SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.19 número75Apoyos en los hogares con al menos un adulto mayor en el Estado de MéxicoLa utilización de servicios sociales entre las mujeres migrantes en la ciudad de Buenos Aires índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay artículos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Papeles de población

versión On-line ISSN 2448-7147versión impresa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.19 no.75 Toluca ene./mar. 2013

 

Movilidad ocupacional, familia y ciudad. Una propuesta para el estudio de las migraciones en la Patagonia (Neuquén: 1960-1991)

 

Occupational mobility, family and city. A proposal for the study of migrations in Patagonia (Neuquén: 1960-1990)

 

Joaquín Perren

 

Universidad Nacional del Comahue (Argentina).

 

Este artículo fue
Recibido el 9 de septiembre de 2009
Aprobado el 15 de marzo de 2011.

 

Resumen

Con este trabajo pretendemos abordar distintos elementos que diferenciaron las oportunidades de un conjunto de familias de migrantes. Por un lado, analizamos la función que el núcleo familiar, la parentela y las relaciones sociales tuvieron en lo que algunos autores denominaron "ciclo de integración urbana". Por otro, evaluamos la importancia que la implantación en el tejido urbano tuvo en el logro de una racionalidad, capaz de sacar provecho de un espacio social que distribuía oportunidades, aunque no eran ilimitadas. La particularidad del estudio que presentamos no radica precisamente en la utilización de evidencia cuantitativa, en este caso demográfica, sino en el deseo de dar un paso delante de una óptica serial. En nuestro caso, lo cuantitativo se presenta como la puerta de ingreso a un conjunto de comportamientos sociales que no fueron necesariamente uniformes. Alejados de las medias y de las tendencias generales, nuestro propósito es reconstruir la gama completa de usos que los migrantes hicieron de un escenario que desandaba un camino de complejización.

Palabras clave: Estudios urbanos, migraciones, familia, redes sociales, Patagonia.

 

Abstract

This work intends to address the various elements that generated different opportunities to a group of families of migrants. On the one hand, we analyze the role that family, relatives and social relations had in what some authors called "urban integration cycle". On the other hand, we evaluate the importance of location in the urban fabric in the achievement of a rationality, able to take advantage of a social space which distributes opportunities, although they were not unlimited. The particularity of this study is not precisely the use of quantitative evidence, in this case demographic, but in the wish to step in front of a serial point of view. In our case, quantitative is the gateway to a set of social behaviors that were not necessarily uniform. Away from averages and general trends, our purpose is to reconstruct the full range of uses that migrants made of a stage that retraced a path of complexity.

Key words: Urban studies, migrations, family, social networks, Patagonia.

 

Introducción

Entre 1960 y 1991 la población neuquina se multiplicó casi siete veces: sus humildes 25 mil habitantes se transformaron en 170 mil. Al igual que a nivel provincial, dos fenómenos ayudan a entender un crecimiento de semejante dimensión. Por un lado, debemos mencionar un incremento vegetativo que se mantuvo entre los más altos de Argentina: una mortalidad en caída libre fue acompañada, durante 30 años que abarca la pesquisa, por una natalidad que, aunque en baja, siempre estuvo por encima de la media nacional. Por el otro lado, el crecimiento migratorio, resultado de convertirse en el centro de servicios más relevante de la Patagonia, llevó a la ciudad de Neuquén a posicionarse como una de las áreas receptoras de mayor progreso durante la segunda mitad del siglo XX (Perren, 2009). A excepción de Ushuaia, la pequeña capital de Tierra del Fuego, no hubo centro urbano que haya recibido, siempre en términos relativos, una mayor afluencia migratoria (Lattes, 2007: 40-43).

Los resultados de este masivo desplazamiento poblacional están a la vista. Los 90 mil migrantes que hacia 1985 residían en la ciudad explican el ingreso de Neuquén dentro de las 15 urbes más pobladas del país (Toutoujdian y Vitoria, 1990: 30). Al mismo tiempo, esa masa de habitantes hizo que la ciudad comenzara a desandar un camino de complejización social. Esa sociedad poco estratificada, tan propia de la primera mitad del siglo XX, sumó nuevos sectores, aunque ellos no se dispusieron aleatoriamente en el tablero urbano. Lejos de eso, el distrito central, mucho más consolidado, concentró al grueso de quienes habitaban en los estratos superiores de la estructura ocupacional; mientras que los anillos exteriores albergaron a los eslabones más débiles del empleo manual y no manual (Perren, 2006 y 2007). Simultáneamente, los grupos migratorios de origen urbano y con un mayor grado de instrucción, en especial los llegados de centros tradicionales del Litoral, fueron los que mostraron un comportamiento más centralizado; mientras que los llegados de áreas rurales (del interior provincial o de Chile) estuvieron sobrerrepresentados en los bordes de la ciudad (Perren, 2006 y 2007).

Los criterios que nos permitieron aproximarnos a la inserción ocupacional y a las pautas residenciales de los migrantes fueron útiles también para comprender el mundo de las elecciones matrimoniales. La fragmentación sociogeográfica de la ciudad, que establecimos entre centro y periferia, generó mercados matrimoniales segmentados que tuvieron a la cercanía como principal condicionante (Perren, 2009). Los diferentes cuadrantes de la capital albergaron una sociabilidad que, entre otras cuestiones, sirvió de insumo a la decisión matrimonial. Así, detrás de categorías difícilmente aplicables en un escenario caracterizado por procesos migratorios internos —como endogamia o exogamia— encontramos una realidad surcada por la "homogamia residencial" y, sobre todo, por la "homogamia ocupacional" (Perren, 2009).

Hasta aquí, los estudios que se dedicaron a cada uno de los puntos comentados consideraron únicamente los comportamientos medios, expresados en la consabida figura del promedio. Esta opción, panorámica por excelencia, mejoró nuestro conocimiento sobre cuestiones que por mucho tiempo habían permanecido detrás de un velo de sombras. Pese a ello, mucho del encanto del telescopio se esfuma cuando se trata de responder preguntas como: ¿cuáles eran las aspiraciones de los miles de individuos que convergieron en una ciudad que creció gracias a ellos?, ¿cómo percibieron su condición de recién llegados y cómo evaluaron sus posibilidades en un escenario de creciente complejidad?, o ¿cuántos de ellos colmaron las expectativas generadas de forma previa al traslado?

Estos interrogantes nos trasladan a un tema que ha desvelado a sociólogos, antropólogos e historiadores: el problema de la integración. En nuestro caso, estudiar la adaptación de los recién llegados nos obliga a echar un vistazo a una movilidad que fue tanto ocupacional como geográfica. Ambos procesos, como ya dijimos, tuvieron como escenario a una ciudad que modificaba su apariencia y a un mercado laboral de enorme dinamismo. Es justamente esta fuerte movilidad lo que nos obliga a actuar con suma cautela en el terreno metodológico. Los estudios de stock, por lo general ligados a las prácticas censales, nos brindan fotografías, pero no un seguimiento en el tiempo de una unidad de análisis específica (en nuestro caso, familias). Esa escasa sutileza impide que vean la luz fenómenos de suma importancia para comprender el ajuste de los migrantes a una sociedad que experimentaba un acelerado proceso de transformación.

Puede que un ejemplo nos brinde algunas pistas sobre la necesidad de concentrar nuestra atención en un número limitado de familias. Cuando relevamos la documentación del Registro Civil advertimos una fuerte implantación de la población migrante en los márgenes de la ciudad (Perren, 2006 y Perren, 2007). Una lectura superficial de la evidencia podría llevarnos a pensar que esos nuevos vecindarios se comportaron como espacios segregados, sin ningún intercambio con el resto de la ciudad. En caso de centrar nuestra atención en unidades de observación más pequeñas, veríamos —aun sin invalidar la idea que ciertos espacios poseían una lógica interna de funcionamiento— una realidad muy rica en matices. Ante todo, residir en un espacio periférico no necesariamente implicaba un establecimiento definitivo en esa área de la ciudad. Podríamos pensar a esa estancia como parte de una estrategia familiar de ascenso social, que contemplaba a la residencia en las zonas menos consolidadas como una etapa dentro de una trayectoria de más largo aliento. Las implicancias de esta última posibilidad son, a la vez, simples y cruciales: lejos de comportarse como compartimentos estancos, los diferentes barrios establecieron un intenso tráfico entre sí, lo que complica la utilización de la idea de guetto para interpretar la realidad neuquina.

Pero si la figura de la "isla" no es la más adecuada para comprender la dinámica de la ciudad, ¿qué otra figura podría ayudarnos a retratar a Neuquén en su periodo de mayor crecimiento?

La metáfora del "edificio", utilizada por Gribaudi (1987: 17) en el caso turinés, quizás nos brinde algunas ideas al respecto. En un texto clásico, el microhistoriador italiano nos advertía que la condición obrera —pero especialmente la vida en los márgenes de la ciudad— podía ser pensada como una casa reconstruible a partir de las percepciones de sus locatarios (tanto permanentes como temporales). Las aproximaciones de sus moradores podían ser diferentes y hasta opuestas, pero todas coincidían en señalar algunos "datos duros", tales como sus muros, sus espacios comunes y sus pasillos. Esta doble realidad, a la vez objetiva y subjetiva, empujó a Gribaudi a realizar una aproximación que atendiera simultáneamente a ambas dimensiones. Por un lado, era necesario un enfoque estadístico, centrado en la familia como unidad de análisis, que brindara apoyo para la descripción de esa realidad más bien estructural, a partir de la cual podemos dar cuenta del escenario y de las posibilidades que la ciudad brindaba a los recién llegados. Por el otro, era importante rescatar, por medio de testimonios orales, aquellos elementos culturales que dieron forma a espacios que difícilmente podríamos pensar como homogéneos. Gracias a esta sinergia entre distintas clases de evidencia podemos aproximarnos a la racionalidad que se encontraba detrás de las acciones de nuestros migrantes.

Con esta guía metodológica comenzamos a entrevistar a una decena de migrantes llegados de distintos puntos del país e inclusive algunos que arribaron del extranjero.1 La mayoría de ellos había ingresado a la ciudad en la década de los sesenta, justo en el momento en que la provincia comenzaba a delinear su perfil exportador de energía y su capital, a albergar un vigoroso sector terciario. Con la base suministrada por los testimonios, nos lanzamos a la tarea de reconstruir —a través de los documentos conservados en los archivos de la Dirección Provincial de Registro Civil y de la Justicia Electoral— los comportamientos profesionales, geográficos y demográficos que acompañaron a un centenar de familias en su itinerario en la ciudad.

La particularidad del estudio que presentamos no radica precisamente en la utilización de evidencia cuantitativa, en este caso demográfica, sino en el deseo de dar un paso adelante de la óptica serial. Por lo general, esta forma de aproximación pone el acento en las tendencias, aun a riesgo de simplificar la realidad histórica. Si estudiáramos los fenómenos recolectados —matrimonios, nacimientos, domicilios y ocupaciones— desde este ángulo, nuestros resultados solo podrían echar luz sobre cuestiones como la evolución de la estructura familiar, la fecundidad o la edad de matrimonio. En nuestro caso, lo cuantitativo se presenta como la puerta de ingreso a un conjunto de comportamientos sociales que no fueron precisamente uniformes. Alejados de las medias y de las tendencias generales, nuestro propósito es reconstruir la gama completa de usos que los migrantes hicieron de un escenario que desandaba un camino de complejización. Claro que para examinar los usos que las familias hicieron de los recursos que ofrecía la ciudad, tema fundamental para comprender su integración, debemos prestar atención a los factores que influyeron y orientaron las decisiones de los diferentes actores sociales (Gribaudi, 1987: 20).

En las siguientes páginas examinaremos los distintos elementos que diferenciaron las oportunidades de las familias escogidas. Por un lado, es necesario analizar la función que el núcleo familiar, la parentela y los vínculos cumplieron en los distintos momentos de la expansión de la ciudad. Por el otro, es preciso que evaluemos la importancia que la implantación en el tejido urbano tuvo en el logro de una racionalidad capaz de sacar provecho de un espacio social que distribuía oportunidades, aunque ellas no eran ilimitadas. Una racionalidad que, como dijimos, tenía como meta la adaptación a una ciudad cambiante e implicaba utilizar los recursos que aquella ofrecía de forma innovadora. De todas formas, y más allá que esa lógica, pretendía obtener un máximo beneficio del contexto. No podríamos pensarla como absoluta, podríamos hablar, en todo caso, y más allá de lo obvio que pueda parecer, de una racionalidad acotada, que se encontraba jalonada por el funcionamiento interno de las familias y por el universo relacional donde ellas se insertaron.2 Y en ese punto, las críticas al modelo neoclásico son irresistibles: lejos de tener un dominio perfecto de la información, nuestras familias tomaron decisiones en función de un conocimiento limitado y siempre sujeto a variaciones. De ahí la importancia de utilizar un concepto de estrategia que incluya todo aquello que hace a la definición tradicional (cierto margen de maniobra, objetivos a largo plazo y una cuota de incertidumbre), pero también que tenga en claro que este menú de opciones no podía ser elaborado desde la más absoluta soledad (Garrido Medina y Gil Calvo, 1993: 14-15). Como la última muñeca de una mamushka, los individuos —en nuestro caso, migrantes— se encontraban en el centro de un universo relacional que funcionaba, a la vez, como recurso y límite a sus posibilidades.

 

Movilidad ocupacional y estructura familiar

Por mucho tiempo la familia fue imaginada como una estructura racional que optimizaba los recursos que tenía a su disposición. La reacción frente a la neoclásica idea del homo economicus terminó delineando la imagen exactamente contraria: el homo strategicus (Bjerg y Boixados, 2004: 1819). De un ser atomizado cuyo objetivo era maximizar beneficios, pasamos a un individuo que empleaba la trama de relaciones en la que estaba inserto para perseguir sus fines (Bourdieu, 1980: 2-3). La familia fue quizás el "buque insignia" de esta nueva forma de imaginar el funcionamiento social. La metáfora de Robinson Crusoe, cuyos detractores iban desde el marxismo hasta Bourdieu, era reemplazada por la no menos literaria del familismo de teleserie, parafraseando a Ramella (1995: 10). La concepción de familia resultante es, a esta altura, un clásico: el espacio doméstico funcionaria como un todo armónico que amplifica las posibilidades individuales gracias a una gestión perfecta de recursos económicos, sociales y afectivos (Perren, 2007a).

Nuestra reconstrucción de más de un centenar de familias, sin embargo, nos ha permitido introducir algunos matices a esta hipótesis. Es cierto que la presencia de una estructura familiar activa mejoraba las posibilidades de protagonizar itinerarios individuales ascendentes. Numerosos estudios han demostrado la importancia de la parentela en la elección de un destino migratorio, en la inserción laboral de los migrantes y en sus posibilidades de éxito. No menos abundantes han sido las investigaciones que probaron la trascendencia del entorno relacional en el funcionamiento del mercado del trabajo y en las formas de organización de la economía (Triglia, 2003: 7). Pese a su incuestionable relevancia, los resultados de la pesquisa muestran que el equilibrio interno de la familia, basado en la distribución de obligaciones y recursos, es particularmente delicado en un escenario cambiante como el neuquino. La familia no siempre era una inagotable cantera de recursos, sino que, en ocasiones, podía obstaculizar procesos de movilidad ocupacional. Existen diferentes elementos que pueden atrasar o acelerar el proceso de integración o, lo que es igual, el aprendizaje de una racionalidad urbana. La dimensión del grupo familiar es uno de ellos: una familia grande (es decir, con tres o más hijos) tendió a complicar una distribución armónica de los recursos, mientras que una pequeña se comportaba en el sentido contrario.3

La incidencia negativa que la dinámica interna de una familia numerosa tiene sobre la movilidad profesional puede ser fácilmente medida. El Cuadro 1 nos muestra la relación entre el índice de movilidad intrageneracional y la talla del núcleo familiar. Una mirada superficial del mismo nos ofrece un dato esclarecedor: los fenómenos de fuerte movilidad ascendente se concentran en las familias poco numerosas.4 En contraposición, no registramos ascensos considerables entre quienes tuvieron tres o más hijos. La opción de estos últimos por la estabilidad, en lugar de una posible —pero siempre riesgosa— mejoría, ayuda a entender los fuertes contrastes entre ambos grupos de familias.

La influencia del número de integrantes es aun más evidente si atendemos a las diferencias entre las familias más pequeñas. Un simple cálculo puede echar luz al respecto: era dos veces más probable que un matrimonio con un solo hijo experimentara un ascenso considerable antes que lo hiciera una familia con dos. Lo sucedido con los ascensos leves se ubica en las mismas coordenadas. Solo siete por ciento de las familias numerosas logró mejorar su situación profesional; cifra insignificante en comparación con 30 por ciento exhibido por los matrimonios con uno o dos hijos. Queda claro, entonces, que una familia de reducida dimensión constituía una estructura versátil, que pareciera adaptarse a la perfección a un mercado laboral dinámico como el neuquino.

Si las familias pequeñas pudieron redoblar la apuesta, ¿qué sucedió con las más numerosas? Los registros se encuentran en el rango de lo esperable: la carga familiar, reflejada en el aumento de los gastos, obligó a los miembros adultos a comportarse en forma defensiva, privilegiando la estabilidad de un empleo seguro sobre una estrategia de diversificación profesional. El degradee que se dibuja cuando observamos las trayectorias nulas es una buena muestra de esto: si las familias pequeñas que reúnen ese requisito oscilan entre 38 y 48 por ciento (para los matrimonios con uno y dos hijos respectivamente), entre las numerosas esa proporción supera la barrera de 60 por ciento. Lo que advertimos en los itinerarios profesionales de las familias de cierta talla es una falta de armonía entre los ciclos de vida individuales —en nuestro caso, del padre— y los recursos recíprocos. Es decir, un desequilibrio que, como ha demostrado Gribaudi (1987: 96), anula a menudo las aspiraciones personales en favor de las apremiantes necesidades familiares, obligándolas a andamiar estrategias globales de corto plazo. De esta forma, la necesidad constante de recursos llevó a estas familias a lo que Wilensky (1963: 105-124) denominaba "un aprieto del ciclo vital" o, lo que es igual, momentos en los que los ingresos estaban por debajo de las expectativas sociales para ese momento de la vida familiar.

Puede que la historia de vida de José nos brinde algunas pistas sobre la relación entre el tamaño de la familia y la movilidad ocupacional. Nuestro protagonista nació en la ciudad de Goya (Corrientes) en 1949.5 En parte por las dificultades económicas que atravesaba su provincia natal y en parte por una enfermedad respiratoria, se lanzó muy joven a la ruta. Luego de trabajar de forma temporal en diferentes ciudades del Litoral, nuestro migrante correntino recaló en Neuquén, donde el clima seco ayudaba a combatir su persistente asma. Ayudado por un paisano, José se incorporó en 1966 a un mundo que conocía a la perfección: la construcción. Con una carrera profesional no demasiado consolidada, José contrajo nupcias con una joven que conoció en el barrio Mariano Moreno, un área donde los faltantes de servicios eran evidentes (Perren, 2007). Su matrimonio se comportó como una escisión en su trayectoria vital: la necesidad de sostener a su familia hizo que José evaluara nuevas opciones, sobre todo aquellas que le permitieran escapar del volátil mundo de la construcción. En 1973, un conocido del Club, que oficiaba de mayordomo en la Universidad Nacional del Comahue, "le da una mano".6 Gracias a este contacto, nacido de un espacio de sociabilidad barrial, José accedió a un cargo como oficial de mantenimiento en la joven casa de estudios. Aunque este empleo no suponía un incremento de sus ingresos, pero tal vez sí de otros aspectos simbólicos, sus oportunidades de enfrentar "tiempos muertos" se desvanecieron. Y ese comportamiento defensivo se reforzó conforme la familia sumaba nuevos integrantes hasta llegar a siete hijos. Cuando nos aproximamos a la experiencia de José, su reflexión sobre su trayectoria es, por si sola, suficiente para desnudar una lógica minimizadora de riesgos, que no dudaba en renunciar a la movilidad en función de una mayor estabilidad:

Siempre tuve tranquilidad y estabilidad social, pero en lo económico no pude progresar. Me mantengo. Siempre fui un laburante [trabajador]. Gano lo necesario como para comer y mantener a mi familia. De ahí para adelante no podés progresar porque no alcanza.7

Si las familias numerosas veían a la estabilidad como un valor, ¿qué podríamos decir de las familias que retrocedieron casilleros en la estructura ocupacional?

Ante todo, debemos señalar que los descensos fueron un fenómeno marginal. Que solo hayan afectado a 20 por ciento de las familias reconstruidas, sin importar su número de integrantes, es una prueba fehaciente de las oportunidades que ofrecía la economía neuquina durante el periodo estudiado. Su menor incidencia no implica que no hayan albergado algunas particularidades. Centremos primero nuestra mirada en los descensos fuertes, allí observamos una tendencia que invierte el patrón advertido en las trayectorias ascendentes: 12 por ciento de las familias numerosas tuvieron una brusca caída en términos profesionales, mientras que solo cinco por ciento de las familias de dos hijos fueron objeto de un fenómeno de esa naturaleza (Cuadro 1). Entre los matrimonios que decidieron tener un solo hijo, por su parte, no encontramos ningún caso de descenso fuerte. Estos datos parecieran indicarnos que una familia pequeña permitía rectificar la trayectoria profesional de sus integrantes con relativa facilidad. El caso de las familias numerosas pareciera situarse en el reverso: una mala decisión en materia laboral podía volverse un camino sin salida, obstaculizando severamente el proceso de integración.

Los descensos leves vuelven a tener a las familias pequeñas como protagonistas. Este fenómeno, a priori contradictorio, puede ser fácilmente explicado. El menor tamaño de las familias permitió a sus miembros abrazar una lógica maximizadora de beneficios, que podía traducirse —como demostramos— en ascensos sociales meteóricos, pero también en retrocesos ocupacionales de cierta envergadura. La parábola descendente en 22 por ciento de las familias pequeñas pareciera confirmar este punto (Cuadro 1). Entre las familias numerosas este comportamiento no es tan evidente. La necesidad de responder prioritariamente a las exigencias más inmediatas tuvo como resultado una racionalidad orientada hacia la minimización de riesgos. No es extraño, entonces, que la comparación entre las familias de tres integrantes y las de más de cinco nos devuelve la imagen de un espejo invertido. Entre las primeras, seis de cada diez mostraron trayectorias variables en el tiempo, tanto ascendentes como descendentes. Las familias numerosas, en cambio, invierten la lógica observada: solo cuatro de cada diez mostraron un comportamiento semejante.

Todos estos hechos confirman que la dimensión familiar es un elemento que diversifica los itinerarios familiares en su primera fase de integración urbana, ya sea para los migrantes como para los nativos que ingresaban al mercado laboral. De hecho, las familias numerosas parecieran no emplear los recursos de acuerdo con las posibilidades que ofrecía el mundo urbano neuquino. Y esto, como es de esperar, complicó enormemente la posibilidad de andamiar trayectorias profesionales favorables. La extinción de la costumbre, muy extendida durante la primera mitad del siglo XX, de incorporar adolescentes como aprendices en diversos oficios, operó en el mismo sentido. El despliegue del sistema educativo en los barrios periféricos de la ciudad y el endurecimiento de las normativas sobre trabajo infantil privaron a la economía familiar de los recursos que llegaban por el trabajo de los menores, sobre todo en los sectores populares. Si bien las autoridades municipales insistían en señalar la creciente importancia de los "chicos de la calle", quienes —desde su mirada— deslucían reductos tradicionales de la ciudad, este fenómeno era todavía un ingrediente secundario del paisaje neuquino. De todas formas, y más allá de los ingresos que podían provenir de los adolescentes insertos en el mercado laboral, su impacto era insignificante en relación con la carga que los hijos suponían en el largo plazo.

Llegados a este punto, una pregunta se impone: ¿en qué medida los migrantes colaboraron en este nuevo modelo familiar?

Es difícil saber si estos mecanismos eran concientes entre quienes llegaban desde otras provincias argentinas. Sin embargo, podríamos decir que estas "decisiones demográficas", usando los términos empleados por Gribaudi (1987: 21), estuvieron menos relacionadas con propensiones afectivas que con estrategias dictadas por una racionalidad que llevaba largo tiempo en los escenarios urbanos de mayor tradición. De esta forma, la opción de limitar el número de nacimientos pareciera proyectar, en esta lejana comarca patagónica, una racionalidad nacida en las experiencias que precedieron y acompañaron a la emigración.8 Si bien no estaba entre nuestros objetivos reconstruir los itinerarios familiares previos a su llegada, podríamos decir que el grueso de los migrantes provino de escenarios avanzados en la transición demográfica; es decir, donde la fecundidad había iniciado, hacia comienzos del siglo XX, una larga marcha descendente (Masse, 2001: 52).

Algo no muy diferente podríamos decir de los migrantes del interior provincial. La tendencia general de control de nacimientos puede observarse en la primera generación de migrantes que llegaban de los espacios sacudidos por la crisis de la economía cordillerana. La caída en desgracia de la pequeña ganadería, resultado de la desestructuración de los intercambios comerciales con Chile,9 condujo a un replanteamiento del modelo de familia. Si en el pasado un gran número de integrantes garantizaba brazos para las diversas tareas pecuarias, en lo sucesivo ese modelo comenzó a sobrecargar la economía doméstica, de no producirse cambios era probable que estos pequeños productores solo dependieran de los recursos suministrados por una actividad que ya mostraba rendimientos decrecientes. En el marco de una familia numerosa, la opción más viable suponía poner en marcha una estrategia global de reconversión basada en la diversificación del universo laboral de los hijos. Una posible salida era la emigración de los miembros que no cumplían con tareas productivas. La otra era, sin reducir el tamaño de la familia, diversificar los ingresos a partir del empleo temporal de sus integrantes masculinos en actividad frutícola del Alto Valle del Río Negro o bien en las diversas obras públicas que fueron transformando la geografía de la provincia. Todos estos elementos nutrían a las unidades domésticas de recursos inmediatos, pero no resolvían el problema de fondo relacionado con unidades familiares que perdían su fuente de ingresos tradicional. De ahí que un modelo de familia reducida se fuera convirtiendo en un ideal no solo en los espacios rurales, sino también para quienes desde allí iniciaron itinerarios migratorios (Perren, 2009a: 22).

Podemos señalar que las opciones demográficas de las primeras generaciones de migrantes estuvieron orientadas por una combinación de evaluaciones que fueron delineadas en el curso de la experiencia pasada. Combinación que impide, una vez proyectada en la situación presente, comprender la particularidad y lo novedoso de sus formas. En ciertos casos, la racionalidad emergente pareciera adaptarse a la perfección a un escenario de crecimiento explosivo como Neuquén. En otros, especialmente cuando registramos una continuidad de una estrategia de diversificación y del modelo de familia numerosa, estos comportamientos se volvieron particularmente inadecuados y su repercusión negativa sobre los itinerarios familiares. Los descensos fuertes concentrados en las familias de envergadura parecieran abonar esta idea.

La incidencia de las opciones demográficas en las estrategias de integración se encontraba presente entre quienes se instalaron en Neuquén desde muy jóvenes. Por ejemplo, Miguel, un migrante santafesino cuya biografía recorreremos más adelante, comparaba las posibilidades económicas de su familia respecto a la de Román, un amigo de su primera época en la ciudad. Si bien ambos tenían empleos similares, Miguel recordaba que, hacia comienzos de los ochenta, "la familia de Román siempre llegaba con lo justo porque tenía cuatro hijos que mantener". Esta asimetría ganó terreno con el paso del tiempo: Miguel adquiría un lote y construía su casa en un sector de lo que denominamos "centro extendido"; mientras que Román permanecía en su condición de inquilino sin lograr edificar una carrera ocupacional ascendente. Parece claro, entonces, que en la propia mirada de los actores una familia limitada era menos rígida de cara al mercado laboral y en momentos de crisis domésticas. Es más, no estaríamos equivocados si dijéramos que el tamaño de la familia era resaltado por los mismos migrantes como una variable de estratificación y de diferenciación social. En otro testimonio, Juan Carlos, un migrante llegado de Mendoza, no dejaba dudas al respecto, cuando ligaba a las familias numerosas con los sectores populares: "A las familias numerosas las asoció con la pobreza. Una familia de muchos hijos complica las chances de progreso: más obligaciones, menos formación, más necesidades económicas y más pobreza".10

La toma de conciencia de estos mecanismos es, sin duda, uno de los elementos que caracterizaron las etapas del itinerario urbano de las familias. Los dichos de los testigos y las estadísticas oficiales nos indican una orientación hacia un mayor control de la natalidad y, junto a ello, hacia una familia ideal de solo dos hijos. Ambos elementos nos proporcionan pistas sobre un proceso de integración en curso, sobre la creciente importancia de estos mecanismos para los habitantes y sobre las posibilidades que la ciudad ofrecía a las familias de escasa dimensión.

 

Movilidad ocupacional y edad de matrimonio

En una situación en que los recursos y las posibilidades individuales se modifican en función del tamaño familiar, las decisiones matrimoniales se convierten en un elemento de suma importancia en la diversificación de los itinerarios dentro de la ciudad. Avanzar o retrasar la edad de matrimonio puede acelerar o retardar la movilidad profesional individual. O, en términos de Gribaudi (1987: 103), pueden "aumentar o disminuir las posibilidades de acceder a estrategias más complejas de calificación o de reconversión profesional".

El análisis de las familias reconstruidas nos muestra que un matrimonio tardío tendió a favorecer un mayor número de estrategias ocupacionales y esto se tradujo fácilmente en procesos de movilidad ascendente. Podemos constatar que aquellas personas que contrajeron nupcias por encima de la edad media tuvieron una mayor gama de recursos a su disposición. Una escolaridad superior, que diera pie a una carrera profesional fluida, era uno de ellos. La puesta en marcha de una estrategia de capacitación, recurso que comienza a ser juzgado vital en la movilidad social, tuvo como consecuencia el retraso del ingreso a la vida matrimonial. Aunque el sistema educativo neuquino transitaba por una etapa inicial, un pasaje por el mismo mejoraba las oportunidades de tomar distancia de los empleos manuales, sobre todo de los que se situaban en la base de la estructura ocupacional. En otros casos, la posibilidad de tejer relaciones en diferentes ámbitos laborales era estimulada por la ausencia de una carga familiar. Y ese capital social suministraba la información necesaria para diseñar estrategias que maximizaran los riesgos, dando lugar a algo que —a falta de un mejor término— podríamos llamar "espíritu de empresa" (Gribaudi, 1987: 104).

Esto puede ser fácilmente corroborado en los itinerarios de los migrantes en la ciudad. Un buen ejemplo lo ofrece la trayectoria profesional de Miguel. Proveniente de una familia numerosa, asentada desde fines del siglo XIX en la provincia de Santa Fe, nuestro personaje sufrió los efectos de una actividad agrícola en retirada. Alejado de su época de mayor brillo, su pueblo de origen (San Jerónimo del Sauce) no ofrecía demasiadas oportunidades laborales. En su infancia había alternado sus estudios primarios con numerosas tareas que nutrían recursos a una raquítica economía familiar. La limpieza de vidrios en la estación de servicios local, el reparto de botellas de leche ordeñada por su padre y el acompañamiento de camioneros eran tareas que nos avisan de una familia que no dudaba en diversificar sus ingresos. Cumplido el servicio militar, y alentado por un amigo de su infancia, Miguel se lanzó a una aventura migratoria de incierto desenlace.

Con sus escasos ahorros y un plan que se resumía en "buscar nuevos horizontes", el dúo de amigos inició un autoestop por algunas provincias del centro del país.11 El saldo de la primera etapa de su recorrido no fue demasiado alentador: alternaron empleos temporarios en escenarios de larga tradición como Córdoba o Mendoza. Las pésimas condiciones de trabajo desanimaron a su compañero y lo decidieron a volver "al pago". Ya solo en su travesía, Miguel recaló en la ciudad de Neuquén. Esta localidad patagónica no era por él desconocida: la joven capital provincial hacía tiempo se había convertido en una postal repetida del desarrollismo criollo (Perren, 2007b). La construcción del "Assuan argentino", como era conocido el proyecto de una represa sobre el río Limay, debió ejercer una atractivo irresistible para Miguel. Esa lejana comarca patagónica —cuya publicidad resonaba en su memoria— se presentaba como la última oportunidad de un itinerario que, hasta allí, había sido todo menos exitoso.

Corría el año 1969 cuando Miguel, con 25 años a cuesta, se instalaba en Neuquén. Los primeros días en la capital lo encontraron durmiendo en una explanada frente a la ruta que atravesaba a la ciudad. Su sueño de convertirse en obrero en la construcción de la represa se diluyó rápidamente. El reclutamiento de personal para la megaobra ya había concluido. El impacto de esta última, sin embargo, lejos estuvo de agotarse en ese punto: el efecto de arrastre que imprimió a la economía multiplicó sus oportunidades de obtener empleo (Perren, 2007b). Su experiencia en el mundo del volante, como acompañante y ocasionalmente conduciendo camiones, lo animó a presentarse en la estación de ómnibus. Instalada en una calle del bajo neuquino, justo en el corazón del distrito comercial, la precaria parada se parecía mucho a un remolino de vehículos y personas. Numerosas empresas, la mayoría de ellas recientemente instaladas en la provincia, unían a la prometedora plaza neuquina con destinos tan variados como Buenos Aires, Bahía Blanca, Chile y, desde luego, con las localidades del interior neuquino. Las gestiones diarias de Miguel dieron pronto resultado: El Petróleo, una empresa provincial de transporte, lo contrató como chofer.

Una vez empleado, Miguel puso en marcha una estrategia que, al cabo de algunos años, le permitió ganar autonomía respecto a su patrón. Su objetivo era transformarse en comerciante y tomar distancia de un empleo que juzgaba agotador. En 1972, a los 28 años, nuestro protagonista dio el primer paso en esa dirección: abandonó su cargo de conductor y fue nombrado jefe del Departamento de Tráfico. En ese puesto —estratégico en el funcionamiento de la empresa— aprendió la dinámica de una actividad que avanzaba a una increíble velocidad y comenzó a tejer una densa trama de relaciones. Poco tiempo después, este capital rindió sus primeros frutos. Su cercanía a la gerencia, su fluida relación con los empleados y la ausencia de una familia permitieron a Miguel hacer una jugada peligrosa: dejar su cargo administrativo y aceptar un ofrecimiento para convertirse en comisionista.

Las ventajas y desventajas de la nueva ocupación estaban a la vista. Pese a las escasas posibilidades de mejorar su posición económica, el cargo en la jefatura de tráfico brindaba a Miguel un salario seguro, a salvo de las oscilaciones que caracterizan al transporte colectivo de pasajeros. Ser comisionista, en cambio, multiplicaba los beneficios pero también incrementaba los riesgos: la estabilidad asociada al empleo asalariado era reemplazada por un ingreso basado en un porcentaje sobre cada pasaje vendido. El tiempo demostró que su apuesta no había sido equivocada. Entre 1974 y 1977, la posición profesional de Miguel se volvió más sólida, al punto de venta de la empresa El Petróleo se sumó la representación regional de una prestigiosa empresa nacional. No fue hasta alcanzar ese punto en su carrera que Miguel decidió desposar —a la edad de 33 años— a Marta, una joven odontóloga que en su época de estudiante se había empleado de cajera en la Confitería de la Terminal. Su integración estaba concluida y simbolizada en su matrimonio tardío.

Este matrimonio difícilmente podría ser explicado a partir de la persistencia de redes tejidas con anterioridad al traslado. Si bien los pocos vínculos previos de nuestro informante no se esfumaron, fueron mucho más importantes los establecidos en el nuevo escenario. De hecho, Miguel y su señora no solo provenían de diferentes provincias argentinas, sino que además eran representantes de dos mundos familiares muy distintos: de un lado, un migrante individual cuya familia aun sobrevivía en los márgenes de una economía agraria decadente y, por el otro, una parentela compuesta, en su gran mayoría, por comerciantes, profesionales y docentes. Descartado el peso de las relaciones previas, el lugar de trabajo y la coincidencia habitacional, ambos condicionados por el espacio, son fundamentales para comprender el cruce de dos trayectorias que a priori no tenían demasiadas coincidencias (Otero y Pellegrino, 2005).

Es complicado saber el impacto que tuvieron los rasgos de su personalidad en la edificación de una trayectoria ascendente. Las entrevistas que le hicimos a Miguel nos mostraron una persona abierta, por momentos parlanchina, lo que debió influir en su carrera como comerciante. De todos modos, es necesario destacar que su movilidad ocupacional también estuvo asociada con su matrimonio tardío. A diferencia de otros migrantes que debieron mantener una familia desde su propia llegada a la ciudad, Miguel estaba solo y eso le permitió concentrar esfuerzos en su propio desarrollo profesional. Claro que no todos los migrantes en sus condiciones se lanzaron al mundo de la empresa, pero sí es cierto que pudieron desarrollar más libremente sus intereses y establecer relaciones sociales que podían transformarse en un valioso recurso en el contexto urbano. Podríamos decir, entonces, que un matrimonio retrasado facilitaba los giros profesionales, los cuales fueron bastante menos habituales entre quienes decidieron casarse a temprana edad: los primeros, gracias a la ausencia de una carga familiar, pudieron llevar adelante una estrategia maximizadora de beneficios; mientras los segundos privilegiaron, como es el caso de José, una lógica minimizadora de riesgos (Cuadro 2).

Esta constatación no solo es aplicable a unos pocos casos. Lejos de eso, la amplia conciencia de las oportunidades ofrecidas por un matrimonio tardío habla muy bien de un proceso de integración urbana que ya estaba en marcha. El paulatino retraso de la edad promedio de quienes decidían casarse es un buen síntoma de ello: 26.6 años de los sesenta se convierten en 27.3 hacia los ochenta. Un vistazo a la distribución por edades de los contrayentes nos brinda evidencia en la misma dirección: en los sesenta, 39 por ciento de los contrayentes se casó a una edad en la cual pudieron haber alcanzado (aunque no garantizada) una calificación avanzada, mientras que en los ochenta poco más de 41 por ciento podía ser ubicado en ese casillero. Estas tendencias parecieran reflejar, a escala local y con bastante menor intensidad, un fenómeno que sobrevoló otros escenarios urbanos.12

Lo observado para el conjunto de las actas matrimoniales relevadas puede también aplicarse a nuestro grupo de familias reconstruidas (Gráfica 1).13 Si examinamos la distribución de las edades matrimoniales, vemos que muchas de ellas se alejan del valor promedio (26.3 años) o bien del "curso normal" marcado por las modas (25 y 27 años). Por un lado, tenemos un pequeño porcentaje de individuos, cercano a 20 por ciento, que se casó muy joven. Luego, apreciamos un importante porcentaje de contrayentes, superior a 50 por ciento, concentrado en un momento restringido del ciclo de vida (siete años como máximo) en cuyo seno encontramos la mayor cantidad de casos (a los 28 años). Finalmente, presenciamos una larga serie de retrasos, de 29 años en adelante, que cubren a 20 por ciento restante. Esta leve asimetría hacia la derecha no impide que utilicemos a la edad promedio como un instrumento para analizar las implicancias de las decisiones matrimoniales. Basta con comprobar, en este sentido, que la cantidad de individuos que está por encima y por debajo de ese valor es similar. Por ese motivo, podemos pensar a la edad promedio como una especie de "parteaguas" a partir del cual podemos analizar diferentes tipos de comportamientos.


Clases de edad

Ahora bien, si el retraso de la edad matrimonial comienza a ser evaluado como una posibilidad, ¿cuáles fueron las relaciones entre este fenómeno y la movilidad ocupacional?

Para responder esta pregunta hemos dividido nuestra muestra en tres grupos, que se diferencian a partir de su relación con respecto a la edad promedio (matrimonio anticipado, medio y retrasado). Los datos reunidos en el Cuadro 2 muestran que los porcentajes más altos de movilidad ascendente se sitúan entre quienes contrajeron nupcias con 26 años o más. Como ya dijimos, ese comportamiento permitía acumular un capital relacional en diferentes universos ocupacionales o bien concluir un ciclo de formación que mejoraba las oportunidades de acceder a empleos prestigiosos, disminuyendo la probabilidad de descender abruptamente en la estructura ocupacional.

Comencemos con el grupo cuya edad matrimonial concuerda con el promedio. Entre ellos no encontramos descensos fuertes y solo una pequeña cantidad de caídas leves (cercana a 10 por ciento). En contraposición, las carreras profesionales ascendentes involucran a cerca de la mitad de los casos: un tercio de ascensos leves y poco más de 10 por ciento de ascensos fuertes. El cuadro no se modifica demasiado cuando analizamos a quienes contrajeron nupcias por encima de la edad promedio. Poco menos de 40 por ciento de los mismos experimentó, entre las décadas de los sesenta y los ochenta, algún tipo de movilidad ascendente (26.4 por ciento leves y 11.1 considerables). Pero, a diferencia del grupo que se casó a los 26 años, las carreras profesionales estables eran bastante más habituales. Esto se debe a que el matrimonio resultaba una decisión tomada cuando ya había sido conseguida una sólida posición económica o bien cuando el ciclo de formación estaba concluido. De ahí que encontremos en ese grupo una buena cantidad de profesionales, productores rurales y comerciantes, pero también de empleados que consiguieron insertarse en una administración pública que no cesaba de expandirse.

Un matrimonio tardío no solo estimulaba un comportamiento multiprofesional —que incrementaba los vínculos y las oportunidades de rectificar el itinerario ocupacional— sino además permitía concluir el ciclo de formación, lo cual aumentaba las oportunidades de experimentar una carrera ascendente. La intrincada interacción entre edad al momento de contraer nupcias y movilidad ocupacional también podría pensarse en sentido inverso. En una clave materialista y pensando menos en términos estratégicos, podríamos afirmar que el mercado laboral, conforme nos acercamos a 1990, comenzó a exigir una mayores credenciales y eso, como es de esperar, implicó un retraso en la entrada al matrimonio.

La trayectoria de Ángel es un buen lugar desde donde observar la relación entre credenciales y ascenso social. Empleado desde muy joven en una importante empresa multinacional, fue trasladado a Neuquén en 1980, en el marco de las obras de montaje de una red interurbana de comunicaciones. La importancia de Neuquén en el concierto de la Norpatagonia ayuda a entender su llegada a la capital provincial, pues "era uno de los trabajos más grandes que teníamos (...) y todas las comunicaciones pasaban por este nudo".14 Su deseo de concluir con una etapa signada por los constantes traslados impulsó a Ángel a renunciar a Siemens y emplearse en una empresa de cerámicos, más precisamente en el sector de mantenimiento. La ausencia de una carga familiar permitió a nuestro personaje realizar una apuesta riesgosa: postularse a una beca para ingresar a Hidronor (Hidroeléctrica Norpatagónica) y, una vez seleccionado, trabajar algunos meses ad honorem. Esa estrategia —imposible de llevar adelante en el marco de un matrimonio temprano y de una familia numerosa— fue el soporte de una carrera profesional ascendente. Luego de 1984, ya casado y con su ciclo de formación concluido, Ángel experimentó los últimos bríos de las empresas estatales argentinas. En poco tiempo, protagonizó una integración que fue, a la vez, ocupacional y geográfica: el joven matrimonio accedió a una serie de bienes que siguió una secuencia clásica (muebles-automóvil-vivienda) y se trasladaron de un antiguo barrio periférico al centro neuquino.15

Si un matrimonio tardío facilitaba el tránsito profesional, ¿qué sucedió con quienes anticiparon su ingreso a la vida matrimonial?

No estaría mal si dijéramos que este grupo se encuentra en la situación inversa. Tomando distancia de los casos analizados más arriba, los descensos abarcaron a un cuarto de los casos, la mayoría de los cuales fueron leves (21.4 por ciento). Puede que una comparación traiga luz al respecto: era tres veces más probable encontrar trayectorias profesionales descendentes entre quienes se casaron jóvenes antes que entre quienes retrasaron su ingreso al matrimonio. Un acceso temprano a la vida matrimonial podía, entre otras cosas, truncar un ciclo de formación y volver más inestable la trayectoria profesional. En el caso de los migrantes llegados a la ciudad en edad laboral, un matrimonio temprano significaba, sobre todo, privilegiar un comportamiento monoprofesional. Y esto, como era de esperar, restaba oportunidades de tejer relaciones en diferentes mundos ocupacionales. Sin ese valioso recurso, crecían las oportunidades de no acceder al empleo en momentos bajos de la trayectoria laboral.

En el otro extremo, el grupo que contrajo nupcias antes de los 26 años muestra la menor proporción de ascensos profesionales fuertes. Su pobre 3.6 por ciento contrastaba con 5.7 por ciento y 11.1 por ciento exhibidos por quienes se casaban de forma tardía y por quienes lo hicieron de acuerdo a la media respectivamente. De todas formas, el impulso de la economía neuquina, constante a lo largo de las décadas estudiadas, permitió que los ascensos leves fueran corrientes. Ese mercado laboral que mostraba un enorme dinamismo pareciera oscurecer las relaciones entre edad de matrimonio y ascensos leves, que cerca de un cuarto de las familias reconstruidas se encuentren en ese casillero es una buena muestra de ello.

En síntesis, podemos decir que la elección de la edad de matrimonio, entre otras muchas variables, nos muestra la complejidad de los comportamientos sociales. En efecto, el contenido de las decisiones y sus resultados variaron sensiblemente en relación con las diferentes limitaciones que pesaban sobre los individuos. Esperamos haber demostrado las intensas relaciones que unieron al retardo en el matrimonio con la movilidad profesional en un sentido ascendente. De todos modos, las mismas historias de vida nos avisan que las decisiones matrimoniales, aunque importantes, no son suficientes para explicar los matices que albergan los cientos de trayectorias ocupacionales relevadas. La edad de matrimonio solo resultó decisiva cuando fue acompañada de otros elementos como la dimensión familiar. Ambos aspectos enlazados nos permiten observar una gama de posibilidades que oscilaron entre dos extremos. En un lado, tenemos la elección de retardar el matrimonio que, en compañía de una familia reducida, pudo favorecer un comportamiento tendiente a la calificación laboral y a la movilidad profesional. Por el otro, un matrimonio temprano y una familia numerosa promueven los comportamientos defensivos, enfocados en la estabilidad.

 

Movilidad ocupacional y relaciones de parentela

La importancia de la familia en la determinación de las decisiones y los comportamientos no se reduce a los vínculos entre individuo-hogar. El universo de relaciones parentales también constituye un mundo activo que modela actitudes, identidades y hasta los propios itinerarios de los actores sociales.

Para analizar la trayectoria de diferentes individuos dentro de la ciudad —tanto migrantes como nativos— no es suficiente con reconstruir la posición económica original y el desenlace de su carrera profesional. Existen aspectos que, muchas veces, escapan a una lectura superficial de la documentación oficial. El mundo de las percepciones es uno de ellos. La evaluación que nuestros protagonistas hicieron de su situación social es subjetiva y se encuentra influenciada por las trayectorias que, en simultáneo, llevaban adelante otros miembros de su familia. En los itinerarios de integración de las familias nos topamos con mecanismos similares que solo pueden ser rescatados por medio de la oralidad. El más repetido de ellos, y al que dedicaremos las siguientes páginas, nos muestra a entrevistados utilizando a determinados personajes de su familia para definir su propia posición social.

Un ejemplo seguramente aclarará nuestro panorama. Un familiar que haya protagonizado un meteórico ascenso —más allá de no formar parte de la cotidianidad— puede servir de medida a la situación actual de una familia y de estímulo para su integración. Este precisamente es el caso de Vital, un migrante español que llegó, desde Buenos Aires, a principios de los sesenta. En su relato, la figura de su hermano mayor fue utilizada para describir la fisonomía de su familia y sus propias aspiraciones profesionales:

Yo seguía a mi hermano. Él vino muy temprano a la región y logró convertirse en un referente de la comunidad. Desde temprano le fue bien: primero comerciaba fruta, después se dedicó al transporte de pasajeros y al turismo. Es más, él me hizo empezar en este negocio en el cual ya llevo muchos años. Por mucho tiempo me sentí pobre frente a él.16

La posición profesional de un pariente, en este caso cercano, fue un insumo de primer orden en la construcción de una percepción de pobreza y de inadaptación al escenario neuquino. En la otra vereda, encontramos en otros testimonios a quienes caracterizaron a su entorno familiar de un modo completamente diferente. En estos casos, las redes parentales no ofrecen ejemplos de posiciones sociales superiores a la propia. La entrevista realizada a Juan Carlos, otra persona ligada al negocio del transporte de pasajeros, muestra un análisis que no cuenta con parámetros como para medir el éxito a nivel profesional:

Yo tuve suerte en venirme a Neuquén. Allá en Mendoza mi familia era muy pobre. Es más, de los que conozco, a mí fue al mejor que le fue. Casi todos allá se dedicaron a la construcción y siempre tuvieron dificultades. La verdad que no me puedo quejar.17

Los ejemplos muestran que, dentro del contexto urbano, la parentela constituye una referencia obligada a la hora de medir el éxito o el fracaso. Si bien Vital y Juan Carlos compartían el mismo casillero ocupacional, ambos tenían una percepción diferente de su posición y de sus posibilidades. No es casual, entonces, que el primero se haya distinguido por una búsqueda constante de un mejoramiento social, mientras que el segundo se haya limitado a conservar la posición que había logrado en el primer tramo de su trayectoria en la ciudad.

Estos contrastes, que son el resultado de mecanismos psicológicos, suelen ser difíciles de apreciar a gran escala. Para salvar este escollo hemos seguido un camino entre los muchos posibles. La documentación nominal revelada (actas matrimoniales y un padrón electoral de 1987) nos brinda información sobre la ocupación de decenas de contrayentes en la década de 1960 y sobre la movilidad profesional experimentada luego de 20 años. Las actas matrimoniales también nos permiten ver la profesión de los padres de los contrayentes, justo en el momento en que la trayectoria laboral de sus hijos estaba desplegando sus alas. Comparar ambos datos hace posible que examinemos la relación que existe entre las diferencias ocupacionales intergeneracionales y las elecciones individuales (Cuadro 3).

Luego de revisar la documentación podemos decir que existen diferentes configuraciones parentales dentro de las cuales estaban insertos los "egos". Si evaluáramos la posición profesional de cada actor en relación con la de su padre y suegro, distinguimos cuatro situaciones. La primera de ellas sería de paridad; es decir, ambas generaciones se encontraban, al momento del matrimonio, en una posición análoga. La segunda es de superioridad: el "ego" se encontraba en una mejor situación que su padre y su suegro. Una tercera opción agrupaba a quienes hemos ubicado en un casillero mixto: el sujeto estudiado ocupaba una posición relativamente inferior a uno de sus familiares y superior con respecto al otro. Por último, en la cuarta agrupamos a quienes mostraban una situación de inferioridad o, lo que es igual, a quienes tenían una ocupación más baja que sus familiares.

Como lo expresa claramente el Cuadro 3, la estratificación social es una realidad dentro de la muestra seleccionada. Es interesante observar que la mayoría de las familias reconstruidas muestran un proceso de diversificación ocupacional que se dio en el lapso de dos generaciones; de hecho, solo un tercio de los individuos estudiados presentaban una situación de paridad con sus padres o suegros, en el resto de los casos advertimos un juego de matices que difícilmente podríamos calificar de homogéneo, más si tenemos en cuenta que estamos comparando a personas en dos momentos muy distintos del ciclo de vida (la generación anterior ya tiene una posición, el ego recién empieza).

Luego de esta constatación, una pregunta se impone: ¿qué papel jugó la parentela en el logro de diferentes grados de movilidad profesional?

La Gráfica 2 nos brinda algunos indicios al respecto. Allí observamos los porcentajes de movilidad de quienes hemos podido rastrear la ocupación de su padre y su suegro. Esto excluye a las actas que, por haber fallecido o por no haber sido registrado, no cuentan con el dato ocupacional de ambos. Los hechos reunidos tienden a confirmar las percepciones recogidas en los testimonios orales: existe una neta oposición entre el grupo de los individuos que presentaban una mejor situación que su entorno familiar y el conformado por quienes se encontraban en inferioridad de condiciones. Los primeros muestran una tendencia mayoritaria a ocupar la misma posición a lo largo de su trayectoria ocupacional; los segundos, por su parte, se nos muestran mucho más móviles: menos de 30 por ciento muestra la misma ocupación entre las décadas de 1960 y 1980, el restante 70 por ciento se divide entre un puñado de casos de retroceso (cuatro por ciento) y un impresionante porcentaje de ascensos sociales, y el comportamiento de los demás se coloca entre ambos extremos. La movilidad ascendente fue, en efecto, débil en el Grupo 1 —que reúne los itinerarios de quienes presentaban familiares de posiciones sociales análogas— y aumentaba sensiblemente en el caso de las familias en situación de paridad respecto a su entorno (Grupo 3). Podríamos resumir estas relaciones de la siguiente manera: aquellos que presentaban una posición profesional más elevada o bien de paridad respecto a sus parientes tienden a culminar su trayectoria en el mismo casillero ocupacional; mientras que aquellos que se encontraban en una situación de inferioridad dibujaron, en gran medida, un itinerario social ascendente.

El peso de estos vínculos confirma el papel que las relaciones parentales tuvieron en la definición de las identidades individuales y familiares; identidades que condicionaron los comportamientos, las decisiones y los itinerarios de integración dentro de la ciudad (Gribaudi, 1987: 118-119). La familia nuclear, siempre entendiéndola de modo insular, constituye un formalismo que difícilmente encuentra eco en la realidad. Es verdad que la parentela no compartía el mismo espacio doméstico y, salvo contadas excepciones, tampoco el ámbito de la producción; pero, no menos cierto es que algunos personajes se comportaron como punto de referencia y, de este modo, influyeron en la vida cotidiana de cada familia.

Este hecho permite que nos aproximemos al siempre complejo mundo de la teoría. Algunos autores, siguiendo el rastro de los pioneros trabajos de Hareven (1982), han destacado dos aspectos sumamente imbricados que son imprescindibles para comprender la dinámica intrafamiliar. El primero de ellos se relaciona con los recursos —tanto materiales como relacionales— que diferentes configuraciones parentales ofrecen a los individuos. De momento nos detendremos en un aspecto que ha recibido menos atención académica: la función de las redes parentales en la definición de las identidades individuales y familiares.

Para comprender las dinámicas ligadas a la percepción mediada por el entorno es necesario rescatar —al menos parcialmente— la historia de las familias involucradas. Se trata, en su gran mayoría, de historias de integración que comienzan con el traslado y continúan con un itinerario profesional y geográfico en la ciudad. En ese marco, la experiencia de los familiares es una referencia obligada que habita la cotidianidad de los actores y permite medir los resultados de las trayectorias individuales. En familias como la de Miguel, nuestro migrante santafesino, las carreras de sus familiares, la mayoría de las cuales estaba asociada al comercio, sirvieron de vara para medir su propio éxito. Ese estándar, destacado constantemente en su relato, generó en Miguel una sensación de insatisfacción relativa. Insatisfacción que no vemos en el caso de Juan Carlos, aquel migrante mendocino que presentaba una situación de paridad o bien de superioridad respecto a sus parientes. De esa forma, sus posibilidades en el contexto urbano son analizadas a través de las experiencias de su familia.

Tampoco es casual que Osvaldo, un migrante porteño llegado a fines de los sesenta, cuando evaluaba su trayectoria, se haya mostrado conforme con lo realizado.18 Sus palabras evidenciaban un punto de partida muy humilde ("Yo vine prácticamente con nada") y un progreso material representado en la adquisición de la vivienda propia ("puedo decir que experimenté movilidad social"). Esta conformidad, diferente a otras experiencias que examinamos (la de Vital es un buen ejemplo), estaba permeada por las representaciones que el entorno familiar elaboró de su propio itinerario de integración. El relato de Osvaldo no muestra figuras familiares que hayan atizado una sensación de insatisfacción. "En mi familia nadie tenía título profesional", nos decía cuando lo interrogamos alrededor de círculo de sociabilidad primario. Otro ingrediente pareciera corroborar esta idea, el mundo familiar de nuestro protagonista no solo carecía de referentes que le hicieran sentir cierto grado de inadaptación, sino que, por momentos, era el propio Osvaldo quien condensaba todas las expectativas familiares. Su padre lo impulsó, desde muy temprano, a cursar sus estudios universitarios "como la única forma de progresar y arreglar(se) solo". Una esperanza similar albergaban sus parientes, quienes lo pusieron en un sitial de privilegio, pues "tenía algunas cualidades de chico y, desde su mirada, parecía más inteligente que el resto".

De esta forma, personas situadas en el mismo casillero ocupacional, pero insertas en redes parentales distintas, podían mostrar diferentes grados de satisfacción relativa. Este mecanismo, que tiene mucho de sociológico, nos ayuda a entender las diferentes actitudes en relación a la movilidad. Podríamos decir que la percepción de la posición esta fijada por la distancia con respecto a la posición de la familia o, lo que es igual, que los miembros de la red de pertenencia (familiar, pero también de amigos, de vecinazgo o laboral) determinan el abanico de probabilidades a partir del cual medir la posición personal. Así, las familias que percibieron su posición como satisfactoria tendieron a estabilizarse en el mundo social donde acabaron; mientras que las que percibieron su posición como relativamente insatisfactoria se inclinaron por evadirse de su mundo de origen.

Los mecanismos hasta aquí presentados dejan ver muchas analogías con algunos conceptos clásicos de la sociología. Los contactos con la idea de relative deprivation resultan inevitables (Merton, 1965). Esta categoría, acuñada por Merton a mediados del siglo XX, puso en primer plano la importancia de los grupos de referencia en la definición de las identidades individuales. En este sentido, la sensación de "insatisfacción relativa" funcionó, sin dudas, como una forma de identificación que dejó su impronta en las biografías de nuestros protagonistas. El sentimiento de conformidad que mostraba José en relación a su trayectoria profesional ("más no puedo hacer; siempre fui un laburante") podría leerse como un emergente de una identificación más general asociada con su lugar en la estructura ocupacional y, sobre todo, con su ubicación en el tablero urbano. Su relato nos muestra un elemento que impregnó a su historia familiar: la profunda identificación con un mundo periférico, tanto en términos sociales como espaciales.

 

El papel de los mundos de referencia en los itinerarios de integración

En las páginas precedentes demostramos que la forma y los ritmos del ciclo de integración urbana dependían de una percepción individual que se encontraba permeada por el universo familiar y de parentesco. En este apartado dejaremos a un costado este tipo de condicionantes para analizar las siempre dinámicas relaciones entre familia y universo urbano. Así como el ciclo de integración implicaba un "aprendizaje demográfico" (que burdamente podríamos resumir en retardo matrimonial y baja fecundidad), también suponía un itinerario dentro de la ciudad que, como dijimos, era profesional y geográfico. Los espacios que conformaban la ciudad, lejos de comportarse como compartimentos estancos, fueron protagonistas de diferentes clases de intercambios. Los rígidos límites que los sociólogos norteamericanos destacaban en los guettos mutaron, para el caso neuquino, en una frontera porosa que fue objeto de un intenso tráfico (Wacquant, 2007).

Deberíamos comenzar esta sección con un breve resumen del escenario urbano neuquino (Perren, 2006 y Perren, 2007). A grandes rasgos, la ciudad se dividía en un distrito central, nacido bajo el modelo de la grilla y totalmente integrado al tejido urbano, y una serie de barrios cuyo denominador común eran los faltantes en materia de servicios públicos (Figura 1). Pero los contrastes entre ellos no solo se relacionaban con su nivel de consolidación; lejos de eso, ambos presentaron perfiles ocupacionales totalmente diferentes. En los barrios que se abrieron paso en la meseta neuquina, los estratos inferiores de la estructura ocupacional se encontraban sobrerrepresentados y, dentro de ellos, los empleos vinculados al mundo de la construcción (Figura 1). En el radio céntrico, quienes se desempeñaban en estas labores representaban solo 10 por ciento de la población económicamente activa. Si a esto sumamos el hecho de que la mayoría de los profesionales, empresarios y comerciantes residían en las manzanas céntricas, podríamos decir que estamos en presencia de dos mundos completamente distintos: uno mostraba un panorama social relativamente homogéneo (los barrios de la periferia), mientras que el otro era heterogéneo y estratificado a su interior (el centro).

Debido a que el itinerario de integración de las familias reconstruidas se desarrolla en un contexto dual, corresponde evaluar si ambas realidades sociales influyeron en los comportamientos de sus habitantes. Analizar la relación que los migrantes establecieron con el espacio urbano nos ayudaría a entender los tipos específicos de vínculos forjados y, por su intermedio, los recursos y limites que cada uno de estos mundos ofrecía.

La evidencia pareciera indicar que existe un itinerario de integración "tipo", que comenzaba en las piezas de alquiler o pensiones del centro, seguía en alguno de los barrios que se abría paso por el oeste neuquino y culminaba con el establecimiento permanente en el radio céntrico de la ciudad (Perren, 2009). No obstante, las modalidades a partir de las cuales este formato general se concretó en la experiencia individual fueron numerosas.

Puede que algunos ejemplos de los muchos posibles colaboren a despejar este punto. Una persona podía habitar en el centro a su ingreso a la vida laboral y, después de algunos años, trasladarse a un barrio periférico. También ese itinerario podría darse a la inversa: la residencia en los márgenes de la ciudad pudo catapultar una mudanza a las manzanas céntricas. El trayecto en la ciudad podría haber sido mucho más inestable: un recorrido por diferentes barrios, sin fijar una residencia en alguno de ellos, pudo reemplazar a un establecimiento de largo aliento. Otra variante podría ser haber vivido en un determinado vecindario en dos momentos diferentes del ciclo vital.

Esta enumeración, desde luego, podría ser infinita e incluir a la multitud de experiencias que surcaron a la ciudad. Quizás por ello sea inútil establecer una tipología exhaustiva de los vínculos con el espacio urbano que observamos en cada individuo. Preferimos, en cambio, concentrar nuestra atención en dos grupos de comportamientos que podríamos calificar de opuestos y que seguramente dejaron su sello en las decisiones individuales que siguieron a un periodo fundamental del ciclo de vida (desde el matrimonio hasta un momento avanzado de la trayectoria ocupacional). Una mirada superficial nos permitiría apreciar fuertes contrastes entre quienes vivieron esa etapa al interior de un barrio periférico y quienes lo hicieron en un espacio híbrido o bien alternaron entre ambos mundos. Nuevamente la historia de vida de Miguel nos brinda algunas pistas al respecto. Luego de su llegada, en 1966, nuestro personaje alternó una larga serie de domicilios. Los primeros años en la ciudad lo encontraron deambulando por hoteles, pensiones y hasta el propio taller de la empresa que lo empleaba. Esta colorida experiencia presentó, sin embargo, un denominador común: las relaciones que Miguel fue tejiendo en todo ese tiempo tuvieron al centro neuquino como origen. Luego de contraer nupcias, Miguel se trasladó al área conocida como Progreso (Figura 1), un barrio habitado en gran parte por trabajadores de escasa calificación. La lógica detrás de este desplazamiento era fácil de imaginar: mudarse a la periferia de la ciudad no solo permitía a la nueva familia optimizar sus todavía escasos ingresos, sino además incrementar sus ahorros con el objetivo de acceder a la vivienda propia. Este último objetivo fue cumplido en 1982. En parte por la necesidad de alojar a los dos únicos hijos de la pareja y en parte gracias a la posibilidad de obtener lotes a un bajo precio, esta familia prosiguió su trayectoria en un barrio de lo que denominamos "centro extendido" (Figura 1). El traslado a Villa Farrell, un espacio ocupacionalmente heterogéneo, fue simultáneo a un proceso de movilidad profesional remarcable: Miguel abandonaba la periferia justo cuando sumaba la representación de una nueva empresa y consolidaba su posición en El Petróleo.

La trayectoria de Miguel nos pone frente a una racionalidad que pudo considerar todos los recursos disponibles (tanto materiales como relacionales) y, desde allí, orientar un comportamiento muy alejado al de la generación que lo precedió. Proviniendo de una familia que estaba, hacia mediados de siglo, en una posición sumamente desfavorable (padre peón y una familia numerosa), Miguel llevó adelante un itinerario —profesional y geográfico, pero también de aprendizaje de la mentalidad urbana— que le permitió hilvanar una trayectoria exitosa.

La experiencia de Osvaldo, con sus variantes, podemos ubicarla en el mismo casillero. A diferencia de Miguel, este migrante provenía de un escenario urbano y había transitado por los niveles superiores del sistema educativo. Su relato nos señala una larga, aunque inconclusa, estancia en la Universidad de Buenos Aires, donde cursó tres carreras (farmacia, derecho y sociología). En el marco de esta última carrera, y gracias a un contacto de un trabajo previo, consiguió insertarse en un equipo del Consejo Federal de Inversiones, a cargo de poner en marcha el novel consejo planificador neuquino. La ausencia de una familia, entre otras cuestiones, permitió a Osvaldo asistir a un curso que le brindó las herramientas para llevar adelante tareas de técnico. Lo que, en principio, era un "experimento; estar un tiempo breve y después volver y recibirme",19 terminó siendo una experiencia duradera. Conocer a quien luego sería su esposa lo inclinó por radicarse definitivamente en la ciudad, aunque para ello era indispensable conseguir un empleo de mayor ingreso. Nuevamente, una persona a que conocía de Buenos Aires, pero que había reforzado su vínculo en Neuquén, le permitió acceder a una ocupación que era interesante pero arriesgada a la vez: periodista y representante del diario Río Negro en la vecina ciudad de Cipolletti. En sus palabras, ese empleo "tenía varios ingresos (y) era económicamente muy interesante", dado que contaba con un porcentaje sobre las publicidades y sobre los diarios que se vendían en la localidad rionegrina. Conseguida cierta solidez ocupacional, nuestro protagonista contrajo nupcias ("y así fue como me pude casar" y "eso me dio los medios para casarme" fueron las expresiones escogidas por el entrevistado para retratar sus primeros años en la ciudad). Nuevamente vemos cómo un matrimonio tardío, andamiado en cierta consistencia ocupacional, posibilitó a la nueva familia llevar adelante un rápido proceso de integración. Es decir, llevar adelante un proceso que tuvo su lado ocupacional (Osvaldo pasó de empleado a empresario), pero también uno geográfico: su estancia como inquilino en un departamento del distrito comercial dieron paso, primero, a la propiedad de un departamento en el centro neuquino y, luego, a una cómoda casa en lo que denominamos "centro extendido". Pero lo más interesante es ver como el entrevistado, cuando se le interrogó sobre los límites de la ciudad por aquellos años, no dudaba en marcar los correspondientes al área céntrica, sin hacer ninguna mención a los muchos barrios que daban color a la periferia.20 La sociabilidad de Osvaldo, en este caso, se tradujo en una percepción que concebía a su espacio como el único posible.

Lo que advertimos en los casos de Miguel y Osvaldo presenta muchos puntos de contacto con las trayectorias de quienes se desplazaron a menudo por el tablero urbano (sin la posibilidad de construir una trama de relaciones estables) y, en especial, aquellos que se establecieron espacios socialmente heterogéneos o, en términos de Gribaudi (1987: 128), "espacios híbridos". Las familias que se reproducen en este último ámbito presentaron opciones profesionales más diversificadas; mientras que quienes desarrollaron su trayectoria solo en barrios de la periferia mostraron un abanico de opciones más limitado y contemplaron al empleo en la parte baja de la estructura ocupacional como el único modelo posible (Gráfica 3). Podríamos decir, entonces, que una relación diferente con el espacio urbano implicaba el desarrollo de una percepción distinta de las opciones posibles y de los roles sociales asumidos. La hipótesis que nace de este razonamiento es fácil de imaginar: las personas y familias que establecieron lazos con un espacio poco estratificado (es el caso de los barrios de la periferia) fueron más estables en términos ocupacionales; por el contrario, aquellos que lo hicieron en un espacio multiprofesional —o bien alternaron entre distritos de distinta naturaleza— presentaron un comportamiento mucho más móvil.

Una variable a partir de la cual podemos medir las diferencias entre estos dos grupos es la movilidad ocupacional. En caso de concentrar nuestra atención en quienes residieron en el centro de la ciudad observaríamos un importante porcentaje de casos de movilidad ascendente. En la otra vereda encontramos un modelo completamente diferente. La movilidad ocupacional es bastante menor entre quienes hilvanaron su sociabilidad en un espacio de la periferia neuquina, pero —al mismo tiempo— registramos una mayor estabilidad. Podríamos decir, entonces, que la ausencia de una implantación en los barrios de la periferia se tradujo en un comportamiento menos normativo y, en consecuencia, podía dar paso a trayectorias ocupacionales oscilantes (los casos de Miguel u Osvaldo son buenos ejemplos en este sentido). De todos modos, esta forma de relacionarse con el medio urbano no ofrecía garantía alguna de estabilidad; protección que, en el caso de los barrios de la periferia, era mucho más intensa debido a la existencia de redes sociales. Las necesidades de esos vecindarios nacidos en los bordes de la ciudad se convirtieron, primero, en redes informales de resolución de problemas (sobre todo los relacionados con la ausencia de los servicios básicos) y luego en instituciones mucho más orgánicas, como las comisiones vecinales o de fomento, que funcionaban como vasos comunicantes entre los habitantes y las autoridades municipales o provinciales.

No es nuestra intención sumergirnos en la densa trama social que dio vida a los barrios de la periferia, tema que en sí mismo ameritaría una investigación exhaustiva. Con la finalidad de evaluar la forma en que los habitantes se adaptaron a un escenario de creciente complejidad, nos detendremos en los recursos que los habitantes tuvieron en cada uno de estos espacios urbanos. La Gráfica 3 señala, para más de cien familias, la distribución porcentual de la movilidad ocupacional en relación a su lugar de residencia. Las posibles lecturas de los datos podrían sintetizarse en dos grupos de comportamientos. Comencemos por el primero de ellos: un gráfico que muestre a la mayor parte de los casos en los extremos representaría una movilidad profesional más fluida entre el casamiento y el nacimiento del último hijo de la familia. En cambio, si el grueso de los casos se concentra en la parte media de la gráfica, eso nos pondría frente a una situación de estabilidad ocupacional.

Una mirada de los hechos muestra con claridad ambas posibilidades y su fuerte vínculo con el lugar de residencia entre el matrimonio y la salida de la vida activa. En este sentido, no es casual que registremos los porcentajes más elevados de movilidad ascendente entre quienes habitaron en los espacios más consolidados de la ciudad, tanto en el centro como en los barrios que, desde temprano, se integraron al tejido urbano. Cerca de un tercio de las familias que habitaron en los espacios ocupacionalmente heterogéneos exhibieron alguna forma de movilidad ascendente; mientras que solo un quinto de las que residieron solo en espacios poco estratificados podrían ubicarse en ese mismo casillero. Del otro lado encontramos a quienes hilvanaron su sociabilidad en los espacios más rezagados, a los cuales por comodidad ubicamos en el segundo anillo de la ecología urbana. Notamos allí una menor movilidad ocupacional ascendente que fue acompañada por un mayor peso de los casos de estabilidad: más de la mitad de las familias reconstruidas se mantuvieron en el mismo estrato ocupacional entre las décadas de los sesenta y los ochenta.

Es evidente, entonces, que las trayectorias de las personas que desarrollaron su sociabilidad en la nueva periferia, justo en el momento en que esta se estaba construyendo, presentaban una seguridad y una cobertura que no era tan visible en aquellos espacios que albergaban universos de relaciones menos densos. Pero esta trama de relaciones, que podía servir de garantía frente al desempleo, ponía al mismo tiempo límites a las elecciones individuales. Los espacios de la periferia profunda, aquella nacida en los márgenes de una actividad agrícola en decadencia y en la extensa meseta occidental, funcionaron como "cápsulas ocupacionales", que permitieron el rápido acceso al mundo del trabajo, pero dificultaron el andamiaje de una carrera profesional ascendente. El centro de la ciudad, así como la periferia que hacia la década de 1970 ya estaba integrada al tejido urbano, albergaron una trama menos densa de relaciones y eso volvió menos habitual la estabilidad laboral: a diferencia de la periferia, ocupar un lugar en la parte baja de la clasificación social no era contemplada como la única alternativa. No estaría mal si dijéramos que el centro y los márgenes, entendiendo a ambos como espacios socioeconómicos particulares, albergaron dos maneras completamente diferentes de interpretar la realidad: la ausencia de un entorno normativo pareciera favorecer la movilidad ocupacional en el primero; mientras que en aquella la elección de una carrera como trabajador resultaba el único modelo posible.

 

Centro y periferia: dos lecturas diferentes de la realidad

Existen dos elementos que permiten entender las dinámicas que venimos apreciando en los diferentes sectores de la ciudad. El primero de ellos, como anticipamos, tiene que ver con el nivel de estructuración de los lazos sociales en cada uno de ellos. En los barrios y vecindarios de la periferia, las relaciones informales, muchas de las cuales nacieron para resolver problemas cotidianos, favorecieron el aislamiento físico de este escenario y tendieron a desarrollar allí un modelo de pequeñas comunidades (Gribaudi, 1987: 133). Quienes se establecieron en estos espacios formaron parte de un universo de relaciones donde se superpusieron el vecinazgo, la amistad, los pequeños intercambios económicos y, desde luego, la parentela. Estas relaciones que, siguiendo a Grieco (1987) podríamos denominar fuertes, se presentaban como recursos de primer orden para las familias que habitaban en la periferia neuquina. Recursos que podían traducirse fácilmente en seguridad, tanto afectiva como económica, y que fueron mucho menos abundantes en los espacios "híbridos" de la ciudad, donde la mayor estratificación y la menor densidad de relaciones complicaron la implantación de ese modelo. Pero, al mismo tiempo, aquel particular universo interaccional tendió, por la superposición de lazos de diferente naturaleza, a acentuar el contenido normativo de las relaciones existentes y a pensar a cualquier innovación como un elemento desestabilizante.

Las formas de analizar este contraste pueden ser dos. La primera de ellas nos lleva al terreno del network análisis: podemos analizar la periferia a través de la fisonomía de estas redes sociales, tanto en su morfología como en la calidad de sus vínculos. En las siguientes páginas analizaremos, a través de un examen crítico de la evidencia cuantitativa, un segundo aspecto de suma importancia: las imágenes alrededor de las posibilidades sociales que los espacios ocupacionalmente homogéneos y heterogéneos transmitieron a sus habitantes.

Como ya hemos dicho, el centro y la periferia fueron dueños de una fisonomía distinta: de un lado, un mundo estratificado que estaba habitado por una multiplicidad de actores sociales (desde jornaleros hasta profesionales); del otro, un paisaje dominado por los empleos de baja calificación (manuales en esencia, pero con creciente peso de los no manuales). Como es lógico de imaginar, ambos espacios funcionaron como plataforma desde donde los sujetos elaboraron sus percepciones sobre la sociedad y sobre sus propias posibilidades. Pero existe otro aspecto que se desprende de lo que acabamos de decir: estas formas de identificación se vinculan, siguiendo a Gribaudi (1987: 134), con las figuras sociales que el centro y la periferia tendieron a retener. En otras palabras, los barrios híbridos retuvieron a los individuos y familias cuya posición social mejoró; mientras que los barrios menos estratificados vieron desaparecer de su espacio físico las trayectorias de movilidad que podían representar concretamente la posibilidad de ascenso social.

Comencemos viendo las profesiones declaradas por quienes habitaron de una forma estable, desde su matrimonio hasta un momento avanzado de su carrera, en alguno de los espacios que dieron color a la periferia. La documentación relevada muestra, para un total de medio centenar de familias, una distribución de carreras donde predominaban los eslabones más débiles de la estructura ocupacional (Cuadro 4). Que cerca de 80 por ciento de los casos se concentraran en esos estratos es una buena muestra de ello: la mitad correspondía a quienes declararon, en los sesenta, desempeñarse en empleos no manuales bajos (sobre todo, la figura del empleado); mientras que 30 por ciento restante se repartía entre las diferentes variantes del empleo manual (oficios relacionados al mundo de la construcción).

Dos décadas después, ese panorama, ahora en la fase posmatrimonial del ciclo de vida, no mostraba grandes cambios. Al mismo tiempo que la fruticultura perdía impulso, los empleos temporarios tendieron a desaparecer. Por otro lado, el menor peso relativo del estrato "manual semicalificado" nos habla de un proceso de calificación que permitió el avance del eslabón más fuerte del empleo manual y, en menor medida, de los empresarios de la construcción (esto es evidente en el pasaje de albañil a contratista). Pese a estas sutiles transformaciones, la distribución mostraba al "empleado" como la figura más repetida y a los empleos más prestigiosos como un faltante muy difícil de ocultar. A partir de esta observación, no es difícil de imaginar que la fisonomía social de los adultos, en este caso migrantes instalados en los barrios periféricos, nos indica una no muy variada gama de posibilidades.

Ahora bien, descubrir un fenómeno suele ser mucho más simple que rastrear sus posibles explicaciones. Por ese motivo es importante preguntarnos: ¿qué consecuencias tuvo una implantación prolongada en los márgenes de la ciudad?

En términos generales, podríamos afirmar que quienes se establecieron en un barrio periférico después de su matrimonio se inscribieron en un medio compuesto mayoritariamente por trabajadores, donde no existía una movilidad social tan fluida como la distinguida para la población en su conjunto y para quienes tuvieron un paso temporario por la periferia neuquina. A pesar de la gran rotación de mano de obra de la cual estos espacios fueron objeto (recordemos el caso de Miguel o Ángel), debemos decir que los barrios periféricos constituyeron un mundo donde predominaron las figuras sociales menos dinámicas, y eso tendió a excluir la coexistencia de una amplia gama de situaciones familiares. Coexistencia que fue el rasgo distintivo de las percepciones de quienes se desplazaron por el tablero urbano neuquino o bien vivieron de forma permanente en distritos socialmente heterogéneos.

Si, en cambio, posamos nuestra mirada en el distrito central, o bien en algunos de los barrios más consolidados de la ciudad, nos topamos con una realidad completamente distinta. Encontramos allí, tal como descubre Gribaudi (1987) en el Turín de comienzos del siglo XX, un microcosmos social que cubre el arco de momentos experimentados por las familias en su ciclo de integración urbana. Tres casos, de los miles de posibles, pueden traernos luz al respecto. Miguel, en los ochenta, había concluido su ciclo de integración edificando su vivienda y reforzando su negocio de venta de pasajes. Osvaldo, por su parte, recuperaba su empleo después de los tiempos de dictadura y encaraba la compra de una casa en el centro de la ciudad. Finalmente, Ángel, luego de concluir su formación, comenzaba a transitar por un camino de movilidad social, que comenzó con la adquisición del mobiliario y continuó con la compra de un auto.

La enumeración puede continuar sin cambiar demasiado nuestra conclusión: la coexistencia de individuos que transitaban por diferentes momentos de su trayectoria profesional, en un universo relacional menos denso, permitió edificar una percepción en la que convivían distintos destinos posibles; es decir, lo contrario de lo que sucedía en los barrios menos consolidados. Estos ejemplos fueron elegidos al azar y seguramente estas personas no se conocían entre sí. De todos modos, lo que cuenta es que cada uno de ellos conocía otras figuras sociales, que como muy bien dice Gribaudi (1987), representaban parte de su historia pasada pero también muchas de sus posibilidades a futuro.

Confirmando lo dictado por el sentido común, podemos decir que en un radio de unos pocos centenares de metros, encontramos una amplia variedad de situaciones ocupacionales. Como se desprende del Cuadro 5, la presencia de una elevada proporción de profesionales era acompañada por los distintos niveles del empleo no manual y por una nada despreciable presencia de quienes se desempeñaban en labores manuales, aunque siempre menor que en los barrios menos consolidados. Cuando examinamos las transformaciones experimentadas por la estratificación, notamos una fuerte movilidad por debajo que tendió a fortalecer el estrato "no manual bajo". Pero en esencia la realidad no cambió de forma significativa: en el radio céntrico, sumando allí a los barrios del primer anillo, encontramos un espacio social que albergaba diferentes figuras y, por ello, permitió a sus habitantes a vislumbrar un camino de integración. No es casual, en este sentido, que todos los entrevistados que habitaron siempre en este cuadrante, o bien que lo hicieron en la etapa inicial de su itinerario en la ciudad, hayan señalado referentes, muchos de ellos pertenecientes a esta especie de sociabilidad céntrica, como importantes a la hora de evaluar su propia situación, pero también los caminos a seguir a futuro. En el testimonio de Miguel, por ejemplo, distinguíamos algunos referentes que modelaron su propia trayectoria: uno de ellos era Román, aquel amigo que aun no había podido andamiar una carrera ascendente; otro era su suegro, un comerciante, también migrante, quien había concluido su ciclo de integración muy temprano ("mi suegro tenía una muy buena situación económica: tenía su negocio y propiedades", decía para retratar al padre de su esposa21).

El rasgo distintivo de los espacios heterogéneos es, entonces, esa convivencia de una multiplicidad de itinerarios, muy distintos unos de otros, que favoreció una interpretación diferente de la historia y de las posibilidades sociales de sus habitantes. Claro que no podríamos reducir la interpretación de las posibilidades de movilidad a una cuestión de percepciones diferentes, cayendo así en el vicio culturalista achacado al concepto de "cultura de la pobreza" de Lewis. En ese sentido, Gribaudi (1987) nos ofrece un camino intermedio, pues nos alerta que en aquellos espacios las identificaciones fueron diacrónicas y dinámicas: los virajes ocupacionales fueron allí más habituales y las relaciones sociales no eran tan densas. Entre los vecinos más estables de los barrios de la periferia esas identificaciones tendieron a ser sincrónicas y, por lo general, ligadas a una realidad social de aislamiento. Algunas de estas claves interpretativas pueden visualizarse en la experiencia migratoria neuquina: la mayor estabilidad ocupacional de quienes habitaron los barrios más alejados podríamos leerla de esta manera. No es casual que buena parte de las trayectorias, sobre todo las relacionadas con la construcción, hayan comenzado con un aprendizaje del oficio y el ingreso a una jerarquía, con un itinerario que permitía ascensos pero recortaba el horizonte de lo posible. Salvando las distancias, la parte baja del empleo no manual albergó una capacidad normativa similar: si bien se presentaba como un remedio frente a los riesgos de las actividades fluctuantes, esta clase de empleos, al descartar todo cambio desestabilizante, tendió a reducir las posibilidades de movilidad.

Ahora bien, pensar que estas formas de identificación, donde se mezclaban rasgos ocupacionales y de residencia, se encuentra en el origen de determinados comportamientos, no significa que ellos sean resultado de una opción por una determinada figura social, con base en una evaluación objetiva de las posibilidades que un individuo tiene en un contexto histórico específico. Lejos de eso, es más adecuado imaginar este fenómeno como resultado de una decisión "al interior de un panorama de opciones que los sujetos pueden percibir más fácilmente" (Gribaudi, 1987: 138). En otras palabras, se trata de una elección que se encontraba dotada de lógica, pero que se hallaba guiada por lo que Bourdon llamaba una "racionalidad limitada": las decisiones fueron resultado de evaluaciones individuales, pero en ella incidieron factores como la posición del ego en relación a su parentela y, en este caso, las visiones que predominaron en el espacio que habitaban. En este último sentido, los espacios periféricos mostraban un paisaje surcado por la ausencia de trayectorias ascendentes, ya que quienes lo hacían abandonaban ese cuadrante de la ciudad. Fue a partir de esa información que los migrantes implantados en la periferia imaginaron y construyeron su propio itinerario profesional.

 

Algunas consideraciones finales

El propósito del presente trabajo fue analizar la integración de los migrantes a una sociedad crecientemente compleja. En otras palabras, intentamos reconstruir la gama completa de usos que los migrantes hicieron de los recursos que ofrecía un escenario que estaba transitando por un camino de complejización. La exploración de tales recursos nos permitió alcanzar algunas conclusiones tentativas:

Respecto de la influencia de la familia en el logro de diferentes niveles de movilidad ocupacional, y siempre tomando en consideración el caso neuquino, pudimos introducir algunos matices a aquella hipótesis que imaginaban a la familia como una inagotable cantera de recursos. Pese a ser fundamental en la inserción socio-ocupacional de los migrantes, en ocasiones podía obstaculizar procesos de movilidad profesional. La dimensión del grupo familiar es una buena muestra de ello: una familia grande tendió a complicar una distribución armónica de los recursos, mientras que una pequeña se comportaba en sentido contrario.

La decisión matrimonial fue otro de los factores que nos permitieron explicar la diversificación de itinerarios dentro de la ciudad analizada. Avanzar o retrasar la edad de matrimonio podía acelerar o retardar la movilidad profesional individual. Un matrimonio tardío tendió a favorecer un mayor número de estrategias ocupacionales, lo cual podía traducirse en procesos de movilidad ascendente.

El universo de relaciones parentales también constituyó un elemento que modeló los itinerarios de los migrantes. En términos generales, existió una neta oposición entre quienes presentaban una mejor situación que su entorno familiar y aquellos que se encontraban en inferioridad de condiciones. Si los primeros exhibieron una tendencia a ocupar el mismo casillero ocupacional durante su trayectoria laboral, los segundos se nos mostraron mucho más móviles.

El ciclo de integración implicaba un "aprendizaje demográfico", pero también un itinerario dentro de la ciudad. Una mirada superficial de los itinerarios residenciales y geográficos, siempre con las salvedades que provienen del carácter fragmentario de la evidencia trabajada, nos permitió apreciar fuertes contrastes en las posibilidades de quienes vivieron de forma permanente al interior de un barrio periférico y de quienes lo hicieron en un espacio híbrido o bien alternaron en diferentes entre ambos mundos: las familias que se reprodujeron en este último ámbito presentaron opciones profesionales más diversificadas, mientras que quienes desarrollaron su trayectoria solo en barrios de la periferia mostraron un abanico de opciones más limitado y contemplaron al empleo en la parte baja de la estructura ocupacional como el único modelo posible.

Luego de este resumen de los principales hallazgos presentados, vale la pena trazar una agenda a futuro. En este sentido, podríamos decir que muchas de las hipótesis que barajamos, sobre todo las relacionadas con la influencia de la interacción en el modelado de las trayectorias migratorias, podrían ser profundizadas en caso de adoptarse una óptica microanalítica. Para ello, consideramos importante incorporar un tópico que, aunque trabajado para el caso de los desplazamientos masivos, es todavía una frontera abierta para los estudios migratorios patagónicos: el análisis en profundidad de las redes hilvanadas por los sujetos. Este interés, que retoma alguna de las preocupaciones del network análisis, no creemos que no debería enfocarse en individualizar comportamientos típicos, algo que terminaría achatando la evidencia histórica, sino más bien razonar sobre los mecanismos sociales que puedan dar cuenta de la diferenciación de los comportamientos (Ramella, 1995: 13).

 

Bibliografía

ARFUCH, Leonor, 2002, El espacio biográfico. Dilemas de la subjetividad contemporánea, Fondo de Cultura Económica (FCE), Buenos Aires.         [ Links ]

BANDIERI, Susana, 2005, Historia de la Patagonia, Sudamericana, Buenos Aires.         [ Links ]

BECCARIA, Luis, 2007, "Pobreza", en Susana TORRADO, (comp.), Población y bienestar en la Argentina del primero al segundo Centenario, tomo II, Edhasa, Buenos Aires.         [ Links ]

BJERG, María y Roxana BOIXADOS, 2004, La familia. Campo de investigación interdisciplinario. Teorías, métodos y fuentes, Universidad Nacional de Quilmes, Bernal.         [ Links ]

BOURDON, Raymond, 1977, Effects pervers et orden social, París.         [ Links ]

BOUDIEU, Pierre, 1980, "Le capital social: notes provisoires", en Actes de la Resercheen Sciencies Sociales, núm. 35, París.         [ Links ]

GOVE, Walter et al., 1973, "The family life cycle: internal dynamics and social consequences", en Sociology and social research, vol. 57, núm. 2.         [ Links ]

GRIECO, Margaret, 1987, Keeping in the family, Tavistock Publications, Londres-Nueva York.         [ Links ]

HAREVEN, Tamara, 1982, Family time and industrial time. The relationship between the family and the work in a New England industrial community, Cambridge University Press, New York.         [ Links ]

INDEC, s/f, Censo Nacional de Población y Vivienda 1980, serie B, Características generales, Provincia de Neuquén, Instituto Nacional de Estadística y Censos, Buenos Aires.         [ Links ]

MASSE, Gladis, 2001, "La población", en Nueva Historia de la Nación argentina, Planeta, tomo 7, Buenos Aires.         [ Links ]

MERTON, Robert, 1965, Teoría y estructura social, Siglo XXI, México.         [ Links ]

LATTES, Alfredo, 2007, "Esplendor y ocaso de las migraciones internas", en Susana TORRADO (comp.), Una Historia social del siglo XX. Población y bienestar en la Argentina del primero al segundo Centenario, tomo II, Edhasa, Buenos Aires.         [ Links ]

OTERO, Hernán y Adela PELLEGRINO, 2004, "Compartir la ciudad. Patrones de residencia e integración de inmigrantes en Buenos Aires y Montevideo durante la inmigración masiva", en Hernán OTERO (dir.), El mosaico argentino. Modelos y representaciones del espacio y de la población, siglos XIX y XX, Siglo XXI, Buenos Aires.         [ Links ]

PERREN, Joaquín, 2006, "Destino: Neuquén. Migraciones y patrones residenciales en el Neuquén aluvional (1960-1970)", en Anuario del Centro de Estudios Históricos Carlos Segretti, núm. 10, Córdoba.         [ Links ]

PERREN, Joaquín, 2007, "Migraciones y patrones residenciales en el Neuquén aluvional (1970-1991), en Estudios Migratorios Latinoamericanos, año 21, núm. 63, Buenos Aires.         [ Links ]

PERREN, Joaquín, 2007a, "Tras las huellas de los estudios migratorios. Movilidad territorial y ciencias sociales durante el siglo XX", en Cambios y Continuidades, núm. 6, Concepción del Uruguay.         [ Links ]

PERREN, Joaquín, 2007b, "Érase una vez en la Patagonia. Luces y sombras de la economía neuquina (1958-1991)", en Observatorio de la Economía Latinoamericano, núm. 84, Universidad de Málaga, Málaga.         [ Links ]

PERREN, Joaquín, 2009, Itinerarios migratorios. Integración en el Neuquén aluvional (1960-1991), tesis doctoral, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, Buenos Aires.         [ Links ]

PERREN, Joaquín, 2009a, "Una transición demográfica en el fin del mundo. La población de la provincia de Neuquén (Patagonia, Argentina) durante el siglo XX tardío", en Scripta Nova. Revista de Geografía y Ciencias sociales, núm. 282, Universidad de Barcelona, Barcelona.         [ Links ]

RAMELLA, Franco, 1995, "Por un uso fuerte del concepto de red en los estudios migratorios", en Hernán OTERO y María BJERG, Inmigración y redes sociales en Argentina moderna, Centro de Estudios Monetarios Latinoamericanos (CEMLA)/ Instituto de Estudios Histórico Sociales (IEHS), Tandil.         [ Links ]

TORRADO, Susana, 1999, "Vivir apurado para morirse joven (reflexiones sobre la transferencia intergeneracional de la pobreza)", en Hernán OTERO y Guillermo VELAZQUEZ, (comps.), Poblaciones argentinas. Estudios de demografía diferencial, PROPIEP/IEHS/GIS, Tandil.         [ Links ]

TORRADO, Susana, 2007, "Transición de la nupcialidad. Dinámica del mercado matrimonial", en Susana TORRADO (comp.), Una historia social del siglo XX. Población y bienestar en la Argentina del primero al segundo centenario, tomo I, Edhasa, Buenos Aires.         [ Links ]

TOUTOUJDIAN, Beatriz y Susana VITORIA, 1990, Informe de la migración interna y externa de la provincia de Neuquén, Corporación Financiera Internacional (CFI), Buenos Aires.         [ Links ]

TRIGLIA, Carlo, 2003, "Retorno a las redes", en Arnaldo BAGNASCO, Alessandro PIZZORNO, Carlo TRIGILIA, Fortunata PISELLI, El capital social. Instrucciones de uso, siglo XXI, Buenos Aires.         [ Links ]

WACQUANT, Loïs, 2007, Los condenados de la ciudad. Gueto, periferia y Estado, Siglo XXI, Buenos Aires.         [ Links ]

WILENSKY, Harold, 1963, "The moonlighter: a product of relative deprivation", en Industrial Relations, vol. 3.         [ Links ]

 

Notas

1 Con el propósito de encontrar "ese plus que se busca obtener allí donde las cifras muestran un límite o plantean un interrogante" (Arfuch, 2002), pusimos en práctica entrevistas semiestructuradas. Esta técnica supone "una forma de discurso entre dos o más hablantes y un evento lingüístico en el cual el significado de las preguntas y las respuestas están contextualmente enraizados y juntamente construidos por el entrevistado y el respondiente". Se realizaron en total diez entrevistas a varones tomados al azar que comparten su carácter de migrantes llegados a la ciudad de Neuquén en las décadas de 1960 y 1970. Solo fueron considerados casos masculinos a fin de cruzar la información cualitativa suministrada por las entrevistas con la cuantitativa generada a partir del procesamiento de documentación nominativa. Fuentes, estas últimas, que muestran una mayor confiabilidad en las categorías ocupacionales declaradas por los varones (Véase nota 4).

2 La idea de racionalidad nos obliga a pensar en los individuos como "actores intencionales, dotados de un conjunto de preferencias, más o menos concientes del grado de control que dispone sobre la situación en la que se encuentra conciente, en otros términos, de las limitaciones estructurales y sus posibilidades de acción" (Bourdon, 1977: 14) (traducción propia).

3 La fuerte correlación entre matrimonio temprano y estratos inferiores de la estructura ocupacional puede también observarse en Torrado (1999) y Beccaria (2007).

4 La movilidad social la medimos usando la clasificación de ocho casilleros que coinciden con un número similar de estratos: "profesional alto", "no manual alto", "profesional bajo", "no manual intermedio", "no manual bajo", "manual calificado", "manual semicalificado" y "manual sin calificación" (Moya, 2003). Una movilidad ascendente o descendente fuerte se da en los casos que advertimos un avance o un retroceso, entre la década de los sesenta y 1987, de dos casilleros ocupacionales (ejemplo: de "no manual bajo" a "profesional bajo" o bien de "manual calificado" a "manual sin calificación"). La movilidad leve, en sentido ascendente o descendente, implica un avance o un retroceso de solo un peldaño ("no manual bajo" a "profesional bajo" o bien "manual calificado" a "manual semicalificado"). La medición excluye algunas variables centrales, como nivel de estudios o bien si la mujer trabaja o no, que escapan a una observación basada en la documentación que trabajamos (actas matrimoniales, actas de nacimiento y padrón electoral de 1987). La movilidad de los grupos familiares es analizada a partir del comportamiento ocupacional del novio-padre-elector. Las declaraciones femeninas, lamentablemente, son escuetas y no nos permiten diferenciar entre "amas de casa" y trabajadoras domésticas, sobre todo en la documentación emitida por la Dirección Provincial de Registro Civil de Neuquén. El registro de salida, el padrón de 1987, es una cantera que por largos años se mantuvo fuera de producción. La principal ventaja es que nos permite conocer la ocupación de nuestros migrantes hacia el final del periodo estudiado (1990), algo imposible con las actas matrimoniales y las de nacimiento (salvo que se registre algún nacimiento cerca de aquella fecha, es decir, dos décadas después de contraer nupcias). Entre los problemas que encontramos debemos destacar la posibilidad, siempre existente, de que los datos contenidos no hayan sido actualizados y no reflejen la realidad ocupacional de los individuos estudiados (los datos se renuevan, luego de 16 años, cuando se producen cambios de domicilio o bien se confecciona una nueva copia del Documento Nacional de Identidad). De todas formas, la variabilidad de los datos ocupacionales no hacen pensar en la confiabilidad del registro. Atendiendo a las mencionadas limitaciones debemos resaltar la necesidad de que futuros trabajos avancen en el estudio de la movilidad ocupacional femenina. Para ello, deberán ser explorados de forma sistemática documentos sobre los que aun recae el secreto estadístico (fundamentalmente, las cédulas de los censos posteriores a 1960).

5 Entrevista a José, 10/10/2006.

6 Entrevista a José, 10/10/2006.

7 Entrevista a José, 10/10/2006.

8 Lamentablemente no contamos con trabajos que realicen un análisis diferencial entre nativos e inmigrantes. Tan solo contamos con los datos censales. En 1980, por ejemplo, 47 por ciento de los núcleos familiares reunían entre cuatro y cinco personas en el hogar. En ese marco, los hogares con un/a jefe/a nacido en otra provincia argentina constituían más de un tercio de los hogares que contaban con hasta cinco miembros. Los nativos, por su parte, estaban sobrerrepresentados en los hogares con más de cinco miembros, algo similar a lo ocurrido en los hogares encabezados por chilenos (INDEC, 1980: 61-76).

9 Las medidas proteccionistas que siguieron a la crisis de 1930 y la creciente presencia de la gendarmería y de los carabineros en ambos lados de los Andes cortaron un circuito comercial que hundía sus raíces en el pasado indígena (Bandieri, 2005).

10 Entrevista a Juan Carlos, 4/05/2007.

11 Entrevista a Miguel, 15/03/2004.

12 El caso de la ciudad de Buenos Aires es un testigo en ese sentido. Como lo ha demostrado Torrado (2007: 411-413) en un reciente trabajo, la edad media de matrimonio sufrió una postergación de ocho y tres años, entre las mujeres y hombres respectivamente, en el transcurso del siglo XX.

13 El caso extremo (o si se quiere el riesgo o el efecto perverso) de la estrategia del casamiento tardío es el no casarse, es decir, el celibato (que, por lo general, es diferencial según los sexos, siendo más duro para las mujeres). Dado que nuestra base reconstruye solo matrimonios, los solteros tienen un tratamiento específico. Lamentablemente, no contamos en la provincia de Neuquén con ninguna evaluación estadística alrededor del fenómeno del celibato. Por otro lado, nuestra base no capta las uniones de hecho. Por más que podamos contar con algún dato ocupacional, carecemos un registro de entrada y eso nos impide realizar un seguimiento por dos décadas.

14 Entrevista a Ángel, 26/09/2007.

15 Entrevista a Ángel, 26/09/2007.

16 Entrevista a Vital, 25/10/2007.

17 Entrevista a Juan Carlos, 10/11/2007.

18 Entrevista a Osvaldo, 07/12/2007.

19 Entrevista a Osvaldo, 07/12/2007.

20 Es interesante como la sociabilidad de Osvaldo se traduce en una percepción que solo concibe al centro como el único espacio posible, dejando de lado a los numerosos barrios que lo rodean: "En aquel entonces cuando yo vine a la ciudad, la ciudad terminaba en la calle era la calle Alcorta (limite sur del centro). Para aquel lado, la Jujuy (límite oeste) y para aquel lado la cárcel (límite este) y para este, el comando (norte)". Entrevista a Osvaldo, 07/12/2007.

21 Entrevista a Miguel, 15/03/2004.

 

Información sobre el autor:

Joaquín Perren. Profesor de Historia y especialista en historia regional por la Universidad Nacional del Comahue (Argentina). Posee el grado de doctor en Historia por la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (Argentina), es integrante del nodo Centro de Estudios de Historia Regional de la unidad ejecutora en red Investigaciones Sociohistóricas Regionales del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CEHIR/ISHIR/CONICET), investigador asistente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, y docente de las facultades de Economía y Humanidades de la Universidad Nacional del Comahue (Argentina). Dirección electrónica: joaquinperren@hotmail.com

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons