1. Los deslindes necesarios
Como contribución a una semiótica del sujeto presentaré en estas páginas un diagrama complejo que he elaborado poco a poco y a partir de los análisis de los textos que lo fueron requiriendo.1 Este constructo para pensar el sujeto y la subjetividad2 que lo conforma, y que él, a su vez, proyecta, se fue erigiendo en la confluencia de diversas teorías, complementarias entre sí y homologables en la vocación interdisciplinaria de la semiótica.
Pero no se trata en este caso de una gráfica que oficie como símil de una entidad que tuviera existencia en otro lado, en un dominio cognoscitivo, por ejemplo, o en el mundo de la experiencia y que, debido a su carácter inasible, obliga al recurso de un simulacro que le preste visibilidad. Lo anterior sería, entonces, un espacio donde las operaciones de composición se pueden hacer patentes con el fin de otorgar a dicha figura, así como a la instancia que representa, una presencia icónica. Esta breve descripción corresponde a un modelo de representación visual que, como tal, es una abstracción hipotética, la cual está en lugar de otra cosa, de otro fenómeno. Por ejemplo, el modelo constitucional de la significación —sea en su versión de cuadrado semiótico o de esquema tensivo— hace visible la estructura elemental, conjunto de relaciones inaprehensibles que, no obstante, permite pasar de lo informe a la forma del sentido. Las figuras geométricas del modelo, o los modelos, nos permiten decir que tenemos ante la vista una suerte de espejo del sentido articulado, al que podemos, así, describir en su morfología y en su sintaxis. Luego, se nos es dado, a partir de ese utensilio, proyectar en él lo que el discurso manifiesto en los textos va arrojando sobre su propio devenir.
Dicho lo anterior, corroboro que en esta ocasión mi propósito no es trabajar con un modelo, ni creado ya en la teoría para actualizarlo con una nueva reflexión en vista de sus aplicaciones futuras y de su propio enriquecimiento, ni creado ex profeso ahora para ofrecer una explicación sobre la noción de sujeto. Sin embargo, esta presentación de un diagrama que no quiere ser un modelo no cuestiona la necesidad y el uso de los modelos, aunque entiendo la crítica de Jullien (1999), entre otros —en especial en el primer apartado de su obra que lleva por título “Con los ojos puestos en el modelo” (pp. 19-38)—, al considerarlos ineficaces desde todo punto de vista. Su argumento consiste en una oposición que él establece entre “Occidente”, del lado de los modelos erigidos antes de la acción, y “China”, del lado de una estrategia de la acción que se basa en la evolución y propensión de las cosas para construir desde ellas, y en ellas, el pensamiento mismo sin ninguna modelización y realizar así cualquier acción. Esta última estrategia posee cualidad de eficacia mientras que no así el hábito del modelo practicado por “Occidente” que quedaría entrampado en sus propias construcciones sin llegar a las cosas. Tal es el hábito del pensamiento occidental que dicho autor desdeña. Por su parte, la semiótica, aunque del lado de “Occidente”, según la categoría de Jullien, quiere ser eficaz en el análisis de los objetos portadores de significación inmersos en la cultura y elabora modelos, precisamente, con ese propósito. Claro está que siendo la semiótica una teoría del lenguaje sus modelos se atienen al principio de empirismo que ella postula: coherencia, exhaustividad y simplicidad (Hjelmslev, 1974: 22-23; Badir, 2014: 71-93). Y se compone a partir de ahí una doble conformidad de los modelos, con el lenguaje-objeto al que sirven de descripción y con la teoría de la que son deducidos y a la que son útiles para su propia dinámica de generación permanente. En ese espacio de adecuación y exigencia que apunta en sentidos opuestos, espacio sustentado en la inmanencia, se juegan muchos procesos: la modelización y la esquematización, que, según Petitot (cit. en Greimas y Courtés, 1991: 97-100), son dos operaciones en sentidos inversos pero funciones de la misma estructura.3 Por nuestra parte, vemos que también allí tienen lugar la generalización que toda teoría pretende y la creación de nuevos modelos, así como de igual manera aparecen los riesgos: el didactismo y las aplicaciones mecánicas que echan por tierra las elaboraciones teóricas.
Una vez expuestas estas consideraciones sobre los modelos de representación, el diagrama del sujeto, aunque despegándose de ellos, no deja de reconocerlos en el trasfondo del que ha sido generado, es más, los incluye en su composición.
2. Filiaciones diagramáticas
Realizado el deslinde anterior, es necesario afianzar ahora la noción de diagrama y se impone, en consecuencia, una explicación de por qué resulta la más conveniente para reflexionar sobre el sujeto. Como repercusión, otros deslindes ocurren en cadena y ellos son los que se refieren a las nociones contenidas en ciertos términos filiales a diagrama. En efecto, cuando hacemos una búsqueda etimológica de este último, con el fin de usarlo con mayor precisión, surgen casi como sinónimos —o al menos como lexemas que se necesitan unos a otros para su definición— tanto gráfica como esquema.
La primera observación es que a ese conjunto semántico, de algún modo tautológico en sus raíces griegas o latinas, se le adhiere otro término: representación. Y así pareciera que la función de representar es lo que tienen en común los integrantes de ese grupo léxico y que dicha acción utilitaria, aparte de ser lo que asocia a diagrama con gráfica y esquema, es lo que los distingue por encima de sus propios rasgos; desde luego, es lo que también asocia a los tres con modelo. Pero la representación no es inherente a ellos, ni en lo particular de cada uno, ni en lo general del conjunto y nada nos obliga a que permanezca ahí. Si retiramos esa función agregada se produce una desvinculación que propicia la inteligencia de las cosas y la identidad de cada noción que, por cierto, siempre seguirá haciendo familia con las otras pero de una manera menos redundante y más distendida.
En cuanto a diagrama, lo primero es decir que no representa nada. Ésta es la cualidad más propicia para pensar desde allí al sujeto como entidad semiótica. Pero dicha propiedad de no representación la hemos tomado de la filosofía, de Gilles Deleuze,4 más precisamente, puesto que en el interior de la semiótica —donde se sitúan estas consideraciones— el diagrama continúa siendo portador de la función de representar, la cual, en sí misma, postula la existencia de una entidad anterior y fuera del diagrama y a la que éste sirve de lugar para una segunda aparición.
En efecto, en la semiótica tensiva, orientación en la que el diagrama tiene un papel preponderante, se lo define de la siguiente manera: “la representación gráfica convencional del espacio tensivo”.5 He aquí que en este pensamiento innovador sobre la forma de la significación ciertas concepciones refundadoras siguen siendo clásicas y, aun en su impecable discurso teórico, aparece en ellas esta opacidad: definir un concepto con una noción emparentada aunque diferente, la de gráfica, utilizada —además— como adjetivo de esa función referencial, la de representación, que poco conviene al esquematismo tensivo. A esto se le agrega que el uso suele dar como sinónimos a gráfica y diagrama. Debo decir que son las reflexiones de Sémir Badir (2005: 173-194; 2008: 13-62) en cuanto a la utilización de las gráficas en semiótica las que me han advertido sobre la importancia de distinguir claramente estos términos y las entidades que ellos designan; sobre todo, porque su aplicación no es indistinta. Y es por eso que Badir se detiene extensamente en sus argumentaciones para demostrar que una gráfica no es simplemente un modo de expresión individual, ni sólo la inventiva de cada investigador, sino, más bien, la producción de un pensamiento que se encuentra contextualizado en una epistemología. Tampoco las gráficas son resistentes a los descuidos de impresión o modificaciones plásticas de sus ejecutores puesto que un pequeño cambio, el grosor de un trazo, por ejemplo, puede derrumbarlas y dejarlas vacías de sentido. La explicación que podemos ofrecer es que ellas son, en definitiva, constituyentes de signos (o semióticas) en tanto funcionan como el plano de expresión de un plano de contenido que, presuponiéndose mutuamente, se corresponden término a término. Con frecuencia, las gráficas son constituyentes de los signos que Hjelmslev (1974: 156-167) llama semióticas simbólicas puesto que son semióticas monoplanas. Es decir, el trazo que nos sirve de ejemplo, no podría descomponerse en dos planos siendo, entonces, significante y significado a la vez. Pero, como todo signo, ya sea monoplano, biplano o pluriplano, es siempre un complejo de esos dos componentes relativos uno al otro.
Dicho lo anterior, es necesario volver a la noción de diagrama que quisiera proponer en este trabajo. Volvamos, entonces, a Gilles Deleuze. Pero no me refiero a todo Deleuze ni a todo lo que dice sobre el diagrama, sino, sólo retengo aquello que más se aproxima a nuestra perspectiva semiótica de herencia hjelmsleviana y la refuerza, incluso poniéndola en cuestión y en contraste con otras perspectivas. Tomemos por caso las siguientes citas, veamos la primera:
[...] Un diagrama no funciona jamás para representar un mundo objetivado; por el contrario, organiza un nuevo tipo de realidad. El diagrama no es una ciencia, siempre es un asunto de política. No es un sujeto de la historia ni un sujeto que domina la historia. Él hace historia al deshacer las realidades y las significaciones precedentes, constituyendo puntos de emergencias o de creacionismo, de conjunciones inesperadas, continuums improbables. No se renuncia a nada cuando se abandonan las razones. Un nuevo pensamiento, positivo y positivista, el diagramatismo, la cartografía (Deleuze, 1975: 1223; Batt: 2004).6
De las anteriores palabras de Deleuze sobre el diagrama lo que más me interesa recuperar, aparte del carácter no representacional ya consignado más arriba, es la facultad de construcción que le atribuye, construcción y organización de una nueva realidad, la capacidad de hacer y deshacer significaciones. Además, el hecho de que el diagrama esté antes de los acontecimientos como si fuera una condición de ellos mismos —y, podríamos decir nosotros, como una precondición de las condiciones del sentido— es importante para armar una figura fundacional.
Ahora veamos la segunda:
[...] Pues una máquina abstracta o diagramática no funciona para representar, ni siquiera algo real, sino que construye un real futuro, un nuevo tipo de realidad. No está, pues, fuera de la historia, más bien siempre está “antes” de la historia, en todos los momentos en que la historia constituye puntos de creación o de potencialidad. Todo huye, todo crea, pero nunca completamente solo, sino, al contrario, con una máquina abstracta que efectúa los continuums de intensidad, las conjunciones de desterritorialización, las extracciones de expresión y de contenidos. Es un Abstracto-Real, que se opone tanto más a la abstracción ficticia de una máquina de expresión supuestamente pura. Es un Absoluto, pero que no es ni indiferenciado ni transcendente (Deleuze, 1997: 144, cit. en Batt, 2004: 11).
Lo que acabamos de citar agrega, a lo remarcado anteriormente, la propiedad sintáctica del diagrama, la cual hace concebirlo como un dispositivo creador de potencialidad. También subrayamos en este último párrafo lo que dice en cuanto a esa suerte de mecánica o máquina diagramática que provoca impulsos de fuga en el mismo movimiento creador y, que allí mismo, aparecen las conjunciones que otorgan continuidad a lo construido. Todo esto se emplaza en un espacio de abstracción que, no obstante, construye realidad y se presenta como un absoluto que no deja de tener diferencias; por lo tanto, posee también carácter relativo, y lejos de ser trascendente es inmanente. El diagrama sería, entonces, como una instancia fenoménica de la reflexión, algo así como un ser ahí del pensamiento.
Ahora bien, con el fin de avanzar en la configuración del diagrama que aquí me interesa, es necesario detenerse en una breve referencia a esquema en tanto es otra de las filiaciones diagramáticas con las que he ido componiendo este conjunto. Digamos que lo más general y elemental que caracteriza a esquema es la simplificación, tanto de aquello que se quiere representar mediante él cuando el objeto por resumir le es anterior —lo cual no es nuestro caso— como de lo que se quiere construir con una esquematización. En semiótica, manteniendo el rasgo de simplificación —o simplicidad— como común denominador, esquema es un término del metalenguaje que tiene, desde Hjelmslev pasando por Greimas y Petitot hasta llegar a Fontanille y Zilberberg, diversos contenidos y no siempre convergentes. De cualquier manera, Kant es una fuente filosófica que allí tiene su presencia, declarada o no, directa o indirecta, susceptible, de todos modos, de ser tomada en cuenta para una mayor iluminación de los usos semióticos de esquema. Por otro lado, Fontanille y Zilberberg (1998: 94-95) encuentran en Cassirer un fundamento satisfactorio para albergar todas esas nociones en un continente abarcador y éste sería el considerar el esquema como la correlación entre lo sensible y lo inteligible; dicho de otro modo: como un mediador entre la intensidad y la extensidad que son, finalmente, las dos dimensiones constitutivas de la estructura. Y es esto lo que importa retener como contenido nocional de esquema.
Entonces, el diagrama del sujeto que se va perfilando en estas páginas conlleva la propuesta de considerar al esquematismo tensivo como su matriz generativa constituyente, es decir, la estructura profunda que lo sostiene.
Para continuar es necesario hacer una síntesis. Cabe aquí la pregunta: ¿Si las filiaciones diagramáticas no tienen como vínculo la representación, qué las asocia y retiene para la composición del diagrama del sujeto? En primer lugar, el rasgo común creacionista y, en segundo, sus aportes. Las gráficas son la materia plástica, el trazo conducente en la elaboración del esquema de sustentación y del diagrama que lo incluye. En ese sentido, las gráficas son lo más general y básico de las otras dos filiaciones diagramáticas, su condición de posibilidad. Las gráficas van tomando forma en la medida en que a su vez informan al esquema y al diagrama y se convierten, así, en su sustancia expresiva. El esquema establece y correlaciona “puntos de creación o potencialidad” y funciona como formante del diagrama, que sería la forma resultante del sujeto sin nombre. Llamado así por las “conjunciones de desterritorialización” que el sujeto concebido desde el diagrama propicia y procura “organizando un nuevo tipo de realidad”. La sintaxis inherente al sujeto sin nombre, la máquina abstracta que efectúa contínuums de intensidad o contínuums improbables, genera la subjetividad.
De acuerdo a lo anterior, estamos en condiciones de decir que el diagrama del sujeto es una gráfica constitutiva del sujeto, puesto que desde allí el sujeto puede ser concebido como entidad semiótica compleja. Esta última consiste en albergar dos esferas en intersección subtendidas intrínsecamente por un esquema tensivo, el cual podría, incluso, contener a un cuadrado semiótico. He aquí la gráfica sin sus especificaciones verbales.
La figura de la gráfica, diseñada como un cuerpo sólido y limitado por una superficie curva —que contiene, a su vez, dos cuerpos en intersección— permite interpretar visualmente el uso, en sentido amplio, del término esfera que proviene de la geometría. En efecto, el contenido de esfera suele referirse a la condición de una persona, la extensión de su poder, su talento o su capacidad de persuasión. Es así como Husserl (1986: § 50-53), en la Meditación V,7 habla de “mi esfera primordial” cuando se refiere a la captación o aprehensión analogizante de un cuerpo por otro; no hay duda aquí que se trata de un cuerpo humano.
De igual modo, Bourdieu (1991; 2012) utiliza ese mismo significado de esfera, cuando la entiende como el espacio —social, humano— hasta donde se extiende o alcanza la influencia de cualquier agente. Como se puede constatar, el sentido amplio conserva en el fondo el sentido propio, geométrico, de esfera pues, aunque con aplicación al dominio antropomorfo, siempre mantiene el semantismo de cuerpo sólido como un espacio circunscrito.
3. El sujeto sin nombre
El sujeto que nos ocupa tiene ubicación en el universo humano, es decir, no es sólo un centro de donde parte la acción sobre-determinante que recae sobre el objeto al cual determina sin importar el tipo de acción ni qué actante o agente, qué figura iconizada, ocupa la función de sujeto y realiza la acción.
Sabemos que el centro o fuente generativa de la acción transformadora del estado de cosas puede ser cualquier dispositivo que ejerza eficientemente ese rol, de tal manera que la sintaxis actancial se cumpla de manera exhaustiva y resulte eficaz. Si bien esto es así, el sujeto para el cual el diagrama que presento debería ser útil —en cuanto a la inteligibilidad de la composición de su estructura— es un actante concebido como portador de una carga semántica antropomorfa. En otras palabras, aquello que, en el Seminario8 donde tuvieron origen y desarrollo estas reflexiones, hemos resuelto llamar sujeto humano por oposición, evidentemente, a sujeto no-humano. Se trata, entonces, de un sujeto de discurso, que tiene como modelo (y ahí sí conviene el término) la estructura de la enunciación, sujeto que se reconoce y manifiesta como ego y que a partir de allí protagoniza procesos de construcción y aprehensión de la significación. Dichos procesos pueden incluirlo como participante o pueden ser sólo observados por él.
Pero aunque sea redundante, valga la aclaración: el sujeto humano no es más que un actante y, como tal, debe su existencia semiótica al hecho de estar constreñido en el acto transformacional que él impulsa y en relación de presuposición recíproca con su par inherente: el actante objeto. Objeto que, para el sujeto, siempre será de valor y de deseo. Además, el sujeto humano es también un anti-sujeto porque del mismo modo que se constituye en relación con el objeto lo hace en relación de oposición con otro sujeto, igualmente constituido como él.
Es importante tener en cuenta que el sujeto referido debe su naturaleza semiótica a su ser de lenguaje; esto implica una esquicia de origen provocada por la enunciación, la cual lo determina en una composición estructural por desdoblamientos, tanto en profundidad como en extensión. A esto se debe que la sintaxis articulatoria del sujeto adquiera densidad semántica según el nivel de profundidad generativa en el que se ha ido configurando. Y, como a mayor profundidad, menos presencia antropomorfa, en los niveles profundos la relación del sujeto se establece más bien con el objeto. Es hasta en los niveles superficiales cuando la relación fundadora de los actantes pasa a convertirse en una interacción intersubjetiva. De allí que la sintaxis profunda identifique a la junción (conjunción vs disjunción) como la relación sujeto/objeto y que la sintaxis de superficie identifique a la unión (comunión vs desunión) (Landowski, 1996; 2015) como la relación sujeto/anti-sujeto o, si se quiere, sujeto/sujeto.
La integración en una sola entidad de todas estas articulaciones, con sus respectivos actantes, es llevada a cabo por la subjetividad como una función gestáltica mayor; de allí que el sentido común le atribuya el carácter de una nebulosa generalizante, sin embargo individual, y, además, poco apta para el análisis. Pero, la subjetividad es, más bien, la irradiación de los formantes del sujeto, la cual reúne —sin fusionar, claro está— sus partes constituyentes en una totalidad abarcadora.
El sujeto humano integra todos los niveles generativos de la configuración subjetal y se hace cargo de las dos sintaxis (junción y unión), siendo alternativamente, o a la vez, sujeto en la junción y sujeto en la unión. Además, como decíamos, el sujeto está siempre en una dependencia y así como no puede definir su existencia semiótica sin la presuposición del objeto tampoco puede hacerlo sin el concurso de lo social.
Esto es, así como una entidad no deviene sujeto sin la presencia de un objeto y de otro sujeto, también necesita de la presencia de otros. La explicación reside en que el sujeto humano es un valor actancial de la semiósfera en la que se desenvuelve y, como todo valor, además de ser relativo a otro del mismo sistema, siempre se termina de valorar por la existencia de un tercero, de otro sistema aunque siempre en el seno de la semiósfera, que le es equivalente y por el cual puede ser trocado.
Es necesario aclarar que la teoría semiótica del valor viene al caso —no hay que perderlo de vista— porque siempre estamos hablando del sujeto en tanto que es parte de una estructura actancial, de funciones y de roles que ahí tienen lugar. Y el dominio de tal estructura es figural, de allí que el referido sujeto sea un sujeto sin nombre, puesto que no se encuentra todavía en el dominio de las estructuras de actores figurativos, ni aún icónicos, que permiten ser identificados con un nombre propio, una temporalidad y una espacialidad.
La relatividad intrínseca y la dependencia entre las partes constitutivas de un cuerpo sólido y antropomorfo, son el origen de que se pueda hablar del sujeto como una esfera —espacio a donde se extiende o alcanza la subjetividad integradora de las partes— y de que, a su vez, las esferas subjetales constituyan conjuntos y, éstos, campos.
Quisiera dar cabida, en estas reflexiones sobre el sujeto y la subjetividad, a otra teoría actancial; diferente a la que he venido haciendo referencia pero que no le es contradictoria aunque sí contraria. Es decir, esta otra, debida a Jean-Claude Coquet9 donde el actante es únicamente subjetal, puesto que no se constituye en el acto que lo correlaciona con el objeto sino con las instancias que se despliegan en su propia acción, postula un actante protagónico “centro que se desplaza en el espacio y en el tiempo”. Este descarte del objeto como parte constitutiva de la estructura actancial —en la semiótica greimasiana el objeto está fuera del sujeto pero implicado en la estructura— hace del actante el dominio exclusivo del sujeto. Y aunque este último sólo sea propio de una de las instancias actanciales todas ellas se definen con relación a las propiedades fundamentales del sujeto: centro productor de la instancia enunciante a la vez que ejecutante del acto reflexivo y de juicio que allí se enlaza.
Ambas teorías actanciales —la que emana de la semiótica objetal, llamada así por el mismo Coquet, y la que inaugura la semiótica subjetal, que él postula—podrían entrar en una relación de opuestos que conformaran una complejidad. Así, esa contrariedad teórica podría ser aprovechada en una propuesta integradora que no anulara las diferencias sino que las pusiera a dialogar. El diagrama del sujeto que propongo haría, quizás, posible dicha integración.
Si nos ubicamos en la perspectiva de Coquet la distinción entre sujeto humano y sujeto no-humano, zanjada en la investigación grupal del SeS, quedaría sin efecto. Para este autor el sujeto es siempre humano, incluso portador de la categoría de persona heredada del ámbito disciplinario de la lingüística, y, por ende, para él una instancia no puramente formal sino asumidamente sustancialista; postura crítica dentro de una teoría que, siendo también heredera de la lingüística, se quiere formalista.
En efecto, el actante subjetal es puramente antropomorfo y en su seno complejo y diversificado, que podría serlo aún más según las aplicaciones y observaciones discursivas, surge el sujeto. Pero éste es a su vez una categoría compleja, ya que está concebido como una estructura y, por ende, dinámica; es decir, tiene su par negativo que lo sustenta: el no-sujeto. Así, sujeto y no-sujeto integran el primer actante. Desde aquí —siempre en torno a la competencia discursiva que, junto a las determinaciones modales, es lo primordial en esta teoría— pueden ser visualizados el segundo y el tercer actante. La característica de cada uno se fija en referencia a que si son o no fuente de discurso. Sólo el segundo actante no lo es y eso le permite una gran mobilidad de su estatuto semiótico pues tanto puede oficiar de objeto pasivo del primer actante como un meta-querer del tercer actante.
Sin entrar en más detalles sobre la teoría subjetal presento una síntesis, en el siguiente cuadro, puesto que lo esencial —en cuanto a lo necesario para el presente trabajo— es lo que he expuesto hasta aquí.
ACTANTE SUBJETAL10 | Competencia | Función | Dominio | |
---|---|---|---|---|
Primer actante (fuente de discurso) |
Sujeto (instancia enunciante) |
Predicativa Reflexiva judicativa |
Predicación (verbal y no verbal) Aserción Asunción (actos y palabras) |
Inteligible |
No sujeto (instancia de base, cuerpo activo y perceptivo) |
Predicativa Pre-asertiva Autonomía |
Predicación (verbal y no verbal) |
Sensible | |
Segundo actante (no es fuente de discurso) |
≅ Objeto | Pasibilidad de captura y/o de posesión |
Inestabilidad de su estatuto semiótico. Se liga al sujeto o deviene tercer actante |
Pasional |
Tercer actante (fuente de discurso) |
≅ Destinador | Fuerza irresistible (inmanente: pasión/trascendente: manipulador) |
Sobre-determinación del primer actante, lo vuelve heterónomo |
Modal |
Tal como se puede apreciar, he organizado el cuadro de las instancias actanciales dando prioridad a un orden jerárquico encabezado por la instancia donde el sujeto, problema de este ensayo, tiene un lugar asignado de manera clara y explícita. Ese casillero del cuadro es el que puede ser pensado desde el diagrama del sujeto. Los demás casilleros quedan ahí subsumidos. Ahora bien, el criterio que he utilizado para la clasificación de los actantes subjetales, aparte de que si son o no fuente de discurso, es el que conviene a nuestro desarrollo: de qué es capaz el sujeto en su hacer discursivo, su competencia; qué hace, cuál es su función y en qué dominio semiótico se desenvuelve.
Para continuar con las presentes consideraciones, es necesario volver a mirar la gráfica del diagrama del sujeto.
4. La corporeidad del sujeto
He aquí que la gráfica hace patente la corporalidad de la esfera que constituye al diagrama, así como también la de los conjuntos de esferas. Ello permite, en consecuencia, visualizar la corporeidad del sujeto. De inmediato se advierte que estoy haciendo una distinción entre dos términos que parecen sinónimos y, en efecto, ambos remiten a la calidad de lo corpóreo. Sin embargo, en la propia información lexicográfica, corporalidad presenta una orientación que gira semánticamente hacia “cosa corporal”, mientras que, corporeidad, parece virar hacia un significado que indica ese mismo rasgo semántico, aunque, más bien, con relación al cuerpo humano, es decir, no sólo con relación a la solidez física de la esfera geométrica y de las cosas en general sino, además, con la esfera del sujeto. De allí que sea posible retener el término de corporalidad para cuando se hable del objeto en tanto entidad del mundo natural, el objeto cosa, que es corporal porque tiene cuerpo —físico y sólido—, y utilizar corporeidad cuando sea necesario referirse a esa condición de lo corpóreo —no únicamente el hecho de tener un cuerpo, sino también el de ser cuerpo— que es inherente al actante sujeto en su especificidad de sujeto humano y en tanto es capaz de corporeizar su propia esfera —que es primordial, porque es subjetal— y, del mismo modo, corporeizar la esfera de otros.
¿Qué sería, entonces, corporeizar? El diagrama del sujeto parece responder por sí mismo, ya que antes que todo, tal diagrama, postuló gráficamente lo que ha dado lugar a esa pregunta. En consecuencia, se impone volver, una vez más, sobre él.
En efecto, la esfera abarcadora integra en su seno a las dos esferas entrelazadas que contienen, cada una en su interior, sendos esquemas tensivos. Esta esfera mayor es la que corporeiza puesto que hace una implicación de sus esferas constituyentes otorgándoles solidez y límite. Dicha esfera es la que podemos identificar con ego, entidad bi-actancial (yo/tú) de la instancia de la enunciación, la cual sería, entonces, “mi esfera primordial” de Husserl, y asimilable desde la perspectiva de este trabajo con el cuerpo del actante, en términos de Jacques Fontanille, y, salvando las diferencias, con el primer actante, según Jean-Claude Coquet.
Desde la esfera primordial ego, retomo el concepto cuerpo del actante, de Jacques Fontanille (2008),11 quien considera que el cuerpo mismo, diríamos el de la esfera humana, es de por sí un actante, tanto de la enunciación como del enunciado, puesto que produce semiosis en tanto correlaciona lo sensible y lo inteligible. En ese sentido el cuerpo humano sería forma encarnada, cuya designación semiótica sería el ensamble soma y sema. Este hallazgo heurístico de Fontanille tiene un fundamento saussureano12 y puede ser interpretado desde el diagrama del sujeto con asiento en las esferas implicadas por ego.
¿Cómo las esferas del diagrama interpretan a soma y sema emplazándolos en el interior de la esfera primordial —a la izquierda y a la derecha, respectivamente— y por qué, al mismo tiempo, dichas esferas podrían asimilar a las dos instancias, no-sujeto y sujeto, del primer actante de Coquet?
En primer lugar, porque soma y sema son constituyentes de ego, sujeto enunciante, y las esferas internas lo son de la esfera englobante, “mi esfera primordial”, ego, es decir, esferas también primordiales desde su propia perspectiva. Soma recubre los contenidos de cuerpo que provienen de los diccionarios de lengua en uso: “materia orgánica constituyente de los animales y los hombres”, así como “lo que tiene extensión limitada y hiere los sentidos”; recubre también aquellos términos provistos por la fenomenología y que en español no encuentran traducción feliz: chair, en francés, y körper, en alemán.
Diríamos que soma equivaldría al no-sujeto de la semiótica llamada subjetal puesto que se refiere al “cuerpo activo y perceptivo”, referido como “instancia de base”, y siendo su competencia tan sólo predicativa y pre-asertiva, la cual ejerce tanto en el dominio verbal como en el no verbal, su dominio es puramente sensible.
Por su parte, sema, designaría al “cuerpo propio”, concepto igualmente caro para la fenomenología de la percepción: corps propre, en francés, Leib, en alemán. Esta es la esfera de ego que corresponde a su componente lógico-semántico y que se configura en el discurso. Correspondería, entonces, a la instancia enunciante o a la única instancia que Coquet llama sujeto el cual es capaz no sólo de predicación, verbal y no-verbal, sino además de reflexión y de juicio, de allí que pueda llevar a cabo actos de asunción. Su dominio es eminentemente inteligible.
Así la esfera englobante y primordial, ego, permite concebir al sujeto como un todo de significación y no sólo como una parte integrante del primer actante, el cual, desde su sola denominación parece indicar una supremacía de esa instancia sobre las otras por ser la que se distingue en cuanto a su dominio inteligible. De manera que para esta propuesta el sujeto es ego y sería intrínsecamente corpóreo, como una entidad con “carne” y “cuerpo propio”13 que enuncia. Esto ayuda a entender morfológicamente al sujeto con una corporeidad que le es inherente e integral y diversificada en dos componentes en presuposición recíproca: las esferas internas.
El diagrama del sujeto con sus tres esferas hace ver a ego como “una entidad autónoma de dependencias internas”14 que la asociación soma y sema designa con propiedad semiótica para referirse a la corporeidad del actante sujeto. Esta manera de concebir al sujeto desde la esfera primordial y según una cualidad que le es esencial mediante una cópula constitutiva, otorga la posibilidad de desprendernos de términos tan sobredeterminados por el uso, como el de cuerpo o como el de carne. Las esferas entrelazadas, soma y sema, muestran al sujeto en la integración de su contrariedad interna y esto posibilita reorientar la problemática de lo corpóreo hacia el interior de un ensamble que la asume como tal y la pone en el centro de los procesos de significación.
De lo anterior se desprende que el sujeto es una instancia enunciante que se analiza en soma y sema; ambas “instancias de base” para utilizar los términos de Coquet cuando se refiere sólo a lo que el uso llama cuerpo. El sujeto, entonces, está concebido a partir del yo, aquí y ahora de la enunciación. A ese yo del cuerpo enunciante, mi esfera primordial, cuyo modelo es el de la enunciación, preferimos conservarle su designación primigenia, ego, para distinguir —desde las esferas entrelazadas— con yo a las distintas instancias que a su vez lo constituyen.
La esfera primordial, ego, integra la complejidad soma y sema en su acción enunciativa. Allí mismo, soma se constituye como “materia orgánica”, se podría decir, la esfera que hace resistencia o tiene una participación en la acción transformadora del estado de cosas, y por ello mismo, por su propia condición, viene a ser esa “extensión limitada que hiere los sentidos”. Así se entiende que soma sea “la sensibilidad pura” y la referencia inherente al orden de lo inteligible, el cual le llega a soma desde sema donde es generado. Por lo tanto, la esfera de soma otorga a ego un principio de resistencia/impulsión y una posición referente como para que ese conjunto de materia quede implicado en la extensión abarcadora de la esfera primordial, la cual se configura correlacionando esa esfera con otra. Soma es, pues, la base de sustentación sensible del mí, pronombre personal del sintagma mí mismo implicado en el yo de la enunciación.
Ahora bien, gracias a la otra esfera, la que está implicada en soma y que fenomenológicamente se llama —siguiendo a Merleau Ponty (1975)—15 el “cuerpo propio”, sema, la enunciación se realiza. Sema es el sustrato inteligible de yo como sí mismo, la esfera de ego que se construye en la actividad discursiva. En consecuencia, sí sería el punto de mira de las distintas focalizaciones y el centro ejecutivo de las capturas del sentido.
Esta diversificación de ego en mí mismo y en sí mismo, que da lugar a la composición de ego en soma y sema está tomada de Paul Ricœur (1996),16 concretamente, del concepto de ipseidad. Para comprender esta propiedad de ego que entraña al “otro” en su propia constitución, Ricœur analiza el sintagma sí mismo donde hay una toma de distancia del mí gracias al impersonal sí, y distingue en mismo el idem y el ipse que están en su trasfondo etimológico latino.
De manera que habría dos configuraciones de la identidad, las cuales se diversifican en el mismo y se reúnen en el sí. Una configuración es la que indica la mismidad del sí como una identidad que se refiere a lo que es lo mismo, a lo semejante de sí, el sí idem, mientras la otra es la que indica una identidad que se refiere a la otredad del sí, al otro que estaría allí incluido, a ése que mismo (ipse) señala con un demostrativo y como una respuesta deictizante ante la pregunta ¿quién?: “aquél, yo, el mismo”, o bien como una observación de la identidad desde una toma de distancia: “yo soy (ése) el mismo que está hablando”.
Para la composición de ego, el sí idem —lo que permite que se reconozca como el mismo, el semejante— aporta la identidad que se construye por repetición y por la extensión de un manto de homogeneidad sobre las identidades provisorias con el fin de que éstas adquieran continuidad. El sí idem opera por similitud y, desde luego, por diferencia, es decir, por procedimientos inteligibles.
El sí ipse, por su parte, le otorga a ego, la posibilidad de reconocerse como el mismo a la vez que como ese otro, interno pero visto desde afuera, lo que señala el demostrativo implícito; sería, pues, la identidad que se construye de manera sostenida hacia la dimensión de la intensidad, es decir, imprime permanencia de sí en una misma dirección, o sea, por constancia en la misma perspectiva en la que el sí se ha señalado, mirándose, como un ajeno.
Así, ego circunscribe en una sola esfera a soma y sema en presuposición recíproca. Por lo tanto, entre los dos conjuntos habría una relación propiamente semiótica, esto es, de solidaridad e interdependencia.
El diagrama del sujeto con los dos componentes de ego, ligados inseparablemente, y sostenidos por sendos esquemas tensivos que apuntan sus ejes hacia direcciones diferentes, pero unidos entre sí, interpreta y hace ver lo que Fontanille dice en cuanto a que soma y sema son como el recto y el verso de una misma identidad.
5. Dinámica del sujeto
Una vez establecida la morfología del diagrama es necesario precisar los elementos constitutivos de las esferas internas con sus denominaciones léxicas. En consecuencia, una nueva puesta en página del diagrama se impone:
A partir de esta variante de la gráfica, no sólo ego alcanzará mayor configuración sino que, además, irá surgiendo la sintaxis que pone en relación a todos los elementos constitutivos de la esfera primordial, las esferas soma y sema y las armaduras tensivas que las sostienen. Con el propósito de dar cuenta, entonces, de la dinámica del sujeto que el diagrama sugiere, este ensayo continúa de la siguiente manera.
Al observar el conjunto de las esferas salta a la vista el vacío que constituyen las que están en intersección. Me refiero, precisamente, al espacio intersticial que se funda en el vínculo entre soma y sema el cual, visto de otro modo, puede ser considerado como un lleno de potencialidad y fuente generativa de las esferas, es el vacío el que las funda en tanto es desde allí que ellas adquieren su función e identidad. Estas reflexiones las he realizado en otro trabajo a propósito de la noción esquicia creadora (Ruiz Moreno, 2012). En dichas reflexiones, ha sido un grafo de Jacques Lacan (1997: 219) y sus explicaciones sobre la reunión de los conjuntos lo que me ha llevado a visualizar al sujeto como una integración de dos universos distintos y no como una suma de componentes heterogéneos. Lacan hace ver en su gráfica cómo reunión implica también separación.
He ahí la dinámica de las esferas ya que la quicia es, como el hueco del encaje discursivo, ese vacío o zona negativa que las entrelaza, las reúne: movimiento de enquicia que el diagrama del sujeto muestra con las flechas hacia adentro por debajo de soma y sema. Y, a la vez, tal vacío quicial es lo que impulsa a las esferas proyectándolas fuera de sí, esquicia, movimiento que aparece en la parte superior de las esferas entrelazadas con las flechas hacia afuera. Estas batientes se agitan, creando al unísono la complejidad de ego.
Así, la esquicia expulsa y proyecta, lo cual es decisivo para la creatividad incesante, y, la enquicia, por su parte, toma las riendas del movimiento en expansión y, al hacerlo converger nuevamente en el vano de la quicia, controla el equilibrio de la estructura. Todo aquello que se había configurado —y, por ende, había devenido sustancia y se había convertido en forma mediante el movimiento hacia afuera de la esquicia, creadora por antonomasia— se desconfigura, todo vuelve a la materia y a lo informe del sentido, las fuerzas vuelven a la energía con el movimiento de la enquicia. El diagrama lo hace evidente: en el centro de ego está el vacío.
Desde el vacío, el espacio negativo que Lacan llama “sin sentido” —pero que para esta perspectiva sería sentido pleno en tanto funda la condición sine qua non de la significación— la totalidad se constituye. Como la forma saussureana, y que Hjelmslev (1972) hace notar como lo más relevante de la teoría del lenguaje de Saussure, ego emerge de lo que está en el entre de dos componentes: el vacío de cada uno de ellos, lo que no está ni en uno ni en otro, pero, al mismo tiempo, el vacío conjurado para la totalidad subjetal en cuanto que allí se establece la asociación insólita de dos materias que crea forma y crea las partes. Así, el enlace de las esferas de Lacan como una intersección conflictiva y paradójica, permite traer a la reflexión el sema asociativo que aparece en Los escritos de Saussure (2004: 93) y cuyo dibujo nos hace ver, tal como la gráfica de Lacan, la imagen del vínculo entre las esferas de ego y, al mismo tiempo, lo que otorga forma al sujeto. Saussure dibuja así al sema asociativo y así ⋂ al kenoma, el vacío, y apunta que fuera del sema asociativo, cada componente no es más que un kenoma, es decir, un vacío de sentido. Entonces, la asociación tendría la virtud de fundar desde el vacío mismo, al que abraza y rebate hacia su propio corazón, el despliegue del sentido hacia la significación.
Del mismo modo, sin la corporeidad considerada también como un sema asociativo, sólo habría vacío de sentido y ninguna posibilidad para la composición de ego. Pero ego entraña al vacío y no deja de señalarlo, de proferirlo en la enunciación. Si Alain Badiou (1999: 74) refiere —con respecto a la relación del vacío con el ser— que “lo arbitrario de un nombre propio ajustado al vacío, es, en un sentido para siempre enigmático, el nombre propio del ser”, ¿no se podría postular, acaso, que el vacío es el nombre propio de ego, el vacío, como el nombre del sujeto sin nombre?
De manera que, en ego, conformado como un todo de significación y no como la adición de dos vacíos, habría un espacio negativo que no pertenece ni a lo uno ni a lo otro, pero sí al conjunto que lo integra, deictiza y nombra. De allí que, al decir ego, decimos al unísono corporeidad, y nos referimos así a esa entidad semiótica que al hacer cuerpo implica al vacío y se constituye merced a sus figuras17 (o no signos todavía) que serían soma y sema. En la primera versión de su obra, Jacques Fontanille agrega figures du corps como subtítulo, puesto que soma y sema serían las figuras del cuerpo aún no manifiesto, es decir, los formantes del cuerpo que lo constituyen como una forma y, a la vez, como una unidad indisociable: ego; lo cual es posible porque dichos formantes entran en semiosis. Así, la corporeidad del sujeto o la complejidad puramente relacional ego, hace figuras, soma y sema, mediante las cuales selecciona las materias, se manifiesta y admite ser percibida.
Hasta aquí habríamos descrito el funcionamiento global del diagrama. Ahora es necesario aplicar un acercamiento sobre él para dar cuenta de su dinámica interna.
Dado que el sintagma con el que me he venido refiriendo a las figuras de ego comienza siempre por soma, la descripción del movimiento que tiene lugar en el interior de las esferas comenzará por allí. Es necesario, una vez más, tener la gráfica ante la vista.
Como lo hemos dicho anteriormente, y se ve en la gráfica, los dos componentes de ego están sostenidos por sendos esquemas tensivos. En el esquema de soma “mí” se emplaza en el vértice del ángulo formado por el eje vertical, que, sobre la dimensión intensiva, apunta hacia la “sensibilidad pura”, y, por el eje horizontal, apunta hacia la “referencia pura” en la dimensión extensiva. En mí se despliega el yo sintiente en las respectivas contra-corrientes de la foria (euforia y disforia) y por el cauce de la intensidad sensible, con sus menos y sus más. También desde mí, en la dimensión extensiva, va teniendo lugar el yo referente de acuerdo a comparaciones y cálculos que proveen los distintos puntos de referencia.
El vector de la dirección descendente marca una trayectoria que va de la “sensibilidad pura” hacia la “referencia pura”, uniendo así los dos absolutos de soma. Pero lo hace bajo la mediación de los intervalos (de más hacia menos) que van trazando la atenuación, la disminución y finalmente la merma del golpe de afectación, affect, que mí recibe y cuya estructura es susceptible de soportar, gracias, precisamente, al juego de las direcciones que en este caso consiste en expulsar los más y añadir los menos. Pero habiendo llegado mí al punto de estar posicionado en el centro de la referencia, esa misma posición puede llevarlo a la dirección contraria y así se inicia el ascenso que pasará por los intervalos del repunte y el redoblamiento: se sustraen los menos y se agregan los más. En tal envión, producido por los más de más, el vector se inclina hacia aquel primer affect y hace una implicación de la sensibilidad pura. Es el momento del volver a sentir.
Así, en las distintas correlaciones que articulan el mí en el espacio tensivo, la forma de soma va emergiendo, la cual, a su vez, es formante de ego. Este último, por la parte del mí es siempre vulnerable y susceptible de ser afectado por las distintas demandas y presiones que se ejercen sobre él en el campo de concurrencia con otras esferas. Así, ego, alcanza concreción en el mundo sensible al autoseñalarse por mí y volverse centro de referencia del discurso cuando sus valoraciones son absolutas.
La descripción toma ahora como objeto a sema. Allí, yo como sí mismo recupera la forma emergente de soma y termina de conformarla. Para ello, convierte el valor absoluto en relativo, esto ocurre cuando el affect entra en la zona de intersección de las esferas, donde, las agitaciones de la quicia lo hacen pasar hacia el espacio de influencia de sema. El impacto se vuelve así parte de la totalidad abarcadora de ego. Esto es lo que permitirá considerar al sí ubicado en la confluencia de las dos identidades, como la fuente de los puntos de mira y el operador de las distintas aprehensiones. Se inicia de este modo el proceso de aserción y de asunción, gracias a la competencia reflexiva, consignado en la casilla de las funciones. Véase, para tales efectos, el cuadro del actante subjetal presentado más arriba.
Allí en sema el esquema tensivo correlaciona las dos dimensiones del yo sí mismo, discursivo, que nunca deja de estar apoyado en su materia orgánica, en su extensión limitada, sensibles y referenciales del valor absoluto del yo mí mismo de la otra esfera; el yo inteligible, entonces, selecciona la sustancia semántica de sema y da forma a su doble identidad. En el esquema que configura la organización de la praxis enunciativa, Fontanille asimila el sí ipse a la instancia de la mira, o de la puesta en la mira, que en el esquema tensivo apunta hacia la dimensión intensiva. Y, asimila, igualmente, el sí idem al dominio de la captación o aprehensión que, en ese mismo esquema, está ubicado en el eje de la dimensión extensiva. Por lo tanto, el esquema de la praxis enunciativa puede ser proyectado sobre la armadura de sema.
Entonces, el sí idem encuentra su lugar natural en el eje horizontal donde tienen lugar las subdimensiones de la extensidad: la temporalidad y la espacialidad, las cuales permiten el anclaje de las cosas y el enquiciamiento del affect perturbador. Cierto, esa identidad del yo idem puede ser aprehendida por ego porque el yo sí mismo, fuente inteligible que está en el ángulo del esquema, ha apuntado antes hacia la intensidad donde focaliza un blanco que lo conmueve: aquél, al mismo tiempo que por esquicia lo ha hecho hacia la extensidad donde puede ejercer una captación: yo soy.
Efectivamente, yo puede decir yo soy porque ha puesto en la mira una diferencia otra que se define como él, algo diferente pero que ya no es sólo del orden de lo inteligible, sino también del orden que se rige por la energía fórica de soma pero que va a constituir igualmente a sema produciendo un aporte, en profundidad, a la composición estructural de ego. Ese alguien lejano, distante, inaprehensible pero que puede ser contrastado y de alguna manera medido por yo soy en el descenso de la intensidad, algo que yo focaliza como otro de sí en la disminución del golpe afectante, aquel mismo que soy, el sí ipse, que en todo caso es un él, no sólo como pronombre, sino además como un adjetivo posesivo o de pertenencia, algo que yo como sí mismo posee como otro de sí, pero sin dejar de ser el yo que soy, el sí idem, el mismo de siempre, el que se viene configurando en el espacio y en el tiempo y que puede ser asumido gracias a la merma de la intensidad que marca el vector descendente.
Estas operaciones permiten considerar al sí, ubicado en la confluencia de las dos identidades, ipse/idem, como emanación generativa de los puntos de mira e impulsor de las distintas aprehensiones. La dilucidación que produce en ego la captación del sentido, o alguna parte de él, produce un repunte en la energía semántica de la estructura que el vector marca en la dirección ascendente. El impulso hacia la comprensión de él, ese otro que soy porque está en mi esfera, significa un redoblamiento del ímpetu; lo cual, en el auge del aliento produce una implicación del sí mismo como otro, o bien, del otro como sí mismo.
Las implicaciones trazadas en el espacio tensivo por los vectores ascendentes tanto en soma como en sema expresan la ejecución de una lógica por presuposición después de que los vectores descendentes habían aplicado una lógica de concesión. Se confirma el primer golpe de intensidad como el presupuesto del desencadenamiento de la significación. De allí que, en la gráfica, sendos cuadrados semióticos se esbozan como una sombra.
Al llegar a este punto, pareciera ser que el diagrama del sujeto es auto-regulable y posee una dinámica propia de articulación. En ese sentido, habríamos logrado construir un diagrama al modo deleuziano, que era lo que me proponía en los comienzos del presente trabajo. La máquina abstracta funciona, entonces, para construir un nuevo tipo de realidad: un sujeto figural que, en el proceso de figuración, está antes de los sujetos figurativos e icónicos. Pero este dispositivo proviene de otro, o funciona gracias a otro, que es el de la enunciación; de allí que sea ego quien integre todos los componentes en la instancia subjetal. La articulación, que designa toda actividad semiótica del enunciador o —si se considera el resultado de esta actividad— toda forma de organización semiótica creadora de unidades distintas y, a la vez combinables,18 sería también una máquina abstracta o diagramática que a su vez regula el diagrama del sujeto.
De lo anterior se desprende que la entidad que realiza la articulación, y, por lo tanto, que funciona “constituyendo puntos de emergencias o de creacionismo, de conjunciones inesperadas, contínuums improbables”, sería una de las dos funciones de la enunciación, la que corresponde en el nivel implícito de la enunciación, al enunciador, o sea, a aquella que dará lugar a la figura yo en el enunciado. Deberíamos entonces interpretar que la parte del enunciatario, la que se manifiesta como tú en el enunciado, no sería protagónica de la actividad articulatoria; aunque no por ello, claro está, tendría un rol menos constitutivo de la enunciación en su integridad. Desde luego, el enunciatario nunca deja de ser un implícito y un presupuesto del lugar denominado ego hic et nunc. Ahora bien, estas dos funciones, una protagónica y la otra no, son ejercidas en el diagrama, alternativamente y de manera intercambiable, tanto por soma como por sema. Como se ha visto en la descripción, tanto yo mí mismo como yo sí mismo son fuente de discurso y uno al otro se convoca, demandan los dos la intervención del otro por necesidad de estructuración. Así, uno es del otro, y viceversa, el lugar a donde recae el llamado a constituir un sujeto enunciante. Por lo tanto, la articulación se ejerce plenamente. Acto mismo que produce hacia la puesta en discurso una nueva instancia, la instancia enunciante19 llamada así para privilegiar la aspectualidad de la acción enunciativa ya que ésta tendría carácter durativo e instalaría sus diversos actantes en el discurso que está ocurriendo, que está en proceso.
Para cerrar este ensayo falta todavía dar cabida a una pregunta, claro está, una de las tantas que se abren a partir de esta presentación del diagrama del sujeto. ¿Qué acciona la dinámica de ego? Lo primero es decir que ego está en movimiento permanente y que, siendo un campo de presencia, su agitación es siempre propioceptiva. Es decir, ego articula en la corporeidad propia de su esfera las percepciones de todo lo que acontece, tanto las de aquellos acontecimientos que le llegan desde el exterior, exteroceptividad, como las percepciones de los que le llegan desde el interior del ensamble soma y sema, o sea, del vacío, interoceptividad.
En la complejidad propioceptiva, se perfila ese tercer actante de la semiótica subjetal que es como una fuerza irresistible que proviene del interior o del exterior. Desde esa fuerza las magnitudes que entran en la esfera primordial tienen su manera de ser eficientes (la eficiencia es una fuerza poderosa) para producir un golpe de afectación en ego. Los modos del impacto son muy diferentes pero los une el suceder de los eventos y el cumplimiento por igual de su cometido: uno es tónico y rápido, se trata del sobrevenir del acontecimiento, y, el otro, átono y lento, es lo que llega a la estructura en el ocurrir de las cosas sin tanta contundencia.
Por su parte, ego, no sólo tiene que responder eficientemente sino también con eficacia, es decir con un gran poder de acción para obtener resultados concretos. ¿Cuál es la necesidad? Construir y reconstruir, conservar si se quiere, de manera incesante la estructura. Ahora bien, la cuestión es cómo lo hace. Y he aquí que el diagrama del sujeto hace ver su competencia diagramática: por el lado de soma, los foremas o unidades mínimas de la foria —dirección, posición e ímpetu— configuran la energía fórica y, por el lado de sema, son los sememas organizados en categorías semánticas —oposición, contradicción e implicación— los que otorgan figura a la energía semántica.
La gráfica es elocuente en algo más, pues las estructuras tensivas que confieren equilibrio inestable al diagrama en agitación, se dan, por así decirlo, la espalda ya que sus frentes se abren hacia los respectivos espacios tensivos donde se establecen las correlaciones que constituyen la significación. Esos dorsos que no se tocan son las dimensiones de la intensidad y tales dimensiones se aproximan al vacío, mientras que las dimensiones de la extensidad se apartan de él. Por estas últimas corren las operaciones inteligibles y los regímenes propios de la espacialidad y la temporalidad que, en su discernimiento, dejan atrás al vacío. Por el contrario, este último se halla convocado por los acentos y las pausas de la tonicidad y las aceleraciones y desaceleraciones del tempo. Y, dado que “al acontecimiento pertenecen tanto los elementos de su sitio, como el acontecimiento mismo” (Badiou, 1999: 232) el acontecimiento pareciera acallar el vacío ofreciéndole un lugar en la prosodia, en la tonalidad que engarzan los intervalos. Ciertamente, las relaciones entre el vacío y el acontecimiento son insondables e inaprehensibles.
Para finalizar, todavía queda una pregunta: si ego es un elemento de la enunciación ¿no será ella misma el acontecimiento? ¿No será el suceso de predicar sobre su corporeidad compleja y constitutiva de lo cual el diagrama del sujeto quiere dar cuenta?