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La ventana. Revista de estudios de género
versión impresa ISSN 1405-9436
La ventana vol.3 no.28 Guadalajara dic. 2008
En la mira
De hábitos y monjes. Las trayectorias de participación política de los líderes de organizaciones civiles y su eficacia política
María Cristina del Refugio Gutiérrez Zúñiga*
Loeza Laura, Organizaciones civiles. Identidades de una elite dirigente. México, UNAM, 2008.
* Doctora en ciencias sociales. Profesor investigador del Programa de Estudios Jaliscienses de la Universidad de Guadalajara. Correo electrónico: cristina.gutierrez@coljal.edu.mx.
Me da gusto encontrarme con un trabajo realizado concienzudamente con metodología y conceptos de la sociología política o, como la autora prefiere decir, de sociología de la teoría política, en torno a la caracterización de la elite dirigente de organizaciones civiles en México en el periodo que va de 1964 a 2002.
Es decir, este trabajo abarca desde los años en que se inicia la contestación al régimen de representación prácticamente monopartidista, que se visibilizará en el movimiento del 68 y sobre todo a partir de su represión, seguida de los años de la radicalización de la lucha que la propia cerrazón del régimen convirtió en clandestina y, para sus protagonistas, en lucha irremediablemente armada, así como los años de la reforma política que a partir de 1976 amplió la posibilidad de registro y continuidad a una amplia gama de iniciativas políticas que se convirtieron en partidos legales, abriendo así la posibilidad de la llamada "reconsideración" y desarme de grupos guerrilleros. Continúa el lapso abarcado por este estudio por ese largo periodo en el que partidos y ciudadanos cobramos creciente importancia sobre la vigilancia de los procesos electorales y sobre la necesidad de articular los distintos movimientos civiles con este fin, articulación que hizo posible, desde la trinchera ciudadana, los primeros gobiernos de alternancia local, gubernamental y finalmente federal en el año 2000. Abarca entonces este estudio el amplio proceso de construcción democrática de México hasta 2002, sin hacer de su fecha de cierre un cierre de este proceso en el que aún estamos.
¿Cuál ha sido el papel de las organizaciones civiles y de sus dirigentes como elementos clave en este proceso?
A lo largo de 40 años, y de estos años en particular, hay mucho que contar. Laura Loeza identifica una transformación del trabajo, del proyecto y de la autoconcepción de estas organizaciones que implica muchas y difíciles transacciones y que a grandes rasgos se divide de la siguiente manera:
Desde las células para el trabajo popular, abarcando una multiplicidad de proyectos y escalas de proyectos, desde los barriales hasta los internacionales.
A la organización no gubernamental definición que si bien implica cierta institucionalización, sólo dice que no es estatal y que no es eclesial, pero que no define su esencia.
Hasta las organizaciones de la sociedad civil para el desarrollo social, una figura con la que en la actualidad una buena parte de las organizaciones se identifica y legitima su acción y sus demandas de financiamiento.
Loeza tiene muy claro que en este trayecto hay, por lo menos, dos historias que contar: la biográfica la propia de los actores, que no por ser personal deja de ser "relacional" y la del contexto y los marcos institucionales en los que los actores se desenvolvieron.
La autora nos refiere cómo estas dos historias entrelazadas conllevan a su vez múltiples procesos de cambio: pasan por un cambio de imaginarios políticos, cambios de lenguaje que rebelan y van construyendo un cambio de identidad, una ampliación de repertorios de acción política, una apertura de espacios de acción colectiva, una identificación de oportunidades de incidencia y, consecuentemente, una apertura de más espacios de acción. Es decir, la mejor dirección de estas historias consistiría en un círculo virtuoso de la acción política de las organizaciones civiles, que pareciera que Laura quiere constatar en su calidad de socióloga y ciudadana. Opino que es esta idea general la que inspira su trabajo y que sostiene de manera contundente y bien construida. Nos dice que:
Comparando los relatos biográficos de los dirigentes que vivieron trayectorias de participación política diferentes, buscamos conocer, primeramente, cuáles son los diferentes agentes de socialización política que contribuyeron a dar forma a las diferentes concepciones de su "mundo socioprofesional" y, a partir de ello, construir una tipología de formas identitarias, y hacer una comparación de su eficacia política, es decir, establecer la relación entre las diferentes trayectorias políticas de los dirigentes, las dinámicas identitarias, las formas identitarias y su eficacia política (p. 76).
Para realizarlo, la autora lleva a cabo un cuidadoso trabajo de aplicación de cuestionarios y entrevistas para recopilar las trayectorias de participación política de 30 dirigentes civiles experimentados. Para ello se basa en una buena combinación de métodos entre la historia oral, por un lado, y el análisis narrativo de Dubar, que le permite reconstruir la categorización social que los actores realizan por medio de su relato y su lógica, a fin de localizar los factores comunes y diferenciales sobre la conformación de las identidades de estos dirigentes civiles. Este segundo método tiene una raigambre más sociológica, por lo que esta orientación del trabajo se fortalece con el diseño de un cuestionario que incluye una serie de variables que la sociología política ha identificado como relacionadas con el desarrollo de una orientación política radical, así como con un diseño experimental consistente en la comparación de su muestra con un grupo control compuesto por ex guerrilleros; es decir, con personas que, al optar deliberadamente por la acción violenta, contrastan con la característica de su objeto de estudio, los dirigentes civiles.
Este diseño experimental se orienta a la comprobación de una hipótesis, a saber, el papel de la socialización religiosa en la gestación del liderazgo civil y en la negativa a tomar la vía de las armas, rasgo que define a los sujetos de estudio durante el periodo de lucha por la democracia.
La conformación de las identidades de la elite dirigente, tema ya en sí original, es abordada en este estudio de una forma interesante y compleja. Es un trabajo con preocupaciones bien fundadas, bien planteado y sólidamente realizado.
En lo que sigue quisiera hacer comentarios puntuales sobre elementos del estudio que llamaron mi atención, probablemente por la propia orientación de mi trabajo, o lo que comúnmente denominamos la deformación profesional, que en mi caso es la de los estudios sociológicos sobre religión.
El papel de la religión en la conformación de las identidades dirigentes de las organizaciones civiles podría aparecer un tanto simplificada en el diseño del grupo control, ya que se establece como un mero deterrente o elemento disuatorio de la acción violenta. Simple o no en este nivel del estudio, hay que señalar que la autora lo comprueba: la inmensa mayoría de los dirigentes civiles refieren la importante presencia de la formación religiosa en su socialización, mientras que aquéllos que optaron por la vía violenta, no. Pero en el conjunto del estudio, tanto mediante la revisión de las narrativas de los sujetos como en los datos de sus cuestionarios, el papel de la religión se complejiza de una manera más interesante aún: aparece como gestora de una valorización de la vida humana y, más importante aún, como gestora de lo que la autora llamaría "mística de la acción": la profunda convicción de la justicia social aprendida como un valor parte de la matriz religiosa católica en la familia de los líderes civiles entrevistados. Es decir, lo que Weber plantearía, más que como una mística, como una ascética intramundana que busca no la huída del mundo por incompatibilidad con los valores de los individuos, sino la transformación de ese mundo de acuerdo con ellos.
Es interesante hacer notar que los estudios antropológicos y sociológicos sobre la relación religión y política en Latinoamérica han puesto, quizá, una mayor atención a valorar las virtudes revolucionarias de la disidencia religiosa, es decir, protestante y pentecostal, y han asumido tal vez con demasiada rapidez el papel conservador del catolicismo en el subcontinente. O bien lo contrario: con gran ingenuidad, han tomado el papel revolucionario del catolicismo latinoamericano como un todo por la pequeña franja minoritaria de los militantes que han tomado la "opción por los pobres". Hay que señalar que esta polarización tiene honrosas excepciones, entre las que se pueden mencionar a dos miembros de la comunidad académica de CIESASOccidente, como Renée de la Torre y Jorge Alonso, quienes han analizado los muy diversos rumbos políticos que puede tomar la matriz religiosa católica, así como la enorme heterogeneidad administrada desde la institución eclesial.
Frente a esta especie de polarización simplificadora que planteo que existe en los estudios sobre religión en Latinoamérica, la autora, quizá porque no forman parte de su mundo socioprofesional, se coloca en una posición desprejuiciada: entresaca de los relatos biográficos de sus treinta entrevistados, líderes de organizaciones civiles, la importancia del valor religioso de la justicia social en su temprana socialización y en su primera juventud, el contacto con líderes religiosos que, enfocados hacia el trabajo social desde la perspectiva de la teología de la liberación y las comunidades eclesiales de base, le dan una nueva actualidad y sentido a la justicia, y se les aparecen a los futuros líderes como modelos de actuar en el mundo. El valor moral se politiza en la segunda socialización de estos personajes y se convierte en una impronta para la participación política. No se trata ya de la discusión acerca de si los laicos y los movimientos que ayudan a gestar se comportan como un brazo largo de la jerarquía. Tampoco de adivinar preferencias políticas a partir de pertenencias religiosas y manejos corporativos. Se trata del proceso de construcción de una nueva coherencia ética de carácter individual, aunque compartido y relacional y laico, no obstante su raigambre religiosa que rastrea nuestra autora. Considero que vale la pena esta dirección en la investigación. Es más, de aquí me atrevería a hacer un siguiente comentario que más bien es una sugerencia.
Por una parte, en el inicio de esta presentación subrayé la combinación que la autora realiza de métodos que, desde una perspectiva genealógica disciplinar, corresponden a la historia y a la sociología. Y también plantee, como una virtud que su trabajo de entrevista, claramente inspirado en autores de la historia oral como Thompson, Bertaux o Portelli, servía para la obtención de narraciones que después analiza, siguiendo un método y un diseño con características sociológicas que necesariamente esquematiza, reduce y reconduce la evidencia hacia las preguntas de la investigación particular. Sin desdecirme de esa apreciación positiva, planteo que tal vez las narrativas orales obtenidas podrían ofrecerse en su riqueza como productos en sí y abrirlos a la continuación de las interrogaciones que sobre estos temas pueden surgir. Es decir, la recolección realizada en sí tiene un gran valor de carácter testimonial. Adivino que habría mucho por rescatar y abrir a nuevas interrogaciones o, por lo menos, lecturas muy interesantes. Se antoja acceder a las narrativas orales como un producto editorial del trabajo de investigación o como archivo oral depositado en una biblioteca para acceso público.
Pero la interrogación de la autora es nuestro tema hoy. Y quiero hacer un último comentario respecto de sus preocupaciones explícitas e implícitas. Me llamó la atención cómo la tipificación de identidades de los líderes de organizaciones civiles, como toda buena tipificación, parece natural, deducida de agrupar los rasgos más salientes que nos ofrece la evidencia. Pero también, como toda buena tipificación, está construida de acuerdo con la intención y preguntas de investigación de quien la realiza. En el caso del esquema complejo hecho por la autora para clasificar y en buena medida explicar las distintas identidades encontradas, considera diversos factores, entre los que me interesó el de la "eficacia política", elemento que le permite establecer cómo la mayor parte de sus entrevistados pueden ser concebidos como actores democratizantes y cómo otros, no obstante su desempeño en estas organizaciones civiles, carecen de este impacto. Es decir, así como el hábito no hace al monje, la participación en organizaciones civiles no necesariamente conlleva una acción que incida de manera favorable sobre el proceso democrático. Resulta oportuno señalar que el establecimiento de la "eficacia política" no es como la medición del color o de la temperatura. Se encuentra mediada por el posicionamiento de quien busca medirla. Y creo también que ese posicionamiento puede hacerse explícito sin que merme la calidad del trabajo realizado; por el contrario, establece una de sus orientaciones fundamentales. La consideración de la eficacia política de las organizaciones dirigidas por los sujetos del estudio se iguala en este trabajo con la identificación del peso y los mecanismos a través de los cuales las organizaciones civiles han contribuido y podrían continuar contribuyendo en la construcción y fortalecimiento de una democracia participativa. Constituyen o, mejor dicho, pueden constituir un vínculo y una vía de participación ciudadana directa. Y más nos vale, porque como bien nos recuerda la autora: "cuando la gente dice no a la política, la democracia se termina". Bienvenida la aportación de Laura Loeza.