Introducción
Los debates para el siglo XXI en Latinoamérica en torno a las transformaciones ambientales y el cambio climático resaltan los conflictos socioterritoriales y ambientales y su relación con procesos históricos que se remontan tanto a las épocas de la Conquista y la Colonia, como a las nuevas dinámicas de los extractivismos. Sin embargo, en la actualidad, muchos análisis resaltan el papel del cambio climático en los procesos ambientales, por ser una transformación global y resultado histórico de las acciones humanas que rebasa los efectos extractivos y afecta diversos territorios. Bajo esta perspectiva, los debates en torno a la época del Antropoceno han cobrado importancia transnacional en el ámbito tanto teórico como metodológico. No obstante, en Latinoamérica, los análisis y debates se centran más en los procesos del capitalismo global y sus dinámicas extractivistas.
Los debates sobre los extractivismos adquieren relevancia dado que éstos se han incrementado. En ese sentido, los extractivismos se entienden como procesos asociados al cambio climático o a procesos extractivos mineros, de hidrocarburos, al agua o agronegocios, entre otros, con los consecuentes acaparamientos y despojos ambientales y territoriales que provocan, así como sus implicaciones culturales y sociales, y el incremento de desigualdades socioambientales.
En este contexto, vale la pena cuestionar el sentido y la pertinencia de las propuestas del Antropoceno y el Capitaloceno, y ver sus alcances para Latinoamérica. Este texto analizará las discusiones actuales en torno a las transformaciones ambientales en la región para plantear que los procesos de cambio climático, ligados a las discusiones actuales sobre el Antropoceno, no pueden entenderse sin partir de los análisis de las dinámicas coloniales de extracción, instauradas desde la Conquista y la Colonia, y que dieron inicio a procesos extractivistas que se han exacerbado en el siglo XXI. Estos procesos responden a una lógica económica particular, la del Capitaloceno. Asimismo, los cambios ambientales y las transformaciones climáticas no pueden entenderse sin partir no sólo de la ontología moderna, que separó la naturaleza de la cultura, sino también de las lógicas económicas, las cuales alimentan las relaciones desiguales y generan apropiaciones y despojos de naturalezas y territorios.
Considero que el debate en torno al Antropoceno en Latinoamérica no ocurre de la misma manera que el que atraviesa las actuales discusiones de las ciencias sociales y humanas en Europa y Estados Unidos. En parte porque el concepto de Antropoceno presenta un problema global que requiere respuestas globales, lo cual demanda acciones e intervenciones globales-locales, que desconocen las relaciones históricas de poder y las desigualdades situadas que han producido transformaciones ambientales en Latinoamérica. De igual manera, porque en la narrativa del Antropoceno no se consideran otras perspectivas culturales y sistemas de conocimientos locales que han generado otro tipo de relaciones entre humanos y no humanos en procesos territoriales situados históricamente. Al mismo tiempo, es importante nutrir un debate sobre las implicaciones del concepto de Capitaloceno, surgido como crítica al Antropoceno, al centrarse en la acción humana cruzada por relaciones desiguales de poder político y económico, características del capitalismo global como causante del cambio climático, y proponer análisis que destacan la valoración y apropiación de naturalezas y territorios como ejes de las transformaciones ambientales.
Para desarrollar el argumento, el texto se estructura en cuatro partes. La primera, “Cambio climático y posicionamiento del Antropoceno”, presenta de manera general el planteamiento y las propuestas de la concepción de una época geológica a partir de las transformaciones humanas. La segunda parte, “Efectos del giro antropocénico”, resalta las implicaciones que se generan en torno a geopolíticas del conocimiento, diferenciación territorial, desplazamiento de los extractivismos, y la falta de reconocimiento de otras ontologías y epistemologías. La tercera parte, “Transformaciones ambientales y Capitaloceno”, discute los alcances de esta noción y se concentra en la articulación de lo económico con nociones de naturaleza y territorios, y procesos de valorización y apropiación. La cuarta, “Latinoamérica y los debates del Antropoceno, el Capitaloceno y los extractivismos”, presenta cómo los análisis sobre los extractivismos y su articulación con procesos capitalistas globales cobran mayor importancia en el siglo XXI en la región. En las reflexiones finales, “Replanteamientos culturales, territoriales y ambientales dentro del giro antropocénico y capitalocénico desde Latinoamérica”, se discuten los alcances del Antropoceno y Capitaloceno desde Latinoamérica, y se analizan las propuestas y dinámicas de la región como alternativas a las transformaciones ambientales y climáticas, así como a los procesos de apropiación y despojo de los territorios y naturalezas.
Cambio climático y posicionamiento del Antropoceno
¿Quién nos está conduciendo hacia el desastre? Una respuesta radical sería la dependencia de los capitalistas de la extracción y el uso de la energía fósil. Algunos, sin embargo, preferirán identificar otros culpables. La tierra está ahora, nos dicen, entrando al “Antropoceno”: la época de la humanidad (Malm, 2015: 1).
Los análisis sobre el cambio climático han sido diversos. De igual manera, hay múltiples explicaciones a concepciones culturales que parten de la idea de que las causas y respuestas que culturalmente se proporcionan expresan concepciones sobre lo no humano. Cada cultura tiene sus propias formas de conocer, interpretar, percibir, representar, actuar y reaccionar ante el tiempo atmosférico y los fenómenos derivados de la variabilidad climática, las cuales están ligadas a concepciones culturales particulares, situadas históricamente y en lugares específicos. Estas concepciones se relacionan con las maneras en que las culturas interactúan con la naturaleza, lo que implica que hay numerosas nociones que coexisten en relaciones de confrontación, complementariedad o desigualdad (Ulloa, 2011; 2014c).
Estos procesos han puesto en evidencia nociones y representaciones sobre la naturaleza: externa, indómita o fuera de control -huracanes, terremotos o inundaciones, entre otros-, que requiere conocimiento experto y operación técnica. Una naturaleza biodiversa que necesita ser protegida y controlada para darle el mejor uso, con la idea de servicios ecosistémicos, dada la crisis ambiental y climática. Hay otras nociones de naturaleza en las que los humanos y los no humanos son seres vivos e interactúan y no hay separaciones conceptuales, pues hay transformaciones permanentes entre ellos (Ulloa, 2014b).
Las concepciones de lo no humano varían de cultura a cultura. En algunas, lo no humano remite sólo a ciertos objetos o seres; en otras, puede incluir desde montañas hasta animales. De igual manera, hay culturas que extienden la noción de humano a todos los seres, y en otras, la noción de lo no humano se extiende a lo humano. También hay culturas que ven las interacciones en permanente transformación.
Por otro lado, las relaciones con las naturalezas entrañan una visión territorial y una dimensión política, dado que involucran el uso, acceso y control, los derechos y la toma de decisiones de los seres -humanos y no humanos- en dichos territorios. Asimismo, implican formas de relacionarse -reciprocidad, protección, depredación, entre otras-, de clasificar y de representar dichas naturalezas. Estas formas de relacionarse responden a prácticas económicas atravesadas por desigualdades de clase, género, etnicidad y locación, por mencionar algunas.
Estas precisiones son importantes, pues desde que se publicó la propuesta de Crutzen y Stoermer (2000) sobre el Antropoceno, en la que lo caracterizaron como una nueva época geológica, alrededor del concepto se han aglutinado muchos de los debates en torno al cambio climático. De hecho, hoy resalta el papel de este fenómeno como una transformación global, resultado de las acciones humanas y que afecta diversos territorios, incluida Latinoamérica, lo cual requiere acciones e intervenciones tanto globales como locales. Se plantea una transformación profunda de la perspectiva dual entre naturaleza y cultura y las implicaciones que ha tenido en las maneras de producir conocimiento, así como en los procesos disciplinares y los campos del saber. También en las maneras en que las ciencias naturales o sociales se han posicionado a partir de esta dualidad frente a las explicaciones sobre las transformaciones climáticas. Por lo tanto, académicos y teóricos hacen un llamado a pensar en esta dualidad de cara al concepto de Antropoceno (Chakrabarty, 2009; Latour; 2013; 2014; Davis, 2008).
Los planteamientos en torno al Antropoceno son clave, pues destacan el papel de los humanos en las transformaciones históricas de lo biofísico y presentan la necesidad de incluir a la naturaleza en los análisis históricos y en otras ciencias sociales y humanas como parte de la interrelación con los humanos. Este cambio de perspectiva ocurre a partir de un análisis crítico del eje conceptual de la dualidad naturaleza y cultura, para replantear estas categorías como recíprocas. Esta consideración ha tenido lugar en la antropología y en las ciencias sociales y humanas desde la década de 1970. Sin embargo, en la actualidad ha alcanzado también a las ciencias naturales y a maneras disciplinarias de producir conocimiento, al igual que a los debates públicos y las políticas públicas relacionadas con lo global-local. Su trascendencia se debe en parte a que el concepto emerge en las ciencias geológicas -ciencias de la tierra- y tiene aceptación en diversos ámbitos académicos, aun entre los teóricos críticos de las ciencias humanas.
Efectos del giro antropocénico
El debate en torno al concepto de Antropoceno ha abierto nuevas discusiones y posicionado el problema del cambio climático más allá de los movimientos ambientalistas, organizaciones no gubernamentales (ONG) y pobladores locales que exponen sus críticas en las Conferencias de las Partes (COP) sobre el Protocolo de Kyoto y en los escenarios internaciones y nacionales. Como resultado, ha habido un giro hacia un debate en las ciencias sociales y humanas, y un replanteamiento conceptual, tanto metodológico como político. Este giro hace posible una incidencia del conocimiento académico en procesos de toma de decisiones globales-nacionales. Sin embargo, han surgido varias críticas a esta perspectiva, como las de Haraway (2015), Moore (2013; 2014), Malm (2015), Malm y Hornborg (2014), Emmett y Lekan (2016), McAfee (2016) y Crist (2013), entre otros. La de Malm plantea:
La ciencia del clima, la política y el discurso están constantemente formulados en la narrativa del Antropoceno: pensamiento de especies, la humanidad-criticada, una indiferenciada autoflagelación colectiva, un llamamiento a la población de los consumidores en general a cambiar de conducta, y otras piruetas ideológicas que sólo sirven para ocultar al conductor. Interpretar ciertas relaciones sociales como propiedades naturales de las especies no es nada nuevo. Deshistorizar, universalizar, eternizar y naturalizar un modo específico de producción de un determinado tiempo y lugar son las estrategias clásicas de legitimación ideológica. Bloquean cualquier perspectiva de cambio (2015: 4).
Considero que para Latinoamérica el debate genera reflexiones y críticas sobre, al menos, cuatro procesos asociados al concepto o narrativa del Antropoceno, los cuales requieren análisis. Estos cuatro procesos son: geopolítica del conocimiento, diferenciación territorial, desplazamiento de los extractivismos y falta de reconocimiento de otras ontologías y epistemologías. Dedicaremos a cada uno los siguientes apartados.
Geopolítica del conocimiento
El Antropoceno es un aporte para repensar la episteme moderna y su pensamiento binario, que responde a una noción específica de naturaleza. La concepción moderna de naturaleza, basada en una visión dual frente a la cultura, implica una visión de naturaleza externa y prístina que puede ser usada, cuantificada y comercializada, con base en nociones de dualidades naturaleza cultura, cuerpo-mente, emoción-razón, al igual que la de mujer-hombre. El replanteamiento de la naturaleza con una visión dual implica una desnaturalización de la naturaleza y un posicionamiento de otra noción, que no es clara aún. Pero en la práctica hay discusiones que si bien hacen un llamado a dicho replanteamiento, posicionan lo opuesto a naturaleza-cultura. Es un posicionamiento de la naturaleza sobre la cultura o de un dominio de las ciencias naturales como una manera de invertir las relaciones desiguales de la dualidad. Este proceso no cambia la dualidad. Por otro lado, se plantea la interrelación naturaleza-cultura, pero es paradójico porque se puede volver una visión casi monista, pero totalizante. Es decir, centrarse en la interrelación monista y considerar que ésa es la verdadera visión de naturaleza frente al cambio climático se convierte en un imperativo universal. Por otro lado, estas propuestas no contemplan una apertura conceptual a otras nociones de naturalezas y pasan a ser una nueva visión única de naturaleza. Asimismo, se plantea de manera implícita que todos los humanos hemos tenido la misma relación ontológica con lo no humano.
Lo anterior se refleja cuando, en la perspectiva del Antropoceno, se presenta el cambio climático como un problema global que requiere respuestas globales, que borran relaciones históricas de poder y desigualdades que han conllevado a dichas transformaciones. Este proceso actual en torno al cambio climático rememora el ambientalismo de las décadas de 1970 y 1980, que si bien dio lugar a varias posiciones, tendencias y concepciones, al final generó una respuesta unificada, una visión ideal y una propuesta global: el desarrollo sostenible. Ahora, frente al cambio climático, la solución global se convierte en responsabilidad de todos los ciudadanos del planeta, centrada en una visión única de naturaleza -reconfigurada- y en su uso y operación a partir del conocimiento experto. Sin embargo, todo este proceso que, al ser global, da lugar a una serie de acciones y soluciones centradas en actores específicos a escala internacional -COP, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático-, implica una centralización, y por ende, un control sobre la producción de conocimientos globales en torno al cambio climático. Se trata de un reposicionamiento de una episteme anglo-eurocéntrica agrupada en el replanteamiento de la dualidad, lo que genera una nueva configuración de las geopolíticas de producción del conocimiento en la que el pensamiento moderno aparece como centro de la causa, pero también de la solución al proponer su propia reconfiguración. Sin embargo, ésta sucede a partir de los productores de pensamiento legítimos y legitimados en grupos de trabajo, conferencias, encuentros, revistas y publicaciones reconocidas como los ejes de discusión sobre el Antropoceno.
El efecto es la consolidación de una visión surgida del conocimiento experto de las universidades de países que lideran los centros de producción académica en Europa y Estados Unidos, en las que se establece desde qué hacer y cómo resolver los problemas del Antropoceno, hasta cuáles son las opciones políticas. En ese sentido, se reconfiguran las geopolíticas del conocimiento centradas en la producción y legitimidad de los expertos, por ejemplo, el Anthropocene Working Group (AWG) o el Anthropocene Project. Por último, las discusiones globales relacionadas con el Antropoceno reproducen una geopolítica específica del conocimiento, que no incluye otras formas de producción de conocimientos relacionados con el cambio climático, como las perspectivas indígenas, afrodescendientes y campesinas en Latinoamérica.
Aunque el cambio climático se presenta como resultado de las actividades humanas en el planeta entero, no se desglosan sus causas por completo, se deja de lado la diversidad de opciones y conocimientos, así como las relaciones desiguales de poder. En particular sobre estas críticas, los planteamientos de Andreas Malm y Alf Hornborg (2014) son importantes para la discusión de los alcances del Antropoceno, cuando hacen un llamado a no olvidar los ejes analíticos clave en las ciencias sociales en torno a cultura y poder:
Debemos sugerir que la mixtura física de la naturaleza y la sociedad no garantizan el abandono de su distinción analítica. Más bien, precisamente este reconocimiento creciente de la potencia de las relaciones sociales de poder para transformar las condiciones mismas de la existencia humana debe justificar un compromiso más profundo con la teoría social y cultural (2014: 62-63).
Diferenciación territorial
Las políticas globales en torno al cambio climático privilegian acciones basadas en procesos territoriales asociados a países “desarrollados” que inciden en países “en desarrollo”, en el sentido de que hay territorios que se relacionan con ideas sobre lo que se debe hacer y cómo se debe actuar en ellos, o bien países que deben adaptarse a dichas propuestas y estrategias globales. Las políticas globales diferencian lugares o territorios específicos -países para implementar proyectos de cambio climático, por ejemplo- con relaciones desiguales. Sin embargo, en términos del Antropoceno, no hay diferencias, pues es el sentido del planeta y la especie lo que prima. No obstante, esa visión territorial global desconoce las relaciones territoriales locales y no considera sus dinámicas.
Cuando territorios o lugares se fijan a diferencias establecidas, por ejemplo, para aplicar políticas con una visión territorial global, se ponen en ejercicio, de acuerdo con Gupta y Fergusson, relaciones de dominación: “desde esta perspectiva, se puede ver que la ‘diferencia’ que se impone a los lugares es una parte integral del sistema global de dominación” (2008: 249). Al imponerse una noción global sin distinción de territorios o sentidos de lugar, articulados a identidades y modos de interacción, se pierden las relaciones y construcciones culturales del territorio. En las discusiones del Antropoceno, esto se evidencia en la falta de inclusión de otros territorios y visiones territoriales de, por ejemplo, pueblos indígenas, afrodescendientes, campesinos y pobladores locales. Desde sus perspectivas, los territorios son seres vivos con capacidad de acción y se relacionan con los humanos y no humanos.
Desplazamiento de los extractivismos
Los debates en torno al Antropoceno tienen un centro común. Señalan su comienzo en la Revolución industrial, sin desconocer que hay debates sobre el asunto, y consideran que más allá del capitalismo global, las acciones humanas son las causantes del cambio climático. Esto responde a una relación de larga duración centrada en la acción humana sobre la naturaleza -dualidad cultura-naturaleza-. La naturaleza se entiende en relación con procesos, prácticas, políticas y representaciones asociadas a lo no humano, independiente y distante de lo humano. Así, los procesos de apropiación de la naturaleza han ocurrido bajo una idea moderna de la dualidad, aun en las reconfiguraciones actuales hacia la sostenibilidad y la valorización económica de la naturaleza. Sin embargo, asociar estos procesos sólo a la noción dual de naturaleza-cultura, sin considerar todos los contextos políticos, sociales, culturales y económicos, implica un desplazamiento de procesos clave causantes del cambio climático, y presenta los procesos extractivos contemporáneos como marginales en la transformación ambiental. Como plantean Malm y Hornborg (2014), en relación con los orígenes de los efectos antropogénicos, los procesos tecnológicos están embebidos de relaciones desiguales y de otros procesos sociales y políticos. Respecto a cómo, para el siglo XIX en Inglaterra, los procesos tecnológicos estaban relacionados con diversas dinámicas sociales:
La justificación de la inversión en tecnología de vapor se organizó en este momento en torno a las oportunidades proporcionadas por la constelación de una gran parte despoblada del Nuevo Mundo, la esclavitud afroamericana, la explotación del trabajador británico en fábricas y minas, y la demanda global de telas de algodón barato (2014: 63).
De manera similar, Altvater plantea:
Para la comprensión de nuestro tiempo es imprescindible la historia de la tierra, pero también la historia de la economía moral a la que el historiador E. P. Thompson se refiere. Junto a la lógica de la ganancia y la acumulación de capital siempre han estado presentes las cooperativas, las comunas, los sindicatos, la moral y la solidaridad (2014: 14).
Los planteamientos anteriores resaltan la necesidad de analizar de manera histórica los procesos económicos extractivos como ejes fundamentales de las transformaciones ambientales actuales.
Falta de reconocimiento de otras ontologías y epistemologías
En general, en las políticas de cambio climático hay ausencia de conocimientos locales y sentidos territoriales, dado que conocimientos, subjetividades, identidades y prácticas en torno a la naturaleza y sus transformaciones específicas y en lugares particulares no son situados en igualdad de condiciones. La perspectiva narrativa que se desprende del concepto de Antropoceno tiene un implícito similar globalizante, pues no incluye otras maneras de pensar, por consiguiente, otras maneras de vivir y de relacionarse con lo no humano. De igual manera, borra perspectivas culturales y conocimientos locales que han generado otro tipo de relaciones denominadas “ontologías relacionales”, en las cuales “humanos y no humanos (lo orgánico, lo no orgánico, y lo sobrenatural o espiritual) forman parte integral de estos mundos en sus múltiples interrelaciones” (Escobar, 2015: 98). Por consiguiente, pueblos indígenas, afrodescendientes y campesinos no son incluidos ni son tenidas en cuenta sus concepciones territoriales y sobre lo no humano, como seres vivos, políticos y con capacidad de acción. En otras palabras, no se plantea que hay otras maneras de pensar las relaciones entre los humanos y los no humanos, mediadas por relaciones sociales, políticas y económicas diversas que, si bien han estado articuladas a procesos globales, responden a otras “ontologías relacionales” que permiten repensar las relaciones políticas y las acciones asociadas al cambio climático y posicionar otros puntos de vista y estrategias para su confrontación. Para dar testimonio de estas concepciones es necesario partir de las dimensiones culturales y políticas de los conocimientos indígenas, dada la necesidad de posicionar otras perspectivas.
En síntesis, el Antropoceno se centra en procesos de transformación ambiental que la especie humana generó, como uno de los aspectos clave para entender el cambio climático. Sin embargo, esta perspectiva implica un desplazamiento político de los procesos de apropiación y desposesión de “recursos naturales” y explotación desigual, y omite a los actores específicos, las prácticas de consumo y las relaciones desiguales de poder. Al plantear a la especie humana y una determinada visión de la naturaleza como un todo, desconoce la diversidad de visiones y estrategias culturales en torno a lo ambiental y lo territorial.
Transformaciones ambientales y Capitaloceno
En este contexto, recientemente han tenido lugar otros debates y se ha planteado el concepto de Capitaloceno (Haraway, 2015; Moore, 2014; Altvater, 2014). El Capitaloceno se propone como una manera de entender las relaciones con lo no humano en procesos capitalistas, lo que implica considerar “diferentes escalas, complejidad y el proceso de apropiación de la naturaleza” (Haraway, 2015: 159). Moore (2013) reflexiona sobre la fuente de los problemas socioecológicos y las dinámicas históricas posteriores a 1450, que organizaron la naturaleza mediada por su valor, por sus efectos en las transformaciones de cuerpos y por lo siguiente:
La emergencia de ideas y perspectivas sobre la realidad que permitieron a los Estados y capitales europeos ver el tiempo como lineal, el espacio como plano y homogéneo, y la “naturaleza” como algo externo a las relaciones humanas (2013: 2).
¿Estamos realmente viviendo en el Antropoceno, con su retorno a un punto de vista curiosamente eurocéntrico de la humanidad y su confianza en nociones y recursos bien establecidos y consolidados además de su determinismo tecnológico, o estamos viviendo en el Capitaloceno, una era histórica formada por unas relaciones que privilegian la acumulación interminable de capital? (2013: 2).
Bajo la noción de Capitaloceno, resalto la articulación entre las nociones de naturaleza con territorios específicos y procesos de valorización y apropiación de éstos. Nociones duales de cultura-naturaleza llevan implícitas desvalorizaciones selectivas de ciertos territorios y personas al estar asociados a lo natural. Se construyen entonces espacios de compensación, sacrificio, o bien, de uso de “naturalezas baratas”, en términos de Moore (2014). Entender estos procesos implica analizar el papel que cumple la materialidad de la naturaleza en los procesos de apropiación, dado que la asignación de su valor económico -“naturalezas baratas” o de sacrificio- y las decisiones sobre su uso -desde conservación hasta destrucción- están signados por la valoración que se hace de acuerdo con desigualdades de poder preexistentes, marcadas aún más por diferencias culturales o de género.
Dichas nociones se reflejan en los procesos extractivistas y en las dinámicas ambientales. Por ello, los teóricos, como Haraway (2015) y Moore (2014), plantean pensar en términos de Capitaloceno.
El Capitaloceno está relacionado con procesos extractivistas de larga duración que han producido la intensificación de la explotación, expulsión y desposesión, con procesos paralelos de desterritorialización-reterritorialización, y aumento de desigualdades entre seres humanos y entre humanos y no humanos, causadas por las concepciones que los diferencian, basadas en la noción binaria de naturaleza-cultura y también asociadas a procesos de creación, apropiación y globalización de las naturalezas. De igual manera, el Capitaloceno implica incluir el papel de la materialidad en los procesos ligados a cadenas globales de valorización, es decir, a la manera en que la naturaleza, en términos de materialidad, forma parte en los procesos económicos capitalistas (Boyer y Dietz, 2016). Boyer y Dietz plantean que hay que considerar una perspectiva amplia, que permita entender:
Identificación, extracción, transformación, proceso de creación de valorización, mercantilización […] y el papel que juega la naturaleza en la creación de valorización, y cómo es apropiada de forma “barata” desde el punto de vista de la acumulación capitalista (2016: 7).
De manera similar, Altvater considera que:
El modo de producción capitalista genera historia geológica y lo ha hecho hasta integrar una nueva fase que los geólogos denominarían Antropoceno. Fase que sería más adecuado calificar como Capitaloceno (Kapitalozän) que da razones más que válidas para dedicarse al análisis del capitalismo, al estudio de los escritos de Marx y Engels, y al estudio de la tradición del marxismo crítico. Que da razones más que válidas para construir, con Marx, la crítica del Capitaloceno (2014: 7).
De esta forma, el Capitaloceno propone la existencia de una relación territorial y cultural, no sólo con una noción específica de naturaleza, sino también, y principalmente, bajo una perspectiva económica particular, que identifica actores determinados que se encuentran en la base de las transformaciones ambientales y de las relaciones desiguales económicas, políticas, sociales y culturales.
Latinoamérica y los debates del Antropoceno, el Capitaloceno y los extractivismos
En Latinoamérica, los debates sobre transformaciones y crisis ambientales han sido parte importante de los análisis académicos durante las últimas décadas. Se relacionan con desigualdades ambientales y procesos de extracción comenzados desde las épocas de la Conquista y la Colonia. El cambio climático ha dado lugar a una serie de discusiones y propuestas que no se desligan de otros procesos ambientales, dados los conflictos territoriales que las políticas y los programas de adaptación y mitigación han causado en los contextos locales (Dietz, 2013; Ulloa, 2014c). Las discusiones en torno al Antropoceno11 y el Capitaloceno no han sido centrales en los debates sobre las transformaciones y conflictos socioambientales.
Estos procesos han complejizado las relaciones globales-locales y han incrementado y exacerbado desigualdades que se manifiestan en lo local como nuevas dinámicas identitarias -culturales y de género- y de producción de conocimientos, así como transformaciones de prácticas cotidianas, económicas, locales y de relaciones con lo no humano. Estos procesos se reflejan en las dinámicas territoriales y en el aumento de la presencia de actores transnacionales y nacionales que inciden en lo local, que transforman los entornos, debido a las políticas nacionales y gubernamentales ambientales, económicas y de desarrollo, que generan conflictos y violencia (Ulloa, 2014a).
Asimismo, estas dinámicas han conformado imbricaciones territoriales-ambientales-globales, que denomino escenarios ambientales de la apropiación y el despojo -escenarios asociados a cambio climático, biodiversidad, agua, petróleo, agronegocios, minería, entre otros-, los cuales operan en diversas escalas, bajo nociones específicas de tiempo y espacio. Es decir, estos escenarios son complementarios, superpuestos y escalonados secuencial y temporalmente.
Tienen en común la conexión con los ámbitos nacionales e internacionales, y su articulación en torno a lo relacionado con las visiones sobre las transformaciones ambientales y climáticas, basadas en la idea del desarrollo sostenible y los mercados verdes. Asimismo, se relacionan con el cambio climático de la siguiente manera: los escenarios de biodiversidad-conservación y cambio climático surgen como respuesta a los problemas ambientales globales y generan políticas transnacionales y nacionales ambientales-climáticas, que a su vez dan lugar a acciones relacionadas con servicios ecosistémicos y mercados de carbono -Convenio de Diversidad Biológica y el Protocolo de Kyoto- (Ulloa, 2014a).
Por otro lado, los escenarios de monocultivos y agronegocios responden tanto a lógicas de incremento de producción de alimentos para la población global, como a la producción de monocultivos para biocombustibles o como sumideros de carbono -depósitos naturales o artificiales de carbono- para confrontar el cambio climático. El escenario de la minería se articula a las cadenas globales de valorización y se ve como una posibilidad la extracción de ciertos minerales, por ejemplo, el litio, frente al uso del petróleo, así como la generación de otras tecnologías para confrontar el cambio climático (Ulloa, 2014a). Estos escenarios propician procesos extractivos y evidencian cómo las transformaciones climáticas están relacionadas con dinámicas extractivas que transforman territorios, naturalezas y poblaciones. En ese sentido, los procesos actuales de transformación ambiental y cambio climático se relacionan con las dinámicas de extracción global-local, que responden a una lógica económica particular, el Capitaloceno.
Estos escenarios transforman y reconfiguran de manera más acentuada la vida de pueblos indígenas, afrodescendientes y campesinos en el ámbito territorial, cultural, identitario y ambiental, y producen cambios asociados a las dinámicas económicas. Estas dinámicas tienen como correlato las confrontaciones de resistencia y las articulaciones de los pueblos indígenas, que demandan justicia ambiental, climática y territorial en la lucha por el reconocimiento de sus derechos y por revertir las desigualdades socioambientales (Ulloa, 2014a).
Mina de cobre a cielo abierto de Chuquicamata, la más grande del mundo. Calama, Chile, abril de 2015.
Por lo tanto, cabe preguntarse por el sentido y la pertinencia de las propuestas del Antropoceno y el Capitaloceno, y ver sus alcances para Latinoamérica. Los pueblos indígenas, afrodescendientes y campesinos, en su lucha permanente por posicionar sus maneras de producir conocimientos, sus perspectivas sobre lo no humano y sus territorios, estarían contra los procesos asociados a la visión global del Antropoceno, y cuestionarían y confrontarían la manera en que los afectan los procesos económicos globales extractivos. Por lo tanto, el giro antropocénico no cambia ni cambiará las relaciones desiguales, ni los procesos de acaparamiento y despojo.
El giro capitalocénico permite poner en evidencia las relaciones históricas de desigualdad y abrir el debate sobre la articulación, no sólo del cambio climático como resultado de una visión de apropiación de la naturaleza, sino de éste con otros procesos de apropiación y despojo. A la vez, hace posible que tomen posición otras perspectivas culturales sobre lo no humano y los territorios, así como lanzar propuestas frente al cambio climático.
Sin embargo, dada la importancia generalizada del debate del Antropoceno, y en menor medida del Capitaloceno, en los contextos académicos globales y en la nueva manera de producir conocimientos relacionados con las articulaciones entre naturalezas, culturas y territorios, es necesario abrir los debates y considerar otras perspectivas que alimenten las geopolíticas de producción de conocimientos y que permitan una reconfiguración conceptual y política.
Replanteamientos culturales, territoriales y ambientales dentro del giro antropocénico y capitalocénico desde Latinoamérica
Bajo las dos miradas, la del Antropoceno y la del Capitaloceno, es necesario pensar en la forma en la cual los efectos de las relaciones desiguales de la producción y el consumo afectan y afectarán a millones de personas que, si bien no han generado dicha transformación, resienten sus efectos y seguirán viviendo en la desigualdad acrecentada por los extractivismos. Asimismo, Latinoamérica seguirá manteniendo, por medio de la apropiación de sus territorios, otras maneras de vida centradas en el consumo global. Sin embargo, los efectos y los riesgos, si bien son globales, serán diferenciales. Las desigualdades continuarán, pues el acceso a políticas y programas, por ejemplo de cambio climático y de desarrollo sostenible, así como sus implicaciones, son diferenciados de acuerdo con clase, etnia, género y locación.
Entonces, cabe preguntarse, dentro de la narrativa del Antropoceno: ¿dónde se tomarán las decisiones sobre las políticas globales en torno al cambio climático? ¿Se replantearán las relaciones y prácticas con lo no humano? ¿Se pensará en las relaciones históricas de desigualdad que causan las apropiaciones y los despojos? Y en cuanto al Capitaloceno, ¿cómo podrán incidir los debates en las políticas económicas y ambientales globales? ¿Qué opciones se planean ante la apropiación territorial y ambiental? ¿Cómo posicionar otras economías?
Preguntas como éstas dan paso a pensar en redefiniciones posibles del giro antropocénico y capitalocénico desde la perspectiva latinoamericana, en diferentes ámbitos: territoriales, ambientales, culturales y de género, y en la manera de producir conocimientos, que incidan en las políticas globales y en los procesos de producción de conocimientos académicos.
Las discusiones en torno al cambio climático deberán reconocer otras alternativas y estrategias basadas en perspectivas culturales. De la misma manera, con este punto de vista, es necesario tener en cuenta otras relaciones culturales entre los seres humanos y no humanos. Esto implica la necesidad de centrarse más en las causas y consecuencias del cambio climático y en las relaciones desiguales de poder entre los países del norte y del sur globales (Ulloa, 2013; 2014a).
Ante todas las reconfiguraciones territoriales, ambientales y culturales, es pertinente analizar las propuestas de alternativas a los extractivismos y su relación con los territorios locales. En general, éstas se plantean en un marco estructural, que implica desde buscar opciones en la responsabilidad tanto individual como colectiva y repensar las dinámicas económicas globales-locales del capitalismo y el Estado, hasta retomar los principios filosóficos de relación con el entorno.
Al mismo tiempo, hay alternativas al desarrollo que replantean las relaciones naturaleza-cultura y producen una crítica profunda de la relación dual con la naturaleza. Estas críticas requieren opciones tanto individuales como colectivas para reflexionar a partir de las dinámicas económicas globales-locales del capitalismo, hasta retomar los principios filosóficos de relación con el entorno de, por ejemplo, los pueblos indígenas. Hay varias tendencias y posiciones frente a las alternativas al desarrollo, entre las que destacan las políticas del lugar y la diferencia, la memoria biocultural, el buen vivir, y las alter-geopolíticas indígenas (Ulloa, 2015a).
Por último, dado que las políticas globales del cambio climático han desconocido a pueblos y mujeres tanto indígenas como afrodescendientes y campesinas, las mujeres y los indígenas representan:
Otros feminismos y otras discusiones sobre el género, que tienden a la defensa de actividades cotidianas de subsistencia y modos de vida donde prima lo agrícola (soberanía alimentaria) y la construcción de nuevas feminidades y masculinidades. Estas propuestas deben permear todas las políticas y procesos ambientales, incluidos los de cambio climático (Ulloa, 2014b: 291).
Estos procesos sociales ayudan a reconfigurar y contemplar otras nociones de naturalezas, que responden a procesos históricos particulares y que se relacionan con la espacialidad -territorio, lugar y paisaje-. Lo anterior permite pasar de una visión centrada en la oposición naturaleza-cultura a una perspectiva más amplia en la que los conceptos de humanos y no humanos, con ontologías y epistemologías diversas, reconocen múltiples relaciones y nociones de naturalezas. Estas alternativas surgen a partir de prácticas y lógicas locales que construyen diversas defensas y también opciones de futuro, las cuales responden a procesos históricos y espaciales particulares. Por lo tanto, tampoco se puede generalizar para toda Latinoamérica sin reconocer las diferencias en ella (Ulloa, 2015a; 2015b).
Como expresé en otro texto sobre las resistencias a los extractivismos en Latinoamérica:
Todo lo anterior plantea la necesidad de repensar las lógicas y dinámicas que hay en los territorios, territorialidades y sus articulaciones locales-nacionales-globales con los contextos económicos, políticos, sociales, culturales y ambientales. El territorio es espacio político por excelencia, en este contexto es el centro de propuestas de autonomía, que consiste en ser y ejercer poder a través de la territorialidad, la gobernabilidad y la autodeterminación. La autonomía implica el control territorial vertical y horizontal (una geopolítica propia del suelo y el subsuelo), un gobierno propio, una jurisdicción propia, autodeterminación ambiental y soberanía alimentaria. Asimismo, el territorio es la fuente de demandas de reconocimiento de derechos de sujetos colectivos, como propiedad y uso, y da sentido a acciones de resistencia basadas en su defensa […]. En síntesis, en estos territorios se plantea la continuidad de propuestas propias y la generación de alternativas al desarrollo, lo que conlleva a [sic] una crítica a la relación destructiva de la naturaleza instaurada por los extractivismos, e implica desde buscar opciones en la responsabilidad individual y colectiva, repensar las dinámicas económicas globales-nacionales-locales del capitalismo y del Estado, hasta retomar los principios de relacionamiento con el entorno de los pobladores locales, todo ligado a una defensa para la permanencia en un territorio (Ulloa, 2015b: 42).
Lo anterior nos lleva a examinar cómo las dinámicas ambientales y extractivas en el siglo XXI interpelan a los procesos globales en torno a las discusiones del Antropoceno y el Capitaloceno, para pensar si tiene pertinencia proponer o discutir la pregunta: ¿estamos en la época del Antropoceno o del Capitaloceno en Latinoamérica?
Para reponder, hay que contextualizar históricamente tanto los procesos extractivistas y las implicaciones políticas, ambientales, sociales y culturales de las políticas globales del cambio climático, como el papel que tiene la producción académica de las ciencias sociales y humanas anglo y eurocéntricas en las propuestas y replanteamientos de estos temas, así como el diálogo o desconocimiento que tienen con y sobre el contexto latinoamericano.
Latinoamérica está inmersa en conflictos, violencias, apropiaciones, acaparamientos y despojos de sus territorios y naturalezas por los procesos transnacionales económicos ligados a cadenas de valorización y consumo global. Sin embargo, hay que reconocer que hay propuestas alternativas presentes en luchas y demandas de los pueblos indígenas, afrodescendientes, campesinos y de algunos pobladores urbanos, con un posicionamiento político y simbólico, que incluyen discusiones en torno a conocimientos y problemas ambientales y culturales en contextos locales, nacionales y transnacionales.
También hay que identificar cuáles son sus propuestas y estrategias frente a las transformaciones ambientales y climáticas, que se han centrado en evidenciar sus concepciones territoriales y de lo no humano a partir de prácticas y conocimientos situados históricamente y en lugares específicos, las cuales replantean las relaciones de poder y las desigualdades, y ofrecen una propuesta a partir de “ontologías relacionales”, en las que los no humanos son seres vivos con capacidad de acción política. Estas propuestas y alternativas abren espacios a otras maneras de producir conocimientos e inciden en los debates nacionales y globales sobre el Antropoceno y el Capitaloceno.