Sí, es un conflicto dual, esto te causa efectos en lo emocional, en lo físico y en la relación. Pero cuando logras cumplir una meta después de tanto esfuerzo supe identificarme como persona y mujer antes que mamá y esposa. Duele, es una metamorfosis, es un cambio completo pero lo vale, vale la pena. (Informante 12, comunicación personal, octubre 2013)
Introducción
El éxito de un programa social está directamente relacionado a la consideración de las realidades subjetivas de la población, tales como: contexto social, estrato socioeconómico, posicionamiento geográfico, historia, género o, específicamente, como se expondrá en este caso, el rol femenino.
El presente artículo es un análisis de investigación llevado a cabo en el Centro Productivo Empresarial Comunitario (CPEC), el cual está direccionado a posicionarse en zonas vulnerables del municipio de Zapopan. El CPEC parte de la lógica del empoderamiento de las mujeres como factor clave para el cambio estructural en la dinámica familiar y, por consecuencia, la disminución de vulnerabilidad en la población atendida, a partir de generar habilidades tales como empoderamiento, resiliencia y asertividad, con el propósito último de disminuir la vulnerabilidad de las familias y la pobreza, a la vez que se promueve la autogestión. Este programa ofrece una opción de apoyo a mujeres vulnerables, donde se les impulsa a la apertura de negocios mediante una capacitación adecuada que fomenta el autoempleo, el desarrollo de microempresas y/o cooperativas que ayuden a elevar la calidad de vida familiar.
Partiendo de la problemática expuesta por el CPEC, de la existente y alarmante deserción de las participantes del programa (tres años activo en el momento que se desarrolló el diagnóstico), se indagó el fenómeno a partir de la búsqueda de las razones que llevaban a las mujeres a dejarlo una vez iniciado el curso. Por lo anterior, la pregunta que se desarrolló para guiar la investigación es la siguiente: ¿cuáles son los factores psicosociales involucrados en la deserción de las participantes del programa “Centro Productivo Empresarial para la Mujer” del centro DIF ubicado en la colonia Vista Hermosa, en el municipio de Zapopan?
Dicha investigación se posicionó desde el enfoque de la psicología social, la cual sostiene, según Tirado (2004), que los fenómenos psicológicos están regidos por procesos sociales y culturales. Desde esta visión psicosocial se desarrolló un estudio de caso con metodología mixta, en la cual se mezclaron herramientas y técnicas de análisis fundamentadas con la intención de generar nuevos aportes, ya que, gracias a su particularidad de ser un procedimiento sistemático cualitativo, se logró describir la realidad a partir de la narración de las propiedades principales del fenómeno estudiado. Así mismo, se hizo uso de herramientas estadísticas para confirmar con un método cuantitativo los resultados arrojados por la investigación.
La recolección de información se realizó a partir de entrevistas semi-estructuradas realizadas a los diferentes actores; 2 directivos del DIF/CPEC, 5 maestros del programa y 8 beneficiarias del CPEC. Aunado a esto, para el análisis cuantitativo, se realizó una encuesta a una muestra representativa de las beneficiarias. Una vez recabada la información se registró, codificó y analizó en tres grandes categorías y subcategorías, con la finalidad de sistematizar y presentar los resultados de la investigación.
A continuación se expone una visión amplia de los programas sociales implementados y cómo estos se ven obstaculizados en su camino al éxito debido a que parten desde la perspectiva de las instituciones sin considerar, en la gran mayoría de los casos, las especificidades de la población atendida.
De lo ya expuesto se plantea un análisis crítico de la implicación del género femenino en los programas sociales enfocados al desarrollo de la mujer. Así mismo, se reflexiona cómo es que se ve obstaculizada la participación femenina en dichos programas y el éxito de estos, debido a las características específicas del género analizado.
El presente artículo pretende, desde la psicología social, abrir nuevas líneas de conocimiento y entendimiento, que brinden una herramienta para apoyar la reestructuración de programas sociales previa, durante y después de su ejecución. Partiendo de la premisa de que para tener una noción más completa de los factores implicados en la estructura de un programa, es necesario conocer las prácticas efectuadas y la significación de éstas en el escenario específico que se va a atender.
Perspectiva del género femenino en la práctica cotidiana del hogar
El concepto de género alude a una construcción cultural y temporal que diferencia y acepta dos componentes, uno masculino y otro femenino. De ello se desprende la idea de comportamientos genéricos “adecuados”, de relaciones “apropiadas” entre hombres y mujeres que forman una relación de dominación y subordinación genérica (Rubin, 1975; Roldán, 1984). Se resalta la diferencia entre sexo biológico y la identidad genérica asignada o adquirida socialmente (Harris, 1981; Pineda, 1982; Lamas, 1986. (Oliveira, 1989: 35)).
El género es el valor cultural otorgado a la diferenciación entre lo femenino y lo masculino. Dentro de dicha valorización se encuentran características estipuladas a la conducta que se debería sostener según el género asignado. Así, es percibido como una construcción social, dinámica y cambiante, la cual se presenta de diferentes maneras en cada cultura; por lo tanto, es incorrecto hablar de la feminidad o masculinidad como una única existente. Por lo que, para definirlas, es pertinente tomar en consideración las diferencias tanto culturales y contextuales, así como las temporales.
“La masculinidad y la feminidad son complementarias, pues, cada individuo tiene una posición en las relaciones de género, ya que en la práctica, hombres y mujeres tienen un comportamiento típico sobre lo que es aceptado por todos” (Serrano y Pacheco, 2011: 19). No se puede continuar hablando de la mujer sin exponer cómo es que ésta se ha ido construyendo en función del hombre.
Desde una perspectiva de género, el rol se encuentra intrínsecamente relacionado con la identidad y la valoración de la persona. El cumplimiento del rol está dictaminado mediante un juego entre la posición que ocupa, los valores que lo atraviesan y las significaciones ejercidas en relación con otros roles; su prevalencia se asegura mediante prácticas inmersas en la cotidianidad. Es por lo anterior que el incumplimiento o ruptura del rol acarrea, como consecuencia, una desvalorización de la persona, “Las malas madres son esas mujeres desnaturalizadas, o sea, aquellas mujeres que contradicen la supuesta naturaleza de todas las mujeres, la de desear ser madres y, además, la de saber hacerlo bien” (Palomar, 2007:58).
En la cultura mexicana es posible seccionar el género femenino en tres roles principales. En primera instancia, encontramos el rol ama de casa, el cual requiere de saberes sobre el aseo, mantenimiento, elaboración de la comida, lavado y planchado de ropa, el orden y la decoración del hogar. El segundo rol es el de madre, que implica adquirir habilidades sobre el cuidado de los hijos, preservación de su salud, higiene, nutrición y lo referente a su educación y formación. Por último, se encuentra el rol de esposa, el cual involucra conocimientos, el cuidado del cuerpo para mantenerse atractiva, actualización en moda, saber manejar el aspecto sentimental de la relación, el arte de seducción, entre otros (Charles, 1990).
Aunado a lo anterior, Wittig (1992), retomando a Simone de Beauvoir, cuestiona esa indisociable relación de la mujer con la reproducción. Ella nos dice tajantemente: “la mujer es su sexo”. Nada más. Lo que conlleva en última instancia, la obligación de ser una máquina despachadora de bebés. Sin embargo, con esta “cualidad” reproductora que se les atribuye a las mujeres, vienen emparejadas un montón de implicaciones que atañen, tanto a su femineidad, como a su papel en las estructuras sociales. Se llega así a la conclusión que el ser madre, más que una consecuencia biológica, es un rol social soportado por una idea esencialista en la que confluye en su creación la cultura, la moral, las necesidades del grupo social y la época de la que es producto.
Ahora bien, Palomar (2007) argumenta que la maternidad debe entenderse como una práctica sociocultural, la cual implica un imaginario colectivo de lo que significa ser madre. Todo aquello que vaya en contra de ese imaginario, simplemente se tacha como amenazante y peligroso. Eso justamente es lo que entendemos como los parámetros normativos del género, mismos que cambian según la cultura donde emerjan.
Lo que se percibe como una buena madre es aquello que cumple con la construcción social predeterminada a su ser, sin limitarse únicamente a aceptar estar dentro de este marco, sino también, saber hacerlo de una manera correcta. En otras palabras, el querer, poder y saberse responsable de los hijos; amarlos, protegerlos y cuidarlos hasta que ellos puedan hacerlo por sí mismos. Todo lo que quede fuera de esta acotación será considerado como malo.
Llevar a cabo el “deber ser” de la mujer implica sumisión, renuncia y sacrificio. Aquello que se encuentre fuera de lo establecido atenta contra la integridad de la persona como mujer. Retomando el reforzamiento de roles, las instituciones (principalmente la familia) juegan un papel fundamental al alimentar los juicios de valor.
los modelos transmitidos a través de las pautas culturales para ser desempeñados por unos y otras, al final de cuentas lo que generan es una relación de jerarquía en la cual resulta que las mujeres se encuentran supeditadas a actuar en roles determinados, como el de madre, esposa, ama de casa; todo ello con los límites estrechos de lo privado, en tanto que para los varones las fronteras de la actuación pública están abiertas (Rosas, 2001: 41).
Como se aprecia, existe en el género femenino el papel de subordinación ante la masculinidad. Desde un ámbito general, ser mujer “significa pertenecer a una facción subalterna (con respecto al género masculino) en el interior de cada clase y grupo social, fruto de la organización patriarcal de la sociedad” (Charles, 1990: 168). Cuando se es niña, la mujer debe obedecer a su padre, en la juventud a su marido y después, o a la par, a los hijos. Es así como a cambio de protección (entre otras permutas), la mujer se ubica en esta postura de sumisión frente al hombre.
En el hogar, tanto hombres como mujeres han realizado papeles muy específicos. “El padre es ley y la madre el amor” (Torres, 1997, citado por Rojas, 2008: 69). La mujer ha sido la encargada de mantener la casa en orden y que ésta camine como es debido al ser la responsable de la buena educación y del cuidado de sus hijos. Por lo anterior, el trabajar no forma parte de las actividades para la mujer pues, ya sea de sector popular o medio, este género está predispuesto a ver por los cuidados del hogar y de los hijos.
Perspectiva del género femenino en el ámbito laboral
El hombre ha hecho uso de la estructura laboral como un símbolo de identidad, por lo que se considera que el trabajo remunerado fuera de la casa, le atañe principalmente a él y además, como menciona Ramírez (2006), funciona como un ejercicio de dominación y un mecanismo de poder, propiciando una relación con el género femenino de sumisión.
Dicha relación no es adquirible de forma voluntaria. Es decir, para que el ejercicio de poder se efectúe, es necesario que exista alguien que lo ejerza y alguien que lo acepte. Para que esto pase es inevitable ir más allá de la simple imposición. Foucault comparte su opinión al respecto “(refiriéndose a la efectividad de las relaciones de poder) atraviesa, produce cosas, induce placer, forma saber, produce discursos; es preciso considerarlo como una red productiva que atraviesa todo el cuerpo social” (1992: 182).
El poder lo ejerce aquella persona que se encuentra sostenida por las ideologías, culturas y rituales de la sociedad. Lo peligroso es que, entre más pautas sociales sustenten dichos discursos, la persona contará con mayor efectividad a la hora de buscar dominación y obediencia. Bajo esta postura y retomando la implicación laboral en la construcción de la identidad masculina, la iniciación de la mujer en el área laboral queda estrictamente restringida. Esto debido a que, por un lado, los hombres intentan conservar el control mediante la economía de la casa dejando a la mujer fuera del ámbito laboral y, por el otro lado, la mujer se enfrenta a un escenario donde era innecesaria su presencia y se le ha mantenido al margen durante mucho tiempo. La situación económica del país ha diversificado la distribución de las actividades y de los roles dentro de la familia ya que, debido a las circunstancias presentadas en el contexto, la mujer ha tenido que entrar en el mercado laboral, como bien señala González de la Rocha citada por Bárcenas:
En México el desempleo masculino alcanzó niveles récord en 1995. La inserción de las mujeres al mercado laboral, con su consecuente independencia económica, en muchas familias replanteó aspectos como la autoridad masculina, el hecho de compartir la socialización y el cuidado de los hijos, así como el aumento en la soltería, las separaciones y los divorcios [...] Los ingresos económicos de los que se dispone en los hogares, en muchos de ellos, sólo para cubrir las necesidades básicas de quienes los habitan, también es una variable económica importante que ayuda a inferir las condiciones y los estilos de vida de las familias mexicanas (Bárcenas, 2010: 69).
En el censo de población del 2010, según datos de la COEPO, se demuestra que en los últimos 20 años ha habido un incremento del 6.1% en la jefatura de la mujer en los hogares. Aunque es un aumento significativo, es importante subrayar que dicha jefatura no se da únicamente en los hogares donde ambos padres habitan. Muchas veces la posición de la mujer como jefa de la casa, se da por la falta del cónyuge, dejándola al mando del hogar.
Existe otro factor importante que posiciona a las mujeres como jefas de familia, y es el nuevo rol que éstas han tomado frente a la economía. Según datos de la COEPO, en el año de 1990, el 26% de mujeres formaban parte del área laboral, mientras que para 2008, ese porcentaje fue del 35%. Así es como el rol femenino en el sector laboral se reafirma. Sin embargo, existen otras tareas más consolidadas. Esto se puede ver reflejado en el hecho de que, para la mayoría de estas mujeres, el trabajar fuera de casa implica tener doble jornada: el hogar y lo laboral.
Este nuevo papel de la mujer atañe una apertura a espacios sociales “no hechos para la mujer” que traen como consecuencia una fractura en la dinámica de roles de género. No sólo porque se comparte el contexto laboral, sino porque trae consigo características como independencia económica, fortalecimiento de la persona y empoderamiento, las cuales atribuyen a un desvanecimiento paulatino del poder ejercido por el hombre.
El involucrarse en programas que susciten el empoderamiento femenino, representa un gran reto pues se emprende un nuevo estilo de vida que trae consigo un sinfín de cambios tanto personales como en su contexto. Los cuales pueden presentar un obstáculo importante para la mujer y hasta un quebrantamiento en su estructura familiar. Puede ser utilizado como una herramienta para debilitar la estructura de género, y así, promover una relación equitativa desde el vínculo familiar logrando una estabilidad mayor a partir de la repartición de actividades deslindadas del género.
Programas sociales desde una perspectiva de género
A través del tiempo, la equidad de género ha cobrado mayor relevancia en la agenda fijada por nuestras instituciones de gobierno. En el Plan Nacional de Desarrollo (PND) 2013-2018 que compila las estrategias a seguir por la gestión del Ejecutivo Federal, se ha materializado la firme intención de incluir, dentro de la estrategia transversal denominada “perspectiva de género”, diversas líneas de acción que, además de promover, otorgan legitimidad y posicionamiento como interés nacional al tema aludido en el presente.
Realizar un análisis con perspectiva de género permite reconocer atribuciones otorgadas al sexo e identificar estereotipos que son discriminatorios. Por lo tanto, generar políticas públicas desde este enfoque tiene como fin último crear las condiciones de equidad para la población, proteger y apoyar a las mujeres y promover un desarrollo social equitativo.
“El Estado es quien detenta el monopolio de la violencia simbólica legítima, con lo cual es quien impone una determinada visión del mundo” (Bustos, 2009: 91), y es a partir de los programas sociales que se implementan acciones que atiendan la necesidad de reproducción de prácticas para fomentar el desarrollo a partir de una misma premisa de “desarrollo”.
En México, a partir de la inquietud por atender problemáticas que atañen a la inequidad de género, actualmente el Instituto Nacional de las Mujeres, opera con el Programa Nacional para la Igualdad entre Mujeres y Hombres 2013-2018 (Proigualdad), programa especial que engloba las acciones de la Administración Pública (Instituto Nacional de la Mujer).
Cabe resaltar que los programas sociales suelen estar gestionados y diseñados a nivel federal o estatal, éstos son replicados (bajo alteraciones en algunos casos) en los diversos espacios donde se ejecutan. Sin embargo, son minoría los que además incluyen un diagnóstico previo a su aplicación, teniendo como resultado programas pobremente diseñados para satisfacer las especificidades de las diferentes poblaciones atendidas.
Es importante señalar que todo programa tiene temporalidad condicionada a la administración que lo atiende. El tiempo de vida de éstos depende del gobierno que se encuentra activo y es este mismo el que posee la información que los sustenta y da funcionamiento. Por lo anterior, existe el riesgo de una ruptura en la continuidad del programa cuando este se enfrenta a un cambio de administración, provocando un deterioro en la estructuración, debido a que la información que sostiene se pierde, entorpeciendo así su funcionamiento.
Discusión
Es mucho, para una madre de familia es mucho, cambiar mi vida ahorita tres horas implicaría muchísimo, yo ya tengo mi vida establecida cuando me la cambian o cuando la cambio por alguna necesidad cambia toda mi dinámica familiar, yo veo mucho problema en eso. (Informante 6, comunicación personal, septiembre 2013).
A partir de la investigación realizada, se identificaron distintos factores involucrados en el éxito del programa estudiado. Principalmente la importancia de que estos se estructuren con base en las especificidades de la población atendida. Los programas deben de estar diseñados a partir de la situación contextual de las mujeres. En el caso específico del CPEC, se enfrenta a mujeres de bajos recursos, las cuales se muestran fuertes ante las adversidades. No obstante, llevan consigo una gran carga tanto emocional como laboral, una imposición de trabajo en el hogar que las compromete a mantener el equilibrio en la vivienda.
Desarrollar dinámicas dirigidas al cambio de ideologías y hábitos que se reflejen de manera actitudinal y académica en una persona (como es el caso de algunos programas sociales), impacta en la cotidianidad y, por lo tanto, en las dinámicas sociales. En el caso particular de programas enfocados al empoderamiento de la mujer (como lo es el CPEC), se aprecia una reestructuración en conductas relacionadas, directa e indirectamente, con el rol femenino.
Las tareas detrás del “ser mujer” (como son cuidar de algún familiar enfermo o enferma, conflictos maritales, laborar debido a necesidad económica; o uno de los más recurrentes, actividades relacionadas con la crianza de los hijos) llegan a convertirse en una limitación para las participantes, ya que la asistencia a un programa resta tiempo a las tareas del hogar y, al paso del tiempo, este se convierte en una carga innecesaria.
El estar aquí en el CPEC ellas se divierten, se la pasan muy bien y empiezan a tener una esperanza para el futuro, pero la casa se les viene abajo porque no siempre la familia contribuye, ya pudiste escuchar hoy, y otras no, ellas cambian de postura y la familia las empieza a apoyar (Informante 3, comunicación personal, octubre 2013).
Para la mayoría de las mujeres el incumplimiento del rol se convierte en un miedo difícil de vencer, no sólo por enfrentarse a la oposición de sus familiares y su contexto, sino porque ellas mismas sufren un desvanecimiento de la identidad que les da el ser mujer. A partir de que éstas se involucran en proyectos sociales u otras actividades, inician a cuestionarse sobre el papel que interpretan en su familia, en su comunidad y en su sociedad, lo que trae consigo una nueva perspectiva de cómo entender su contexto y posicionarse en éste.
Considerando que el 92% de las 170 beneficiarias eran amas de casa; el cuidado de los hijos, el aseo del hogar y procurar la alimentación, son entre muchas otras actividades, ejemplos de “obligaciones” que tomaban prioridad frente a la asistencia al CPEC. La ausencia y descuido en el hogar de las participantes hacía que éstas empezaran a tener “problemas” en casa, no sólo en cuestión de carga laboral, sino que se reflejaban en las dinámicas familiares y los cambios que sufrían.
Tomando como referencia el CPEC, una de las peculiaridades del grupo era que el 80% de las participantes eran madres, realidad que se veía reflejada en su desempeño durante el programa. La característica de ser madre representa un elemento significativo, ya que el tener hijos se convierte en uno de los factores primordiales de motivación: por sus hijos hacen todo. El deseo de emprender un negocio y de crear una empresa que les dé un equilibrio económico se hace presente, principalmente, por querer darles a sus hijos una estabilidad y un mejor futuro.
Es por lo anterior que, aun cuando la razón de muchas mujeres para asistir a los programas productivos es principalmente sus hijos, el “abandono” que se da a las tareas del hogar (como consecuencia del tiempo invertido a la asistencia del programa), incluyendo el cuidado de los hijos, representa, en la mayoría de los casos, un sentimiento de culpa por no cumplir con el rol de madre como se espera en la sociedad. En la mayoría de las mujeres la etiqueta de “mala madre”, que se adjudican solas o es impuesta por su pareja o contexto, representa un obstáculo para continuar con el programa pues identifica a éste como un factor que atenta contra la “buena crianza”.
Además de las problemáticas mencionadas previamente, uno de los principales factores de deserción identificados en el CPEC, está relacionado a la situación socioeconómica de las participantes, ya que la población atendida reside en colonias de nivel socioeconómico bajo. Mediante las encuestas se pudo rescatar que en el caso de algunas participantes existía un interés en asistir por la creencia de algún apoyo económico o en especie. En algunos casos en los que se desmintió dicha creencia, las aspirantes claudicaron del programa. Así mismo, la temporalidad del curso se percibió como una dificultad, pues se hacía alusión al abandono del programa debido a la necesidad de buscar un empleo.
La mayoría que han desertado, es por eso, por su economía. Una de ellas “mi marido se quedó sin trabajo y tengo que entrarle al trabajo, si no, no comemos”, otra de ellas “yo dependo mucho de mi economía, de vender ropa en los tianguis, ropa de segunda, chácharas y pues tengo cuatro días, con un día que vaya, no puedo, no puedo yo”, otra “no pues sabes qué, que ya encontré trabajo”, otra “sabes qué, ya encontré trabajo y ya empecé a trabajar”, otra “saben qué, tengo que trabajar. Es que metí solicitudes y ya me hablaron, es de tal hora a tal hora”, “sabes qué, ya encontré trabajo tres días por semana”, un día que vayan al curso para qué me sirve. Pero en la mayoría es por el trabajo, por su economía y el trabajo (Informante 9, comunicación personal, septiembre 2013).
Al comprender la realidad de las participantes, se puede conocer tanto motivaciones como características de éstas, que al retomarlas, contribuyen a reforzar el programa, propiciando que se aprovechen de mejor manera aquellas particularidades de las usuarias que agilizan o mejoran el aprendizaje.
Tomando en cuenta esta premisa, los programas sociales que se encuentran sujetos a las características directas de la población atendida, permiten un espacio de socialización y transformación entre pares, compartiendo y construyendo. Aunado a esto, se pueden encontrar resultados transformadores en la experiencia de las participantes que van enfocadas en el desarrollo personal, como la autoconfianza, el estima, e incluso, la reconstrucción de identidades.
Conclusión
Por lo anterior, se puede afirmar que la fuerza de los roles atribuidos al género femenino juega un papel fundamental en la constante participación a los programas productivos. Es importante subrayar que gran índice de los factores involucrados en la deserción de las participantes están relacionados a los “deberes” como mujer: ser madre, cuidadora, administradora del hogar, esposa, etc. Sumado a esto, no sólo se identifican factores que se presentan a nivel doméstico, sino que culturalmente el “fallar” a estos roles tiene una connotación negativa en la identidad de la persona. Por lo tanto, se enfatiza en la necesidad de evitar la homogeneización en la estructura y ejecución de los programas sociales.
Cuando las características en la metodología y aplicación están fuera de contexto, el apoyo puede llegar a ser percibido como una carga en lugar de un recurso valioso. Partir de un diagnóstico previo de necesidades en el espacio a intervenir, puede ser una de las herramientas más eficientes para prevenir la deserción y aumentar la probabilidad de éxito e impacto en un programa social.
En el caso de los programas sociales con perspectiva de género, es de gran relevancia hacer consideraciones con respecto a la finalidad del proyecto. Las características subjetivas de lo que se considera como necesidad desde la persona, son una de las herramientas más útiles para el acercamiento con la población atendida.
Respecto a los programas cuya finalidad involucra un cambio estructural en la cotidianidad de la persona, es importante resaltar que un seguimiento cercano direccionado a atender el proceso psico-social del participante, aportará herramientas para afrontar las problemáticas posibles a surgir a partir de la movilización de los núcleos sociales de la persona (como el familiar).
Es por todo lo anterior que, al hacer referencia sobre la pertinencia de contextualizar los programas en cuestión de género, se invita a ejecutar estrategias dirigidas a las especificidades del rol femenino en la localidad atendida, impulsando el empoderamiento de las mujeres y la equidad. Así mismo, propiciar espacios para que se lleven a cabo cambios en las dinámicas sociales; es decir, procurar no aislar a la persona de su entorno, de manera que la intervención considere la inclusión de los actores que muestran resistencia a la reestructuración de la perspectiva de género y sus roles.