Durante el siglo XIX, y en especial en la época porfiriana, autores nacionales y extranjeros observaron nuestro país desde distintos ángulos, lo ubicaron geográficamente y difundieron noticias acerca de sus recursos territoriales con el fin principal de promover la inversión de capitales en él. Este objetivo resalta en un tipo variado de materiales escritos en aquel entonces, como las monografías sobre localidades, estados y regiones mexicanas.
En esas obras se distingue que la geografía, la estadística, la antropología y otras disciplinas se ligan a la historia; es decir, se nutren entre sí con sus métodos, temáticas e ideas. Asimismo, se aprecia cómo sus paradigmas -los cuales encauzan algunas corrientes europeas- sustentan la explicación de fenómenos mediante teorías relacionadas con el orden y el progreso, la superioridad de razas y la influencia del medio ambiente.1
En este sentido, destacan ocho monografías publicadas entre 1908 y 1912,2 las cuales fueron escritas por especialistas a modo de reseñas, con fotografías, grabados, cuadros, mapas3 y otros elementos, por encargo de la casa editorial Viuda de C. Bouret4 para integrar la serie titulada La República mexicana, que brinda rica información sobre la localización, los recursos naturales, el acontecer pasado, los habitantes y otros aspectos de los estados de Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas, Chiapas, Veracruz y del otrora territorio de Baja California.
Su estudio revela el espíritu científico cultural de la época porfiriana; permite observar la valoración y el manejo de investigaciones sobre antropología, estadística, historia, geografía y otras disciplinas, la crítica de fuentes como la fotografía y los mapas, e incluso el afán de los autores y editores de hacer llegar la serie a un público lector selecto. Al mismo tiempo, esta obra muestra cómo durante el proceso de su elaboración contribuyeron dependencias de gobierno, instituciones públicas, ejecutivos y autoridades locales, así como una minoría intelectual, para dar a conocer la riqueza de aquellas entidades, respondiendo a la política económica del régimen destinada a promover el desarrollo material del país.
Este trabajo es producto de un acercamiento a dichas monografías y tiene como objetivo presentar una noticia bibliográfica de ellas en la que incluiré una semblanza de sus autores, ubicándolos en su tiempo; asimismo, destacaré sus temas y contenidos, los rasgos geográficos, antropológicos, históricos, etnológicos, arqueológicos, así como los estilos y las fuentes manejadas, con la finalidad de que resulte útil para elaborar otros análisis.
Autores, sus obras y contexto
Las reseñas de Sonora, Chihuahua y Coahuila se han considerado como anónimas, pero de acuerdo con los datos biográficos de Rafael de Alba -uno de los autores- se aclara que escribió la segunda y la tercera. En la cuarta (Nuevo León), señaló que la editorial pedía las siguientes reseñas firmadas por sus creadores y, por ello, en tanto en ésa como la quinta (Tamaulipas) apareció De Alba como tal.5 La sexta (Baja California) y la séptima (Chiapas) se debieron respectivamente a León Diguet y Enrique Santibáñez; la octava (Veracruz), en la que se consignó la autoría de Luis Pérez Milicua, se armó con apartados que éste trabajó y con los de otros, como De Alba.6
¿Quiénes fueron esos escritores? Rafael de Alba Gómez (1866-1913) nació en la ciudad de Zacatecas y murió en la Ciudad de México; destacó como abogado, periodista, profesor, poeta y cuentista. Vivió en su lugar de origen, así como en Tepic, Lagos, Guadalajara y Guanajuato; en este último estudió jurisprudencia. Dirigió El Heraldo y colaboró con otros periódicos en la capital del país y varios estados. Enseñó en la Escuela Nacional Preparatoria; trabajó en el Archivo General de la Nación y fue socio de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Reitero, la casa editorial Viuda de C. Bouret lo contrató para que escribiera las monografías de Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas (1909-1910), así como parte de la de Veracruz, (1912).7
En su caso, el periodista, ensayista, diplomático y funcionario público, Enrique Santibáñez (1869-1931), nació en la ciudad de Oaxaca y falleció en la misma. Fue diputado federal por Chiapas; representante de México en el consulado de Praga, Checoslovaquia y San Antonio, Texas; miembro de la Academia Mexicana de la Historia, correspondiente a la Real de Madrid, así como de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Autor de la monografía de Chiapas (1908 y 1911), de “Colima en el año de 1778” (1908), y El ejecutivo y su labor política (1916).8
León Diguet (1859-1926) era cartógrafo, explorador, etnólogo e ingeniero químico industrial originario de Le Havre y falleció en la capital de Francia. Por encargo del Museo del Hombre de París, vino a México en una expedición científica para realizar un estudio sobre Baja California entre 1893 y 1913, donde exploró la península y el golfo de California e investigó la geología, la fauna, la flora y las pinturas rupestres locales que halló. Visitó San Luis Potosí, Jalisco, Nayarit, Colima, Oaxaca, Michoacán y la Ciudad de México. Escribió acerca de los yaquis, coras, huicholes y tepehuanos; algunas de sus obras son: Communication sur les indiens vivant actuellement dans la Basse Californie et sur les indiens yaquis, 1893 y la monografía del territorio de Baja California (1912).9 Obtuvo el premio Ducros-Aubert y la medalla Geoffroy-Sain-Hilaire; en su país, fue nombrado caballero de la Legión de Honor, y la Académie des Inscriptions et Belles-lettres le rindió un homenaje.10
El periodista, catedrático y escritor Luis Pérez Milicua (1855-¿?) nació en Tlacotalpan, Veracruz; estudió en la Escuela Normal de Xalapa, donde posteriormente impartió geografía. Asimismo, enseñó tal asignatura en la Escuela Superior de Señoritas de esa ciudad. Fue jefe de la Sección de Fomento entre 1893 y 1895, durante la gestión de Teodoro A. Dehesa; socio corresponsal de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, y autor de: Compendio de Geografía del Estado de Veracruz, formado con presencia de los más modernos datos (1902); Nociones de geografía física general, para los alumnos de la Escuela Normal del estado de Veracruz y para las alumnas de la Escuela Superior de Señoritas de Xalapa-Enríquez (1907), y se le atribuyó la reseña sobre Veracruz (1912).11
De Alba, Pérez Milicua y Santibáñez se desenvolvieron como intelectuales en la plenitud del régimen porfirista, cuando se fincaron y consolidaron instituciones, sociedades, así como centros destinados a fomentar la ciencia, las disciplinas sociales y la cultura en nuestro país. Junto a Diguet -quien se formó en Francia y llegó a México en 1893- fueron testigos de cómo nuestro país era admirado por su cultura, avance y prosperidad, así como de la manera en que el presidente Porfirio Díaz procuró el orden y la paz, e impulsó el desarrollo nacional con la creación de una infraestructura, el estímulo al mercado y la industria -la inversión de capital nacional y extranjero, así como la explotación de los recursos territoriales.
Estos autores contribuyeron a que los proyectos vitales de la época dieran sentido a un mundo con comportamientos, usos, creencias e ideas que se impusieron de manera automática, y cuya vigencia consistió en aceptarlos o rechazarlos.12 Vivieron en un México moderno, civilizado y tranquilo, donde pocos tenían la riqueza en sus manos, los mejores puestos y la protección de la ley: un mundo histórico contrastante con otro,13 donde la mayoría de la población padeció hambre, desigualdad, injusticia, ignorancia y miseria. Transcurrieron en un México que gradualmente evidenció cómo el sistema de privilegios, establecido por la dictadura, generó esas condiciones ya insostenibles, cómo su propio crecimiento económico desequilibró al país, y la manera en que la inoperancia del régimen y otros factores encauzaron la protesta contra los excesos del gobierno, la caída de Díaz y el inicio de la Revolución.14
Monografía sobre Sonora (1908)15
En su prólogo encontramos el objetivo de los editores: reunir los mejores y recientes materiales de la cartografía mexicana en un “atlas exacto”, “minucioso” y “completo”, a los que se agregarían “textos breves y metódicos en los que se encuentre, en grandes síntesis, todo lo que de interesante y útil se sabe hasta hoy, respecto a Geografía y a Estadística Nacional”.16
Se pretendía hacer en ella una “síntesis de las monografías y los textos explicativos que acompañan los mapas generales” para conocer “los rasgos dominantes y típicos de una comarca o de una región”, y que el material se acompañara de dibujos, así como fotograbados. Asimismo, se aclaraba que para lograr una exposición concisa y clara se había sacrificado el estilo, y que la casa editorial había solicitado la aportación de publicaciones, memorias e informes a las autoridades.17
Se señaló que las cartas geográficas existentes no respondían a las “exigencias científicas” del momento, pues si bien había mapas de los estados y de toda la República, éstos se encontraban dispersos y plagados de errores; también, se añadía que en la selección de planos se había optado por los de origen extranjero debido a su exactitud y al hecho de que fueron básicos los productos de Boehmer,18 de la Hydrografic Office de Estados Unidos y la carta de la Secretaría de Fomento.19
El estudio sobre Sonora no se consideró definitivo, porque “ninguna ciencia puede permanecer estacionaria, pero menos todavía las complexas [sic], las que con tantos y tan diversos órdenes del humano conocimiento se enlazan, como la Geografía que explica a la Historia -<el suelo es la raza> [sic] se ha dicho-”.20 La geografía resulta por lo tanto fundamental; su conocimiento y método están por encima de los de la historia y otras disciplinas que se supeditan a ella.
Paul Vidal de la Blache resultó ser una autoridad en la materia, en la reseña se utilizó su admirable libro sobre Francia,21 donde señala: la imagen que se incorpora a la descripción se impone cada vez más “como la obligada justificación de cualquiera [sic] obra geográfica”, precisa, complementa y rectifica “porque hay en la naturaleza, aún transportada a la imagen, más variedades y más matices que los que una descripción podría alcanzar”.22
La selección de láminas, se aclara, tuvo un fin “pura y netamente geográfico”; aunque, cabe hacer notar también, que las fotos se valoraron sobremanera: “aún sin colores, por la exactitud de los detalles que sorprende, [son] el auxiliar más poderoso de las ciencias”.23
La reseña de Sonora contiene una exposición temática24 similar a la que solía presentarse en monografías anteriores25 y posteriores de las entidades mexicanas. En su inicio, sin enunciado alguno, se entretejen referencias históricas breves, desde la conquista en Sonora y Sinaloa hasta 1830 en la primera entidad. En ella, no hay llamadas al lector y el uso de tecnicismos dificulta la lectura. Los textos que aparecen al pie de sus fotografías y cuadros son bastante generosos en datos; varios de éstos llegan hasta 1908.
Monografía sobre Chihuahua (1909)26
Como mencioné su autor fue el zacatecano Rafael de Alba. Éste da a conocer a los lectores que contó con una rica muestra bibliográfica de geografía e historia; distingue la “escrupulosidad” y la “competencia” de Rafael Aguilar, quien dio cuenta de las publicaciones científicas referentes a la entidad que periódicamente editó el Instituto Nacional de Geología; además, considera como fuentes básicas los escritos “excelentes” de José Agustín Escudero, Pedro García Conde y José María Ponce de León.27
De Alba menciona también que la casa editorial agradeció al gobernador Enrique Creel, a Miguel Márquez, al citado Rafael Aguilar, a Julio Pani y a Victoriano Salado Álvarez por haber proporcionado datos, noticias, fotografías, periódicos y otros materiales para lograr la reseña.28 En la parte introductoria, cierra con un verso que dramaturgos y comediógrafos del “antiguo y soberbio teatro español” solían usar al finalizar sus obras: “Perdonad sus muchas faltas”.29
En esta monografía de Chihuahua sobresale la visión antropológica y etnográfica del autor, como puede apreciarse en “Los Tarahumares; Pimas; Tepehuanes y Tubares; Las tribus bárbaras”. El apartado acerca de la industria extractiva es el más extenso y la “noticia histórica”, breve, nos remite al acontecer pasado de la entidad desde la llegada de los españoles hasta la década de 1890. Las siguientes líneas de De Alba son sugerentes:
De 1880 a la fecha data el progreso notable del Estado. En 15 de octubre de ese año los apaches sufrieron su última derrota; y aunque después en 1892 y 1893, ha habido motines de carácter […] local (en Tomóchic y Santo Tomás), tales trastornos no han impedido el adelanto en todos los órdenes de la vida social y económica.30
La monografía en cuestión -escrita con un lenguaje claro y preciso- permite que la lectura se logre con fluidez. En ella, sólo hay una llamada al lector y es aclaratoria; la información en el desarrollo temático, en los pies de foto, así como en los cuadros resulta bastante rica y alcanza algunos datos hasta 1909. Las fotografías -comparadas con las de otras reseñas de la serie- son quizá las mejores.
Monografía sobre Coahuila (1909)31
De antemano, Rafael de Alba dice que la entidad tiene “una literatura geográfica menos rica que la mayor parte de los estados […] no obstante hay algo”: una Historia y un Catecismo Geográfico de Esteban López Portillo; entre varias fuentes “domésticas”, distingue al Periódico Oficial del Gobierno y El Estado de Coahuila, que redactó Jacobo M. Aguirre; asimismo, otras editadas en México: textos de Manuel Orozco y Berra; boletines de la Secretaría de Fomento y del Instituto Geológico, este último con “muy buenos estudios”; el informe de gobierno presentado por Porfirio Díaz en 1907, y el Boletín de la Sociedad de Geografía y Estadística. Entre las fuentes extranjeras menciona las investigaciones de Élisée Reclus, los Archivos de la Misión Científica y una carta de T. S. Abbott.32
De Alba aporta datos pasados y otros próximos a 1909 en el desarrollo de diversos temas. En la exposición histórica -como en las dos reseñas que preceden-, inicia con la llegada de los españoles. Atiende más a los grupos indígenas, la época colonial y varios hechos de la vida independiente, entre los cuales encuentro atractivo este pasaje: “De todos es conocida ya la historia, cuando menos aparente y oficial, de [cómo] se perdió Tejas [sic] y la República se vio envuelta en una guerra desigual e injusta con los Estados Unidos del Norte”.33
Distingue entre los siglos XVIII y XIX a unos cuantos políticos, militares y escritores locales. De su tiempo, señala que Coahuila: “verdaderamente no ha entrado en su gran era de progreso sino de unos cuantos años acá. Los últimos aunque sonados acontecimientos Las Vacas y Viesca carecen en realidad de importancia”.34
La reseña de Coahuila -escrita con claridad y precisión- se lee de corrido, sin dificultad alguna. Su aparato crítico se entreteje en el discurso. Si la comparamos con la de Chihuahua, se observa que De Alba agregó algunos apartados: noticias de cultivos y plantas especiales; obras de riego e instituciones de crédito principales.35 Como aquéllas, guarda una rica información a lo largo del contenido temático, así como en los pies de foto y cuadros que la complementan.
Monografía sobre Nuevo León (1910)36
En ésta, colaboraron Bernardo Reyes y Pedro N. Díaz como revisores. Se utilizaron más fuentes,37 como memorias locales presentadas por los gobernadores José María Parás, Joaquín García, Pedro José García, el mismo Reyes y Lázaro García Ayala; así como Santiago Vidaurri, Rafael de la Garza y Biviano Villarreal.
Su autor, Rafael de Alba, menciona también datos que le proporcionó Pedro Noriega; artículos de José Sotero Noriega, compilados por Manuel Orozco y Berra; documentos, noticias, discursos oficiales, y las Observaciones y enmiendas hechas por la Junta Auxiliar al Tratado de Geografía y Estadística de Nuevo León, cuyo escritor fue Alfonso Luis Velasco.
Llama la atención en esta monografía el apartado “Reseña histórica”,38 en el cual De Alba marca periodos y temas; desarrolla una mayor cantidad de noticias, por ejemplo, sobre los indígenas, antes y después de venir los españoles; se extiende en hechos, ciudades, aspectos e instituciones; considera a los pobladores originarios, la llegada de los españoles y la Conquista; los siglos XVII y XVIII; los presidios, las provincias internas y compañías presidiales; el Obispado de Linares, así como el estado social de la entidad antes de la Independencia, hecho que el autor retoma y trata a partir de su proclamación “a la fecha”. Al final de ese apartado, incluye la Reforma y la Intervención; asimismo, menciona a varias personas locales destacadas en la “Historia Patria”.
En “Ciudades principales” y en algunos otros apartados, como los referentes a varias industrias, se encuentra también el entramado histórico. La reseña de Nuevo León contiene más notas textuales al pie que en las anteriores; en ellas y en el desarrollo temático, los cuadros y los pies de foto, constatamos la riqueza de la información, la cual abarca hasta 1909; su lectura resulta difícil por la precisión excesiva de datos.
Monografía sobre Tamaulipas (1910)39
En ella, De Alba utilizó principalmente fuentes geográficas y estadísticas; también cita una carta hecha por la Comisión Geográfica Exploradora; la obra de Nigra de San Martín en torno a Nuevo León y la de Abbott acerca de Coahuila, las cuales incluyen parte de Tamaulipas, así como las cartas de Antonio García Cubas y Alejandro Prieto.40
El autor asienta además:
[...] hube también de solicitar luces de los Diccionarios de Orozco y Berra, y García Cubas; de la Historia de la Geografía en México del primero de estos dos sabios, y en lo concerniente a Etnología, Filología e Historia a las obras de los señores Pimentel, Chavero, Riva Palacio, Olavarría y Ferrari, y Vigil.41
Aclara De Alba que con más frecuencia siguió lo escrito por Alejandro Prieto, pues no se podía tratar la época colonial de Nuevo Santander “sin ocurrir a la obra de tan ilustrado como patriota hijo de Tamaulipas”; asimismo, menciona que tuvo la fortuna de leer los libros de Adalberto J. Argüelles y Arturo González, quienes habían consagrado la geografía y la historia “de tan importante región de nuestra patria”.42
En la “reseña histórica”, Rafael de Alba hizo cortes temáticos y uno temporal: “periodo anterior a la primera expedición de los españoles”; “de 1528 a 1746”; “colonización del Nuevo Santander”; “Tamaulipas en la guerra de Independencia”; “de la Independencia a la invasión americana”; “guerra con los Estados Unidos del Norte”; “hasta la guerra de Reforma”; “del plan de Ayutla a la Intervención francesa”, y desde ella “hasta la caída del Imperio”.
Incluyó un mayor número de mapas y datos pretéritos; estos últimos los expuso no sólo en el apartado “Reseña histórica”, sino también en las notas, los pies de foto y cuadros; como en el caso de Nuevo León, los entretejió en varios asuntos, algunos de ellos tratados hasta 1906.43 Pese a su precisión en la información histórica, estadística y geográfica, la lectura de la reseña no resulta tan tediosa.
Monografía sobre Chiapas (1908)44
Proveniente de la pluma de Enrique Santibáñez, fue reeditada en 1911. En esta segunda -la cual consulté- el autor conservó el prólogo original y lo aumentó con una aclaración en donde señala haber actualizado los datos estadísticos hasta 1909 y que la ilustró gracias “al laudable empeño del editor, de dar a conocer en forma elegante y correcta” la producción de escritores nacionales.45
Santibáñez se refiere a sus bases, entre ellas obras de “autores regionales”46 y “de fuera”, a quienes critica porque daban noticias muy generales y erróneas; sólo le da crédito a la Dirección General de Estadística de la República. De acuerdo con el autor, para lograr la monografía utilizó también apuntes de sus recorridos hechos en el estado y preparó la impresión de la reseña a finales de 1907, con “ilustraciones de vistas y mapas, que se hacen tan indispensables en el presente”, cuando recién se trataba la cuestión de límites con Tabasco.
Considera a fray Antonio de Remesal como primer cronista de Chiapas, y argumenta que cuando éste viajó por la entidad, encontró ya “envilecida” a la cuarta generación de indígenas, a quienes conquistó el valor español, y que aunque inquirió algo del pasado, “sus esfuerzos resultaron infructuosos”.47 En el desarrollo temático,48 puede distinguirse como algo muy singular la importancia que el autor dio a la geología.49 En otro sentido, cautiva su estilo en los pies de varias fotografías, como en la imagen de una casa en construcción:
Pronto se hace una tumba de árboles seculares y se fabrica una casa a la usanza del país, con peones indígenas que son los expertos. Levanta en medio del bosque su esqueleto, de madera rolliza, y después se cubrirá de guano, planta de ancha hoja que desafía con su consistencia, a la lluvia y al viento.50
En “habitantes y lenguas” destacan atractivos comentarios, como el siguiente: “Hasta la época en que, los dedos investigadores de la Historia, pueden levantar el denso velo que cubre el origen de los pobladores primitivos de Chiapas, encontramos en su territorio [… ] cinco grupos de habitantes”.51 En algunos incisos y pies de foto, hay datos históricos; si bien la “reseña histórica” carece de enunciados, cuando se pasa de un periodo o de un hecho a otro, el texto contiene cortes marcados mediante pequeñas rayas horizontales.
La visión del pasado local es somera: inicia a finales del siglo XV, pero esto -señala Santibáñez- no significa que Chiapas careciera de pueblos o acontecimientos “memorables” en sus anales; por desgracia, no hubo un Tezozómoc, Ixtlixóchitl, Durán, Sahagún, ni un gobernante como Antonio de Mendoza que ordenara “recoger en caracteres jeroglíficos lo que se recordase de los pasados hechos y costumbres”.52 Después de la Conquista -agrega-, el obispo Núñez de la Vega halló “un cuadernillo historial”, pero no se pudo conservar “para conocimiento de los pósteros [sic]”.53
El autor critica a Ramón Rabasa, al gobierno “actual”: “el Estado entró en una nueva faz”; este “gran terrateniente, mezclado en la política local, se eximía del impuesto”; los sueldos de empleados oficiales eran “irrisorios”, pues “no [había] un centavo disponible para dedicarlo a la Instrucción Pública y a las mejoras materiales”.54
A lo largo del texto, Santibáñez aclara, complementa o remite a los escritores y materiales que consultó. El estilo claro y sencillo vuelve agradable la lectura.
Monografía sobre el territorio de la Baja California (1912)55
Escrita por León Diguet, tuvo como bases estudios monográficos de especialistas franceses y mexicanos, incluyendo varios del autor, además de memorias, informes, reportes oficiales, entre otros.56 Esta obra contiene una interesante visión geográfica, estadística, etnográfica e histórica, así como una exposición temática sugestiva, donde el autor pone especial atención en asuntos como régimen de los vientos, ciclones, calmas, lluvias, nieblas, brumas, rocíos, perlas, cultura del nácar, entre otros.57
Diguet observa el acontecer histórico del territorio en un largo y lineal proceso, que va desde los primeros moradores en el territorio hasta las dos décadas iniciales del siglo XIX; presenta el origen de la palabra California; el descubrimiento del lugar; las etnias indígenas y tribus originarias persistentes durante la Conquista; la historia de la colonización, y los siglos XVII y XVIII.
De acuerdo con el autor, Ordoño Ximénez desembarcó en la península en 1534, y cuando, en 1536, Hernán Cortés llegó a la Bahía de Santa Cruz, “al ver la aridez de estas costas abrasadas constantemente por un sol ardiente, le dio el nombre de Calida fornax”; asimismo, precisa que el dominio español en la “comarca” ocurrió hasta el 25 de octubre de 1697, cuando el jesuita Juan Salvatierra tomó posesión de ella en nombre del rey y estableció la primera misión en Loreto.58
Respecto a los habitantes de la península al ser descubierta -nómadas y salvajes-, señaló que antes hubo “una nación [… ] que al parecer gozaba de cierto grado de civilización [la cual] había ocupado toda la extensión del país”, según lo “atestiguan” las pinturas rupestres locales conservadas en la Sierra; “fuera de esta prueba no se [tenía] ningún otro documento”.59
Diguet encomia y reitera la obra de los jesuitas, porque fueron los primeros colonizadores y lograron pacíficamente la “conquista” en Baja California; ellos transmitieron los “únicos” informes en torno al origen de los habitantes; redujeron a los nómadas a una vida sedentaria, pues iniciaron la agricultura en Loreto y de ahí la extendieron por el “país”; fundaron 18 misiones, pero se perdieron las de Londo, Léguig, La Paz y San José del Cabo por la primera epidemia; quienes sobrevivieron, catequizados, se refugiaron en otras.60
En la reseña, la información abarca varios datos de 1887, e incluso algunos de 1895. Es sugerente la que se refiere a las cuestiones perleras, la “Cultura del nácar” y los caminos por tierra y mar. Diguet advirtió que, si bien la explotación marina contribuía poco al país,61 la pesca de la ostra perlera o Meleagrina era ventajosa y favorecía “una exportación que [había] hecho célebre el golfo de California”; sus yacimientos explotados sumaban alrededor de diez y se agrupaban en las regiones de: Loreto e isla del Carmen; la costera, desde la bahía de Tripui hasta la de La Paz; las islas de La Paz, y la costera meridional.62
También resulta atractivo lo que el autor francés agregó en torno a las comunicaciones: tras las últimas misiones, el país tuvo una red de norte a sur, la cual enlazaba con la Alta California. Los caminos convergían en Loreto y ligaban por vía marítima a la zona comprendida entre Oregón y cabo San Lucas con los puertos del occidente de México. San Blas y San José del Cabo, puertos de embarque y desembarque, fueron reemplazados respectivamente por Mazatlán y La Paz. Un par de grandes vías, a modo de herradura, surcaban Baja California y permitían -con otras intermediarias- servir a pueblos y ranchos del interior.63
Cabe agregar que la reseña del territorio de Baja California resulta una lectura muy amena, pues fue escrita con un lenguaje fluido, claro y sencillo. Carece de introducción o prólogo, así como de cuadros; sin embargo, cuenta con bibliografía, un elemento estructural a diferencia de las otras de la serie.
Monografía sobre Veracruz (1912)64
Comparada con las anteriores, ésta nos parece admirable; es la más extensa, detallada e ilustrada. Su propósito fue prestar “un servicio a la ciencia nacional”, dando a conocer la división política del estado y “sus progresos sucesivos”, así como los hechos “culminantes de Veracruz”, desde antes de la llegada de los españoles hasta el triunfo de la República, en 1867.65 Si bien ha sido atribuida a Luis Pérez Milicua, en las páginas referentes a la historia se aclara que éstas “no son del Sr. Pérez Milicua”, pero, a partir de “Producciones agrícolas”, el capítulo “vuelve a ser” del mismo.66 Reitero que, por encargo de la editorial, De Alba indagó sobre varios asuntos del estado.67
La misma casa contrató también a otros escritores para la factura de la reseña, quienes transcribieron pasajes extensos de obras diversas, algunas valoradas como “autoridad” en un tema y a veces recomendadas a los lectores; por ejemplo, en “El Ferrocarril Mexicano y su historia” se señaló: “Siendo éste el primero de gran importancia construido en [el país], se toma del magnífico y ya escaso libro de Gustavo Baz y Eduardo Gallo; [… ] que deben consultar quienes quieran conocer, [… ] sus pormenores”.68
Como las otras reseñas de la serie, la de Veracruz aporta una riquísima información multidisciplinaria. Mediante una visión larga y lineal, la historia se apoya en (y complementa con) fuentes de variado tipo, estudios propios de la geografía, antropología y estadística, que se alternan con observaciones concretas acerca de la cartografía, etnografía, arqueología, entre otras.69
Si cotejamos la monografía sobre Veracruz con las otras siete de la serie, su apartado histórico es el más extenso y logrado en la parte heurística. Incluye desde la llegada de los españoles, hasta finales del siglo XVI; hasta los siglos XVII, XVIII y los primeros diez años del siglo XIX; los once años de insurrección; “Los sucesos más notables hasta la expedición Baudin” (desde 1822 hasta 1839); el periodo comprendido entre 1839 y 1867, así como de “Algunos veracruzanos distinguidos”.70
Por medio del discurso conocemos los principales cambios territoriales y sucesos del acontecer estatal; predominan los aspectos político y militar, aunque se consideran también otros factores, como el educativo, social y económico. En los capítulos referentes al comercio, las comunicaciones, el ferrocarril mexicano y su historia, entre otros, existen datos hasta 1908-1909. Para “cumplir” el plan inicial, tratando la historia desde antes de la llegada de los españoles, los editores consignan:
Los historiadores locales buscan para cada una de las comarcas en que se ocupan, los más lejanos orígenes. Algunos de ellos, remontándose a los toltecas, refieren hechos que entran [… ] en el dominio de la leyenda. Pero más interesante que estas poéticas tradiciones resultará quizá la enumeración siquiera breve, de algunos de los monumentos o ruinas.71
Son interesantes, además, las “pruebas” sobre la existencia de la raza negra en el país antes de la Conquista: “la cabeza de Hueyapan”; una gran hacha en cuyo mango se esculpió “otra cabeza de tipo negro”, y los idolillos hallados en Alvarado, “que recordarían el culto Phallus”. Asimismo, las referentes a exploraciones y excavaciones “últimas” de Zelia Nuttall, Justo Sierra, Leopoldo Batres y Francisco del Paso y Troncoso. En el apartado “Algunos veracruzanos distinguidos”, se advierte al lector que los datos se basaron en un trabajo de Ignacio B. Castillo, jefe de la Sección de Publicaciones del Museo Nacional; aquí observamos comentarios sugestivos, como cuando se menciona a José María Esteva, un “poeta y escritor de costumbres del terruño”, y que muchos de aquellos actores “han sido injustamente olvidados”.72
La monografía de Veracruz, armada en gran parte con extensos párrafos transcritos, se encuentra plagada de datos, por lo que se torna difícil para el lector; sin embargo, esto no quita mérito al bien logrado orden arquitectónico.73 Como ocurre con otras de la serie, el aparato crítico -el cual se distingue por su solidez- se halla principalmente en el cuerpo del texto, en las notas y en los pies de foto. Se complementa con 92 fotografías de lugares, así como planos, cartas, el escudo del estado, con amplias e interesantes anotaciones al pie, y con cuadros estadísticos,74 que integran poco más de 25 por ciento de la paginación total.
Conclusión
La serie La República mexicana aquí expuesta sugiere un continuismo, es decir, cuando se publicó no marcó cambio en el proceso historiográfico. En los discursos de las ocho monografías -como en los de otros estudios del mismo tipo- destacan el carácter multidisciplinario, la crítica de fuentes, el rigor en la información y la tendencia erudita; asimismo sobresalen los modos de expresión o del estilo, el uso recurrente de locuciones, tecnicismos y frases propias del lenguaje cientificista.
En ella, la visión histórica es lineal, así como de larga duración y en su mayor parte abarca los años de 1908 a 1909; se incluyen los hechos de Tomóchic, Las Vacas y Viesca, sin consecuencias notables.75 En las tres primeras monografías (Sonora, Chihuahua y Coahuila), la historia inicia con la llegada de los españoles, y en las cinco siguientes (Nuevo León, Tamaulipas, Chiapas, territorio de Baja California y Veracruz), desde antes de la Conquista; en varias se distingue a sujetos ilustres locales.
En su momento, la serie fue importante por haber destacado materiales cartográficos hasta entonces recientes y estudios de varias disciplinas, en especial de la geografía y la estadística; asimismo, porque dio a conocer los diversos aspectos de los estados de Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas, Veracruz, Chiapas y del territorio de Baja California. Al informar respecto a los medios de comunicación, las riquezas, las reservas, los logros, el orden y el bienestar de esas entidades, la obra pudo haberse constituido también en un recurso que debió impulsar la inversión de capital en ellas.
Actualmente la serie es valorada como una fuente generosa. Aporta una visión multidisciplinaria, ideas sugestivas en la explicación de fenómenos, así como datos singulares de esos estados en relación con la época porfiriana y tiempos anteriores. Asimismo, es una base firme para llevar a cabo trabajos de carácter regional desde distintas perspectivas; contiene, además, un cúmulo notable de mapas, fotografías, grabados, cuadros, entre otros.
En una investigación de tipo historiográfico, se podría interpretar la obra como un documento y ubicarla en su contexto; distinguir el espíritu científico cultural, el imaginario social en ella y su genealogía. Sería interesante observar el lugar que ocupa entre otras historias estatales de la misma época, y comprobar que en su factura participaron tanto los autores y editores, como una minoría intelectual, los ejecutivos, otros funcionarios locales, dependencias e instituciones públicas, en apoyo al programa de modernización y desarrollo de México establecido por el gobierno del presidente Díaz.
La serie alude a la existencia de una infraestructura promotora del pensamiento, el quehacer, la creación de obras y fundación de centros científico-culturales en el país, durante el siglo XIX e inicios del XX. Heredera de un vasto saber en aquel entonces, su genealogía genérica se asocia, por un lado, con los trabajos de una red de intelectuales dedicados a analizar los recursos de la nación, y quienes dieron cuenta de sus pobladores, sus actividades económicas, así como sus prácticas culturales; por otro, con un producto del siglo XVIII generado por el Estado español: las Relaciones geográficas de 1792, descripciones donde se inventarió, clasificó y ordenó la información acerca de los diversos aspectos del territorio novohispano; un corpus oficial básico sobre todo para que la Corona lograra una mejor administración en sus dominios.76