Introducción
La migración femenina ha sido un eje de discusión durante los últimos años en diferentes escenarios. El número de mujeres que sale de sus países de origen -México, Colombia, Perú, República Dominicana, Bolivia, Ecuador, Salvador- en busca de nuevas oportunidades laborales se hace cada vez más grande e inserta a la mayoría de ellas en labores de cuidado y trabajo doméstico, lo que genera dinámicas que implican la reconfiguración de papeles en las familias que se quedan y pone en tensión la figura tradicional de la mujer/madre encargada del cuidado de sus hijos, de modo que "la migración involucra a menudo dejar atrás una serie de relaciones familiares restrictivas y encontrar oportunidades para cuestionarse sus roles tradicionales como madres y amas de casa" (Sørensen y Guarnizo, 2007: 30).
Si bien a partir de la migración internacional sobrevienen algunos cambios en la división sexual del trabajo al ser las mujeres quienes se insertan en el mercado y el sistema productivo, son quienes continúan realizando las actividades reproductivas, con la diferencia de que esta actividad se ha mercantilizado (Sassen, 2003a). Además, las mujeres que se quedan -que por lo general pertenecen a la red parental extensa por línea materna- siguen realizando las labores de cuidado en una especie de extensión intergeneracional de las tareas que le eran adjudicadas a la madre/ migrante, en la que madres, hermanas e hijas se convierten en una red importante para garantizar el cuidado de los hijos que se quedan, lo que facilita la inserción de las mujeres/madres en el sistema global.
Así, es necesario ubicar a las mujeres dentro del sistema económico global para comprender las dinámicas de género y articular los procesos migratorios y la inserción en destino con las condiciones que se viven en los países de origen (Sassen, 2003a). La comprensión del proceso migratorio debe ir más allá del reconocimiento de la feminización de la migración y de la experiencia de las mujeres para demostrar cómo encajan esos procesos de feminización con lo económico, lo social y su relación con los sistemas de género y parentesco, tanto en el país de origen como en el de destino, para poner en evidencia las relaciones de desigualdad que se tejen no sólo desde lo social, sino también desde lo familiar (Herrera, 2005). En ese sentido, este artículo busca discutir las desigualdades que existen entre las familias transnacionales a partir del género y reconocer los cambios y las continuidades en el proceso migratorio del padre o la madre. La reflexión se centra en el cuidado y su conexión con el género y el parentesco (Collier y Yanagisako, 1987),1 pues la maternidad y la paternidad marcan deberes, derechos y lugares dentro de la familia para los hombres y las mujeres. De ahí que ser padre o madre no sólo implique un lugar parental, sino también las "formas de hacer" respecto a ese lugar, definidas social y culturalmente (Morgan, 2013).
El cuidado como práctica familiar: madres y padres migrantes
En los estudios migratorios, el análisis de la familia es un campo que ha tenido un desarrollo importante. Se han incorporado discusiones en torno a las nuevas configuraciones de familia a partir de la migración internacional, pues sus miembros siguen estableciendo relaciones y vínculos a pesar de la distancia física y geográfica, por lo que ha habido debates sobre cómo denominar a este tipo de familias y ha destacado el concepto de "familia transnacional" (Ariza, 2002; 2012; Bryceson y Vuorela, 2002; Herrera, 2005; Parella, 2007).
El concepto de familia transnacional cuestiona las concepciones de familia que asocian la corresidencia y la presencialidad como elementos fundamentales para su comprensión, ya que las relaciones que se construyen entre sus miembros trascienden la espacialidad y las fronteras físicas. La homogeneidad en la nacionalidad, la lengua y la cultura comienza a ser cuestionada y transformada en tanto se subvierte el modelo tradicional de familia, no sólo por el cambio territorial que implica la no copresencia, sino también por los cambios en su estructura y organización, que establecen otros medios para mantener las relaciones y los vínculos. Esto redefine lugares parentales, consolida redes familiares, re-configura la cotidianidad familiar y genera nuevos pactos y alianzas.
[La familia transnacional es] aquella familia cuyos miembros viven una parte o la mayor parte del tiempo separados los unos de los otros y que son capaces de crear vínculos que permiten que sus miembros se sientan parte de una unidad y perciban su bienestar desde una dimensión colectiva, a pesar de la distancia física (Bryceson y Vuorela, 2002: 2).
Si bien el concepto de familia transnacional ha sido pionero en los estudios de familia en contextos migratorios y se constituye como un aporte significativo para los demás tipos de trabajo que se han desarrollado al constatar otras formas de familia posibles sin que sus miembros corresidan y estén presentes físicamente, en el concepto predomina, inicialmente, una visión de familia a partir de la unidad y el bienestar colectivo, que invisibiliza tensiones, conflictos y desigualdades de género.
En un principio, los estudios sobre familias transnacionales no consideraban la perspectiva de género en sus análisis. Esto hizo que varios autores expresaran la falta de este tipo de estudios (Itzigsohn y Giorguli, 2005; Giorguli e Itzigsohn, 2006; Pessar y Mahler, 2003). Entonces surgió la necesidad de incluir esta perspectiva en las investigaciones para comprender las relaciones de poder que se tejen dentro del espacio transnacional.
De acuerdo con Herrera (2012), el concepto de familia transnacional, desde una perspectiva de género, ha tenido dos bondades: la primera es el reconocimiento de la migración como una práctica social presente en la vida de las personas que están en ese campo, desde sus variadas posiciones o lugares, que articula tanto a los que se van como a los que se quedan, en la que ocurren desigualdades y jerarquías de género y generación; la segunda es que el género permitió relativizar las visiones armoniosas alrededor de la familia transnacional al reconocer las formas de poder intrafamiliar como un medio para estar presente.
De este modo, la familia no sólo constituye un soporte emocional, sino también un espacio de tensiones y conflictos en el que circulan formas de poder -de acuerdo con sexo, parentesco, edad y aportes económicos-, en las que se establecen relaciones de jerarquía y subordinación por género y generación. Cada miembro de la familia ocupa un lugar y tiene intereses propios, lo que cuestiona la visión convencional de la familia como un espacio de armonía, afecto, bienestar, protección y solidaridad.
En este sentido, según los planteamientos de Morgan (2013), es importante considerar, además de las diversas posiciones o lugares parentales que ocupan los miembros -padre, madre, hija, abuela-, los haceres y formas de hacer respecto a ese lugar -hacer la maternidad y la paternidad- en el que hay prescripciones sociales, culturales y legales que definen derechos y deberes para las mujeres y los hombres. Por lo tanto, la vida familiar está constituida por un conjunto de "sentidos y saberes que se traducen en representaciones sobre el hogar, la familia y la mujer, pero también en un conjunto de prácticas concretas o 'artes de hacer'" (De Certeau, 2000).
El énfasis en el "hacer de la familia" permite visibilizar las maneras en que hombres y mujeres construyen sus posiciones o lugares dentro de ésta, y los significados que le otorgan a dichas acciones desde su experiencia de vida familiar. Desde esta perspectiva, es posible superar la centralidad de los estudios en las mujeres y considerar el lugar -visible o no visible- que han ocupado los hombres dentro de la dinámica relacional y vinculante, para comprender cómo se estructuran, mantienen o cambian las relaciones de poder y desigualdad en las familias, lo que se manifiesta en las relaciones de género, pues, como señala Calveiro (2005), éstas constituyen una de las líneas de poder familiar en las que se configuran relaciones asimétricas.
Según Catarino y Morokvasic (2005: 1), el enfoque de género en los estudios migratorios ha facilitado la investigación sobre la mujer y el espacio de lo femenino en los procesos migratorios. No obstante, es necesario que desde la misma perspectiva de género se estudie la participación de los hombres y el espacio de lo masculino en las migraciones en general y en la familia migrante en particular.
El no protagonismo de los hombres en los procesos migratorios y su escaso papel en las labores de cuidado no suponen una ausencia total de la escena familiar y de las dinámicas en su interior a partir de la migración internacional, por lo que es necesario discutir no sólo la maternidad, sino también la paternidad (Mummert, 2010a; 2011), e incorporar las voces y experiencias de hombres y mujeres, como se ha hecho en los estudios de Pingol (2001; 2004), Sheba (2005) y Ospina y Vanderbilt (2009).
Alrededor del cuidado se han desarrollado estudios que cuestionan el concepto desde diversas dimensiones y enfoques. Aunque han nutrido su comprensión, también han generado controversias (Letablier, 2007). En el trabajo de Acosta (2015) se reconoce que el concepto de cuidado ha sido estudiado desde perspectivas como: 1) el cuidado como trabajo, que considera el cuidado público y privado, así como el formal e informal (Balbo y Nowotny, 1986; Bimbi y Pristinger, 1985; Sacareno, 1980; Torns, 2008); 2) del care al social care, traducido como "organización social del cuidado", en el cual se superan las dicotomías y se incluyen como niveles de análisis la actuación pública y las políticas frente a la actividad del cuidado, y las prácticas cotidianas en que se concreta y expresa el cuidado (Lewis, 1998; Daly y Lewis, 2000). De igual manera, se incorpora la distribución de la responsabilidad social del cuidado entre los actores involucrados -Estado, familia y sociedad civil-, así como la distribución de tareas dentro de la familia; 3) la economía del cuidado, en la que se establece la relación entre la forma en que las sociedades organizan el cuidado y el funcionamiento económico global (Rodríguez, 2005; Carrasco, 2011); incorpora la perspectiva de género y cuestiona los modelos tradicionales sobre los que se sustenta la división del trabajo; 4) la ética del cuidado, la cual pone énfasis en las emociones y la responsabilidad que implica como actividad o como acción moral en la dimensión relacional de los sujetos (Chodorow, 1984; Gilligan, 1982); 5) el enfoque de los derechos, en el que se considera el cuidado como una obligación derivada del derecho al cuidado (Pautassi, 2008). Desde aquí se discute el derecho a cuidar, a ser cuidado y a cuidarse, y se definen deberes y responsabilidades.
Entre las perspectivas analíticas predominantes en la investigación sobre el cuidado, Acosta (2015) señala la perspectiva estructural, que comprende el cuidado desde lo macrosocial, y la perspectiva intersubjetiva, que se centra en los fenómenos microsociales que definen el cuidado como una dimensión ética y práctica. La primera perspectiva señala emociones, sentimientos, pensamientos; la segunda, en cambio, se enfoca en las actividades de provisión de cuidado físico, emocional y otros tipos de servicio directo: "el cuidado en su dimensión práctica es visto como 'crear una relación', relación que constituye una interdependencia entre quien da y recibe el cuidado" (Acosta, 2015: 61).
De este modo, el cuidado es entendido como "el vínculo emocional, generalmente mutuo, entre el que brinda cuidados y el que los recibe" (Hochschild, 1990). El cuidado se define en el marco de las relaciones humanas, en tanto implica que alguien desarrolle tareas que contribuyan al bienestar físico, social, emocional o cognitivo de alguien más: "involucra la atención directa de las personas, que puede ser sostenida y prolongada en el tiempo" (Franco, 2011: 136).
A partir de las reflexiones anteriores y las discusiones que han empezado a incorporarse dentro de los estudios de familia (Morgan, 2013; Smart, 2007), el cuidado podría definirse como una práctica familiar, en tanto se compone de acciones que suceden con cierta recurrencia en el tiempo y se organizan por un conjunto de acuerdos y una estructura teleoafectiva que combina los fines que tienen los sujetos y lo afectivo.2
Desde el enfoque de las prácticas familiares planteado por Morgan (2013), es posible incorporar elementos que tienen que ver con el cuerpo, las emociones, el tiempo y el espacio, como categorías útiles para comprender el cuidado como práctica, ya sea desde el contexto local o transnacional. De igual manera, este enfoque no sólo permite comprender el cuidado familiar desde el "hacer", sino también desde los sentidos y significados que los sujetos le otorgan, de acuerdo con su experiencia de vida familiar y con el lugar que ocupan dentro de la familia -desde el parentesco, el género, la generación- en el que se reconoce que dicha práctica es llevada a cabo en relación con otras personas que son definidas como familia, con las cuales se construye una dinámica relacional y vinculante que puede estar marcada por el afecto, el desafecto, el amor, el odio, la protección o el abandono.
LA MIGRACION PARENTAL: CAMBIOS Y CONTINUIDADES EN LAS RELACIONES DE GÉNERO
A partir de la migración internacional hay cambios en la división sexual del trabajo y una redefinición de roles. La madre/migrante se incorpora a actividades laborales remuneradas -domésticas y de cuidado, en su mayoría- en el país de destino, mientras las mujeres que se quedan -hijas, madres, tías- continúan realizando dichas tareas sin remuneración, que le eran adjudicadas a la mujer/madre antes de la migración (Zapata, 2011; Palacio, Sánchez y López, 2013; Pedone, 2003). Este fenómeno ha sido denominado por diferentes estudios como cadenas globales de cuidado (Pedone, 2003; Arriagada y Todaro, 2012; Herrera, 2005; 2008), las cuales remiten a "la cadena donde la mujer autóctona es sustituida por la inmigrante y esta última por otras mujeres (abuelas, hermanas, suegras, etc.) que quedan a cargo de sus hijos y dependientes en el país de origen" (Acosta, 2015: 70). En palabras de Hochschild:
Las cadenas globales de afecto o asistencia son una serie de vínculos personales entre gentes de todo el mundo, basados en una labor remunerada o no remunerada de asistencia. Normalmente estas cadenas las forman las mujeres, aunque en casos poco frecuentes, sólo hombres (2001: 188).
Desde la experiencia migratoria, las relaciones de género que se construyen dentro de las familias experimentan cambios y continuidades que tienen que ver, por un lado, con la provisión económica y la toma de decisiones de las mujeres/migrantes en sus familias, y por el otro, con las labores de cuidado que las mujeres continúan realizando en el país de origen, diferenciadas por el nivel de remuneración.
La migración femenina implica una reconfiguración de los roles desempeñados en la familia, pues cuando la mujer/madre es la que emigra, se delegan deberes y responsabilidades en otras mujeres, quienes se hacen cargo de las labores de cuidado. En el caso la emigración masculina no se altera la cotidianidad familiar, ya que las mujeres son y continúan siendo las encargadas de estas labores. Por tradición, el cuidado ha sido entendido como una labor propia de las mujeres, pues "eran vistas como dadoras de cuidado y atención y distribuidoras de afecto, lo cual las relegaba al espacio privado del hogar" (Gonzálvez, 2010: 92).
El hogar y la familia se convierten en espacios propios de las mujeres, el cuidado se define como una tarea y una obligación que hace parte de lo reproductivo, y los hombres quedan excluidos de esta actividad. La situación se expresa con claridad en las familias transnacionales, en las que las mujeres se encargan del cuidado tanto en los países de destino como en los de origen, lo que toma varios giros a partir de los procesos de movilidad y se convierte en un cuidado que trasciende las fronteras y circula en el espacio transnacional: "cuidado transnacional", además de ser una actividad mercantilizada (Ehrenreich y Hoschschild, 2003; Sassen, 2003b).
Dentro de este escenario transnacional, se hace visible, además, cómo se incorporan las mujeres a la esfera productiva a partir de actividades reproductivas. Las labores de cuidado son una oportunidad para que las mujeres migrantes puedan incorporarse al mercado y enviar remesas a sus países de origen, en específico, aquellas que provienen de países latinoamericanos y salen a otros países de la región u otros continentes.3
De este modo, la división de lo productivo/masculino/público y lo reproductivo/femenino/privado sigue existiendo en las familias con experiencia migratoria. Aunque no se desconoce que muchas migrantes han logrado insertarse en otros escenarios, tomar sus propias decisiones y liberarse, incluso, de situaciones de violencia y opresión por parte de sus cónyuges, continúan ocupándose de las labores de cuidado.
Lo anterior conduce a una serie de reflexiones en torno a si la migración femenina ha transformado en realidad las relaciones de género. Si se toma en cuenta que el trabajo asalariado y la incorporación al ámbito productivo de las mujeres resulta insuficiente para entender estas relaciones, las desigualdades no sólo tienen que ver con las estructuras económicas y productivas, sino también con el mantenimiento de ideologías de género, en las que se construyen sistemas binarios que ponen a hombres y mujeres en posiciones distintas (Tilly, 1998).
Las dicotomías de género permiten comprender, en parte, por qué el cuidado sigue siendo responsabilidad de las mujeres: 1) se adscribe al ámbito doméstico, reproductivo y privado, y 2) implica no sólo apoyo material, sino también afectivo y emocional, y las mujeres son, como señala Hochschild (1990), quienes invierten más sentimientos, acciones, conocimiento y tiempo, por lo cual se consideran actividades propias de ellas.
De esta manera, los sistemas de género, sin importar su periodo histórico, "son sistemas binarios que oponen el hombre a la mujer, lo masculino a lo femenino, y esto, por lo general, no en un plan de igualdad sino en un orden jerárquico" (Conway, Bourque y Scott, 2000: 32), en el que se definen formas de relación, deberes, derechos y privilegios establecidos social y culturalmente, por lo que en los procesos migratorios es necesario reconocer que aun cuando se han producido cambios, también hay persistencias que promueven y refuerzan las relaciones de género desiguales.
Dentro de estos cambios y continuidades es necesario indagar por las situaciones y experiencias de las mujeres -madres, abuelas, tías, hijas-, también por aquellas que tienen que ver con el lugar de los hombres -como padres, hijos, tíos, abuelos- para comprender las nuevas reconfiguraciones en los discursos y prácticas de lo masculino. Ello conduce a una diversidad de preguntas sobre la paternidad, la migración paterna y el cuidado paterno en lo local y lo transnacional (Baltazar, 2003; Barojas, 2014; Soto, 2012), pues al igual que las mujeres, muchos hombres/padres salen de sus países en busca de mayor bienestar para sus hijos y desarrollan estrategias para mantener la relación y el vínculo desde la distancia (Duque, 2011; 2010; Puyana, Micolta y Palacios, 2013). Esto implica revelar las trayectorias de vida familiar, la manera en que se llega a ser padre y los sentidos que se le otorga a la paternidad y al cuidado paterno, ya sea por delegación, voluntad o imposición.
El cuidado en contextos transnacionales: reflexiones desde el género y el parentesco
En la actualidad, las corrientes migratorias están compuestas, en mayor medida, por mujeres -acompañadas o no por sus hijos-, quienes, como en otras épocas, se dirigen principalmente al sector de los servicios, el cual ocupa un lugar en un contexto global y mercantilizado que tiene que ver con el mercado de trabajo formal, la esfera pública y la globalización del trabajo de reproducción social y biológica, adjudicado por tradición a las mujeres en la vida privada (Lipszyc, 2004).
Así, se produce una globalización de los cuidados, consecuencia de las condiciones de precarización, desempleo y falta de oportunidades laborales en los países de origen, y de la demanda de cuidados en los países de destino, producto del envejecimiento de la población, el aumento de la esperanza de vida, la no disponibilidad de mujeres para trabajar y cuidar de sus hijos, y la ausencia de los hombres en las labores de cuidado. Estos factores han generado la denominada "crisis de los cuidados" (Benería, 2008; 2011; Pérez, 2006; Setién y Acosta, 2010), entendida por Ezquerra (2010; 2012: 177) como la evidencia de la incapacidad social y política de garantizar el bienestar de amplios sectores de la población, y la generalización de la dificultad de éstos para cuidarse, cuidar o ser cuidados (Del Río, 2004).
De acuerdo con Zimmerman, Litt y Bose (2006), como consecuencia de la globalización de los cuidados, existen cuatro crisis de los cuidados: 1) los déficit de cuidado, ya sea porque la mujeres migren o porque se produzcan reconfiguraciones dentro de las familias; 2) la mercantilización del cuidado, que implica situaciones de explotación; 3) la reorganización de los Estados de bienestar y la influencia del neoliberalismo, y 4) la estratificación global fundamentada en raza, clase y género (Herrera, 2013: 47).
Es importante considerar el nexo entre producción y reproducción para analizar los procesos de mercantilización de la reproducción social que operan a escala global (Ehrenreich y Hochschild, 2003; Parella, 2003), en los que "las mujeres migrantes delegan su trabajo reproductivo a otras mujeres de su familia, o a sus connacionales más pobres, que permanecen en el país de origen" (Hochschild, 2001: 163), de modo que otras mujeres de la familia intentan suplir la figura materna en la vida cotidiana de los infantes que se quedan (Salazar, 2001).
La mujer migrante delega el cuidado de sus hijos e hijas en otras mujeres, mas no se debe desconocer que aun a la distancia desarrollan estrategias y prácticas por medio de las cuales garantizan el cuidado de sus hijos. El uso de medios de comunicación y nuevas tecnologías constituye una importante vía para asegurar dicho cuidado, además de la construcción de redes familiares que se encargan de brindar una atención directa, orientada hacia el bienestar de los hijos residentes en el país de origen. Del mismo modo, las remesas monetarias, los regalos y las visitas esporádicas se convierten en medios para garantizar el cuidado y mantener los vínculos o lazos familiares en la lejanía (Martín y Felipe, 2006; López, Palacio y Zapata, 2010; Medina, 2011; Mummert, 2010b).
Las mujeres/madres que salen de sus países realizan intercambios que les permiten asegurar el cuidado de sus hijos por dos vías identificadas hasta ahora. La primera tiene que ver con "las tecnologías de la comunicación, que operan a través de la distancia y proporcionan contacto virtual y la segunda son los viajes, las visitas para estar en compañía y tener contacto cara a cara" (Gimeno et al., 2009: 102). De este modo, el cuidado tiene que ver con aquellas prácticas que requieren proximidad física y geográfica, así como con aquellas de tipo virtual que suceden más allá de las fronteras. La prestación directa de atención y apoyo es sólo una forma de contribuir al cuidado.
Como vemos, el lugar tradicional de la mujer/ madre dentro de la familia está en tensión. Hondagneu-Sotelo (2003) expresa cómo ser madre transnacional significa abandonar la idea de que son las madres quienes deben encargarse del cuidado y la protección de los hijos. Sin embargo, las mujeres/madres experimentan soledad, angustia y culpa al separarse de sus hijos y delegar su cuidado en otros miembros de la familia (Hondagneu-Sotelo y Ávila, 1997; Salazar, 2001). Son "enjuiciadas", según Mummert (2011), por transgredir modelos culturales arraigados en el entorno social, al "abandonar" a sus descendientes e incumplir con su labor tradicional de madres. Esta situación no siempre se cuestiona cuando es el hombre/padre quien emigra, pues se supone que lo hace por la prosperidad material de la familia. Entonces los cuestionamientos sobre el cuidado a partir de la migración internacional están enraizados en las categorías de género y parentesco, ya que los señalamientos recaen, precisamente, sobre las mujeres/madres y no sobre los hombres/padres; sobre la persona que se va, su género y lugar parental, no sobre el distanciamiento geográfico.
Herminia Gonzálvez plantea las concepciones de género y parentesco como construcciones sociales de diferencia sexual y como categorías de estudio que no están separadas. Considera que "el parentesco en su unión con el género no se ha valorado en su justa dimensión, y que el campo de los cuidados en la migración es el mejor pretexto para documentar su potencial heurístico" (2010: 89). Joan Bestard dice que las relaciones de parentesco "no son un elemento relacional dado por naturaleza, sino un proceso de interacción constante" (2009: 84) en el cual las prácticas constituyen un elemento central de acciones regulares y rutinarias, en las que los sujetos definen sus lugares, construyen y deconstruyen relaciones y vínculos familiares.
El cuidado: ¿un asunto visto desde la maternidad y la paternidad?
Social y culturalmente, el cuidado se ha ligado a la maternidad, por ende, a las mujeres. De acuerdo con Palomar (2005: 36), la maternidad no es un "hecho natural", sino una construcción cultural multideterminada, definida y organizada por normas que se desprenden de las necesidades de un grupo social específico y de una época definida de su historia. Se trata de un fenómeno compuesto por discursos y prácticas sociales que conforman un imaginario complejo y poderoso que es, a la vez, fuente y efecto del género. En la actualidad, este imaginario tiene como piezas centrales dos elementos a los que por lo general se atribuyen valores de esencia: el instinto materno y el amor maternal (Badinter, 1980; Knibiehler y Fouquet, 2001).
La maternidad es entonces una construcción cultural en estrecha relación con el entorno y el momento histórico en que se realiza, de ahí que en el contexto de la migración internacional se desarrollen estrategias para continuar asumiendo la maternidad aun a la distancia (Medina, 2011; Asakura, 2012a; 2012b). Esto ha sido llamado "maternidad transnacional" por algunos autores, como Hondagneu-Sotelo y Ávila (1997), y supone una proliferación de nuevas formas y estrategias que las madres migrantes emplean para llevar a cabo el cuidado y la educación de los hijos que permanecen en sus países de origen (Hondagneu-Sotelo, 2000; Salazar, 2001).
En el trabajo de Salazar (2000) se reconoce que aun cuando las mujeres filipinas que emigran a Estados Unidos proveen económicamente a sus familias, no hay cambios en las tareas y responsabilidades que llevan a cabo dentro de la familia, debido a que también existe una escasa participación de los hombres en las labores de cuidado.
Si bien la maternidad ha sido un eje de análisis importante dentro de los estudios transnacionales, algunas investigaciones plantean que con la migración internacional ocurren cambios en los roles que por tradición han asumido los hombres y éstos comienzan a encargarse de tareas domésticas y labores de cuidado, a pesar de que muchas mujeres subestiman la labor de los hombres cuando se incorporan al cuidado de sus hijos (Pribislky, 2004; Hernández, 2005; Dreby, 2010; Salazar, 2005).
En este sentido, con la migración internacional surgen nuevas modalidades de cuidado y otras formas de entender la maternidad y la paternidad, lo que implica redefinirlas, como plantea Pribilsky (2004), pues existen casos en los que quien emigra es el padre, y no sólo garantiza el cuidado en lo material, sino también en lo inmaterial, a favor del mantenimiento del vínculo emocional con sus hijos. Asimismo, hay casos en los que el padre se queda a cargo de sus hijos en el país de origen y se involucra en labores de cuidado sin requerir la red familiar femenina (Zapata, 2011; Palacio, Sánchez y López, 2013).
Para lograr lo anterior, deben reconocerse las nuevas paternidades que surgen a la par de los procesos migratorios, pues los hombres comienzan a asumir posiciones que los liberan de su función tradicional de proveedores económicos y se incorporan a aspectos relacionados con el apoyo, el afecto y las emociones como parte del cuidado de sus hijos. Éste es un primer cambio que constrasta con los hallazgos de finales del siglo XX (D'Aubeterre, 1995; 2000).
De esta manera, la migración internacional genera cambios en el ejercicio de los papeles paterno y materno, y construye otros significados que marcan nuevas interacciones y actuaciones que van más allá de lo biológico y de lo instituido social y culturalmente, en el que padres y madres deben "atender a los requerimientos tanto afectivos como biológicos de la crianza, el cuidado y la educación de los hijos e hijas" (Micolta, 2007: 1).
Los seres humanos incorporan formas de ser hombre y mujer, las reproducen y transforman, por lo que el género es "el resultado de un proceso mediante el cual las personas recibimos significados culturales, pero también los innovamos" (Butler, 1990: 185). El género no es una categoría estática; de hecho, con el paso del tiempo y en diferentes contextos, puede adquirir significados diversos.
Por último, cabe mencionar que la desjerarquización del género -como categoría articulada al parentesco- es necesaria, lo cual implica deconstruir las relaciones sociales y familiares para tomar distancia de los roles masculinos y femeninos y establecer relaciones equitativas entre hombres y mujeres.
Reflexiones finales
Sobre el escenario investigativo, la migración materna y/o paterna propone elementos centrales como el parentesco y las relaciones parento-filiales -madre-padre/hijas/hijos- que delimitan la manera en que se estudia y comprende la familia desde la perspectiva de su dinámica relacional y vinculante, ya sea próxima o distante. El parentesco constituye un elemento fundamental para comprender la familia, pues permite diferenciarla de otro tipo de grupos y relaciones:
En términos analíticos, comprendemos familia como una forma particular de organización social que gira en torno al parentesco debido a la presencia de al menos un lazo conector por vía de afinidad, consanguinidad y/o legalidad; estructurando un tejido relacional que marca derechos y obligaciones, le da contenido a las interacciones como soporte de las experiencias vinculantes, y define particularidades en los procesos de sobrevivencia y convivencia entre sus integrantes (Palacio, Sánchez y López, 2013: 43).
Con base en el parentesco se construyen convenciones legales, sociales y culturales que definen derechos y deberes, de acuerdo con el género y el lugar parental que ocupan los miembros de la familia, dentro y fuera de ella. También se tejen relaciones que instituyen y marcan posiciones y obligaciones. Cucchiari habla del parentesco como un "sistema de relaciones o categorías sobre las que se distribuyen y se heredan diferencialmente deberes, derechos, estatus y papeles" (1996: 188). Como vemos, la relación materno y paterno-filial define derechos y obligaciones que se instalan en distintos escenarios, sociales, culturales y también legales. Hombres/padres y mujeres/madres deben asumir responsabilidades de tipo material e inmaterial frente a sus hijos. Esto da lugar a mi planteamiento de comprender el género desde el punto de vista del parentesco, en tanto constituye categorías conectadas. Si hablamos de lo biparental, estamos hablando de lo materno-filial y lo paterno-filial, e involucramos hombres y mujeres que tienen un lugar específico en la familia, ser madres o padres. Sin embargo, como plantea Morgan (2013), en la familia no sólo se definen lugares parentales -ser padre, madre- sino también formas de "hacer" respecto a ese lugar -hacer la maternidad, la paternidad- en las que el análisis se concentra en las actividades y se aleja de la idea de familia como una estructura estática o conjunto de posiciones o estados.
El énfasis en el "hacer" de la familia nos permite revelar no sólo las acciones llevadas a cabo por hombres y mujeres, sino que nos lleva a comprender los sentidos y significados que éstos le otorgan a partir de su experiencia y trayectoria de vida familiar, ya sea desde la presencia, ausencia, lejanía, proximidad, virtualidad o imaginación.
En este sentido, es necesario visibilizar y comprender el "hacer" desde la perspectiva de las mujeres/madres y los hombres/padres, teniendo en cuenta las experiencias familiares previas y los procesos que se detonan con el proceso migratorio. De aquí que el cuidado como práctica familiar permita profundizar en las acciones -cosas dichas y hechas- llevadas a cabo por mujeres y hombres dentro de su vida familiar cotidiana. Se trata de acciones que tienen una intencionalidad y que están orientadas hacia otros integrantes de la familia, por lo general, personas dependientes, como niños, niñas o adolescentes que se quedan en el país de origen.
En los estudios migratorios y de familia, el cuidado ha tenido un lugar importante. En su mayoría, las mujeres se encargan de mantener y reproducir esta práctica, ya sea mediante la presencia o la distancia, al asumir una serie de deberes y responsabilidades frente a los hijos que permanecen en el país de origen. A partir de ello se construyen cadenas globales de cuidado -por lo regular, por vía materna- que permiten dar continuidad a dicha tarea, ya sea de manera impuesta o por un acuerdo.
No se puede desconocer el lugar que han ocupado las mujeres en el cuidado familiar y las situaciones que deben enfrentar cuando emigran con el sentimiento de culpa de haber dejado a sus hijos en sus países de origen. Sin embargo, la mayoría de los estudios se ha reducido a la victimización de las mujeres y ha obviado la diversidad de arreglos familiares en los que es posible encontrar mujeres/ madres en busca de un proyecto individual, que no se sienten culpables y han dejado a los hombres encargados del cuidado en el país de origen (Puyana, Micolta y Palacio, 2013; López, Palacio y Zapata, 2010). Ante esto, es necesario reconocer que el cuidado, como práctica familiar, incorpora diferentes "haceres" y actores que pueden estar implicados directa e indirectamente.
Los estudios de familia y migración han generado cuestionamientos sobre el lugar que ocupan los hombres en el cuidado de los hijos que se quedan, pues su participación es escasa. Si bien esta situación es recurrente en las discusiones sobre la familia, hay que tener en cuenta que sus voces han sido invisibilizadas en los procesos investigativos, lo que imposibilita profundizar en la manera en que los hombres conciben la paternidad en el discurso y la práctica, bien sea en ausencia o en presencia física. Por este motivo es necesario indagar el significado que tiene el cuidado paterno, también las experiencias que han estado enlazadas a su lugar como padre y que le han permitido, o impedido, "hacer" su paternidad.
Lo anterior implica considerar las experiencias que han tenido madres y padres, no sólo desde la maternidad y la paternidad, sino desde el cuidado materno y paterno como una práctica familiar dentro de la cual hay interacciones que incorporan procesos de comunicación, emociones, sentimientos y experiencias corporales y afectivas, que pueden ocurrir o no de manera diferenciada entre hombres y mujeres, y que pueden generar relaciones de poder a partir del género, la generación o el parentesco; categorías que a su vez pueden estar conectadas entre sí y contribuyen a la comprensión del tejido relacional y vinculante en la familia cuando quien emigra es el padre o la madre. De este modo, como plantea Morgan (2013), el género es una dimensión importante de la vida familiar, y aunque hace una contribución significativa a los estudios sobre las relaciones familiares, todavía hay más que decir, pues los temas que han exigido atención incluyen el parentesco, las relaciones intergeneracionales y las relaciones entre hermanos.
Como vemos, es importante conectar las categorías de análisis que se presentan en la vida familiar y que requieren ir más allá en los debates sobre género, debido a que el parentesco constituye una categoría central en los estudios de familia, que permite comprender las maneras en que se configura el cuidado, desde el "hacer" familiar, que involucra no sólo a madres y padres, sino a otros miembros que forman parte de la familia y están involucrados -de manera directa o indirecta- en el cuidado.