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Signos históricos

versión impresa ISSN 1665-4420

Sig. his vol.13 no.25 México ene./jun. 2011

 

Reseñas

 

Alfredo de la Lama, Economía mundial. De la Revolución Industrial a la Primera Guerra Mundial

 

Aline Magaña Zepeda*

 

México, Universidad Autónoma Metropolitana, 2010.

 

Profesora invitada de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, * alincita@hotmail.com

 

La obra del doctor Alfredo de la Lama, Economía mundial. De la Revolución Industrial a la Primera Guerra Mundial, da cuenta de los principales procesos económicos que transformaron las relaciones sociales de producción y del desarrollo de éstas, las cuales terminarían por establecerse en todo el mundo. Es decir, es la historia —vista desde la economía— de un modo específico de producción: el capitalista. Esta empresa no es, desde luego, una tarea fácil, pues el modo de producción capitalista no sólo es el modo de producción vigente hasta nuestros días, sino una relación social que, por primera vez, se extiende a todos los rincones del planeta. Esto exige, por un lado, la toma de postura ante estas relaciones sociales —que nos ha tocado vivir y sufrir— y, por el otro, una visión totalizadora que describa y explique los procesos económicos mundiales, los cuales son la gestación del capitalismo, el cambio de las estructuras tradicionales, la lucha por la hegemonía, el uso de la fuerza, la utilización de la técnica, el desarrollo de la ciencia y el estudio de los cuerpos teóricos los cuales revolucionaron la ciencia económica.

La virtud del libro es aún mayor en la medida en que se describe y, no pocas veces, da cuenta explicativa de esta realidad compleja en una forma clara y con un lenguaje sencillo, lo que permite al no especializado acercarse a estos temas y tener una visión de conjunto. No por esta característica —es decir, que la obra no esté destinada a ser leída exclusivamente por especialistas en el tema— se sacrifica rigurosidad en la exposición; por el contrario, existe en el texto una extraordinaria precisión y consistencia categorial, y la fundamentación de los fenómenos está ilustrada mediante una serie de cuadros estadísticos, gráficas e imágenes, que no sólo dan sustento a las afirmaciones planteadas, sino además describen y ejemplifican los cambios experimentados durante el periodo estudiado.

Otro punto que me parece pertinente resaltar es la exposición. Para describir los antecedentes y desarrollo de la Revolución Industrial, el autor hace generalizaciones que detallan la realidad económica europea, destacando las particularidades y especificidades entre países, las cuales explican los diferentes destinos que sufrieron. Se ilustra, por ejemplo, el paso del capitalismo comercial al capitalismo industrial en Inglaterra —país vanguardista en su proceso de industrialización—, que marcó el camino a seguir a un conjunto de países europeos, los cuales tenían condiciones distintas. Esto ilustra lo ocurrido en Europa en su conjunto y la posición que desempeñaron los distintos países.

En el tema de las teorías económicas —principalmente expuestas en el capítulo 2, aunque no exclusivamente— el autor hace un análisis especialmente interesante. Recoge los planteamientos de algunos de los principales autores y escuelas económicas (los fisiócratas, Adam Smith, David Ricardo, Malthus y Say) que dieron paso a la economía normativa —es decir, el qué hacer y cómo hacer—, atendiendo también a la economía positiva que debía dar cuenta de una realidad económica radicalmente distinta a la antes conocida. En el libro se tratan estos planteamientos —los cuales, entre otras cosas, revolucionaron la ciencia económica— sin anacronismos, es decir, reconociendo el valor y la función histórica de las doctrinas mencionadas, y no evaluándolas como si se hubiesen desarrollado a posteriori o con los elementos actuales que no estaban presentes en aquella época. Después de esto, se elabora la crítica y las limitaciones de estos cuerpos teóricos, así como la función que terminarían adoptando, en el sentido de dar sustento y argumentos científicos para el mantenimiento del —en ese entonces— nuevo orden económico.

Lo anterior me parece muy importante en la construcción del conocimiento, porque implica rescatar las aportaciones de los autores en un momento histórico determinado, sin "dibujar" enemigos a modo o "vulgarizar" los planteamientos que se pretende denostar. Por el contrario, en el texto se tratan con absoluta seriedad las principales aportaciones de los cuerpos teóricos para así dar lugar a la crítica.

Se destaca de los economistas liberales (tanto de los fisiócratas como de Adam Smith), el esfuerzo por explicar los determinantes y las limitaciones de esta sociedad, y la construcción de categorías explicativas de la realidad económica —como la determinación del valor y la construcción del precio natural en Smith—, reconociendo al mismo tiempo que, en palabras del autor:

[...] pese a las críticas que se les pueden hacer a estos apóstoles del libre cambio [...] el papel que les tocó desempeñar fue revolucionario, en la medida en que dieron argumentos científicos e ideológicos necesarios para luchar en contra de los vestigios feudales que aún persistían.

La crítica se hace desde lo más profundo, es decir, señalando cómo estas teorías formularon leyes de relaciones de intercambio y producción —esto es, de relaciones sociales— como si de leyes naturales se tratase, estableciéndolas como inmutables y transhistóricas, lo cual no sólo significaba la inevitabilidad de su operación (hablamos de leyes que rigen las relaciones sociales) sino también la imposibilidad de su transformación. Si estas leyes, eran el resultado de la esencia propia del ser humano —egoísta, según Smith— y de las relaciones sociales —como la formación de un precio natural—, no había forma de escapar de ellas, por lo que tambien era inconveniente intentarlo, pues la búsqueda del interés individual devenía mecánicamente en el interés común, atribuyéndole, por primera vez en la historia, a esta instancia impersonal que denominamos mercado, el papel de regulador inmejorable de la producción, la distribución y el consumo.

Después se enuncia críticamente cómo el liberalismo —de ser una teoría revolucionaria que sirvió para romper definitivamente con los vestigios de las instituciones tradicionales feudales— adopta una función ideológica y pragmática al servir para exigirle al resto del mundo que abriera sus fronteras a los productos industriales ingleses, pues el mercado representaba "el mejor de los mundos posibles".

El capítulo 3 está constituido por una ilustración y descripción del proceso fabril y del trabajo industrial en los últimos decenios del siglo XVIII y los primeros del XIX . Esto se logra utilizando una serie de imágenes de la época, cuadros estadísticos, gráficas y mapas que dan sustento a la exposición del desarrollo de la industria textil y el nacimiento de la industria pesada en Inglaterra (principalmente en la construcción de caminos); también se analiza el impacto y las repercusiones de la Revolución Industrial en Europa, Estados Unidos y el resto del mundo, entendido éste como el conjunto de países económicamente atrasados, los cuales no aspiraban a disputar la hegemonía, y por ello quedaron subordinados y obligados a atender las necesidades de industrialización de los países europeos.

El valor de este capítulo no es únicamente la descripción del proceso, en cuanto a la utilización directa en la producción industrial de los conocimientos y de la técnica previamente existentes (desde hacía ya un siglo) y su impacto en el mundo entero, sino también la formulación de nuevos elementos que aparecen en esta etapa y caracterizan algunas de las singularidades del modo capitalista de producción. Por ejemplo, se ilustra, con el nacimiento de los entrepreneurs —pequeños capitalistas en su mayoría—, cómo la finalidad de estas nuevas élites se trasforma radicalmente: su objetivo ya no es el consumo suntuario —el acceso a los lujos—; ahora, se convierte en la obtención reiterada de un excedente (ganancia), lo que sería, dicho sea de paso, un tema de estudio, más que de la economía, de la crematística. Esta finalidad de los nacientes capitalistas caracteriza inmejorablemente la pretensión del modo de producción capitalista, en la medida en que el capitalismo no tiene como objetivo la reproducción del sujeto social (tampoco incluso el consumo suntuario de una clase privilegiada), sino la acumulación de capital, la valorización del valor. Pero, la obtención reiterada de un excedente, que a su vez se destina a la capitalización (reinversión), es otro rasgo característico de la forma de producción específicamente capitalista, esto es, la reproducción en escala ampliada.

En su descripción de este proceso, se destaca también la importancia de instituciones financieras para la producción, en tanto que se requerían capitales de gran magnitud que difícilmente un solo capitalista poseía. En la exposición se deja claro el vínculo existente entre las instituciones financieras y el aparato productivo, explicando la función que tienen —o deberían tener— estas instituciones: financiar —valga la redundancia— la actividad productiva, lo cual resulta esclarecedor en estos tiempos de predominio del capital financiero, en el que es difícil comprender su movimiento y visualizar su función. Así pues, el capítulo 3, al describir el proceso fabril y de trabajo industrial, resalta algunos rasgos fundamentales para el entendimiento del sistema capitalista de producción.

En el capítulo 4 se hace una ilustración del proceso de industrialización en Estados Unidos, Europa occidental y Japón en el siglo XIX . Se describe el proceso mediante el cual la industria pesada se ubica en primer lugar, destacando la importancia de la educación y la ciencia en el desarrollo del capitalismo, particularmente en Estados Unidos y en los países de Europa occidental con excepción de Inglaterra. El impulso de la educación y la ciencia como política de Estado es —de acuerdo con el autor— un elemento que permite explicar el avance en la carrera tecnológica de estos países (Estados Unidos y Europa occidental) frente a Gran Bretaña, quien durante todo el siglo XIX continuó siendo potencia mundial. En este capítulo también se describe cómo la competencia entre los países en proceso de industrialización condujo a una expansión territorial para el abastecimiento de materias primas y control de los mercados de recursos estratégicos para el desarrollo de la industria pesada, así como los pasos entre mares y océanos. Esto, desde luego, y como se describe en el libro, trajo consecuencias socialmente negativas al resto del mundo. Todo el proceso sirve para describir y explicar el declive del capitalismo liberal clásico que dio paso en el último cuarto del siglo XIX a una nueva forma capitalista, dominada por el capital financiero.

Un elemento importante de este capítulo es la aparición de las primeras crisis capitalistas. Más allá del recuento y descripción de éstas, la importancia radica en su explicación. Es decir, por primera vez en la historia, la crisis se presenta como resultado del propio sistema económico: más que el resultado de algún agente externo —como un desastre social provocado por fenómenos naturales o por las guerras—, ahora son resultado de la propia legalidad capitalista que conduce a la sobreproducción y sobre-acumulación, entendidas éstas no en relación con las necesidades sociales, sino con las de acumulación de capital, vinculadas a la rentabilidad.

El capítulo 5 es básicamente teórico, describe algunas explicaciones de la plusvalía, de las crisis capitalistas y del mecanismo para superarlas, y añade nuevas teorías que ayudan a entender el capitalismo financiero. Se destaca cómo con la conversión de la fuerza de trabajo en mercancía genera la ilusión de que la explotación no existe, en la medida en que las mercancías se intercambian a sus valores —y la mercancía, fuerza de trabajo no es la excepción—, deja claro que en el capitalismo la apariencia de los fenómenos no coincide con su esencia, y por ello, para su estudio es necesaria la ciencia. Respecto a la teoría marxista de la crisis, se expone con claridad que su causa es inherente al modo de producción capitalista —se gesta dentro de éste— y tiene las mismas causas que el proceso de producción de plusvalía. La disminución de la tasa de ganancia que inmoviliza al capital ocasiona las crisis. Además, también revela cómo la superación de éstas se da cuando el capital se pone nuevamente en movimiento, y esto se logra —entre otros mecanismos— ya sea por la quiebra de algunas empresas o por una baja en los salarios reales —una desvalorización de la fuerza de trabajo—, ambas vías significan destrucción de capital.

En lo referente al imperialismo, se enuncia el cuerpo teórico de Hobson, el cual dejó en claro que no es la industrialización la causa de la expansión territorial; sino la polarización del sistema capitalista de producción —en términos marxistas la ley general de la acumulación capitalista— es lo que conduce a expandir el capitalismo y a la necesidad de abrir nuevos mercados. Esto es, trasladar la contradicción interna fuera de las fronteras nacionales. Al señalar esto, Hobson advertía el camino que seguiría el capitalismo por los problemas de distribución que engendra. Sin embargo, sugiere que la intervención del Estado, mediante la reforma social, podría evitar la fatal perversión del capitalismo, es decir, el imperialismo. De ese modo, Hobson es tanto antecesor de John Mayndarl Keynes —científico social funcional que plantea la viabilidad del sistema mediante la redistribución y el incentivo de la demanda efectiva—, como de teóricos marxistas posteriores (Lenin, Trosky, Luxemburgo y Hilferding), que planteaban la vía revolucionaria como solución, en la medida en que si las contradicciones se gestaban dentro del propio sistema no podían resolverse al interior de éste.

El capítulo 6 describe el segundo periodo imperialista (1890-1914) caracterizado por la expansión económica y territorial, el cambio tecnológico, la modernización, así como una feroz competencia comercial y política, acompañado de un aumento del proteccionismo, lo que iba a todas luces en contra de la doctrina liberal. Se menciona también el cambio de la forma positiva de ver el libre mercado, la preocupación de los Estados y el control de los mercados por cárteles, consorcios y trust, los cuales no son más que combinaciones o asociaciones de varias empresas que devinieron en varias firmas monopólicas, que no sólo tenían la capacidad de fijar precios, sino que constantemente recurrían a prácticas de competencias calificadas posteriormente como desleales. Así, surgieron unos cuantos países como líderes de estos monopolios y la acumulación de capital alcanzó dimensiones gigantescas. Por último, se describe el desarrollo y la concentración de la banca, así como el éxito de los modelos capaces de vincular estrechamente ésta con el aparato productivo.

El libro es, pues, una obra muy ambiciosa, tanto en términos históricos como en términos teórico-económicos, y está extraordinariamente bien lograda. Concluyo diciendo que estas líneas pretenden ser —más que una reseña o un comentario de la obra— una invitación a la lectura del libro, o bien, para profundizar sobre los temas en él planteados.

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