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La ventana. Revista de estudios de género
versión impresa ISSN 1405-9436
La ventana vol.4 no.31 Guadalajara jun. 2010
Avances de trabajo
Artesanas mixtecas, estrategias de reproducción y cambio
Coral Rojas Serrano*, Beatriz Martínez Corona**, Ignacio Ocampo Fletes*** y Juan Antonio Cruz Rodríguez****
* Maestra en ciencias en estrategias para el desarrollo agrícola regional y docente en la Universidad Intercultural del Estado de Puebla. Correo electrónico: carapacha11@hotmail.com
** Doctora en ciencias, profesora investigadora titular del Colegio de Postgraduados, Campus Puebla y docente de posgrado. Correo electrónico: beatrizm@colpos.mx
*** Doctor en agroecología y profesor investigador asociado en el Colegio de Postgraduados Campus Montecillo. Correo electrónico: ofletes_2000@yahoo.com
**** Doctor en ciencias, profesor investigador y subdirector académico del Departamento de Agroecología de la Universidad Autónoma Chapingo. Correo electrónico: jacr66@hotmail.com
Recepción: 22 de febrero de 2010
Aceptación: 27 de abril de 2010
Resumen
La situación de pobreza de grupos domésticos campesinos en múltiples regiones de México ha llevado a que las mujeres incrementen su participación en actividades generadoras de ingreso. En el municipio de Chigmecatitlán, Puebla, México, cuya población pertenece al grupo étnico mixteca, destaca la actividad artesanal de palma (Brahea dulcis), realizada principalmente por mujeres y cada vez más por varones, como parte de sus estrategias de reproducción. La inserción de las artesanías de palma de Chigmecatitlán en el mercado turístico ha influido en el incremento de su valor económico. Se analiza cómo esto ha propiciado cambios en los grupos domésticos, en el sistema de producción, en la distribución del trabajo y en las relaciones de género.
Palabras clave: Relaciones de género, pobreza, estrategias de reproducción, producción artesanal.
Abstract
The poverty of rural households in many regions of Mexico has led to an increase in the participation of women in income-generating activities. In the municipality of Chigmecatitlán, Puebla, Mexico, whose population belongs to "mixteca" ethnic group, one such example is palm (Brahea dulcis) handicraft weaving, mainly by women and now increasingly by men, as part of their social reproduction strategies. The insertion of Chigmecatitlán palm handicrafts in the tourist market has helped to increase its economic value. We analyze how this has influenced changes in domestic groups, in the production system, in the distribution of work, and in gender relations.
Key words: Gender relations, poverty, social reproduction strategies, craft production.
Estudiar las estrategias de reproducción de grupos domésticos campesinos e indígenas, por medio de las cuales se reproducen, a pesar de estar sujetos a múltiples presiones exteriores de grupos dominantes hegemónicos que los explotan, vetan y excluyen, resulta de gran importancia en un país donde la mayoría de la población vive en situación de pobreza y donde buena parte de ésta vive en el campo. Estas estrategias significan acciones prácticas que responden a un amplio bagaje de conocimientos (Toledo, 1991). Así mismo, estudiar las estrategias de reproducción desde la perspectiva de género permite analizar las divisiones de género de los derechos y las responsabilidades, los ingresos, los conocimientos y la capacidad para tomar decisiones, además de los sistemas ideológicos de género, que refuerzan una división jerárquica de la posición que ocupan hombres y mujeres en sociedades específicas. El análisis de género implica considerar la influencia de relaciones sociales de clase, etnia y generación, de manera que no se encuentra descontextualizado de estos elementos. Una de las principales aportaciones de esta perspectiva se encuentra en la desmitificación de la naturaleza unitaria de las estructuras familiares, que permiten identificar diferentes formas y funciones relacionadas con divisiones por clase, etnia, etapa del ciclo familiar (formación, expansión, disolución), las relaciones de cooperación y conflicto por género y generación al interior de los grupos domésticos y, por tanto, acceso, uso, manejo, control y beneficio diferencial de los recursos entre hombres y mujeres, que deriva en intereses ambientales, vivencia de la pobreza, condición y posición también diferentes (Martínez, 2003).
El trabajo artesanal es una más de las estrategias de sobrevivencia y reproducción de múltiples grupos domésticos campesinos, mediante el cual sus creadores no sólo reciben retribución monetaria, sino que satisfacen también necesidades de expresión y reafirmación identitaria.
La comunidad de Santa María Chigmecatitlán, Puebla, es reconocida por la producción artesanal de pequeñas figuras o miniaturas de palma. A diferencia de otras comunidades tejedoras de Brahea dulcís, en esta población ya no se tejen las artesanías típicas de uso práctico, como son los tenates, petates, mecapales, sombreros, aventadores y cintilla, debido a que estos objetos tienen muy bajo valor en el mercado turístico en el que han logrado insertar su producción gracias a la creatividad de las mujeres artesanas, principalmente. A partir de los saberes tradicionales de tejido se ha creado una gama muy amplia de artesanías ornamentales que reflejan de manera primordial la vida cotidiana de la comunidad, las cuales se comercializan en plazas, ferias y calles de centros turísticos de México. Clasificar estas creaciones como arte popular o como artesanía se asocia, de acuerdo con Bartra (2004), a su función utilitaria, pero también a su valor estético.
Artesanías y estrategias de reproducción de grupos domésticos indígenas y campesinos
En México, el número de personas dedicadas a la manufactura y a la creación de artesanías ha aumentado, lo cual se atribuye al escaso crecimiento de empleos formales que presenta el país desde hace más de dos décadas, así como a la crisis del sector agropecuario, causada por diversos factores, entre los que destacan los bajos precios de los productos agrícolas, la competencia desleal por la importación de productos agrícolas subsidiados y el deterioro de las tierras por la realización de inadecuadas prácticas agrícolas (Sánchez, 1996); también ha contribuido la presencia del mercado turístico que aprecia, gusta y valora las expresiones de arte popular por su valor estético y cultural.
Un ejemplo se observa en la producción de alebrijes, tallados en madera, por algunas comunidades de Oaxaca, los cuales representan una nueva modalidad de artesanía para esos pueblos, que habían tallado tradicionalmente máscaras rituales, herramientas domésticas y agrícolas. El cambio que se dio de tallar objetos con fines rituales u otros con fines estéticos se debió a la creación de nuevos nichos de mercado turístico, provocados por la construcción de una carretera (Hernández y Zafra, 2005). Si bien los nuevos objetos tienen sólo fines estéticos, fueron las habilidades y técnicas desarrolladas por la comunidad las que posibilitaron su creación.
La reproducción de las comunidades indígenas está sujeta a cambios dinámicos que las llevan a recrearse y redefinirse constantemente. Estos cambios son gestados desde el interior de las comunidades, por medio de procesos de adaptación al contexto imperante, en los cuales las comunidades se apropian de elementos externos, materiales y sociales, que conducen a cambios sustanciales en sus formas de vida (Bonfil, 2003). La integración de elementos externos a la cultura tradicional no diluye su identidad colectiva, pues ésta se forma a través de un proceso en el que los individuos interiorizan nuevos elementos con base en sus experiencias individuales y colectivas, encontrando con ello nuevas formas de fortalecer y redefinir su identidad colectiva, étnica y de género (Bonfil, 2003; Martínez et al., 2002).
Ante los cambios en la política económica de México, los y las campesinas e indígenas han recurrido a estrategias de reproducción, basadas en sus conocimientos colectivos, generados y acumulados a lo largo de su historia, los cuales adecuan en muy variadas formas al dinámico contexto en que se insertan, que es cada vez menos local y más globalizado (Rubio, 2001; Bonfil, 2003; Toledo, 1991).
Contrario a lo que se discute sobre la "extinción de la actividad artesanal en México", los pueblos de artesanos especializados crecen en número. Pueblos que hasta hace pocas décadas se dedicaban sobre todo a las labores del campo, se encuentran dedicados hoy a la producción y comercialización de artesanías, aprovechando la apertura de caminos y la llegada de turistas a distintas zonas del país. Con la actividad artesanal se crean y recrean objetos que van más allá de su valor de uso, que contienen valores estéticos y de expresión cultural que repercuten en los mercados nacionales y extranjeros (San Agustín y Zapata, 2005).
En general, las artesanías indígenas en México han sido valoradas y estudiadas desde muy diferentes perspectivas teóricas. En la actualidad, es necesario analizarlas desde visiones conceptuales que consideren el complejo contexto en el que se desarrollan, tomando en cuenta las diferencias de género, etnia y clase, tanto en el ámbito doméstico como en el público, y su relación con las estrategias de reproducción no sólo en cuanto a la generación de ingresos, sino también con respecto a la conservación y reproducción del patrimonio cultural de los pueblos indígenas y campesinos.
Las mujeres artesanas
La participación de las mujeres como artesanas está presente en múltiples espacios campesinos e indígenas, y con frecuencia es mayor que la de los hombres, no obstante que este aporte no está reconocido en las estadísticas nacionales (Bartra, 2004; Sánchez, 1996). Ellas realizan distintos tipos de artesanías y objetos artísticos o, bien, participan en distintas fases de su elaboración. Entre los trabajos artesanales más destacados de las mujeres están los textiles, los relacionados con la alfarería y el modelado en barro, los tejidos de fibras semiduras como la palma y el otate, así como las pinturas sobre varios materiales como el barro, la cerámica, la madera y el papel de amate.
En pocos casos las mujeres artesanas manejan herramientas punzo-cortantes, es decir, que en este aspecto aparece la división genérica del trabajo; en muy raros casos participan en las fases de tallado de madera, en la de corte y armado en la carpintería y en la realización de objetos grandes en la orfebrería, no porque no tengan fuerza o destreza, sino porque el uso de herramientas pesadas y peligrosas es asignado casi en exclusividad a los hombres, al atribuírseles culturalmente fuerza y habilidad para su manejo (San Agustín y Zapata, 2005; Hernández y Zafra, 2005).
El trabajo artesanal que las mujeres realizan en espacios domésticos son poco valorados, incluso al interior de los grupos domésticos, por asociarlos a las labores de mantenimiento y reproducción asignado socialmente a las mujeres. Por ejemplo, en una comunidad campesina en Puebla, las mujeres elaboran petates (esteras) con palma y los hombres canastos o "chiquihuites" con carrizo, estos últimos son realizados con herramientas cortantes y se aduce que requieren más fuerza para su elaboración y, a pesar de que emplean menor tiempo en su manufactura, tienen mayor valor de cambio que los productos hechos por las mujeres (Parra y cols., 2007).
Como señala Bartra (2008), el arte popular en México es realizado principalmente por las mujeres y recomienda conocer cómo el proceso de creación es diferente o similar al de los hombres y como se da la división genérica de su producción para facilitar el entendimiento de la creación, distribución, consumo e iconografía asociados con las características culturales de quien lo produce.
La baja valoración de las artesanías en el mercado repercute en que la actividad artesanal realizada por mujeres con frecuencia no sea reconocida como trabajo al interior del grupo doméstico y mucho menos su calidad y valor estético.
Los varones de las comunidades de tejedoras que trabajan o se emplean en el campo o en otras actividades fuera o dentro de la comunidad llevan ingresos al grupo que sí son considerados como producto de trabajo, el cual se vincula con las asignaciones genéricas que como proveedores tienen, cuyo reconocimiento se asocia con el derecho a descansar y a tomar decisiones. Por ejemplo, la actividad artesanal de mujeres oaxaqueñas tejedoras de petates, sombreros y tenates es realizado en el "tiempo libre" o en "ratitos", lo que fortalece su concepción como trabajo de bajo valor (Méndez, 2001).
Las mujeres artesanas por lo general participan como creadoras cumpliendo dobles y triples jornadas, ven esta actividad como alternativa generadora de ingresos. Por otro lado, este trabajo recibe también reconocimiento por el valor estético de las piezas artesanales; por ejemplo, Lazcano (2005) le atribuye no sólo valor económico a la labor artesanal que realizan mujeres mazahuas, bordadoras por tradición, que habitan en el Distrito Federal, ya que señala que el tejido representa uno de sus principales rasgos de identidad, a través del cual reafirman la pertenencia a su etnia. Bordan sus propias indumentarias y crean ropa para un mercado urbano, es decir, además de realizar artesanías utilitarias, crean diversos objetos puramente estéticos que consumen turistas y coleccionistas.
Así, las artesanías no son ajenas al cambio, sino que están en continua evolución, a partir de la apropiación de nuevas técnicas, herramientas y diseños, y de los cambios en las propias identidades y relaciones con el mercado, lo que permite su sobrevivencia y persistencia (Turok, 2001).
Existen diversos grupos de mujeres artesanas que surgieron a partir de proyectos productivos colectivos acompañadas por organizaciones no gubernamentales (ONG), o por iniciativas de instancias gubernamentales y aun de manera autónoma. En estos grupos, las mujeres se han organizado para obtener materias primas a menor costo, acceder a créditos, recibir asesoría sobre procesos técnicos que mejoren la calidad de sus artesanías, así como para realizar nuevos diseños y resolver problemas para comercializar sus obras (Hernández y Zafra, 2005; Lazcano, 2005; Martínez, 2000).
La comercialización de artesanías de las mujeres es complicada por los elevados costos, la subvaloración de las obras, los altibajos en la demanda de sus productos causados por fenómenos globales, por la rigidez de las relaciones de género al interior de los grupos domésticos y comunidades de profunda tradición patriarcal, por los bajos niveles educativos y la comunicación en español (Hernández y Zafra, 2005; Bartra, 2004; San Agustín y Zapata, 2005).
Participar en la venta de sus artesanías implica a las mujeres enfrentar las restricciones derivadas de las asignaciones de género que las restringe en cuanto a su movilidad, ya que el espacio que por lo general se les asigna en los sistemas de género tradicionales es el doméstico. Para comercializar sus productos se vuelven transgresoras, lo que las enfrenta a espacios públicos, a sanciones y costos sociales, así como al manejo de recursos, con efectos en sus identidades. Esta movilidad implica redistribución del trabajo en los grupos domésticos y/o mayores cargas de trabajo (Martínez et al., 2002).
Romper con tales estructuras de género es un proceso con elevados costos sociales; sin embargo, en muchas comunidades las mujeres han desafiado a las construcciones patriarcales y se han ido apropiando de esferas dominadas tradicionalmente por los hombres: el comercio, las organizaciones sociales, los cargos de representación, el acceso a créditos e incluso a ejercer el liderazgo. Esto se ha ido presentando con el acompañamiento de agentes externos, en algunos casos por medio de proyectos educativos y productivos emancipadores, así como por las propias necesidades económicas de las mujeres, que las obliga a desafiar las estructuras de género.
El aprendizaje de las habilidades y capacidades de la producción artesanal para las mujeres se da casi siempre en el espacio doméstico, según la edad y el sexo. Las niñas van escalando en el proceso productivo artesanal de acuerdo con los conocimientos y destrezas adquiridos, en tareas que les son culturalmente asignadas a su género, y lo mismo sucede con los infantes (Hernández y Zafra, 2005): "Empecé a los seis años, con canastitas y bolitas para aprender, con el tiempo empecé a armar cosas grandes, mi papá me decía: ‘Trabaja y así vas a ganar dinero, lo que tejas va a ser para ti’, y así me fue gustando..." (Celina Velásquez, 32 años, Chigmecatitlán, 2006).
San Agustín y Zapata (2005) consideran que si a través de la actividad artesanal las mujeres obtienen recursos económicos aceptables para sus grupos domésticos, se incrementa su capacidad de negociación y con frecuencia los hombres participan tanto en la elaboración como en la comercialización de las artesanías, e incluso en el cuidado de las y los hijos y otras tareas reproductivas.
Las artesanías de palma
En la República Mexicana existen extensas zonas de clima árido y semiárido, habitados por diferentes grupos indígenas. La agricultura en tales lugares es de subsistencia, la cual no alcanza a satisfacer las necesidades de mantenimiento y reproducción de los grupos domésticos. La producción artesanal en estas comunidades es una actividad generadora de ingresos, además de sus fines utilitarios, y forma parte de la diversificación de las actividades productivas para hacerse de los medios suficientes para su reproducción social y cultural.
Las estrategias de reproducción de grupos domésticos de zonas áridas y semiáridas van desde la migración temporal a zonas rurales y urbanas para emplearse como prestadores de servicios, jornaleros y en la economía informal como comerciantes ambulantes, hasta la producción de artesanías elaboradas con recursos locales, como la cestería que es fabricada con fibras semiduras, como lo son las distintas palmas, las fibras de agaves como el henequén, el mimbre y el carrizo (Luna, 1999; San Agustín y Zapata, 2005). Los objetos artesanales de palma destacan por su función utilitaria, mediada por formas estéticas y prácticas. De esta forma se fabrican artefactos como pizcadores para recoger las cosechas o para transportarlas, petates, de uso predominante en espacios rurales, que sirven para distintos fines: a modo de tapetes y de camas, como aislantes para el frío y la humedad, como esteros y otros usos; canastos, sombreros elaborados con diferentes tipos de palma en las regiones de las mixtecas oaxaqueña y poblana, así como en la península de Yucatán (Gámez, 1997).
A través de la historia, la actividad cestera en México presenta cambios e innovaciones, ya que las comunidades tejedoras de palma continúan produciendo objetos con ciertas incorporaciones occidentales, como las "petacas o xequepextles, los mecapales, los somates y los cacles", que se venden en la actualidad sobre todo en mercados tradicionales e indígenas (Gámez, 1997).
Los cesteros son por lo general indígenas y campesinos que se dedican al tejido durante el tiempo libre que les permiten las labores agrícolas, para complementar su precaria economía con la venta (Gámez, 1997). En el caso de las artesanías de palma, éstas son realizadas por las mujeres, ancianas/os, niños y niñas. En la mayoría de las comunidades de tejedores de palma, esta actividad no es realizada por los hombres en edad productiva, pues ellos se dedican en mayor medida a las labores del campo, trabajan otro tipo de artesanías con fibras más duras o venden su fuerza de trabajo dentro o fuera de la comunidad (Méndez, 2001).
Las artesanías tradicionales de palma tienen un escaso valor en el mercado, son realizadas en espacios domésticos, asociadas al trabajo reproductivo realizado por mujeres; puede decirse que son artículos de uso con valor utilitario para la población rural, que se intercambian en mercados tradicionales y precarios, con poco impacto en mercados turísticos (Méndez, 2001). Los petates, por ejemplo, siguen usándose como esterillas para dormir en grupos domésticos donde el ingreso de los miembros no permite la adquisición de camas modernas. Los aventadores se utilizan para atizar los fogones donde aún no hay estufas de gas, y los tenates grandes se usan donde los grupos domésticos basan la mayor parte de su alimentación en el consumo de las tortillas. A pesar de que tejer un petate toma más de una semana y la confección de un tenate implica años en su aprendizaje, sus creadoras se ven forzadas a venderlos a precios ínfimos, por la necesidad de complementar los ingresos del grupo doméstico, por la precariedad de su economía y porque sus consumidores son gente tan empobrecida como ellas mismas (Méndez, 2001).
Según Hernández y Zafra (2005), en el México prehispánico era habitual el teñido de la palma y el tejido de "dibujos" en los tenates y petates. Hoy en día las técnicas tradicionales de teñido se están perdiendo en la mayoría de las comunidades de tejedores y, en donde existen, muchas de ellas ya no son de origen prehispánico, sino que han surgido con la apropiación de pinturas industriales. Sin embargo, en algunas comunidades como Santa María Ixcatlán, Oaxaca, se tejen petates y tenates adornados con figuras complejas y colores brillantes (Mendoza, 1998).
En algunas comunidades donde el tejido de palma es la principal actividad económica, o donde tiene una importancia crucial para la reproducción del grupo doméstico, llegan a participar hombres en edad productiva. Se les ve tejiendo en la iglesia, en los centros de reuniones comunitarias, mientras caminan y cuando van cuidando sus rebaños (Gámez, 1997).
Son pocos los estudios que existen sobre las artesanías de palma, la falta de atención por parte de la academia hacia este tipo de artesanía es patente. No se ubicaron investigaciones sobre comunidades tejedoras de palma que hayan modificado sus objetos tradicionales de palma para convertirlos en objetos de arte popular con valor estético o cultural, destinados al mercado turístico. Es el caso de las miniaturas de Santa María Chigmecatitlán, Puebla, o de los adornos de Tzintzuntzan y los bolsos y cestos para ropa de la región de la Montaña de Guerrero, que se han incorporado al mercado nacional y extranjero. El valor de los productos artesanales "...nunca es una propiedad inherente de los objetos, sino un juicio acerca de ellos, enunciado por los sujetos, cuyos significados implícitos están conferidos por las transacciones, las atribuciones y las motivaciones humanas..." (Appadurai, 1991, en Cardini, 2005: 92).
Vale advertir que las referencias que existen sobre Santa María Chigmecatitlán en cuanto a su artesanía son muy escasas, y cuando se han llegado a publicar imágenes de sus miniaturas y muñecos en catálogos y libros, se han atribuido erróneamente a Oaxaca y a Michoacán (Montaño, La Jornada, 2007).
Contexto de la investigación y metodología empleada
El municipio de Santa María Chigmecatitlán tiene sus orígenes entre los años 1646 y 1655, cuando un grupo de personas de la etnia mixteca, procedentes del pueblo de Tequixtepec, llegó a asentarse en el territorio que hoy ocupa en la región de la Mixteca Baja o de Puebla, tras un largo peregrinar (Hernández, 1993). Su nombre deriva de dos vocablos nahuas: "chichic", perro, "mecatl", bejuco; "titlán", entre; que forman el significado "perro entre los bejucos". (Enciclopedia de los Municipios, 1999).
De acuerdo con el INEGI (2000), el municipio tiene un total de 1 301 habitantes, de los cuales 706 son mujeres y 595 son hombres. Para 2005, el II Conteo de población y vivienda ( INEGI, 2005) reportó un total de 1 149 habitantes, lo que denota una disminución de la población, atribuida principalmente a la migración masculina hacia otros ámbitos del territorio nacional. A partir de la década de los cuarenta, del siglo pasado, en Chigmecatitlán se suscitó la migración hacia distintos puntos urbanos del interior de la República, con notable descenso en el número de habitantes en los últimos 20 años y efectos en la diferencia entre el número de mujeres y hombres mayores de 18 años (INEGI, 2000). La migración se dio sobre todo hacia el interior del país, para trabajar de manera informal como comerciantes de dulces, artesanías y ropa, y superar con ello situaciones de extrema pobreza. Muchas mujeres han migrado, pero la diferencia de género se hace patente en este proceso y se observan efectos también en cuanto a la jefatura femenina de hogar que es de 40% en un total de 346 hogares (SNIM, 2003). En estos hogares predomina la presencia de integrantes de edad avanzada (INEGI, 2005).
El porcentaje de población indígena en el municipio, según el INEGI (2000), es de 63.33%. De esta población, 367 son hombres y 496 mujeres. La población monolingüe en mixteco está integrada en su mayoría por mujeres (26.6%) y, en menor medida (6.8%), por hombres.
El municipio es clasificado con un grado de marginación alto, debido a la deficiencia en los servicios básicos, los bajos salarios y los altos niveles de analfabetismo entre la población adulta. La principal actividad económica se ubica en el sector secundario, en actividades de transformación, las cuales corresponden a la actividad artesanal con 68% de la población económicamente activa (PEA); 21% en el sector terciario y en el sector primario se ubica sólo 11% (INEGI, 2000).
Para indagar sobre la participación por género en la actividad artesanal y su papel en las estrategias de reproducción de los grupos domésticos de Chigmecatiltlán, se aplicó un cuestionario dirigido a mujeres artesanas en 50 hogares. Así mismo, se realizaron entrevistas a profundidad a cinco mujeres y se entrevistaron a informantes clave; se empleó también la observación participante y se efectuaron recorridos de campo.
El trabajo artesanal en Chigmecatitlán
En Santa María Chigmecatitlán, a principios del siglo XX, las artesanías más comunes que se producían eran los tenates (canastos) y petates. Los tenates tenían el fin práctico de ser contenedores de objetos tortillas, granos, monedas, se producían también pequeños petates usados como mantelitos para las ofrendas de los altares del día de los muertos, es decir, como objetos de uso ritual. Después, la producción artesanal se convirtió en la actividad económica más importante dentro de las estrategias de reproducción de los grupos domésticos. El reconocimiento a este trabajo se pone de manifiesto en el fomento a la creatividad y producción artesanal que es impulsada por las autoridades locales, por medio de concursos en donde se promueven nuevos diseños y mejor calidad en la producción; así mismo, se cuenta con un museo local en donde se exhibe una de las mejores colecciones de artesanía de palma en miniatura.
Al disminuir el tamaño de sus artesanías, las y los artesanos han bajado costos y también han aminorado la presión sobre el recurso forestal no maderable "palma soyate" (Brahea dulcis). La producción de estas obras en miniatura ha sido flexible en términos de adecuarse a la demanda del mercado y enfrentar la escasez de la materia prima y sus altos costos, así han reconvertido sus artesanías utilitarias por tradición en artesanías ornamentales, lo que les ha conferido mayor valoración.
No sé cuándo aprendimos a tejer aquí, ya mis papás y abuelos sabían tejer muy bonito. Antes no se tejían tantos juguetitos de miniatura, antes se hacía lo que era los tenates, canastitas navideñas, petatitos con nombres. También se tejían mulitas, abanicos, tlachiqueros... Sí, aquí ya se pintaba la palma, les dibujaban figuras en los petatitos, pero las que lo hacían ya no viven, ya nadie teje así... (Vicente Pineada, 76 años, Chigmecatitlán, 2006).
Las redes sociales entre "paisanos" que habitan en el interior de la República se hacen patentes, se ayudan entre sí para conseguir viviendas de alquiler, repartirse los gastos y ayudarse en casos de emergencia. En las fiestas patronales, muchos de estos migrantes acuden y colaboran con los miembros de la comunidad y se observa la construcción de nuevas viviendas en la localidad.
Mis papás salieron y rentaron en una vecindad con puros paisanos y ahí también llegaron mis tíos, así muchos empezaron a salir, y dice mi mamá que se encontraron con mucha gente de aquí del pueblo... en todo lo que es la República Mexicana, en cada rincón que vayas, hay un paisano. Después nos regresamos... mucha gente sale porque aquí no tienen qué hacer o porque su facilidad es el comercio... (Celina Velásquez, 32 años, Chigmecatitlán, 2006).
La tendencia en la comunidad ha sido la disminución del número de pobladores, debido a la falta de empleo y a la búsqueda de alternativas en otras regiones del país. Este proceso de despoblamiento ha sido facilitado por la existencia de redes sociales de apoyo para la comercialización de artesanías.
Quienes han permanecido en la comunidad se dedican a la producción de artesanías tanto utilitarias como ornamentales. Entre las artesanas entrevistadas, 27% participa de manera directa en la comercialización acudiendo a ferias o centro turísticos; 23% lo hace por medio algún/a integrante de su grupo doméstico (esposo, padre, madre) y el resto lo vende a intermediarios en la comunidad. Gracias al incremento de redes sociales con paisanos en distintos puntos urbanos, se intensificó la actividad comercial de artesanías producidas en la comunidad con nuevos mercados.
La inserción de las artesanías de palma en miniatura en el mercado turístico favoreció su florecimiento en la comunidad, así como la introducción de la fibra industrial "rafia". Las artesanas comenzaron a generar innovaciones, mejorar su calidad y terminados, para satisfacer a sus clientes y competir con las artesanías de sus paisanos y las de otros lugares. Surgieron nuevos diseños, que derivaron en nuevos estilos de artesanías, como la diversidad en miniaturas de palma, que son más valoradas por la dificultad que implica su elaboración, su colorido y expresión de la creatividad local y por ello se venden a mayor precio en el mercado. Las miniaturas de palma tienen su origen en la tradición del tejido de miniaturas de pelo de caballo que se realizaban a principios del siglo XX, las mulitas de Corpus Christi y la emblemática figura local de "tlachiquero", que formó parte de la colección de artesanías del artista Diego Rivera. "Se vendían las carteritas, los prendedores de palomitas de pelo de caballo, los aretes de guajitos... se vendía bien, se iba a vender a Puebla, a Chalma. Mi esposo y yo íbamos a Chalma y ahí nos quedábamos a vender..." (Emiliana Juárez, 86 años, Chigmecatitlán, 2007).
Las miniaturas de palma son representaciones en tamaño diminuto de personajes de la comunidad y de las actividades que realizan, por ejemplo, se representan grupos de payasos y acróbatas asociado a que por más de tres décadas en la comunidad existieron dos grupos de cirqueros, quienes funcionaron hasta la década de los ochenta. En estos grupos había malabaristas, equilibristas y payasos, hombres y mujeres, que realizaban sus actuaciones en las fiestas patronales locales y regionales. Las bandas de música de viento, representadas en miniaturas, son también una tradición de la que están orgullosos las y los pobladores de la comunidad, puesto que la tradición de la existencia de bandas musicales data desde 1882 (Ochoa, 1993). Ahora existen tres bandas. En el año 2000 se instauró una escuela a la que acuden niñas y niños, las primeras están venciendo resistencias y demostrando sus habilidades y tesón, son más de 50% del alumnado (Acosta, 2002). Representan en sus miniaturas también a personajes populares de la vida pública y cultural de México: charros, chinas poblanas, catrinas, vírgenes, bailarines, payasos, diablos, ángeles, bandas musicales de viento, mariachis, políticos, luchadores sociales y otros.
Las artesanías utilitarias (tenates y canastitas) siguen siendo tejidas por las mujeres de mayor edad y tienen precios bajos en relación con la cantidad de palma que requieren y la dificultad que representa su tejido. En cambio, las miniaturas, con fines únicamente estéticos y de representación de la vida cotidiana de Chigmecatitlán, cuyo mercado es el turístico o el asociado con festividades religiosas o de coleccionistas de arte popular, gozan de mayor valoración y alcanzan mucho mejores precios. A este tipo de producción de artesanías con valor estético se incorporan cada vez más grupos domésticos, puesto que su valoración y demanda son significativamente mayores, aunque siguen siendo las mujeres sus principales creadoras.
Las diferencias entre los precios de las miniaturas y las artesanías como petates o aventadores son considerables. Las miniaturas temáticas, como las bandas de viento o de payasos y malabaristas, se venden aproximadamente en 150 pesos por hasta 12 piezas, lo que refleja la valoración estética y cultural que se da a estas pequeñas obras de arte popular, muy por encima de los productos tradicionales.
El ritmo de trabajo de las artesanas de miniaturas de palma se da con base en la demanda de los productos que hacen sus redes de apoyo y de comercialización; así puede haber períodos de varias semanas en que se suspende esa labor, para retomarla con intensidad en temporadas de mayor demanda. Las mujeres artesanas, a través de su labor creativa y productiva, han reconstruido sus identidades individuales, colectivas y de género, retroalimentadas por la valoración e inserción de sus productos en mercados turísticos y tradicionales, lo cual les ha abierto un espacio en el mundo globalizado. Las interpretaciones o atribuciones del valor de las artesanías dependen de distintos aspectos: lo cultural asociado a identidades étnicas y representaciones sociales, los materiales empleados, el trabajo y tiempo invertidos, sentidos culturales y los circuitos y redes de comercialización. Estas atribuciones responden al campo de producción como universo de creencias que produce el valor de la artesanía como "obra de arte" o de arte popular o como piezas de "uso doméstico" o utilitarias, como reivindicación identitaria, como portador de sentidos históricos y aún como mercancía (Cardini, 2005).
Nunca me he despegado de la mano la artesanía, ya lo traemos en la sangre y la verdad sí estoy orgullosa de ser artesana, si no fuera por esto, ¿qué haría para mantener a mi hija? ...Mientras la artesanía sea reconocida, tú saldrás adelante... (Celina Velásquez, 32 años, Chigmecatitlán, 2006).
Nuestra artesanía es única, porque a lo mejor hay otras artesanías bonitas también, pero en ningún otro lado hacen la miniatura, y es lo especial, la artesanía de acá es única por la miniatura... (Magdalena, 32 años, Chigmecatitlán, 2006).
A partir de una mejor valoración social y económica de las artesanías, se ha dado mayor estimación del aporte del trabajo productivo femenino, que contribuye a una mejor posición de las mujeres en sus grupos domésticos y en la vida pública de su comunidad. Se observó que en Chigmecatitlán son las mujeres quienes invierten más tiempo y creatividad en el tejido de la palma y son también ellas las que realizan en mayor medida la comercialización de las artesanías, ya que les es reconocido que tienen más capacidad para tratar con los clientes. Esto ha favorecido que las mujeres tengan más movilidad espacial y que sean ellas las que tengan el control del dinero.
Prevalece el uso del ingreso en la satisfacción de las necesidades del grupo doméstico: hijos, hijas, cónyuges y progenitores. No obstante, la salida al exterior de la comunidad y la participación en la comercialización han generado en las mujeres cierta autoconfianza y autonomía en el uso de los ingresos generados. "A veces me gusta comprarme aretes, es mi dinero y puedo agarrar y comprar lo que yo quiera, claro, yo le comunico ‘me gusta esto’, y no me dice que no, porque es mi dinero..." (Magdalena Carrión, 32 años, Chigmecatitlán, 2006).
Las mujeres mercadean las artesanías en tianguis, ferias y calles en ciudades cercanas y aun en sitios de atracción turística más alejados, valiéndose de sus redes sociales con paisanos que residen en distintos lugares de la República. "Mi esposo no tiene paciencia para vender, luego hay gente que ve y ve la mercancía, la levanta, te pregunta cuánto cuesta y no la lleva, y entonces él se enoja, y yo le digo que esto es así, que no todos te compran, para vender, debes tener paciencia" (Magdalena Carrión, 32 años, Chigmecatitlán, 20006).
Los intermediarios en la comercialización de estos productos son en su mayoría oriundos de Chigmecatitlán; cuando venden en las ferias, no dan referencia del origen de la artesanía y, en ocasiones, la atribuyen a alguna comunidad de Oaxaca. Usan esta estrategia para no facilitar que otros acaparadores o intermediarios acudan a la comunidad y les signifiquen competencia.
La mayor valoración de ciertos tipos de artesanías se relaciona con la calidad de las obras, su valor estético y en función de la originalidad de los diseños y su dinamismo. En este caso algún comerciante puede pedir la exclusividad de tales productos para su compra; con ello se asegura el sustento del grupo doméstico. Artesanías tradicionales, como los tenates y canastitas, son elaboradas por las y los artesanos de mayor edad y se producen cada vez menos.
Me dicen "aprende miniatura", más rápido, en lugar de que me pongo a aprender esas cosas, mejor me siento a tejer mis canastas, también compran, aunque sea barato, y la miniatura la tengo que aprender y si no aprendo, echo a perder, pierdo mi tiempo y yo vendo mis canastas para que comemos mañana. Mi hija aprende esas cosas, yo no... (Juana, 41 años, Chigmecatitlán, 2006).
Se observa la importancia de esta actividad para la satisfacción de necesidades básicas de muchos grupos domésticos, en particular de aquéllos en donde existe jefatura femenina de hogar.
Las miniaturas que representan objetos tradicionales con fines rituales tienen amplia demanda en la época de Todos Santos y de los "fieles difuntos"; en esas fechas, el pueblo de Chigmecatitlán queda casi vacío, pues las y los artesanos salen a comercializar las miniaturas de juguetes que se les ponen en los altares a las ánimas infantiles. "Por esos días como que la gente, como que ya tiene costumbre y la gente gasta su dinero por esos días y celebran a sus muertos y sí se vende. La gente de aquí del pueblo sale a Huatlatlauca, Puebla, Córdoba, Orizaba y sí, sí venden..." (Magdalena Carrión, 32 años, Chigmecatitlán, 2006).
Las mujeres artesanas, gracias al tejido, obtienen reconocimiento en el grupo doméstico, y también satisfacción al desarrollar un trabajo creativo que, como ellas mismas informan, contribuye en la mejora de su estado de ánimo, las aleja un poco de la rutina del trabajo reproductivo, monótono, fatigoso y no reconocido. Se quejan de dolores en las manos, en la espalda y en los ojos, pero cuando se les pregunta qué es lo que prefieren hacer, la mayoría de las entrevistadas respondieron "tejer". Además, enseñan a sus hijas e hijos para que esta actividad tenga continuidad generacional: "Les estamos enseñando a tejer, porque aquí hay profesionistas que son comerciantes de artesanías. No hay trabajo aquí, y se han dedicado a las miniaturas, también maestras de secundaria con profesión, vienen siendo artesanas..." (Rosalinda Ríos, 32 años, Chigmecatitlán, 2006).
Al interrogarlas sobre su ocupación, se identificaron como artesanas, no se autodefinen como "amas de casa". Se sienten orgullosas de reconocerse como tales, lo cual se relaciona con la valoración social, estética y económica de su actividad productiva:
Pues a mí lo que más me gusta es la artesanía, es lo que me dice mi esposo: ‘te gusta sufrir’. Estoy ahí, quejándome del dolor de mis manos, pero me gusta diseñar, te hace pensar mucho, llega el momento en que ya no quieres ver las mismas figuras y quieres sacar algo nuevo... (Rosalinda, 32 años, Chigmecatitlán, 2006).
Para las mujeres su producción implica esforzarse en elaborar figuras con valor estético y cultural, por lo cual no tienen competencia con productos similares; sin embargo, cuando se presentan crisis económicas, la disminución del poder adquisitivo del grueso de la población tiene implicaciones negativas, puesto que desciende la demanda y se ven afectados sus ingresos.
El conocimiento del tejido de las miniaturas es considerado como patrimonio cultural de la comunidad, y reconocen que es un patrimonio colectivo. Consideran un derecho de las y los habitantes del municipio el aprender y participar en esta labor, pero se hace patente la resistencia a que sus productos sean imitados o reproducidos por otras comunidades tejedoras. Así, las artesanas cuidan que sus creaciones no sean copiadas en otros pueblos. La técnica del tejido se transmite al interior del grupo doméstico, donde producen y cuidan sus diseños; no desean que en la misma comunidad los copien porque esto influye en que se abaraten los productos.
Existe pleno reconocimiento a las creadoras de nuevos diseños, se les valora por su creatividad, ingenio y destreza para elaborar nuevas figuras y buenos terminados. La mayoría de las artesanías son realizadas con las técnicas de tejido tradicional y la adquisición y tratamiento de la materia prima corre a cargo de las artesanas. También realizan la producción de algunas piezas, como sonajas, que son manufacturadas con hilo de plástico y rafia, que son controladas por intermediarios que tienen el mercado asegurado y acaparan la producción casi total de esas artesanías. Ellos definen el volumen de producción, los diseños, colores y tamaños que empaquetan, trasladan y distribuyen.
Dentro de la comunidad conviven formas tradicionales y capitalistas de producción y comercialización. No se puede pronosticar cuál de las dos formas de producción y comercialización persistirá, si alguna se impondrá a la otra o si las dos convivirán indefinidamente.
Las expresiones artísticas de las artesanías de Santa María Chigmecatitlán están influidas tanto por factores endógenos como exógenos. En la producción de estas pequeñas obras artesanales, las creadoras manifiestan su derecho a permanecer en un mundo globalizado, a reinventarse cada día a través de su trabajo, mostrando su capacidad individual y colectiva al reposicionarse en su relación con los otros, así sus identidades se trasforman mediante el reconocimiento externo y la autovaloración de su trabajo, que conserva un sello propio pero que innova el estilo y tejido tradicional generado en la comunidad. "Tanto lo que se le va ocurriendo a la gente, como lo que se nos va ocurriendo, hacer algo diferente, de eso se trata, de estar haciendo algo nuevo..." (Rosalinda, 32 años, Chigmecatitlán, 2006).
Relaciones de género, cambios y resistencias
La participación de las mujeres en la producción y comercialización de artesanías en influido en cambios en su posición social dentro de sus grupos domésticos y su comunidad, cambios mediados también por el fenómeno migratorio, el acceso a mejores niveles de educación, la observación de modelos de género menos tradicionales debido a su movilidad espacial en zonas urbanas y la generación de ingresos y el control sobre estos recursos; todo ello ha favorecido una mayor capacidad de negociación al interior de sus grupos domésticos.
Las mujeres entrevistadas identificaron la producción de artesanías como su principal actividad y se definieron como artesanas, no obstante señalan que desarrollan jornadas intensas y extensas de trabajo reproductivo, además de su trabajo en la producción artesanal. Algunas de las mujeres jóvenes entrevistadas señalan que se están dando algunas modificaciones:
Antes había más machismo, porque la mujer le tenía que pedir permiso al esposo para todo, o que los papás no dejaban salir a las muchachas, porque son mujeres, porque nada más los hombres. Los hombres podían hacer lo que querían, por eso son hombres, decían... (Magdalena, 32 años, Chigmecatitlán, 2006).
Ante la incidencia de la migración masculina, las mujeres participan en la vida política y algunas de ellas son regidoras en el gobierno municipal, pero aún no desempeñan puestos de mayor responsabilidad. Las mujeres adultas toman parte en asambleas y en actividades de capacitación en la localidad, aunque muchas veces su participación persigue resolver necesidades prácticas al acceder a despensas, becas, créditos. Es poco común que dispongan de tiempo destinado a la recreación.
Son las mujeres jóvenes solteras quienes ejercen el derecho al esparcimiento, practican deportes que en la mayoría de los pueblos cercanos son sólo realizados por varones, como béisbol y futbol. La participación de las niñas y mujeres jóvenes como integrantes de grupos musicales es cada vez mayor. Sin embargo, las jóvenes y niñas tienen más responsabilidades que los niños y varones jóvenes en el trabajo reproductivo de sus grupos domésticos, así como en las actividades de tipo religioso y comunitario.
Los varones cooperan poco en el trabajo doméstico y, cuando lo hacen, su aporte es calificado como "ayuda", no como responsabilidad. Cuando las mujeres se ausentan para realizar la comercialización de sus productos, en algunos grupos domésticos son los adultos varones quienes se hacen cargo del cuidado de las y los niños pequeños.
En cuanto a la percepción sobre el ejercicio de derechos de las mujeres, 28% de las entrevistadas dijeron tener los mismos derechos que los hombres; 26% señaló el derecho de las mujeres a la no violencia, a no ser maltratadas ni golpeadas por sus cónyuges; 16% mencionó que tenía derecho a satisfacer sus necesidades como la alimentación, vivienda, vestido y a opinar; 12% indicó que las mujeres tienen derecho a la educación, a trabajar y a participar en puestos públicos y de mando; 14% dijo no conocer los derechos de las mujeres y 4% dio otra respuesta.
Así mismo, es reconocido por 82% de las entrevistadas que en la actualidad las mujeres ejercen más sus derechos que en el pasado, ya que señalaron que cuando sus madres y abuelas eran jóvenes, las mujeres no tenían derecho a casi nada, se les impedía salir solas de sus casas, tener novio, trabajar fuera y sufrían de violencia de sus esposos. El 8% indicó que las mujeres tienen los mismos derechos que antes, que sigue existiendo violencia contra ellas. El 4% dijo que ahora las mujeres tienen menos derechos y 6% expresó no saber sobre el tema.
Así se observa que, no obstante algunos cambios, en los grupos domésticos analizados continúa imperando un sistema de orden patriarcal, en donde las mujeres ocupan una posición subordinada a pesar de su inserción en el mercado y cierto control sobre los recursos que ellas generan.
Conclusiones
El desarrollo de las comunidades indígenas y la permanencia de sus saberes se ven influidos por factores macroeconómicos y ambientales a los que responden y se adaptan con su propio esfuerzo, ingenio, cooperativismo y reciprocidad que les permite garantizar su supervivencia, así como la conservación de su cultura y tradiciones. Los pueblos indígenas se adaptan con flexibilidad y dinamismo en interacción con distintos factores de orden estructural. La producción artesanal no está en peligro de extinción, está viva, recreada cotidianamente por sus creadoras, influida por su propia cultura y las distintas fuerzas del mercado.
Las mujeres de la localidad estudiada encuentran, en su trabajo, alternativas de expresión a su creatividad artística y una fuente de ingresos, la cual, a pesar de sus esfuerzos, es todavía insuficiente para superar su situación de pobreza; es, a la vez, un medio para expresarse y reproducirse en lo individual y en lo colectivo, así como una forma para hacerse visibles y agenciar derechos dentro de sus grupos domésticos, en la comunidad y al exterior de ésta.
No basta con que las mujeres se desempeñen como productoras y comerciantes, que posean conocimientos y control sobre los bienes productivos, sino también es necesario que se forjen cambios en la estructura patriarcal que se reproduce y continúa sobrecargándolas de responsabilidades y trabajo. Se precisa también de acciones educativas para que las mujeres accedan a mayor información sobre sus derechos, sobre el contexto global y nacional, y que se fomente la organización y capacitación para fines no meramente económicos, sino de emancipación de género, de etnia y de clase, para que de esta forma se construyan relaciones de mayor equidad entre los géneros.
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