Introducción
El presente trabajo se propone analizar la construcción y articulación de la hegemonía menemista en la Argentina de los años 90, centrándose en las interpelaciones y estrategias discursivas del presidente Menem dirigidas a legitimar las reformas promercado y crear confianza política en los núcleos dominantes del empresariado local y del establishment internacional. Aunque una multiplicidad de estudios analizó la relación política entre el Estado y los grandes empresarios locales e internacionales, la mayoría de ellos colocó el eje en las vinculaciones instrumentales, ligadas a la aplicación de las reformas estructurales.1 En ese marco, el aspecto ideológico ha sido mucho menos explorado, sobre todo en lo que se refiere al papel central de las interpelaciones discursivas en la construcción de la hegemonía.2 En particular, observamos una ausencia de investigaciones que, partiendo desde las herramientas de la teoría de la hegemonía de Ernesto Laclau, analicen el juego de interpelaciones presidenciales dirigidas a construir y legitimar el nuevo orden frente a los núcleos del establishment económico local e internacional.3
El siguiente trabajo, inscripto en el marco de una investigación más amplia sobre la construcción de la hegemonía menemista entre 1988 y 1995, se propone cubrir este hueco en la bibliografía especializada, tomando como referencia central a la principal figura y símbolo del periodo: el presidente Carlos Menem. Se busca responder a las siguientes interrogantes: ¿qué interpelaciones construyó Menem para legitimar el nuevo rumbo y obtener (y mantener en el tiempo) credibilidad y confianza dentro del campo empresarial local y en el establishment internacional? En segundo término, ¿cómo legitimó el presidente la aplicación de las reformas neoliberales y la implementación de la ley de convertibilidad? En ese sentido, ¿qué papel asumió la paridad cambiaria del uno a uno en la construcción de la hegemonía menemista? Finalmente, ¿qué aspectos extralingüísticos del discurso condicionaron este proceso, y cómo fueron empleados por Menem para relegitimar las reformas y disciplinar políticamente al establishment?
La hipótesis central afirma que, en el marco de una pluralidad de demandas heterogéneas, Menem llevó a cabo una estrategia interpelativa dual frente a las fracciones del campo empresarial y del establishment internacional para construir y mantener en el tiempo la confianza y promover su disciplinamiento social. Por un lado, realizó una interpelación hacia los sectores neoliberales (grandes agroexportadores, sector financiero local y acreedores externos), destinada a convencerlos que iba a implementar, mantener y perpetuar en el tiempo las reformas y ajustes neoliberales, sin ceder en el rumbo ortodoxo. Por el otro, efectuó una serie de interpelaciones diferenciales frente a los grandes empresarios ligados directamente a la intervención pública del Estado, quienes presentaban una postura promercado, pero sin asumir de forma plena los lineamientos neoliberales (medianos y grandes industriales vinculados a las políticas de subsidios y proteccionismo del mercado interno, contratistas y proveedores del Estado). Frente a estos sectores, el presidente debía convencerlos que abandonaran sus vínculos corporativos con el Estado, adoptando las ideas neoliberales y la estrategia de inserción aperturista y desreguladora.
La hipótesis secundaria sostiene que esta estrategia de interpelación doble, dirigida en el primer caso a generar y afianzar vínculos políticos sobre la permanencia inflexible de las reformas y ajustes neoliberales, y en el segundo caso a generar cambios en las identidades sedimentadas, asumió dos fases históricas, consolidándose a partir de 1991, en el marco de una serie de transformaciones no meramente lingüísticas que legitimaron dialécticamente al discurso menemista y mostraron indirectamente su éxito interpelativo.
2. Perspectiva teórico-metodológica
La presente investigación se basa en las contribuciones de la teoría del discurso y de la hegemonía de Ernesto Laclau. Desde esta perspectiva, el discurso asume un papel central, ya que construye, de forma relacional, histórica y contingente, aquello que definimos como la realidad social. En palabras del pensador argentino, "todo objeto se constituye como objeto de discurso, en la medida en que ningún objeto se da al margen de toda superficie discursiva" (Laclau y Mouffe, 1987, p. 145). A partir de esta "sobredeterminación" del orden significante, se incorpora una visión ampliada del discurso, que "incluye dentro de sí a lo lingüístico y lo extralingüístico" (Laclau, 1993, p. 114). Desde esta base, Laclau (2002, p. 1) destaca que el discurso no se limita a lo escrito o hablado, sino que abarca toda acción portadora de sentido.
Desde la perspectiva laclausiana, el discurso debe ser entendido como una "práctica articulatoria" que constituye, organiza y permite modificar las identidades sociales como producto de dicha práctica (Laclau, 1993, p. 251; Laclau y Mouffe, 1987, pp. 133, 142-143). De esta forma, el discurso es capaz de crear, pero también de reformular las identidades, asumiendo una función que definimos como transformativa. Existen, sin embargo, prácticas pretéritas, creencias sociales y formas institucionales "parcialmente sedimentadas y objetivadas" (Aboy Carlés, 2001, p. 42), que presentan una "estructuración relativa" (Laclau, 1993, p. 59) y condicionan la eficacia performativa de las interpelaciones.4 Además, toda estructura está penetrada por un "exterior discursivo" que "la deforma y le impide suturarse plenamente" (Laclau y Mouffe, 1987, p. 150), de manera que lo social se encuentra atravesado por antagonismos constitutivos y por una dimensión de "dislocación estructural" (Laclau, 1993; Laclau, 2005, p. 152).
Desde la perspectiva de Laclau, lo social se constituye como una lucha hegemónica por fijar los significados legítimos, sin que exista un fundamento último ni un cierre universal de la estructura. Sin embargo, existen determinados significantes vacíos que logran universalizar de forma precaria y contingente la particularidad inherente de todo significante y constituir un determinado orden comunitario. La operación hegemónica consiste, precisamente, en el desplazamiento metonímico de determinados significantes que se vacían de forma tendencial para encarnar, simbólicamente, ese espacio comunitario ausente (Laclau, 1996, pp. 69 y ss.; Laclau, 2005).
Uno de los principales problemas de la teoría de Laclau es que carece de referencias metodológicas para analizar la hegemonía desde la dinámica política (Balsa, 2011). Partiendo de la pregunta-problema sobre las estrategias interpelativas dirigidas a la construcción política de la confianza, y asumiendo la dinámica de interacción social de toda hegemonía y la creciente "complejización" y "fragmentación de posiciones" en los agentes sociales del capitalismo actual (Laclau y Mouffe, 1987, p. 123), en este trabajo proponemos incorporar una serie de referencias metodológicas para contribuir al análisis empírico de la hegemonía. En primer lugar, situándonos en la dimensión de la producción de la hegemonía, retomaremos el concepto de interpelaciones que emplea Laclau en Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo, asociado a la generación de nuevas formas de "identificación" social (Laclau, 1993, p. 221), aunque profundizando en la relativa autonomía de los agentes. A partir de allí, destacaremos la existencia de determinados referentes políticos que asumen un papel privilegiado para edificar interpelaciones potencialmente eficaces en la construcción de la hegemonía.
Colocaremos el eje en la figura del presidente Menem, debido a la centralidad que ocupó durante la década de los 90 en la Argentina.5 Con base en esta decisión metodológica, examinaremos las interpelaciones presidenciales destinadas a generar certezas en los núcleos del empresariado local y del establishment internacional, que procuraban convencerlos de transformar sus ideas (parcialmente) sedimentadas, crear y mantener la confianza en el Gobierno, y disciplinarlos al nuevo rumbo. De tal manera que, para analizar los vínculos político-ideológicos entre el menemismo y el establishment, haremos énfasis en la relevancia clave de la dimensión "articulatoria" de la hegemonía (Laclau y Mouffe, 1987, p. 133), en menoscabo de la dimensión "antagónica".6
La segunda operación consistirá en realizar una distinción analítica entre los aspectos textuales y los no estrictamente textuales del discurso. Para ello, retomamos una distinción analítica que hemos hallado en la propia teoría de Laclau entre los aspectos lingüísticos y los extralingüísticos del discurso, cuando indica que:
Toda distinción entre lo que usualmente se denominan aspectos lingüísticos y prácticos (de acción) de una práctica social, o bien son distinciones incorrectas, o bien deben tener lugar como diferenciaciones internas a la producción social de sentido, que se estructura bajo la forma de totalidades discursivas (Laclau y Mouffe, 1987, p. 145 -las cursivas son nuestras).
Como se puede observar, en esta cita Laclau habilita a distinguir "internamente" entre los elementos lingüísticos y no lingüísticos (acciones y prácticas sociales), sin dejar de considerar que se trata de dos aspectos correspondientes a una misma totalidad discursiva. Esta distinción operativa resulta central cuando pretendemos desplazarnos a la dinámica política, donde podemos observar que los aspectos lingüísticos y las prácticas discursivas (no meramente lingüísticas) interactúan entre sí, sin perder su relativa autonomía. A ello agregamos que, a partir de esta dinámica de interacción compleja, el analista del discurso puede acceder a indicios indirectos del impacto hegemónico.7 Decimos, entonces, que:
Resulta posible distinguir analíticamente entre el plano lingüístico y el plano no meramente lingüístico del discurso (plano que, a su vez, presenta diferentes niveles, como las prácticas sociales, las políticas públicas y los hechos físicos y biológicos).
Estos dos planos discursivos, con sus diferentes niveles, interactúan entre sí de una forma dialéctica en todo proceso político, siendo analizables a través de sus formas de construcción significantes.
El análisis de la relación dialéctica entre estos planos y niveles discursivos, desde la dinámica histórico-política, permite examinar el éxito performativo, o bien los límites interpelativos, de la hegemonía.8
En relación al recorte del corpus, analizaremos el conjunto de los discursos oficiales de Menem durante el periodo 1989-1993, concentrándonos en la etapa de construcción y sedimentación de la hegemonía menemista.
3. La doble estrategia interpelatoria de Menem frente al establishment local e internacional
En el momento de asumir el poder, en julio de 1989, Menem debía hacer frente a una triple crisis de legitimidad, que incluía una desconfianza del establishment en la moneda nacional, en su discurso ambiguo y contradictorio y en la historia de su propio partido, asociado al distribucionismo y el populismo. Frente a la existencia de una pluralidad de reclamos de certezas y certidumbres por parte del sector privado, el presidente electo debía generar confianza en los grandes empresarios locales y en los financistas internacionales, aplacando el uso de los habituales vetos políticos (aumento de precios, restricciones a la inversión, fuga de capitales), que habían conducido a la hiperinflación del primer semestre de 1989. Ello condujo a Menem a asumir, frente a estos sectores, una doble estrategia interpelativa:
Las interpelaciones hacia los sectores neoliberales: una porción mayoritaria de los núcleos del establishment, entre ellos los grandes agroexportadores, el sector financiero y los acreedores externos, asumían a finales de los ochenta un discurso neoliberal, que sentía pánico por el posible retorno de las ideas movimientistas y mercadointernistas del peronismo histórico. Este temor no era injustificado, teniendo en cuenta la tradición benefactora del peronismo, el discurso ambiguo de Menem de finales de los años ochenta y su alianza política con el sindicalismo de tradición nacional-popular y movimientista. En ese marco, el presidente debía construir la confianza en torno a su persona, el modelo económico y la moneda nacional. Pese a que el presidente hizo todo lo posible para ganarse la confianza del establishment, colocando al grupo Bunge y Born a cargo de la economía (julio de 1989) y sancionando las leyes de Emergencia Económica y reforma del Estado (agosto y septiembre), este temor no se vio aplacado de forma instantánea. En ese sentido, Menem debió realizar un arduo trabajo para crear, y luego conservar en el tiempo, la confianza construida, evitando el temor a los retrocesos en el rumbo tomado y garantizando su indeclinable profundización.
Las interpelaciones frente a los empresarios no neoliberales: una estrategia interpelativa diferencial se dirigía hacia aquellos grandes empresarios ligados directamente a la intervención pública del Estado, quienes presentaban una postura promercado, pero sin asumir de forma plena los lineamientos neoliberales. Una porción de estos empresarios vinculados a la producción industrial presentaba, a finales de los años ochenta, discursos con fuertes componentes desarrollistas (Viguera, 2000). Frente a estos sectores, las interpelaciones presidenciales se dirigían a convencerlos de abandonar su refugio como contratistas o proveedores del Estado y, por lo tanto, como principales destinatarios de los subsidios, sobreprecios, regímenes de promoción industrial y exenciones impositivas. Al mismo tiempo, el presidente los instaba a realizar la modernización de sus prácticas, adaptándolas a los nuevos tiempos, asumiendo las ideas neoliberales y la estrategia de inserción al nuevo orden internacional. Ello implicaba la necesidad de dejar de lado las críticas a las políticas de liberalización comercial, dominantes en los discursos de finales de los años ochenta, para aceptar las reformas aperturistas y el objetivo macroeconómico estabilizador.
Se trataba, por lo tanto, de una estrategia de interpelación dual, que debía generar y afianzar vínculos políticos, en el primer caso, y transformar las identidades sedimentadas, en el segundo. Ello requería una primera estrategia dirigida a ganarse la confianza de los núcleos neoliberales sobre el avance y perpetuación inflexible de las reformas promercado, y una segunda (y más ardua) estrategia, frente a los empresarios no neoliberales, que debía convencerlos para que realizaran el cambio de mentalidad hacia la modernización. A continuación, examinaremos estas estrategias interpelativas, lo que nos permitirá delimitar dos fases históricas del proceso de construcción hegemónica del orden neoliberal, con sus propias especificidades.
4. Las estrategias discursivas y el fracaso interpelativo de la primera etapa (1989-1991)
En el momento en el que Menem asumió el poder, existía una fuerte crisis de legitimidad política que el dirigente peronista debía sortear. Para ganarse la confianza de los núcleos ortodoxos, el presidente adoptó un discurso neoliberal, en el que el principal destinatario de las críticas era el Estado interventor, asociado a los subsidios irracionales, las regulaciones excesivas, el gasto público improductivo, la ineficiencia en la prestación de los servicios públicos, las trabas de la burocracia y el déficit fiscal. Frente a estos males, se trataba de concluir con los monopolios y la habitual sobreprotección del Estado:
Todos conocemos que los servicios estatales son caros e ineficientes. Que la iniciativa privada se encuentra agobiada por regulaciones excesivas y continuamente cambiantes, que la incapacidad burocrática impone trabas durísimas y que el déficit fiscal crea gravámenes intolerables. Como ustedes saben, el Gobierno se ha comprometido a fondo en la eliminación de estos males [...]. Basta a los monopolios y a los subsidios irracionales. Basta a la trabazón burocrática y al gasto público improductivo. Basta a la sobreprotección y a la ineficacia. Basta al intervencionismo estatal y a la complicidad de la incompetencia privada. Basta a la evasión y a la presión fiscal esterilizante (Menem, 1989b, pp. 48-50).
Para legitimar este discurso, el presidente hacía mención del recuento de las políticas neoliberales que iba aplicando, un proceso que se inició con la sanción de las leyes de Emergencia Económica y reforma del Estado. Al mismo tiempo, buscaba potenciar la confianza, destacando que el rumbo general era "irrenunciable" y que el camino seguido no tendría marcha atrás (Menem, 1991b, pp. 67-68). En ese marco, el camino de las transformaciones, metaforizado como una cirugía mayor sin anestesia, no iba a permitir ningún tipo de claudicaciones, ya que se jugaba el destino de la Argentina:
Todas estas transformaciones están marcando a sangre y fuego el cambio que nos hemos impuesto desde el principio. Yo dije "cirugía mayor sin anestesia"; lo estamos haciendo, y no vamos a cesar en nuestro empeño hasta que demos cumplimiento al objetivo que nos hemos trazado [...]. Por eso estamos trabajando de esta forma, sin ningún tipo de claudicaciones, sin bajar los brazos, sin desfallecer, firmes, seguros, reflexivos, serenos. De lo que hagamos depende la suerte y el futuro de la República Argentina (Menem, 1991a, pp. 18-19).
En relación a los grandes empresarios cuyos discursos eran más ambiguos, y que no dudaban en apelar a la intervención pragmática del Estado para obtener concesiones y resguardarse de la competencia internacional, Menem empleaba un discurso diferencial. A estos sectores, como a aquellos trabajadores y sindicalistas vinculados al Estado social, el presidente los instaba a realizar un cambio de mentalidad, que vinculaba al abandono de las ideas proteccionistas y a la aceptación de las reformas neoliberales y la integración a los beneficios del nuevo orden internacional. Se trataba, en efecto, de abandonar las "mentalidades exclusivamente ideologizadas, incapaces de comprender los inmensos cambios que se registran actualmente en todo el mundo" (Menem, 1989b, p. 132). Ello implicaba, en el marco de la economía de emergencia en la que accedió al poder, asumir un esfuerzo social, reconociendo la necesidad ineludible de reformar el Estado. Este realismo político se asociaba a los frutos que iban a poder observarse a futuro. El empleo de la metáfora de la cirugía mayor sin anestesia, en la que la economía era entendida como un cuerpo enfermo al que se debía curar, sintetiza esta estrategia enunciativa tendiente a legitimar el ajuste en la economía:
Sería un hipócrita si lo negara. Esta economía de emergencia va a vivir una primera instancia de ajuste. De ajuste duro. De ajuste costoso. De ajuste severo [...]. Una cirugía mayor que va a extirpar de raíz males que son ancestrales e intolerables (Menem, 1989a, pp. 17-18).
Junto a esta estrategia discursiva, Menem señalaba que no había alternativas válidas a las reformas, a no ser que se deseara el regreso de la hiperinflación y el caos económico y social. En ese marco, planteaba una disyuntiva frente a un pasado negativizado, que dejaba poco margen de opción:
Si quieren el cambio tendrán que seguir por este camino. Si quieren volver a la época de la decadencia, la frustración, el estancamiento, la involución y la corrupción, elegirán entonces otro camino (Menem, 1991b, p. 18).
En otros casos, el presidente vinculaba a las reformas neoliberales con la inevitabilidad del fenómeno de la globalización, destacando que "nuestros países, individualmente, no pueden modificar ni un ápice de la realidad política económica mundial, aunque esta nos afecta profundamente" (Menem, 1990, s/p). En ese marco, aquellos sectores que seguían defendiendo el mercadointernismo eran catalogados como los nostálgicos que seguían anclados en ideas viejas, anacrónicas y perimidas, los mismos que habían sido superados por los avatares de la historia (Menem, 1991g, p. 95).
Finalmente, el presidente acentuaba la inflexibilidad general sobre el rumbo tomado, planteando una disyunción binaria entre apoyar las reformas o situarse en la vereda de enfrente, porque a los tibios los vomita Dios. Sin embargo, esta inflexibilidad verbal no implicaba la construcción de un antagonismo personalizado frente a algún sector del establishment, como había ocurrido con la oligarquía terrateniente durante el primer Gobierno de Perón. En cambio, Menem instaba al conjunto del empresariado para que dejara de lado sus históricas diferencias y se sumara al proceso de transformación del Estado.
Pese a los esfuerzos del Gobierno, la inicial alianza con los grupos empresariales diversificados (Plan Bunge y Born) concluyó en la hiperinflación de finales de 1989, señal de la falta de confianza de los agentes remarcadores de precios. Del mismo modo, la estrategia de disciplinamiento por la vía monetarista ortodoxa y el aperturismo extremo de 1990 (Plan Erman) produciría una segunda recaída inflacionaria, como símbolo de la permanencia de la desconfianza en el discurso menemista, la moneda y la marcha general de la economía.9
5. La implementación de la ley de convertibilidad y la articulación de la hegemonía menemista
Tras el fracaso de los planes anteriores, Menem debía generar señales más fuertes sobre la permanencia de las nuevas "reglas de juego" para los núcleos neoliberales y potenciar las interpelaciones y estrategias para lograr la modernización del empresariado resistente, ligado a los ámbitos privilegiados de acumulación favorecidos por el accionar público del Estado (Castellani y Gaggero, 2011).
En ese marco, la segunda hiperinflación que se desató a finales de 1990, que concluyó en la designación de Domingo Cavallo como ministro de Economía, y la instauración de la ley de convertibilidad, el 1 de abril de 1991, marcarían un antes y un después. La sanción de la ley impuso nuevos condicionamientos institucionales que restringían las prácticas sedimentadas de los actores políticos clave (empresarios y sindicalistas), ya que impedía indexar precios y alquileres y prohibía al Banco Central la emisión monetaria sin el respaldo equivalente de reservas en oro y divisas. Sin embargo, sabemos que, desde la teoría del discurso de Laclau, los aspectos institucionales sólo adquieren significación desde su construcción simbólica. Además, en el momento en que se sancionó la paridad cambiaria, existía una pluralidad de demandas privilegiadas que se mantenían insatisfechas y que no se vinculaban a la propuesta del Gobierno de equiparar la moneda nacional al dólar. Entre ellas, estaban las críticas de una porción del empresariado industrial a la apertura comercial importadora y las demandas de los núcleos neoliberales para sancionar las reformas estructurales pendientes y abonar la deuda externa, que continuaba en moratoria de hecho desde 1988.
En ese contexto, la articulación entre la convertibilidad, la estabilidad y las reformas neoliberales no era un dato objetivo de la estructura, sino que debía construirse políticamente. Las certezas sobre la profundización a futuro del nuevo rumbo para los núcleos neoliberales tampoco estaban claras, en el contexto de la pata sindical y popular que Menem debía integrar al esquema para obtener legitimidad social. En esas circunstancias, ¿qué estrategias edificó el discurso menemista para legitimar la paridad cambiaria, articularla a las reformas neoliberales y reforzar la confianza en el empresariado, logrando su disciplinamiento social al nuevo orden?
5. 1. El uno a uno y la construcción de un marco de previsibilidad, certezas y confianza para el sector privado
Desde el discurso del presidente, la convertibilidad había sido sancionada, con acuerdo del Parlamento, con el objeto de lograr la ansiada estabilidad. En ese contexto, frente a la sedimentada desconfianza del empresariado sobre la moneda nacional y el futuro del país, expresada en las habituales demandas de certezas, la sanción formal de la convertibilidad instalaba "reglas de juego" que garantizaban seguridad jurídica y estabilidad política al sector privado:
Estamos instalando reglas de juego que otorgan seguridad jurídica, libre iniciativa privada y un marco de estabilidad política para crecer y terminar con el fantasma de la hiperinflación. En este sentido, y con la participación institucional de nuestro Parlamento, pusimos en marcha la ley de convertibilidad de nuestra moneda (Menem, 1991b, p. 167).
Se trataba, de acuerdo con Menem, de la institucionalización de "reglas de juego" que eran "[...] claras [...] transparentes [...] previsibles [...] seguras [e] inéditas en su magnitud, alcance y perdurabilidad" (Menem, 1992e, p. 109). La firmeza de estas nuevas "reglas de juego" para el mercado no tenía antecedentes históricos:
Eliminamos prebendas, privilegios, lobbies y clientelismos estatales [...]. Abrimos racionalmente nuestra economía. Ofrecemos serias posibilidades de inversión. Diseñamos, en síntesis, nuevas reglas de juego. Son reglas de juego que nadie se había atrevido antes a poner en práctica con tanta firmeza y con tanta integralidad (Menem, 1992d, p. 75).
Bajo una "[...] economía de reglas claras, generales, automáticas, lo más inamovibles posibles" (Menem, 1992d, p. 75), las preocupaciones o incertidumbres sobre el futuro debían olvidarse, ya que las "reglas de juego" habían sido modificadas para siempre, garantizando certezas y previsibilidad para el sector privado:
Esta etapa se afirma con la estabilidad y se proyecta hacia el futuro con la certeza del éxito [...]. Nuestra certeza se afirma en un elemento imprescindible del cual habíamos carecido durante muchos años: la previsibilidad. Con previsibilidad, le hemos abierto las puertas a un genuino mercado libre, en el cual aumenta el volumen y el ritmo de las inversiones (Menem, 1991k, p. 205).
La convertibilidad promovía, en ese sentido, la restauración de la "confianza" y la "seguridad jurídica" en el sector privado (Menem, 1991b, p. 69). Ello, a su vez, fomentaba un incremento de las inversiones, el crecimiento económico y la eliminación definitiva del "fantasma de la hiperinflación" (Menem, 1993a, pp. 43-44). La "seguridad jurídica" se expresaba, finalmente, en la presencia de un Banco Central que "respalda el 100% de la base monetaria con reserva de divisas y oro" (Menem, 1993, pp. 43-44).
5. 2. La articulación orgánica entre la convertibilidad, la estabilidad y las reformas estructurales
Junto a la incorporación de un marco de certezas y previsibilidad para el capital privado, Menem articulaba la convertibilidad con la estabilidad monetaria. En ese contexto, enfatizaba el papel clave de su liderazgo en la conducción del logro histórico de la estabilidad de los precios, el aumento de la recaudación y la recuperación del valor real de la moneda nacional:
Este presidente nos ha llevado a la conquista de algo que parecía casi imposible para esta Argentina: la estabilidad económica. En este país aparentemente agotado en marchas y contramarchas, de ineptitud funcionarial, de inmoralidad administrativa, la estabilidad constituye un logro histórico. Así, derrotamos la hiperinflación y tomamos por las astas un Estado herrumb[r]oso para transformarlo eficientemente. Las arcas vacías comenzaron a llenarse con la recaudación fiscal. La moneda empezó a tener valor real, luego de años de haber sido papel de colores. En definitiva, resucitamos un país que parecía condenado al olvido de los que viven dentro y fuera de él (Menem, 1991i, p. 159).
Estos cambios se materializaban y objetivaban en el nivel de reservas en poder del Banco Central, señal inequívoca de "revalorización de la moneda nacional" y de "consolidación" de la "estabilidad" económica (Menem, 1991e, pp. 180-181). En ese contexto, el éxito estabilizador de la convertibilidad reforzaba la frontera política frente al caos hiperinflacionario y la desconfianza en la moneda nacional de 1989:
Piensen cómo estábamos en 1989 y cómo está actualmente la República Argentina. No teníamos moneda y ahora tenemos una moneda fuerte; no había estabilidad y ahora hay estabilidad; no había posibilidad de cambiar un peso en el resto del mundo, porque no había confiabilidad en Argentina, y ahora, en cambio, nuestra moneda se cotiza en algunas partes del mundo, y aquí esa moneda que circula tiene un respaldo total y absoluto en oro y divisas, cosa que no ocurría en 1989, cuando heredamos el Banco Central (Menem, 1993b, p. 71).
A su vez, la convertibilidad era vinculada por Menem a la inauguración de una nueva y decisiva etapa de su Gobierno, que garantizaba un marco institucional a las reformas, potenciando el acceso al crédito, recomponiendo los salarios y la expansión productiva y concluyendo con las oportunidades de especulación:
Hemos puesto en marcha el Plan de Convertibilidad, que inaugura una nueva y decisiva etapa de nuestra administración [...]. A pesar de los innumerables vaivenes políticos, estamos otorgándole un marco institucional a las reformas de fondo de nuestro país [...]. Estamos estabilizando la economía. Estamos eliminando la causa más cruel y salvaje de injusticia social, que residió en el impuesto inflacionario, pagado por los sectores más humildes. Ha renacido el crédito en la Argentina. Han bajado las tasas de interés a niveles internacionales. Comenzamos a recomponer los salarios de una manera paulatina en términos reales. Generamos condiciones para que se incremente la creación de nuevos puestos de trabajo, a través de la removilización de nuestro aparato productivo. Se han terminado las oportunidades de especulación de los actores económicos (Menem, 1991c, pp. 107-108).
La estabilidad, en ese sentido, se hacía intercambiable con la convertibilidad, en tanto la convertibilidad había garantizado la estabilidad, y la estabilidad sólo podía salvaguardarse con la permanencia de la paridad fija. Pero además, la estabilidad de la moneda se encadenaba a las reformas neoliberales, de manera tal que sólo podía mantenerse en pie la estabilización si se profundizaban la apertura comercial, la desregulación, las privatizaciones y la demorada flexibilización del mercado laboral. En ese contexto, las privatizaciones resultaban cruciales para acumular reservas, consolidar el valor de la moneda y mantener la convertibilidad:
Las privatizaciones que hemos llevado a cabo en menos de dos años de gobierno [...] han transformado al país en forma espectacular, [lo] que no estaba en los cálculos de nadie, pero sin embargo [sic], se han convertido en una verdadera realidad. Una transformación que nos ha permitido, por ejemplo, acumular divisas o reservas en un Banco Central que recibimos prácticamente al borde de la quiebra, con sesenta o cien millones de dólares, y actualmente estamos superando los 5 000 millones de dólares de reservas, dándole una seguridad al habitante argentino en lo que hace a la tenencia de australes, porque esas reservas están evidentemente dando un resguardo necesario a nuestra moneda, revalorizando nuestra moneda, sin ningún tipo de dudas en lo que hace a la convertibilidad de la misma, en base a [sic] la ley de convertibilidad que ya todo el mundo conoce (Menem, 1991e, pp. 180-181).
En 1992, además, se llevó a cabo una reforma institucional de la carta orgánica del Banco Central, que suprimió la garantía oficial de los depósitos y fijó límites estrechos para que la autoridad monetaria pudiera comprar bonos públicos y prestarlos a los bancos comerciales. A su vez, la reforma del artículo 3° fijó como prioridad de la entidad el resguardo de la estabilidad monetaria, reforzando la institucionalización del nuevo rumbo (Gambina, 2001, pp. 195-196). Desde el discurso de Menem, estas reformas se articulaban en el mismo esquema del Plan de Convertibilidad y se encadenaban a la creación de un "marco institucional estable [...] [para el] sector privado" (Menem, 1992g, p. 15) y a la creación de un "país previsible" y "confiable", en el que "no hay nada librado al azar" (Menem, 1993f, p. 280). De esta manera, el presidente brindaba una respuesta a las demandas centrales del empresariado local e internacional sobre la necesidad de contar con un marco de previsibilidad para promover las inversiones.
5. 3. El discurso pacifista y evolucionista de la inserción al orden mundial y la modernización
Menem legitimaba el encadenamiento de la estabilidad monetaria y las reformas estructurales apelando a una serie de significantes que remitían a un imaginario liberal y evolucionista, vinculado al fenómeno de la mundialización comercial y financiera, conocido como "globalización". Ya desde su asunción al poder, en un contexto de revolución tecnológica y de las telecomunicaciones, el presidente enarbolaba un discurso a favor de la inserción acrítica a lo que definía como la aldea global o la comunidad internacional.
Esta necesidad de incorporarse al nuevo orden internacional era asociada a la presencia de un orden pacífico, que sólo podía implicar beneficios y avances para la sociedad y para el país. En ese marco, lejos de hacer mención a los problemas vinculados a la desigualdad estructural de poder y los límites para competir con el desarrollo tecnológico, científico e industrial de las potencias mundiales y sus políticas proteccionistas, la globalización era encadenada a una desaparición de las fronteras divisorias entre los países y al fin de los viejos y anacrónicos nacionalismos, lo que obligaba a evolucionar y adaptarse a los nuevos tiempos, basados en una mayor interdependencia comercial y en la integración pacífica y solidaria a la sociedad planetaria. Mediante la inserción pacífica a la aldea global se lograría acceder a los beneficios del nuevo mundo de transformaciones y progreso:10
Vivimos en nuestra región una etapa de cambios profundos, que progresa al compás de las grandes transformaciones que se están registrando en el mundo. En un mundo cada vez más interdependiente, más pequeño, que avanza inevitablemente hacia una sociedad planetaria. En ese mundo distinto, habrá cada vez menos espacio para los viejos nacionalismos, cada día más anacrónicos en su concepción estática de la historia (Menem, 1989b, pp. 110-111).
En ese marco, los cambios en el nivel de apertura comercial de marzo de 1991, que delimitaron tres niveles diferenciales para los productos importados,11 eran legitimados por el presidente en la necesidad de abrirse y liberarse de las trabas del Estado y, al mismo tiempo, acelerar la integración e inserción a los nuevos cambios mundiales:
Estamos abriendo y destrabando la economía, mediante una decisión política que también constituye un camino de integración y de inserción internacional [...]. (Esto implica) acelerar nuestro proyecto de incorporación a los cambios mundiales (Menem, 1991d, pp. 166-167).
Finalmente, la articulación equivalencial entre la estabilidad, las reformas neoliberales y la inserción al mundo se encadenaba a valores positivizados que remitían a imaginarios evolucionistas ligados a la modernización, el crecimiento, el desarrollo y el progreso. En esas circunstancias, potenciadas por la participación en las misiones de paz encomendadas por la ONU y el respaldo de referentes del establishment internacional, la Argentina, bajo la conducción firme de Menem, recuperaba su histórico protagonismo como un país potencia, que era reconocido por el mundo entero como un ejemplo en la implementación exitosa de las reformas de mercado:
Argentina es un país que se ha estabilizado; Argentina es un país donde rige una ley de convertibilidad que se cumple. En este momento, si ustedes quieren guardar un peso en la República Argentina, lo pueden guardar por dos o tres años y tengan la seguridad que transcurridos esos años, va a tener el mismo valor. Estos son los resultados que hemos conseguido, desde una conducción política firme, con mucho coraje, una economía totalmente ordenada, en desarrollo, en crecimiento y con proyección hacia lo internacional (Menem, 1993c, pp. 398-399).
¿Qué es lo que hemos conseguido? [...] Nada más ni nada menos que la estabilidad, el desarrollo, el crecimiento, que han llevado a nuestro país a ser considerado como uno de los ejemplos en el mundo entero (Menem, 1993d, pp. 225-226).
5. 4. La estructuración del discurso menemista desde la teoría de la hegemonía de Laclau
Sistematizando los ejes centrales de este juego de interpelaciones del discurso de Menem, desde la teoría de la hegemonía de Laclau, podemos identificar un amplio encadenamiento equivalencial, una especie de macrocadena, que se estructuraba del siguiente modo:
Convertibilidad ≡ Estabilidad ≡ Reformas estructurales ≡ Estabilidad de precios ≡ Equilibrio fiscal ≡ Reglas claras (≡ certidumbre ≡ previsibilidad ≡ seguridad jurídica) ≡ Inserción e integración al orden internacional (aldea global) ≡ Modernización ≡ Progreso ≡ Futuro ≡ Crecimiento ≡ Desarrollo.
Al mismo tiempo, desde el lado externo de la frontera política, se reforzaba la frontera de exclusión frente a un pasado vinculado a:
Intervención del Estado en la economía ≡ Inflación ≡ Déficit fiscal ≡ Inestabilidad + Economía cerrada ≡ Aislamiento ≡ Atraso ≡ Decadencia ≡ Involución ≡ Estancamiento ≡ Crisis ≡ Caos económico y social.
El éxito estabilizador de la convertibilidad, en ese marco, permitía reforzar la cadena de equivalencias entre las reformas promercado y la estabilidad económica, edificando un núcleo orgánico que condensaba sólidamente a estos significantes nodales de la hegemonía menemista (Fair, 2014).
6. Las estrategias del discurso menemista para reforzar la confianza en el establishment económico
6.1. La concordancia entre los dichos enunciados y los hechos "objetivos" realizados
A partir de la efectiva estabilización económica demediados de 1991, se inició una segunda etapa, que reforzó el éxito de la discursividad menemista. En esta etapa, la principal estrategia de Menem se basó en una apelación al recuento "objetivo" de las políticas públicas implementadas y a los indicadores tangibles de reducción de los índices inflacionarios.12 En ese marco, articulando lo dicho con lo hecho, el presidente se refería a la contundencia de los hechos concretos, lo que le permitía reforzar lo que definimos como la "política de la confianza":
Todos sabemos que las palabras no alcanzan. No alcanzan si no van acompañadas de hechos concretos. Concretísimos. Porque es en los hechos desde donde, entre todos, hemos empezado a probar la más irreversible vocación de cambio. Es en los hechos donde se está dando la transformación argentina (Menem, 1991f, p. 65).
En esta segunda etapa, el discurso menemista contaba con la ventaja de la recuperación fáctica de una serie de indicadores macroeconómicos. Así, bajo una economía que efectivamente se había reactivado, en particular frente a los trágicos indicadores de 1989, el presidente se refería al inédito crecimiento del PIB, al aumento de las inversiones externas, a la modernización tecnológica, al auge del crédito para el sector privado y al boom de consumo popular. También destacaba el incremento del nivel de reservas en poder del Banco Central y el fin de la "bicicleta financiera", señales de la recuperación de la confianza en la moneda nacional.13
Estos indicadores positivos "objetivos" actuaban como un efecto de demostración de la asunción definitiva del nuevo rumbo, al tiempo que dificultaban su crítica política. En ese contexto, el presidente no venía a pedirles a los empresarios que creyeran mágicamente en su palabra, sino a mostrarles los hechos fácticos que se estaban realizando para recrear la credibilidad interna y externa. Acto seguido, se refería al listado de transformaciones promercado de su Gobierno (privatizaciones, desregulación económica, reducción del gasto público, rebaja arancelaria), reformas que eran asumidas como inamovibles e irrenunciables:
No vengo a pedirles que crean mágicamente en Argentina [...]. Vengo, sí, a hablar de aquello que los argentinos estamos haciendo para restablecer nuestra propia confianza. Lo que estamos haciendo para recrear la credibilidad interna y externa [...]. Estamos haciendo de la Argentina un país distinto. Las líneas fundamentales que hemos trazado desde que asumimos la Presidencia, en muy difíciles circunstancias, se han mantenido inamovibles. El rumbo es irrenunciable. No lo he alterado, y tengan la seguridad que no lo haré, en aquello que es básico. Creando las condiciones para que florezcan la competencia y la eficiencia, para que sea racional ahorrar e invertir [...]. Dijimos que íbamos a privatizar empresas públicas y lo estamos haciendo. Valga como ejemplo las privatizaciones de ENTel y de Aerolíneas Argentinas. Dijimos que íbamos a desregular la economía y lo estamos haciendo. Valga como ejemplo la desregulación petrolera. Dijimos que íbamos a reducir el gasto público y lo estamos haciendo. Dijimos que íbamos a abrir la economía y lo estamos haciendo. El primero de este mes de abril se ha producido una rebaja arancelaria que sin duda hace de nuestro país una de las economías más abiertas del mundo (Menem, 1991b, pp. 67-68).
Contrastando con su discurso frágil de 1988, cuando no tenía forma de probar el cambio de rumbo hacia el neoliberalismo, ahora el giro de ciento ochenta grados y las nuevas reglas de juego eran ratificados, pero no a partir de palabras vaciadas de contenido, sino mediante la contundencia de los hechos. De este modo, ya no se trataba de realizar promesas en las que nadie creía, o la apelación a una retórica vacía de contenido, sino que los enunciados eran ratificados cotidianamente con las medidas tomadas:
Vengo a renovar las promesas, las propuestas y las reglas de juego que venimos formulando desde que iniciamos nuestra gestión al frente del Gobierno de la República Argentina para transformar y cambiar la historia de nuestro país [...]. Aquí nada ni nadie nos hará cambiar el rumbo que hemos elegido. Lo estamos ratificando todos los días, y no a partir de palabras o una retórica hipócrita y vacía de contenido: la contundencia de los hechos es nuestra mejor presentación (Menem,1991h, p. 121).
La misma contundencia de los hechos que se podían palpar le permitía a Menem disipar la histórica desconfianza del establishment hacia el peronismo, que dejaba de representar un partido totalmente imprevisible. Esto quedaba demostrado en el giro de ciento ochenta grados, en el sentido contrario de todo lo que se venía haciendo. Desde entonces, su Gobierno había asumido en toda su magnitud el "cambio de actitud interno y externo", condición necesaria para crear "previsibilidad" y "confianza" en el sector privado (Menem, 1992c, p. 68).
En efecto, las históricas políticas antimercado del peronismo no hacían a la Argentina un país creíble para los inversores. En palabras del presidente: "No éramos un país creíble, debo confesarlo: porque éramos latinoamericanos, porque éramos argentinos, y, aún peor, porque éramos peronistas" (Menem, 1992h, p. 41). En ese marco, en una reunión privada con empresarios internacionales, Menem se referiría a la sedimentación de esta fuerte desconfianza del establishment frente a los valores que simbolizaban el peronismo y su propia figura, recordando una visita del año 1988, cuando:
Veía en los rostros de los alemanes [...] una cierta dosis de incredulidad. Decían, lo leía en sus rostros: cómo puede ser que un político de Argentina, que tantas veces nos han defraudado, con promesas que nunca se cumplieron, se pueda expresar de esta manera, prometiendo un cambio en lo que hace a la política, la economía y las relaciones internacionales, y menos aún, siendo un hombre del peronismo, mucho menos; siendo una expresión que antes ponía muy molestos a esos sectores de la comunidad política europea (Menem, 1992g, p. 19).
En cambio, en su última visita, cuatro años después, los hechos tangibles mostraban con certeza el cambio hacia las reglas de juego claras y transparentes, de manera tal que ahora:
Las cosas habían cambiado, se notaba que se aceptaban las expresiones del presidente de la Nación, porque aquello que había prometido en esa ocasión de la primera visita, en parte ya estaba cumplido. Y hoy vengo con la seguridad de que lo que ocurre en la Argentina es una realidad tangible, es un cambio totalmente cierto, y es un cambio en base a [sic] reglas de juego claras y transparentes. Hemos asumido un modelo y hemos puesto en marcha ese modelo, con un rumbo irrenunciable. Este camino que hemos emprendido no tiene retorno (Menem, 1992g, p. 19).
Estos cambios objetivos en las "reglas de juego" confirmaban la asunción de un "giro de ciento ochenta grados" que, como insistía Menem, era "irrenunciable" y no tenía "retorno" (Menem, 1992a, pp. 34; 1992b, p. 48; 1992c, p. 68; 1992f, p. 220; 1992g, p. 19; 1992h, p. 41). La estrategia presidencial, en ese sentido, se centraba en la creación de un marco institucional estable y con reglas de comportamiento conocidas, que garantizaban al sector privado un principio básico de previsibilidad, una certeza tranquilizadora de que, como en la idealización tipificada de la burocracia weberiana (Weber, 1984), se podía invertir racionalmente el capital y desarrollar sin temor los negocios privados.14
6. 2. La inflexibilidad del tipo de cambio fijo y la imposibilidad de devaluar
Junto al recuerdo de las caóticas experiencias hiperinflacionarias del periodo 1989-1991, y el recuento selectivo de los hechos realizados y los indicadores macroeconómicos positivos, Menem asumía un discurso posibilista, que instaba a debatir sobre lo posible, abandonando cualquier retorno a los caminos alternativos, que habían conducido sistemáticamente al fracaso y, por lo tanto, eran inviables:
Podemos discutir largamente acerca de las dificultades de instrumentación y ejecución. Podemos polemizar sobre los pasos dados. Pero también es necesario que establezcamos un consenso sobre la estrategia de fondo. Sobre las líneas directrices, que son las únicas que la Argentina puede encarar hoy con realismo y con posibilidad de éxito. Es necesario que discutamos seriamente y honestamente sobre este modelo de Argentina que estamos proponiendo y llevando adelante para todos los argentinos. Es necesario que discutamos sobre lo posible. Y sobre la construcción de lo posible. Porque cada uno ya ha experimentado en carne propia los supuestos caminos alternativos, que muchas veces aparecen como remedios tan milagrosos como inviables, frente a la presente realidad nacional e internacional (Menem, 1991c, pp. 105-106).
Frente al fracaso de las experiencias estatistas, el rumbo iniciado en 1989 no tenía ninguna posibilidad de "desviaciones", ni mucho menos de "claudicaciones", ya que no sólo era el rumbo "correcto", sino también el "único camino posible para construir una Argentina grande" (Menem, 1991g, p. 95). Debemos recordar que, en el marco del régimen de convertibilidad, una porción importante del sector privado, en particular los grupos económicos, había logrado acceder al crédito financiero y se había endeudado masivamente en dólares (Bisang, 1998). En esas circunstancias, ante el temor a una posible devaluación de la moneda nacional, Menem acentuaba la imposibilidad de modificar el plan económico, incluyendo a la estabilidad y la paridad cambiaria, aspectos que eran definidos como parte de un modelo que era irrenunciable:
Aquellos que están clamando o insisten en la modificación de este modelo deben entender que esta propuesta, este modelo que tiene plena vigencia en la República Argentina, no tiene la posibilidad de ser negociado, es irrenunciable, y vamos a continuar por esta senda, por este camino, hasta que finalice el mandato que me ha encomendado el pueblo argentino (Menem, 1993e, p. 253).
Bajo una economía estabilizada, que le permitía al Gobierno avanzar en las reformas neoliberales pendientes, se potenciaba la legitimidad del discurso menemista sobre la inflexibilidad del tipo de cambio, retrolegitimando la confianza en la estabilidad monetaria y en el propio discurso presidencial.
7. Conclusiones
Realizamos en este trabajo una operacionalización de algunas categorías de la teoría política de Laclau, con el objeto de analizar la dinámica de construcción y articulación de la hegemonía. En primer lugar, destacamos el papel central de las interpelaciones de determinadas figuras políticas clave que asumen un rol performativo privilegiado en la construcción hegemónica. En segundo término, a partir de una cita que hallamos en Hegemonía y estrategia socialista, efectuamos una distinción analítica entre los aspectos lingüísticos y los extralingüísticos, lo que nos permitió resaltar la importancia que adquieren los aspectos no meramente lingüísticos, con sus diferentes niveles, en la construcción hegemónica. Finalmente, nos referimos a la posibilidad de examinar las interacciones ónticas de estos planos y niveles desde la dinámica política, una estrategia metodológica que permite al analista del discurso estudiar la dimensión de la eficacia interpelativa de toda operación hegemónica.
Con base en estas contribuciones, analizamos el juego de interpelaciones y estrategias discursivas del presidente Menem, colocando el eje en la construcción del orden neoliberal frente a los grandes empresarios locales y los núcleos del establishment internacional. Desde su acceso al poder, Menem debía construir la confianza política en el empresariado, que desconfiaba de su discurso, de su partido y de la moneda nacional. En el marco de esta triple crisis de legitimidad, se dedicó a aplicar con premura el programa neoliberal. Sin embargo, con un empresariado que se hallaba fragmentado por una pluralidad de demandas heterogéneas, el presidente llevó a cabo una doble estrategia interpelativa. La primera de ellas, dirigida a los sectores más ortodoxos (agroexportadores, sector financiero local y acreedores externos), quienes promovían la aplicación sistemática de las reformas liberalizadoras y los ajustes macroeconómicos. La segunda, dirigida a transformar las identidades sedimentadas de aquellos grandes empresarios que criticaban al Estado social, pero sin asumir plenamente la ideología neoliberal (empresarios industriales subsidiados, contratistas y proveedores del Estado).
Durante el periodo que se extiende entre julio de 1989 y marzo de 1991, las interpelaciones menemistas a la modernización empresarial y a la necesidad de adaptarse a los nuevos tiempos, así como la política de la confianza para los núcleos más ortodoxos, fueron resistidas por los principales actores de poder. La desconfianza de estos sectores se materializó, a nivel extralingüístico, en el uso de los poderes de veto político (remarcaciones de precios, huidas de refugio hacia el dólar, restricciones a la inversión), lo que se tradujo en el retorno de dos nuevos episodios hiperinflacionarios. A partir de la sanción de la ley de convertibilidad se inició una nueva etapa, en la que el Gobierno logró estabilizar los precios, reactivar la economía y profundizar las reformas neoliberales pendientes. Desde las interpelaciones de Menem, el uno a uno representaba una nueva etapa de la transformación del Estado, que promovía reglas de juego claras y confiables, garantizando un marco de seguridad jurídica y un principio de previsibilidad, certezas y estabilidad política e institucional para el sector privado. La convertibilidad, a su vez, era encadenada a la estabilidad monetaria, las reformas neoliberales y el fenómeno de la globalización, vinculados a un mundo pacífico que sólo podía ofrecer beneficios para el sector privado que se animara a integrarse y modernizarse.
En esta segunda etapa, el discurso menemista logró sortear la triple crisis de legitimidad. Destacamos, en ese sentido, la percepción sedimentada de fracaso de las experiencias de estabilización heterodoxa y los condicionamientos político-institucionales impuestos por la paridad fija, que potenciaron la eficacia de las interpelaciones presidenciales, contribuyendo a generar una mayor confianza y previsibilidad en el empresariado, fortaleciendo la credibilidad en el Gobierno y en la moneda nacional y relegitimando dialécticamente al discurso de Menem sobre la marcha inflexible e irrenunciable del nuevo rumbo. El cambio político-ideológico se tradujo en una transformación en las prácticas sociales sedimentadas de los agentes del mercado, quienes dejaron de remarcar preventivamente los precios, retornaron sus depósitos a los bancos e incrementaron sus decisiones de inversión.
Estas transformaciones mantuvieron en el tiempo la estabilidad económica, promoviendo un retorno del crédito y un aumento de la inversión, lo que fomentó un boom de consumo y modernización tecnológica que generó una mayor confianza en el sector privado, reforzando la estabilización de los precios y promoviendo la reactivación económica. Bajo una economía que estabilizaba los precios y se reactivaba de forma efectiva, el discurso menemista relegitimaba dialécticamente su política de la confianza, lo que le permitía avanzar con las reformas estructurales pendientes y articular al esquema a los trabajadores, quienes dejaban de sufrir la desvalorización salarial del impuesto inflacionario. En esta segunda etapa, además, Menem reforzaba la validez de su estrategia discursiva, ya que podía sumar al recuento de los hechos realizados una selección de indicadores macroeconómicos positivos en términos de estabilización, crecimiento de la inversión, el consumo, el PIB y el nivel de reservas, que adquirían mayor notoriedad al ser confrontados con los trágicos índices de 1989. Finalmente, la efectiva estabilización y modernización, con sus imaginarios de progreso y evolución social, profundizaban la frontera política frente al pasado de caos hiperinflacionario y fiscal, estancamiento e involución, contribuyendo a fortalecer la confianza social en el discurso menemista.
En la etapa de sedimentación del orden neoliberal, se asistía a una economía estabilizada y con una inédita modernización tecnológica, promovida por la sobrevaluación del tipo de cambio y las políticas aperturistas. Bajo la restricción impuesta a una porción importante del sector privado que se había endeudado masivamente en dólares y temía por los efectos regresivos de una posible devaluación, Menem reforzaba su discurso sobre la inflexibilidad del tipo de cambio fijo, posicionándose como garante máximo de la estabilidad y sumando a ello la promesa de no devaluar la moneda, que se convertía en un hecho imposible. Al mismo tiempo, encadenaba la permanencia de la estabilidad a la profundización de las reformas estructurales pendientes y destacaba la imposibilidad de modificar el rumbo neoliberal, o de pensar en posibles alternativas. La eficacia interpelativa de esta política de la confianza se expresaba indirectamente en las prácticas sociales de los agentes del mercado, a partir del no uso de los habituales poderes de veto en términos de remarcación preventiva de precios, desabastecimiento de productos, no liquidación de divisas, retiro masivo de depósitos de los bancos, restricción a la inversión privada o, en el caso de los acreedores, rechazo o postergación de los préstamos financieros. Ello se traducía en la permanencia estable de los precios, señal del éxito de la hegemonía menemista para disciplinar políticamente al establishment.
Las circunstancias histórico-políticas y económicas que se sucedieron a partir de la segunda mitad de los años 90 condujeron a una creciente desarticulación de la hegemonía menemista. De este proceso se fue estructurando un primer paquete de discursos favorable a la profundización de las reformas ortodoxas y la dolarización de la economía, frente a una segunda discursividad que se expresaba a favor de un mayor sesgo productivista y una mejora más explícita en la competitividad del tipo de cambio. Aunque el reclamo de devaluación de la moneda sólo se enunciaba de una forma solapada (Castellani y Scolnick, 2005), hacia finales de la década, en particular con la devaluación de la moneda brasileña (1999), se profundizaría la desconfianza de los actores de poder. Finalmente, la decisión del electo presidente, Fernando De la Rúa (1999-2001), de mantener la paridad cambiaria fija y radicalizar las políticas ortodoxas conduciría a la debacle final del modelo, concluyendo con la restricción forzada de los depósitos de los ahorristas frente a la fuga masiva de capitales ("corralito"), la movilización social del 19 y 20 de diciembre de 2001 y la devaluación y pesificación asimétrica, a comienzos del año siguiente.
Frente al derrumbe de la hegemonía neoliberal, la contingencia del espacio dislocado abría la posibilidad para la emergencia de una pluralidad de construcciones alternativas. Se iniciaría, en ese marco, una nueva disputa ideológica, que conduciría a la emergencia de la figura de Néstor Kirchner y a su meteórico arribo al poder, en mayo de 2003. Frente al proyecto neoliberal y socialmente excluyente de los núcleos concentrados del sector financiero, las empresas privatizadas y los acreedores externos, la balanza se inclinaba hacia la formación productivista nacional. El kirchnerismo, sin embargo, pronto se alejaría del conservadurismo duhaldista para radicalizar una matriz más firmemente nacional-popular, construyendo nuevas alianzas políticas con los organismos de derechos humanos y estructurando, no sin fuertes contratiempos, un modelo de acumulación centrado en el fortalecimiento del papel integrador y regulador del Estado, la defensa de la producción nacional, la protección del mercado interno, la búsqueda del pleno empleo y la inclusión social.