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Signos históricos
versión impresa ISSN 1665-4420
Sig. his vol.12 no.24 México jul./dic. 2010
Reseñas
La primera guerra por el petróleo durante la Revolución Mexicana
Carlos Martínez Assad*
Enrique G. Canudas y Sandoval, Revolución mexicana 1910-1920, México, Utopía, 2010, 1367 p.
Instituto de Investigaciones Sociales-Universidad Nacional Autónoma de México, *assad@servidor.unam.mx
El libro de Enrique G. Canudas y Sandoval, Revolución mexicana 1910-1920 se inscribe en una preocupación personal del autor por una búsqueda de la totalidad vinculada a su propia formación personal con un sólido instrumental de la teoría política y económica. Así lo han demostrado otras de las obras que ha emprendido: desde Trópico rojo, del cual en 1989 apareció el primero de varios tomos, hasta La república de las letras y Las venas de plata. En todos esos enormes y voluminosos trabajos, el autor quiere compartirnos una visión amplia y lo más completa posible de México. En el primero, visto a través de lo acontecido en Tabasco en una singular región del Golfo de México, caracterizada por sus excesos tropicales; en el segundo, mediante la enorme producción ensayística y novelística de las letras nacionales entre el siglo XIX y el XX, y, por último, por medio de la gran producción de plata mexicana que alimentó el desarrollo del capitalismo mundial.
Ahora, con su libro sobre la Revolución mexicana 1910-1920, en tres volúmenes y con 1 367 páginas, ofrece un amplio recorrido por esos años complejos, los cuales dieron sentido a la formación del sistema político que nos rige. La complejidad de la propuesta está asociada con la profundidad del proceso que quiere analizar, puesto que no quiere dejar fuera ninguno de los elementos que marcaron a la Revolución mexicana, empresa que aborda con gran detalle e información procedente de varios archivos nacionales y extranjeros, de numerosas fuentes escritas, publicadas, incluso vernáculas. Así, junto a documentos procedentes de archivos, están por supuesto algunos de los libros dedicados a uno de los periodos sobre el que más tinta ha corrido, junto a diarios nacionales, novelas, poesía y corridos, así como otras notas sobre el ambiente cultural de lo que se exhibía en cines y teatros. A todo ello le da coherencia y unidad la pluma lírica del autor que no ahorra detalles, sino que va dibujando un lienzo barroco realizado con enorme paciencia y dedicación: el escenario en el que se mueven los personajes que él va delineando con profusión, aunque no están sólo los del panteón oficial sino aquellos que poblaron todo el país y sobre los que apenas la historia regional ha echado alguna luz.
Desde el comienzo de la lectura se adivina una obra con un sólido aparato crítico y una concepción precisa de la historia, ya que el primer tomo inicia con una cita de Karl Marx sobre las causales de la revolución, y casi de inmediato define su marco teórico; refiriéndose a la mexicana, dice: "La revolución fue un conflicto de clases y sobre ellas reflexionaremos" (tomo I, p. 15). Así, el autor nos muestra su profundo conocimiento que le lleva lo mismo a explicar el cambio del capitalismo de concurrencia al capitalismo imperialista, que a la falsa idea de la hacienda feudal que nos endilgó la historia oficial por una de corte más productivo, que explica mejor lo que sucedía en México en el cenit del régimen porfirista.
He organizado esta reseña en función de los grandes hitos y temas que abarca la obra, y sobre los cuales puede abrirse una discusión cuya conclusión no está aún a la vista debido al quehacer historiográfico y sus enormes vertientes.
1. Uno de los aportes fundamentales de la obra es el de considerar como el mismo autor llama en el capítulo 2 a los "Muchos Méxicos en una misma Nación". Allí nos hace ver con claridad las diferencias regionales del norte agreste, el "otrora vasto y remoto territorio de indios bárbaros, misiones tambaleantes, ciudades míticas y rebeliones místicas, escenario y botín de la expansión norteamericana [coincido más con el autor con el uso del término estadounidense] de mediados del siglo XIX [...] ajena al sedimento cultural mesoamericano".
Aun cuando la diferenciación regional de México ha sido reconocida por los más importantes historiadores, como Friedrick Katz (cuya valía y originalidad fue demostrada en diferentes trabajos como La guerra secreta en México y Pancho Villa), no había sido aceptada por quienes vieron en el norte a los únicos revolucionarios. Construir la versión más completa fue un largo proceso en un camino que fue abriéndose gracias a la historia regional, que comenzó a ser aceptada por historiadores como François Xavier Guerra, desde su libro más conocido Del Antiguo Régimen a la revolución, en el cual hizo notar la diversidad cultural del país.
Enrique G. Canudas y Sandoval no deja pasar oportunidad para mencionar lo que sucedía al mismo tiempo en Sonora, Chihuahua y Nuevo León que en el sur de selvas vírgenes y abundancia de agua, como Tabasco y Veracruz. En el ambiente de frontera norteña habían nacido los Carranza y los Madero, y allí mismo se había hecho Bernardo Reyes. Sin embargo, considera que la revolución nacionalista, que fue la que finalmente venció, "siguió el camino inverso, vino de sur a norte, de Yucatán y Veracruz, pasando por Oaxaca, Michoacán y Guanajuato y hacia Chihuahua" (1-58). Lo cual explica debido a la penetración del capitalismo estadounidense en aquella vasta región. No obstante, estoy en desacuerdo con la idea de que la revolución vino del norte hacia el sur, y ya hay muchos trabajos que han mostrado a las sociedades revolucionadas en Veracruz y Oaxaca, por citar solamente los ejemplos de las historiadoras Heather Fowler Salamini y Francie Chassen.
2. El autor llama al Porfiriato "la noche negra del feudalismo", y el mismo acepta lo difícil de sostener la "tesis de la hacienda feudal" (1-103), porque frente a las versiones de Andrés Molina Enríquez ahora contamos las de los autores modernos que le dieron otra interpretación. Asimismo, argumenta que fue un periodo de fuerte crecimiento económico: el producto nacional creció a una tasa entre 8 y 15% anual. Y aunque la hacienda de este corte sea la característica del periodo, en la época contemporánea el país nunca alcanzó tasas semejantes de crecimiento; no obstante, no hubo conatos de rebeldía semejantes a los del comienzo de la revolución. Luego entonces, la tentación de llamarle así no puede mantenerse más que por las oligarquías de los Madero, los Creel, los Terrazas, quienes mantuvieron regímenes de concentración de la propiedad (las mayores extensiones en el país y no necesariamente las más productivas).
3. Es de destacar en el trabajo el análisis de las relaciones México-Estados Unidos, a las que da un enfoque novedoso por desmitificador, comenzando por señalar la defensa de la soberanía que hizo el presidente Díaz en su entrevista con William H. Taft, a quien también reclamó su intervención en América Latina, en octubre de 1908. Por supuesto que entonces Díaz alcanzaba el pináculo de su poder y así quiso hacerlo notar. Esa entrevista finalmente le resultaría cara al dictador, cuando el presidente de Estados Unidos hizo la vista de lado en el momento en que los grupos opositores se organizaban en su territorio y compraban armas, lo cual favoreció las aspiraciones de los maderistas.
Con abundante información, Canudas analiza con detalle las relaciones y la influencia de Estados Unidos en México. Es muy interesante el seguimiento que hace del papel que desempeñó en ese ámbito el entonces embajador Francisco León de la Barra; en particular, todo lo relacionado con los intentos por controlar los recursos petroleros, lo que le lleva a afirmar que la Revolución mexicana es la primera guerra petrolera. Quizás los designios imperialistas ayuden a entender el proceso que ocurría en México; sin embargo, los elementos exógenos no siempre permiten entender las dinámicas internas que llevaron al estallido revolucionario. No obstante, el autor es tajante en este aspecto: "La revolución fue producto de una crisis estructural, provocada por la penetración y el desarrollo del capitalismo sobre las estructuras del viejo régimen servil heredado de la colonia" (tomo III, p. 1343). Extralimitando el argumento, en las condiciones actuales el capital internacional y el interés por el petróleo de Estados Unidos el mayor consumidor mundial continúan, y no por ello han acontecido movimientos semejantes a los que llevaron al estallido revolucionario.
4. El análisis del gobierno de Francisco I. Madero, de apenas 14 meses de duración, es digno de interés porque logra ubicar con precisión el escenario nacional y los problemas que derivaron en una deficiente administración gubernamental. Ello auspició un frente amplio de enemigos que llevaron al desenlace fatal del Cuartelazo que estalló el 9 de febrero de 1913, atribuido por la historia oficial casi exclusivamente a la acción del general Bernardo Reyes, y dejando de lado a otros actores que Canudas se detiene a analizar.
Desde marzo de 1911 Emiliano Zapata se había convertido en el hombre fuerte en Morelos. Y fue un apoyo decidido para Madero y se había levantado en armas convencido del ideario maderista expresado en el Plan de San Luis. Después de recibir a Madero luego de su entrada a la Ciudad de México, tuvieron varios encuentros en Cuernavaca y hasta en casa de Madero. Éste tenía la intención de hacer deponer las armas a 700 combatientes. Al finalizar julio, 3 mil hombres habían recibido su paga y aceptado el licenciamiento. En agosto, Madero se volvió a encontrar con Zapata en Cuautla. Cuando asumió la presidencia, el 6 de noviembre, era demasiado tarde para recomponer la relación porque los campesinos morelenses se sentían agraviados por el gobierno de León de la Barra y por las agresiones del ejército.
El 28 de noviembre Zapata promulgó el Plan de Ayala en el que desconoció a Madero por no resolver las demandas agrarias y su rebelión continuó durante los 13 meses del gobierno maderista. Se expresó con dureza: "Yo he sido el más fiel partidario del señor Madero [...] me ha traicionado así como a mi ejército, al pueblo de Morelos y a la Nación entera".
En los alineamientos antimaderistas estuvieron también los hermanos Vázquez Gómez e incluso se mencionó a Carranza como uno más de los conspiradores, al fin y al cabo todos ellos habían sido reyistas. Félix Díaz, el sobrino de Porfirio, se sublevó en su contra el 16 de octubre de 1912, sin más plan que su ambición porque no demostró ningún interés por lo social. Tomó el Puerto de Veracruz y la artillería del ejército maderista, y fue a combatirlo en los médanos cerca del puerto.
De esos personajes no oculta el autor sus simpatías y antipatías: a Zapata y a Villa los ve a través del mito que se ha erigido alrededor de ellos. Es significativo que las primeras menciones a ellos sean las imágenes de la representación construida por el cine. El primero, con su sombrero de ala ancha y sus mascadas de seda; el segundo guiando sus briosos corceles. Asimismo, es a través de la historia oficial que ve a Huerta "con cabeza de ofidio y lentes oscuros para ocultar su alcoholismo". A Villa le pone varios atributos; no bebía, es cierto, pero es falso que no fumara, lo hacía como chacuaco, como puede verse en las películas de los Hermanos Alva, e incluso lo hacía con dificultad debido a la carencia de varias piezas dentales, algo que no le restó éxito con las mujeres.
Estoy de acuerdo con la exageración del papel desempeñado por Zapata según varios autores, pero me desconcierta la antipatía que le expresa el autor, aunque es cierto que su acción se restringió a una pequeña región, como incluso lo vio el propio Ives Limantour, ya en su exilio en París. Desde allí opinó que para detener a la revolución debía haberse concedido a Zapata todo lo que pedía, que al fin y al cabo poco impacto tendría lo que se hiciera en un territorio tan pequeño en el conjunto nacional.
Canudas, al hilvanar todos los elementos, puede concluir cómo el gobierno de Victoriano Huerta no logró encauzar al país ante la dificultad para poner freno al caos que habían provocado todos los levantamientos, y de nuevo con la presión de Estados Unidos, cuyas tropas tomaron el Puerto de Veracruz por varios meses.
5. A Carranza y al carrancismo dedica el autor la última parte del libro, ciertamente muy significativa porque logra derrotar a los ejércitos populares de Villa y de Zapata, de la mano del estratega Álvaro Obregón. Particularmente bien documentada es la parte que dedica al análisis de las pretensiones alemanas en México de controlar la producción petrolera, azuzando el ánimo antiestadounidense de los mexicanos. Carranza aprovechó la rivalidad entre Alemania y Estados Unidos, como lo evidencia el famoso telegrama Zimmerman. No menos importante resulta la convocatoria para la Constitución de 1917, en la que coincidieron los intereses regionales con la presencia de muchos de los hombres más influyentes. Con una cita de Lorenzo Meyer, el autor define ese periodo:"entre 1917 y 1920, el carrancismo echó las bases de lo que sería el nuevo orden político", con lo cual logró imponerse a lo que el mismo autor afirma que sucedía: "México parecía una cuna de tragedias" (tomo III, p. 1182), cuando la guerra dejaba costos sociales mayores como el hambre y la epidemia de tifo.
Para finalizar, como el mismo autor lo demuestra en las páginas siguientes, Carranza también fue víctima de la creación de ese "nuevo orden político" cuando se impuso Obregón con su Plan de Agua Prieta.
Estoy totalmente de acuerdo con la conclusión cuando en la nota metodológica afirma dos ideas sustanciales: 1. "la historia no es juzgar sino explicar los fenómenos con conocimiento de causas", y 2. "El historiador no tiene partido, tiene hipótesis" (tomo III, p. 1323).
Para quienes desean ser historiadores, esas dos ideas me parecen fundamentales; para quienes ya lo son, también. La única forma como podemos hacer justicia a un libro como la Revolución mexicana 19101920 de Enrique G. Canudas y Sandoval, es leyéndolo.