Introducción
La característica principal de la población mundial en el siglo XXI, será el envejecimiento demográfico, entendido este como un proceso que alcanzó a los países desarrollados y a la mayoría de países de América Latina. Está caracterizado por el aumento poblacional de los adultos mayores, a medida que la proporción de niños y jóvenes disminuye. El grado de avance y el estado actual de este proceso en cada uno de los países es diferente, pero además, al interior de cada país, los procesos de envejecimiento son distintos, si se analiza la población según indicadores socioeconómicos.
El objetivo general de esta investigación es aportar elementos que permitan comprender la situación de los adultos mayores de 65 años (población considerada adulta mayor), tomando en cuenta además a los adultos mayores como sujetos de asistencia social, cuando están expuestos a condiciones de desamparo, incapacidad, marginación o maltrato. Se tendrá en cuenta que las realidades actuales están determinadas fuertemente por las etapas anteriores del ciclo de vida de las personas, no sólo las personales, sino también las familiares, socioeconómicas e históricas. Se considerarán también las diferencias que presentan los sexos y los grupos etarios dentro mismo del grupo de 65 años o más.
Dado que los cambios demográficos poseen ritmos de cambio y evolución diferentes a las realidades económicas (niveles de pobreza muy elevados, educación deficitaria, acceso a salud, desempleo, niveles de urbanización, etc), la situación de vejez estará asociada a una serie de problemáticas complejas: inestabilidad económica, aumento de las enfermedades crónicas y discapacitantes, relaciones intergeneracionales y la necesidad de adaptaciones sociales, económicas y familiares. La vulnerabilidad social puede definirse a partir de la carencia de activos de las personas y los hogares, tanto de capital físico como de capital social y capital humano (Katzman, 2000).
Se espera encontrar realidades diferentes en Argentina. Si bien el país está indefectiblemente alcanzado en su totalidad por el proceso de envejecimiento, el ritmo y la profundidad del proceso no es similar en todo el país. Se espera encontrar un alto porcentaje de adultos mayores en situación de vulnerabilidad: viviendo en una situación riesgosa definida por circunstancias específicas que pueden ser sociales, económicas, culturales, familiares, genéticas, de género y de edad.
Aunque como se mencionaba al principio, el envejecimiento demográfico está relacionado con el aumento de la proporción de adultos mayores, un tema no menor tiene que ver con la edad a la que comienza a considerarse a las personas como adultas mayores. Decidir un margen inferior de edades a partir de la cual las personas son incluidas dentro de ese grupo, parecería no ser tan simple cualitativamente hablando. Esto tiene que ver básicamente con una parte esencial en el análisis del envejecimiento y es la manera en que los adultos ingresan a la ancianidad, es decir, ingresan en el grupo de más de 65 años.1
El conocimiento de estos procesos favorecerá a la generación de acciones orientadas a la planificación económica y social y de todos aquellos aspectos en que dicho sector constituya un papel substancial como salud, vivienda, seguridad social, producción de bienes y servicios, entre otros.
Resultará de gran importancia la utilización de la información obtenida en este tipo de estudios, ya que sirven como insumo para la futura programación de políticas relativas al sector inactivo o envejecido de la población. Es cierto que las mencionadas políticas no se encuentran determinadas únicamente por particularidades de carácter demográfico. Claramente, no es posible generar acciones inherentes al envejecimiento que se hallen aisladas, ya que cada acción genera sus repercusiones en todos los sectores de la sociedad, como así también, en toda la estructura de edades, la cual se manifiesta de forma diferente en las distintas poblaciones. De cualquier modo, los determinantes sociales de la población constituyen un aporte imprescindible para la formulación de políticas concretas (Marmot, 2005). Los determinantes sociales del envejecimiento considerados se muestran en el Diagrama 1.
Para ello, es necesario utilizar un enfoque de análisis que permita develar las características específicas de los adultos mayores sujetos de asistencia social e ir más allá del tradicional estudio de situación de pobreza de la población. Este enfoque es el de la vulnerabilidad social.
Mantener una óptica de vulnerabilidad social propone básicamente, lograr programas más puntuales, que permitan generar indicadores reales de desarrollo y que permitan medir exactamente hasta dónde es posible reducir la exclusión social y lograr la inclusión social de un colectivo cada vez más grande, como lo es de las y los adultos mayores, cuyas necesidades cada día son ascendentes, en todas las áreas del desarrollo humano (Caro, 2002: 1).
El estudio del proceso de envejecimiento supone abordar desafíos teórico-metodológicos, dado que
no existe un único paradigma de la vejez y el envejecimiento: la vejez alude a una realidad multifacética atravesada no sólo por el paso del calendario, sino también por aspectos fisiológicos, sociales y culturales (CELADE, 2006: 14).
En este sentido es que la historia personal, el propio camino recorrido a lo largo de todos los años, ha dejado una huella imposible de borrar y tiene un impacto acumulado sobre los años adultos de las personas. Acheson (Gordon, 1999) afirma que las desigualdades en salud son la expresión de exposición y vulnerabilidad diferencial que surgen a partir de diferencias en las posiciones socioeconómicas de los individuos, desde la etapa gestacional y durante el curso de la vida, generando interacciones socio -psico- biológicas que además son acumuladas en el tiempo. Por lo dicho anteriormente, no podría definirse de manera generalizada una edad en la cual comience la vejez, ni tampoco es posible afirmar que no haya diferencias a partir de los 65 años. No es lo mismo tener 65 años, que tener 85; sin embargo, para muchos de los análisis, esas dos edades pertenecen a un mismo grupo. A pesar de estas salvedades, el uso de fuentes de datos cuantitativas invita a tomar una decisión que se traduce en definir de manera general, y más allá de las especificidades, el comienzo de esta etapa.
En este sentido Chackiel, plantea que el envejecimiento biológico es un proceso irreversible, y considera
...vieja a la persona que está en la etapa final de la misma, en la que dicho proceso se hace más acelerado y va comprometiendo las facultades físicas y mentales. Desde un punto de vista sociodemográfico y jurídico-laboral se considera que la vejez comienza a partir de cierta edad o, mejor dicho, de un cumpleaños específico... (Chackiel, 2000: 9).
Este límite teórico, termina siendo representativo en algunos casos, pero no en todos. Pero definitivamente, no tiene en cuenta la multiplicidad de factores que convergen en su definición. Así, Villa y Rivadeneira destacan que: "Si bien la edad parece ser el criterio más apropiado para delimitar el envejecimiento, la determinación de un valor numérico estará siempre sujeta a arbitrariedad" (Villa y Rivadeneira, 2000: 26).
De tal manera que se analizarán:
Las principales causas de muerte según grupos etarios quinquenales para mayores de 65 años y sexo.
Indicadores de dependencia.
La disponibilidad de obra social o plan de salud.
La composición de los hogares de las personas adultas.
Se utilizarán como fuentes de información los Censos Nacionales de Población y Vivienda 2001 y 2010; las estadísticas de salud provenientes de los Anuarios de la Dirección de Estadísticas de Salud pertenecientes al Ministerio de Salud; de la información proveniente de las Encuestas Permanentes de Hogares y de la Encuesta Nacional de Factores de Riesgo.
Desarrollo
La manera estadística y demográfica más simple, y por tanto más conocida y utilizada para definir la ancianidad es a través de una edad alcanzada. De esta forma, y dependiendo de circunstancias y objetivos, se han utilizado los grupos de 60 años o más; 65 años o más y 70 años o más, aparte de otras opciones. En esta investigación utilizaremos 65 años o más, ya que es el corte más utilizado, haciendo previamente la aclaración de que el criterio de la edad es tan sólo una aproximación práctica.
El envejecimiento poblacional está asociado, por un lado, a la caída de la fecundidad (se han reducido de 4.6 a 2.5 el número de nacimientos por mujer en los últimos 50 años),2 y al aumento de la proporción de adultos mayores en los países en desarrollo, sumado al descenso de las tasas brutas de mortalidad. A esta situación se le debe agregar el aumento en la esperanza de vida de las personas,3 con lo cual el escenario posee no sólo una proporción más elevada de personas mayores de 65 años, sino que además, son personas que vivirán en promedio más años que en épocas pasadas.
En términos de distribución porcentual puede observarse en el Cuadro 1 cómo es el comportamiento de los grupos etarios. Se observa que la proporción de población en edades de cero a 14 años de edad disminuye a partir de 1895 y hasta 1980, momento en el que se puede apreciar un leve aumento, hasta 2001. De ese año en adelante, vuelve la tendencia al descenso y se espera que dicha tendencia se mantenga hasta 2050.
Fuente: elaboración personal basada en los datos de los Censos Nacionales disponibles en www.indec.gov.ar
El grupo de 65 años o más (Cuadro 1) tuvo poca participación porcentual durante el siglo pasado. Sin embargo la tendencia general, continua y sostenida es al aumento porcentual, ganando progresivamente más importancia respecto de los otros dos grupos etarios. Esto indica un futuro del envejecimiento poblacional descrito en el aumento esperado en números absolutos y relativos de la población de 65 años o más (CEPAL, 2011).
Si prestamos atención a la población envejecida, se observa que existe un porcentaje más elevado de población femenina sobre la masculina, resultado de su mayor sobrevivencia. De ahí que puede decirse que la vejez en Argentina es mayormente femenina (Cuadro 2). En este sentido, a la inequitativa participación de la mujer en el mercado laboral, el limitado acceso a la seguridad social, las menores condiciones de salud y el relego social, se añaden las desventajas del envejecimiento.
Fuente: INDEC. Censo Nacional de Población, Familias y Viviendas 1970. Censo Nacional de Población y Viviendas 1980 y 1991. Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas 2001 y y Viviendas 1980 y 1991. Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas 2001 y 2010.
Índice de envejecimiento
Un índice que permite observar el balance entre las generaciones jóvenes (comprendidas entre 0-14) y las adultas mayores (65 o más) es el índice de envejecimiento.4
En el año 1970, el índice de envejecimiento era de 23.8 personas adultas mayores por cada 100 jóvenes (Cuadro 2). La misma relación, desagregada según sexo, muestra una proporción mayor de mujeres respecto de la población joven (26.4 por cada 100 jóvenes) en relación a la proporción de varones mayores respecto de la población joven (21.3 por cada 100 jóvenes). Este patrón se repite a lo largo de todos los años analizados y la brecha entre uno y otro sexo se acrecienta a medida que se llega al año 2010.
El índice de envejecimiento para el total de la población, comenzó siendo de 23.8 en 1970 como se mencionaba y alcanzó un valor de 40.2 personas adultas mayores por cada 100 jóvenes en 2010. En ese año, la relación de personas adultas mujeres era de 48.3 por cada 100 jóvenes. Para los varones, la relación era de 32.2 varones por cada 100 jóvenes.
Índice de feminidad
El envejecimiento de la población femenina hace referencia a la composición etaria de este grupo. En este caso se analizará un indicador denominado índice de feminidad (IF), que muestra el número de mujeres por cada 100 hombres y se presenta, a partir de los 65 años, por grupos quinquenales de edad y hasta los 80 años o más, durante los años 1970, 1980, 1991, 2001 y 2010 (Cuadro 3).
Fuente: INDEC. Censo Nacional de Población, Familias y Viviendas 1970. Censo Nacional de Población y Viviendas 1980 y 1991. Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas 2001 y 2010.
Puede notarse que a lo largo del tiempo, y dentro de cada grupo etario, la tendencia del IF muestra un crecimiento que es más leve en las edades comprendidas entre 65 y 69 años, pero que comienza a mostrarse más notable en los grupos de más edad y puntualmente en el grupo de 80 años o más.
Si se agrega ahora el análisis de la proporción de mujeres adultas mayores respecto del total de población femenina del país y su evolución en los años mencionados, es posible seguir confirmando lo que hasta aquí se viene insinuando.
En el Cuadro 4 se aprecia, por un lado, que tanto la población mayor de 50 años como la de 60 años va en aumento. Esto quiere decir que estas personas representan una mayor proporción sobre el total de población cada vez más. Se observa también un envejecimiento mayor de la población femenina respecto de la masculina en todos los años considerados, relación que se acrecienta hacia el año 2010, y se espera que esa tendencia se mantenga.
Fuente: INDEC. Censo Nacional de Población, Familias y Viviendas 1970. Censo Nacional de Población y Viviendas 1980 y 1991. Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas 2001 y 2010.
Según los resultados arrojados, la proporción de mujeres de 80 años o más se triplica entre 1970 y 2010, mientras que la proporción de varones apenas se duplica y la población femenina adulta mayor aumenta casi siete puntos porcentuales en ese mismo período, mientras que la población masculina adulta mayor aumenta algo más de dos puntos porcentuales.
Relaciones de dependencia demográfica
El aumento proporcional de adultos mayores con respecto a la población total, modifica la relación de dependencia demográfica (RDD), que está definida como el peso que posee el grupo de niños y adolescentes, sumado al grupo de adultos mayores sobre la población en edades comprendidas entre 15 y 64 años de edad. El supuesto es que los jóvenes y viejos dependen de los adultos en edades intermedias, considerados como capaces y activos para otorgar apoyo familiar, social y económico. El resultado de la RDD se obtiene sumando el total de personas menores de 15 años con las personas de 65 años o mayores, dividida por la población mayor de 15 años y menor de 64.
El primer sumando del numerador se denomina relación de dependencia demográfica joven (RDDJ). El segundo sumando se denomina relación de dependencia demográfica de la vejez (RDDV). Ambas relaciones de dependencia demográfica son aproximaciones, cuya principal virtud es que son intuitivas y fáciles de calcular con información disponible y simple. Sin embargo deben tomarse con cautela y no como valores definitivos, pues es claro que no toda la población en las edades entre los 0 y los 14 años es dependiente, pero tampoco es cierto que todo el sector comprendido entre los 15 y los 64 años es activo, y tampoco todas las personas de 65 años o más son dependientes.
El Cuadro 5 muestra un aumento conjunto de la RDDJ y de la RDDV hasta el año 1991, lo cual redunda en un aumento de la RDD. A partir de ese año y hasta el 2010 se observa, por un lado, una disminución de la RDD total, impulsada más que nada por la disminución de la RDDJ, ya que la RDDV muestra un aumento leve, y por otro lado un estancamiento final hacia el año 2010.
Fuente: INDEC. Censo Nacional de Población, Familias y Viviendas 1970. Censo Nacional de Población y Viviendas 1980 y 1991. Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas 2001 y 2010.
Relación entre población envejecida y cuidadoras potenciales
Si se piensa en el concepto de vulnerabilidad aplicado a la vejez, es importante mencionar que la mayor vulnerabilidad en la vejez es la que se relaciona con la salud. En cierto punto se genera dependencia, debido a que las enfermedades crónicas y discapacidades motrices o mentales requieren antes que nada prevención, pero luego atención médica, medicamentos y cuidados personales de modo permanente. De alguna manera estos servicios llevan asociados un gasto económico. En el mejor de los casos, los adultos mayores poseerán capacidad económica suficiente como para cubrir las necesidades en la oferta privada. En otros casos, poseerán obra social, con lo cual podrán atenderse en instituciones públicas o privadas.
Un hecho ineludible de la vejez tiene que ver con la mayor vulnerabilidad existente en relación a la salud. Las enfermedades crónicas, las discapacidades mentales y físicas requieren prevención y atención médica, pero también medicamentos y cuidados personales de modo permanente. En este sentido, hay que indicar y subrayar que se trata de servicios especialmente costosos.
En los casos en los que el adulto mayor o su familia tienen capacidad económica suficiente, las necesidades que surgen son preferentemente resueltas en la oferta privada. Sin embargo, una gran parte de la población adulta mayor ve limitada esa capacidad y por lo tanto, ve restringido y de difícil acceso a la prevención, a los sistemas de salud, medicamentos o tratamientos. De esta manera, debido a las limitaciones que se presentan y dentro del contexto social y económico prevalente, la dependencia de la vejez es en muchos casos responsabilidad de los hijos o de familiares como nietos, hermanos y demás parientes. De todas maneras, esta ayuda está restringida a la disponibilidad de tiempo de los familiares, y queda librado al azar de su mayor o menor afinidad con esas actividades, que requieren paciencia, conocimientos específicos y tiempo. Si la necesidad de atención y de cuidados aumenta con el tiempo o léstos son demasiado delicados y específicos, ya no son las redes familiares y sociales las que se involucran y cubren los requerimientos, sino algunos de sus integrantes, con alguna persona como cuidadora principal, generalmente alguna de las hijas o la esposa. La bibliografía indica "que estas cuidadoras en su mayor parte están en el rango de edad de 45 a 59 años de edad" (Robles-Silva, 2001: 2).
Una manera de estimar la magnitud de la afectación de la capacidad de atención a la vejez ante la dinámica demográfica esperada, puede realizarse utilizando un índice denominado de disponibilidad de las cuidadoras (IDC) de la población envejecida.5 Esta es otra aproximación, bajo el criterio de que al considerar grupos quinquenales etarios, las más propensas a ser cuidadoras son las mujeres en ese rango de edad, que ayuda a ilustrar el grado de dependencia que tienen las personas adultas mayores, sobre grupos etarios que cada vez se vuelven más pequeños en relación a los anteriores.
En el Cuadro 6 se muestra el IDC. Entre 1970 y 1980, el IDC se mantuvo más o menos estable y oscilando cerca del 100. Después de ese año, se superaron los 120 puntos y los 130 puntos en el año 2001. Se esperan incrementos que seguirán siendo importantes, de tal manera que habrá potencialmente mayor número de personas que requieran atención que posibles cuidadoras disponibles. Es esperable que esa cantidad se duplicará después del año 2040, llegando a más de 222 en 2050, cifras que reflejan los cambios de estructura por edad y sexo con mayor presencia esperada de los sectores más envejecidos. Más que describir una situación esperada estos datos revelan la necesidad de prever institucionalmente los cuidados a largo plazo de la población envejecida. Seguramente serán otras las alternativas familiares, sociales y económicas que se utilicen, las que son convenientes planear desde ahora para que sean funcionales cuando el futuro se haga presente.
Fuente: INDEC. Censo Nacional de Población, Familias y Viviendas 1970. Censo Nacional de Población y Viviendas 1980 y 1991. Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas 2001 y 2010.
Vejez y hogares unipersonales
Es interesante observar que 21 por ciento de la población mayor de 65 años vive en hogares unipersonales o en hogares compuestos por dos personas y que del total de personas que viven en hogares unipersonales, 39 por ciento tiene más de 65 años. Esto viene de alguna manera a fortalecer las hipótesis que se están esgrimiendo: las personas adultas viven generalmente solas, lo que facilita la aparición de situaciones complejas: soledad, falta de atención y mayor vulnerabilidad social, reflejada en dificultad de acceso a servicios y limitada integración social.
Esta situación desencadena muchas dificultades para los adultos mayores. Muchas veces es necesario, como se mencionó anteriormente, que algún familiar cercano se haga cargo de la vida de los adultos mayores. Muchas veces esto recae en las mujeres y la atención a los adultos no tiene sólo que ver con los temas relacionados con la salud. También deben mencionarse las dificultades que atraviesan los adultos mayores para realizar operaciones cotidianas que se vuelven complejas e inaccesibles para ellos, lo que tiene que ver puntualmente con la brecha tecnológica que se ha generado entre ellos (más puntualmente entre los adultos de 70 años o más) que los aleja y los aparta de realizar una serie de acciones y trámites como transacciones bancarias, problemáticas asociadas con el cobro de haberes o mínimamente la comunicación cotidiana entre ellos o con el resto de las personas. No sentir seguridad para manejar un cajero electrónico, no poder enfrentarse a una computadora y no alcanzar a comprender los límites de la burocracia estatal o privada, los limita, los excluye y los subordina a decisiones que muchas veces no les son propias y muchas otras veces no les son consultadas.
Claro que existen excepciones. Hay adultos mayores que han ingresado en la era tecnológica con la experiencia suficiente como para sobrevivir a los embates técnicos. Sin embargo, es muy amplia la proporción de adultos que se ven excluidos y por lo tanto, muy limitados en estos temas.
Salud en la vejez
El concepto de envejecimiento como dependencia se genera en razón de la aparición y acumulación de padecimientos crónicos, incurables y progresivos, dentro de una polipatología que no es inmediatamente fatal, sino que tiene serios efectos no letales con consecuencias de deterioro funcional, mala calidad de vida, demanda de atención médica y necesidad de cuidados de largo plazo; es el caso de las enfermedades del corazón, la diabetes, los cánceres y las enfermedades cerebrovasculares, que además son las principales causas de muerte en esta etapa de la vida. Debido a enfermedad e incapacidad a partir de la vejez, se originan dependencias que significan cargas sociales, económicas y emocionales para la persona, la familia y la sociedad. Esta situación era poco problemática cuando los volúmenes de población envejecida eran menores, pero ahora y sobre todo a futuro, las dificultades se multiplican ante las prospectivas de envejecimiento y cambios epidemiológicos con las consecuencias mencionadas. Ante la necesidad de prevenir y controlar estas enfermedades para mitigar sus efectos, se genera una creciente necesidad de adaptar y reforzar los sistemas de salud, las instituciones de seguridad social y las familias.
Principales causas de muerte
En la medida que la esperanza de vida va aumentando y las personas fallecen cada vez más ancianas, varía de manera conjunta el perfil de las causas de defunción. Esta situación se pone de manifiesto al analizar las principales causas de mortalidad por grupos de edad en adultos mayores de 65 años de la Argentina.
Según las bases de datos sobre mortalidad de la Organización Panamericana de la Salud, las principales causas de mortalidad proporcional en los varones son las insuficiencias cardíacas, las enfermedades isquémicas del corazón, seguidas por las enfermedades cerebrovasculares, y la influenza y neumonía (Gráfica 1).
Fuente: elaboración personal en base a datos DEIS, Dirección de Estadísticas e Información en Salud.
Las muertes por insuficiencia cardíaca representan la mayor proporción de fallecimientos para todos los años considerados. Si bien presenta oscilaciones en la medida en que avanzan los años, se mantiene relativamente estable como principal causa, representando en promedio de 11 a 13.5 por ciento del total de las muertes ocurridas entre las personas de 65 años o más.
En segundo lugar, proporcionalmente hablando, se ubican las enfermedades isquémicas del corazón. Esta causa muestra un leve descenso en el tiempo: comienza representando diez por ciento de las muertes totales y termina representando en el año 2010 algo menos de ocho por ciento del total. En tercer lugar, se encuentran las enfermedades cerebrovasculares, con valores porcentuales que oscilan entre ocho y 6.5 por ciento. Por último, las causas que han ganando importancia porcentual son la influenza y la neumonía, que comienzan alcanzando algo más de cuatro por ciento de las muertes, para terminar llegando a representar casi 6.5 por ciento de los decesos.
Estas cuatro enfermedades crónicas no transmisibles causaron en el año 1999 casi 40 por ciento de las muertes ocurridas a partir de los 65 años, y representan casi 30 por ciento en 2010.
Esto indica que en cierta manera ha habido cambios en cuanto a la importancia porcentual de algunas enfermedades en los adultos mayores varones. El cambio observado puede explicarse, en parte, por el aumento proporcional de algunas enfermedades. Es decir, una serie de variables aumentan la importancia relativa, en este rango etario. Estas enfermedades son las enfermedades hipertensivas y los edemas pulmonares.
Este patrón causal varía al analizar las defunciones según grupos etarios. Entre los adultos mayores de menos edad (65-69 años), las enfermedades cerebrovasculares pierden importancia relativa situándose en la segunda posición, luego de la diabetes mellitus. En este grupo de edad, las proporciones de muertes por cirrosis y otras enfermedades del hígado y neoplasias malignas de tráquea, bronquio y pulmón, superan a las muertes por enfermedades crónicas de las vías respiratorias inferiores. Por otro lado, las neoplasias malignas llegan a ocupar el noveno lugar entre las primeras veinte causas dentro de este grupo de edad.
La influenza y la neumonía son las enfermedades transmisibles que aparecen entre las diez primeras.
A medida que se avanza en la edad, la diabetes aún se mantiene entre las diez primeras causas de muerte, aunque desciende a la cuarta posición entre los octogenarios y a la séptima si se analiza a las personas mayores de 90 años. Luego, las enfermedades cerebrovasculares pasan a la segunda posición cuando se seleccionan sólo las personas mayores de 70 años. La proporción de muertes por neoplasias va disminuyendo en la medida que avanza la edad. Sin embargo, causas transmisibles como la influenza y la neumonía ganan importancia, llegando a la tercera posición a partir de los 80 años. Estas enfermedades causan casi tres por ciento de las muertes entre los 60 y 69 años, y alcanzan casi nueve por ciento pasados los 90 años de vida. En esta etapa, las enfermedades relacionadas con la desnutrición y anemias nutricionales también adquieren relevancia al subir a la décima posición entre las causas de muerte. Ascienden también en su contribución a la mortalidad, con el avance de la edad, la demencia y la enfermedad de Alzhéimer. En los septuagenarios esta causa de muerte aparece como la número diecinueve y pasa a la novena posición a partir de los 80 años.
El patrón de causas también exhibe diferencias entre sexos. En las mujeres adultas mayores de 60 a 69 años, la proporción de muertes por diabetes mellitus alcanza un valor relativo de 12.8 por ciento, superando así a las muertes por enfermedades isquémicas del corazón que poseen un valor relativo de 10.2 por ciento. Si se analizan ambos sexos de manera individual, puede observarse que la enfermedad hipertensiva, las demencias y las caídas accidentales muestran mayor peso como causa de defunción entre las mujeres. Entre los hombres, las proporciones de muertes por neoplasias de tráquea, bronquio y pulmón, las enfermedades crónicas de las vías respiratorias inferiores, la cirrosis y otras enfermedades hepáticas, son las más altas.
Acceso a obra social o a atención médica prepaga
Al análisis descriptivo de las principales causas de muerte en la vejez, debe agregarse el hecho que se mencionaba anteriormente, asociado a los de riesgo y fragilidad y en cierto modo, lo que rápidamente puede irse indicando es que, cuando la transición epidemiológica avanza, como lo ha hecho en Argentina, queda rezagada la estructura social necesaria para incluir a los ancianos en los sistemas de salud de previsión.
El acceso a los servicios de salud es esencial en las edades adultas, ya que es el momento en que aparecen enfermedades que necesariamente requieren de cuidados especiales, vigilancia permanente y medicamentos que son suministrados, en su mayoría, no de manera esporádica, sino cotidianamente (Bisang y Centrángolo, 1997).
En este sentido, en el año 2001, de las personas de 65 a 69 años, 72.86 por ciento poseían obra social y casi 30 por ciento de ellas no poseían ningún tipo de obra social ni prepaga. Luego, de las personas de 70 a 74 años, 81 por ciento poseía obra social y alrededor de 14 por ciento no. Entre las personas de 75 años y más, alrededor de 87 por ciento de la población poseía obra social y aproximadamente 12 por ciento no la poseía. Si ahora el análisis se desagrega según sexo, lo que puede verse es que en general y a lo largo de todos los grupos quinquenales de edad analizados, existen mayores porcentajes de mujeres con acceso a obra social en comparación con el acceso que poseen los hombres (Gráfica 2 y Gráfica 3).
Fuente: elaboración personal con base en el Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas 2001 (INDEC).
En el año 2010, la situación mejoró relativamente. En el acceso de la población adulta a obra social, se observa una mejoría (Gráfica 4 y Gráfica 5).
En el año 2010, el acceso a obra social de la población adulta alcanzó valores mucho más favorables que en el año 2001, reduciéndose a 11.38 por ciento los casos de varones mayores de 65 que no acceden a obra social. Luego, la reducción es mayor, alcanzando valores cercanos a cuatro por ciento.
Fuente: elaboración personal con base en el Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas 2010 (INDEC).
Fuente: elaboración personal con base en el Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas 2010 (INDEC).
En el caso de las mujeres, en el primer grupo etario, sólo 4.73 por ciento no accede a obra social, mientras que a medida que avanzan en la edad, el valor se reduce levemente.
Sin embargo, lo que sucede normalmente es que los servicios sociales no alcanzan a cubrir las necesidades de las personas adultas. Es decir, la calidad de la cobertura no es lo suficientemente buena como para hacer frente a las demandas de una población cada vez más envejecida.
En Argentina, los trabajadores que se jubilan, tienen cobertura de salud por la obra social a la que estaban afiliados como activos, por el plazo de tres meses inmediatamente siguientes a su jubilación (art 10 de la ley 23660 de obras sociales) (Belmartino, 2009). Luego, una vez que se jubilan, automáticamente quedan incluidos en el Instituto Nacional de Servicios Sociales para Jubilados y Pensionados (INSSPJYP), según la ley 19032 (BO 28-5-1971) conocido como PAMI (Prestaciones Asistenciales Médicas Integrales).
La ley de su creación establece lo siguiente:
Artículo 2o El Instituto tendrá como objeto otorgar -por sí o por terceros- a los jubilados y pensionados del régimen nacional de previsión y del Sistema Integrado de Jubilaciones y Pensiones y a su grupo familiar primario, las prestaciones sanitarias y sociales, integrales, integradas y equitativas, tendientes a la promoción, prevención, protección, recuperación y rehabilitación de la salud, organizadas en un modelo prestacional que se base en criterios de solidaridad, eficacia y eficiencia, que respondan al mayor nivel de calidad disponible para todos los beneficiarios del Instituto, atendiendo a las particularidades e idiosincrasia propias de las diversas jurisdicciones provinciales y de las regiones del país...Las prestaciones así establecidas se considerarán servicios de interés público, siendo intangibles los recursos destinados a su financiamiento... (Instituto Nacional de Servicios Sociales para Jubilados y Pensionados, 1971, Art 2o: 1).
Sin embargo, la mayoría de las personas mayores de 65, intenta mantener la obra social que tenía cuando estaba en actividad. Ser mayor de 65 años dificulta el hecho de ser recibidos por muchas empresas de medicina prepagada, para ingresar como pasivos, debido a que requieren de consultas y prácticas médicas complejas, lo que representa un costo muy elevado para ser asumido por esas empresas. En este sentido, la salud deja de constituirse en un derecho para los adultos mayores y pasa a ser un negocio para los prestadores. Es aquí donde aparecen los contrastes y son sólo aquellas personas mayores de 65 años con mejor situación socioeconómica las que pueden acceder a mejores sistemas de salud, quedando desamparadas y desatendidas aquellas personas que no disponen del dinero necesario para alcanzar un buen servicio de salud.
Hay que mencionar que las empresas de medicina prepagada indican expresamente que la edad no puede ser tomada como criterio de rechazo o de admisión, según el Artículo 11 de la Ley 26 682 (BO 17-5-2011, promulgada por el decreto 588/11 que aclara además en el artículo 12 que para las personas mayores de 32 años, la Autoridad de Aplicación debe definir los porcentajes de aumento de costos según riesgos para los distintos rangos etarios. Y aquellos usuarios mayores de 65 años que tengan antigüedad mayor a 10 años, no se les puede aplicar el aumento en razón de su edad.
No obstante estas normas, es cotidiano el rechazo de las prepagadas a afiliar personas mayores de 65 años.
Conclusiones
El proceso de envejecimiento en Argentina, y particularmente la feminización de la adultez, es un hecho indudable. Con más desarrollo en algunas regiones que en otras, debido a que el alcance de la transición demográfica no se da en todo el país de manera uniforme, el envejecimiento es una realidad que sin duda irá avanzando sobre todo el territorio.
El índice de envejecimiento claramente indica un aumento proporcional de los adultos mayores respecto de la población total, con valores que llegaron a los 32 puntos porcentuales para los varones y a los 48 puntos porcentuales para las mujeres en el año 2010.
En este mismo sentido y considerando las situaciones de dependencia, se analizó el índice de dependencia de los padres y de la juventud, que mostró un aumento conjunto de la relación de dependencia demográfica joven y de la relación de dependencia demográfica de la vejez hasta el año 1991, que determinó un incremento de la relación de dependencia demográfica. Luego y hasta 2010, se observa por un lado una disminución de la relación de dependencia demográfica total, impulsada más que nada por la disminución de la relación de dependencia demográfica joven básicamente, ya que la relación de dependencia demográfica de la vejez, muestra un aumento leve y un estancamiento final hacia el año 2010.
Respecto del índice de disponibilidad de las cuidadoras se observó que los valores para el año 2001 superan los 120 puntos y los 130 puntos en el año 2010. Es esperable que esa cantidad se duplicará después de 2040, llegando a más de 222 en 2050. Estos valores revelan la necesidad de prever institucionalmente los cuidados a largo plazo de la población envejecida.
Como se ha visto en la investigación, por falta de adecuación del Estado a la nueva realidad, por la velocidad que adquieren los cambios sociales y demográficos, pero también los cambios de tipo tecnológicos, son los adultos mayores quienes mayormente sufren las consecuencias. La vida de las personas (en mayor medida, la de las mujeres), se ha extendido. Sin embargo, las vidas de esas mujeres adultas transcurren muchas veces en soledad, alejadas de redes sociales que la contengan, con la debilidad que caracteriza a la salud de los mayores, escenario no demasiado alentador para muchas de ellas, lo que viene a configurar una situación de vulnerabilidad en la cual terminan sus vidas.
Es cierto que se registran excepciones. Hay personas de 65 y 70 años (en esta investigación se las ha llamado adultas mayores), que están socialmente integradas, y mantienen una relación estrecha con las instituciones y las redes de contención colectivas. Sin embargo, cuando avanzamos en las edades, vemos que la fragilidad a la que se hallan expuestos, les impide mantener la vitalidad a la que estaban acostumbrados.