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Política y gobierno

versión impresa ISSN 1665-2037

Polít. gob vol.16 no.2 Ciudad de México ene. 2009

 

Artículos

 

La posición del PRI en la política mexicana

 

The PRI's Position in Mexican Politics

 

Philip Paolino*

 

* Profesor asociado de la University of North Texas y fue director del Programa de Ciencsia Política en la National Science Foundation. Box 305340, Denton, TX 76203. Tel.: 940–565–2315. Correo electrónico: paolino@unt.edu.

 

El artículo se recibió en diciembre de 2008.
Aceptado para su publicación en enero de 2009.

 

Resumen

El Partido Revolucionario Institucional (PRI) dominó la política mexicana durante más de setenta años, pero su suerte ha ido declinando a lo largo de las dos últimas décadas, lo que culminó con su pérdida de la presidencia en 2000. Los resultados que obtuvo el PRI fueron todavía peores en 2006, cuando terminó en tercer lugar de la contienda por la presidencia y pérdidas significativas en ambas cámaras de la legislatura. En este artículo se analiza si el PRI está o no en peligro de pasar de ser el partido dominante a representar un tercer partido en un sistema bipartidista. Los resultados sugieren que el PRI se ha quedado rezagado pero que puede tener una ventana estrecha para reagruparse, sobre la base de una ventaja regional comparativa en los estados del norte y del sur.

Palabras clave: PRI, elecciones año 2000, elecciones año 2006, sistema bipartidista.

 

Abstract

The Institutional Revolutionary Party (PRI) dominated Mexican politics for over 70 years, but its fortunes have been sliding in the past two decades, capped by its loss of the presidency in 2000. The results for the PRI were even worse in 2006, with a third–place finish in the presidential race and significant losses in both houses of the legislature. This paper examines whether or not the PRI risks going from being a dominant party to a third party in a Mexican two–party system. The results suggest that the PRI has fallen behind, but that it may have a limited window to regroup based upon comparative regional advantage in the northern and southern states.

Keywords: PRI, presidential elections 2000, presidential elections 2006, third party system.

 

El Partido Revolucionario Institucional (PRI) fue el partido dominante en México durante más de setenta años, hasta que resultó derrotado por el Partido Acción Nacional (PAN) en la elección presidencial de 2000. Esa elección fue un hecho señalado, pero tan sólo un hito más de la reciente declinación del PRI. La participación de éste en el voto presidencial disminuyó de alrededor de 50 por ciento en 1988 y 1994 a 37 por ciento en 2000 y 22 por ciento en 2006. También puede observarse una pérdida de dominio en las elecciones legislativas a partir del número de estados donde obtuvo la mayoría del voto, el cual cayó de 22 en las elecciones a diputados de 1997 a tan sólo ocho estados en la elección de 2006, lo que refleja una disminución de 239 a 106 escaños. Los análisis de la elección presidencial de 2006 describen una división regional de México en estados azules y amarillos, que deja fuera al PRI (por ejemplo, Baker, 2006; Lawson, 2006).

Otra manera de evaluar la declinación del PRI consiste en examinar los cambios de la identificación con el PRI, el PAN y el Partido de la Revolución Democrática (PRD) desde 2000 hasta 2006. Utilizando respuestas de las primeras rondas de estudios de panel de 2000 y 2006 de las elecciones, a fin de minimizar los efectos a corto plazo de las campañas sobre la identificación, los datos muestran que el porcentaje de personas que se identificaban con el PRI descendió de 40.1 por ciento en 2000 a 27.7 en 2006.1 En comparación, la identificación con el PAN permaneció estable, 27.7 por ciento en 2000 y 24.0 en 2006, y la identificación con el PRD ascendió de 10.1 a 17.3 por ciento. Estas cifras cuentan una historia mixta del PRI. Éste seguía teniendo el mayor número de personas que se identificaban con él al comienzo de la campaña de 2006, pero el porcentaje de los habitantes que se consideraban priístas se ha reducido en forma dramática.

El PRI puede estar también en peligro si la gente lo percibe como un partido que se ubica entre el PAN, de derecha, y el PRD, de izquierda, porque podría resultar aplastado ideológicamente a medida que el PAN y el PRD tratasen de ampliar su margen de votación, y experimentar una mayor erosión en su base de apoyo. En una nación cuyo sistema electoral sólo tiene un componente limitado para la representación proporcional, hay inquietudes justificadas respecto al futuro del PRI.

Pero si bien en fechas recientes el PRI ha tenido dificultades, su historia como partido dominante lo convierte, más que al PAN o al PRD, en un partido capaz de atraer votos en todas las regiones. Y aunque en la elección de senadores de 2006 sólo obtuvo mayoría de votos en cinco estados, no terminó tercero más que en ocho de ellos. En contraste, el PRD ganó en once estados, pero terminó tercero en dieciocho. El PRD es claramente el tercer favorito en la mayor parte del norte del país y el PAN es más débil en el sur (véase también Klesner, 2007). Esto resulta significativo porque mientras que los factores arriba mencionados sugieren que se aproximan tiempos difíciles para el PRI en las elecciones presidenciales, los resultados de los sufragios subnacionales indican cómo y dónde sigue siendo viable, al menos en el corto plazo, y conserva la oportunidad de revivirse nacionalmente.

Incluso si se ignora el componente proporcional de las elecciones legislativas mexicanas, el PRI puede seguir siendo viable porque, como lo señala Cox (1997), los sistemas puros de miembro único y mayoría simple pueden sostener a más de dos partidos en el nivel nacional si la heterogeneidad entre distritos, tal vez por regiones, permite que un tercer partido nacional siga siendo competitivo en ciertas áreas, sobre todo en naciones que tienen sistemas federales de gobierno. Si bien no hay nada inherentemente regional acerca de los llamamientos del PAN ni del PRD, las debilidades históricas del PAN en el sur y del PRD en el norte le brindan al PRI dos regiones en las cuales es capaz de competir mejor como segundo partido. Esto le proporciona la oportunidad de reconstruirse mientras el PAN y el PRD no se vuelvan competitivos en todas las regiones. Si esos partidos logran crear apoyo en todo México, el PRI podría terminar por ser un partido minoritario.

Por ello, este trabajo se concentra en la posición del PRI en el sistema mexicano de partidos ahora que debe competir sin las ventajas de ser un partido dominante. En un sistema tripartidista el PRI puede quedar ahogado por los dos partidos más extremos. No obstante, en un sistema regional bipartidista su posición central puede resultar ventajosa, ya que los votantes derechistas del norte y los izquierdistas del sur podrían verlo como el menor de dos males. Los electores del norte que apoyan al PRD en las elecciones nacionales, por ejemplo, podrían votar estratégicamente por el candidato del PRI para derrotar al PAN en los sufragios locales. Pero si el PRI pierde credibilidad, el PAN y el PRD podrían consolidar su control en sus respectivas regiones y expandirse a otras. La pérdida de importancia en el ámbito nacional también podría afectar la capacidad del PRI de competir por los cargos de menor nivel cuando los políticos con ambiciones prefieran postularse como candidatos de partidos en los cuales tengan mejores posibilidades de construir su carrera política (Aldrich, 1995).

Este artículo se concentra en la competencia en las elecciones mexicanas del nivel subnacional a fin de entender las implicaciones de las elecciones de 2006 para el prestigio del PRI como partido antes dominante en la política del país. La base de este análisis son las respuestas a estudios de panel realizados en 2000 y 2006. La hipótesis primordial consiste en que la variación regional del sistema mexicano de partidos, sobre todo tanto en el norte como en el sur, le proporciona un refugio al PRI para reagruparse después de sus recientes derrotas presidenciales. En apoyo de estas hipótesis podría sugerirse que aunque el PRI sufrió en términos nacionales en las elecciones de 2006, no quedó herido de muerte, y los patrones regionales dentro de la política del país brindan una base a partir de la cual podría volver a surgir como partido de importancia. De no haber apoyo para estas hipótesis cabría sugerir que el PRI podría perder su relevancia.

 

El PRI en la política mexicana

Quienquiera que esté familiarizado con la política mexicana sabe que el PRI fue el partido dominante en México durante la mayor parte del siglo XX. Mucha gente sabe también que gradualmente fue aceptando reformas que permitieron que los partidos de oposición desafiaran su preeminencia, primero en el ámbito estatal y después en el nacional (Magaloni, 2006). Esta sección no contiene una historia de la política de los partidos mexicanos, sino que se concentra en los desafíos a los que se enfrenta un partido antes dominante, como el PRI, a fin de brindar un marco de referencia para comprender de qué manera la consolidación de regímenes democráticos puede alterar la estructura de la política partidista, así como el lugar que en ella ocupa un partido dominante.

Por lo general los partidos dominantes pueden gobernar durante periodos largos y continuos porque su control sobre el Estado les da también el control de los recursos económicos, del flujo de información y –por medio de la coerción, de ser necesario– de la población (Greene, 2007). El PRI no constituyó una excepción en el uso de esos medios para conservar el poder. El partido Kuomintang de Taiwán (KMT) tuvo ventajas similares durante sus cincuenta años de gobierno antes de perder la presidencia también en 2000. Al igual que el KMT y otros partidos dominantes, el PRI se ganó la lealtad de la población gracias a la adopción de una imagen nacionalista (Klesner, 2005, p. 206). Además de ocupar roles como simples partidos, los dominantes suelen fusionarse con la imagen de su Estado–nación.

Con el tiempo esos partidos se enfrentan a presiones para llevar a cabo reformas políticas y económicas. Cuando eso ocurre, para algunos votantes se ha perdido ya la legitimidad de aquéllos debido a la corrupción o el mal manejo del gobierno. También tienen que conceder algunas de las ventajas que adquieren por contar con el control del Estado y los recursos concomitantes, incluyendo su capacidad de controlar y manipular las elecciones (Magaloni, 2006).

No obstante, esos partidos conservan ciertas ventajas. Primero, la identificación de tantos años con el Estado–nación significa que algunos de los votantes de más edad se socializaron para verlo como el protector de sus intereses (véase por ejemplo Miller, Hesly y Reisiner, 1994). Esto permite que los partidos dominantes consigan votos en la mayoría de los puntos del país, si acaso no en todos. En contraste, frecuentemente los de oposición se asocian más con unas regiones que con otras, tal como ocurre con el PAN en el norte de México y el Partido Democrático Progresista (PDP) en el sur de Taiwán. Segundo, el partido posee también el virtual monopolio de los candidatos con experiencia del gobierno. Al no tener evidencias de la capacidad de gobernar de la oposición, los votantes pueden preferir dar su apoyo al "malo conocido" (Morgenstern y Zechmeister, 2001). Tercero, los políticos más ambiciosos pueden tener sus dudas para unirse a partidos de dudosas perspectivas. Quienes pretenden llevar a cabo una carrera política suelen preferir incorporarse a una organización ya probada, que pueda proporcionar los activos electorales de que no dispone un partido más nuevo (Aldrich, 1995).

No obstante, estas ventajas desaparecen en cuanto la oposición adquiere más fortaleza, atrae a candidatos calificados y gana elecciones. Los políticos que se unieron al partido dominante debido a sus recursos desertan muchas veces para trasladarse a los que les brindan mejores oportunidades de progreso político o de promover sus preferencias. En Taiwán, James Soong dejó el KMT en el año 2000, cuando no fue designado aspirante a la presidencia, para postularse como candidato independiente. Un paralelismo obvio en México es la decisión de Cuauhtémoc Cárdenas de abandonar el PRI, en 1988, y formar lo que habría de llegar a ser el PRD.

Una vez que la oposición puede aprovechar la apertura que crea la reforma política, lo que hay que ver es cómo responde el partido dominante. En Taiwán el KMT terminó tercero en la elección presidencial de 2000 y sufrió pérdidas significativas en las legislativas de 2001, pero en 2008 se recuperó y ganó la presidencia y una mayoría legislativa de dos tercios de los escaños. El PRI, sin embargo, todavía está esperando esa recuperación.

El KMT pudo sobrevivir porque su asociación con la imagen nacional también lo vinculaba con el tema dominante de la política taiwanesa: la identidad nacional de Taiwán en relación con China continental, respecto al cual el partido comparte la posición de la mayoría de los votantes. En contraste, la imagen nacionalista del PRI le da bastante menos ventajas para atraer a los electores, ya que las manifestaciones de nacionalismo reflejan los grandes problemas económicos, no la supervivencia básica de la nación. Además, las posiciones internas del partido en torno a cuestiones de nacionalismo económico se habían faccionalizado, incluso antes de que el PRI perdiera el poder; algunas facciones apoyaban la propiedad estatal de las empresas mientras que otras estaban a favor de un mayor comercio con Estados Unidos. Esta división hace aún más difícil que el PRI utilice el nacionalismo económico para lograr su resurrección. En consecuencia, tiene que competir con los demás partidos sin contar con esa ventaja.

 

Evaluación de la posición del PRI en el sistema mexicano de partidos

Tras haber perdido su estatus de partido dominante, buena parte del futuro del PRI depende de cómo lo evalúen los votantes en relación con el PRD y el PAN, sobre todo en las diversas regiones. Algunos especialistas sostenían antes que, para decidir su voto, los electores mexicanos usaban un modelo de dos pasos basado en su actitud en relación con el PRI. Si estaban satisfechos con éste, lo apoyaban; en caso contrario escogían entre uno de los dos partidos de oposición (Domínguez y McCann, 1995; Paolino, 2005). Ese proceso sugeriría que el PRI era un actor focal dentro de un sistema bipartidista defacto, pero hay evidencias (Paolino, 2008) de que el modelo de dos pasos ya no resultaba pertinente para las elecciones presidenciales de 2000, lo que refleja la pérdida de dominio del PRI en la percepción de los votantes. Además de su pérdida de poder, hay otros factores que pueden influir sobre el comportamiento de los votantes; la evaluación del candidato presidencial, por ejemplo. Una alternativa es que los electores puedan seleccionar entre los tres partidos a partir de su visión de la posición de los mismos sobre ciertas cuestiones. Como el modelo downsiano brinda una dirección clara en relación con la viabilidad de los partidos en un sistema tripartidista, este trabajo se ocupa primero de la posición del PRI, en relación con el PAN y el PRD, por lo que toca a determinados temas.

 

¿Es el PRI el partido del medio?

El modelo downsiano de competencia política sugiere que en los sistemas electorales de mayoría relativa con múltiples partidos los de centro corren el riesgo de ser asfixiados por los que se ubican en los extremos. Esta conclusión sigue la lógica de que como los partidos tratan de maximizar sus posibilidades de ganar las elecciones en los sistemas de mayoría relativa tienen incentivos para adoptar principios que se acerquen a la media de los votantes. En un sistema de dos partidos esta lógica hace que ambos converjan en la posición del votante medio. Un sistema de tres partidos con elecciones que se ganan por mayoría relativa crea una presión similar, porque los partidos que se ubican más hacia los extremos tienen incentivos para acercarse al partido medio y aprovechar algo de su participación en el voto. Hay condiciones en las cuales estas presiones se reducen, como ocurre con las distribuciones multimodales de las preferencias de los votantes, la abstención y el peligro que representan los nuevos miembros del partido, pero pueden persistir los incentivos para la convergencia.

Resulta muy fácil ver al PRI como partido centrista, sobre la base de las posiciones que apoyan la participación activa del gobierno en la economía combinadas con las que están a favor de la liberalización comercial con Estados Unidos. La tradición anticlerical del partido también lo distingue de un partido conservador, aunque la naturaleza autoritaria de su gobierno lo aleja de los libertarios políticos. Cuando los partidos dominantes cuentan con el control tienen incentivos para ubicarse cerca del centro del espectro político, a fin de no tener que apelar a la represión armada para mantenerlo. Mas cuando deben competir con otros partidos en elecciones justas, lo importante es si el PRI es un partido centrista que podría quedar anulado por sus competidores.

Este artículo analiza primero esta pregunta, utilizando datos del estudio de panel de México 2000. Esa encuesta incluye preguntas relativas a las percepciones que tienen los votantes de las posiciones de los candidatos en torno al manejo del crimen, del control gubernamental de la industria eléctrica, la reforma política y la ideología política general (véase en el apéndice la redacción de las preguntas específicas), con posiciones que van de 0 a 10.

Respecto al crimen, los encuestados ubicaron a Francisco Labastida cerca del extremo superior de la escala que indicaba una posición más estricta frente al mismo, con una mediana de 5.76, y a Cuauhtémoc Cárdenas como más tolerante, con una mediana de 4.89, dejando en el medio a Vicente Fox, con 5.54. Sobre las empresas del Estado, colocaron en el medio a Labastida, con una mediana de 4.9, a Cárdenas a favor de mantener el control gubernamental, con 4.32, y a Fox en apoyo de la privatización, con 5.92. Sorprendentemente, a Labastida se le ve también en el medio en relación con la reforma política, con una mediana de 5.51, flanqueado a la izquierda por Cárdenas, con 5.30, y a la derecha por Fox, con 5.71. Estos datos muestran claramente al PRD a la izquierda, pero hay algunas cuestiones en las cuales el PRI está a la izquierda del PAN, y otras en las que se ubica a la derecha del mismo. En términos globales, en materia de ideología, es bastante sorprendente ver que los encuestados ubican a Labastida más a la derecha, con una mediana de 6.89, que a Fox, que estaba en el centro, con 6.03, mientras Cárdenas quedaba a la izquierda, con 4.33 (cf. Moreno, 2006).

Los datos de 2006 no miden las posiciones de los candidatos con tanta precisión como los de la encuesta de 2000, pero indican que se veía a Roberto Madrazo más como centrista en lo referente a la privatización de la industria eléctrica y las relaciones comerciales con Estados Unidos, tanto en la primera ronda del panel como en las subsecuentes. En la primera ronda 35 por ciento de los interrogados creían que Madrazo estaba a favor de la apertura de la industria eléctrica a más inversión privada, en comparación con 38 por ciento para Felipe Calderón y 30 para Andrés Manuel López Obrador. Para la tercera ronda estas cifras se habían ampliado a 39, 57 y 27 por ciento, respectivamente. De manera similar, mientras que para los votantes los candidatos tenían aproximadamente los mismos grados de apoyo al aumento del comercio con Estados Unidos en la primera ronda, las cifras de la tercera son casi idénticas a las de sus percepciones en relación con la industria eléctrica: 57 por ciento para Calderón, 40 para Madrazo y 27 para López Obrador. Hubo una ligera variación regional en la forma en que se percibía a los candidatos en relación con estos temas, pero los patrones regionales generales reflejan la percepción nacional de que Madrazo se ubicaba en el centro.

Estos resultados proporcionan cierto apoyo a la hipótesis de que el PRI es susceptible de ser aplastado por los partidos que se ubican a su izquierda y a su derecha. En conjunto, sugieren que el PRI y el PAN compiten por los electores en lo que toca a ciertas cuestiones, mientras que para la mayoría de los temas el PRD tiene a la izquierda sólo para él. Por lo tanto, estos datos muestran cómo la presión convergente de los otros partidos podría representar una amenaza para el PRI. Sin embargo, cabe afirmar que la ideología desempeña un papel relativamente pequeño en las elecciones mexicanas, y esto significa que la ubicación entre el PRD y el PAN no necesariamente le crea dificultades al PRI. Los datos que se presentan más adelante arrojarán cierta luz sobre esta cuestión.

 

El PRI nacional y localmente

Resulta evidente que ésta no es más que una de las maneras de evaluar la situación del PRI. Los análisis de la posición de este partido en la política mexicana después de la elección de 2006 señalan inevitablemente la declinación de sus seguidores en los sufragios tanto presidenciales como legislativos, pero además de tomar nota de esa declinación en ambos terrenos, vale la pena evaluar en qué medida los candidatos presidenciales perdedores afectaron al PRI en un estrato más bajo, en el cual las diferencias en la competencia regional pueden darles a los votantes la posibilidad de escoger sólo entre dos candidatos viables porque, si ambos niveles están estrechamente conectados, los puntos débiles del PRI en el ámbito nacional podrían hacer difícil que se revirtiese esta declinación. Si, por el otro lado, la fuerza del PRI en algunas regiones logra aislar a sus candidatos locales de la política nacional, aquél tendrá una probabilidad mucho mayor de seguir siendo un partido viable.

Por haber sido un partido dominante, el PRI era una institución nacional; como tal, su pasado de partido dominante corrupto y la vinculación de sus candidatos presidenciales con ese pasado podría lesionarlo con los votantes en una dimensión de consenso (véase por ejemplo Ansolabehere y Snyder, 2000) que contaminase toda la marca del partido, incluso hasta el ámbito local. La percepción de un partido corrupto resulta relevante. por ejemplo, mientras a Labastida lo veían como "muy" o "algo" honesto 49.6 por ciento de los votantes en el panel posterior a las elecciones de 2000, sólo 31.8 por ciento percibía así a Madrazo en el panel que se realizó tras los sufragios de 2006. En ambas elecciones se consideraba a los candidatos presidenciales del PRI menos honestos que a los del PAN, y también se percibía a Madrazo como menos honesto que López Obrador. Las comparaciones de la honestidad de los candidatos presidenciales del PRI con los demás no cambiaban por región, salvo que en el norte consideraban a López Obrador menos honesto que a Madrazo. Este legado de la imagen del PRI podría inducir a los votantes a considerar alternativas que con anterioridad eran débiles en las elecciones locales y a reforzar la competencia del PRI en lugares en los que había sido limitada.

Esencialmente, el efecto de la marca nacional del partido en los candidatos del mismo en todos los niveles tiene que ver con el efecto de arrastre (coattail effect) de aquél. En el resto de este artículo se buscan las diferencias de este efecto entre las regiones en las cuales la competencia entre dos partidos constituye la norma y aquellas que cuentan con un sistema más competitivo de tres partidos. El objetivo consiste en observar en qué medida los candidatos presidenciales del PRI influyen sobre el apoyo a los de menor nivel de su mismo partido, y las implicaciones de cualquier posible influencia sobre la competitividad local del PRI. La cuestión básica es si hay efectos de arrastre que indiquen que los candidatos nacionales del PRI están, primero, lesionando a los candidatos locales en las regiones de tres partidos y, segundo, si están reforzando a un partido menos competitivo en aquellas regiones en las que sólo compite con otro partido, con lo cual se eleva la vulnerabilidad general del PRI.

Para entender los efectos de arrastre hay dos elementos centrales: la popularidad de los candidatos presidenciales y la fuerza local de los partidos. La popularidad de los candidatos presidenciales influye en las estrategias de los locales. Éstos tienen incentivos para asociarse con los candidatos presidenciales populares de su partido y alejarse de los débiles (véase por ejemplo Ferejohn y Calvert, 1984; Samuels, 2000). Como resultado de ello los candidatos presidenciales populares, en iguales circunstancias, deberían aumentar el apoyo a los demás candidatos del partido, mientras que los débiles lo reducen (arrastre inverso). No obstante, esa popularidad interactúa con la fuerza del partido local para determinar los efectos de arrastre. Las organizaciones pueden tener influencia sobre la vinculación, por parte de los votantes, del candidato nacional y los locales, y ese vínculo tiene un efecto importante sobre la existencia de arrastres que influyan sobre los votantes (Mondak y McCurley, 1994). Los candidatos locales que coinciden con uno presidencial popular y un partido local fuerte están en mejor posición que los que tienen un partido débil para capitalizar la popularidad del candidato presidencial por medio de trabajos de movilización y otras actividades de ese tipo. De manera similar, las organizaciones partidistas locales fuertes pueden contribuir a aislar a los candidatos locales de los efectos negativos de los candidatos nacionales impopulares.

La capacidad de las organizaciones del partido para reaccionar ante las actitudes locales en relación con el candidato nacional es una de las maneras en que una rama local, fuerte o débil, puede afectar al partido en el nivel subnacional. En términos más generales, la marca nacional del partido puede llegar a vincularse con éste en el nivel subnacional, incluso cuando los candidatos subnacionales pueden cultivar un voto personal o utilizar las ventajas de la organización. Los demócratas del sur de Estados Unidos, por ejemplo, después del apoyo del Partido Demócrata Nacional a los derechos civiles, experimentaron una importante desventaja con los votantes blancos por tener que combatir su percepción como partido liberal. Mientras los republicanos siguieron siendo débiles en el sur los demócratas podían soportar esas vinculaciones. pero, inevitablemente, los republicanos ganaron fuerza, y la mayoría de los demócratas sureños fueron incapaces de superar esa asociación con los demócratas nacionales. De manera similar, si el candidato presidencial del PRI refuerza la imagen de un partido corrupto, cliente–lista, es probable que sus candidatos para los cargos de menor nivel resulten perjudicados, a menos que el partido local tenga la fuerza suficiente para contrarrestar los efectos de esa imagen.

En general la interacción entre la popularidad del candidato presidencial y la organización partidista local plantea varias expectativas. El efecto de arrastre de un candidato presidencial debe de ser más intenso cuando el candidato es popular y el partido es lo bastante fuerte como para que se beneficien los candidatos de menos nivel. En contraste, ese efecto debe de ser más débil cuando el candidato presidencial no es popular pero el partido tiene localmente la fuerza necesaria para compensar la visión negativa del candidato nacional. Entre ambos extremos, un candidato presidencial popular con un partido débil puede tener cierto efecto de arrastre, pero la debilidad del partido impide que la popularidad de aquél ejerza todo su efecto. por último, un candidato presidencial impopular de un partido débil puede tener efectos negativos sobre los candidatos de ese partido a los cargos de menor nivel, aunque, si el partido es muy débil, es probable que esos efectos se limiten debido a los bajos niveles mínimos de apoyo.

Sin embargo, las percepciones de los candidatos presidenciales y la fuerza del partido, conjuntamente con la competencia partidista resultante, pueden variar en diferentes regiones de México. El problema central es, entonces, si la variación de la competencia partidista en las distintas regiones les proporcionó protección a los candidatos locales del PRI, razón por la cual necesitamos información acerca de la competencia entre partidos en las diversas regiones del país. Este trabajo sigue la división de México que realizaron Domínguez y McCann (1995) en cuatro regiones: el norte, que incluye Nayarit, Zacatecas, San Luis Potosí, Tamaulipas y los otros ocho estados septentrionales; el sur, que incluye Guerrero, Oaxaca, Veracruz y los cinco estados que se ubican más al sur; México, que comprende el Estado de México y el Distrito Federal, y la región central, que abarca todo lo demás.2 Evidentemente los estados incluidos en las regiones no son homogéneos por lo que toca a partido y cultura, pero esas regiones sintetizan razonablemente bien la fuerza partidista en unidades lo bastante grandes como para llevar a cabo un análisis sólido.

Las contiendas por la gubernatura pueden representar la mejor prueba de la fuerza local del partido, pero la única manera de poner a prueba la variación de los efectos de arrastre de las elecciones nacionales consiste en examinar las elecciones concurrentes para la Cámara de Diputados. Los seguidores del PRI en 2006 podían elegir estratégicamente entre Calderón o López Obrador, pero votar por un candidato del PRI para la Cámara de Diputados. No obstante, sería razonable esperar esto sobre todo en las áreas en las que era probable que el candidato priísta se enfrentase sólo a otro candidato fuerte: primordialmente en el norte y, en menor medida, en los estados del sur y del centro. La ausencia de efectos de arrastre en estas regiones, en 2006, indicaría que el PRI aún conserva la capacidad de atraer apoyo para sus candidatos de menor nivel, al margen de la campaña nacional. En el Estado de México y el Distrito Federal los efectos de arrastre del PRI con una competencia de tres partidos demuestran de qué manera podría ser anulado nacionalmente, mientras que la ausencia de esos efectos indicaría que el PRI puede seguir siendo viable incluso en esas circunstancias.

 

Examen de la variación regional en los efectos de arrastre

La primera pregunta es, simplemente, si las actitudes hacia los candidatos presidenciales del PRI influyeron sobre los votantes en la elección de diputados. La segunda es si esos efectos variaron de una región a otra –y cómo–, debido a diferencias en la fuerza del partido y la popularidad de los candidatos en esas regiones. El argumento de que la variación regional de la fuerza del PRI puede ayudarlo a mantener su posición en tiempos difíciles en el nivel nacional depende de la idea de que un mal desempeño del partido en dicho nivel no disminuye su competitividad en el ámbito local en las áreas en las que tiene fuerza.

Un elemento importante de este análisis son los patrones regionales de competencia entre los partidos en ambas elecciones. Hay dos cosas que quedan bastante claras a partir de los resultados de la elección presidencial. primero, desde 1997–2003 la competencia en el norte y, en menor medida, en los estados del centro, se ha dado primordialmente entre el PAN y el PRI. En esas regiones el PRI recibe habitualmente 40 por ciento de los votos en las elecciones a diputados y el PAN por lo menos 35 por ciento. Segundo, la competencia en el Distrito Federal y en el Estado de México ha involucrado a los tres partidos. El sur es más difícil de describir porque en algunos estados, como Yucatán, la competencia se da fundamentalmente entre el PRI y el PAN, mientras que en los demás, como Tabasco y Guerrero, los principales competidores son el PRI y el PRD; por último, hay estados, como Veracruz, en los que los tres partidos son competitivos. No obstante, los datos de las encuestas proporcionan muy pocas observaciones, en muchos de los estados, como para evaluar las diferencias subregionales en materia de competencia, aunque un análisis de las regiones debería brindar una excelente percepción de lo bien que se conectan los partidos en los terrenos nacional y local.

En buena medida los datos de las encuestas confirman estas imágenes de la competencia. En la primera ronda de la investigación de 2000, 51 por ciento de los interrogados del norte se identificaba con el PRI, seguido por 28 por ciento con el PAN y sólo 9 con el PRD. En los estados centrales las cifras comparables eran 36 por ciento para el PRI, 31 para el PAN y 7 por ciento para el PRD. Éste también era último en la región de México, donde 13 por ciento de los encuestados se identificaba con él, en comparación con 29 por ciento tanto para el PRI como para el PAN. El PRD tiene una fuerza parecida en el sur, con 12 por ciento, y el PAN está allí en su punto más débil, con 22 por ciento, la mitad de 44 por ciento con que cuenta el PRI.

En la primera ronda de la encuesta de 2006 muy poco había cambiado para el PRD en las regiones norte y centro, donde el PRI y el PAN estaban aproximadamente empatados, y el PRI tenía a su favor a 32 por ciento de los entrevistados en el norte y a 25 por ciento en la región central, en comparación con 30 y 28 por ciento, respectivamente, del PAN. El PRD era en ese momento el primer partido en la región de México, con 35 por ciento de los encuestados que se identificaba con él, mientras el PRI y el PAN lo seguían con 20 y 16 por ciento, respectivamente. por último, el sur se dividía de manera bastante equitativa: 33 por ciento de los entrevistados se identificaba con el PRI, 21 con el PAN y otro 21 por ciento con el PRD. En términos de competitividad las perspectivas del PRI eran mejores en el norte, buenas en los estados del centro y del sur, y más débiles en la región de México.

Para elaborar hipótesis específicas acerca de los efectos de arrastre en las diversas regiones debemos evaluar también la popularidad de los candidatos presidenciales en las mismas. El candidato más popular en una región debería tener mayor efecto de arrastre, con un aumento de la fortaleza de su partido en esa área. En contraste, es probable que el menos popular perjudique a los candidatos de menor nivel de su partido si es que éste no es fuerte en una región determinada, hasta el punto en el que el partido tuviese muy poca fuerza inicial. En el caso del PRI la presencia de efectos de arrastre inversos en relación con un candidato presidencial impopular debería indicar mayores debilidades del partido local porque, como partido nacional, no hay ninguna región en la que tenga muy poca fuerza.

Las calificaciones promedio de los candidatos presidenciales por región de acuerdo con el termómetro de percepciones se muestran en el cuadro 1. En 2000 Fox fue el candidato más popular en las cuatro regiones según la ronda postelectoral del panel, Labastida era bastante popular en el norte y el sur, y Cárdenas era evidentemente el candidato menos popular en términos nacionales, y sólo rebasaba a Labastida en la región de México. En 2006 Calderón era el candidato más popular en los estados del norte y del centro, López Obrador lo era en la región de México y en el sur, y Madrazo el menos popular en todas las regiones, excepción hecha del norte.

Entre la popularidad de los candidatos presidenciales y la fuerza de los partidos en las cuatro regiones, Labastida tendría que haber tenido muy poco efecto de arrastre en la mayoría de las mismas. Aunque contaba con cierta popularidad en el norte y el sur, regiones en las que el PRI era fuerte, la mayor popularidad de Fox en éstas debió atenuar los efectos de arrastre para el PRI. por las mismas razones Labastida no debió tener mayor efecto sobre los candidatos del PRI en la región central, ya que, aunque no era especialmente popular, la fuerza del PRI debería compensar su falta de popularidad. La escasa popularidad de este candidato y la debilidad de su partido en la región de México, sin embargo, tuvieron que producir efectos negativos sobre los candidatos de bajo nivel del PRI, porque los votantes contaban con otras opciones competitivas para esos cargos. (Cuadro 1)

A fin de proporcionar expectativas que ayuden a validar las hipótesis sobre los efectos de arrastre, las actitudes en relación con Fox deberían influir sobre el apoyo de los candidatos del PAN en las regiones del norte, el centro y México debido a su popularidad y a la relativa fuerza del PAN ; los efectos más marcados se encontrarían muy probablemente en las regiones septentrional y central. pese a la popularidad de Fox en el sur, es mucho menos probable que las actitudes en relación con él ayudasen allí a los candidatos panistas, porque es la región en la cual el PAN se muestra más débil. En general las actitudes acerca de Cárdenas no deberían haber tenido mucho efecto en el apoyo a los candidatos del PRD, debido a que su escaso nivel de popularidad no crearía efectos positivos, pero la magra base de apoyo al PRD significa también que no podía dañar demasiado a su partido.

En 2006 Madrazo no era un candidato popular en ninguna de las regiones, entre las cuales el norte era la más fuerte con que contaba. Debido a ello sería razonable, también en este caso, encontrar que las actitudes en relación con él perjudicaron al PRI en la región de la ciudad de México. No obstante, no tendría que haber sido una desventaja para los candidatos priístas del centro o del sur porque, a pesar de la tibieza con que se le veía en ellas, la fortaleza del PRI debería proteger a los candidatos de menor nivel. También es poco probable que las actitudes en relación con él afectasen a los candidatos del PRI en el centro o en el sur, debido a la relativa fortaleza del partido en esas áreas, aunque éstas también deberían incluirse entre los efectos en las regiones del norte y de México.

Por lo que respecta a los demás candidatos a la presidencia, la popularidad de Calderón tanto en la región septentrional como en la central debería implicar que las actitudes hacia él afectaron significativamente el apoyo a los candidatos panistas a diputados. De manera similar, si bien Calderón era algo popular en la ciudad de México, la posición superior del PRD y la popularidad de López Obrador en esa área hacen menos probable que tuviese efectos de arrastre en la misma. por razones parecidas, no es probable que los tuviese en el sur, debido a la popularidad de López Obrador y la debilidad del PAN. En lo que se refiere a López Obrador, la expectativa primaria es que influyese en el apoyo a los candidatos a diputados de la región de México y del sur, debido tanto a su popularidad como a la relativa fortaleza del PRD en esas áreas, y que ese efecto fuese mayor en la región de México que en el sur.

A fin de percibir la cambiante posición del PRI en la política mexicana, el análisis compara los años 2000 y 2006, para ver si los problemas del PRI en 2006 eran indicación de una tendencia más larga. El análisis utiliza también el aspecto de panel de la encuesta para determinar cómo cambiaron las actitudes de la gente a lo largo de la campaña que influyó en su apoyo a los candidatos a la Cámara de Diputados.

Una visión cabal de los efectos de arrastre requiere valorar los diferentes efectos de las actitudes hacia los candidatos presidenciales sobre el voto en las elecciones de diputados, calculando esos efectos con el empleo de un modelo logit multinomial. El argumento propone que los efectos de arrastre son una función de las actitudes de los votantes hacia los candidatos presidenciales y de la fuerza de la organización del partido en una región determinada. Se calculan dos conjuntos de coeficientes que permiten someter a una prueba directa el efecto de las actitudes hacia los candidatos presidenciales en el voto por el candidato del PAN en lugar de por el del PRI, y el voto por el candidato del PRD en lugar de por el del PRI. Con esas estimaciones también resulta posible calcular los efectos predichos sobre las probabilidades de escoger a un candidato del PAN en vez de uno del PRD, pero el análisis se concentra en las otras dos comparaciones debido al hincapié de este artículo en la posición del PRI en el sistema mexicano de partidos, en comparación con la de los otros.

Las mediciones de las actitudes de los votantes en relación con los candidatos es el sumario, la calificación de 11 puntos del "termómetro de percepción" para cada candidato, a partir de la ronda postelectoral. A fin de distinguir los efectos relacionados con los candidatos que pueden separarse de los partidos, el modelo contiene también mediciones de las actitudes de los votantes hacia los partidos, en una escala similar, de la encuesta post–electoral. Se incluyen evaluaciones personales y sociotrópicas de la economía, para explicar los efectos de la votación retrospectiva. por último, se utilizan tres variables dummy de la presunta decisión de voto de los encuestados (PAN, PRD o no sé, con el PRI en el último lugar) de la primera ronda, como otro elemento para valorar los efectos de las campañas.

Estas variables dummy proporcionan también un medio para evaluar la fuerza del partido ya que, en primer lugar, cabría esperar que los partidos fuertes pudiesen conservar su base de apoyo a lo largo de su campaña mejor que los débiles y, segundo, porque la variable para los entrevistados que no expresaron una decisión de voto en la primera ronda permite examinar el éxito que tuvieron los partidos al atraer a los votantes indecisos. En vista de la línea base de apoyo para un candidato del PRI en la primera ronda, sería buena señal para su partido en esa región si no hubiese una diferencia significativa de los electores que en un comienzo no estaban comprometidos en optar por esos partidos, en lugar de por el PRI, porque eso significaría que los votantes indecisos eran estadísticamente parecidos a los seguidores iniciales del PRI. Si esos entrevistados no mostraban una probabilidad significativamente mayor de votar por el PAN o por el PRD que los seguidores del PRI ya existentes, eso significaría que el PRI había sido capaz de atraer a otros votantes a una tasa similar a su capacidad de mantener el apoyo existente.

El análisis logit multinomial para la elección de diputados de 2000 (cuadro 2) representa una prueba de la hipótesis de los efectos de arrastre, e indica claramente que los tuvo Labastida en la región de México, así como que hubo algunos efectos inesperados, aunque menores, en los estados centrales, por lo que toca a la votación por el PAN. Pero, como se predijo, las actitudes en relación con Labastida no afectaron el apoyo a los candidatos priístas en los estados del norte y del sur. En el norte los resultados indican que la fuerza del PRI en esa región puede tener efectos de arrastre limitados, a pesar de que Labastida era menos popular allí que Fox. De manera parecida, los resultados del sur indican que el PRI siguió siendo allí lo bastante fuerte como para impedir que la escasa popularidad de Labastida perjudicase a los candidatos priístas. También es digno de mención el hecho de que los votantes del norte que no expresaron una preferencia en la primera ronda del panel no tuviesen mayores probabilidades de sufragar por el PAN en la ronda postelectoral que quienes planeaban votar por el PRI. Esto significa que en el curso de la campaña el PRI no perdió un apoyo significativo para sus candidatos de menor nivel en el norte durante la campaña, como hubiese sido de esperar si Labastida desalentaba a los votantes a apoyar la marca del PRI.

Todo esto pretende evaluar el estado del PRI para seguir adelante a partir de 2006. Como ya se señaló, la falta de efectos de arrastre en el norte en la elección de 2006, por ejemplo, indicaría que la impopularidad de Madrazo no afectó la capacidad organizacional del PRI para conservar sus escaños en el norte, especialmente cuando se observa que hay una falta de efecto similar en 2000. No obstante, los resultados de 2000 muestran una vulnerabilidad potencial del PRI en los estados centrales, que los demás partidos hubiesen podido aprovechar para expandirse en la elección de 2000. Si bien en la región central el PRI parecía ser más fuerte que el PRD, tal vez no resulte sorprendente ver que los votantes de los estados centrales fueron influidos por sus actitudes en relación con Madrazo.

Los resultados de 2006 (cuadro 3) muestran en general una estasis entre 2000 y 2006. Algo más importante para el PRI es que no hubo efectos de arrastre para Madrazo ni en el norte ni en el sur. Esto significa que, pese a su relativa impopularidad, en esas áreas las actitudes negativas en relación con él no redujeron de manera directa el apoyo a los candidatos priístas a la Cámara de Diputados. Ello indica que el norte y el sur siguen siendo áreas en las que el PRI tiene posibilidades de reconstruirse. Los resultados del sur son especialmente buenos en este sentido, porque ni la mayor popularidad de Calderón y López Obrador ayudó a los candidatos de sus respectivos partidos. La zona principal que preocupaba al PRI con miras a 2006 era la región central. Tal como ocurrió con Labastida en 2000, la escasa popularidad de Madrazo redujo el apoyo a los candidatos del PRI, pero los efectos de ello beneficiaron primordialmente al PAN, no al PRD. Esto sugiere que incluso si el PRD ganó fuerza en el área, la competencia principal siguió dándose entre el PRI y el PAN. Al mismo tiempo López Obrador, cuya popularidad descendió entre las rondas preelectoral y postelectoral del estudio de panel, no proporcionó mayor ayuda a los candidatos del PRD en ninguna de las regiones, cosa que debería inquietar a los seguidores de este partido.

La última área de preocupación para el PRI es que en la región de México y en la sur existen evidencias de que el PAN fue significativamente más capaz que el PRI de obtener apoyo de votantes que no eran seguidores de ninguno de los tres partidos en la primera ronda del estudio. Si bien estos resultados no necesariamente son producto de efectos de arrastre, demuestran que el PAN pudo socavar el apoyo potencial al PRI tanto en 2000 como en 2006, en el curso de ambas campañas. La implicación de estos hallazgos es que visiblemente el PRI no es ya el partido dominante en la mayor parte de México, y que cualquiera que sea su posibilidad de recuperarse en el norte, el partido nacional tendrá que encontrar alguna manera de reparar su imagen en el país, empezando con la nominación de candidatos presidenciales más fuertes. La última sección de este trabajo profundiza en estos temas, pero parece estar claro que el PRI se ha convertido en el partido que ocupa el segundo y el tercer lugar en los estados centrales y en la región de México, respectivamente.

Es bien sabido que los coeficientes logit pueden resultar de difícil interpretación porque reflejan los efectos de variables independientes en las probabilidades de decisiones diferentes. por esa razón la figura 1 presenta las diferentes probabilidades predichas de que un votante en cada una de las regiones, tanto en 2000 como en 2006, apoye a un candidato a diputado de cada partido, dadas las diferencias en la calificación que hace el elector del candidato presidencial del PRI. A fin de determinar esas probabilidades previstas las variables se mantienen constantes en la mediana, mientras que el termómetro de calificación para el candidato presidencial del PRI pasa de una desviación estándar por debajo de la mediana nacional (bajo) a la mediana regional y a una desviación estándar por encima de la misma (alto), con excepción de las variables de intención del voto de la primera ronda, que se ubica en 0 para los seguidores tempranos del PAN y del PRD, y en 1 para los votantes indecisos tempranos.

La columna de cifras que aparece a la izquierda presenta las probabilidades predichas para cada una de las regiones en la elección de 2000, y la que se encuentra a la derecha las probabilidades correspondientes para 2006. Las comparaciones primarias se hacen entre regiones dentro de una elección, así como dentro de regiones entre ambas elecciones. Los resultados para 2000 indican, como se señaló arriba, que Labastida no tuvo efectos de arrastre en el norte ni en el sur, ya que las actitudes en relación con él ejercieron un efecto insignificante sobre la probabilidad de que un votante optase por un candidato del PRI en esas regiones. De manera similar, los efectos de arrastre previstos para Labastida estuvieron presentes en la región de México, donde el cambio de evaluaciones bajas a altas de este candidato elevó 0.46, en este ejemplo, la probabilidad de apoyar a un candidato priísta. En contraste con lo predicho, Labastida también tuvo efectos de arrastre en los estados centrales, lo que sugiere que allí la organización del PRI, a diferencia de lo que ocurría en el norte y en el sur, no logró proteger a los candidatos locales de la escasa popularidad de aquél; el efecto similar fue una diferencia en probabilidad de 0.47. También debe destacarse que los cambios de evaluación de Labastida en esa región tuvieron grandes efectos en el apoyo a los candidatos del PAN, pero muy pocos sobre la probabilidad de que los votantes seleccionasen a los candidatos del PRD. Esto coincide con el argumento arriba expuesto en el sentido de que la principal competencia para el PRI proviene del PAN, no del PRD.

El patrón de resultados correspondientes a 2006 es muy similar al de 2000, pero con algunos cambios de grado. Sigue sin haber efectos de arrastre significativos entre Madrazo y los candidatos priístas en el norte y en el sur, aunque el efecto en esta última región es ligeramente mayor. Esta relativa falta de cambio en esas regiones indica que el PRI siguió siendo capaz de proteger a los candidatos de menor nivel incluso cuando estaba siendo aún más golpeado en la elección presidencial. Y tal como ocurrió en 2000, el candidato priísta a la presidencia mostró significativos efectos de arrastre en los estados centrales, donde el PAN continuó siendo el principal beneficiario. pero si se le compara con 2000, Madrazo no tuvo mayores efectos de arrastre en la región de México. No obstante, es posible que esto no indique tanto la fortaleza del PRI como su debilitada posición en la competencia entre los tres partidos, en la cual el PAN resultó ser el mayor beneficiario de la impopularidad de Madrazo.

En términos más generales, los resultados indican que las actitudes hacia los candidatos presidenciales del PRI no parecen haber tenido mayor efecto directo sobre los demás candidatos priístas en el norte y el sur, las áreas en las que tradicionalmente han tenido menos competencia de otros partidos. También hay evidencias claras, en la figura 1, de que el PAN se benefició de las actitudes negativas acerca de los candidatos presidenciales del PRI en ambas elecciones, lo que confirma el análisis ideológico en el sentido de que el PRI y el PAN compiten por los votos, mientras que por ahora el PRD tiene toda la izquierda para sí.

 

Conclusiones

Este trabajo demuestra que el PRI puede sobrevivir en un sistema electoral competitivo, siempre que sea capaz de mejorar sus perspectivas nacionales reforzando aquellas regiones en las que se enfrenta a una competencia notable de un solo partido. por ahora esto parece ocurrir principalmente en el norte y, en menor medida, en el sur. En términos más generales el análisis sugiere que el PRI, igual que anteriores partidos dominantes, tiene que designar candidatos nacionales que representen una ruptura con el pasado, en buena medida como ocurrió con el candidato del KMT de 2008, Ma Yingjeou, al que se veía distanciado del pasado más corrupto de su partido. Los candidatos presidenciales impopulares no lesionaron visiblemente a los que aspiraban a puestos de menor nivel por parte de este partido en el norte y en el sur, pero hubo evidencias de que esos candidatos perjudicaron a su partido en los estados del centro, permitiendo que el PAN fuese dominante en esa área y dándole una entrada al PRD donde había sido débil. para 2006 el PAN era claramente el partido más fuerte y el PRD se veía como un partido que podía crecer hasta constituir la principal alternativa programática al PAN (Moreno, 2006), mientras que el PRI, con Roberto Madrazo, representaba la antigua política priísta (Langston, 2007). En síntesis, el rechazo de los votantes por el PRI en 2006 refleja el rechazo a un partido que no había progresado al mismo ritmo que los otros dos más importantes en la transición a un sistema electoral competitivo.

En este artículo se ha analizado cómo el PRI, antes el partido dominante, se enfrenta a grandes retos cuando compite en un sistema electoral justo. El partido se encuentra en una posición difícil en materia de resultados frente a otros y sobre él recae la carga de su pasada reputación en cuestiones de consenso. En otras circunstancias el PRI podría encontrarse en serios problemas. Si la política llegase a ser más competitiva en todas las regiones, como ocurre ahora en la de México, su posición se vería en peligro, pero nuestros resultados sugieren que, igual que otros partidos antes dominantes, el PRI tiene por ahora la oportunidad de recuperarse, debido a la variación regional de la política de México.

Con base en este análisis, sin embargo, el PRI se enfrenta a ciertos retos para su reconstrucción. Si los estados del norte y del sur son regiones en las cuales el PRI puede reponerse, la dirección programática para el partido no queda totalmente clara. Si sigue mostrándose dividido en cuestiones de liberalismo económico, la solución para ganar apoyo en el norte no es la misma que funciona bien en el sur. En pocas palabras, adoptar un conjunto de políticas en lugar de otro podría implicar renunciar ya fuese al norte o al sur, y tener que reconstruir a partir de la región restante.

Por último, hay que recordar que este análisis sólo refleja tendencias de lo que ya ha ocurrido. Como muchas veces los partidos se adaptan a un mal desempeño, no debe inferirse que el PRI es una fuerza ya extinta en la política mexicana. Con mejores candidatos, con un mejor mensaje o con errores de la oposición, bien podría cambiar su suerte (Langston, 2007). La transformación de los sistemas de partido puede producirse rápidamente si los que están declinando logran aprovechar un cambio en la principal escisión temática de su sociedad, si es que acaso no manipulan la plataforma política para provocar tal cambio. Sin embargo, queda claro que el PRI se enfrenta al reto de rehacerse a sí mismo, pero con base en las diferencias regionales de la competencia de partidos esa posibilidad todavía está presente.

 

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Apéndice

 

Notas

Este artículo estuvo apoyado por la National Science Foundation. Las opiniones y conclusiones son del autor y no reflejan necesariamente las posturas de la fundación.

1 Los participantes en el estudio panel de México 2000 incluyeron (en orden alfabético) a: Miguel Basáñez, Roderic Camp, Wayne Cornelius, Jorge Domínguez, Federico Estévez, Joseph Klesner, Chappell Lawson (investigador principal), Beatriz Magaloni, James McCann, Alejandro Moreno, Pablo Parás y Alejandro Poiré. El financiamiento para el estudio fue proporcionado por la National Science Foundation (SES–9905703) y el periódico Reforma. Los datos provienen del sitio web del profesor Lawson, http://www.mit.edu/polisci/research/lawson/Datasets_Stata7.zip.

El personal a cargo del proyecto del estudio panel de México 2006 incluyó (en orden alfabético) a Andy Baker, Kathleen Bruhn, Roderic Camp, Wayne Cornelius, Jorge Domínguez, Kenneth Greene, Joseph Klesner, Chappell Lawson (investigador principal), Beatriz Magaloni, James McCann, Alejandro Moreno, Alejandro Poiré y David Shirk. El financiamiento para el estudio fue proporcionado por la National Science Foundation (SES–0517971) y el periódico Reforma; el trabajo de campo fue llevado a cabo por el equipo de encuestas e investigación de Reforma bajo la dirección de Alejandro Moreno. Estos datos también se tomaron del sitio web del profesor Lawson, http://web.mit.edu/polisci/research/mexico06. Me hago por entero responsable del análisis de los datos que se presenta en este artículo.

2 Comunicación personal con James McCann.

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