La relación entre diagnóstico de cáncer y enfermedad cardiovascular está bien establecida. Un paciente con diagnóstico reciente de cáncer tiene más probabilidades de tener, al momento del diagnóstico, enfermedad coronaria subyacente, insuficiencia cardíaca, hipertensión arterial y fibrilación auricular. Comparado con la población general, un paciente con cáncer tiene de dos a seis veces más riesgo de muerte de causa cardiovascular. La relación entre ambos es compleja, ya que no solo depende de compartir factores de riesgo (tabaquismo, obesidad, sedentarismo, consumo de alcohol, aislamiento social), sino que también existen determinantes fisiopatológicos más complejos, como converger en un estado proinflamatorio que favorece el desarrollo de ambas condiciones1.
Los pacientes con cáncer desarrollan complicaciones cardiovasculares derivadas de la quimioterapia y la radioterapia. Cardiopatía isquémica, vasoespasmo coronario, hipertensión grave, trombosis venosa y arterial, fibrilación auricular, alteraciones del intervalo QT y arritmias malignas, entre otros, se han descrito para diferentes grupos terapéuticos, como antimetabolitos, inhibidores de ITK, anti-VEGF, inhibidores de la proteína cinasa de Bruton, antracíclicos, anti-HER2 y fluoropirimidinas, entre otros2. Los avances en la detección precoz y en el desarrollo de medicamentos diana sobre puntos moleculares específicos han permitido un aumento de la supervivencia y de las tasas de curación del cáncer, pero de la mano de un aumento de los eventos adversos cardiovasculares.
El estudio de la cardiooncología está enfocado en la predicción y la prevención de la toxicidad cardíaca derivada del tratamiento oncológico, y también de aquella originada por el propio cáncer. El objetivo del diagnóstico y del tratamiento precoces de la cardiotoxicidad es permitir tomar medidas en aras de no suspender un tratamiento que claramente cura el cáncer o aumenta la supervivencia del paciente.
Sin embargo, a pesar de los esfuerzos en unificar criterios, existen diferencias sociales, económicas, raciales y de acceso a la salud. El camino ha sido anfractuoso en materia de atención y seguimiento en poblaciones marginadas. Esto complica el tener datos fidedignos sobre la incidencia de cáncer y cardiotoxicidad en dichas poblaciones.
Entre la comunidad LGTBQ son más frecuentes ciertos tipos de cáncer, como de mama, cervicouterino, colorrectal, de pulmón, de próstata, anal, melanoma, sarcoma de Kaposi y linfomas, algunos de ellos relacionados con la infección por el virus de la inmunodeficiencia humana y el virus del papiloma humano.
Las mujeres lesbianas o bisexuales tienen mayor riesgo de cáncer cervicouterino, de mama, colorrectal, de piel, de endometrio y de ovario respecto a las mujeres heterosexuales, ya sea por factores de riesgo como el consumo de alcohol, la obesidad o el consumo de tabaco, que son más frecuentes en este grupo, o por la nuliparidad.
Otro escenario a considerar es la administración de hormonas para la reafirmación de género, que continúa en estudio por su efecto en carcinogenicidad y cardiotoxicidad en esta población3. Además, se ha observado que en la población transgénero hay un retraso en el cribado de cáncer, presentando mayores detecciones de cáncer tardío y muerte por cáncer.
Patologías como el cáncer de mama o el cáncer de próstata merecen una mención especial en el contexto de la cirugía de cambio de género. En el caso de las mujeres trans, la próstata no es extirpada durante la cirugía, lo cual plantea un escenario particular en aquellas sometidas a supresión androgénica, ya que el tejido prostático es altamente sensible a los andrógenos. Sería razonable esperar que la privación de andrógenos mediante antiandrógenos u orquiectomía proteja contra el cáncer de próstata; sin embargo, debe considerarse el papel de los estrógenos exógenos y su acción sobre los receptores de estrógenos, que pudieran condicionar un cáncer de próstata más agresivo en mujeres trans por el desarrollo de estas neoplasias a pesar de los bajos niveles de testosterona y altos de estrógeno.
En el caso del cáncer de mama, la mastectomía del hombre trans, a diferencia de la mastectomía radical por cáncer de mama donde se elimina todo resto de tejido mamario, es una cirugía con fines estéticos que preserva la areola, el pezón y parte del tejido mamario. Este tejido residual puede ser altamente sensible a la administración de hormonas y existen casos documentados de cáncer de mama en mujeres que han sido previamente sometidas a mastectomía para cirugía de cambio de género.
La exposición prolongada a los estrógenos en el epitelio mamario de las mujeres y los hombres trans puede proporcionar información sumamente valiosa sobre el papel de la terapia hormonal y la carcinogénesis mamaria, tanto con estrógenos como con testosterona, ya que esta puede aromatizarse parcialmente a estradiol y posiblemente podría impulsar el desarrollo de cáncer de endometrio o de mama4.
Los estrógenos y los antagonistas de andrógenos estimulan la formación de ácinos, conductos y lóbulos mamarios idénticos a los de la mujer biológica. El estrógeno exógeno se une al receptor de estrógeno en el tejido mamario y activa vías que estimulan la carcinogénesis a través de un aumento de la proliferación celular, alteraciones en los mecanismos de apoptosis y aumento del estrés oxidativo que induce daño en el ADN.
Unas concentraciones séricas elevadas de estradiol endógeno se han asociado con un mayor riesgo de cáncer de mama en hombres no transgénero, hipótesis que sugiere que las mujeres trans pueden tener un mayor riesgo de cáncer de mama debido a la terapia hormonal5.
En general, la investigación sobre cáncer en población transgénero y cardiotoxicidad es limitada. Situaciones como los tumores dependientes de hormonas merecen especial consideración en su estudio de cara a llevar a cabo estrategias de detección y actuación precoz en el diagnóstico de cáncer y la prevención de cardiotoxicidad.