Introducción al contexto y problemática
Hay gays tradicionalistas que se creen más machos, masculinos, activos; que comparten el machismo de sus casas al rechazar a sectores más pequeños dentro de la comunidad, como a las locas, a las pasivas y a las trans, con cierta reticencia y violencia. (HH2, 2018)
La violencia de género heteronormativa se ejerce en el mundo homosexual de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, por la réplica de modelos de masculinidad que ponderan a los varones según su apariencia, conducta y práctica socio-sexual. Aunque se compone de hombres de orígenes y culturas distintas, éstos comparten una compleja y binaria estratificación de rasgos corporales, roles socio-sexuales e identificaciones de género, ancladas en imágenes en torno a la dominación masculina y la sujeción femenina, que reproducen la desigual lógica judeocristiana (Adán-Eva).
La violencia de género es un serio problema en San Cristóbal de Las Casas: municipio que ocupa el primer lugar estatal en feminicidios (Instituto Nacional de las Mujeres, 2008) y el quinto a nivel nacional (Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, 2019). Rivas, Nazar, Estrada, Zapata y Mariaca (2009) aluden a la nula protección institucional local de las mujeres como justificante de la violencia y concluyen que las desigualdades estructurales de la región se basan en su sexo, estado civil, edad, etnia, clase y escolaridad. Así, aunque posee espacios abiertos a la diversidad, es un sitio que potencializa, replica y alienta violencia basada en imaginarios sociales que minimizan al cuerpo femenino y que brindan condición de superioridad al masculino. Tal dicotomía es en sí violenta y en el mundo homosexual reproduce y dinamiza diferencias y desigualdades de representarse y/o encarnarse la heteronormatividad local. No obstante, las identidades homosexuales subalternas -en posición inferior a las hegemónicas- resisten y enfrentan tal binarismo usando estigmas y categorías inferiorizantes que articulan al género con ciertas condiciones de etnia, clase y edad. Por lo tanto, lo imaginado sobre el cuerpo configura dinámicas intra grupales de poder que justifican el uso recíproco de violencia de género entre estos varones.
Ya que la violencia de género se ejerce según encarnen y/o representen lo masculino, femenino o queer, refutamos que víctima y victimario sean mutuamente excluyentes, pues la víctima ejerce violencia desde la misma lógica machista que le oprime. La escasa evidencia sobre imaginarios, manifestaciones y contextos violentos replicados por el perpetrado nos obliga a explorar las formas socialmente aprobadas de reaccionar ante la violencia que incitan a la desigualdad en el trato y que perpetúan la idea de que ésta solo es replicable del poderoso al desposeído (Briceño-León, 2007). Por ello, nos interesó mirar en el mundo homosexual desigual, diverso y cambiante -compuesto por hombres oriundos, de otras urbes mexicanas, comunidades indígenas y países- de una ciudad multicultural, multiétnica y violenta como San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, para dilucidar cómo opera la violencia de género de forma intragrupal. Para ello, analizamos los imaginarios sociales que legitiman, integran y consensan diversas manifestaciones de la violencia de género al interactuar entre pares, cómo las replican y si instauran prácticas no violentas al hacer comunidad.
Violencia de género, patriarcado y heteronormatividad
El patriarcado es un orden social basado en la sumisión de las mujeres y de lo femenino que “en el nivel macro es un sistema de dominación masculina; en un nivel meso se traduce en diversas formas de desigualdad de género; y en un nivel micro, en varias formas de maltrato, abuso y violencia contra las mujeres” (Castro Pérez, 2012, p. 20). Sabiendo que no todo acto de violencia de género es efectuado contra las mujeres, entendemos que:
La violencia de género abarca cualquier daño perpetrado contra la voluntad de una persona; que tiene un impacto negativo sobre su salud física o psicológica, su desarrollo o identidad; resultado de desigualdades de género que explotan las distinciones entre hombres y mujeres; entre hombres y entre mujeres. Puede ser física, sexual, psicológica, económica o cultural; ejercida por miembros de la familia, la comunidad o de instituciones religiosas, sociales o del Estado; y se agrava de entretejerse a otras determinantes sociales4. (Ward, 2002, pp. 8-9)
Rita Segato (2003) ha planteado que las relaciones de poder ancladas en el patriarcado se establecen sobre un sistema económico-simbólico deficiente e inestable constituido por vínculos horizontales de alianza/competencia entre pares y la entrega/expropiación vertical de castas. Tal estratificación social de estatus obedece a una tradición resistente al cambio e instituye jerarquías indelebles entre fraternidades que, a través del contrato, aceptan silenciosamente como tributo al cuerpo femenino: símbolo de explotación y de inferioridad social sobre el que se erige lo masculino (Rubin, 1986).
Desde tal lógica, Vázquez y Castro (2009) demuestran que ser hombre, homosexual y afeminado desata conflicto entre los varones cisgénero debido a que contraría al modelo de masculinidad hegemónica. Núñez Noriega y Espinosa Cid (2017) exponen que según las condiciones sociales que encarnen se les jerarquiza socialmente mediante un sistema patriarcal opresivo que fuerza la representación de la masculinidad. En correlación, el Informe Estatal para la Elaboración del Diagnóstico sobre Atención a Personas Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (LGTB+) de Fundación Arcoíris (2017) postula a la intersección de la práctica homosexual con otras condiciones socialmente feminizadas y/o desdeñadas como el obstáculo que éstos afrontan para acceder a los servicios públicos y a sus derechos.
Aunque la revisión literaria ha sido rigurosa, solo Wences Acevedo (2016) demuestra que la endodiscriminación entre hombres gays mexicanos es una realidad. El resto del trabajo sobre masculinidades LGBT+, como la tesis de Gutiérrez Gamboa (Cfr. , 2014), homologan a los varones homosexuales en una Identidad/Cultura Gay que, supuestamente, les simboliza, representa y escuda ante lo heteronormativo, sin exponer cómo se violentan entre sí por las condiciones sociales que encarnan y que les diferencian. Ello se liga a la serie de desaciertos que persiste en el trabajo sobre violencia de género (Castro Pérez, 2012); entre ellos, perfilar al agresor como un individuo que coacciona las oportunidades y derechos de la víctima sin discutir cómo agresor y víctima son influidos por el contexto estructural y sociocultural, lo que deviene en obstáculos para su análisis.
En los estudios LGBT+, Obradors (en Montero, 2013), símil a Querna (2018), expone que la violencia entre individuos LGBT+ es el principal argumento que frena el acceso a sus derechos, sin discutir las barreras socioculturales entre estas identidades. Asimismo, Griffin (2007) exhibe al discurso político heteronormativo que socorre a gays y lesbianas (cis)homonormados, obviando la violencia entre personas LGBT+ desde parámetros heteronormativos. A su vez, el término violencia intragénero es limitado, pues solo explicita la violencia entre sujetos homonormados del mismo género en tramas domésticas o familiares (Ferrera Delgado, 2017; Rodríguez Otero, 2017).
De tal modo, acuñamos el concepto violencia intra grupal para comprender y hacer comprender más ampliamente la violencia gestada entre los adscritos al mismo grupo o identidad; debido a imaginarios no solo de género sino también en torno a otros elementos socioculturales, económico-políticos o de apariencia física que repercuten en su cotidianidad al intra jerarquizarles y oprimirles continuamente. Así, pretendimos analizar si la presión o el peso de la masculinidad por parte del mundo heterosexual induce a que los hombres homosexuales se violenten entre sí según la estratificación hetero patriarcal local al preguntarnos: ¿qué modelos e imaginarios legitiman su dominación-sujeción mutua y cómo actúan o se activan a partir de su construcción identitaria?
Marco teórico-metodológico
Cabrera (2004) profundiza en la teoría de los imaginarios para decir que la sociedad se instituye a sí misma mediante significaciones imaginarias sociales que gestionan imaginarios sociales para dar explicaciones “comprensibles” a los fenómenos cotidianos. Afirma que al legitimar, integrar y consensar el origen, mantenimiento y reconstrucción del orden social, de su espacio temporalidad, y de la realidad, son los organizadores/organizados/organizantes simbólicos de lo histórico-social que - desde modelos de ser, pensar y actuar - influyen, sancionan y movilizan a quienes componen a la sociedad, su cotidianidad e historia al otorgar funciones, posiciones y roles sociales taxativos.
De su consumación y difusión social, asevera que tales modelos conciben identidades colectivas que materializan el derecho simbólico a mandar desde la propaganda, interacción social y el discurso institucional. Su institución imaginaria gestiona, organiza y contiene el acto, discurso y relaciones de los individuos para homologarlos en un colectivo anónimo, que se define por su materialidad y conductas, por el aprendizaje e imposición de normas sociales. Así, constituidos por símbolos que justifican el ejercicio del poder, gestan rígidos esquemas sociales de pensamiento (Baczko, 1991, p. 12) donde el imaginario es espacio simbólico de lucha (Vergara Figueroa, 2007). Los últimos avances en estas tradiciones teóricas permiten ampliar conceptualmente al imaginario social y han brindado elementos para comprender a la realidad social a partir de su producción simbólica y estética (Vergara Figueroa, 2016).
En el caso del mundo homosexual, vemos que su ser histórico-social se fija, influye y moviliza por imaginarios binarios de género que gestan, sostienen y proyectan modelos de ser, pensar y actuar, anclados a vetustos roles de género, que limitan sus deseos, prácticas socio-sexuales y pensamientos al ocultar la plasticidad de quién es activo o pasivo. Al centrarse en un eje de poder heteronormativo simbólicamente materializado en su sexualidad e identificaciones, tales modelos otorgan el derecho a mandar en un espacio social más amplio de ser representado; para distribuir roles, funciones y posiciones sociales que decretan su valía social desde lo corporal.
Proceso metodológico y analítico
El estudio, de índole cualitativo y corte transversal, tuvo como población objetivo a varones homosexuales residentes en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, por al menos 6 meses. La técnica de la bola de nieve nos dio acceso a ellos gracias a conocidos y contactos clave. Se efectuó observación directa y participante en espacios de encuentro y convivencia propuestos por ellos mismos mediante guías de observación con indicadores vinculados a categorías y conceptos de la revisión literaria y al marco teórico sobre imaginarios, identidad colectiva y relaciones de poder.
Posteriormente, se realizaron entrevistas semi estructuradas a profundidad -enfocadas en los ejes: identidad, imaginarios y violencia- para averiguar el impacto de los imaginarios sexo/genéricos locales en sus biografías; asociándoles a modelos sexo/genéricos aprendidos. La muestra teórica constó de 13 varones de diferentes etnias y edades, residentes de San Cristóbal de Las Casas; se incluyó a una mayoría de oriundos y nativos de otras comunidades y ciudades de Chiapas, los menos fueron de otros estados mexicanos y uno era extranjero. Como muestra la Tabla 1, la auto adscripción de la identidad de género -explicadas más adelante en la Tabla 3- fue factor incluyente/excluyente de participación. La distinción por clase gravitó en el ingreso mensual familiar, según el salario mínimo del ejercicio fiscal mexicano de 2018, y se asignaron claves pseudónimas para brindar anonimato a los participantes.
Pseu | Id. de género | Origen | Etnia | Clase | Edad |
---|---|---|---|---|---|
HH1 | Homosexual | Aldama, Chiapas | Ind | Bajo | 30 |
HH2 | Mampo | Reforma, Chiapas | Ind | Bajo | 31 |
HH3 | Gay | Córdoba, Argentina | Blan | Bajo | 31 |
HH4 | Volteado | SCLC, Chiapas | Mes | Medio | 33 |
HH5 | Homosexual | SCLC, Chiapas | Mes | Medio | 18 |
HH6 | Homosexual | Bochil, Chiapas | Ind | Medio | 34 |
HH7 | Homosexual | SCLC, Chiapas | Mes | Medio | 24 |
HH8 | Puto | Tuxtla Gtz, Chiapas | Mes | Medio | 21 |
HH9 | Joto | Manzanillo, Colima | Mes | Alto | 29 |
HH10 | Puto | SCLC, Chiapas | Mes | Alto | 38 |
HH11 | Puto | Mérida, Yucatán | Ind | Alto | 29 |
HH12 | Gay | Salto de Agua, Chiapas | Mes | Alto | 51 |
HH13 | Gay | SCLC, Chiapas | Mes | Alto | 45 |
Nota: Elaboración propia, 2018.
Auto percepción (Identificación) | Hetero percepción (Diferenciación) |
---|---|
Mi identidad como puto se ha deconstruido y ha cambiado; pero hay una pequeña base que no se modifica y que creo que se relaciona con nuestras familias (HH11, 2018). | Muchos nos identifican por nuestra sexualidad. Es incómodo pues sabemos que implica más cosas. Algunos incluso lo ven como pecado o malo (H8, 2018). |
En la secundaria me mostraron porno. Fue mi primer acercamiento a lo gay cuando me dio la opción de ver hombres. Antes no tuve alguna influencia (HH5, 2018). | Está el estigma de que somos liberales, que puro coger, VIH, tomar. También se supone que tenemos buen gusto, vestimos bien y sabemos de comida (HH13, 2018). |
Los chicos de otros sitios se sorprenden de que acá usan perfiles falsos. Los más libres aún tienen ciertos estigmas; como cicatrices de su violencia y represión (HH3, 2018). | La gente del país es conservadora, racista y elitista, pero no tiene esa carga que tiene la gente de aquí; cómo me miran, me tratan y toman mi sexualidad (HH2, 2018). |
La mayoría se esconde y hace como que no, pero en el antro o cantina los identificas. Mis amigos los invitan, empedan y tocan; solo que llega la mujer, se van (HH12, 2018). | El gay nacido en San Cristóbal se reprime: usa camisas, pantalón, zapatos, pelo corto. Si usa pantalón corto lo señalan como gay; si es extranjero, ni se fijan (HH3, 2018). |
Nota: Elaboración propia, 2018.
IHS | Descripción | Gradiente | HHHA |
---|---|---|---|
Viejoto | Adulto mayor, afeminado, clase baja | + + + | |
Mampo | Afeminado, moreno, clase baja | + + + | HH1, HH2 |
Joto, loca, etc. | Afeminado, joven, clase baja | + + | HH1, HH3 |
Queer | Mayor exposición corporal | + | HH2, HH4 |
Chichifo | Corporalización femenina | + | HH3, HH7 |
Twink | Corporalización femenina | + | HH3 |
Homosexual | Práctica homo erótico-afectiva, clase media | 0 | HH6, HH7 |
Chacal/Mayate | Práctica homosexual intermitente/no asumida clase baja; corporeidad masculina, moreno |
_ | |
Oso, panda, nutria, chaser |
Corporalización masculina según la presencia de vellosidad y/o masa corporal/muscular |
_ | HH4, HH9 |
Gay | Triada blanquitud-riqueza-juventud | _ _ | HH5, HH9 |
Sugar baby | Joven mantenido por un hombre maduro | _ _ | HH10 |
Daddy | Edad madura, corporalización masculina | _ _ | HH11, HH12 |
Sugar Daddy | Edad madura o adulto mayor, de clase media o alta, experimentado, educado/culto |
_ _ _ | HH13 |
Nota. HHHA: Hombres homosexuales hetero adscritos. Elaboración propia, 2018.
La última técnica fue el grupo focal, la cual evidenció su lógica identitaria, los imaginarios en torno a ella y las relaciones de poder del mundo homosexual en dos sesiones de 6 a 12 integrantes. Previo a las entrevistas y grupos focales, se proporcionó un consentimiento que explicaba su estructuración, propósito, alcances, temáticas a desarrollar y las condiciones para la obtención y el tratamiento confidencial de sus datos. Finalmente, se codificaron los imaginarios en sus narrativas (Strauss y Corbin, 2002) y de su comparación, contraste y discusión se desglosaron algunas categorías analíticas útiles para interpretar la réplica de violencia de género en el mundo homosexual. Los modelos sexo/genéricos surgen de las gradientes de identificación-diferenciación intra grupales observadas en el análisis, es decir, conforme a la auto y hetero percepción, inclusión-exclusión, nominación y las violencias físicas (maltratos, golpes), verbales (ofensas, burlas, rechazos), psicológicas (humillaciones, estigmatizaciones, exclusiones), sexuales (acosos, abusos, violaciones) y laborales (exclusiones, conflictos) manifiestas en cada una de las fases de la metodología aplicada.
Hallazgos. El mundo identitario homosexual en SCLC
Los heterosexuales residentes conciben al varón homosexual desde imaginarios sociales que lo definen como afeminado, chismoso, metiche y promiscuo; así como bueno para el arte, la moda y la cocina. Como muestra la Tabla 2, a tal estereotipo se aúnan estigmas religiosos que lo asumen pecador, perverso, enfermo, inestable y/o portador de infecciones de transmisión sexual, principalmente de VIH. Por ello, opta por ser “discreto”- es decir, por apariencias y relaciones heteronormativas - pues “ser visto con otros homosexuales le restaría valor social” (HH10, 2018): situación que genera sensaciones subjetivas de amenaza ante la violencia.
Al contraponerse al estereotipo que justifica su violencia, muchos aspiran a representar y/o encarnar alguno de los modelos de masculinidad locales: pautas simbólicas consensadas que legitiman ciertas cualidades como masculinas y aspiracionales por y desde la hegemonía heteronormativa; que al integrarse facilitan estatus en el mundo heterosexual y homosexual; y que asisten a la delimitación del espacio social y a la diferenciación identitaria (Bourdieu, 2002). Éstos les instituyen como más dominantes o sujetos/sometidos a violencia intra grupal según su expresión de género, etnia, clase y edad: condiciones gestoras de identificaciones de auto y hetero adscripción que atañen a gradaciones socio-sexuales heteropatriarcales.
De tal modo, hallamos tres modelos de masculinidad -articulados a su diferenciación por etnia, clase y/o edad- que orientan el ejercicio del poder y la violencia intra grupal al instituir a la heteronormatividad que legitima a la dominación masculina-sujeción femenina: el modelo de masculinidad machista (el más agresivo), el modelo de masculinidad hetero hegemónica (el menos homosexual) y el modelo de masculinidad Gay (el más consumista).
El modelo de masculinidad machista (Macho) y sus implicaciones intragrupales
La masculinidad les legitima para convertir al maricón en machito. Es un grupo élite encargado de corregir según las normas heterosexuales para que lo parezcan. Desde fuera o desde dentro, lo mujeril es perpetrable, violable, manoseable, golpeable. (HH4, 2018)
Ya que las imágenes del mundo tienen efectos performativos que conforman a los individuos y colectivos (Chartier, 1992), parte de los varones homosexuales se conducen por el prototipo de varón enérgico, dominante y valiente: rasgos simbólicos del Macho obedecido y temido debido a su corpulencia, fuerza física y violenta capacidad de apropiación de circunstancias y personas; con que adquiere ventajas sobre el débil o cobarde. Por ello, varios trabajan para ser Machos, masculinos y/o activos, y así ejercer un rol socio-sexual tradicional; pues han aprendido en casa que la madre sumisa obedece al autoritarismo y dominancia del padre. En el mundo homosexual su performatividad, similar al modelo hetero hegemónico, es replicada mediante el rechazo de las conductas cuidadosas y afectivas (feminizadas) al verlas como un déficit de subjetividad de alta vulnerabilidad alejado de lo heteronormativo, contrario y complementario a lo bien situado y masculino (List Reyes, 2007); lo que conlleva a que doblegue, vigile, castigue y/o violente física, psicológica, verbal y sexualmente al afeminado.
El modelo de masculinidad hetero hegemónica y sus implicaciones intragrupales
Quieren mostrarse superiores a otros hombres por el hecho de ser más masculinos o capaces. Te acusan de pasiva o de femenina; como si por serlo hubiera cierta incapacidad o debilidad. Incluso en la situación sexual o sentimental intentan dominarte siempre. (HH8, 2018)
La violencia intra grupal también opera desde una masculinidad hetero hegemónica opuesta a lo femenino donde el pasivo decide/ gana menos mientras el activo se impone/legitima más al creerse más heterosexual: rasgos del pensamiento/actuar homofóbico y misógino (Ramírez Rodríguez, 2016). Por ello, quien encarna este modelo simula conductas viriles al ser pareja sexual y/o sentimental de varios hombres y mujeres, aunque no se sienta atraído por ellas, para ejercer sus privilegios de género y así cimentar barreras psicosociales ante la violencia heteronormativa; misma que replica hacia los afeminados.
Ya que según las condiciones de género, clase, etnia, edad, entre otras, la población heterosexual y homosexual local intra jerarquiza y condiciona su valor y la “exposición” pública de sus adscritos, éstos se esfuerzan continuamente por encarnar y/o representar actitudes disciplinadas y adquirir estabilidad económica, emocional y mental -expresa en su corporalidad, bienes materiales, estoicismo y temas de conversación- para legitimarse como masculinos. Puesto que las condiciones feminizadas son mal recibidas y castigadas por el heteropatriarcado local, evita representarlas y de ahí es que violenta psicológica, verbal o económicamente a otros por medio de comparaciones destructivas, humillaciones públicas, celos, infidelidades, sextorsiones, humor misógino, amenazas y ofensas homofóbicas.
El modelo de masculinidad Gay y sus implicaciones intragrupales
Hay una cultura pop o imaginarios de lo gay contrarios a lo femenino. Lo gay es más heteronormado de lo pensado. “Sé gay, pero cisgénero y con trabajo normal”. No dudo que hay quien esté contento con ser lo que se espera de un hombre siendo homosexual; pero es un círculo vicioso en donde nos bombardean sobre lo que nos debe gustar por ser gay y, al mismo tiempo, por ser hombre. Algunos tienen trabajos como decoradores de interiores, estilistas o dan clases de baile porque piensan son más “mujeres”. Pero eso se aprende de otros gays, no nacemos gays. (HH11, 2018)
El modelo de masculinidad gay se identifica por la mirada heterosexual que estereotipa al homosexual y después desde una lógica en relación con pares, replicando más rígidamente roles de exclusión/sometimiento que perpetúan divisiones monolíticas de corte sexual -activo-público/pasivo-doméstico- para instituir estereotipos heteronormados. Homologa las prácticas, conductas y cuerpos del mundo homosexual mediante imágenes promotoras de la triada riqueza-blanquitud-juventud a través de la publicidad, la pornografía homo erótica y las redes sociales. Respaldado por una cultura homónima que expropia signos y símbolos de la hegemonía cultural, incita estilos de vida consumistas ligados al pink washing5, al comercio rosa y al turismo sexual. Así, este modelo de masculinidad aviva la violencia intragrupal y la endodiscriminación de forma económica, virtual y verbal (desde el chisme y bufe6) al cotejar a la masculinidad con el poder adquisitivo. Ello hace a sus anexos una élite que encarna/representa/consume masculinidad heredada y/o adquirida asiduamente.
El régimen homosexual identitario de estatus y la violencia intragrupal local
Aquí analizamos la variedad de identidades subalternas del mundo homosexual local; explícitas para distinguirse intragrupalmente a través de los modelos heteronormativos de masculinidad que otorgan mayor valía social de alinearse a la hegemonía cultural. Al ser el principal eje imaginario de poder por el cual se les ordena violentamente bajo la lógica machista, racista, clasista y etarista local, la Tabla 3 explicita su intra jerarquización y gradación según los capitales (Bourdieu, 2002) atribuidos, asignados o atañidos a los rasgos corporales, conductas, prácticas socio-sexuales y condiciones sociales que representen.
El homosexual femenino es marica. “Es débil, frágil. Pasiva. Lo podemos violentar”. Es un eje central de la violencia entre gays. Para mí antes el marica, maricón, mampo, joto o puto tenía más carga pobreza y el gay u homosexual era de más como de la alta. (HH8, 2018)
La identidad Homosexual, inicialmente se basa en la práctica de relaciones erótico-afectivas entre varones y es usada por quien opta por describir su práctica sexual “objetivamente”. No obstante, si su expresión corporal es femenina, se menosprecia usando peyorativos que refieren a roles socio-sexuales heteropatriarcales para violentarse, pues la homofobia y misoginia locales denigran al cuerpo femenino. Así, ser Marica, Obvia, Loca, Joto, Puto, Afeminado, Rarito, Volteado u otro término esquivo que refiera a felación, penetración o anilingus entre varones justifica la represión, violencia y discriminación judeocristiana de su expresión femenina. Entre ellas, el Viejoto es la menos valorada, pues alude vejadamente a varones femeninos y de edad avanzada humillados por no poseer el poder adquisitivo o la corporalidad estipulada por los modelos locales de masculinidad. Al no contar con el capital masculino para legitimarse, entonces son más sujetos a la dominación masculina; no obstante, la edad les otorga estatus en el mundo homosexual para doblegar verbalmente a los más jóvenes, “maricas malas” (HH3, 2018) incluidas, las cuales violentan a otros a partir de los símbolos patriarcales masculinos de un otro al que le brindan valor erótico, estético y social.
Hay chistes sobre el mampo: “Papá, soy gay” “¿En serio, hijo? ¿Tienes ropa de marca, coche, dinero?” “No” “Entonces no sos gay, sos mampo” (risas) Ser mampo es tener menos dinero, posibilidades y educación. Ser gay es más chido, pues. (HH13, 2018)
El Mampo es la identidad femenina que hetero adscribe a los homosexuales sobajados por imaginarios que ligan su femineidad, ruralidad y baja escolaridad a capitales culturales y socioeconómicos escasos: condiciones que se atañen comúnmente al indígena. Igual que el Puto, el Joto y el Marica, refiere peyorativamente a conductas cobardes, dramáticas y/o extravagantes; asumidas como femeninas y, por ende, contrapuestas a la valentía, capacidad y mesura masculina (Heritier, 1996). Sin embargo, el Mampo saca provecho de su capital masculino heredado para beneficiarse del hombre homosexual mestizo/blanco, generalmente extranjero, que lo exotiza por su expresión de género y sus condiciones de etnia, clase y edad.
Estuve saliendo con alguien como por 4 o 5 meses, pero no cuenta como pareja porque era más chichifo que otra cosa. Le pagaba el cine, la cena. Es diferente del mayate porque ese es solo una vez y es como que más heterosexualón. (HH13, 2018)
Sobre las identidades femeninas situamos al Queer, es decir, al varón homosexual con mayor expresión/exposición corporal apenas valorado en el colectivo por su actitud desgarbada y la combinación poco ortodoxa de prendas. Sus propuestas estéticas, activismo y condiciones de etnia, clase y edad le brindan el estatus intra grupal para violentar a los “machirulos”; siendo el miedo a ser negado por otros Queer lo que conlleve el encarnado de lo andrógino, aunque el resto le asuma como femenino y le amedrente por ello. Por tal razón, posicionamos por encima de él al Chichifo, aunque sea un término ofensivo que alude al varón asumido como escalador social porque intercambia sus capitales corporales por el poder adquisitivo de otros, tendiente a hipersexualizarse y masculinizarse para legitimarse por encima de las identidades femeninas; quienes poseen rasgos que no siempre encarnan y/o representan estos individuos.
Los chacales no son mi tipo. Me gustan más los twinks de piel blanca, altos, delgados. No sé si sea racista o un estereotipo y me esté dejando llevar, pero me gustan mucho porque hay muchas ventajas en ser twink. Hasta en la moda todo se les ve mejor. (HH7, 2018)
No obstante, la legitimación de la violencia hacia lo femenino, incluso desde la penetración violenta, permite “volver hombre al afeminado” (HH10, 2018); por tanto, en contraposición, el Twink aprovecha su corporalización femenina, deseada/agredida por encarnar/representar los valores del modelo Gay, para obtener beneficios sexuales derivados de su sometimiento.
Los osos, pandas, nutrias, chasers y todo ese zoológico, la comunidad animal, buscan ser una élite de alguna forma, por lo gordo o lo peludo: “Tú no eres bear. Crees que eres bear, pero no eres bear; entonces, a la verga”. (HH11, 2018)
Por encima del Twink, las identidades animales se legitiman por poseer capitales masculinos heredados ligados a la blanquitud o adquiribles en estratos socioeconómicos medios/altos: la presencia, distribución y abundancia de vello y/o de corpulencia física/muscular. Así, el Oso, alude al varón homosexual con sobrepeso y copiosa vellosidad; el Panda, un Oso de ojos rasgados; la Nutria, hombre delgado y velludo; mientras el Chaser legitima el gusto por las identidades animales al venerar el linaje europeo del peludo y repudiar al indígena lampiño.
Me gusta que tengan un cuerpo fuerte pero no marcado ni boludo, sin tanto volumen; como un albañil, por ejemplo. Soy chacalero. Me encanta coger hombres de ese tipo. Pero, si soy sincero, no son muy brillantes; tienen temas de conversación muy agotados. (HH11, 2018)
Entre ellas, el Mayate hetero adscribe al varón de homosexualidad intermitente o no asumida que mercantiliza implícitamente su capital corporal masculino por el capital socioeconómico de otro durante la convivencia. Aunque asumida como inferior al resto de las identidades animales por su condición indígena y clase baja, aprovecha su correlación a oficios técnicos y sin educación formal para exaltar del estatus del mecenas que desea dominar su cuerpo, en especial por el rol sexual activo, pues penetrar al Mayate, en muchos casos, suele ser epítome de logro sexual sobre el Macho heteronormado. Lo mismo con el Chacal, identidad animal que adscribe al hombre de corporalidad masculina que cosecha, al igual que el Mayate, el vínculo entre su exotizado capital corporal, económico y cultural con el dominio masculino para legitimarse; aunque solo sea deseable para conquista literal o simbólica y a modo de trofeo por el racismo/clasismo local.
Entre los sugar babies y los sugar daddies es más nivel de confianza y de gasto. Ya viven como en una relación heterosexual donde el sugar baby es el mantenido. Es un acuerdo explícito. Con los mayates y los chichifos es más escondidito. (HH13, 2018)
Ya que encarnar/representar al modelo Gay brinda privilegios de etnia, clase y/o edad a la homosexualidad/femineidad, las identidades anteriores buscan el poder adquisitivo requerido para aumentar su valía social. Algunos lo logran a partir de una corporalización masculina derivada de practicar deporte, dieta y/o consumir suplementos/fármacos (i)legales para capitalizarse como Daddy: identidad legitimada por la encarnación de una apariencia viril y juvenil. Finalmente, el Sugar Baby, distinto al Chichifo, alude al que encarna los valores del modelo Gay para intercambiar sus capitales corporales por el poder adquisitivo de un Sugar Daddy - varón de edad madura con el capital socioeconómico y cultural para figurar como experimentado, culto y/o estable- en una relación socialmente reconocida. Estas tres últimas identidades generalmente violentan y son violentadas debido a su condición de clase y edad.
Conclusiones
La violencia heteronormativa en el espacio sancristobalense se liga a la difícil aceptación de la femineidad en el varón al ser un fragmento de su identidad negado por las instituciones sociales desde su nacimiento. Por ello, el varón homosexual encarna/representa modelos de masculinidad inicuos, a modo de mecanismo de defensa y de poder, para prevenir agresiones por parte de otros hombres, aunque sea temporalmente, y para proyectar su deseo y agresión por lo femenino del mismo modo en que el mundo heterosexual coacciona la práctica de su homosexualidad (Minello, 2002). Así, deja cautiva a su femineidad en su casa y relaciones socio-sexuales, pues la competencia y violencia intragrupal inicia al integrarse, legitimarse y consensarse los símbolos patriarcales expropiados del sistema sexo/género de la hegemonía heteronormativa, la cual forja el gusto por la dominación masculina (Bourdieu, 2000).
Heredada o adquirida, encarnada o representada, la masculinidad es el capital simbólico que otorga estatus social y posiciona al varón en la escala de valores local mediante los modelos heteronormativos que promocionan ciertas condiciones de etnia, clase y edad como rasgos masculinos aspiracionales, aunque el mundo homosexual local es multiétnico, multicultural y rico en Disidencia Sexual. Tales modelos regulan sus prácticas, identidades y relaciones para impedir la defensa de su diversidad; pues, legitiman al ligar poder adquisitivo con apariencias europeas y homologan al cuerpo abyecto (Butler, 2002) para exiliar al resto.
Si bien la Identidad/Cultura Gay figura un frente unido ante lo heteronormativo y reivindica al desnudo, lo homosexual y lo femenino, también limita/explota al subordinado que requiere del reconocimiento de la hegemonía heteronormativa. Por ello, varios varones contrarían las marchas del orgullo Gay al creerlas parafernalias donde el alcohol, machismo, endodiscriminación y la alabanza del cuerpo hegemónico velan la agenda LGBT+. Mientras, varios Putos, Jotos y Queers crean comunidad desde la defensa, idolatría y estereotipación de lo femenino mediante el tejido, el voguing7 y el maquillaje drag8, negociando sus privilegios de etnia, clase y edad. No obstante, carecen de la libertad y fuerza política para gestar un cambio radical; mostrando la dificultad por escudar a lo femenino de la precariedad.