con los menores niveles de escolaridad es más evidente hasta antes de los diecinueve años, porque a partir de esta edad el comportamiento de este primer grupo, es ya muy similar al de las mujeres que completaron la educación primaria.
Puede decirse, por tanto, que según estos datos sobre el inicio de la vida sexual en la adolescencia, una influencia significativa que parece actuar en su posposición consiste en haber ingresado a la escuela secundaria y, desde luego, continuar hacia mayores niveles de escolaridad se convierte en un factor que reduce las probabilidades de tener la primera relación sexual durante la adolescencia.
El análisis del comportamiento de cada una de las generaciones según su escolaridad permite explicar las tendencias observadas para el total de la población femenina respecto a la edad de la primera relación sexual, ya que una proporción importante del incremento en esta edad para el conjunto de esta población se explica por el cambio en su composición educacional. Esto es así porque las mujeres más escolarizadas, las cuales inician más tardíamente su vida sexual, ocupan cada vez más mayores proporciones entre las generaciones más jóvenes.
Es decir, aunque entre algunos grupos de la población, como sería el caso de las mujeres más educadas, se pudiera manifestar un inicio más temprano de la vida sexual en comparación con lo que sucedía en el pasado, esta tendencia es insuficiente para impactar la tendencia general y por lo tanto sería anulada por el efecto de la composición según nivel de escolaridad.2
Un dato adicional que ofrece la Ensar-2003 en relación con la primera relación sexual se refiere a la persona con la cual se tuvo esta relación. Como podría suponerse, conforme se incrementa la edad a la que se tiene esta primera relación, se incrementan los porcentajes de mujeres que declaran que su pareja en este evento ha sido su esposo. Esto refleja un hecho observado en otras encuestas, de tal manera que conforme se incrementa la edad de inicio de la vida sexual a través del coito, la primera relación coincide cada vez más con el inicio de la primera unión conyugal.
Las explicaciones a esta situación tienen que ver con el carácter de esta relación según la edad del individuo. A edades tempranas entre los adolescentes muy jóvenes, la relación sexual constituye la experimentación de nuevas sensaciones al relacionarse con otras personas a través del disfrute de su cuerpo o la búsqueda de una pareja sexual sin que necesariamente tenga como objetivo establecer una relación estable con otra persona a través del matrimonio.
Por otra parte, se ha podido observar que una gran proporción de los jóvenes que posponen el inicio de su vida sexual lo hacen porque "quieren llegar vírgenes al matrimonio" (Welti y Paz, 2001). Es decir, entre aquellas mujeres que llegan a la edad adulta sin haber tenido relaciones sexuales es más probable que la primera relación sexual forme parte de un comportamiento que está centrado en la búsqueda de una pareja conyugal.
Al analizar los resultados por generaciones, es evidente que cada vez son menores las proporciones de mujeres cuya vida sexual se inicia con quien es su esposo, independientemente de la edad de la primera relación; se observa, por tanto, un cambio generacional.
Como era de esperar, el mayor porcentaje de primeras relaciones sexuales que son producto de una violación ocurren durante la niñez, como se observa en el cuadro 4, sin que sepamos si en realidad entre aquellas que tuvieron esta relación con el novio o con el esposo, ésta fue también producto de una violación, especialmente cuando la pareja se convirtió en el esposo y fue obligado a reparar el "daño moral" de esta relación para no enfrentar problemas de índole judicial.
La edad de la pareja en la primera relación, al compararla con la de la mujer, sigue un muy claro patrón, de tal manera entre las mujeres que iniciaron su vida sexual de 15 años o menos su pareja era en promedio cinco años mayor que ella y esta diferencia va disminuyendo hasta prácticamente desaparecer al llegar a 29 años.
Para concluir con el análisis de la edad a la primera relación sexual, vale la pena analizar los datos relativos al uso de anticonceptivos en ese evento. Se observa que aproximadamente 12 por ciento del total de las mujeres que tuvieron su primera relación sexual antes de 20 años usaron anticonceptivos, sin embargo, los porcentajes de usuarias muestran incrementos importantes en cada una de las generaciones sucesivas; de tal manera que entre las mujeres que tuvieron su primera relación entre los 16 y 19 años y pertenecen a la generación nacida entre 1979 y 1983 una de cada cinco mujeres usó anticonceptivos. Esto contrasta con la situación de generaciones anteriores, entre las cuales el porcentaje de usuarias era muy reducido. Por ejemplo, entre la generación que nació veinte años antes, es decir, entre 1959 y 1963, sólo una de cada dieciséis mujeres (seis por ciento) usó anticonceptivos en esta relación.
Por otra parte, los datos de la Ensar sugieren que la probabilidad de usar anticonceptivos depende de la persona con la cual se tiene la primera relación y de la edad de la mujer en ese momento. Quienes tienen relaciones sexuales con el novio usan anticonceptivos en mayor porcentaje que aquellas mujeres que tienen la primera relación con el esposo y a medida que la edad se incrementa también lo hace el porcentaje de usuarias.
El hecho de que el uso de anticonceptivos esté relacionado con la persona con la que se tiene el primer coito y la edad a la que se tiene éste lo explican las razones que dan las mujeres para no usar estos métodos.
Al tener la primera relación antes de los quince años, el desconocimiento sobre la existencia de estos métodos o sobre la forma de conseguirlos constituye la razón más importante para no usarlos y es también la razón más importante para quienes tuvieron la primera relación entre los 16 y 19 años y forman parte de las generaciones más viejas; pero a partir de los 20 años y para todas las generaciones representadas en el cuadro 6. El deseo de embarazarse constituye la razón principal para no usar anticonceptivos en la primera relación sexual.
Aunque el deseo de embarazarse es una de las razones más importantes para no haber usado anticonceptivos en la primera relación sexual, la suma del conjunto de razones expresadas por las mujeres para no haberlos usado muestra que su conocimiento, su disponibilidad y la generación de una actitud de prevención para evitar un embarazo no deseado, ante la posibilidad de tener relaciones sexuales, podrían incidir positivamente sobre su uso. Es decir, si una campaña de información pretende incidir en el uso de anticonceptivos, habrá que poner énfasis en que ante la inminencia de tener una relación sexual más vale que la pareja esté protegida para evitar un embarazo no deseado o disminuir la probabilidad de transmisión de una enfermedad por esta vía.
La edad al primer hijo
Los datos de la Ensar-2003 permiten analizar la evolución de la fecundidad y el papel que ha jugado cada uno de sus determinantes directos como uno de los temas más relevantes para entender el proceso de cambio demográfico que se ha producido en México.
Aunque con el incremento del uso de anticonceptivos la limitación de la fecundidad se ha convertido en la variable que explica la mayor proporción del descenso de la fecundidad en México, el retraso observable en el inicio del periodo de exposición al riesgo de concebir a partir de la edad a la que se produce la primera relación sexual, así como el inicio de la historia genésica y el nacimiento del primer hijo son factores que contribuyen a explicar el descenso de la fecundidad en las décadas recientes.
La edad al nacimiento del primer hijo parece retrasarse entre cada nueva generación de mujeres, de tal manera que, como se puede ver en el cuadro 8, mientras que el porcentaje acumulado de mujeres pertenecientes a la generación nacida entre 1954 y 1958 que ya han tenido a su primer hijo nacido vivo antes de cumplir 20 años de edad es de 39 por ciento, estos porcentajes se van reduciendo en cada generación, hasta llegar a 31.2 por ciento para la generación 1979-1983.
Esta tendencia a retrasar la edad de las mujeres mexicanas al momento de tener el primer hijo se ve reflejada claramente en la evolución de las tasas de fecundidad de la población menor de 20 años, lo cual ya ha sido mostrado por encuestas previas y ahora lo confirman los recientes datos de la Ensar.
También es posible calcular tasas de fecundidad de primeros nacimientos para cada una de las generaciones con objeto de hacer más evidente este cambio. Aunque no hay una tendencia uniforme por edad y generación, ya que la generación nacida entre 1964 y 1968 muestra un comportamiento que se aparta del patrón general, puede decirse que conforme las generaciones son más jóvenes se observa una disminución en las tasas de primeros nacimientos en cada una de las edades iniciales del periodo reproductivo.
La información de la encuesta analizada abre la posibilidad de estudiar los comportamientos para las ocho entidades federativas ya incluidas en tabulaciones anteriores y observar el patrón de inicio de la historia reproductiva mediante la estimación de los porcentajes de mujeres que han sido madres en las edades más jóvenes, es decir, antes de los 15 y 20 años de edad, respectivamente.
El panorama estatal que se obtiene a partir de la edad al nacimiento del primer hijo muestra algunas diferencias con respecto a lo observado anteriormente en relación con la edad a la primera relación sexual. Tanto Chiapas como Oaxaca son las entidades que muestran ahora los mayores porcentajes de mujeres que ya han sido madres a los 15 años de edad en la mayoría de las cohortes o generaciones. Antes de los 20 años, Chiapas muestra que, con la excepción de una cohorte, al menos la mitad de las mujeres ya han tenido su primer hijo en la adolescencia; sin embargo, aparece una posible tendencia hacia la disminución de la incidencia de los primeros nacimientos en las edades más jóvenes entre cada una de las cohortes sucesivas. A pesar de que es posible estimar una tendencia similar en las siete entidades restantes, esta tendencia no es suficientemente concluyente.
Vale la pena recordar que los porcentajes de mujeres que tienen su primera relación sexual en las edades más jóvenes se observan en Chiapas y Guerrero, y aunque éstos son considerablemente superiores a los de otras entidades, el inicio temprano de la actividad sexual no es perceptible en los porcentajes acumulados de mujeres que son madres por primera ocasión según la edad al tener a su primer hijo (cuadro 7). Esta situación puede originarse en una menor fertilidad y una menor tasa de embarazos en la primera relación sexual, pero además puede contribuir el hecho de que una menor proporción de embarazos culminan con un nacido vivo en las dos entidades mencionadas, lo cual se confirman al analizar los datos relativos al resultado del primer embarazo, ya que en estas entidades el primer evento genésico concluye en menor proporción que otros estados con un nacido vivo, es decir, mortinatos o abortos ocupan una proporción o porcentaje mayor al que se estima en otras entidades. Lo que refleja tanto el efecto del muy temprano inicio de la historia genésica, como las condiciones de salud de las mujeres y la posible falta de atención durante el periodo de gestación y, por tanto, las menores probabilidades de concluir un embarazo de forma exitosa.
La edad al primer hijo se encuentra estrechamente relacionada con las condiciones socioeconómicas de la población femenina, de tal manera que su nivel de escolaridad como indicador de estas condiciones confirma esta relación.
Mediante los procedimientos de cálculo adecuados, utilizando un enfoque basado en una tabla de vida con el objetivo de calcular la incidencia por edad del nacimiento del primer hijo es posible observar de qué manera las mujeres encuestadas han iniciado su historia genésica según su nivel de escolaridad.
La educación reduce considerablemente los riesgos de tener hijos a edades muy jóvenes, de tal manera que antes de cumplir 20 años casi seis de cada diez mujeres que no asistieron a la escuela han tenido ya a su primer hijo, mientras que entre aquéllas que alcanzaron al menos el nivel de preparatoria esta proporción se reduce a poco más de una de cada diez. Estas diferencias según nivel de escolaridad se mantienen a otras edades, ya que incluso a los 25 años menos de la mitad de las mujeres con preparatoria han tenido a su primer hijo.
Es también evidente que las mujeres prácticamente dejan de tener hijos a partir de los 35 años, incluso entre las mujeres con menores niveles de escolaridad, lo que no sucede entre las mujeres más escolarizadas, ya que éstas continúan teniendo hijos hasta los 40 años con una frecuencia significativa, de tal modo que la proporción de mujeres que estudiaron al menos preparatoria y que han tenido a su primer hijo a edades avanzadas pase de 0.844 a los 35 años a 0.897 a los 42 años.
No debemos olvidar que los resultados representan el comportamiento de lo que se denomina una cohorte sintética, esto simplemente significa que al analizar un determinado grupo de mujeres según la característica socioeconómica de nuestro interés lo hacemos de tal manera que quedan incluidas mujeres de todas las edades entre 15 y 49 años, es decir, de todas las edades que abarcan el periodo reproductivo, por lo que las diferencias según nivel de escolaridad para generaciones reales pueden tener otra magnitud; así, en el caso de las generaciones más jóvenes que son las que han alcanzado niveles de escolaridad más elevados, su comportamiento reflejaría aún más claramente el efecto de los condicionantes sociales que impactan a la fecundidad a través de las variables intermedias, especialmente la edad de inicio de la vida sexual y el uso de anticonceptivos.
El carácter claramente diferencial del patrón de fecundidad de primeros nacimientos por edad y nivel de escolaridad se observa al calcular las tasas de primeros nacimientos por edad. Mientras la población con menores niveles de escolaridad presenta tasas superiores a 100 nacimientos por mil mujeres en las edades más jóvenes, específicamente entre los 15 y los 18 años, estos niveles de fecundidad aparecen a edades mayores en los grupos que siguen, hasta alcanzar su máximo a los 20 años, tanto entre las mujeres con primaria completa como en aquellas con secundaria.
Las mujeres con estudios de preparatoria o superiores tienen una fecundidad considerablemente más baja en las primeras edades reproductivas, pero después de los 25 años muestran tasas de fecundidad de primeros nacimientos que superan a las de los otros grupos de escolaridad y continúan teniendo hijos después de los 35 años, como ya se había mencionado en párrafos anteriores.
En conclusión, con la información analizada se ha podido constatar el inicio temprano de la historia reproductiva entre las mujeres menos escolarizadas y la continuación de la vida genésica en las edades avanzadas del periodo reproductivo entre las mujeres con los mayores niveles de escolaridad.
Por lo que hace al inicio temprano de la maternidad, la serie de investigaciones que se ha hecho en México sobre la fecundidad adolescente ha mostrado que la joven que se embaraza lo hace porque en su futuro la única posibilidad de darle sentido a su existencia es la maternidad, o bien, porque su necesidad de afecto la lleva a establecer relaciones que concluyen con un embarazo no deseado y en cualquier caso el nacimiento de un hijo limita sus posibilidades de desarrollo personal.
Un ejemplo de esta situación es el hecho de que del total de mujeres que tuvieron a su primer embarazo antes de los 15 años una de cada cuatro aún estudiaba cuando se embarazó y casi el sesenta por ciento de ellas dejó de estudiar por causa de este embarazo. Entre las mujeres que se embarazaron por primera vez entre los 15 y los 19 años de edad, sólo 14 por ciento estudiaba; sin embargo, más de 60 por ciento de éstas dejó de estudiar como consecuencia de su embarazo.
Aunque puede argumentarse que un gran porcentaje de las mujeres que se embarazan a edades muy jóvenes ya no estudiaban al momento de embarazarse, los datos mencionados confirman que el embarazo temprano parece constituir una razón importante para que abandonen sus estudios las jóvenes que aún se encontraban estudiando cuando se embarazaron por primera vez.
Por otra parte, en relación con el inicio temprano de la historia reproductiva, una de las situaciones que en mayor medida hacen que se califique como un problema al embarazo adolescente es su relación con la salud de la madre y el hijo, en virtud del mayor riesgo de muerte que enfrentan durante el primer año de vida los hijos de madres muy jóvenes.
Los orígenes de esta mayor mortalidad infantil no han sido establecidos con claridad, lo que ha permitido que se ponga en duda la existencia de una relación causal entre la edad de la madre y una mayor mortalidad y que ésta se asocie más a las condiciones socioeconómicas de la madre que pueden incidir sobre la sobrevivencia de los hijos.
La información analizada muestra una mayor proporción de muertes en el primer año de vida entre los hijos de madres menores de 20 años que la que presentan las mujeres que tienen a sus hijos después de esta edad. Entre las madres que tuvieron a su primer hijo a los 14 años, de cada 100 de sus primeros nacimientos 9.5 fallecen durante el primer año de vida. Los porcentajes de muertes infantiles se reducen entre las madres de las edades que siguen, pero antes de los 20 años son todavía muy superiores a los observados entre mujeres que tuvieron a su primer hijo nacido vivo entre los 20 y los 34 años.
Esta situación ha sido demostrada por otros autores a nivel internacional con la información de la Encuesta Mundial de Fecundidad (WFS, por sus siglas en inglés) (Rutstein, 1983) y más tarde con la información de la serie de investigaciones que corresponde a la Encuesta de Demografía y Salud (DHS). Esta relación se confirma en México para los años recientes con la información de la Ensar-2003.
Se puede pensar que este mayor riesgo de mortalidad se origina en el hecho de que una gran proporción de las madres adolescentes proviene de grupos sociales que tienen un acceso limitado a los servicios de salud; sin embargo, si aceptamos que el nivel de escolaridad refleja la condición socioeconómica de las mujeres, la información muestra que la mortalidad infantil es mayor entre los hijos de madres menores de 20 años, cualquiera que sea su nivel de escolaridad, comparado con la mortalidad de los primogénitos que se conciben entre los 20 y los 24 años de edad, como se puede ver en el cuadro correspondiente.
Se ha comentado en apartados anteriores que un inicio temprano de la maternidad tiene un impacto directo sobre el crecimiento de la población mediante su efecto en la fecundidad acumulada. Esta relación entre edad al nacimiento del primer hijo y número total de hijos a determinadas edades lo confirman nuestros datos.
La relación entre el inicio temprano de la historia genésica y la fecundidad subsecuente ha sido objeto de muy diversas investigaciones (Balakrishnan et al, 1978; Morgan y Rindfuss, 1999) que tratan de establecer el efecto que la edad al nacimiento del primer hijo tiene sobre el denominado calendario de la fecundidad o sobre la fecundidad acumulada que es alcanzada a edades sucesivas de la mujer.
Trusell y Menken (1978) mostraron que 15 años después del nacimiento del primer hijo persisten diferencias en la paridad media de las mujeres a edades específicas a lo largo de su periodo reproductivo según la edad de inicio de su historia reproductiva. Las razones para explicar este efecto pueden originarse en una fertilidad mayor entre las mujeres que tienen hijos a edades muy jóvenes, o en condiciones socioeconómicas diferenciales que inciden sobre los determinantes directos de la fecundidad, como la edad al matrimonio o el uso de anticonceptivos.
Independientemente de los orígenes de esta relación, los datos de la encuesta que ahora se analiza muestran la existencia de una relación entre edad de la madre al tener el primer hijo y la fecundidad alcanzada por las mujeres cuando estas son clasificadas en grupos según su edad actual.
En un primer acercamiento al cuadro 15 es posible afirmar que al final del periodo reproductivo a nivel nacional las mujeres que tuvieron a su primer hijo en la adolescencia conciben aproximadamente tres hijos más que las mujeres que fueron madres por primera vez después de los 20 años. Más específicamente, al llegar al final del periodo reproductivo, las mujeres del grupo de edad 45 a 49 años, que fueron madres por primera vez antes de los 17 años muestran una fecundidad acumulada superior a los seis hijos, mientras que aquéllas que fueron madres después de los 21 años tienen menos de cuatro hijos. Es decir, la diferencia es mayor a dos hijos y está asociada a la edad de inicio de la historia genésica.
En cada uno de los grupos de edad representados en el cuadro mencionado las diferencias en la fecundidad acumulada son tan claras y consistentes que permiten estimar que un retraso en el inicio de la maternidad tiene un claro efecto sobre la fecundidad total.
A partir de estos datos, y si no se modificaran otros parámetros de la historia reproductiva, puede decirse que eliminar o reducir la fecundidad adolescente tendría un efecto significativo sobre la tasa global de fecundidad y sobre el crecimiento de la población.
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1 En una investigación sobre la fecundidad, la relación coital heterosexual es, desde luego, el tipo de relación que interesa estudiar, aunque debe mencionarse que entre los jóvenes mexicanos son cada vez más frecuentes las relaciones sexuales que no implican el coito vaginal y que se concentran en relaciones orales o coitos anales. El análisis de los orígenes de estos nuevos comportamientos supera los objetivos de este texto, por lo que sólo se dejan anotados.
2 Para el total de la población, la distribución según nivel de escolaridad, en términos porcentuales es la siguiente: menos de primaria completa, 17.9; primaria completa, 19.1; secundaria, 31.0 y preparatoria o más, 32.1. Sin embargo, para la generación 1954-1958 el porcentaje de mujeres que no alcanzó a completar la primaria supera 40 por ciento, y 20 años después, para la generación 1974-1978, el porcentaje se reduce a 14 por ciento.
Información sobre el autor
Carlos Welti Chanes Es economista, sociólogo y demógrafo por la Universidad de Chicago. Es investigador titular del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores desde la fundación de éste. Ha sido presidente de la Sociedad Mexicana de Demografía, coordinador general del Programa Latinoamericano de Actividades en Población y vicerrector de Investigación y Estudios de Posgrado de la Universidad Autónoma de Puebla. Es profesor de análisis cuantitativo del posgrado en la facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Es miembro del Consejo de Administración de la Asociación Mexicana de Planificación Familiar (Mexfam) y preside su comité técnico. Ha publicado un gran número de trabajos sobre la fecundidad. En uno de sus trabajos más recientes analiza la información de la Encuesta Nacional de Salud Reproductiva de 2003, en el cual muestra la posible sobreestimación del descenso de la fecundidad en México en los últimos años. Correo electrónico: welti@servidor.unam.mx