Las redacciones en conflicto y los estudios del periodismo mexicano después de la transición
María Grisel Salazar Rebolledo1
Carlos Bravo Regidor 2
Dice Kathryn Voltmer (2013) que la importancia de los medios en las transiciones a la democracia no se detiene con el derrocamiento del antiguo régimen. Son todavía más importantes los años que siguen. El libro de Sallie Hughes, Newsrooms in conflict: Journalism and the Democratization of Mexico, publicado en 2006 se ubica justo en ese espacio, inestable e incierto, entre el régimen autoritario que llegaba a su fin y el nuevo régimen que no acababa de instalarse. Doce años después, Newsrooms in conflict es, sobre todo, una historia contada desde el umbral de la transformación: el relato de un punto de partida, no de llegada.
Traer a valor presente un libro publicado hace más de una década, y que hace del cambio su objeto de estudio, implica al menos dos desafíos. En primer lugar, que la historia nunca se detiene ni deja de sorprendernos. El cambio, con el tiempo, siempre es susceptible de cambiar. Y en segundo lugar, porque también con el tiempo todo texto adquiere una suerte de vida propia, genera múltiples relecturas y reinterpretaciones, que corren el riesgo de apresurar juicios injustos, desde el privilegio de la visión retrospectiva, a toro pasado.
Esto sucede con Newsrooms in conflict: Journalism and the Democratization of Mexico, publicado en 2006. No es exagerado señalar que el papel de los medios de comunicación ha sido extraordinariamente dinámico durante la última década. El escenario actual dista mucho del que se vislumbraba cuando Sallie Hughes realizó su investigación. Un botón de muestra es que en el prólogo a la edición en español, de 2009, la propia autora advirtió sobre los impactos imprevistos, incluso impredecibles, de la amenaza del crimen organizado y la instalación de la autocensura como estrategia de supervivencia de varios medios, sobre todo a nivel local.
Para comprender mejor la vigencia de Newsrooms in conflict, y ponderar la importancia que tuvo en su momento y que aún conserva, aunque tal vez no por las mismas razones, vale la pena retroceder unas décadas, hasta el momento en el que la caída de los regímenes autoritarios alrededor del mundo planteaba nuevos retos a la ciencia política.
La opinión pública, los medios y la literatura de la transición
La ciencia política siempre ha señalado a la libertad de prensa como un aspecto crucial tanto en las definiciones teóricas como en las consideraciones empíricas de la democracia. Sin embargo, hay un sorprendente déficit de estudios que expliquen el papel que desempeñan los medios de comunicación en los procesos de cambio político (Voltmer 2013; Ai Camp 2008).
En el caso mexicano, las interrogantes que trajo consigo la transición fueron primero abordadas desde el estudio de las instituciones formales: las reformas, el sistema electoral y los partidos políticos fueron los grandes protagonistas de esta vertiente (Becerra, Salazar, y Woldenberg 2005; Merino 2003). En un segundo momento, las respuestas incluyeron no sólo argumentos sobre las instituciones o el crecimiento de los espacios para la oposición, sino también las percepciones de los votantes y su comportamiento electoral. Muy en la línea de la escuela de Michigan, Moreno (2003) encontró que los cambios en la identificación partidista, junto con la actuación estratégica de los votantes que afirmaban sentirse más cercanos a partidos de oposición, estaban detrás de la derrota priista de 2000. Análisis como los de Magaloni (2006) o Greene (2007), que exploraron la relación entre cambios en los apoyos populares que sostenían al PRI y la percepción sobre la invencibilidad del régimen también formularon preguntar y abrieron brecha para estudios sobre la opinión pública y el papel de los medios de comunicación.
Lawson (2004a) fue un paso más allá, y en su volumen colectivo sobre la elección del 2000 planteó el debate en términos de suficiencia y necesidad: si bien tanto las reformas institucionales como los cambios en la opinión pública son factores que no pueden dejarse de lado, tampoco pueden explicar solo por ellos mismos la caída del PRI. Dicho estudio introdujo un elemento que había estado notoriamente ausente del debate: los medios de comunicación, pieza fundamental para entender los cambios percibidos por los estudios de la opinión pública, y el comportamiento del electorado. Lawson, que se convirtió en un autor de referencia obligada para entender la evolución de los medios mexicanos y su papel en el reacomodo de fuerzas políticas, dedicó varios estudios a analizar cómo cubrieron las televisoras a los candidatos presidenciales y su influencia tanto en los votantes como en las élites (Lawson 2004b, 2004c; Lawson y McCann 2004).
Pero los medios de comunicación en México, que habían suscitado interés por su “impacto poderoso” e innegable en las elecciones de 2000 (Lawson y McCann 2004, 1), también estaban viviendo un cambio a su interior, transformándose en cuanto a su estructura, sus rutinas y sus valores. Antes de la emblemática alternancia presidencial, la cobertura de algunos sucesos clave de la vida pública mexicana evidenció cambios significativos en las rutinas periodísticas. Las investigaciones sobre las explosiones de gas de Guadalajara, en 1992; los cambios en la cobertura sobre el levantamiento zapatista de 1994, la masacre de Aguas Blancas de 1995 y las campañas locales (Orme 1997; Lawson 2002) mostraron que algunos medios estaban procurando deliberadamente hacer otro tipo de periodismo, con agenda, fuerza y públicos propios, distanciándose del papel más tradicional de la prensa como vocera o correo del régimen.
Al mismo tiempo, en América Latina se cobraba conciencia sobre cómo el periodismo de la región estaba mutando de un modelo largamente sometido por los regímenes autoritarios hacia uno distinto, en el que el la investigación se empezaba a abrir paso, si bien con rasgos identitarios propios que lo diferenciaban del clásico watchdog journalism estadounidense o europeo (Waisbord 2000; Alves 2005, 1997; Verbitsky 1997; Skidmore 1993; Orme 1997). E incluso más allá de América Latina, la caída de regímenes autoritarios en otras latitudes también estimuló una amplia discusión sobre el papel de los medios de comunicación en las transiciones (O’Neil 1998; Johnson 1998), recalando en el debate clásico, aunque irresoluble, sobre si los medios fungían como “locomotoras” o “vagones” en dichos procesos políticos.
Los medios mexicanos como objetos de estudio de la ciencia política
Ai Camp (2008) escribió que “pocos de los libros sobre transición democrática en México abordaron de manera seria y minuciosa la importancia de los medios de comunicación”. Una primera excepción fue el libro de Chappell Lawson, Building the Fourth Estate: Democratization and the Rise of a Free Press in Mexico (2002), que, guíado por la premisa de que era necesario abordar el surgimiento de una prensa más independiente en nuestro país, rastreó la transformación de los periódicos mexicanos en los últimas décadas del siglo XX a partir de análisis de contenido de los principales diarios de circulación nacional y de entrevistas a periodistas, redactores, funcionarios y políticos.
A diferencia de estudios previos, que se habían enfocado más en los efectos de la televisión, Lawson (2002) colocó en el centro de su análisis a la prensa escrita, incluso esbozando el abanico de estrategias que se esgrimían desde el poder para mantener a raya a la prensa crítica, distinguiendo entre lo que sucedía en el ámbito local del federal, y destacando la efervescencia que se comenzaba a experimentar en algunos periódicos que, buscando nuevos modelos de negocio, cambiaron criterios, tonos y contenidos. En muchos casos eso les brindó mayor independencia financiera, pero también los metió en aprietos con las autoridades.
Lawson establece tres líneas de investigación muy claras y bien definidas que se volverían muy influyentes en lo sucesivo. Una, la relativa a la liberalización de la prensa como un proceso visible y en marcha, cuyas raíces pueden rastrearse quizás hasta el golpe a Excélsior a mediados de los años setenta. Dos, la de que el entorno importa, pero no es determinante. Así como la liberalización comercial espoleó la competencia de los mercados mediáticos, ésta nunca se complementó con regulaciones antimonopolísticas. Igualmente, la liberalización política favoreció la aparición de nuevos actores en las páginas de los diarios -sociedad civil y oposición--, pero de ninguna manera garantizó el mantenimiento de un modelo de periodismo crítico del poder. Y tres, la línea de que los cambios en las normas internas del quehacer periodístico no ocurrieron por el empuje de las élites de cualquier partido, sino a pesar de ellas. De cualquier manera, el momento histórico en el que concluye el libro de Lawson es definitorio para los medios, aparece como un puerto al que finalmente han arribado después de más de veinte años de liberalización.
Es justo ahí, en en ese mismo momento y ese espíritu de la época, que se inserta el libro de Sallie Hughes, Newsrooms in conflict: Journalism and the Democratization of Mexico (2006). Comparte con Lawson (2002) no sólo la decisión de colocarse en la intersección entre los estudios de medios y los estudios políticos para entender las causas y efecto de la liberalización de la prensa, sino que además parte del hecho de que asistía a una nueva era en el periodismo mexicano. Para Hughes, es una etapa en la que, si todo sale bien, el modelo autoritario de la prensa se iría quedando atrás hasta desaparecer.
También coincide con Lawson en la necesidad de ceñirse a una metodología minuciosa a partir de encuestas y análisis de contenido de los principales diarios de circulación nacional y también de diarios locales, algo muy novedoso dada la tendencia casi siempre centralista de la mayoría de los estudios de prensa e instituciones en México. Prestar atención a la prensa local es fundamental porque contar la historia de los medios únicamente a partir de la evolución de los diarios de circulación nacional hace perder de vista las innovaciones y transformaciones que se venían dando desde las regiones y abona a la errada generalización de que hay tal cosa como “la prensa”, en singular. En realidad, el germen de lo que Hughes identifica como periodismo cívico ya podía encontrarse en la mal llamada “prensa provinciana”. Periódicos como El Norte, de Monterrey; el AM, de León; El Siglo de Torreón; El Diario de Yucatán, el Mañana, de Nuevo Laredo, Debate y Noroeste en Sinaloa, El Diario de Juárez, El Informador y Siglo 21 en Guadalajara incorporaban ya elementos innovadores a sus prácticas y rutinas, algunos de ellos incluso antes de que el PRI perdiera la mayoría en el Congreso y mucho antes de que perdiera la presidencia (Garza 2016).
Newsrooms in conflict constituye, ante todo, un antídoto. Que previene contra la caricatura de la prensa como actor monolítico y contra la visión simplista del cambio automático o lineal en el periodismo, aparejado sin mayor fricción con los cambios en el ambiente político. La propuesta teórica de Hughes está anclada en la comprobación empírica de diferentes modelos de periodismo dentro de la prensa mexicana, así como en una noción de causalidad compleja que se cuida de no atribuir los cambios a un único factor. Inspirada por el institucionalismo (Hall y Taylor 1996), pero con una fuerte influencia de la teoría de las organizaciones, Hughes presenta una explicación para la transformación de los medios basada en dos niveles. Por un lado, la liberalización política y las reformas de mercado, elementos del entorno que crean un clima propicio para el cambio. Por el otro lado, la modificación de los modelos mentales individuales de redactores y reporteros, que traen consigo una renovación de las identidades, las ideas y de los valores predominantes en las redacciones. Para Hughes, las redacciones constituyen instituciones, concebidas éstas como hábitos y rutinas que se transforman en presencia de un ambiente favorable y de agentes de cambio, y que a su vez impactan en el entorno político. Este modelo da cuenta entonces de cómo el ambiente y las instituciones periodísticas se influyen mutuamente, proveyendo de una elegante salida al dilema sobre los medios como vagón o locomotora de las transiciones a la democracia.
Esta propuesta se sitúa además en una intersección disciplinaria: los grandes cambios del entorno político y económico son insuficientes para entender a la prensa en las nuevas democracias y es preciso, entonces, asomarse además a los marcos cognitivos de los periodistas, a la construcción de significados colectivos, a los valores que se van diseminando dentro de las redacciones y que guían la actuación de sus miembros, retomando implícitamente mucho de lo propuesto por March y Olsen (1989) para el análisis de las lógicas institucionales internas. Para ello, Hughes emprende un ejercicio inédito hasta entonces en el estudio de los medios en México: la exploración de las concepciones que tienen los periodistas de su labor y del propio periodismo.
El libro deja ver que la mayoría de los entrevistados apoyaban una concepción emparentada con el periodismo cívico, lo que termina abonando a cierto optimismo en las conclusiones del análisis. Esto no es de extrañar. Los años en los que Hughes investigó y escribió este trabajo fueron los años en que la alternancia estaba en curso. Eran los años, digamos, de la ilusión democrática. Gran parte del periodismo había abrazado la causa de la transición como propia -siempre entendida como anti-priismo-, y se recibía con gran entusiasmo la idea de reportar “asertiva y pluralmente”, en los términos de la autora, y de conducirse profesionalmente con autonomía. En realidad, detrás del entusiasmo y el ímpetu de cambio de los primeros años del gobierno foxista, la prensa atravesaba por un gran desconcierto, por una sensación inevitable de haber llegado al final de un camino, marcado por la caída del priismo, que simbolizaba en ese entonces todos los vicios de la política mexicana, todos los demonios contra los que la incipiente prensa cívica se había propuesto combatir. Y esa percepción de clausura de época se transmite también al análisis de Hughes, --lo que constituye, quizás, uno de sus puntos débiles.
Es evidente que en la descripción del modelo cívico no deja de haber una concepción normativa sobre cuál se espera que sea el papel de los medios en una democracia. Más aún, de una inspiración muy estadounidense de cómo debe ser el periodismo. Y da la impresión de que, como hay periódicos que parecen estar avanzando en esa dirección, podemos mirar la evolución de la prensa con optimismo, porque también se está aproximando a buen puerto. Sin embargo, así como hoy sabemos que los primeros años de la alternancia no fueron tanto un punto de llegada sino uno de partida. Y el lugar hacia el que partieron los medios desde ahí no fue exactamente el que anticipaba el trabajo de Hughes.
Traer Newsrooms in conflict a la discusión actual sobre los medios
Sin caer en el reclamo injusto de pedirle a un estudio que anticipara la impredecible complejidad de los años por venir, no sobra decir que lo ocurrido después de que Hughes le pusiera punto final a su investigación cuenta una historia no solo distinta sino en cierto sentido disonante con la que contó Newsrooms in conflict. Porque precisamente durante esos años posteriores surgieron nuevos actores, revestidos de un poder del que antes carecían; nuevas amenazas, nuevos retrocesos y también nuevas oportunidades para los medios. El libro de Hughes concluye, asimismo, antes de que se desatara “la guerra”, esa espiral de violencia que en dos años duplicó la tasa nacional de homicidios y que trajo consigo una ola de agresiones contra la prensa que convirtió a México en uno de los países más peligrosos para ejercer el periodismo. Pero al mismo tiempo, Hughes tampoco alcanzó a conocer los grandes reportajes investigativos de los últimos tiempos, surgidos de la apropiación de las herramientas de acceso a la información, de la conformación de equipos trasnacionales, y de la utilización efectiva y sofisticada de recursos digitales y de manejo de datos. A la luz de ese último dato, y de la incidencia que ha llegado a tener, su diagnóstico sobre la evolución del periodismo en México luce curiosamente conservador. Lo que el libro analiza constituye la antesala de este otro periodismo que se abre paso entre amenazas, represalias y, también hay que decirlo, entre medios y periodistas que incurren en malas prácticas y vicios que no son residuos anquilosados del modelo autoritario sino creaturas de nuevas correlaciones de fuerzas entre poderes, entre niveles de gobierno y entre nuevos actores. Este periodismo, que es muchos periodismos a la vez, es un producto propio, que no se parece necesariamente - y no tendría por qué hacerlo-a los modelos que la teoría prevé para las democracias.
En todo caso, desentrañar el conflicto que vivieron las redacciones durante esos primeros años de la alternancia es fundamental para entender la prensa que tenemos hoy y para pensar las líneas de investigación a propósito de los medios de comunicación que hacen falta en la ciencia política sobre el México contemporáneo. Aunque a primera vista en las páginas de Newsrooms in conflict pareciera que el conflicto estuviera paradójicamente ausente, en realidad lo que Hughes reconstruye es un proceso sutil y silencioso, pero a final de cuentas conflictivo. No uno que irrumpiera a modo de un Watergate en medio del escenario político, sino uno que se fue construyendo paulatinamente, que se iba transmitiendo discretamente entre los integrantes más rebeldes o insatisfechos de las redacciones, casi como un mensaje secreto. Una nueva complicidad, tan revolucionaria en valores y concepciones, que no podía anunciarse con estruendo, tal vez porque ni siquiera quienes formaban parte de ella tenían consciencia de sus dimensiones. Pero el germen de ese otro periodismo mexicano estaba ahí, en las nuevas ideas que se generaban en algunas redacciones, en las nuevas lógicas organizacionales que disecciona Hughes, en las nuevas prácticas que fueron diseminándose hacia una generación más joven de periodistas. Esa que empezó a confrontar directamente al poder, armado de investigaciones sólidas y minuciosas, impecablemente documentadas, con el potencial de crear a su vez a un nuevo público pero, también, con el nuevo riesgo de desatar las represalias de todos aquellos que por años fueron intocables para el periodismo.
Nada de esto es inteligible sin asomarse a estos primeros años de cambio: al conflicto de ideas, de identidades y rutinas que estaba cobrando lugar dentro de los equipos de muchos medios, reactivando --como sucedió con muchos otros contrapesos del sistema político mexicano-- al cuarto poder que estaba latente en ya en muchas redacciones.
Conviene regresar al análisis de Hughes, finalmente, por dos motivos de rigor intelectual. Primero, porque siempre es necesario recordar que la prensa no es una, sino varias prensas, moviéndose en direcciones distintas, muchas veces opuestas. Esta distinción, que podría parecer obviedad, es frecuentemente soslayada en los estudios que con demasiada frecuencia se concentran en “el modelo”. Nunca sobra preguntarse, ¿de qué prensa hablamos cuando hablamos de libertad de prensa, de agresiones contra la prensa, de relaciones clientelares en los medios de comunicación? Y segundo, porque es necesario recordar también que ningún cambio es siempre lineal, progresivo, ni definitivo. Lo que ayer pudo haber sido una fuente de inspiración u optimismo mañana puede convertirse en un ancla del statu quo. Y novedoso o inédito no necesariamente es sinónimo de positivo.
Para revisitar Newsrooms in Conflict nos reunimos, además de los autores de estas líneas, Maira Vaca, Andrew Paxman y Adrián López. Sallie Hughes nos ofrece una reaccion final a estas reflexiones. Los textos que aquí se incluyen son producto de la discusión que tuvo lugar el 29 de octubre de 2018 en el marco del Seminario de Interdisciplinario de Estudios sobre Prensa y Poder de Periodismo CIDE.
Leer hoy Newsrooms in conflict. La relación medios de comunicación y poder politico en México en 2018.
Maira Vaca3
Entender la relación entre los medios de comunicación y el poder político en México demanda leer cuidadosamente Newsrooms in conflict (2006). Incluso hoy día (2018), la investigación sobre Estados Unidos o países europeos supera en número y amplitud los estudios sobre el país (destacan: Hughes 2002, Lawson 2002, Guerrero 2009 y 2010, McPherson 2012, Salazar 2016) y en general, de América Latina (ver por ejemplo: Guerrero y Márquez- 2014; Lugo-Ocando 2008).
El trabajo de Sallie Hughes, sin lugar a dudas, ha hecho posible avanzar esta línea de investigación. Las siguientes páginas presentan una breve reflexión sobre el camino recorrido tras la publicación de su libro Newsrooms in conflict. El primer apartado resalta los ejes angulares del estudio. El segundo explora cómo estos hallazgos empíricos y propuestas teóricas abrieron nuevos caminos en la investigación del periodismo y de los sistemas de medios. A más de una década se su publicación, el tercer apartado echa un vistazo a algunos nuevos retos y asuntos pendientes por explorar.
Medios de comunicación y democracia: una mirada desde México
Las transiciones políticas son procesos -experimentos- que trastocan aspectos muy diversos de la sociedad. Las salas de redacción --periodistas, editores, dueños; rutinas, misión y visión de los medios de comunicación; intereses económicos y vínculos políticos de las corporaciones mediáticas-- no son inmunes a estos cambios (Hughes 2006). Aunque gran parte de la literatura en democratización omite el análisis de los medios de comunicación en este proceso, éstos últimos son canales esenciales para la movilización política y social, así como piezas angulares del funcionamiento cotidiano de la democracia (Scammell y Smetko 2000, Gunther y Mughan 2000, Davis 2007, Curran 2011).
Pero, ¿por qué y cómo cambia el periodismo durante los procesos de democratización? Al arrancar el siglo XXI, poco se había investigado a fondo sobre el papel de los medios de comunicación en transiciones democráticas (Voltmer 2006). De hecho, la caída del muro y la transición política en los países de Europa del Este obligó a replantear algunas hipótesis sobre el papel de los medios en las transiciones políticas y en la democracia en general (ver por ejemplo: Splichal 1994, Sparks 1998, O’Neil 1998, Gross 2002).
Desde esta perspectiva y con una mirada crítica a la transición democrática mexicana, News rooms in conflict demuestra que: (1) las salas de redacción de los principales diarios de circulación nacional (Excélsior, El Universal, Reforma y La Jornada) atravesaron por un complejo proceso de transformación institucional en varios niveles y con diversas consecuencias; (2) esta transformación sentó las bases para un nuevo estilo de periodismo en México, y; (3) la complicidad entre medios de comunicación y régimen político que imperó durante las largas décadas del autoritarismo mexicano comenzó a desquebrajarse abriendo paso a un nuevo sistema de medios en el país.
Esto es, de manera gradual y paulatina, durante los primeros años de la transición política, las salas de redacción mexicanas funcionaron, indudablemente, para cumplir con los objetivos económicos y proteger los intereses políticos de los grandes consorcios mediáticos (Lawson 2002; Guerrero 2009). Sin embargo, también ajustaron su labor periodística a la visión de dueños, editores o periodistas valientes y decididos a romper con el status quo. Estos agentes de cambio reconocieron en el periodismo certero, independiente y plural una vía para sentar las bases de una sociedad informada, vigilante y crítica del quehacer de sus gobernantes, así como activa en los procesos políticos y sociales (Hughes 2006: cap. 1).
Así, para Hughes, un nuevo estilo de ‘periodismo cívico a la mexicana’ (2006: 5), fue ganando espacio ante viejas prácticas periodísticas como la reproducción fiel de comunicados oficiales de prensa o las usuales halagadoras primeras planas del presidente en turno. El trabajo de estos periodistas comprometidos con la labor informativa, crítica y propositiva fortaleció el proceso democrático en el país al impulsar mecanismos de representación ciudadana e instaurar canales certeros de vigilancia y rendición de cuentas.
Como parte de una transformación social más amplia y compleja, al iniciar el siglo XXI, aquella relación simbiótica e interdependiente entre el poder político y los grandes consorcios mediáticos comenzó a mostrar sus límites. Esto es, algunos medios dejaron de reproducir de manera uniforme y mecánica lo que Hughes (2006: 69) denomina ‘el monólogo del PRI’. Primero, algunas salas de redacción dieron voz a diversas demandas en respuesta a arcaicos problemas económicos y sociales. Segundo, el terreno que fue ganando la oposición en gobiernos locales y estatales obligó a los medios a cubrir el quehacer político en estas entidades. Tercero, nuevos modelos de negocio al interior de los consorcios mediáticos generaron nuevas prácticas organizacionales como la diversificación productos periodísticos para atender diversos públicos (jóvenes, profesionistas, simpatizantes de las diversas fuerzas políticas, por ejemplo) o la búsqueda de canales de distribución y financiamiento alternos que permitiesen escapar de la censura (directa e indirecta) del Estado.
En resumen, el proceso de democratización sí transformó las salas de redacción mexicanas. Los cambios son visibles en los valores que sustentan la labor periodística (determinación, compromiso, responsabilidad); en sus rutinas y prácticas (sustento, investigación, diversidad, pluralidad), así como; en los objetivos y los modelos de negocio de los grandes consorcios mediáticos que buscaron romper los lazos con el poder político. Paulatinamente, el periodismo cívico, así como una nueva relación entre medios de comunicación y política minó la complicidad que, por décadas, nutrió al régimen autoritario.
Newsrooms in conflict: rutas para la investigación del periodismo y los medios de comunicación en América Latina
A mediados de la primera década del siglo XXI, estos hallazgos y propuestas obligaron a replantear el estudio de los medios de comunicación en por lo menos tres aspectos centrales. Primero, Newsrooms in conflict dejó en claro la necesidad abundar en las características y los límites del denominado ‘periodismo cívico a la mexicana’. Este análisis propone abordar variables como la diversidad política (número y tipo de fuentes involucradas; diversidad de voces, pluralidad de interpretaciones y enfoques); la autonomía de los periodista, editores y dueños de los medios de comunicación frente a intereses políticos o económicos particulares; las rutinas periodísticas en función de cómo se recopila la información, pero también en términos de la determinación o la actitud crítica con la que se evalúan y reportan los hechos.
La capacidad y, sobre todo, el poder que tienen quienes se dedican al quehacer periodístico (periodistas, columnistas, editores, dueños) para hacer valer y perpetuar la diversidad, la autonomía y la actitud crítica del periodismo cívico también son variables que, con el paso de los años, han demostrado relevancia. El entusiasmo que plagó los estudios de principios de este siglo ha chocado de frente con el déficit democrático de los medios de comunicación en prácticamente todas las democracias (consolidadas o de reciente creación). Hoy (2018), es evidente que el ‘cuarto poder’ también está sujeto a peligros y vicios (Schudson 1978, Herman y Chomsky 1988, Postman 2005, Campbell 2010, Kurtz 2018), tal y como sucede con sus contrapartes --el poder ejecutivo, el legislativo y el judicial.
Segundo, al replicar el estudio para investigar aspectos o casos nacionales específicos, el enfoque institucional es útil para identificar el cambio de las salas de redacción en varios niveles y en diversas direcciones. Esto es, pierde sentido investigar la labor periodística (valores, ideas y prácticas) si no se toma en cuenta la estructura o la dinámica de los consorcios mediáticos (misión, visión, modelo de negocios), así como el contexto histórico, político y social en el que estas organizaciones y sus periodistas están inmersos. Así, el modelo institucional de transformación de medios que propone Hughes demanda reconocer que el periodismo no ocurre en el vacío, sino que es reflejo de la historia y el entorno en el que opera.
Tercero, el análisis de los medios de comunicación en México en particular, y en gran medida en el resto de América Latina, no puede calificarse por la dicotomía de una completa transformación o la ‘inevitable continuidad del pasado autoritario’ (Hite y Cesarini 2004: 3). Los modelos de sistemas mediáticos, advierte Hughes (2006: 131), son tipos ideales construidos para apoyar la investigación, pero en la práctica no pueden asumirse como categorizaciones absolutas de cortes tajantes.
Es decir, reconocer que en las democracias latinoamericanas impera un sistema de medios híbrido (p.10 -12) conlleva revisar con cuidado el pasado autoritario: los mecanismos de control de los medios de comunicación económicos o políticos; los vínculos entre las élites políticas y los dueños de los medios; la trayectoria profesional de los periodistas; el proceso de producción de noticias. Por su parte, el análisis de los procesos de liberalización demanda evaluar los intereses económicos involucrados, así como la fortaleza e influencia (también política) de los grandes consorcios mediáticos. Estudiar el cambio de los medios de comunicación en un proceso de transición democrática implica, entonces, también investigar la continuidad: identificar las prácticas que perduran, los valores que no cambian, los lazos entre medios y poder político que no se rompen.
Misterios por resolver
Siguiendo estas pautas, el quehacer de los medios de comunicación en democracias exige un análisis institucional complejo en distintas dimensiones de múltiples variables. Además, las primeras dos décadas del siglo XXI han impuesto nuevos retos. Uno de ellos es abundar en la investigación de los mecanismos informales que influyen en y terminan por cooptar la labor de los medios de comunicación (Varatova 2012; Voltmer 2013; Hughes 2017). De hecho, el modelo institucional de transformación de los medios de comunicación puesto en práctica en Newsrooms in conflict apunta al análisis de valores, ideas y mecanismos de control que requieren un análisis de variables adicionales a la represión o a la censura a manos estrictamente del Estado.
De hecho, siguiendo esta línea de investigación, recientemente Hughes y sus colegas (2016) encontraron que la autonomía en labor de los periodistas mexicanos (y colombianos) está sujeta a condiciones históricas y contextuales que demandan indagar detalladamente los factores de riesgo que amenazan el quehacer profesional tanto fuera --inseguridad, amenazas, violencia, marcos legales disfuncionales- como dentro de las salas de redacción - inequidad, disparidad salarial, difusas cadenas de mando, dinámicas organizacionales cambiantes, falta de contratos laborales fijos. Estos hallazgos demandan pensar en el periodismo como un conjunto complejo de profesionistas sujetos a dinámicas, regulaciones, intereses y prácticas informales que moldean la labor cotidiana de los medios.
Así, una tarea adicional es la de abundar en la investigación sobre la captura de los medios de comunicación. Haciendo referencia al término ‘captura del estado’, la literatura de la relación entre medios y política ha identificado cómo la labor de los medios de comunicación también está sujeta a presiones políticas y económicas (desde los primeros estudios de Lippman 1922, pasando por clásicos como: Stigler 1971, McCombs y Shaw 1972, Gans 1979, Herman y Chosmky 1988, Bagsikian 1983, Shultz 1998, Besley y Pratt 2006, Corneo 2006, Mungiu-Pippidi 2012, hasta llegar a recencientes compilaciones como Schiffrin 2017). Este vínculo --de nuevo, no siempre a través de mecanismos del Estado claramente reconocibles-- socava la libertad de los medios.
Los últimos años, sin embargo, han demostrado que esta ‘captura’ debe entenderse no sólo como las condiciones o las fuerzas que debilitan a los medios de comunicación (censura, violencia, falta de acceso a la información, legislación obsoleta, presiones políticas o económicas), sino también como características o dinámicas de los propios medios que conllevan a la subordinación e instrumentalización (ya sea en términos económicos y de modelos de negocio: Noam 2018, Cagé 2016, John 2016, Bell 2016; a través de vínculos con el poder político: Nielsen 2017, Schiffrin 2017; o dada la propia infraestructura de las nuevas plataformas mediáticas: Nechushtai 2018, Woodall 2018). Esta perspectiva demanda reconocer ambos, los alcances y los límites de los propios medios de comunicación. Esto es, el déficit democrático que (pre)ocupa a académicos, políticos y a los ciudadanos en general, sin lugar a dudas, afecta a los medios. Sin embargo, en gran medida, la responsabilidad también recae en ellos.
La investigación de la relación entre medios y política requiere, también, desplazar la clasificación los sistemas de medios de comunicación de modelos ideales donde la dicotomía entre represión (autoritarismo) y autonomía (liberalismo) persiste. Desde hace décadas quedó claro que ningún régimen político arroja categorías específicas de medios de comunicación (Siebert et al 1956; McQuail 1987, Hallin y Mancini 2004). Esto es, democracia no necesariamente equivale a libertad de prensa; autoritarismo no siempre involucra el control férreo de los medios de comunicación. Pero, la investigación comparada sigue atrapada en la generación de modelos donde los casos de análisis (mayoritariamente Estados) se clasifican en categorías fijas.
Pensar en sistemas de medios híbridos, como propone Newsrooms in conflict, representa una vía de estudio alterna (ver también: Mancini 2015, Voltmer 2015, Iannelli 2016, Chadwick 2017, Mattoni y Ceccobelli 2018). Esta línea de investigación, requiere, sin embargo, avanzar en la identificación dimensiones de análisis, variables y mecanismos de operalización que puedan ser compatibles con diversas datos empíricos y condiciones políticas, económicas y sociales en diferentes latitudes del mundo (ver por ejemplo: Litvinenki 2013, Marchetti y Ceccobelli 2015, Karlsen y Enjorlas 2016, Blach-Orsten et al 2017, Hutchby 2017, Zhang et al 2018).
Asimismo, tal como sucede desde los inicios de los estudios de la comunicación, las nuevas tecnologías y plataformas mediáticas son el motor de la investigación. Hoy, las redes sociales acaparan la atención (ver por ejemplo: Diamond y Plattner 2012, Loader y Mercea 2012, Howard y Hussain 2013, Bruns et al 2016, Margetts et al 2016, DeVito 2017, Carr et al 2018). Sin embargo, aquel optimismo que generó el internet en sus primeros años (participación, bajos costos de entrada, diversidad, acceso, pluralidad, cobertura, libertad) ha enfrentado un serio revés (tráfico de datos, noticias falsas, pérdida de confianza, terrorismo, inseguridad, anonimato, vigilancia y monitoreo sin consentimiento, por mencionar algunos). En este escenario, el estudio de las salas de redacción, del periodismo, así como de la relación entre los medios de comunicación y los procesos políticos o sociales, además de apuntar al estado de crisis en el que se encuentra la sociedad y la democracia liberal en general (Mishra 2017, Castells 2018), habrá de generar nuevas hipótesis y datos que contribuyan a afrontar estos retos.
¿Parteaguas o Apertura Acortada? La mejora de la prensa mexicana de 1992 a 2006 y Newsrooms in Conflict de Sallie Hughes.
Andrew Paxman4
Tras la transición democrática de México entre 1997 y 2000, varios estudios de cómo este cambio ocurrió se enfocaron en los medios recientemente independientes o por lo menos se los atribuyeron gran importancia. Después de todo, durante medio siglo o más, la mayoría del periodismo televisivo, radiofónico e impreso había funcionado colectivamente como una maquina propagandística del PRI. Entre obras en inglés, tres libros sobresalieron. La primera fue Building the Fourth Estate [La construcción del cuarto poder] de Chappell Lawson. Muy notable fue su análisis cuantitativo de los hábitos como televidentes y las preferencias políticas de los capitalinos durante la elección local de 1997; Lawson concluyó que la cobertura inéditamente equitativa de Televisa había sido decisiva in la victoria del perredista Cuauhtémoc Cárdenas. Dos años después apareció Opening Mexico [El despertar de México], de los periodistas Julia Preston y Sam Dillon, que trazó el crecimiento del activismo de la sociedad civil, desde los años 60 hasta la victoria presidencial de Vicente Fox. Un capítulo sobre los medios relató cómo periódicos como Siglo 21 en Guadalajara y Reforma en el D.F. crearon una nueva corriente de diarismo, independiente y más profesional. El tercer libro importante que midió la apertura de los medios fue Newsrooms in Conflict [Redacciones en conflicto] de Sallie Hughes.
Lo que primero llamó la atención fue la profundidad longitudinal de la investigación. Hay una tendencia entre los académicos de EUA que estudian otros países de hacer una visita preliminar durante un verano, regresar para seis meses de trabajo de campo, volver brevemente para rellenar algunas lagunas investigativas y ya. Así se escriben muchas tesis doctorales, y a su vez los libros basadas en ellas. Por contraste, Hughes estuvo en México durante una buena parte de doce años (1993-2005), los primeros tres como reportera radicada en la capital. Esta duración le permitió monitorear de cerca los cambios en la prensa, durante la etapa crítica en su evolución del servilismo a la independencia y la diversidad ideológica, y de cultivar relaciones duraderas con una amplia cantidad de informantes, desde jóvenes reporteros a editores experimentados. En su estudio, complementó este conocimiento personal con análisis textual de los cuatro principales diarios capitalinos, por examinar muestras quinquenales de su cobertura entre 1980 y 2000.
Segundo, Hughes usó un marco sociológico que ofreció una explicación sofisticada y multidimensional de la transformación de los medios. Mientras el marco de Lawson era estructural, al ubicar la maduración de los medios dentro del contexto de una creciente competencia en el mercado, y mientras el acercamiento de Preston y Dillon era biográfico, al explicar el cambio en términos de las decisiones valientes de unos cuantos intelectuales, editores y dueños de medios, Hughes dio un peso equitativo tanto a los contextos estructurales de la democratización y el neoliberalismo (lo que, por medio de las privatizaciones y la apertura económica impulsada por el TLCAN, amplió por mucho la torta publicitaria) como a la cultura de las redacciones, moldeada por una mezcla de reporteros, editores, dueños, anunciantes y el Estado. Argumentó que, dadas las circunstancias propicias en el país, algunos “emprendedores institucionales” (pág. 24), a menudo editores más jóvenes con algún conocimiento de los estándares de la prensa internacional, lograron revisar la cultura de redacciones existentes o fundar nuevas publicaciones. Este cambio generacional de valores fue fortalecido por el impacto de varios episodios traumáticos de mediados de los 90 - asesinatos políticos, el levantamiento del EZLN, la devaluación del peso y la crisis económica - que sacudió a muchos periodistas y los hizo presionar para que hubiera una cobertura más crítica del PRI y del aparato del Estado. Lo que resultó fue un periodismo de mentalidad cívica que pidió cuentas al gobierno y empoderó a la gente sin voz como nunca.
La tercera contribución de Hughes fue categorizar los medios mexicanos en términos de tres “modelos”: el autoritario (la forma dominante hasta los 90), el de orientación cívica y el dirigido por el mercado; ese último se diferenciaba del meramente basado en el mercado, una distinción que evoca la de Robert McChesney entre el comercialismo y el “hipercomercialismo”. Utilizó estas definiciones para describir la evolución de los diarios entre los sexenios de Salinas y Fox, la que evidenció con un análisis textual cuantificado (caps. 3 a 5). Argumentó que los modeles cívico y dirigido por el mercado eran ambos productos de las aperturas política y económica del país. El periodismo cívico fue mejor ejemplificado por La Jornada y Reforma; el segundo tuvo un efecto en cadena sobre otros periódicos capitalinos, notablemente en El Universal. El periodismo dirigido por el mercado fue más visible en un nuevo pluralismo -motivado por consideraciones comerciales- en los noticieros de Televisa y TV Azteca a partir de 1997. En cada caso, lo persuasivo del análisis se debía a su naturaleza holística, ya que tomó en cuenta no sólo los contenidos de los diarios y la cultura de las redacciones sino también la ideología de los dueños y las fuentes de ingreso; estas fueron suficientes para que el periodismo cívico pudiera ser sustentable. Este último punto es especialmente importante porque demasiadas historias y estudios de la prensa mexicana prestan escasa o nula atención a cuestiones económicas.
Además, el libro de Hughes estuvo cargado de un optimismo sobre la mejora de la prensa mexicana, pero era un optimismo cauteloso. Como Lawson y Preston & Dillon, afirmó que mientras aún tenía sus fallas -por ejemplo, una pasividad (a diferencia de un estilo asertivo e investigativo) en la mayoría de los reportajes- los medios mexicanos habían alcanzado un nivel admirable de madurez democrática, enteramente preferible a la subordinación y complacencia de la mayoría de la prensa entre los años 40 y 80. Cada autor dejó al lector concluir que había poca posibilidad de un regreso al oscurantismo de la sumisión, la autocensura y el chayote. Pero Hughes fue las más prudente en decirlo: “los líderes cívicos y los modelos ejemplares tienen un sitio en los principales diarios, por lo que el periodismo cívico tiene viabilidad por lo menos para la próxima década si los dueños de los medios cooperan” (pág. 263; cursivas mías). Esas últimas palabras -respaldadas al final por un análisis comparado que mide la el auge y el parcial declive del periodismo cívico en Guatemala, Chile y Argentina- resultaría una advertencia profética.
Redacciones en conflicto permanece como un retrato de la condición del periodismo mexicano durante los sexenios de Salinas, Zedillo y Fox y un estudio valioso de la mecánica de la evolución de los medios en general. Sin embargo, a una distancia de doce años, la tercera de las citadas aportaciones del libro -la categorización que ofrece Hughes de la prensa- necesita ser reconsiderada.
Aunque menciona dos veces que sus “modelos” deben ser tratados como tendencias más que categorías rígidas, ya que ninguna plataforma noticiera conforma enteramente a uno u otro, Hughes a menudo se refiere a Reforma como “cívico” y define a Televisa como “dirigido por el mercado” sólo a partir de 1997. Hay problemas tanto históricos como contemporáneos con estas categorizaciones. En el contexto histórico, sería más válido categorizar a Reforma como igualmente cívico y dirigido por el mercado. El conglomerado de medios de Alejandro Junco, a pesar de su inculcación de reporteros con un fervor misionero hacia la responsabilidad cívica, nunca era una cooperativa como La Jornada o una empresa sin fines de lucro como The Guardian de Gran Bretaña. Era un negocio, diseñado para hacer dinero. Esto no es una crítica. Donde Junco estudió el periodismo, en los Estados Unidos, hay toda una tradición de periódicos que son tanto cívicos como capitalistas, más famosamente el New York Times y el Washington Post. Sus dueños siempre creían que el buen periodismo puede ser buen negocio.
De parecida manera, es algo erróneo hablar de un cambio hacia el hipercomercialismo en los noticieros bajo Emilio Azcárraga Jean. Televisa siempre era tanto autoritario como hipercomercial. Su noticiero nocturno durante la era de Emilio Azcárraga Milmo (1972-1997), 24 Horas con Jacobo Zabludovsky, era una plataforma de propaganda priista no sólo porque Televisa era parte del “sistema” sino también porque tal propaganda era un componente fundamental del intercambio de favores entre Televisa y el PRI. El Tigre Azcárraga apoyaba el monopolio político en cambio por la protección de su propio cuasimonopolio de la TV abierta y la expansión de sus negocios complementarios en TV por cable, edición de revistas, la radio y el fútbol, en donde a menudo ejercía otras prácticas monopólicas, de nuevo con la complicidad del Estado. Este apoyo era altamente propicio para sus negocios y permitió que para inicios de los 90 El Tigre era la persona más rica de América Latina. Puede ser que Jacobo empleaba un discurso soporífero, pero era el peón más rentable de El Tigre, aún más que Lucía Méndez y Verónica Castro.
Los modelos de Hughes, si ya algo problemáticos en 2006, requieren aún más reservas hoy. Por ejemplo, considerar a Reforma no como un diario cívico sino como un híbrido cívico-capitalista nos ayuda a entender su trayectoria durante la década pasada. En respuesta al declive en el gasto publicitario del sector privado, ha adelgazado sus secciones, acabado con varios suplementos, recortado un par de columnistas costosos y añadido a su sección de deportes modelos de bikini mostrando sus tangas y pompas. No obstante, ha continuado a proveer un periodismo cívico y bien escrito que, si bien no tanto como antes, da la primicia a notas importantes. Puede que Reforma haya perdido algo del prestigio que cultivó en los 90, pero el hecho de que tales cambios se deben en parte a su rechazo de depender tanto como sus rivales en subvenciones publicitarias del Estado, subraya, de verás fortalece, el aspecto cívico de su identidad híbrida.
Otro ejemplo: una de las marcas distintivas de periodismo cívico es la inclusión de una diversidad de columnas de opinión. Pero otra tendencia reciente que complica la categorización que propuso Hughes es la de medios autoritarios que intentan disfrazar su identidad por reclutar voces diversas y respetadas como columnistas. Así que Excélsior, que era servilmente priista durante los años de Peña Nieto, ofrecía para sus lectores a Humberto Musacchio, Leo Zuckermann y Viridiana Ríos. Varios periódicos más nuevos, de tirajes reducidas, parecen haber apostado que una multiplicidad de columnas, algunas de escritores conocidos, atraería lectores. Si México experimentó lo que Raúl Trejo Delarbre llamó “una borrachera de libertad de expresión” bajo Zedillo (que se volvió aún más visible bajo Fox), últimamente parece experimentar una borrachera de columnistas. El Heraldo de México, relanzado en mayo de 2017 como vehículo de las aspiraciones presidenciales de José Antonio Meade, tiene una columna en casi cada página.
¿Cómo debemos evaluar el optimismo cauteloso de Hughes sobre el estado de la prensa en 2006? La gran ironía de ese año de publicación es que el presidente entonces elegido, Felipe Calderón, pondría en marcha un gran revés de la autonomía de los medios impresos. En una aparente respuesta a unos 12 meses de portadas bañadas en sangre -la consecuencia de su guerra contra todos los cárteles- el régimen calderonista aumentó sustancialmente el gasto federal en la publicidad año tras año, así para resucitar la dependencia y autocensura que habían prevalecido en la prensa hasta mediados de los 90. Estos incrementos continuaron bajo Peña Nieto, como han revelado investigaciones de Fundar y otros.
Los esfuerzos renovados para cooptar a los dueños de medios forman uno de tres bien conocidos factores que han debilitado la autonomía y los reportajes cívicos que habían florecidos para 2006, siendo los otros la alta tasa de asesinatos y amenazas descaradas perpetradas por organizaciones criminales y el problema universal de un declive en el gasto del sector privado en los medios tradicionales, mientras las cuentas migraron a los medios digitales. (Los asesinatos ya eran evidentes, como apunta la autora, pero con mucho menos frecuencia que ocurriría bajo Calderón y Peña Nieto.) La ya citada frase de Hughes “si los dueños de los medios cooperan” aborda una cuestión crucial sobre la medida en que esos dueños han luchado -en el contexto de retos ciertamente severos- para mantener independientes y cívicos sus diarios. El asunto es angustiante en el caso de uno de los medios que Hughes retrata como un baluarte y modelo del periodismo cívico: La Jornada. La respuesta de este a una crisis financiera interna fue de convertir su portada en un plano porrista de Peña Nieto a cambio de grandes subvenciones federales.
Tales tendencias preocupantes señalan una razón más para que valdría leer de nuevo Redacciones en conflicto. Nos recuerda que había un tiempo no hace mucho cuando el rechazo de apoyos gubernamentales y la crítica de funcionarios eran acciones de idealismo y valentía. Esos valores se ven frecuentemente en sus páginas, también la franqueza de varios periodistas que claramente habían peleado con sus consciencias mientras resolvían sobre que escribir y a quien servir.
Una ex reportera de Excélsior lamenta: “Perdí un año y medio allí” (pág. 63). Un ex vocero del Senado admite: “Desafortunadamente, convertimos a los periodistas en gente que se sentaba a esperar, que buscaba el modo de vida más cómodo” (pág. 80). Un reportero que cubrió el levantamiento zapatista recuerda: “En Chiapas se acabó todo […] Sabíamos quién era el oprimido y quién era el opresor” (págs. 165 y s.). Es más, Hughes es una de los pocos investigadores que ha logrado entrevistar al dueño de El Universal, Juan Francisco Ealy Ortiz, cuyas declaraciones enriquecen el recuento de la transformación del diario “de perro faldero a perro guardián” a finales de los 90 (págs. 167-169, 182-192).
Estos momentos de franqueza son un testimonio de la habilidad de Hughes de convencer a sus fuentes a que le debieran confiar, lo que a su vez provee un motivo más para repasar este libro. Es una investigación académica de primer nivel, también es periodismo de primer nivel.
De Gutenberg a Zuckerberg. La prensa mexicana ante la disrupción digital
Adrián López5
Era el año 1440 cuando el alemán Johannes Gutenberg inventó la imprenta y cambió para siempre la manera en que el mundo se comunicaba. Tras esa disrupción tecnológica, tomó más de 400 años para que la prensa se erigiera en El Cuarto Poder.
Esa historia extraordinaria de poder y crecimiento industrial llegó al principio de su fin en el año 2008, cuando la crisis económica estadunidense aceleró la caída de los ingresos publicitarios a niveles sin precedentes. Hoy, la prensa americana registra ventas de los años 50’s.
Pero mientras a nivel global todos los medios masivos se encuentran en crisis, en México la historia ha sido un tanto diferente. Y para entender mejor los matices, vale revisar de nuevo el aporte de Sallie Hughes en Newsrooms in conflict, un texto seminal sobre el ecosistema de medios y el periodismo mexicano.
Uno de los principales hallazgos del libro es cómo ese ecosistema de medios cambió a la luz de la alternancia política en el año 2000 y la emergencia de una cierta sociedad civil en México. Al respecto, Hughes distingue tres tipos de medios en nuestro país: los cívicos, los autoritarios y los “impulsados” por el mercado. Un ecosistema “híbrido” integrado por medios que se convirtieron en verdaderos referentes de periodismo cívico, como La Jornada y Reforma; medios que buscaron adaptarse a la nueva realidad como El Universal; y medios que fueron incapaces de transformarse y continuaron como “voceros” del sistema priista, como Excélsior.
Doce años después, hay novedades. Como director de un periódico regional en el noroeste de México, me gustaría discutir la vigencia de dicho texto y responder a dos preguntas: ¿cómo ha cambiado la prensa mexicana en los últimos doce años? y ¿cuáles son sus nuevos desafíos?
Pero antes de intentar algunas ideas, habría que fijar una premisa: la evolución de nuestro ecosistema de medios no se detuvo tras la publicación de Hughes, sino que aceleró su velocidad y complejidad como consecuencia de la disrupción tecnológica que significó la digitalización para la industria de los medios masivos de comunicación. Es decir, los retos que el periodismo mexicano enfrentaba hace doce años: la concentración de la industria, la violencia extra-estatal, la presión del poder a través de leyes formales y prácticas informales, medios públicos controlados por presiones políticas, medios privados con diferentes niveles de autonomía editorial, una débil unión del sector y jerarquías rígidas y verticales al interior de los medios; hay que analizarlos ahora considerando a internet como el nuevo paradigma tecnológico, sobre todo a través de dos actores poderosos: los buscadores (Google) y las redes sociales (mayoritariamente Facebook).
En ese contexto de disrupción tecnológica, la industria de los medios mexicanos consolidó su carácter híbrido: ahora tenemos más medios cívicos a través de sitios web como Animal Político, Sin Embargo o Aristegui Noticias. Tenemos también más medios impulsados por el mercado: periódicos, radios y televisoras que apostaron por la viralidad de las redes sociales para mantener la masividad de sus audiencias, seguir siendo atractivos para sus anunciantes y poder quedarse con una mejor rebanada del pastel publicitario controlado por Google y Facebook. Tristemente, lo que se define como “éxito” desde esa estrategia es conseguir clicks gracias a otra práctica que es una vieja conocida del oficio: la tabloidización de los contenidos.
Y también tenemos más modelos adaptativos frente a la disrupción tecnológica, sobre todo medios tradicionales que han buscado en la diversificación de sus modelos de negocio una alternativa para sortear la crisis sin dejar de hacer periodismo local: medios estatales/regionales que buscan adaptarse a la nueva realidad económica y tecnológica como Vanguardia de Coahuila, El Imparcial de Sonora, Semanario Zeta en Baja California, El Diario de Yucatán, y Noroeste, en Sinaloa.
En cuanto al contexto en que las organizaciones buscan hacer periodismo cívico, me parece que las presiones se han mantenido pero con un agravante poderoso: el cambio en el consumo de noticias de los medios tradicionales a las plataformas de internet. Es decir, la digitalización puso en crisis a la mayor parte de los medios tradicionales en México, lo que incrementó la precariedad laboral de los periodistas y las redacciones.
Tanto el crimen organizado como el poder político aprovecharon esa vulnerabilidad y ahora en nuestro país se asesina a un periodista por mes en casi absoluta impunidad. Además, las medidas paliativas contra la violencia desde la política pública han sido un verdadero fracaso a pesar del discurso simulador de los gobiernos en turno. Tanto el Mecanismo de Protección de periodistas como la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos contra la Libertad de Expresión (FEADLE) han resultado inútiles. La mezcla de dichos factores ha hecho de México uno de los países más peligrosos del mundo para ejercer el periodismo.
Por otro lado, el gobierno de Enrique Peña Nieto aprovechó la reducción de la publicidad privada para usar la publicidad oficial como un mecanismo de premio/castigo con los medios críticos, como lo ha demostrado en diversos informes a oficina de Article 19 para México. Esa práctica concentró más de la mitad del gasto en publicidad oficial de su sexenio en un puñado de medios favorecidos: Televisa, TV Azteca, Grupo Fórmula, El Universal, Excelsior y Milenio, entre los más relevantes. Medios que vieron en el dinero público una alternativa fácil a la crisis global de la industria.
También podemos hablar del uso político-económico de los grandes medios para generar negocios relacionados, cómo es el caso de Excélsior y sus empresas hermanas (hospitales y constructoras), quienes gracias a su poderío económico concentran ahora prensa, radio y televisión a lo largo y ancho del país. Un diario que, durante todo el sexenio de Enrique Peña Nieto y fiel a su tradición autoritaria, fungió de vocero del poder. Eso sí, con mucho mejor diseño y multimedia.
Cabe señalar que la mayor parte de los medios nacionales se resisten a la idea de empujar una mejor ley de publicidad oficial, para evitar que los gobiernos los castiguen retirándoles la pauta. Sin embargo, con la inminente llegada de un nuevo gobierno que advirtió que reduciría ese dispendio, será interesante saber cuál será la posición de estos grandes medios y hasta donde el gobierno de Andrés Manuel López Obrador cumplirá su promesa de regular el tema.
Por otro lado, la falta de institucionalización y de mecanismos de rendición de cuentas con las audiencias al interior de los medios mexicanos, ha provocado que las organizaciones bajen el estándar de su periodismo motivados por el click fácil en Facebook y Google. Lo que termina de cerrar el círculo vicioso: los mexicanos no confían en sus medios porque la calidad que reciben es insuficiente y no se traduce en mejor información o una mayor vigilancia de sus gobiernos.
Es un hecho que más allá de los orígenes, los antecedentes y el contexto de crisis que los medios mexicanos enfrentan, la industria continuará evolucionando y cada vez con mayor velocidad. Pero nada nos asegura que esa evolución implique un mejor periodismo.
Por eso quiero abordar los cuatro dominios de acción institucional que usa Hughes para explicar el proceso de cambio en el periodismo: el entorno, el campo organizacional, la redacción como organización y el mundo socio-sicológico del periodista, para tratar de delinear algunos desafíos de la prensa mexicana en el presente y en el futuro.
Tres conceptos definen para mi el entorno del periodismo mexicano: digitalización, violencia/impunidad y publicidad oficial.
La digitalización llegó para quedarse y solos queda adaptarse a la mayor velocidad y el menor costo posible. Llorar por el pasado es inútil. México es uno de los países más peligrosos del mundo para el periodismo y la impunidad en agresiones a medios y periodistas es superior al 99%. Si nuestro país aspira a una libertad de expresión plena y un periodismo que cumpla su rol público, las autoridades tienen que empezar por detener las agresiones y eso solo será posible en la medida en que la impunidad se reduzca y empecemos a sentar verdaderos precedentes de justicia en cada caso. Lo demás, es discurso.
Y sin duda, uno de los problemas sistémicos del ecosistema mediático mexicano es el uso de la publicidad oficial como mecanismo de control de la prensa por parte de los gobernantes. En lo personal, mi postura es que la publicidad oficial no debería de existir, pero entiendo que la enorme dependencia que tienen la mayor parte de los medios mexicanos del dinero público hace imposible desaparecerla de un plumazo. Lo que sí urge es una nueva legislación que la reduzca de manera sustancial, la acote, la transparente y la asigne con criterios claros y objetivos. Al respecto, vale conocer el trabajo y la propuesta del Colectivo #MediosLibres en la materia.
En cuanto al campo organizacional, existe un factor que es una constante dentro de los desafíos: la falta de unidad del gremio periodístico a pesar del contexto adverso de la industria y las condiciones reales de peligro para ejercer el oficio. Esa falta de unidad se explica en una desconfianza que opera en dos niveles: tanto entre los periodistas de a pie, como entre las instituciones de medios. Sucede en dos niveles, pero tiene el mismo origen: toda vez que la mayor parte de los medios mexicanos sobreviven gracias al dinero público, es obvio que las líneas editoriales de uno u otro representen los intereses de tal o cual partido o político particular, intereses que tarde o temprano terminan enfrentados.
Y como las organizaciones no dejarán de reflejar esos intereses, la alternativa de largo plazo es construir redes de colaboración entre periodistas con el apoyo de organizaciones no gubernamentales, fundaciones internacionales y la academia. Como ya sucede en muchos casos y desde donde han surgido productos periodísticos exitosos. Construir esa unidad gremial es fundamental para proteger mejor a nuestros periodistas y generar confianza entra la sociedad mexicana y los medios.
Lo que sucede dentro de la redacción es más relevante que lo que sucede afuera. Es decir, si alguna posibilidad hay de que el proceso de cambio transite hacia un mejor periodismo, el campo donde eso es posible es la redacción. Ningún otro.
Un liderazgo íntegro, una visión clara, un compromiso sólido con el rol democrático del periodismo, mecanismos institucionales para el rigor, la calidad y la transparencia (códigos de ética, manuales de estilo, mecanismos de rendición de cuentas, defensores de las audiencias, por mencionar algunos), así como las reglas formales e informales, la capacitación, el talento y el uso de la tecnología para estar más cerca de los ciudadanos, son factores fundamentales en la construcción y desarrollo de una redacción capaz de producir mejor periodismo.
Creo más en la idea de que los grandes cambios operan a niveles sistémicos y no individuales. Lo que no quita que reconozca la necesidad de liderazgos emprendedores y visionarios para hacer que las cosas sucedan. Pero en el caso del rol del periodista durante todo proceso de cambio, me gustaría destacar solo un aspecto: la disposición para abrazar el cambio en lugar de resistirlo. El gremio periodístico mexicano ha sido sumamente resistente a las posibilidades que ofrece el nuevo entorno digital, lo que se ha traducido en que la mayor parte de la generación periodística que no es nativa digital vea en lo digital una amenaza y no una oportunidad. Suena a cliché pero es absolutamente cierto: cuando entendamos en lo personal que el entorno no es nuestro enemigo sino que simplemente “es”, seremos capaces de abrazarlo y aprovecharlo.
Por último, una advertencia: usar la tecnología digital disponible no implica ponerla por encima del periodismo. Si Google, Facebook y ahora Amazon, dominan el mercado de la publicidad digital, tal vez sea hora de volver al origen y voltear a las audiencias. Hacer periodismo para la gente y pedirle que pague por él. Como ya sucede con éxito en Estados Unidos y Europa. El mundo se volvió complejo y los medios tienen que entenderlo. No pueden continuar en el paradigma masivo de la comunicación y la unidireccionalidad del poder. Si hemos de abandonar a Gutenberg no deberíamos perseguir a Zuckerberg. Es un error.
Estoy convencido que el futuro democrático de México depende en gran parte de nuestra capacidad de consolidar una sociedad mejor informada y crítica. Para lograrlo necesitamos avanzar en dos sentidos: innovación e institucionalización.
Primero, innovar para hacer más y mejor periodismo. Un periodismo útil, interesante y crítico que agregue valor a los mexicanos. Y segundo, institucionalizar nuestra prensa para que cumpla con su rol público de vigilar a los poderosos con profesionalismo e independencia.
Las redacciones en conflicto 12 años después. Una respuesta al debate.
Sallie Hughes6
Newsrooms in conflict: Journalism and the Democratization of Mexico cuenta la historia del periodismo en un país específico en un momento particular de la historia. También crea un modelo y desarrolla un enfoque teórico a través del cual entender los sistemas de medios y sus transformaciones, un enfoque diseñado para ser de uso más amplio y no restringido a ese momento y lugar en particular. En la medida en que haya podido lograr uno o ambos de esos objetivos, ha sido una empresa exitosa. También es el trabajo de una académica específica con un contexto particular y en un momento preciso de su carrera, un hecho que es importante no perder de vista al revisar el libro y ubicarlo en el campo emergente de Estudios de Periodismo. Las preguntas que elegí abordar y cómo las abordé, junto con ciertas suposiciones subyacentes, que no había cuestionado plenamente, fueron determinadas por mi formación como académica e investigadora y mi posición como ex periodista, habiendo trabajado en el sistema mediático mexicano de los años noventa y el sistema mediático estadounidense en un momento anterior a que las nuevas tecnologías, las epistemologías post-verdad y la polarización socio-ideológica debilitaran el prestigio del periodismo profesional, y con ello, tal vez, la propia democracia liberal.
Las fortalezas y debilidades del libro se han vuelto más claras para mí con el tiempo. Espero que Newsrooms in conflict pueda ofrecer alguna orientación a académicos y periodistas, tal vez que brinden un sentido de "lugar" histórico que nos ayude a comprender la naturaleza del periodismo mexicano e iluminar lo que le está sucediendo al periodismo actual. En 2004, concluí la investigación para el libro, aunque éste no se publicó hasta 2006. Esos dos años fueron suficientes para captar lo que habría sido el punto culminante de una de las reformas que impulsó con más ímpetu un sistema de prensa más independiente y asertivo: la creación e implementación temprana del Instituto Federal de Acceso a la Información Pública y Protección de Datos (IFAI), en gran medida lograda gracias a los esfuerzos de cabildeo del Grupo Oaxaca, una alianza de ONGs de comunicación, políticos dispuestos a cambiar las reglas para restringir el poder del primer presidente no institucional del Partido Revolucionario (PRI), y algunos editores y editores independientes de compañías periodísticas. Desde entonces, por supuesto, el contexto del periodismo en México ha cambiado de algunas maneras preocupantes. Tanto el título del libro como la fecha de publicación tienen ahora implicaciones tristemente irónicas. El conflicto en el título se refiere a paradigmas en conflicto de lo que es el periodismo; pero hoy en día la palabra tiene una connotación muy distinta de la que tenía a principios de la década de 2000. En este ensayo, quisiera examinar las continuidades y los cambios en el periodismo mexicano desde 2004-2006, pero, primero me gustaría ampliar un par de las ideas proporcionadas por los comentaristas.
Estoy de acuerdo con Andrew Paxman y Maira Vaca en que el uso de modelos homogéneos y normativos de orientación de redacción es problemático en parte debido a la imagen que esto evoca. Como escribí varias veces en el libro, estos modelos normativos son tipos ideales que se usan como puntos de referencia analíticos. Ninguna organización o periodista probablemente refleja estos modelos en forma pura. Sin embargo, tanto los modelos discursivos de periodismo propuestos (cívico, orientado al mercado o autoritario) como los ejemplos de esos modelos dentro del campo institucional pueden hacer parecer que hay claras líneas de separación entre ellos, lo cual no es el caso. Pero, de la misma manera, hubo (y hay) diferencias en el contenido noticioso a nivel organizacional, y la cultura editorial subyacente que produjo (produce) este contenido, tuvo (y tiene) implicaciones para los roles que desempeña el periodismo en la sociedad y la política. Los modelos reflejan estas tendencias, sin embargo, puede que no sean lo suficientemente eficaces para transmitir áreas de posible superposición.
Ninguna organización mediática ha permanecido estática desde el punto en que termina el análisis del libro. Éstas han continuado desarrollándose, moldeadas por sus trayectorias anteriores, los cambios en el liderazgo organizacional, los vaivenes de la economía política de las industria noticiosa y los acontecimientos externos, como las tecnologías disruptivas, el repunte de la violencia contextual, el empoderamiento de los políticos locales, que comenzaron a gobernar sin restricciones, y quizás también -- tanto en México como en Estados Unidos -- afectadas por la post-verdad, entendida como la difusión de información políticamente motivada que reemplaza o deslegitiman la información basada en hechos.
El libro presenta un análisis de contenido a lo largo de varias décadas, para medir ciertas características del periodismo y cuantificar las tendencias a nivel organizativo, aunque quizás no tenga en cuenta la hibridez de las organizaciones de noticias y la naturaleza situacional de las identidades profesionales de los periodistas individuales. Sobre este último punto, hay que considerar que el periodo en que realicé mis entrevistas, entre los años 90 y principios de los 2000, fue un momento particularmente significativo para el avance de la democracia electoral, después del cual los periodistas, como otros, podrían abandonar el compromiso de impulsar el cambio si se desencantaban ante el desempeño de la gobernabilidad democrática. O podían comprometerse menos con el activismo en una etapa posterior, tal como me dijo un activista de los derechos de prensa después del 2000, cuando abandonó el sector para dedicarse a lo que esperaba fueran actividades mejor remuneradas.
El modelo cívico presentado en Newsrooms in conflict también se sitúa históricamente dentro de un período caracterizado por la movilización de la sociedad civil y por reformas políticas estructurales que aumentaron el pluralismo partidista. Muchos de los periodistas que entrevisté se veían del lado de la sociedad civil, exigiendo derechos humanos, derechos políticos e inclusión social. La lucha contra la pobreza, la causa zapatista, los escándalos de corrupción y el fraude electoral también podrían caer bajo esta rúbrica. El análisis de contenido muestra qué publicaciones cubrieron estos temas más ampliamente (y cuáles no), sin embargo, el mayor cambio en la cobertura durante las décadas analizadas fue un mayor enfoque en el creciente pluralismo multipartidista en el sistema electoral.
La interpretación optimista del libro de esta cobertura quizás estuvo influenciada por un supuesto subyacente de que la competencia entre partidos fortalecería la responsabilidad del gobierno y la representación política, es decir, que las elecciones competitivas mejorarían la gobernabilidad democrática. Quizás se requería mayor cautela en la interpretación de esta cobertura, pues ahora sabemos que la competencia entre partidos es insuficiente para garantizar que se logrará una gobernabilidad democrática efectiva después de las elecciones. También es necesario crear mecanismos más sólidos de rendición de cuentas tanto a nivel local como nacional entre las elecciones. Eso no sucedió en México en estos años, aunque no puede descartarse que suceda, siempre y cuando los partidos se vuelven más programáticos, y el sistema judicial y la nueva agencia anticorrupción hacen de la corrupción una práctica más costosa.
También estoy de acuerdo con Andrew Paxman en que habría que distinguir con más claridad entre el modelo de periodismo “impulsado por el mercado” y el modelo “basado en el mercado”, aunque incluso eso no resolvería completamente la tensión entre el periodismo con una vocación comercial y el que está orientado a las audiencias, una tensión ampliamente documentada por muchos estudios críticos de los medios. Bajo ciertas condiciones, la legitimidad obtenida a través del interés público o el periodismo cívico puede ser un buen modelo de negocio para un canal de noticias basado en el mercado, especialmente cuando el mercado de la publicidad privada prospera y los problemas de concentración del mercado son mínimos. Sin embargo, un elemento que la situación en la década de 1990 demuestra es que el periodismo cívico como modelo de negocios podría ser más viable cuando los ciudadanos se movilizan y están atentos a la política. Cuando no lo hacen, las organizaciones de noticias podrían no sobrevivir a la cobertura de abusos contra los derechos humanos o la corrupción política. Los casos de La Época y Plan B en Chile en el libro apoyan esta proposición.
Un segundo aspecto importante del libro es su metodología. Agradezco la mención del tiempo que pasé en México. Mis trabajos como periodista y académica no fueron temporales ni coyunturales, sino que a lo largo de tres años dentro del sistema de medios mexicano pude aprovechar el conocimiento y la experiencia ganados. Mis relaciones de larga data, incluidas las amistades cercanas con muchos periodistas y académicos mexicanos, me permitieron comprender y sentir empatía con los involucrados. A esta perspectiva como “insider”, agregué metodologías de “outsider”, como etnografías organizacionales comparativas integradas en un análisis de contenido longitudinal y una encuesta más amplia no representativa de periodistas en organizaciones orientadas al cambio. Mi objetivo era ofrecer una respuesta de varias capas a las dos preguntas de investigación que impulsaron el estudio: ¿Qué sucedió con el sistema de medios durante los años de liberalización política y económica en México, y por qué ocurrieron estos patrones de cambio y continuidad? Hoy podría realizar la metodología de la encuesta y el análisis de contenido con mayor precisión técnica, pero dudo mucho que cualquier prueba estadística específica afecte materialmente a cualquiera de los resultados o lecciones del libro. La evidencia era sumamente rica, y hacía mucho sentido teórica y empíricamente como para reducirla a pruebas estadísticas.
Más allá de la precisión cuantitativa, considero que, de emprenderse el estudio hoy, el verdadero cambio provendría de la disposición de en las universidades para producir un trabajo etnográfico tan rico. Con pocas excepciones, los académicos de Estudios de Periodismo de hoy rara vez tienen tiempo para realizar investigaciones de campo profundas. Los conocimientos provenientes de perspectivas holísticas y de largo aliento han sido dejados de lado por la demanda de publicaciones rápidas en revistas de alto impacto y subvenciones externas. Y, sin embargo, todavía se están produciendo libros detallados y explicativos en los estudios de medios y comunicación, en parte debido a la dedicación y la obstinación que los académicos aportan a su investigación.
Esto me lleva a la teoría institucional utilizada en el libro. Si bien los modelos de desempeño periodístico en el libro han atraído mucha atención y debate, lo que se espera que resulte más útil y duradero es la propuesta del libro y la lente institucional a través de la cual se examina el desempeño de la prensa y el cambio de sistema, antes de haberse extendido el hablar de la "jerarquía de influencias" en la producción de medios o, más sofisticadamente, de la teoría de los campos sociológicos. Mi adaptación de las teorías sociológicas sobre organizaciones e instituciones fue el resultado de constatar que, ni mi formación inicial en enfoques sociológicos para el desarrollo del movimiento social ni la aplicación de la economía política de los medios de comunicación, podrían proporcionar respuestas completas o creíbles en cuanto a por qué y cómo se transformaría un sistema de medios.
Las respuestas a esas preguntas se encontraban en la intersección de los estudios de movimiento social y economía política combinados con ideas extraídas de estudios de cultura organizacional, campos institucionales transorganizacionales e incluso estudios de gerencialismo. Esta combinación fue el resultado de discusiones interdisciplinarias fortuitas, posibles gracias al entorno del Centro México-EE. UU. de la Universidad de California, San Diego, que me llevó a reflexionar sobre las deficiencias de los enfoques político-económicos de los medios (¿por qué cambian las organizaciones de medios en diferentes momentos y direcciones distintas si están reaccionando a la misma economía política?), las coyunturas críticas y el “path dependence” enfatizado por el institucionalismo histórico (¿qué mecanismos de nivel micro explican las trayectorias de las organizaciones? y ¿qué explica las diferencias en las trayectorias y el tiempo?); y las importantes, pero aún incompletas, ideas sobre la evolución de los marcos cognitivos, las fuerzas organizativas y la oportunidad política, extraídas de las teoría del movimiento social.
Fue interesante y quizás no fortuito que Rodney Benson, de la Universidad de Nueva York, pensara en la teoría de campo de Bourdieu al mismo tiempo que yo reflexionaba sobre las ideas de Giddens sobre estructura y agencia, las ideas de Bourdieu sobre la persistencia de los hábitos, los modelos mentales propuestos por Senge sobre liderazgo orientado al cambio y la importancia de las visiones compartidas (ideas que también resonaron en la literatura sobre las minorías oprimidas), las reflexiones de Cook sobre los campos organizativos en los medios de comunicación, y las propuestas de Di Maggio y Powell, y Schein, sobre la innovación en las organizaciones.
Uniendo estas ideas y comparándolas con la evidencia de los estudios de caso, las entrevistas en profundidad y el análisis de contenido produjeron un modelo de transformación que opera en cuatro niveles interactivos: el nivel sociopsicológico del periodista individual; la redacción como una organización con cultura propia; el campo organizativo, con organizaciones nuevas que ganaron legitimidad a lo largo del tiempo; y la economía macropolítica de una sociedad en tránsito de liberalización.
Durante los años 80 y 90 en México, los agentes de cambio fueron acumulando poder de decisión en las redacciones concebidas como organizaciones, en un proceso desde arriba hacia abajo, generando nuevos incentivos y modelos a seguir. En el meso-nivel del campo organizativo, los medios innovadores ganaron prestigio y beneficios económicos, estableciendo nuevos estándares. Las organizaciones orientadas a objetivos reaccionan tanto a los choques sistémicos en el entorno macroeconómico político como a las transformaciones a más largo plazo, como la liberalización política y económica en el caso de México. La forma en que los responsables de la toma de decisiones en las redacciones interpretan estos cambios condiciona el momento y la dirección de las innovaciones al interior de éstas. Pero a la vez, estas lecturas son afectadas por sus propios valores políticos y su apertura a la innovación cultural.
¿Qué continuidades y cambios vemos 12-15 años después de completar mi investigación para Newsrooms in Conflict?
En primer lugar, hubo una serie de cambios en la economía política que Newsrooms no contempló. Las transferencias no monitoreadas de recursos federales a los gobernadores en nombre de la descentralización permitieron a la proliferación de estrategias para cooptar y controlar la prensa local. Las redacciones se mostraron optimistas de que la alternancia en el poder a nivel local haría que los gastos en publicidad local fueran transparentes y acabarían con los beneficios para los medios de comunicación y los periodistas. Necesitamos estudios comparativos para determinar si el clientelismo es más bajo en áreas donde se ha producido una alternancia de poder. Los estudios de Joy Langston sobre los gobernadores del PRI proporcionan algunas pruebas que sugieren que éste podría ser el caso. También hay evidencia de que los gobernadores que enfrentan demandas y procesos penales utilizaron fondos de esta manera, y que la mayoría de ellos se encontraban en estados donde la alternancia no había ocurrido. Pero se necesitan más estudios para poder tener conclusiones más contundentes al respecto.
En segundo lugar, los medios de comunicación se han mostrado incapaces de competir con los “agregadores de noticias”, las redes sociales y los sitios electrónicos de entretenimiento, lo que ha afectado de manera desproporcionada a los medios que tienen más probabilidades de realizar periodismo de investigación cívico, que además suelen ser medios que, en muchos casos tienen genealogías de personal que se pueden rastrear hasta los periódicos cívicos identificados en el estudio de Newsrooms.
En tercer lugar, la militarización de la llamada guerra contra las drogas y la fragmentación de los cárteles produjo un aumento de la violencia en los entornos laborales de los periodistas, así como la propagación de organizaciones delictivas a otras empresas. Los cárteles llegaron a controlar la agenda de noticias en ciertas partes del país, haciendo de las noticias un instrumento para dañar a los rivales. Los periodistas que, o bien resistieron sus órdenes o se involucraron en las condiciones que establecían los criminales, fueron quienes pagaron el precio.
En cuarto lugar, la superposición de organizaciones criminales locales y políticos hizo terriblemente difícil practicar el periodismo cívico. Newsrooms dedica una sección de un a la amenaza del crimen organizado, como uno de los nuevos grupos intocables junto con los magnates de negocios, pero no anticipó de ninguna manera el aumento en la violencia general o los ataques directos a la prensa que han ocurrido en los últimos doce años.
Los impactos de estos cambios a nivel organizativo son claros, pero tienen implicaciones un tanto contradictorias para el periodismo independiente y asertivo. La mayor precariedad económica, la flexibilización del trabajo a través del “freelance” y la reproducción de la misma historia en todas las plataformas han creado periodistas con menos probabilidades o menos disposición de resistir las órdenes de los superiores o de desafiar a los poderosos fuera de la organización de noticias.
Según los datos del INEGI, en la última década ha habido una severa reducción de empleos en el sector de los medios y un crecimiento correspondiente en los sectores de tecnología y entretenimiento. Sin embargo, al mismo tiempo, la reducción de las barreras financieras para la entrada y el acceso impulsadas por las nuevas tecnologías de la información han permitido a los periodistas lanzar nuevas empresas en línea, que continúan la tradición cívica desde dentro de la esfera digital. Además, los periodistas han comenzado a publicar información confidencial en línea, de forma anónima o a través de redes internacionales de solidaridad, para evitar la censura dentro de la organización y reducir los riesgos que plantean los actores externos. También ha habido un auge en el reportaje social a través de las crónicas, que utilizan los libros como medio para el periodismo de larga duración, para contar las historias de las personas silenciadas, marginadas o criminalizadas por la violencia.
Por supuesto, los ataques directos a periodistas han llevado a la autocensura y a cambios en las rutinas de información que socavan el periodismo independiente, asertivo y pro-público. Al menos seis de cada diez periodistas se han autocensurado para reducir el riesgo en los últimos años (Hughes y Marquez-Ramirez 2017). Por lo tanto, los medios para distribuir informes de orientación cívica han aumentado, incluso a medida que la capacidad de los periodistas para participar en dicho reportaje se ha vuelto más limitada. En contraste con la década de 1980, parece que, en lugar de una pasividad normalizada en las salas de redacción tradicionales, hoy se imponen restricciones externas a los periodistas.
¿Qué ha continuado y qué ha cambiado a nivel individual? Las normas cívicas todavía están vigentes y siguen impulsando el comportamiento de los periodistas. Los roles asociados con el monitoreo del gobierno y otras fuentes de poder o con el uso del periodismo explicativo para apoyar el cambio social positivo recibieron los niveles más altos de apoyo de los periodistas en la encuesta (Worlds of Journalism, 2017).
Desafortunadamente, la evidencia que lo respalda es que los periodistas que expresan un mayor apoyo a los estilos de periodismo orientados hacia el cambio o los cambios sociales también tienen más probabilidades de verse amenazados por su trabajo. Por lo tanto, los periodistas que apoyan las formas cívicas de periodismo también enfrentan una mayor probabilidad de sufrir amenazas de actores políticos y criminales.
Newsrooms in conflicto se enfocó en el medio ambiente, el campo organizacional, la redacción y los niveles individuales de análisis. Pero hay otro espacio de interacción que requería más atención: el de las redes de apoyo entre pares y las arenas de la profesionalización. En la década de 1990, los periodistas que compartían visiones sobre su labor solían agruparse para evitar situaciones en las que su integridad y sus valores podían verse comprometidos. Hoy en día, las redes de pares se unen frente a las amenazas, a través de las organizaciones de autoayuda de periodistas, que se han formado para aumentar la seguridad y exigir acciones de las autoridades para reducir la impunidad. Estos grupos están consolidando los vínculos extraorganizativos entre los periodistas que apoyan la resistencia personal y laboral de los demás ante un estado a menudo hostil. Muchas de estas asociaciones de periodistas también participan en actividades de profesionalización y ofrecen capacitación, por ejemplo, en habilidades digitales para el reporteo. Además, han comenzado a multiplicarse los programas de formación en periodismo, ofrecidos por algunas de las mejores instituciones educativas de los países, incluida ésta. Estos desarrollos han sido acompañados por el reconocimiento creciente de que el periodismo es un tema digno de estudio académico. Parece que los investigadores de Estudios de Periodismo han aumentado tanto en número como en prestigio desde los años noventa.
Me gustaría cerrar este documento felicitando a todos los involucrados en el Periodismo CIDE por contribuir a este proceso de profesionalización, promoviendo el estudio e investigación sobre periodismo y ofreciendo un programa educativo para capacitar a los periodistas. Los esfuerzos de los periodistas, el mundo académico y la sociedad civil son los rayos de sol más fuertes en lo que se ha convertido en un clima más sombrío desde 2006.