SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 número21Ignorancia, conocimiento y poder: El corte de la madera, el tráfico ilegal y las políticas forestales en MéxicoBrigitte Boehm Schondübe: In memoriam índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay artículos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Desacatos

versión On-line ISSN 2448-5144versión impresa ISSN 1607-050X

Desacatos  no.21 Ciudad de México may./ago. 2006

 

Testimonio

 

Historias de la maquila

 

Agustina

Izúcar de Matamoros, Puebla*

Me llamo Agustina García Reyes. Tengo 42 años, soy de Ocotepec, Puebla. Tengo tres hijos y un marido que no me ayuda en nada. Cursé hasta cuarto de primaria; mis padres se pelearon y me sacaron de la escuela y empecé a trabajar en casa ayudando a mi mamá. Allá en mi pueblo mi padre trabaja el campo.

Yo empecé en la costura hace 22 años en Ocotepec, pagaban bien poquito, pero ahí empecé a agarrar la máquina. También trabajé como sirvienta en la ciudad de México, pero no me gustó. Trabajé en varios talleres como costurera, y ahora manejo todas las máquinas.

Hace tres años le ofrecieron trabajo a mi marido en Izúcar de Matamoros y dejamos mi pueblo. Entré a Matamoros Garment como costurera; poco después fui supervisora, pero terminé dejándolo porque era mucha presión. Tuve que ir al doctor para que me diera algo para los nervios.

Cuando los coreanos dejaron la empresa la situación empeoró. En la maquila trabajamos casi diez horas. Recibimos 20 pesos de bono de puntualidad y 30 pesos para el pasaje por semana. El nuevo dueño, John, consiguió máquinas muy viejas, con las que no podemos sacar el trabajo como debe ser y no llegamos a nuestra meta. De septiembre para acá las cosas han ido de mal en peor, hasta nos bajaron el sueldo. Con los 400 pesos que saco y 500 que saca mi marido a la semana voy al día. Dos años atrás, con los coreanos, aunque eran muy gritones, recibíamos hasta 220 pesos extras semanales; ahora, con los gringos, nuestro salario bajó, y no hay trabajo ni incentivos.

Hicimos paro el 13 de enero, pues en diciembre empezaron a fallar con los pagos, no quisieron dar vacaciones; el contador informó que nos las darían hasta Semana Santa, que ése era su sistema. Empezamos a organizar un sindicato independiente asesorados por las muchachas del Centro de Apoyo al Trabajador; ellas nos enseñan cómo tenemos que actuar. A veces me confundo porque también aparecieron los del sindicato Francisco Villa de la CTM (Confederación de Trabajadores Mexicanos). Ahora dicen que el socio mayoritario es un tal Rumilla de Teziutlán, y que ya no nos debemos dirigir al gringo John, pero a mí me suena como una invención para que no presionemos a John. Yo lo que quiero es que se haga justicia sin importar quién quede al frente de la maquila.

En el sindicato independiente tengo el cargo de Actas y Finanzas. Luchamos para que se respeten nuestros derechos como trabajadoras y como seres humanos. No hay ni servicio médico; si uno se llega a cortar, nomás se enreda un pedazo de masking tape y ya. Desde que empecé a participar en la organización de nuestro sindicato he aprendido a defenderme, a no tenerle miedo a los patrones, a seguir luchando para que se respeten nuestros derechos. Me gusta lo que ando aprendiendo, aunque se enoje mi marido porque llego tarde.

 

Corazón

Mérida, Yucatán*

Tengo 21 años y me estoy divorciando; mi hijo tiene casi tres años y vivo en Mérida. Crecí en casa de mis papás, en Chelem, y empecé a trabajar a los siete años, cuidando a una niña de cinco. Yo estaba en la primaria. Después empecé a trabajar vendiendo frutas para una señora del mercado, como a los 12 años, y lo dejé como a los 15. Luego estudié mi secundaria, pero no pude seguir por la situación económica. Entonces me dediqué a trabajar aquí en la maquiladora de Ben, ahora Grupo Len, que estaba en la carretera Mérida-Progreso. Mi ex marido me daba poquito dinero, por eso tuve que entrar a trabajar, para tener algo más. Al principio dejaba al niño con las vecinas para que me lo cuidaran, por no separarme de él. Pero su papá me decía que para qué quería trabajar, si él me daba dinero.

Entré a trabajar en Cocotex, pero antes probé en varias empresas. Me costó encontrar trabajo, no había, hasta que di con esta maquiladora, pese a que hay muchas injusticias. Trabajamos de 7:15 de la mañana a 5:30 de la tarde; para la comida nos dan 45 minutos, no hay desayuno; a las tres y media nos dan 10 minutos de descanso y no podemos tardar mucho en el baño. Ahí no nos dan nada, cada quien lleva tijeras, descosedor, lapicero, mandil; ni cubrebocas nos dan, todo lo compramos nosotras y lo llevamos diario. Cada quien paga su comida, 17 pesos al día. Bastante de lo que ganamos se va en comida.

Hay mucha presión y vigilancia, la ingeniera de producción y la gerente nos vigilan todo el día. No podemos ni platicar ni preguntar nada... Por el trato, a veces las compañeras sólo duran dos o tres meses, aunque hay una que ya tiene cinco años. Y es que cuando ven que puedes sacar el 70%, te empiezan a exigir que saques el 80 o el 90. "¡Tú puedes hacer tres paquetes más!"

Mi esposo está peleando el terreno donde vivo, quiere la mitad. Habíamos quedado en que yo me lo quedaba e iba a ser para el niño. Al principio me daba 300 pesos semanales, cuando empezó el divorcio; luego una vez no me dio; luego dio sólo 150 pesos. La mayoría de las mujeres que trabajan en la planta son madres solteras, divorciadas o separadas. Viven casi las mismas experiencias. Es difícil que un hombre te acepte con hijos.

Me gusta mi trabajo, aunque me traten mal. No dejaría de trabajar, aunque Héctor me lo ha pedido, porque quiero tener una casita más digna, con mis cositas, para mí sola, para en un futuro traer a mi hijo.

Febrero de 2004

 

 

Margarita

Matamoros, Tamaulipas**

Aquella mañana Margarita cogió el periódico y leyó el anuncio que solicitaba obreras de entre 17 y 18 años para trabajar en una maquiladora. Fue el principio y en el transcurso de los años ha sumado momentos de satisfacción y de penuria. Sin duda los tiempos han cambiado: antes trabajaban menos (40 horas) y ganaban más; ahora regresaron a la jornada de 48 horas y, peor aún, con menos ingreso. Pero este nuevo escenario no desanima a Margarita:

Yo trabajaba en una empresa de artesanías. El salario era muy bajo en ese entonces. Nos pagaban 16 pesos por día. Yo estaba joven. Entonces trabajaban nada más ocho horas y entonces el salario mínimo era 29.90 [pesos por día]. Éramos libres y no teníamos sindicato. Estaban aceptando la mano de obra de mujeres porque, trabajábamos 12 horas y no debíamos de trabajar tantas horas.

Eran empresas que estaban trabajando libres. Era una señora la que nos trajo para acá, a un grupo de compañeras, y nos empezamos a venir para acá. Descanso nada más la hora de la comida, media hora. Como quiera perdimos la huelga, pero como quiera él nos dio trabajo a todos nosotros, los que estábamos en esa empresa. Nos mandó a empresas que ya estaban de maquiladoras en aquel entonces, y yo entré a CTS, que en aquel entonces era CTS de México. Hacíamos switch, radios, bocinas. Ahora cambió de razón social, ahora es CTS 2048 o 4820.

Se han logrado más prestaciones. El salario ha bajado. Más bajo cuando cambiamos a 48 horas. ¿El futuro? Esperemos que se componga. Se ve poco el trabajo, ya no es como antes, porque antes éramos más de 500 y había tres turnos. Ahora nada más es un turno y ya somos muy poco personal.

Antes éramos 500, en el segundo turno eran unas 300, 400. Y en el tercer turno como unas 200. Pero ahora ya somos nada más 100 en el puro día. Ya somos muy poquito personal. Se ha estado desocupando poco a poco.

Ahora vienen nuevos sensores, nuevos productos y nuevas maquinarias. Porque la empresa tuvo un programa: Visión 2003. En ese programa entran varios países: Suecia, Estados Unidos, Canadá, y se supone que va a haber más trabajo porque se está perteneciendo a ese programa, Visión 2003. Se espera que nos llegue más trabajo. Ahora no han llegado [máquinas], pero el primer año que se empezó [2003] llegaron maquinarias con las banderas de los tres países que están unidos,1 dijeron que a lo mejor se mejora, pero hay pocas esperanzas. Pero con ese programa dijeron que íbamos a tener más trabajo, pero no se ha estado viendo. Hasta ahora han estado desocupando a más gente. Ahora ya quedamos pocas.

Hay varios acontecimientos que recuerdo: cuando nos fuimos para la Ciudad Industrial, que nos hicieron una fiesta; cuando entraron las 40 horas que también fue un acontecimiento, pues no se esperaba lograr. [Antes] vivíamos más honradamente porque el salario no era tan bajo. Y estábamos aquí, en donde trabajábamos. Ahora no nos alcanza el salario, porque todo está más caro y como quiera tenemos poco salario. Yo no vivo muy retirada de la empresa. Entro a las seis y media de la mañana. Ahora tenemos descansos de diez minutos en la mañana y diez a medio día, y media hora de comida.

A uno como mujer le ha ayudado mucho la maquila. Se ha desenvuelto mejor y uno ha aprendido muchas cosas sobre la electricidad. Yo era asistente de supervisora. Todavía lo soy, pero ahora con este puesto que tengo [delegada] ya no puedo desempeñar el mismo trabajo que desempeñaba antes. Ahora ya no trabajo en las máquinas. Ahora tengo un escritorio en papelería. Nada más es lo que hago, pura papelería. ¿Cuántas horas gastamos en una orden?, ¿cuántos minutos llevamos en esto?... Es a lo que yo me dedico, y los recortes diarios.

Tengo ahora apenas tres años como delegada [2003]. A mí no me gusta el puesto de delegada, porque uno se busca muchos problemas, pero los ha ido uno superando. Ahora que estoy de delegada, he visto que queriendo uno lo supera. Lo más difícil para ellas [son] las horas que trabajamos, porque como estaban impuestas a trabajar 40 horas,2 entonces ellas me dicen: "Vamos [a trabajar] de lunes a sábado", y me dicen: "Son muchas horas; ¿por qué no nos reducen el horario de perdido aunque sean a 45 horas?" Se ha estado platicando pero ahorita no han aceptado.

A veces batallan [las obreras] porque no hay peseras; llegan tarde. Están llegando tarde a las empresas o porque las asaltan porque está muy oscuro por donde viven y tienen miedo de salir bien temprano. Y por eso muchas me han estado contando que por eso llegan tarde. Porque a veces viven muy retirado en unas colonias donde tienen que caminar para agarrar el transporte y ellas dicen que tienen miedo porque hay asaltos. A mí me gustarían dos cosas: que el salario estuviera un poquito más alto y que trabajáramos las 40 horas. De siete [am] a tres y media [pm].

Si las maquilas se fueran, ¿qué va hacer la gente?, ¿dónde va a trabajar si no hay donde se trabaje? Hay poco salario y trabajamos más horas. Como quiera deberían de quedarse, deberíamos de aceptar que estén las maquiladoras, aunque sea así. Poco salario y aunque fueran más horas, porque toda esta gente, ¿qué va a hacer?, mañana, pasado, si se cierran.

[A mí me gustaría] que valoraran el trabajo de la mujer, tanto en la casa como en las empresas. Porque la mujer, como quiera que sea, es la que trabaja más, porque tiene que atender a los hijos, tiene que atender al marido y muchas veces el hombre no tiene un trabajo fijo. Hay menos trabajo para el hombre, y la mujer, como es uno obrera, tiene un salario fijo. Entonces la mujer tiene que mantener más a los hijos y al marido.

 

Eva

Tijuana, Baja California*

Me llamo Eva Bailón de la Cruz, tengo 30 años y tres niños. Nací en San Marcos, Guerrero; allí nos crió mi mamá, pues era soltera; nos criamos campesinos. Me casé, tuve una niña y me separé de mi esposo cuando ella murió. A los 18 años me fui a Los Cabos, Baja California Sur, donde viví siete años. Me volví a casar, nacieron mis tres hijos y también fracasó el matrimonio.

Toda mi vida he trabajado: en Los Cabos como mesera y después limpiando casas. Cuando nació mi primera hija, que ahora tiene 11 años, no me daba tiempo de trabajar, cuidar a la niña y mantener la casa limpia, así que empecé a vender tamales. Es un buen negocio, sigo haciéndolos para ayudarme.

Hace siete años me separé y vine a Tijuana a ayudar a mi hermana que se había accidentado y no podía caminar. Busqué algo en qué trabajar por las mañanas para sostener a mis hijos. En las tardes cuidaba a mi hermana. Yo no sabía que aquí había mucho trabajo; el primero que tuve fue en una fábrica llamada La Estrella, donde hacen canastas, sólo duré tres meses. Allí me pagaban muy poco, 250 pesos semanales, no me alcanzaba ni para los pasajes, me tenía que ir caminando para que me alcanzara para el kilo de tortillas.

De La Estrella me pasé a Sanyo, donde en 1994 me pagaban 300 pesos —ya eran 50 más que los que ganaba antes— y me conformaba con eso. Al principio todo fue normal, nada de presión, pero después de un año te empiezan a exigir todos: que reglamentos por aquí, que reglamentos por allá. El supervisor comienza a exigir cosas que antes pasaba por alto.

Para entrar a Sanyo me hicieron examen de embarazo y visual, y me revisaron toda. Ahora siento miedo de pedir trabajo porque en el año 1997 tuve un accidente y perdí un ojo. La mayoría de las mujeres no sabemos que tenemos derecho a un trabajo digno.

Yo trabajaba en el área de embobinado, en el turno de las diez de la noche a las seis de la mañana, en una máquina que daba vueltas y yo enredaba el cable, apretadito. Muchas veces se soltaba un cable y chicoteaba, me pegaba en los brazos, en los hombros, en el pecho. Lo reportaba pero nunca lo tomaron en cuenta, hasta que me pegó en el ojo; desde ese momento se me borró la visión.

Ismael Álvarez, supervisor y único jefe en ese horario, no me creyó porque no se veía herida. Me llevaron a la enfermería, ahí me revisó un guardia, pues en ese horario no hay médicos, y me puso unas gotitas. Aunque yo le decía al supervisor que no veía, él no me quería dejar salir. Hasta que le dije que o me mandaba al Seguro Social o me iba yo, hizo el acta de lo que había sucedido y me mandó al hospital en un auto de la empresa.

Pasé un año y medio incapacitada, me operaron cuatro veces. Al principio me diagnosticaron cataratas, a los seis meses me mandaron a Ciudad Obregón a operármelas pues en Tijuana no disponían del equipo. Fui a Ciudad Obregón y me negaron el servicio, pues decían que tenía que ser atendida en Tijuana, pues no era cirugía grave.

Regresé, me hicieron nuevos estudios y vieron que mi ojo estaba muy afectado. Me enviaron de nuevo a Ciudad Obregón y allá me hicieron esperar siete días, pues no había camas. Como siempre he sido muy atrabancada, me enojé mucho y fui a hablar con el director. Él se negaba a recibirme hasta que amenacé a la secretaria con tirar la puerta. El director me preguntó que por qué quería tirar la puerta. Le respondí: "¿Cómo es que usted se niega a recibirme? Yo tengo dolores intensos."

A los dos días me mandaron de regreso a Tijuana, ya no se podía hacer nada. Tenía un alambre en el ojo, por eso me dolía tanto. Pasé un año y medio con el alambre. Hablé con el supervisor general de la empresa, el señor Rodolfo Rubio, quien ahora es gerente. Le pedí que me viera un especialista que no fuera del Seguro Social para conocer otro diagnóstico. Al principio se negó, pero cuando le comuniqué que iba a poner una demanda, la empresa accedió.

Me pagaron tres operaciones; después de cada una de ellas recuperaba un poco la vista y el dolor lo controlaba con medicinas. Cuando comenzé a perder nuevamente la vista me hicieron radiografías y encontraron que tenía venas tapadas. Me aplicaron tres inyecciones que me hacían gritar de dolor. Ya todo el tiempo eran dolores intensos y estaba con medicamentos. Pedí que me sacaran el ojo, ya no servía.

La cuarta operación fue para quitármelo, ahora tengo una prótesis. Me dieron una pensión por el 55 por ciento de mi sueldo, 750 pesos. Esa cantidad es fija. Opté por la pensión global, cinco años de sueldo, o sea, 54 mil pesos. ¿Qué garantía tengo de vivir tres años? Mejor que lo disfruten mis hijos. Regresé a trabajar.

Demandé a la empresa Sanyo porque se estaba cambiando a la Mesa de Otay. Antes hacía 15 minutos de camino; a Otay me tomaba una hora y media. Era muchísimo tiempo, yo tenía que estar a la hora en que llegan mis hijos de la escuela, ellos van en la tarde. Tenía que salir a las cuatro, y ellos llegan a las seis; me iba a trabajar preocupada.

Cuando trasladaron a trabajadores de la otra planta a la mía conocí gente que me invitó a una reunión. Ahí supe de mis derechos. En Otay trabajé 30 días, los necesarios para poder demandar a la empresa. Yo me siento segura por la capacitación que nos han dado, me han ayudado mucho. Hay derechos que uno debe defender para darse a valer. No importa qué tan fuerte sea el enemigo. Si tienes más miedo que él, no podrás hacer nada.

Junio de 2003.

 

Notas

* Testimonio recopilado por "Voces de la maquila": <http://www.lasvoces.org/>.

** Este testimonio pertenece al libro de Cirila Quintero y Javier Dragustinovis, Soy más que mis manos: los diferentes mundos de la mujer, Friedrich Ebert, en prensa.         [ Links ]

1 Se refiere a los países integrantes del Tratado de Libre Comercio para America del Norte (TLCAN): México, Canadá y Estados Unidos.

2 Que en esos años cambió a 48 horas con pago de 56, después de tres décadas de jornadas de 40 horas con pago de 56.

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons