El 31 de marzo de 1871, en el periódico La Iberia1 apareció la noticia de que Agustín Eduardo de Bazán y Caravantes había publicado su segundo tomo de sonetos con el nombre de Amores y desdenes. Los redactores de La Iberia mencionaban que la producción era “original” tanto en la forma como en el fondo;2 dicha opinión no fue compartida por diversos escritores, quienes cuestionaron el talante poético del autor y la calidad de su escrito. Una de las críticas más feroces a la obra de Bazán -aunque no la única- fue la del ingeniero Francisco Bulnes, quien, desde las páginas de El Domingo,3 afirmó, entre otras cosas, que el autor carecía de aptitudes para la poesía y por lo tanto debería abandonar sus pretensiones literarias. De acuerdo con lo anterior, el objetivo de este trabajo es mostrar, en primera instancia, el debate entablado entre los dos personajes sobre la importancia de la poesía y la forma como debía realizarse su crítica, pues Bazán aducía que Bulnes había transgredido las reglas de la “caballerosidad” las cuales debían imperar en el examen de las obras literarias; estas críticas constituían una afrenta a su dignidad, pues realizaba una vinculación entre su producción literaria y su personalidad, de tal manera que el cuestionamiento de las creaciones literarias se convertía en un asunto particular más que académico.
Esta polémica se inscribió en un momento en el cual se buscaba definir el rumbo que debía tomar la literatura mexicana y, en específico, el de la producción poética, pues, tal como se evidencia en la segunda parte del trabajo, de acuerdo con los escritores de la época, no había una poesía propiamente mexicana y los poetas carecían de los méritos para ser llamados de ese modo; por tal motivo, se buscó definir cuáles características debía tener la poesía y, sobre todo, la manera en la que se debían juzgar las creaciones poéticas. En este sentido, resulta de particular relevancia examinar las opiniones de personajes como Ignacio Manuel Altamirano, José María Vigil, Hilarión Frías y José María Peza, entre otros, para entender que los comentarios críticos de Bulnes formaban parte de un discurso recurrente en un sector de escritores mexicanos de filiación liberal, el cual cuestionaba la imitación de los modelos extranjeros que, desde su perspectiva, limitaba la construcción de un discurso literario propio y acorde con la circunstancia del país.
Los Contendientes
En el momento del debate, Francisco Bulnes y Agustín Eduardo de Bazán y Caravantes eran personajes de distinta relevancia: el primero, un joven inquieto con una pluma mordaz, y el segundo, un hombre que contaba con cierta presencia social. Bulnes nació en la Ciudad de México el 4 de octubre de 1847; estudió ingeniería civil y de minas en la Escuela de Minería; en 1868 comenzó a escribir en algunos periódicos y se integró como docente a la Escuela Nacional Preparatoria; ganó reconocimiento en las esferas intelectuales de la Ciudad de México, pues fue el encargado de pronunciar, el 5 de mayo de 1869, el discurso inaugural de la Sociedad de Libres Pensadores, la cual estaba conformada por Ignacio Manuel Altamirano, Manuel Peredo, José Rincón Gallardo, Gustavo Baz, los hermanos Santiago y Justo Sierra entre otros. También era notorio su papel como crítico literario en El Domingo y El Eco de Ambos Mundos. Por sus punzantes artículos, Ciro B. Ceballos lo consideraba un “literato” y un “gran escritor de comedia”; por su parte, Filomeno Mata decía que era un “prosista absolutamente original”, cuyos escritos novedosos y sarcásticos fueron “leídos con gusto”. El ingeniero pasó a la posteridad, entre otras cosas, por sus escritos históricos, algunos de los cuales pusieron en la picota a personajes como Benito Juárez, Antonio López de Santa Anna, Miguel Hidalgo y Agustín de Iturbide.4
Por otra parte, Agustín Eduardo de Bazán nació en la ciudad de Guadalajara en 1838 y se graduó en “filosofía, cánones y leyes”.5 Era un apasionado de los estudios filológicos y llegó a tener un buen dominio del español antiguo, además elaboró un diccionario y una gramática de la lengua hebrea.6 Juan de Dios Peza7 mencionaba que Bazán conocía varios idiomas a la perfección, entre los cuales se encontraba el chino, además de ser un “profundo conocedor” de las literaturas antiguas.8 Su conocimiento de las lenguas le permitió ser nombrado profesor de latín -en sustitución de José María Rodríguez y Cos- en la Escuela Nacional Preparatoria; por ello, cabe suponer que Bulnes y Caravantes se conocían, pues los dos fueron profesores en la institución durante la misma época. El primero se integró a la Academia de matemáticas el 18 de diciembre de 1868 y salió de ella en diciembre de 1870, mientras que el segundo ingresó el 18 de julio de 1868 y abandonó su cátedra el 17 de febrero de 1870. Bazán perteneció a la Academia Imperial de Ciencias y Literatura y fue miembro del Liceo Hidalgo.9 Sus relaciones con Antonio Martínez de Castro -quien fungía como ministro de Justicia e Instrucción Pública en el gobierno de Juárez- le permitieron acceder a un puesto de relevancia en el gabinete.10 Entre sus obras poéticas se encuentran dos libros Amores y desdenes y Obras de amores.
El desconocimiento de su obra ha ocasionado varios errores respecto a las fechas de edición de sus trabajos. Así, el Diccionario Porrúa indica que la primera se editó en 1873 y la siguiente en 1891, mientras que en Milenios de México se menciona que Obras de amores se publicó en 1873. Los datos aportados por los diccionarios se encuentran equivocados, pues Amores y desdenes data de 1870-1871 y Obras de amores de 1874. Asimismo, cabe advertir que su segundo libro es una recopilación de los trabajos editados en diversos medios. De los artículos publicados en el debate se desprende que Agustín de Bazán había emprendido un largo viaje por el continente asiático, en donde visitó China e India, pues era una persona acomodada, fruto de la herencia de sus padres. Se ufanaba de poseer un palco en el Teatro Nacional y de mantener relaciones con la élite política y social de la Ciudad de México, afirmación que corroboró Bulnes, quien decía que en su círculo de amistades había ministros de gobierno y magistrados de la Suprema Corte de Justicia. Como miembro de la Cámara de diputados, Bazán fue nombrado fiscal defensor en el juicio contra el gobernador de Querétaro, Julio María Cervantes, al cual acusaban de haber excedido sus facultades constitucionales. De acuerdo con Bulnes, Bazán tuvo una “mala actuación” por carecer de “cualidades oratorias”; esto ocasionó que el gobernador estuviera “a punto de morir fusilado”, pero se salvó pues el congreso disculpó los “errores” del fiscal porque “en China no se conocían los actos parlamentarios”.
Aunque los legisladores lo perdonaron, no sucedió lo mismo con el “pueblo”, el cual le prodigó una “estrepitosa rechifla”. El cuadro pintado por Bulnes distaba de la realidad, pues Cervantes logró salir victorioso del juicio gracias al apoyo del presidente Juárez,11 por ello las palabras del ingeniero se deben tomar como un deseo de caricaturizar a su interlocutor. De hecho, decía que, a causa de sus “carencias oratorias” y su “falta de ingenio”, Bazán era considerado “un loco que con tanta gracia derrama petróleo sobre el sentido común”. Según el crítico, en dos ocasiones tuvo la oportunidad de observar “los progresos de la demencia en la vida intelectual de este noble joven”: la primera, en una reunión en la casa del bardo, cuyo brindis causó estupor entre los asistentes, pues pidió que “el mar sea de fuego para que los buques fuesen de diamante”; según declara Bulnes, tal “disparate” provocó que no volviera a hablar en el resto de la reunión; la segunda, en la velada literaria de la Sociedad de Sastres. En ella, Bazán pidió permiso para pronunciar un brindis y dio a entender que la sociedad, el progreso, la patria y las instituciones debían empuñar las tijeras y cortar fracs a la medida. Y culminó con alusiones al centro de la tierra, al sol, a las nubes y a otras cosas que -a decir del crítico- resultaban “nocivas” para el “sentido común”.12
La crítica de Bulnes a Amores y desdenes
Amores y desdenes se compone de tres series de sonetos (Llantos, Saudades y Fantaseos), los cuales hablaban del amor que el poeta prodigaba a una mujer, a quien bautizó como “Concepción”. Los sonetos seguían al pie de la letra las reglas de composición, pero carecían de fuerza expresiva; esta situación ocasionó que sus versos no tuvieran fluidez y carecieran de una idea central que los unificara. Bazán se enfocó en buscar la corrección, pero no el sentido sugerido al lector, pues la poesía es un ejercicio que conjuga el pensar y el hablar.13 Los defectos de sus sonetos fueron objeto de crítica de varios escritores, entre los cuales se encontraba Francisco Bulnes, quien publicó tres artículos, el 26 de febrero, el 2 de abril y el 6 de agosto de 1871 en El Domingo, en donde expuso sus reflexiones del asunto. Como Agustín de Bazán le respondió el 16 de agosto en El Monitor Republicano, el ingeniero redactó un cuarto artículo, editado el 27 de agosto en El Domingo, el cual no encontró respuesta de Bazán, pero sí de un personaje que firmó como S.S.-R.G, quien buscó defender al bardo en un artículo publicado el 28 de agosto en El Siglo Diez y Nueve.14 Al día siguiente, Bulnes editó un último artículo. Es de destacar que el ingeniero incluyera una dedicatoria a su “amigo Altamirano”,15 amparo que consideraba necesario para emitir su crítica a un bardo carente de cualidades literarias; asimismo, pidió que se mandara al editor a “uno de los siete círculos del infierno”, castigo merecido por atreverse a publicar unos escritos que “carecían de coherencia”.
Si Bulnes se atrevió a juzgar los versos de Bazán, se debió a que fungía como crítico literario en El Domingo. Aunque su formación no era literaria, no se debe pasar por alto que, así como la mayoría de sus contemporáneos, tenía una amplia educación sustentada -entre otras cosas- en la retórica y la poética, pues según las autoridades educativas, se buscaba cumplir con tres objetivos: 1) desarrollar la capacidad de expresarse con propiedad en el ámbito oral y escrito; 2) cultivar el “gusto literario”, y 3) perfeccionar el discernimiento crítico.16
Ahora bien, el ingeniero denostaba la poesía, pues la consideraba un “estado ilusorio” propiciado por un “amor conquistador o desairado”. Las “almas poéticas” observaban que las “cosas nadaban en miel”, las “estrellas palidecían” y la luna se escondía tras un “pañuelo de nubes”, pero, de acuerdo con Bulnes, a los ensueños románticos se debía anteponer la realidad; lo real debía predominar sobre lo sentimental. Esta posición la retomó años después en Sobre el hemisferio norte, libro que escribió como cronista de la Comisión Astronómica Mexicana,17 en el cual afirmó que el romanticismo constituía una de las “grandes impertinencias” de la época, pues no se requería de la ficción o de la “fantasía poética” para encantar a los lectores. Incluso llegó a afirmar que el dinero constituía “el mejor poema” que se podía dedicar a la gloria, al amor o al poder.
Aunque Bulnes reconocía que la versificación podía construir una realidad distinta, consideraba que los poetas abusaban de ella y describían situaciones “absurdas”,18 tal como sucedía con Bazán, para quien “la Tierra era una estrella refulgente”, afirmación que, desde su perspectiva, resultaba “desafortunada”, pues el amor, y no los objetos físicos, debía constituirse en una fuente de inspiración. No obstante, los sonetos del bardo parecían estar inspirados en las “tradiciones mongólicas” y dedicados a una “deidad caucásica”, situación explicable en un hombre que había bebido “té elaborado con el agua de Brahmaputra” y se había bañado en la “sagrada linfa” del Ganges.19 La alusión al viaje del poeta por el continente asiático buscaba mostrar que se reproducía una tradición poética carente de sentido para el mundo occidental; por ello, el crítico lo denominaba el “bardo chino”, con la intención de minimizarlo y evidenciar que sus creaciones se apartaban del imaginario occidental, tal como cuando hacía referencia a un caballo “color bambú” o a sus “largos coloquios” con los animales. La crítica de Bulnes evidenciaba el papel de la poesía como depositaria de la memoria colectiva, pues cuando la experiencia de una colectividad adquiere forma y significado, el poeta puede evocarla y convertirla en una idea con sentido para los lectores.20
Para Bulnes, el peor pecado de Bazán fue alegar que tenía como maestros a Francisco Petrarca, Dante Alighieri y Fernando de Herrera,21 poetas que fungían como sus “guías espirituales” y con quienes llegó a establecer -según decía- algunos coloquios.22 Bazán imaginaba a su amada junto a Beatriz y a Laura -las musas de Dante y Petrarca- por lo cual manifestó su deseo de tener una “muerte temprana”, situación que le garantizaría -desde su perspectiva- la eternidad a su obra. De acuerdo con Bulnes, el bardo no se percataba de que sus sonetos “ridículos” no eran “sublimes” ni expresaban “grandes verdades”, por el contrario “rayaban en lo fantástico” a causa de su “imaginación exaltada” y sus “ficciones de un género especial”. Las “divagaciones maliciosas” del “noble poeta infanzón” eran rechazadas por las mujeres, quienes no creían en sus “versos insoportables”, aunque el autor pensaba que denotaban el “carácter enigmático de su inteligencia”.
Como no quería dar cuenta de lo “disparatado” de sus versos, Bazán sólo prestaba oídos a quienes le prodigaban alabanzas y llamó “asnos” a los críticos de sus sonetos. En su “chinesco cerebro”, imaginaba que su obra daría “gloria perenne” al país, la cual aumentaría cuando se conociera su “animada foja” de amores, es decir, sus palabras y sus acciones contribuirían a darle “fama inmortal”, pues se le recordaría como un “poeta inspirado” que sufrió por “culpa del amor”.23
Bulnes concluía que Bazán no era un poeta, porque escribía “disparates en verso”; más bien, era un “versificador furioso, fatuo y exagerado”, cuyas composiciones carecían de sonoridad y de armonía; en otras palabras, carecía de competencia poética.24 Para finalizar, el crítico reconocía encontrarse entre los “burros” que emitían juicios; por ello, esperaría el que hicieran los hombres, Dios y el mismo bardo.25
Para responder a los juicios de Bulnes, Bazán publicó una carta en La Crítica, la cual no logré consultar, pero cuyo contenido se deduce de la réplica del ingeniero, quien consideraba la misiva como una “proclama a la fatuidad”, pues el bardo solicitó una crítica general de la obra y una particular de cada soneto, todo ello atendiendo las reglas de la poesía alemana, con el fin de poder resaltar la “belleza” de la composición. No obstante, de acuerdo con Bulnes, el ejercicio resultaba imposible, pues no existía belleza en unos sonetos que hablaban de los desdenes de una mujer. Como Bazán no era capaz de entender las críticas, escribió la carta para vengarse de los “escritores públicos” quienes lo llamaban “Petrarca de zarzuela”, razón por la cual ensalzaba su obra y se autodefinía como la “única gloria del país”.
Bulnes consideraba que, como el bardo no comprendía el amor, debía abstenerse de hablar de sus pasiones y dedicarse a las ciencias y artes, aunque reconocía que sus ideas republicanas parecían dictadas por el espíritu de Danton. De manera irónica, el ingeniero mencionaba que su lira debía tener cuerdas del “cable trasatlántico”, pues sólo así la poesía podría resistir su “inmortal esfuerzo de fatuidad”. Con cierta sorna, el crítico se mostraba emocionado por haber nacido en un siglo en el cual tuvo lugar la guerra entre Francia y Prusia, la proclamación de la Comuna y la “aparición ecuestre” de Caravantes, pues la primera representó la ruina de una nación, la segunda el nacimiento de un “principio social” y la tercera la descomposición de un “cerebro chino”. La inclusión del poeta entre dos acontecimientos nodales del siglo XIX constituía una gran provocación, la cual aumentó cuando señaló que sus “desatinos” poéticos eran fruto de sus desvelos, los cuales ocasionaron que su razón sufriera “estragos lamentables”. Para hacerle saber a Bazán que había leído su obra con detenimiento, Bulnes comentó que, aunque la tercera parte no contaba con entrevistas a “poetas antiguos”, “coloquios vespertinos”, “impurezas en los sueños” e “insomnios llenos de malicia”, no por ello se podía evitar pensar que era un “definitivo llamamiento a la insensatez” de un “hombre de genio”, quien perdió la razón por su deseo de ser galante con “mujeres tontas”. Es decir, como nadie lo incentivaba a hacer sus “coqueterías literarias”, el bardo desahogaba su “rabia oriental” en sus producciones, sin darse cuenta de que el verdadero literato enaltecía la tristeza o el odio y no hacía unos “sonetos fastidiosos e insoportables”. Asimismo, como el poeta afirmó que aplicaría un “artículo de tocador” a su literatura para embellecerla, el ingeniero le sugirió que fuera cal, para evitar la reproducción de sus “insensateces”. Para finalizar, le recomendó al “coloso de fatuidad” seguir el camino de la política y no el de la literatura.
A Bulnes le causaban hilaridad las amenazas de Bazán a sus críticos para instarlos a realizar una obra mejor que la suya; caía en el paroxismo de creer que un “eminente crítico europeo” haría justicia a su libro. Lo único cierto, para Bulnes, era que Bazán desconocía la poesía, pues, de acuerdo con “voces autorizadas de críticos eminentes”, no toda la obra de Petrarca y Shakespeare era rescatable. Desde este supuesto, el bardo debía darse cuenta de que no todos sus sonetos eran de magnífica calidad y por tanto nadie se volvía inmortal por medir sílabas. El autor se engañaba al considerar excelsa su obra, pues sus creaciones eran “monótonas y vulgares” por lo cual no tenían ningún parecido con la obra de Calderón.26
La indignación del bardo
De acuerdo con Bazán, Bulnes era un hombre “indigno”, quien lo había atacado sin “motivo aparente”. Sus artículos “alevosos”, “impropios” y “ultrajantes”, lo presentaban como un “ignorante escritor de taberna”, “mentiroso”, “grosero” y “mal intencionado”; asimismo, decía, sus opiniones buscaban menguar su condición de “hombre de buena sociedad y bien educado”; por ello, es decir, gracias a su “civilidad” y “buenas costumbres” no le contestaría de la misma forma. Sin embargo, estas palabras evidenciaban el deseo del bardo de rebajar la categoría moral de su crítico. Agustín de Bazán indicaba que los redactores de La Iberia consideraron su obra de una “originalidad extraordinaria”, sentencia válida para unos hombres expertos en la materia, motivo por el cual pidió a Bulnes que corrigiera sus errores si tenía un “dejo de vergüenza” o, de lo contrario, las personas “sensatas” y “honradas” se encargarían de juzgarlo, pues no se permitiría tantos agravios a su persona, lo cual sólo se podía explicar por “algún daño” pasado.
Bazán apeló a la humildad para convencer a sus lectores de la “pureza” de sus intenciones y de la maldad inherente en las críticas bulnesianas. Esta estrategia retórica buscaba ponerlo en una situación de desventaja frente a su enemigo. Aunque el poeta se declaró orgulloso de haber aprendido de los hindúes y de los chinos, advertía que sus poemas estaban inspirados en Petrarca y Fernando de Herrera, sus “divinos maestros”, lo cual denotaba el desconocimiento de Bulnes respecto a los autores clásicos y la poesía del Siglo de Oro español.
Agustín de Bazán enfatizaba sus conocimientos para minimizar a Bulnes, pues -desde su perspectiva- sólo quienes contaban con conocimientos filológicos podían fungir como censores, lo cual se evidenciaba en el hecho de que el ingeniero no había entendido sus sonetos y sólo buscaba sus defectos. Lo peor del asunto es que el crítico había declarado que sólo unos cuantos versos de Petrarca eran dignos de ser alabados; esta afirmación denotaba que no conocía las reglas del buen decir y del arte. Cuando contara con esa preparación -decía el bardo- podía atreverse a comprobar si en sus versos había unidad, elegancia, armonía, sentimientos y buen uso del lenguaje; elementos esenciales para escribir poemas y, sobre todo, para juzgarlos conforme a las reglas de la poesía. Para Bazán, un buen crítico debía enfatizar las cualidades de los “buenos” versos y proponer soluciones para corregir los “malos”. Si Bulnes no partía de esos principios, debía mantenerse callado y esperar el dictamen de los “críticos eminentes”. Como el ingeniero carecía de “delicadeza”, “decoro” y de “sentimientos decentes y honrados”, no entendía que Petrarca, Dante y Herrera habían consagrado una pasión “fogosa” y “tierna” a sus amadas aunque estaban casadas. Su pasión “respetuosa” no ofendía el pudor y la virtud, pues sus versos revelaban adoración más que deseo. Por ese motivo, recibieron el agradecimiento de sus amadas y sus composiciones fueron consideradas “dignas de los desvelos de sus cantores”.
Bazán reconoció que no tenía un lazo sentimental con la mujer a quien dedicó sus versos, sólo una “gran pasión” como la que sentían “sus divinos maestros”. De hecho -aseguraba- ella había celebrado las “altas cualidades” de sus poemas y los consideró dignos de vivir en la “memoria de los siglos”. El poeta enfatizó que era una mujer “digna”, y si despreciaba sus versos, no era por carecer de educación sino de amor. Reconocía su falta de capacidad para celebrar la hermosura de su “amada”, pero su osadía -tal como ocurrió con Herrera- debería ser tomada por disculpa y prefería que el nombre de su amada trascendiera, aunque ello significara abrirle la puerta de la eternidad a Bulnes, quien formaría parte del grupo de detractores inmortalizados a causa de sus críticas contra los buenos versificadores. Sin embargo -y con un afán de denostarlo-, aclaraba que el ingeniero no era de los mejores, pues carecía de sensibilidad, y aunque no sólo Bulnes sino otras personas de “igual seso” habían ridiculizado su obra, esto no lo desanimaba porque escribía por amor a las “buenas letras” y a las “discretas pasiones”. El “ultraje” en contra de sus versos mostraba que los críticos no comprendían sus “profundos pensamientos”, motivo por el cual continuaría con la publicación de sus poemas, pues un autor “serio” no estaba obligado a hacer caso de las “críticas extravagantes”. En todo caso, sus versos serían comprendidos por quienes sí conocían el amor, lo cual no entendía el ingeniero.
De acuerdo con Bazán, un buen crítico tenía tres cualidades: excelente manejo del español, conocimiento del tema y respeto. Así, el desconocimiento de los anteriores principios ocasionó que el ingeniero atacara sus “fantástico-ridículas descripciones”. Aunque toleraba las críticas de personas “delicadas y sensatas”, no podía pasar por alto los “ataques alevosos” de un hombre “incivil”, “grosero” y “corrompido”, quien, además, se caracterizaba por no respetar la modestia y el decoro de las señoras, la venerabilidad de los principios de la Iglesia y la santidad del hogar doméstico. Sus críticas le generaron un “sentimiento de amargura”, pero le consolaba saber que Miguel de Cervantes y Juan Ruiz de Alarcón fueron considerados “fatuos” y “locos” en su época. De esta manera, los ataques en su contra cesarían cuando sus detractores comprobaran que tenía muchas ideas y en su “corazón corrompido” latían “delicados y nobles sentimientos”, los cuales le servían de inspiración y le permitían no imitar o plagiar a otros escritores.27 Asimismo, estaba convencido de que, cuando se establecieran relaciones con el imperio chino, los sabios de ambas naciones harían una evaluación de los progresos de la ciencia y la literatura mexicana, la cual mostraría su lugar en las letras mexicanas. Así, Amores y desdenes se catalogaría como una “gran obra” y sus detractores serían condenados, pues las malas pasiones “cansaban” y “avergonzaban”. Al final, la justicia imperaría y el verdadero talento sería recompensado.28
Bulnes contraataca
Como buen polemista, Bulnes no dejó pasar la oportunidad para volver a zarandear a Bazán: le indicó al “respetable filólogo” que conocía a la perfección las reglas de urbanidad, pero no las de la modestia y sus “palabras ofensivas” daban cuenta de que era un “injurioso”, más que un bardo el cual había publicado tres tomos de “amables disparates”. Aunque le recomendó aprender griego y español, el ingeniero estaba convencido de que no los sabía, de otra forma no se habría atrevido a publicar su obra, la cual lo alejaba de la humanidad y lo acercaba a los “brutos”, pues sus palabras contribuían a destruir el idioma, por este motivo resultaba imposible equiparar sus versos con los de Petrarca. Al ingeniero le resultaba extraño que Bazán mostrara una gran religiosidad, pero a su vez admirara a Petrarca y a Francisco de Herrera, quienes enamoraban mujeres casadas aunque ninguna de esas “virtuosas señoritas” había caído en el adulterio. Para Bulnes era evidente que el bardo estaba destinado a desempeñar el papel de “regadera de lágrimas” y, sin duda, el “noble poeta” -un hombre “cándido” y “puro”- evidenciaba la “virtud” emanada de un “loco ecuestre”. Sin embargo, el ingeniero advertía no tener la intención de burlarse del “hombre apasionado”, sino del “amante del Vaudeville”,29 razón por la cual no se debía pensar que sus críticas buscaban “maltratar” a su “supuesta novia”.
También le resultaba inverosímil que Bazán pidiera a los chinos reconocer la “hermosura”, “juicio” y “elevadas virtudes” de su amada. El poeta debía entender que no lo criticaba por su “intenso amor”, sino por sus vulgaridades, su incapacidad para escribir sonetos y su “extraña mezcolanza” de atribulaciones con literatura, combinación que generaba “ultrajes al buen sentido”. Como el autor no percibía sus carencias, amenazaba con publicar otros “poemas terribles”. Así, aunque coincidía con el “respetable redactor de La Iberia” sobre la “originalidad extraordinaria” de los sonetos, aclaraba que las “ideas originales” no siempre resultaban ser las más “lógicas”. Bazán era un “mal sonetista” y un “asesino de la modestia”, pero poseía dos cualidades: sentimentalismo para ahogar a “cuatro generaciones de escépticos” y “un caballo capaz de alcanzar la dicha que huía”. Bulnes le recomendaba no gastar su fortuna en la difusión de unos “sonetos perniciosos”, pues la obra se había publicado en una edición lujosa. En un tono irónico, el ingeniero afirmaba que la crítica no reconocía sus cualidades como poeta, pues había nacido en una época en la cual no se apreciaba a los nobles, a los “malos sonetos” y a las “princesas encantadas”. En todo caso, al “filósofo chino” le quedaban dos caminos: abdicar de su faceta poética o esperar la llegada de “embajadores chinos” que reconocerían sus méritos.30
Un tercero en discordia
El artículo de Bulnes no obtuvo respuesta de Bazán, pero sí de un personaje que firmó con las iniciales S.S.-R.G. y publicó su escrito el 28 de agosto en las páginas de El Siglo Diez y Nueve. El texto inicia con una cita del autor inglés Steele, quien afirmaba: el “hombre de honor e integridad” debía defender la “buena reputación” de los “grandes hombres”, sobre todo cuando se publicaban “escritos detestables” e “incendiarios” que menoscaban su mérito, labor prioritaria cuando el ataque representaba una afrenta para el país. De acuerdo con el autor, asumía la defensa del bardo, debido a que éste se mostró “decente”, “caballeroso” y declaraba no haberle hecho ningún daño a su “ofensor”. En cambio, el ingeniero había recurrido a una “apasionada y vehemente acumulación de apodos despreciativos, insultos y palabras soeces”, los cuales revelaban “enemistad, malquerencia, envidia o el odio más profundo”. Como Bulnes no era un “bufón”, el autor suponía que las “malas pasiones” lo motivaron a ofender a Bazán, pues su ligera lectura del libro había provocado sus “apreciaciones desfavorables”. Estaba convencido de que un buen crítico debía centrar su atención en las bellezas y los defectos de una obra, situación que redundaba en beneficio del “buen gusto” y la instrucción del público. Era válido emplear alguna “ironía delicada” en gracia del “buen parecer” y la “delicadeza”, acciones que no realizó el ingeniero, quien se burlaba “sin piedad” del poeta.
Ejemplo de lo anterior era el soneto 36, el cual mostraba un cuadro de familia en donde aparecían la mujer amada, su hermana y su madre.31 El ingeniero no advirtió que el verso encarecía las virtudes domésticas de la mujer, pues presentar una escena en la cual la amada cosía en una máquina revelaba su estimación por el trabajo, y los progresos de la ciencia y la industria; el que la hermana tocara una “dulce melodía” en el piano mostraba la apacibilidad de ánimo de unas mujeres ocupadas en las “honestas” labores caseras, y el hecho de que la madre las contemplara extasiada evidenciaba su complacencia ante unas hijas encargadas del hogar doméstico. Para realzar el cuadro “hermoso, feliz y valiente”, el poeta añadió un rayo de sol, lo cual indicaba que no había nada más digno que la luz. La enseñanza se acentuaba cuando el bardo apuntaba su deseo de no penetrar en la estancia de su amada, para no romper de manera “imprudente” la paz doméstica. Esta intención educativa no fue comprendida por el ingeniero, quien debió reconocer que Agustín de Bazán evidenciaba una alta estima por las virtudes domésticas y sólo se le podía criticar por haber presentado a “señoras de buena posición social” realizando actividades triviales, pero se le disculpaba por el hecho de haber pasado los “buenos tiempos de la sociedad” y en ese momento se les enseñaba a ser hacendosas, lo cual no constituía “una vulgaridad”.
Otra muestra de la escasa visión poética del ingeniero era el soneto 62, que describía el “horror” de no poder observar a la amada.32 En este caso -según el autor- el bardo había utilizado una estrategia poética denominada “inversión de términos”, la cual le permitió situar el verbo que expresaba su horror a la oscuridad en la tercera proposición. Este recurso fue empleado por “buenos poetas” como Garcilaso, Lope de Vega, León y Herrera. Al aplicarlo, el bardo ennobleció su estilo, pero su crítico no lo comprendió por ser “ligero”, “carente de visión” e “ignorante” del estilo poético. Lo peor de todo era que el ingeniero no había llevado a cabo un “examen fisiológico” de las pasiones ni de la manera de expresarlas, según los preceptos contenidos en las “almas poéticas”, por lo cual había escrito una crítica apasionada en la que se destacaban intenciones y sentimientos ausentes en la obra, además de efectuar numerosos ataques personales, ajenos a la crítica y a la cortesía. Lo “apasionado” e “impropio” de los apodos justificaban la “manera digna” en la que Bazán los rechazó, quien no debía padecer por el rechazo de sus poemas a causa de “personas ligeras” y sin sentimientos, pues debía estar consciente de que los “buenos críticos” y las “personas sensatas” resaltarían sus méritos y perdonarían sus defectos. El poeta debía tener en cuenta que los grandes compositores y pintores recibieron severas críticas, pero no por ello perdieron la estimación pública. Para el autor incógnito, los ataques a Bazán revelaban la “corrupción de las costumbres” y la “impasibilidad” de aquellos “incendiarios” que menoscababan la reputación de los “hombres de bien”, personajes a quienes los “hombres honrados” debían tratar con el rigor que su “infamia” los hacía acreedores.33
Contrariado por el contenido del artículo, Bulnes publicó una réplica, en la cual mencionaba que un “hombre honrado” no atacaba con el velo del anonimato. Como la administración del periódico no quiso proporcionarle el nombre de su detractor, apelaba a su “decencia” y “caballerosidad” para revelar y rectificar algunas “frases ofensivas” de su escrito.34 Para desgracia de Bulnes, el autor incógnito no respondió a su llamado.
Ahora bien, la comparación de las dos opiniones podría mostrar que el ingeniero exageraba sus comentarios y había realizado una mala interpretación de la obra de Bazán. Sin embargo, y como se mencionó antes, algunos de sus contemporáneos tenían las mismas apreciaciones del poeta. Ése fue el caso de Juan de Dios Peza, quien en un principio consideró a Bazán como parte de la “nueva generación de poetas” que entonaban “cantos de alegría y esperanza”, pero después de leer Amores y desdenes se dio cuenta de que ese personaje no era un poeta. De acuerdo con Peza, en sus poemas, el autor utilizaba “palabras desusadas y retumbantes” e “imágenes oscuras”, derivadas de una “afectación extrema”. Con el fin de encontrar coherencia en sus versos, Bazán ponía excesiva atención en la rima, lo cual ocasionaba que se perdiera la espontaneidad. El autor creía escribir conforme a los “más sanos principios de la buena literatura” y que sus sonetos alcanzarían “eterno y universal renombre”,35 pero en su obra no existía nada rescatable.36
Pese a las críticas recibidas, Bazán no se inmutó y, en el prólogo de Obras de amores, declaró que la prensa estaba atiborrada de “gacetilleros”, “coplistas”, “charlatanes” y “plagiarios”, los cuales se consideraban árbitros de la estética y de la inmortalidad. Se presentaban como “grandes maestros”, pero su educación se limitaba a la “lectura ocasional” de manuales y diccionarios. Aunque decían ser caballeros, su “vida, maneras, lenguajes y sentimientos” los mostraban como “bufones” y “arlequines” de la “general prostitución”. El poeta se sentía ofendido por las críticas, pues sin “provocación alguna” esos “varones eminentes” mostraron las “infamias y groserías” que abrigaban en su “leproso corazón” y no estaban dispuestos a reconocer los defectos que por “ignorancia” o “negligencia” cometieron.
A pesar de las “ofensas”, el bardo decía que mostraría indulgencia hacia sus críticos -rasgo que caracterizaba a los “buenos” y “sabios”- en especial a Bulnes, a quien había encarado una de las “mexicanas más hermosas y entendidas” para recriminarle por su diatriba “soez”, lo cual ocasionó que el crítico recibiera el “escarnio” atribuible a los “malos”.37
De poesía y crítica poética
Tras la anterior exposición, resulta inevitable preguntarse qué tiene de relevante el debate entre Bulnes y Bazán. Si se dejan a un lado las opiniones agresivas de los dos autores, se puede encontrar en el fondo un asunto central para la literatura mexicana: el papel que debía desempeñar la poesía en el ámbito literario y la forma en la que ésta debía ser calificada por los censores. Varios de los argumentos esbozados en la polémica, el tipo de crítica, la calidad de la composición y su originalidad, serían objeto de análisis de otros autores de la época, quienes postulaban la necesidad de producir buenas obras poéticas, así como críticas que contribuyeran al desarrollo literario nacional. Presentar sus opiniones permitirá entender la manera en la que sus contemporáneos discurrían sobre la poesía, el papel del poeta y la crítica poética, ayudará a comprender que el ingeniero se adhería a un tipo de corriente crítica, presente en escritores de filiación liberal, la cual buscaba el perfeccionamiento de la producción poética nacional y la eliminación de la imitación de los modelos extranjeros, pues, desde su perspectiva, esto detenía el progreso de las letras nacionales. Como señala Jorge Ruedas, la actividad literaria del siglo XIX estuvo acompañada de una amplia reflexión, la cual buscaba resaltar su utilidad e importancia para mejorar a la sociedad, depurar las costumbres, robustecer la moral pública, reafirmar la identidad y fortalecer la conciencia nacional. En este sentido, la reflexión sobre la poesía era fundamental, pues se le consideraba “el género de géneros” que permitía conocer las “calidades sensibles de la sociedad”.38
La polémica entre Bazán y Bulnes se desarrolló en un momento de reconstrucción política y del llamado a la constitución de una literatura nacional. Respecto al primer punto, 1871 estuvo marcado por las elecciones presidenciales que enfrentaron a juaristas, lerdistas y porfiristas. Sebastián Lerdo de Tejada tenía la esperanza de que Benito Juárez se retirara de la contienda y que, por mediación de la maquinaria electoral, lograra alcanzar el objetivo de una sucesión automática. Las maquinaciones de Juárez ocasionaron que en la Cámara de Diputados se formara un bloque lerdista-porfirista, con el fin de disminuir la influencia del Presidente, quien contaba con el dominio de los fondos federales y del ejército. Sin embargo, la alianza no persistió, además se produjeron divisiones en el seno del grupo porfirista. En junio se realizaron las elecciones. Ninguno obtuvo la mayoría de votos, pero Juárez logró reelegirse, en virtud del número de diputados que lo apoyaban, así el 12 de octubre se le declaró legalmente electo. Esta situación provocó el levantamiento de Porfirio Díaz, al amparo del Plan de la Noria, el cual no logró recibir apoyo de los grupos inconformes, debido al tipo de propuestas que realizaba.39
En cuanto al segundo punto, después de la caída del imperio de Maximiliano, los intelectuales mexicanos se abocaron a la tarea de construir una literatura nacional sustentada en lo que Charles A. Hale denomina una “tradición liberal oficial”, la cual planteaba la necesidad de una emancipación política, religiosa, científica y mental.40 Altamirano buscó unir en un mismo proyecto literario a los escritores conservadores y liberales, pues uno de los objetivos era la reconciliación política, la cual resultaba necesaria para lograr la creación de una literatura nacional, proyecto que se consideraba de particular importancia por tres razones: debía convertirse en una expresión fiel de la nacionalidad; debía constituirse en un elemento activo de integración cultural, y debía reivindicar a México de la acusación de barbarie realizada por los europeos.
La constitución de una literatura nacional no era una idea original de Altamirano, pues ya la habían postulado escritores como José María Lafragua, Luis de la Rosa, Francisco Zarco, entre otros;41 lo que la diferenciaba de los demás era su propuesta de crear un programa coherente, a través de las páginas del periódico El Renacimiento, que le diera originalidad a la literatura, con el fin de contribuir a la creación de una conciencia cívica, mediante el culto a las tradiciones y a los héroes. Altamirano estaba convencido de que las letras, artes y ciencias debían nutrirse de la realidad mexicana, es decir, convertirse en la expresión real de México y en un elemento activo de integración nacional. Así, la literatura debía apartarse de la imitación, la cual le restaba originalidad, y buscar la inspiración en la historia, la naturaleza y las costumbres del pueblo. Sin embargo, el escritor no pensaba que el nacionalismo implicaba encerrar a la literatura nacional en el “estrecho mundo de sus peculiaridades”, sino convencer de la “validez universal de lo que les era propio”.42
Para incentivar la producción literaria y reunir a los escritores mexicanos, Luis Gonzaga Ortiz43 tuvo la idea de organizar una serie de Veladas Literarias donde se discutían los trabajos de los asistentes y se delineó el camino a seguir de la literatura nacional.44 En la tercera reunión, Rafael Martínez de la Torre45 realizó una alabanza de la poesía, pues la consideraba un medio para acceder al mundo “ideal”, “perfecto” y “puro”. En este sentido, los poetas, como “soberanos de la palabra”, debían crear “bellas composiciones” para fortalecer la virtud y el amor a la patria, pues cuando un individuo era “bueno” la nación era grande.46 Por su parte, Altamirano afirmaba que la poesía debía ser “virgen”, “vigorosa” y “original”, motivo por el cual debía apartarse de la imitación predominante, cuyo “fanatismo pueril por la forma” resultaba en un “grave prejuicio de la idea”. De acuerdo con él, en México no se había logrado crear una “poesía original” como consecuencia del dominio de los preceptistas, quienes pervirtieron el “sentimiento estético” e hicieron creer que la “corrección del estilo era lo principal”, sin darle la debida importancia a la forma y a la idea como “reflejo exacto de la naturaleza”. Así, el escritor pedía que la poesía abandonara los “monótonos acentos del amor, del placer y del pesar fantásticos” e incorporara la “lira frigia” que incendiara el “alma del pueblo”, único modo posible de devolverle la vida a la nación. Advertía que cada país tenía su propia poesía “especial”, la cual reflejaba el color local, el lenguaje y las costumbres.47
En este sentido, Juan de Dios Peza consideraba que en la poesía se conjugaba la más “bella expresión” del pensamiento, la “más delicada forma del estilo” y la “armonía” de la frase, es decir, un “conjunto estético” capaz de producir emoción; asimismo, debía enaltecer al espíritu, fortalecer el ánimo y afinar los sentimientos. Además de arraigar el culto por lo “bello” y lo “grande”, abría “nuevos horizontes” para encontrar la “resignación, el consuelo y el aliento” en la lucha por la existencia; por esta razón, el poeta, ese “personaje trashumante”, debía encontrarle sentido a las “miserias” de la vida. La poesía no sólo vivificaba sino que regocijaba a los seres sensibles, quienes encontrarían consuelo, estímulo y placer en ella. En este mismo orden de ideas, Joaquín Baranda48 afirmaba que la poesía tenía la más “noble”, “elevada” y “sublime” misión en la tierra: poner “entre flores” los “áridos” principios de la moral y la filosofía. Debía corregir las costumbres y guiar a los pueblos al orden, la libertad y el honor.49 Ideas similares fueron expresadas por Victoriano Agüeros,50 quien creía que la cultura y moralidad de un pueblo se medía por su poesía, la cual constituía un reflejo de sus pasiones, ideas y sentimientos. Como ésta permitía conocer el espíritu de una nación, su misión era moralizar a la sociedad, despertar su amor por lo bueno y lo bello, así como alimentarla de ideas “sanas” y “saludables” doctrinas.51
Pese a la importancia que se le concedía, de acuerdo con los escritores mexicanos no se habían logrado avances en el ámbito poético. Así, Juan de Dios Peza, Francisco Pimentel52 y José María Vigil53 coincidían en que la imitación de los modelos extranjeros había ocasionado el escaso desarrollo poético. Según Pimentel, la imitación había permitido a la poesía ser menos “monótona” y “sistemática”, pero también provocó que no existiera una producción poética de carácter propio. A ello se debía sumar que algunos poetas reproducían a autores “malos” como los gongoristas, los prosaicos, los ultrarrománticos, los “sentimentalistas gemebundos” y los sensualistas.54 Desde la perspectiva de Pimentel, la imitación impidió la creación de una poética “original”, aunque estaba convencido de que se podía alcanzar la originalidad cuando se cumplieran tres máximas: escribir conforme a las reglas generales del arte, destacar lo bello y acentuar el carácter de la civilización.55 La poesía mexicana no era perfecta, pero se contaba con “gloriosas” individualidades, quienes debían darse cuenta de que era tiempo de asumir una voz propia y dejar de ser el eco de autores extranjeros. De acuerdo con Pimentel, la poesía mexicana poseía un segundo defecto: el descuido al escribir, pues se tenía mayor ingenio que gusto, inspiración que estudio y talento que educación.
Así -y con la intención de remediar esa situación- debían realizarse las siguientes acciones: evitar la imitación, estimular el “espíritu de nacionalidad” con un “discreto” eclecticismo, prestar mayor atención a la escritura, renunciar a la “politicomanía” y encontrar mecenas que acogieran a los poetas. Éstos, por su parte, debían explotar las virtudes con las que se contaba: el sentimiento estético, la belleza del país y la historia patria.56 Para diversos escritores, el principal problema de la poesía era la facilidad con la que se publicaba. Según Juan de Dios Peza, la poesía no debía ser una colección de artículos amoldados a la composición sino un “arte libre” basado en el conocimiento de su objeto y contenido. Dos elementos constituían el lenguaje poético: uno interno (espíritu) y otro externo (acústico). El poeta dominaba su arte cuando conseguía adunar la belleza de la forma con la elevación, la hermosura y la novedad del pensamiento.57 De acuerdo con José María Vigil, si bien era cierto que los poetas habían emprendido el estudio de “ciertos modelos” para prestarle a sus obras un “tinte académico”, gracias a ello habían perdido la espontaneidad en la traducción de los sentimientos del pueblo. Debido a lo anterior, la poesía era correcta, pero no reflejaba el sentimiento, la forma, la belleza y las necesidades morales, motivo por el cual, al igual que Altamirano, abogaba para que los poetas retomaran los “hechos heroicos”, los sentimientos de la sociedad y la belleza de la naturaleza, pues estos medios ayudarían a formar un modo de “ser individual”.58
Por su parte, Hilarión Frías59 establecía una diferencia entre el poeta y el “poetastro”, la cual estaba matizada por una perspectiva política. Según el autor, antes de la Intervención francesa la degradación de la poesía había propiciado la aparición de los “poetastros”, grupo conformado por jóvenes “coquetos”, “sentimentales”, “relamidos”, “jactanciosos” y “recortados”, cuya preparación literaria la obtuvieron de los periódicos y de algunas novelas, por lo cual no entendían los matices poéticos y utilizaban cualquier elemento para construir sus composiciones. Se declaraban románticos, se asumían superiores y presumían una supuesta “sabiduría” que les permitía hablar de todas las materias. Desde la perspectiva de Frías, tras la caída del imperio de Maximiliano, el “poetastro” se convirtió en un “vago recuerdo” y los supervivientes estaban ocultos en las sombras. Ellos sólo le cantaban a las costureras y “bellezas de medio pelo”, pues los periódicos en los que publicaban habían desaparecido y la prensa “culta” no abría sus puertas a “reclutas de la poesía”, quienes se habían dado cuenta de su “impotencia” para escribir bellas composiciones, pues el verdadero poeta era quien buscaba “saciar su alma sedienta de victoria”. Así, Frías identificaba a los poetas con el liberalismo y a los “poetastros” con el conservadurismo, a quienes se les debía criticar por sus deficiencias literarias y por haber cantado “las glorias del Imperio”.60
En contraste, la juventud liberal con “regia indolencia”, sin cuidado de los “placeres de la vida” y de las “desilusiones de la juventud”, se levantó “inspirada” a pelear contra el extranjero y mostró fe en una lucha que se tornaba imposible. La intención de Frías era rendir un homenaje a los literatos que combatieron durante la Intervención francesa y el imperio, personajes -muchos de ellos- con quienes convivió en las reuniones literarias, tal como Vicente Riva Palacio, Ignacio Manuel Altamirano y Juan de Dios Arias, entre otros. Para este escritor, era importante reconocer que los poetas y los “héroes de la guerra” se habían abocado a la tarea de construir una nueva “era de civilización y progreso”.61 A diferencia de Frías, Victoriano Agüeros consideraba que las poesías posteriores a 1867 carecían de “gusto, inspiración y estudio”, pues los jóvenes las volvían infecundas por su “vanidad” y “extraviado criterio”. A este autor le impresionaba la facilidad con la que aparecían escritores en el medio literario mexicano, pues cualquiera podía ser poeta, dramaturgo y comediante. Victoriano pensaba que existían tres clases de escritores: los de utilidad, los de interés y los de banalidad. De todos los géneros, el poético era el más cultivado. En cualquier periódico se encontraba un poema de un autor desconocido y no faltaban las fiestas en donde aparecían poetas que declamaban.
Se consideraban “poetas” porque habían compuesto “tres cuartetas consonantadas” y porque la gacetilla de un periódico los había llamado así, pero lo cierto era que entre esos nóveles literatos no se encontraban obras de mérito que se distinguieran por su “inspiración”, “limpieza de lenguaje” o “nobleza de ideales”; por el contrario, sus creaciones eran “vanas y pomposas vulgaridades” copiadas de versos conocidos por todos. Debido al silencio de los “verdaderos maestros”, las “nulidades” difundían sus “insanas” y “corruptas” enseñanzas, cuyas composiciones carecían de inspiración e ideas. Este hecho provocaba que las obras de los “mejores poetas y escritores” permanecieran olvidadas y sin ejercer influencia en la literatura, mientras se alababan obras de “ignorantes” que sólo imitaban modelos conocidos. Los “nuevos poetas” se dejaban arrebatar por los impulsos de una “inspiración desordenada”, sin seguir los preceptos del arte y sin escuchar con humildad los consejos de la crítica. En cambio, los “antiguos poetas” revisaban sus composiciones para eliminar sus defectos, además, nunca adolecieron de “ideas nuevas” y pensamientos “hermosos”, los cuales resaltaron la belleza moral, las creencias, el culto al buen gusto, la búsqueda de la verdad, el enaltecimiento de los sentimientos y la modestia.62 La nueva generación de poetas no ayudaría al adelanto de la literatura mientras perseveraran en su “vanidad” y “soberbia” y sólo publicaran versos sobre desengaños y desgracias.63
Los “nuevos poetas” se mostraban “envanecidos” por los elogios prodigados por sus amigos, situación que hacía crecer su amor propio. Como estaban contagiados del “escepticismo moderno”, se mostraban rebeldes ante la autoridad, ante los buenos modales y despreciaban los comentarios que se les hacían. No les importaba estudiar el movimiento literario de la época y no buscaban corregir sus defectos con la enseñanza de los maestros en el arte. Sin embargo, debían tener en cuenta que la “buena” poesía era aquella que tenía un lenguaje correcto, una locución elegante y una composición sencilla y sobria. De acuerdo con Agüeros, mientras los jóvenes escritores no corrigieran sus errores, sería “inútil” publicar sus poemas, pues el progreso de una época no se determinaba por la abundancia de autores y obras. La imitación no era el camino a seguir para dar “días de gloria a la literatura”, sino elegir con cuidado los temas, meditarlos, escribirlos con corrección y dejar una enseñanza moral.64
Pese a todo, el autor reconocía que algunos escritores tenían mérito y eran dignos de atención por la inspiración que mostraban. Desde su perspectiva, existían dos caminos para limitar la abundancia de poetas: la formación de sociedades literarias y una buena crítica, la cual eliminara los “mutuos y desordenados elogios” que se les prodigaban. Es decir, la literatura mexicana no progresaba debido a la ausencia de la crítica. Ésta era esencial para corregir y enseñar, pues mostraba los defectos y otorgaba su verdadero valor a la belleza. Sin embargo, según Agüeros, nadie se atrevía a ejercerla debido a que todos deseaban ser elogiados; esta situación había generado la existencia de “insolentes ignorantes llenos de vanidad y orgullo”, quienes prodigaban alabanzas con la esperanza de que se les devolvieran. El autor consideraba tres factores limitantes para el ejercicio de la crítica: la amistad, la esperanza de obtener un favor y las consideraciones de respeto. Debido a lo anterior, no se buscaba ser severo, parcial y justo, sino un “benevolente dispensador” de “elogios inmerecidos” y un “encubridor de imperdonables defectos y de verdaderas herejías literarias”. Aunque la crítica sólo sería efectiva cuando se tornara severa, también admitía que se podían prodigar “elogios con sobriedad” a quienes requerían “palabras de benevolencia” para animarse.
Agüeros no fue el único escritor que propugnaba por realizar juicios más severos de la poesía,65 Francisco Pimentel también pensaba que la abundancia de escritores “defectuosos” era producto de la carencia de buenas críticas, situación generada por la falta de instrucción en este ámbito, el odio de partido y el espíritu de envidia. Lo anterior ocasionó que se olvidara el verdadero objetivo: corregir los “malos ejemplos”, así como aprobar aquellos dignos de imitación. Pimentel manifestaba que la mayoría de los críticos tenían una idea confusa de la gramática y del arte poético, lo cual ocasionaba que dijeran “sandeces” ocultas bajo el velo del anonimato o de los pseudónimos.
Aunque la crítica debía ser imparcial, Pimentel abogaba por que fuera discreta e indulgente cuando se tratara de escritores vivos, con el fin de evitar una “estúpida indiferencia” y un estancamiento en la literatura. Sin embargo, insistía en la necesidad de que fuera “confidencial y amistosa” en cuanto a la belleza literaria, pero “severa” cuando se ocupaba de la moral, de los principios sociales y de la esencia de los objetos. Este supuesto no se llevaba a la práctica, pues se ensalzaba a los muertos y se desalentaba a los vivos. En este sentido, un buen crítico debía enaltecer el talento de los demás, mostrar un “corazón noble”, un “alma elevada” y carecer de envidia u otras pasiones “mezquinas”. La alabanza era un indicio del mérito propio, pues el que se sentía “intelectualmente fuerte” no temía la competencia de los demás. En este punto, resulta interesante mencionar que Antonio Fernández Merino también coincidía respecto al papel conciliador que debía desempeñar el crítico, quien debía tomar en cuenta las naturales dificultades de la creación y el carácter peculiar de cada autor. En contraste, Altamirano sugería que éste sólo se ocupara de la parte literaria, de tal manera que se convirtiera en un observador sagaz, delicado, detallista, intuitivo, juicioso, ilustrado y conocedor de la literatura. Poner atención al contenido y no a la forma constituía, en cierta forma, una manera de evitar que la crítica fuera más profunda.66
Pimentel consideraba que el principal problema de la crítica poética era el odio de partido, pues se caía en extremos que iban desde los “panegíricos hiperbólicos” hasta las “censuras injustas”. Esta opinión era compartida por otros autores, quienes pensaban que la “politicomanía” impedía el desarrollo de la literatura. Así, por ejemplo, Francisco Cosmes67 afirmaba que la crítica literaria no distinguía “bandos literarios”, sino grupos políticos. Tanto “mochos” como liberales consideraban “pésimas” las obras de sus contrincantes y nadie se preocupaba por expresar opiniones imparciales; debido a lo anterior, la literatura no progresaba y no se producía un cambio de “cualidades” entre los representantes de la escuela antigua y la moderna. Cosmes abogaba por separar la política de la literatura y por contar con críticos que ayudaran al avance de las letras mexicanas, a quienes se les debía considerar depositarios de la verdad y de la gramática. Como el buen crítico enseñaba y corregía, era su deber ocuparse de los buenos poetas y de los principiantes, pero abstenerse de los malos. Desde la perspectiva de Cosmes, en México no existían verdaderos críticos debido a que evitaban crearse enemistades; por esta razón, la mayoría realizaba juicios de los autores extranjeros y guardaban silencio respecto a los escritores de actualidad. Cuando se atrevían a hablar de la producción de un autor, lo hacían para prodigarle “elogios exagerados” o para demostrarle aprecio.
La vivisección literaria no existía en México, pues la mayoría de los críticos evitaban realizar apreciaciones que hirieran las susceptibilidades de sus amigos y por el temor a ser menospreciados por las opiniones emitidas.68 Así, este ejercicio se encontraba limitado por un contexto que no entendía cuáles eran las virtudes de evaluar las obras literarias del momento.
A manera de conclusión
El debate entre Bulnes y Bazán permite reflexionar respecto al papel del crítico en la poesía. Algunos escritores de la época se quejaban de la excesiva tolerancia mostrada hacia su gremio, pues no se les cuestionaba sino que se les prodigaban excesivos elogios. Quienes recibían críticas no las tomaban como un incentivo para mejorar sus producciones, antes las consideraban ataques motivados por celos profesionales, cuestiones personales o asuntos políticos. Desde esta perspectiva, se entiende la sospecha de Pedro Caffarel de que en el transfondo de la polémica entre el ingeniero y el bardo se escondían “rescoldos” de las tradicionales rencillas entre conservadores y liberales. De hecho, Altamirano advertía que la “juventud literaria” estaba dividida en dos bandos en continua confrontación y, como lo muestra el estudio de Alicia Perales, el faccionalismo político influyó en la creación de los grupos literarios y en la integración de sus miembros.69 Así, la acerba crítica de Bulnes evidenciaba que Bazán reproducía aquellos modelos que Altamirano cuestionaba y esto explicaría, en buena medida, por qué el ingeniero se ponía bajo su amparo al criticar al bardo. Altamirano había expresado en varias ocasiones que se requería eliminar lo “clásico a la española” y dejar de cantar al “helado e ingrato corazón de una mujer indiferente”,70 dos de los aspectos en los cuales se sustentaba la obra de Bazán y que el ingeniero evidenció en su punzante crítica.
Para los contemporáneos, la ausencia de una verdadera crítica a las producciones poéticas provocaba que cualquier individuo tomara la pluma. Hilarión Frías retrató este fenómeno en su descripción de los “poetastros”, quienes -según este personaje- escribían sin tener conocimientos de la materia poética y sólo lo hacían por el deseo de aparecer como hombres de relevancia. Sin embargo, esto no sólo se limitó a México; en 1892 Paul Valéry mencionaba que había sentido menosprecio por los poetas franceses, pues tenían dos “debilidades”: un fondo de ideas ingenuas y comunes, y el no buscar la perfección, la composición y la continuidad poética.71 Así, Bazán reproducía el modelo del poeta que contaba con la benevolencia necesaria para publicar sus versos. Aunque la crítica bulnesiana tendía a ser sumamente ofensiva, no se puede pasar por alto que, sin ser un censor especializado,72 logró desmenuzar los poemas del bardo y mostrar algunos de los principales problemas prevalecientes en su obra: la rigidez en la escritura, una fantasía tendenciosa y la utilización de formas poéticas en desuso. Quizá su peor pecado era la presunción con la cual se manejaba, pues el ensimismamiento en sus creaciones le hacía pensar que éstas serían admiradas por la eternidad, y sus críticos denostados por no reconocer su talento innato. Sin embargo, el tiempo pondría a cada quien en su lugar: Bazán no es recordado por sus virtudes poéticas, ni siquiera se le menciona en las historias generales de la literatura editadas en su misma época, mucho menos en las posteriores.
Lo anterior se podía explicar por el hecho de que, de acuerdo con la crítica moderna, el trabajo del poeta se circunscribe a tres principios: el desafío de nombrar; un interrogatorio vital sobre el mundo, el lenguaje y los silencios de la palabra, y la reconstrucción de un espacio y un tiempo.73 La obra de Bazán no logró aportar en ninguno de los tres rubros, preocupado como estaba por la forma y no tanto por el contenido. En términos generales, se puede decir que su competencia poética era bastante limitada.74 Aunque a Bulnes tampoco se le reconoce por sus cualidades de crítico literario,75 y más bien su figura trascendería por su participación en la política y la escritura de la historia, lo importante de su cuestionamiento reside en evidenciar el ambiente literario de la época, el cual tenía numerosos resabios que, desde su perspectiva, debían desaparecer para permitir a la literatura adquirir carácter nacional. La aparición de un tercero en discordia, el cual buscaba denostar al crítico y enaltecer al poeta, ejemplificaba una situación posteriormente puntualizada por otros autores: la ausencia de una crítica imparcial que buscara el crecimiento de la poesía mexicana. Este problema sería reconocido por diversos autores, como Pimentel, Altamirano, Vigil y Agüeros, desde cuya perspectiva una crítica, de cualquier índole, se asociaba con los ataques personales.
Mientras no se lograra entender que la crítica no sólo era necesaria sino indispensable, la poesía mexicana seguiría estancada, dominada por autores carentes de virtudes y que copiaban modelos extranjeros. Esta situación resultaba grave si se tiene en cuenta que ello limitaba las posibilidades de establecer una poesía y, en general, una literatura de carácter nacional, la cual debía servir como carta de presentación de México ante el mundo y que permitiera evidenciar los progresos intelectuales alcanzados hasta ese momento.
La polémica entre Bulnes y Bazán trascendió el ámbito crítico para convertirse en una serie de dimes y diretes mutuos. Aunque el bardo apelaba a mantener la caballerosidad, también incurrió en ataques personales, aunque en menor medida, los cuales oscurecieron el asunto debatido, quizá por el hecho de carecer de argumentos que sostuvieran su propia posición, a diferencia de Bulnes, quien mostró mayor suspicacia en el análisis de la obra del poeta. No sería exagerado pensar que la controversia sirvió como un pretexto para evidenciar las preocupaciones de los jóvenes escritores de filiación liberal, como lo era el ingeniero, sobre temas como el nacionalismo, el realismo y el “sentimiento estético”, los cuales, desde su perspectiva, debían sustentar a la naciente literatura mexicana.
A pesar de que en esta polémica no intervino ningún escritor importante y tampoco aportó una discusión “académica” profunda, no se puede pasar por alto que puso en la palestra asuntos como el papel de la poesía y el de la crítica en la constitución de una literatura nacional; esta difusión fue retomada -como se mostró en el texto- por autores posteriores, quienes tenían un peso específico en la literatura mexicana. Si bien el ingeniero apeló a la figura de Altamirano para realizar su apreciación, olvidó su enseñanza relativa a que la crítica debía hacerse con imparcialidad y ánimo sereno. Por ello, las palabras de Altamirano, escritas en su artículo “Carta a una poetisa”, aplican perfectamente para el ingeniero, pues sin duda estaba en “esa edad juvenil, en que se juzga más bien con el corazón que con la cabeza”.76 Al parecer, las críticas de Bulnes, y de otros personajes, así como su salida de la Ciudad de México, después de 1876, ocasionaron que Bazán ya no continuara con sus actividades poéticas. Sin embargo, la fama de ser un mal escritor lo acompañó por el resto de sus días.
Hemerografía