La portada de este libro da un poco de miedo. El soldado kaibil, con la cara pintada de negro, y el nombre, Los pelotones de la muerte. Aunque trata del genocidio guatemalteco a fondo, me parece que no maltrata a los militares como si de sus bocas goteara sangre desde su nacimiento. Cualquiera de nosotros hubiera podido ser un victimario si la suerte de la vida nos hubiera situado en ese momento histórico y en esa institución, el ejército de Guatemala. Precisamente, es lo que busca explicar este libro, cómo se construyeron los perpetradores del genocidio guatemalteco, porque no nacieron así.
Abrimos el libro y nos encontramos con la dedicatoria a una incansable luchadora de los Derechos Humanos, doña Aura Elena Far-fan, fundadora del Grupo de Apoyo Mutuo (GAM) y de la Asociación de Familiares de Detenidos-Desaparecidos de Guatemala (Famdegua). Entre tanto nombre que el autor menciona más adelante, en las páginas de agradecimiento, ha querido destacarla a ella: "sin su trabajo, nada de lo que aquí se dice habría sido posible" (p. 14). ¿Por qué? Porque gracias a Famdegua se llevaron a cabo las primeras exhumaciones de la comunidad Las Dos Erres, masacrada el 7 de diciembre de 1982. Las exhumaciones se realizaron en 1994 y 1995, y se desenterraron los restos de unas 162 personas. El Equipo Argentino de Antropología Forense logró identificar a 67 niños o niñas menores de 12 años. ¿De dónde sacó Aura Elena su valentía y tenacidad? Del amor y la entrega a su hermano, Rubén Amílcar, desaparecido el 15 de mayo de 1984. Esta herida profunda la impulsó a luchar por el desenterramiento de los cuerpos de muchas otras víctimas, en especial por el desenterramiento de la verdad.
Hay un par de cosas que distinguen a este libro de otros que de una manera u otra han tratado el genocidio guatemalteco. Es el primer libro que habla de las masacres desde el ángulo de los victimarios: no sólo incluye testimonios de los militares de todos los niveles, sino que busca las fuerzas y factores que los hicieron actuar de ese modo. Para contraponerlo con Masacres de la selva (1992), obtuve toda la información para armar la secuencia de las masacres del Ixcán de 1982, de campesinos indígenas, y en algunos puntos, de la guerrilla. No hablé con un solo militar, soldado ni oficial. Así hay muchos libros -espléndidos, por cierto- que adolecen de la ausencia de la voz de los perpetradores. ¿Por qué? Porque sencillamente no estaban al alcance del investigador, como Alfonso Huet en el caso de Alta Verapaz, o de la investigadora, como Matilde González en el caso de San Bartolo, El Quiché. Manolo Vela toma esta perspectiva de investigación, y aunque también habla con víctimas y ex guerrilleros, se adentra en la institución armada de los momentos en que ésta lleva a cabo la guerra de contrainsurgencia. Cómo lo logró, pueden los lectores investigar en el libro.
El otro factor que hace especial a este libro es que la masacre que estudia es la única en Guatemala de una comunidad no indígena, Las Dos Erres, en el Petén, al norte del río La Pasión. Todas las otras se cometieron contra población maya, ya sea ixil, chuj, kiché, kakchikel, kanjobal, achí. Me refiero a las masacres totales, claramente genocidas, que tuvieron la intención de acabar con toda la población de una comunidad -una subetnia- del grupo lingüístico maya. Pero Las Dos Erres era una comunidad mestiza o ladina. Entonces, ¿la masacre de Las Dos Erres no fue una expresión del genocidio guatemalteco? ¿Por ser población ladina deja de serlo? Aunque, al parecer, Las Dos Erres no cumplía con el elemento racial o étnico, Manolo Vela no se pierde en estas disquisiciones y habla en todo el libro del "genocidio guatemalteco". La masacre que le da pie para investigar la construcción de los perpetradores es la de esta población mestiza, en cuya ejecución la unidad de soldados actuó de la misma forma que en las otras. El autor no se pierde en los vericuetos jurídicos. Su investigación es sociológica y no se ve atrapada por el corsé de la definición de genocidio, según la Convención de Ginebra.
¿Cómo está armado este libro? Tiene tres partes y cada una cuenta con varios capítulos, que suman nueve. El esquema de las partes es muy lógico. La primera, "El esquema analítico", parte de lo universal e indaga sobre otros genocidios en el mundo. Busca hilos teóricos para armar el esquema de análisis. Después aterriza en el proceso de la construcción del soldado guatemalteco, el kaibil, desde que es capturado en las comunidades como ciudadano que debe hacer el servicio militar, hasta que se forma el pelotón, unidad de identidad básica. Luego el ejército se kaibiliza y disemina la formación a toda la tropa. Ahí empieza la segunda parte, "La construcción de los victimarios", el kaibil, el pelotón, el ejército. La tercera parte, "La masacre de Las Dos Erres", aterriza lo concreto de la descripción de la masacre y su entorno en el Petén. Por eso decimos que va de lo universal a lo particular, de la teoría al caso.
Dentro de esta estructura, destacan dos aspectos. El primero es que hace de lo concreto el clímax vibrante de su investigación. Ese clímax -capítulo 8, "Las Dos Erres"- es la masacre descrita con sobriedad. Lo concreto se convierte en la llave de la bóveda de su edificio. El capítulo incluye un "Excurso: El relato de la masacre. En palabras de Jacinto García, soldado Kaibil". Cualquiera diría que no tiene importancia, pero es el relato de la masacre en palabras de un kaibil que estuvo ahí y que afirma que todavía no puede creer que haya sucedido: "yo hasta la fecha no creo, yo no creo que eso así haiga sido" (p. 393). Después viene el capítulo final, como un resumen reflexivo de toda la obra. Al leerlo, uno nota que baja a un remanso del clímax del capítulo anterior.
Me llamó la atención la organización del libro, porque en Masacres de la selva comienzo al revés, como un compañero jesuita aconsejara hacerlo. "Pon algo que golpee fuerte, al principio", me dijo. Y puse una escena parecida a la de Las Dos Erres: soldados mata-gentes que tiran víctimas a un pozo, uno como el de Las Dos Erres, los campesinos gimen dentro hasta que son quemados con gasolina. Manolo, en cambio, deja esa escena, central en la masacre de Las Dos Erres, para el final y logra un efecto muy impresionante en la lectura, a la vez que ilumina todo el tratamiento previo, como quien dice "de esto se trata cuando hablamos antes de perpetradores de la muerte".
El otro aspecto que me parece importante anotar es que dentro de la estructura argumentativa del libro hay dos temas centrales. A mi juicio, primero, el significado del pelotón -40 soldados con diez patrullas cada una bajo un cabo, el comandante del pelotón, un subteniente y su suplente, el sargento- como unidad, como familia con solidaridad mutua muy fuerte, que llevó el peso de la guerra (pp. 162, 167). Segundo, la kaibilización de todo el ejército como estrategia distinta, por ejemplo, de la del ejército de El Salvador, el cual formó sus batallones de soldados especiales, como el Atlacatl, pero no penetró todo el ejército con el mito y la formación del soldado especial, como el kaibil (pp. 278, 280).
Quiero anotar un rasgo del comportamiento del perpetrador de esta masacre que coincide con el de San Francisco Nentón. Dice el soldado del excurso: "Yo vi uno [un niño] que uno de los soldados agarró de los pies y lo azotó en la pared del pozo" (p. 394) y luego lo dejó caer dentro del pozo con todas las víctimas semivivas. En la masacre de San Francisco, el testigo campesino chuj dice, en su mal castellano: "¡Cómo la pata lo agarra! [El soldado toma al niño por la pierna]. Con un palo duro, macizo allá le bota la cabeza [estrella su cabeza contra un palo duro, macizo]. Se acaba de morir, tirás a la mierda [el niño acaba de morir y lo tira a la mierda]". En ambos casos, es como si el niño fuera un animalito, como un conejo, que se estrella contra algo duro para matarlo de un golpe en la cabeza. Nos preguntamos, ¿se trata del mismo pelotón que operó en San Francisco el 17 de julio de 1982 y después el 7 de diciembre de 1982 en Las Dos Erres? No lo sabemos. Lo evidente es que detrás de este comportamiento había un esquema de entrenamiento del perpetrador y una intención institucional. Eso es lo que estudia Manolo Vela en este libro.
Por último, quisiera mencionar el estilo diáfano de la investigación y de la redacción. El autor no se eleva a conceptos abstrusos con los que quiera prestigiarse. Lo logra, me parece, por la íntima unión que mantiene entre teoría y dato concreto. Es un libro rico que merece leerse una y otra vez, y estudiarse, aunque no sea, como dice el autor, la última palabra: "Otras investigaciones, cuando puedan hacerse, confirmarán o desmentirán los hallazgos a los que aquí se ha arribado. La investigación en torno a esta etapa de la historia de Guatemala sigue abierta" (p. 423). Manolo nos la abre y la deja abierta. Gracias, Manolo.