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Desacatos

versión On-line ISSN 2448-5144versión impresa ISSN 1607-050X

Desacatos  no.21 Ciudad de México may./ago. 2006

 

Legados

 

Luis González. Microhistoria e historia regional

 

Patricia Arias

 

Universidad de Guadalajara, Guadalajara, México. parias@megared.net.mx

 

La microhistoria se interesa por el
hombre en toda su redondez y por
la cultura en todas sus facetas.

Luis González

 

Como es sabido, con la publicación en 1968 de Pueblo en vilo, auténtico bestseller de la bibliografía académica, don Luis comenzó a transitar por una década de éxitos incesantes: hubo que reeditar tres veces, cada vez con mayor tiraje, la microhistoria de San José de Gracia; en 1971 ganó el premio Haring de la American Historical Association; se tradujo al inglés en 1974 y al francés en 1977. Sin duda, Pueblo en vilo había traspasado las barreras tradicionales del mundo historiográfico.

Desde entonces, la microhistoria de San José de Gracia se convirtió en bibliografía sugerida —cuando no referencia obligada— para los estudiosos y estudiantes de diversas disciplinas sociales. No sólo eso, Pueblo en vilo comenzó a ser leído, conocido, apreciado en sectores amplios y variados de la sociedad —políticos y académicos, aficionados y estudiosos de la historia en múltiples lugares de la república—, lo que obligó a don Luis a dedicar mucho tiempo a pensar, escribir, desarrollar argumentos, dar pláticas y conferencias acerca de lo que entendía por microhistoria.

El resultado fue la confección de dos volúmenes dedicados a explicar cómo se cocinaba —decía él— ese asunto que estaba dando tanto de qué hablar entre estudiosos y profanos, entre cercanos y lejanos: Invitación a la microhistoria, selección de artículos, publicado por primera vez en 1973 y reeditado, con modificaciones, en 1986; y Nueva invitación a la microhistoria, también una colección de trabajos que salió a la luz por primera vez en 1982. El artículo "Municipio en vilo"", publicado en el libro Todo es historia, complementa los trabajos aparecidos en los dos volúmenes mencionados. Esos textos hacen evidente que don Luis conocía a fondo, en verdad, de manera exhaustiva, la antigua y variopinta trayectoria de la microhistoria que se había practicado en el mundo y, desde luego, en México desde los tiempos más remotos.

En esos años don Luis dio a la luz, además, otras tres microhistorias: en 1971 La tierra donde estamos, que adjetivó como "Apuntes de historia regional y local del occidente mexicano", por encargo del Banco de Zamora, y dos monografías municipales: Zamora y Sahuayo, publicadas ambas en 1979.

La profusión de escritos y textos de tema microhistórico ha dejado en la penumbra otra de las grandes, persistentes, originales e imperecederas líneas de trabajo que forman parte indisoluble de su itinerario intelectual: la investigación regional que practicó mucho, pero acerca de la cual escribió y habló menos. Entre una y otra, es decir, entre microhistoria e historia regional existen semejanzas, encuentros, pero también diferencias que vale la pena tratar de conocer y descifrar. De ese intento trata este trabajo.

La decidida opción de don Luis por la microhistoria tiene que ver, por supuesto, con lo que él llamaba su natural miopía, que hacía que le gustaran "las nimiedades... [que] lo regocijaran los pormenores despreciados". Pero tiene que ver también, por supuesto, con las certezas intelectuales que había acuñado en sus años formativos.

 

BREVÍSIMO ITINERARIO INTELECTUAL

¿Quién era don Luis cuando de regreso a su pueblo natal decidió escribir Pueblo en vilo? En las dos décadas que había vivido en la ciudad de México, primero como estudiante y más tarde como investigador en El Colegio de México, había recibido una excelente y meticulosa formación en cuanto a teoría y métodos de la historia; aprendizaje que él mismo había comenzado a transmitir como maestro en diversas instituciones académicas, en especial en El Colegio de México. Es decir, conocía a fondo y de primera mano las diversas —sucesivas, divergentes— escuelas históricas y contemporáneas de pensamiento historiográfco. Y a partir de ese conocimiento riguroso había llegado a ser cauteloso, escéptico, crítico frente a ideas, leyes y, sobre todo, generalizaciones.

En ese tiempo estaban de moda la historia crítica y las filosofías de la historia que buscaban "las fuerzas impersonales que empujan a la humanidad" a partir de las cuales se abstraían leyes de la historia. Pero don Luis tenía y sostenía la convicción profunda de que "la vida humana, por contingente, es poco sistematizable". Por ese motivo le costaba mucho aceptar las generalizaciones, "englobar fenómenos particulares en leyes de desarrollo". En general le preocupaba que los historiadores procuraran "explicar ya por causas eficientes, ya por causas formales, las acciones del pasado, aun del pasado concreto". La historia crítica, decía, trabajaba con masas, con grandes agrupamientos de población marcados, sobre todo, por las diferencias socioeconómicas. Se trataba de una historia que buscaba las regularidades que podían ser cuantificadas y convertidas en cuadros y gráficas. La historia cuantitativa era una especie que no le agradaba a don Luis.

Con todo, él era muy poco dado a la polémica y el debate; prefería, siempre, predicar con el trabajo, que era su ejemplo. Urdir, desentrañar y confeccionar la microhistoria de San José puede ser visto como una manera de criticar y ofrecer opciones, muy a su modo, a las maneras de hacer historia que estaban en boga en esos años.

Pero además de lo mucho que había conocido y reflexionado en su calidad de alumno y maestro, hay que recordar que en esos veinte años de vida "colmexiana" don Luis se había convertido en un investigador de fuste, como diría él, aunque nunca para referirse a sí mismo; es decir, en un estudioso de primera línea del pasado mexicano. Había comenzado a convertirse "en el mayor historiador de nuestra historia", como dijo recientemente Héctor Aguilar Camín.

En 1953-1955 don Daniel Cosío Villegas, con excelente ojo, lo incluyó en un gran proyecto de investigación histórica y de formación de investigadores que se dio a la tarea de elaborar los nueve tomos de la Historia moderna de México. A don Luis le tocó rastrear y dar cuenta de cómo era y cómo había transcurrido la vida social mexicana durante la República Restaurada, asunto del que hasta ese momento se sabía muy poco y muy mal. La obra, como puede apreciar cualquier lector, fue tan titánica como bien lograda. Don Luis, que conjuntaba una memoria extraordinaria con una capacidad de trabajo, análisis y síntesis prodigiosas, se convirtió en un erudito y en un sabio. Para confeccionar La vida social buscó y escarbó, leyó y se documentó, generó y procesó información novedosa a partir de múltiples y variadas fuentes, a las que sometió a todas las operaciones críticas necesarias para lograr un producto convincente, creíble, imperecedero o, como quizá diría él, una novela verdadera acerca de la vida, quehaceres y querencias de la gente común del campo y las ciudades en la segunda mitad del siglo XIX mexicano. Poco después participó en otra obra colectiva de gran envergadura que incrementó aún más sus saberes: la investigación que dio como resultado los cinco volúmenes de Fuentes para la historia contemporánea de México. Libros y folletos, publicados por El Colegio de México en 1961-1962.

A partir de esas y otras investigaciones de gran alcance, don Luis no sólo adquirió conocimientos enciclopédicos acerca de la geografía, historia y etnohistoria de México, sino que además llegó a tres constataciones que estuvieron muy presentes en su obra y actuación posteriores: en primer lugar, que México era, ante todas las cosas, un mosaico de paisajes y pueblos que había que conocer, reconocer y entender como parte de una diversidad original, enriquecedora y, sobre todo, persistente. Desde entonces don Luis fue fiel a esa percepción y toda su obra está permeada de la certeza y necesidad de pensar a México en su diversidad y pluralidad. En segundo lugar, como bien señalaba Cosío Villegas en la tercera llamada particular que inicia el volumen de La vida social, la elaboración de esa obra había puesto en evidencia que no había en México "suficiente información sobre las provincias, ni documentos ni publicaciones periódicas ni libros siquiera". La imagen de México era, a fin de cuentas, una construcción centralista que había que empezar a ponderar y balancear con información y análisis de lo sucedido en los diversos espacios de la geografía y la vida nacionales. México, decía don Luis, es "un país de entrañas particularistas que revela muy poco de su ser cuando se le mira como unidad nacional". En tercer lugar, era muy evidente que para producir La vida social se habían topado con una enorme dificultad: la historia tradicional, que solía ser también historia monumental, privilegiaba e insistía en la acción de las élites, en los sucesos políticos "relampagueantes" que, se sabía a posteriori, se habían convertido en trascendentes e influyentes para la nación como conjunto. La dificultad estaba en aprender a generar una historia social, "donde cuenta el grupo o la colectividad. [donde] desaparecen los caudillos militar y político y la sociedad se convierte en el gran personaje de la tragedia o de la comedia históricas", señalaba Cosío Villegas en el mismo texto antes mencionado.

Pueblo en vilo puede ser visto como la respuesta —el rezongo, diría él— acerca del cúmulo de conocimientos e ideas, de dudas y certezas, de hallazgos y lagunas que formaban parte de su ya abundante y sólido bagaje intelectual. Pero hacer una microhistoria era adentrarse en un terreno doblemente pantanoso. Por un lado, había que cuidarse, por supuesto, de leyes y generalizaciones. Pero por otra —bien lo sabía don Luis— había que dejar de insistir en particularidades y minucias extremas a las que eran tan afectos los que practicaban la historia pueblerina, personas bien intencionadas, ante todo, pero escasamente formadas en el oficio de historiar y motivadas, muchas veces, por incorporar, a como diera lugar, a su patria chica en el escenario de la gran historia nacional, más que por descubrir la especificidad del terruño, la peculiaridad de sus pobladores. Pero, como sabemos, don Luis logró muy bien y en muy poco tiempo atravesar el pantano y ahí está Pueblo en vilo para mostrarlo y demostrarlo.

Después tuvo que dedicar mucho más tiempo a explicar cómo lo había hecho.

 

MICROHISTORIA

Para don Luis la microhistoria, historia pueblerina, historia parroquial, historia matria, de la patria chica, municipal, concreta, de campanario, como solía llamarlas de manera intercambiable, debía ser, ante todo, el relato verdadero, concreto y cualitativo del pretérito de la vida diaria, del hombre común, de la familia y el terruño. Con los años, el término con el que más se acomodó fue el de matria. Le parecía que, por contraposición a patria, la matria designaba "el mundo pequeño, débil, femenino, sentimental de la madre [...] es decir, la familia, el terruño". La microhistoria, entonces, es la narrativa que reconstruye la dimensión temporal de la matria. La microhistoria elaborada —y más tarde reflexionada— por don Luis hace hincapié y se distingue de la macrohistoria en el tratamiento de cuatro elementos: espacio, tiempo, sociedad y vicisitudes.

En la microhistoria, decía, lo importante es el espacio, al que entendió siempre como el terruño, lo que se ve desde un campanario, no más de mil kilómetros cuadrados, la región nativa del ser. La microhistoria, sentenciaba, no podía prescindir del análisis del ambiente físico, del medio natural donde se desenvolvía el grupo de estudio porque la microhistoria "se desprende del tiempo lentísimo de la geografía". De acuerdo con José Miranda y sus maestros franceses, pensaba que los pueblerinos se integraban "profundamente con la tierra y de dicha integración derivan su personalidad y su función". En ese sentido, la microhistoria era casi siempre geohistoria, porque no puede evitar ser, decía, "un poco geografía y un poco biología" en tanto "le da cabida a hechos del mundo histórico natural".

Por eso había que estar atentos a las "transformaciones impuestas por los lugareños al paisaje". Es decir, había que conocer y entender el espacio que construían, transitaban, eludían, significaban las sociedades, porque esa relación naturaleza-sociedad impactaba la organización y dinámicas sociales. Don Luis estaba convencido de que existían ciclos de la naturaleza cuyos ritmos, cambiantes —pero también repetitivos— afectaban de manera importante la vida de los hombres.

Pero su visión de espacio era también dinámica: los límites espaciales, en tanto construcción social, eran poco precisos y, sobre todo, modificables, porque dependían, a fin de cuentas, de los tránsitos que construían los hombres. Así las cosas, para don Luis la "pintura de paisaje", aunque no estuviera de moda, era indispensable. Él la practicaba y pulía desde que había leído a Azorín, uno de sus autores favoritos.

En ese sentido, la microhistoria, decía, "suele ser de espacio corto y tiempo largo y ritmo muy lento". Los tiempos de la microhistoria se ubicaban entre "el larguísimo y pachorrudo de la geografía y el nada violento de la costumbre". De ese modo, el tiempo microhistórico partía de los tiempos más remotos "hasta pararse en el presente". La microhistoria estaba enraizada en "la vida de tiempo lentísimo que la nutre y sobre la que reposan estructuras sociales, económicas y culturales y acontecimientos de toda índole". Para don Luis, la costumbre, lo que se repite una y otra vez hasta ser comportamiento típico y predecible, forma parte de lo singular de una sociedad en el ámbito que sea.

La sociedad microhistórica, el objeto de estudio diríamos, es el pueblo entendido como "conjunto de familias ligadas al suelo", "un puñado de hombres que se conocen entre sí, cuyas relaciones son concretas y únicas", donde imperan las relaciones personales inmediatas. El actor colectivo es entonces el círculo familiar, la gran familia. Como en el caso de la naturaleza, don Luis solía pensar también en ciclos y generaciones, es decir, en la manera como los hombres de cada momento histórico confrontan, resuelven los desafíos a los que se ven enfrentados de manera inacabable. En eso, don Luis siempre fue —y lo reconocía— profundamente ortegiano.

Para don Luis, la sociedad microhistórica podía estar alejada, como muchas lo habían estado hasta fechas recientes, pero nunca aislada. En ese sentido, la historia local sobrepasa lo estrictamente lugareño en tanto que toma muy en cuenta los contactos y relaciones que han existido entre un pueblo y otro. En las comunidades siempre ha habido, decía, "contactos de mercado, contactos por peregrinaciones, por leva, por emigración definitiva o simplemente estacional". En ese sentido y a diferencia de lo que en algún momento postuló la antropología social, para don Luis la comunidad fue siempre un ámbito abierto y expuesto a influencias. Esa manera de concebir la sociedad permite que la microhistoria de un pueblo pueda seguir los desplazamientos y nuevos asentamientos de los vecinos en la diáspora nacional o en Estados Unidos; de un barrio o colonia de inmigrantes en la gran ciudad, así como de una ciudad menuda donde los vecinos se reconocen entre sí, de un gremio, una institución, un monasterio, una hacienda.

A don Luis no le gustaba traspasar el límite microhistórico. De cualquier modo, tenía la certeza de que "otro modo de salirse del terruño es comparándolo con la tierra en que está inscrito" porque "la historia local es una historia diferencial. Trata de medir la distancia entre la evolución general y la evolución particular de las localidades". A partir de la comprensión de la singularidad de una comunidad se puede descubrir su parecido con otras comunidades y con la sociedad que la engloba. Quizá la única vez en que traspasó el margen de la microhistoria para pensar en términos comparativos y abarcar escenarios más allá de los terruños particulares, fue en una entrevista, realizada por Enrique Krauze en 1989, donde retomó lo planteado, de manera preliminar, en Los artífices del cardenismo.1 En esa ocasión se refirió, con penetrante agudeza y enormes conocimientos, a las profundas diferencias que se podían establecer entre tres sociedades y culturas rurales en México: la sociedad indígena, la campesina y la ranchera, haciendo hincapié no tanto en la organización económica sino en los rasgos culturales y en lo que hoy llamaríamos las representaciones simbólicas para delinear las diferencias entre unas sociedades y otras. Es una propuesta realmente original y para tenerse siempre en cuenta. Pero ese era un territorio donde no le gustaba adentrarse. Prefería la microhistoria.

Desde su punto de vista, los hechos historiables de la microhistoria eran lo cotidiano, el menester de la vida diaria, la vida vivida por todos, los quehaceres y creencias comunes. La microhistoria trataba de recuperar y entender lo que se repite, lo típico, "la tradición o hábitos de las familias, lo que resiste al deterioro temporal, lo modesto y pueblerino". Aunque la historia local debía incluir asuntos relacionados con la economía, la organización social y la demografía, debían seguir "ocupando un sitio prominente" las "creencias, ideas, devociones, sentimientos y conductas religiosas [...] ocios, fiestas y otras costumbres sistematizadas". Para don Luis la estación más importante y difícil del quehacer microhistórico era el "entendimiento de las personas" que es, a fin de cuentas, lo que trata de comprender la microhistoria. Ahí había que recurrir a la intuición y poder expresarlo en forma de narrativa, de novela verdadera que despertara un interés real en su lectura.

No obstante la preocupación insistente de don Luis por la calidad de la narración, la microhistoria, insistió siempre, era un producto científico, que tenía que basarse en todos los recursos de la metodología histórica. Es decir, que antes de ser escrita debía haberse sometido a todas las pruebas del rigor científico: problemática, heurística (una de las máximas debilidades del microhistoriador pueblerino), crítica y hermeneútica. La tarea no era nada fácil. La gente común y la vida cotidiana siempre han dejado escasas huellas, de tal manera que la microhistoria tenía que descubrir, recurrir, discriminar, trabajar con fuentes escurridizas, variadas, dispersas: "cicatrices terrestres, papeles de familia, registros parroquiales, libros de notarios, crónicas de viaje, censos, informes de autoridades locales, estatutos, leyes, periódicos y tradición oral". Por esa razón, decía don Luis, muchos naufragaban ahí mismo, en la etapa recolectora de pruebas.

Para don Luis, la historia local estaba "muy ligada al presente y al futuro; muy unida a preocupaciones y acciones" de la gente. Dicho de esa manera, ¿qué diferencia podría existir entre una microhistoria y una etnografía antropológica? Ambas comparten, decía don Luis, "el amor por el conocimiento de lo local". Ambas suelen trabajar en comunidades donde la gente se conoce y mantiene relaciones cara a cara, diría don Luis; en sociedades de adscripción, diríamos desde la antropología. Sin embargo, a él le parecía que los antropólogos habíamos sido ganados por la "elaboración de teorías", aunque —reconocía— menos que los sociólogos. Otra diferencia era que la antropología, por su propia tradición e identidad intelectuales, había privilegiado el estudio de comunidades indígenas, lo que había dejado al margen, durante mucho tiempo al menos, la posibilidad de estudiar el mundo hispanorústico, como llamaba a los pueblos de oriundez no indígena, que eran muchos y pesaban también en la geografía rural nacional.

Estas ideas, reflexiones, certezas están presentes en todas las microhistorias elaboradas por don Luis, pero sobre todo en Pueblo en vilo, la primigenia, la más original, la más cercana a sus afectos. Allí enfocó, decía, "las normas de la historia científica hacia mi tierra y mi gente", es decir, echó mano de todo el arsenal de conocimientos, recursos metodológicos, manejo y creación de innumerables y originales fuentes para confeccionar la microhistoria de San José de Gracia. Desde esa obra se ve claro el enorme valor que años más tarde explicaría en forma de esquema de trabajo: la importancia de la geografía y el espacio o, si se quiere, el conocimiento de "los modos de producción y los frutos del microcosmos"; el interés por los aumentos de población y las catástrofes demográficas; la preocupación por entender la organización social a partir, sobre todo, de los lazos de parentesco; por sacar a la luz "las acciones, sufrimientos e ideas de la gente", por entender lo sagrado y lo profano, las tristezas y el regocijo, las fiestas y las diversiones, el ocio y la gastronomía, que son de las cosas que la gente tiene más atada a los recuerdos, lo que más añora de otros tiempos.

A las microhistorias de Zamora y Sahuayo les había dedicado —recordaba— menos tiempo del que hubiera sido necesario y tuvo que basarse poco en archivos y entrevistas y más en materiales bibliográficos de toda índole. Según sus cálculos, para confeccionar la microhistoria de Zamora había leído unos trescientos volúmenes. Y se nota.

Por prisa o falta de imaginación, decía, las microhistorias de Zamora y Sahuayo comparten una estructura similar: ocho capítulos y "una extensa relación de fuentes". En ambos casos, los primeros capítulos están dedicados a dar a conocer el paisaje y su gente mediante la descripción minuciosa de la geografía, los registros arqueológicos y los rastros históricos de los pobladores desde la época de la conquista hasta el siglo XIX. Después, él mismo lo explica, aparecen los capítulos dedicados a la economía, la organización social, la política, la cultura y las relaciones exteriores; finalmente, están los capítulos dedicados a dar a conocer a los habitantes y sus vicisitudes en los tiempos actuales.

Don Luis tenía la gracia insuperable de poder captar y extraer de fuentes, textos y manuscritos lo que valía la pena, lo que había significado algo para la vida, los quehaceres y pasiones de la gente de las comunidades de estudio. Sabía hacer magistralmente lo que siempre pensó que debía hacer la microhistoria: encontrar lo específico de cada sociedad y comprender las acciones de la gente en su contexto y en su tiempo.

Pero, junto a las demandas de trabajo en torno a microhistorias que lo perseguían, don Luis labraba y seguiría labrando casi hasta el final de sus días otro tipo de historias: la historia regional.

 

HISTORIA REGIONAL

En general, el asunto de la historia regional es, diría don Luis sin mayor discusión, "la gran división administrativa de un estado", es decir, "cada una de las divisiones territoriales, mayores y administrativas de México". Don Luis nunca quiso entrar a los debates que estuvieron tan en boga sobre la llamada "cuestión regional". Como siempre, prefirió generar trabajos que dieran cuenta de la manera en que se podía pensar y reflexionar sobre las formaciones sociales que un día se habían convertido en estados. Con todo, años más tarde —en 1985— señaló que durante mucho tiempo no había tenido clara la diferencia entre terruño y región. Finalmente, podía decir que el terruño era la comunidad donde predominaban los lazos de sangre y el conocimiento mutuo entre las personas, en tanto la región era la "comunidad mediana donde son particularmente importantes los lazos económicos". La microhistoria entonces se encargaba de las primeras; la historia regional de las segundas.

Como cualquier lector advierte, a raíz de esa obra magna y seminal que fue La vida social, don Luis adquirió conocimientos verdaderamente exhaustivos acerca de la historia de cada uno de los estados y rincones de la República. Para elaborar la sección que se llama "El hombre y la tierra" no cabe duda de que don Luis conoció prácticamente todos los textos de geografía, historia, estadísticas, crónicas de viajeros que se habían escrito en y acerca de las entidades de la república. Se puede decir incluso que el propio texto de La vida social es un ejercicio muy complejo y completo de historia regional.

Don Luis recreó, con descripciones, análisis y síntesis ejemplares, el "haber territorial de México" a mediados del siglo XIX. Para ello agrupó entidades de acuerdo con su ubicación geográfica, analizó las características de sus medios naturales, ponderó el impacto y las peculiaridades de la conquista y la colonia en la distribución diferencial del poblamiento. A partir de esa "suma de instantáneas" que daban cuenta de la "irreconciliable variedad" de la geografía mexicana, dio cuenta pormenorizada de la diversidad socioétnica del poblamiento, buscó entender las peculiaridades del subsuelo indígena, las diferentes maneras de habitar y vivir de los distintos grupos étnicos en su relación entre ellos mismos y con el resto de la nación. Quizá nunca antes —quizá tampoco después— se ha llevado a cabo un ejercicio de esa naturaleza: descubrir, valorar, pero sobre todo, trabajar efectivamente con la noción de diversidad socioespacial y cultural. Él hizo verdad aquello de pensar y entender la patria como Multiméxico.

A partir de los trabajos revisados, los conocimientos adquiridos y las reflexiones acuñadas para la Historia moderna de México, don Luis generó a lo menos un texto breve pero inmejorable de historia regional, entendida como historia estatal, de una entidad vecina a la suya: Jalisco. Se trata de un artículo que en su primera versión se llamó "La sociedad jalisciense en vísperas de la Reforma", presentado originalmente como ponencia en un congreso de historia en 1957 y publicado en Guadalajara, por la librería Font, en 1959. Allí don Luis retomó y transformó la árida Estadística de Jalisco de 1873 de don Longinos Banda en un retrato insuperable de la sociedad jalisciense, de la diversidad de sus paisajes, de la variedad de su gente y de los intereses que los motivaban a la acción o a la inacción a mediados del siglo XIX.

Más tarde, don Luis fue ganado por la historia regional de su propio estado. En 1980 apareció la monografía estatal Michoacán. Lagos azules y fuertes montañas, encargada por la Secretaría de Educación Pública y que ha sido reeditada muchas veces. Se trata de un texto extenso, riguroso, pero escrito para todo público. Se deja sentir la preocupación persistente de don Luis por dar cuenta de la diversidad del paisaje y de sus pobladores desde los tiempos más remotos, pero también y, sobre todo, por saber y poder urdir la trama de la historia regional y extenderla a los procesos más amplios que ayudan a explicarla y hacerla creíble, sin mitificarla, sin caer, jamás, en la historia de bronce. Esto sólo era posible, claro, gracias a sus conocimientos enciclopédicos de la historia y la historiografía mexicana y también michoacana, como puede verse en La vuelta a Michoacán en 500 libros.

Las siguientes obras de tema estatal —Michoacán. Muestrario de México (1991), Michoacán a la mesa (1996)—, elaboradas como libros hermosos de divulgación, mantienen la manera peculiar de don Luis de pensar e imbricar la geografía, la historia, las peculiaridades y costumbres de la gente en los diferentes espacios donde cada quien tuvo que aprender a vivir. Él buscaba y encontraba, siempre, la originalidad, la singularidad, con las que le gustaba trabajar y reflexionar, ya fuera a nivel microhistórico o estatal.

Sólo hay, al parecer, dos textos donde don Luis habla, construye, reflexiona más allá de la comunidad y más acá del estado. Lo hace en ambos casos para referirse a un espacio que atraviesa cuatro entidades que él bien conocía —Michoacán, Guanajuato, Jalisco, Querétaro— donde descubre rasgos comunes, trayectorias similares: el occidente de México. Siguiendo de cerca las propuestas de Eric Wolf, Alejandra Moreno Toscano y Enrique Florescano escribe el artículo "Ciudades y villas del Bajío colonial", publicado en 1980, donde reconstruye la trayectoria histórica de doce poblaciones urbanas de ese ámbito interestatal, discute las razones y prácticas que conformaron un espacio con prácticas comunes y articulaciones múltiples que hablan de una vida urbana y de relaciones entre el campo y la ciudad peculiares e irrepetibles. Don Luis insistió, más que sus predecesores en el tema, en la trama de la vida urbana, pero sobre todo en la cultura, la educación, la vida religiosa que allí tomó características muy particulares que explican, en buena medida, la participación de ese mundo y su gente en la guerra de Independencia. Poco después insistió sobre el tema. En 1982 publicó el artículo "Las peculiaridades históricas del oeste mexicano", en el que abundó sobre las señas particulares que durante mucho tiempo diferenciaron e identificaron a la gente de la región occidental casi hasta el presente. Pero fueron, hasta donde deja traslucir su bibliografía, los únicos ejemplos en que quiso incursionar y proponer características y singularidades de la gente más allá del terruño. Como todo, lo hizo muy bien.

 

EN SÍNTESIS

Quizá se pueda decir que don Luis se sentía cómodo en el terreno microhistórico tanto como en el de la historia estatal. Sabía concebir, descubrir, manejar la singularidad de espacios y sociedades. Pero no sólo eso. Como bien enseñan la entrevista con Enrique Krauze y los dos artículos sobre el occidente mexicano, don Luis podía ser muy original, sugerente y propositivo respecto a otros niveles de la dinámica socioespacial, como lo eran las regiones culturales percibidas como ámbitos de vida que atraviesan divisiones jurídico-administrativas y se reconocen en prácticas, representaciones e identidades culturales compartidas. Pero ese era un terreno que no le gustaba porque sentía, quizá, que lo llevaba a especulaciones y generalizaciones con las que estaba muy reñido, de las que se cuidaba mucho.

De cualquier modo, como bien han mostrado los acontecimientos y el tiempo, incluso hacer microhistoria o historia regional es sumamente difícil, tanto que, hasta la fecha, no tenemos trabajos que se aproximen siquiera a los que nos heredó don Luis en ambos campos. Es un mar tormentoso donde se siguen sucediendo los naufragios. ¿Será de veras imposible?

En un sentido sí. La microhistoria practicada y pensada por don Luis requiere de tiempos, conocimientos, perspectivas y simpatía por el mundo microhistórico tratado que están cada vez más lejos de las maneras como se puede investigar hoy, en historia y antropología al menos. Eso sólo para mencionar lo más evidente. Otra cosa más complicada aún es poder hacer microhistoria como la hacía don Luis. Es decir, con su capacidad para entender las relaciones, complejas y cambiantes, entre el terruño y la nación, entre lo local y lo global diríamos hoy, sobre todo ahora que esas relaciones, más que nunca, son directas, inmediatas, casi sin intermediarios. Eso por una parte. Por otra, hay que decir que la historia regional, entendida como historia estatal, confeccionada por don Luis, sólo puede ser el resultado de una madurez intelectual, de una acumulación de conocimientos y reflexiones, así como por una preocupación, sincera y persistente, por el presente y futuro de los historiados que pocos pueden llegar a tener. La memoria y erudición, la capacidad de análisis y de síntesis, la prosa prodigiosa; a fin de cuentas, la sabiduría infinita y amable de don Luis son por supuesto irrepetibles.

Lo que nos queda entonces es lo que pueden ser dos de sus enseñanzas e insistencias mayores, que forman parte medular de su inmenso legado intelectual: por una parte, su convicción de que el estudio microhistórico es una manera válida y eficaz de entender las permanencias pero también las transiciones y transformaciones sociales. Por otra parte, que a pesar de todo, y he ahí la historia de México para demostrarlo, siempre ha estado y estará presente la diversidad, es decir, la singularidad de los procesos sociales locales, la habilidad de las personas para adaptarse y responder, de manera creativa y diversa, a las vicisitudes que ayer, hoy y siempre han estado presentes en sus terruños y en sus vidas.

 

Bibliografía

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Nota

1 Le agradezco muy sinceramente a Juan Pedro Viqueira haberme hecho notar que la primera vez que don Luis aludió al tema fue en el libro mencionado, varios años antes de la citada entrevista.

 

Información sobre la autora:

Patricia Arias. Maestra en antropología social por la Universidad Iberoamericana y doctora en geografía y urbanismo por la Universidad de Toulouse Le Mirail, Francia.Ha sido investigadora en el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social y en El Colegio de Michoacán; investigadora invitada del Centre National de Recherche Scientifique (CNRS) en Francia e investigadora asociada del Population Studies Center de la Universidad de Pennsylvania en Filadelfia. Entre sus publicaciones más recientes se pueden mencionar los libros, en coautoría con Jorge Durand, La enferma eterna.Mujer y exvoto en México, siglos XIX y XX (2004) y La vida en el norte.Historia e iconografía de la migración México-Estados Unidos (2005); así como Las mujeres de Guanajuato ayer y hoy. 1970-2000, con Emma Peña (2004).

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