El México de la década de 1930: Gamio y el régimen cardenista
A finales de 1934 Lázaro Cárdenas del Río tomó posesión como presidente de la República y, tras un temprano rompimiento con Plutarco Elías Calles (1935-1936), dirigió un régimen caracterizado por profundos cambios socioeconómicos y políticos;1 entre ellos, los más recordados y trascendentes fueron la expropiación petrolera (1938)2 y su vasta y significativa política agraria, cuyo mayor logro fue un colosal reparto de tierras sin precedentes -en ese sexenio se entregaron casi 18 millones de hectáreas a 800 mil ejidatarios-.3 A diferencia de los regímenes posrevolucionarios previos, el sexenio de Cárdenas representó en primera instancia y por el acceso a la posesión y usufructo de la tierra un cambio sustantivo para las condiciones de vida de gran parte de los grupos indígenas -los cuales habitaban principalmente en zonas rurales y tenían economías agrícolas-. México continuaba siendo un país fundamentalmente agrario con un incipiente proceso de industrialización, que, a inicios de la década de 1930, contaba con 16.55 millones de habitantes, de los cuales 11 millones residían en poblaciones rurales y 5.4 millones en localidades urbanas;4 de acuerdo con un criterio lingüístico, se estimaba la existencia de 2.25 millones de indígenas.5
Durante el cardenismo fueron retomadas las ideas y anhelos de equidad y justicia social de la Revolución de 1910,6 los cuales se concretaron en una contundente política social dirigida a las masas rurales y urbanas; el pueblo se volvió uno de los principales destinatarios y sujetos de la acción gubernamental y la política pública. Al mismo tiempo, desde el interior del régimen, fue generado un proceso de renovación y re-significación del nacionalismo posrevolucionario, el cual fue concebido como un programa de incorporación de los grupos populares -indígenas, campesinos, obreros, entre otros- a un proyecto de país y nación pretendidamente autónomo.7
En este contexto, Gamio, quien ya contaba con una amplia experiencia como servidor público -caracterizada por una cercana relación con el poder político de diversos regímenes durante las décadas de 1910 y 1920-,8 fue asignado como encargado del sector de población rural de la Comisión Organizadora del Consejo Nacional de Agricultura durante la candidatura de Cárdenas. Posteriormente, fue vocal del Instituto de Orientación Socialista -en el cual se desempeñó como asesor del proyecto educativo-,9 y en 1935 publicó Hacia un México nuevo. Problemas sociales. Para esta época, Gamio, desde una posición antropológica fundada en el culturalismo estadounidense de Franz Boas y con una perspectiva crítica respecto al racismo pseudocientífico de ciertas élites políticas de finales del siglo XIX y principios del XX que postulaban la infundada inferioridad indígena,10 ya era uno de los principales ideólogos y artífices del indigenismo posrevolucionario,11 al haber llevado a cabo entre otras labores antropológicas, la fundación y dirección de la Dirección de Antropología (1917-1925) y la colaboración y posterior dirección de la Escuela Internacional de Arqueología y Etnografía Americanas. Gamio continuó con su labor indigenista el resto de su vida; durante el cardenismo fue uno de los principales organizadores y promotores del Primer Congreso Indigenista Interamericano de Pátzcuaro (1940) y, poco después, fundó y dirigió el Instituto Indigenista Interamericano (III), desde 1942 hasta su muerte, en 1960.12
Hacia un México nuevo…, obra compuesta de 28 ensayos relativos a diversos temas (grupos étnicos, población, educación, economía, organización y estructura social, entre muchos otros), se manifestó especialmente como el resurgimiento del vasto proceso de homogenización -idiomático, étnico, biológico, cultural y económico-, mismo que había caracterizado al programa integracionista formulado por Manuel Gamio en Forjando Patria… (1916), obra cuyo propósito había sido contribuir a conformar “una Patria poderosa y una Nacionalidad coherente y definida”,13 con el afán de ser partícipe de los procesos de reconstrucción del país que estaban en curso durante el régimen constitucionalista de Carranza.
De este modo, en Hacia un México nuevo…, a semejanza de lo que se había llevado a cabo en Forjando Patria… y La población del valle de Teotihuacán (1922), este antropólogo mostró la confluencia de las ciencias sociales y la praxis social dirigidas a la mejoría de la existencia material de los grupos indígenas14 - “la investigación ligada a la práctica transformadora de la realidad”-.15 Para Gamio la antropología y la sociología así como las ciencias sociales en general estaban destinadas a desempeñar un papel fundamental dentro del proyecto de país y la construcción de la nación cardenista en la medida en que proveerían de los saberes y conocimientos indispensables para diseñar, elaborar y llevar a cabo los mecanismos, procedimientos y políticas para incrementar las condiciones de vida de los grupos marginados -en especial los indígenas-;16 a decir de este autor, la “verdadera ciencia” era aquella destinada a satisfacer “las necesidades de la sociedad, y principalmente de las clases que más lo necesitan”.17
En Hacia un México nuevo… Gamio expresó de manera abierta su simpatía y filiación por el régimen de Cárdenas; para el antropólogo, el cardenismo traía consigo el “resurgir [de] la doctrina revolucionaria, otra vez erguida, honesta, redentora”.18 Tras lustros de olvidos y postergaciones, Gamio consideraba que con el nuevo régimen emergían las promesas de cambio y los ideales que marcarían un nuevo derrotero para el país.19 Por ello, consideró esta obra -en continuidad y similitud con lo hecho casi dos décadas antes en Forjando Patria…,20 cuando era inspector general de la Inspección General de Monumentos Arqueológicos de la Secretaria de Instrucción Pública y estaba por fundar la Dirección de Antropología de la Secretaria de Agricultura y Fomento- como un texto que emitía “ideas nacionalistas” y como la manifestación de una campaña patriótica, destinada a fomentar y consolidar los siguientes procesos de transformación: la equidad socioeconómica de los grupos en precarias condiciones de existencia material; el “mestizaje” y “la homogenización racial”; estandarización del español para que fuera la lengua franca y efectiva del país, y, finalmente, el desplazamiento de viejas actividades de corte tradicional y de origen autóctono por las prácticas y actividades culturales de corte moderno.21
Hacia un México nuevo… no fue la primera vez -ni la última si tomamos en cuenta Consideraciones sobre el problema indígena y su vinculación con los gobiernos de Ávila Camacho y Alemán- que Gamio, por medio de una obra y en el contexto de diversas prácticas y acciones académicas y políticas, mostraba su abierta relación de cercanía con el régimen en turno, en este caso el cardenismo. Al respecto, es importante mencionar que mientras fue funcionario (1912-1916) y director (1916) de la Inspección General de Monumentos Arqueológicos,22 ya en Forjando Patria… había hecho lo propio al manifestar su adhesión al gobierno constitucionalista carrancista. Derivado de esta abierta manifestación de simpatía con el régimen en turno y con el apoyo de su antiguo compañero en la Escuela de Minas, el Ingeniero Pastor Rouaix -quien era Secretario de Agricultura y Fomento- Gamio, mediante el apoyo oficial y en los inicios de lo que podría considerarse su labor indigenista, fundó y dirigió la Dirección de Antropología de la Secretaria de Agricultura y Fomento (1917-1925).23 Posteriormente, durante el régimen de Obregón, la Dirección de Antropología de la Secretaria de Agricultura y Fomento continuaría recibiendo respaldo y soporte estatal y esto posibilitó la publicación de La Población del Valle de Teotihuacán (1922).
Desde la perspectiva de Gamio, el cardenismo generó las condiciones precisas para retomar la urgente necesidad de “formar una verdadera nación”,24 como requisito concomitante y paralelo para una cabal modernización del país y como paso previo e indispensable para que México formara parte de la “federación internacional”.25 El de este antropólogo, como él mismo lo señaló, era un nacionalismo que tocaba lo más profundo de las estructuras sociales, económicas, étnicas, culturales y lingüísticas del país a mediados de la década de 1930.26
Este nacionalismo, con una recuperación bastante ambigua y desvalorizada del componente indígena, se decantaba por un matiz abiertamente moderno,27 partidario férreo de los procesos de modernización -la ciencia, la tecnología, la urbanización y los procesos de producción capitalistas, especialmente las dinámicas de industrialización- de cepa occidental: europea y estadounidense.
Por otro lado, las ideas de Gamio, en tanto querían hacer coincidir la vasta diversidad de México en un núcleo común -en el que se empataban y correspondían el territorio del país, la etnicidad homogeneizada, la cultura unificada y una lengua única-, pueden leerse como una forma de nacionalismo, sobre todo en la medida en que -como sostiene Gellner- se decantaba por la “congruencia entre la unidad nacional y la política”.28
Derivado de lo anterior, el programa integracionista y las ideas de nación de Gamio, así como sus vínculos con la ideología y la política indigenista de los regímenes posrevolucionarios pueden ubicarse dentro de lo que Gellner llamó “la acusación formulada contra el nacionalismo”, la cual consiste “en imponer una homogeneidad a las poblaciones que tiene la mala fortuna de caer bajo la férula de autoridades imbuidas de la ideología nacionalista”.29
Esta propuesta integracionista estaba en función y se basaba en la peculiar lectura y perspectiva que Gamio tenía de México. En 1935, según el antropólogo, el país tenía 10 millones de personas con una “civilización indígena retrasada en varios siglos” y aún no se había constituido en México, a semejanza de la mayoría de los países indo-ibéricos, una verdadera nacionalidad.30
Más allá de un deseado y ampliamente valorado conglomerado sociodemográfico homogéneo, México estaba conformado por diversos grupos -con orígenes y prácticas culturales diferenciadas-, caracterizados por una profunda segmentación sociopolítica de carácter histórico-estructural, que oscilaban entre la tradición y la modernidad, vinculada esta última a los procesos de urbanización y consolidación de las metrópolis, así como a las dinámicas de robustecimiento del capitalismo por medio de la industrialización y la conformación de un sólido mercado interno.
Los extremos distantes y opuestos de este amplio espectro lo componían: “individuos de alto tipo cultural, como sucede en las naciones culturalmente avanzadas de Europa” y, en el polo contrario, individuos de ascendencia autóctona que tenían una “existencia de hace cuatro siglos, y algunos hasta paleolítica, como sucede con grandes grupos indígenas de Brasil, México, Colombia, Ecuador, Perú”.31
De este modo, en Hacia un México nuevo…, los indígenas, estaban asociados a lo no urbano, lo rural, lo geográficamente remoto y aislado. Eran concebidos, desde un marcado contraste, como lo opuesto a la ciudad y lo cercano al campo y la agricultura de autoconsumo y no de carácter mercantil. Derivado de esto, las diversidades étnico-culturales del país, especial y primordialmente aquellas que eran diferentes de los modelos de la sociedad moderna capitalista recuperados por Gamio desde Occidente -principalmente Europa-, eran percibidas como un problema.32 Esta peculiar lectura de la heterogeneidad étnico-cultural de la población como un obstáculo y una condición problemática que debía resolverse ya había sido planteada de manera detalla y con anterioridad en Forjando Patria…33
Hacia un México nuevo: entre la lealtad a Cárdenas y la crítica a Calles
En el ensayo final de Hacia un México Nuevo…, este antropólogo, además de expresar su simpatía por “el régimen excepcionalmente puro y patriótico del presidente Cárdenas”34 y criticar a Calles y su régimen35 por “tantos crímenes”, la vergüenza de vicios degradantes y el oprobio de mil latrocinios”, Gamio alabó la creación del Instituto Politécnico Nacional y la formación, por parte del Estado, de un “Departamento de Asuntos Indígenas”, el cual se avocaría “exclusivamente a estudiar y mejorar las condiciones de vida material e intelectual de los elementos sociales aborígenes, a fin de incorporarlos de manera efectiva a la nacionalidad mexicana”.36
Poco tiempo después y como una de las primeras iniciativas del régimen cardenista en materia de política hacia los indígenas37 -como sector sociodemográfico fundamental y específico de la problemática agraria-, el 1° de enero de 1936 se estableció el Departamento Autónomo de Asuntos Indígenas (DAAI).38 La idea de una dependencia gubernamental como el DAAI ya había sido formulada por Sáenz desde 1934 en su obra Carapán.39
Desde una postura que intentaba no caer en los excesos administrativos de la burocracia y tampoco pretendía ser sólo una institución académica dedicada a la investigación antropológica y al registro etnográfico,40 el DAAI se avocó a dos objetivos primordiales: 1) la detección de necesidades y requerimientos concretos de los pueblos indígenas, es decir, “estudiar los problemas fundamentales de las razas aborígenes”,41 y 2) descubrir, idear y sugerir los mecanismos y vías pertinentes que las diversas instituciones y dependencias gubernamentales tendrían que llevar a cabo con el fin de solucionar los problemas de la población indígena.42
A pesar de su corta existencia (1936-1946), el DAAI -según Olivé-, contribuyó a reconocer en el indígena su carácter de trabajador y su condición de clase, además de transformar la asistencia hacia los grupos étnicos en seguridad social.43 En cierta continuidad con las políticas hacia los indígenas de los regímenes posrevolucionarios previos, estos procesos coordinados por el DAAI -destinados a la mejoría de las situaciones de vida de los indígenas- no se hicieron desde una aproximación que resaltara la condición de la diferencia cultural específica, por el contrario, la intención era incorporarlos al resto de la sociedad -rural agraria- para conformar un Estado nacional homogéneo, caracterizado por una moderna economía capitalista -agrícola e industrial-. Es decir, el interés especial de Cárdenas en “favor de los indios” se dirigió a “fundirlos y a asimilarlos dentro del conjunto [de la población del país]”.44
Al respecto, Gamio no sólo observó con beneplácito la creación del DAAI, probablemente también lo percibió como la realización de su viejo anhelo, plasmado dos décadas antes en Forjando Patria… y en su participación como jefe de la delegación mexicana en el Segundo Congreso Científico Panamericano de Washington en 1915, de crear una “Dirección de Antropología” (o un “Instituto Antropológico Central”) de carácter federal destinado al estudio de los grupos étnicos en México, para, posteriormente, y con base en la información recolectada, elaborar y diseñar los mecanismos para integrar a estos grupos al conjunto de la sociedad y a “la vida nacional”.45 Esta propuesta no se limitaba al caso de México, pues Gamio la hizo extensiva a todos los países del continente que contaban con una significativa población de origen autóctono.46
En este sentido y desde una peculiar lectura de la historia -la cual atribuía los conflictos revolucionarios de México a la heterogeneidad de los grupos socio-étnicos del país, y al predominio en el poder de élites de origen europeo más que a motivos políticos47 y disputas ideológicas-, el antropólogo, ya desde Hacia un México nuevo…, consideró que el próximo establecimiento del DAAI sería un homenaje a los indígenas y una institución avocada al conocimiento de sus pueblos, sobre todo “al mejoramiento efectivo e inmediato de sus condiciones de vida material e intelectual”.48
A decir de este antropólogo, dicha mejoría de la existencia material y social de los grupos étnicos se llevaría a cabo principalmente mediante dos procesos: 1) el incremento de la situación económica y 2) un amplio proceso de cambio cultural, en el cual, a excepción de las manifestaciones artísticas y de los procesos de manufactura de artesanías autóctonas decorativas y utilitarias -que representaban un aporte al devenir humano-, la gran mayoría de la producción cultural material e intelectual de los indígenas -tipificada por Gamio como de limitada eficacia y muy escasa utilidad- sería remplazada por los “eficientes” elementos, prácticas, actividades y saberes de “la civilización moderna”.49 Ésta no era una caracterización exclusiva de México, sino que abarcaba a buena parte de los países latinoamericanos -particularmente aquellos con población indígena.
Antes de concluir esta sección, es pertinente resaltar varias acciones y eventos de la política indigenista del régimen cardenista en las que Gamio tuvo una participación marginal, pero que fueron de clara relevancia para la antropología en México. Durante el gobierno de Cárdenas hubo una nutrida discusión y debate acerca de los planteamientos de la política llevada a cabo en la Unión Soviética en torno a las minorías nacionales, en la cual participaron el Partido Comunista Mexicano, Vicente Lombardo Toledano y Miguel Othón de Mendizábal con la intención de reflexionar respecto al estatuto político de los pueblos indios.50
Aunado a lo anterior, inició una novedosa y diferente política hacia las lenguas amerindias respaldada y fundamentada en las ideas de William Cameron Townsend y el Instituto Lingüístico de Verano.51 Por último, en 1938 se fundó el Departamento de Antropología en la Escuela de Ciencias Biológicas, del Instituto Politécnico Nacional y, en 1939, con Alfonso Caso como su primer director, se creó el Instituto Nacional de Antropología e Historia, ambos hechos fueron los cimientos de la nueva antropología mexicana.52
México en el marco de los países de América, la diversidad concebida como problema
En 1935 y desde una lectura evolutiva de corte cultural comparativa -principalmente basada en la producción de bienes materiales-, Gamio afirmó que las poblaciones de gran parte de los países del continente, entre ellos México y todos los países indoibéricos, habían mostrado una evolución “anormal”, “lenta y difícil”, debido a un abanico de múltiples causas: “malestar económico, defectuoso desarrollo físico, retraso cultural, incesantes conflictos y sangrientas revoluciones”. Esta condición evolutiva anormal de la mayoría de los países de Latinoamérica se conceptuaba a partir del modelo de “la República Argentina, Canadá y principalmente la República Norteamericana”, naciones que habían mostrado crecimiento demográfico sustantivo vinculado, a decir de Gamio, a “sus favorables condiciones de desarrollo”. Desde una lectura mecánica-lineal y acumulativa-unívoca, recurrió específicamente a estos países en los que la influencia de la modernidad europea occidental era preponderante y que, pensando sobre todo en Estados Unidos y Canadá, se mostraban como Estados-nación con economías capitalistas fuertemente industrializadas.53
Gamio fundaba su juicio previo en dos argumentos: 1) desde el punto de vista geográfico y siguiendo a su maestro Franz Boas en una lectura muy particular de la relación entre el medioambiente, el hombre y su cultura -material-,54 precisó que, mientras el clima y la conformación orográfica del territorio argentino, así como del estadounidense y canadiense eran propicios para una intensa producción agrícola y ganadera -debido a sus extensas y fértiles llanuras-, las tierras de los otros países del continente presentaban superficies muy accidentadas, así como poco propicias para una agricultura mercantil; 2) aunado a esto y, por otro lado, desde la perspectiva étnico-social, este antropólogo tipificó a los países del continente en tres grandes rubros y asoció la condición de “evolución anormal” específicamente a uno de ellos: el que comportaba componentes que se demarcaban de la modernidad occidental. La clasificación fue la siguiente: a) aquellos países conformados principalmente por “elementos de filiación étnica india, blanca y mestiza, como México, Guatemala, Perú, Bolivia, entre otros”; b) los Estados compuestos sobre todo por “población blanca o de origen europeo”, “como Argentina, Uruguay [y en primer término Estados Unidos y Canadá]”, y c) el último grupo, el cual no era muy numeroso según Gamio, estaba caracterizado por la presencia de “elementos blancos, negros, indígenas y mestizos de unos y de otros, como Brasil, o bien blancos, negros y mulatos como Cuba”.55 El antropólogo se avocó al segundo grupo, aquellos con claro y preponderante componente indígena, y específicamente se basó en la experiencia de México.56
Dentro de este conjunto de países indo-ibéricos, Gamio señaló que, no obstante el mestizaje de muy diversos grados y variaciones e intensidades,57 no se había logrado una convergencia satisfactoria. A partir de una lectura genealógica retrospectiva, consideró que si desde la Conquista y la Colonia se hubieran fundido de manera armónica
[… ] los elementos étnicos y las civilizaciones de origen español con las de tipo indígena, […] habrían evolucionado normalmente y serían más numerosas, homogéneas, cultas y ricas. [Sin embargo, apuntó que, después de cuatro siglos, ] el contacto racial estuvo bien lejos de ser eugénico y por lo tanto el producto del mestizaje surgió defectuosa y lentamente.58
El proceso de homogenización étnico-cultural y sociodemográfico que pretendía e implicaba el mestizaje no se había logrado, por lo menos no en los términos que habían supuesto Gamio y otros intelectuales vinculados al poder político de finales del siglo XIX y principios del XX, como Sierra y Vasconcelos.
En el intento de explicar esta fusión incompleta de grupos socioculturales diferentes en el transcurso de la historia Iberoamericana, Gamio consideró que los procesos de exclusión biológico-raciales por parte de los grupos de ascendencia o procedencia europea hacia los pueblos autóctonos no sólo no tenían un papel clave, sino que además eran de dudosa existencia. Sus palabras al respecto fueron: “tal situación [el mestizaje defectuoso y lento] no se debe a prejuicios o repugnancia de carácter racial del blanco hacia el indígena, lo cuales no existen en realidad”. En cambio, señaló que debían buscar las raíces de esto en las precarias situaciones de vida de los indígenas, en sus condiciones de subordinación y explotación, además de su “incultura” y “retrasada civilización” -a la que estaban incorporados gran parte de los mestizos-.59 Esto se comprendía mejor desde un carácter diacrónico.
De este modo, Gamio, al hacer una lectura histórica y estructural de esta situación -sin duda difícil de armonizar con su perspectiva sobre el racismo y su influencia en las dinámicas de exclusión socioeconómicas-, afirmaba que gran parte de las estructuras y formas de organización socioeconómica, política y cultural de los pueblos indígenas precolombinos habían sido avasalladas y fracturadas desde la invasión española y los procesos de imposición colonial.60
Aunado a esto, sostuvo que se añadió el despojo de tierras y recursos naturales por parte de los invasores-dominadores y se instauraron procesos de explotación y control a los que se vieron sujetos y sometidos los indígenas. No sólo se encontraron insertos en estructuras de dominación, sino que los originales y prehispánicos procesos de producción de manifestaciones culturales materiales e intelectuales de sus antepasados habían sido severamente mermados y fracturados. Para el antropólogo -al igual que para varios intelectuales de la época- el balance era preocupante y negativo, y recaía principalmente sobre los grupos étnicos, quienes además de ser oprimidos representaban un lastre (un obstáculo premoderno en la deseada y sobrevalorada marcha a la modernidad del país) y eran, además, concebidos como sujetos con escasa capacidad de acción y sin deseo de progreso:61
La situación de los indios ha sido durante cuatro siglos de desnutrición y debilidad fisiológica, miseria material, incultura, desorientación espiritual, concentrado rencor y continua zozobra. Pocas veces han acudido o podido acudir a fructíferas rebeliones armadas para aliviar esa situación, pero en su dolorosa evolución se observa un tenaz modo de reaccionar que, aunque en algunas ocasiones no es consciente, no por eso resulta menos perjudicial para las clases sociales dinámicas y directoras, para ellos mismos y en general para el país.62
En síntesis, para el antropólogo, el indígena: 1) había perdido la gloriosa y monumental cultura material prehispánica de sus ancestros debido al proceso de invasión y Conquista; 2) se caracterizaba por una resistencia pasiva, y 3) no se mostraba dispuesto a incorporarse a la moderna civilización occidental a la cual el proyecto del Estado nacional posrevolucionario y sus élites de intelectuales oficiales querían transitar.
Si bien éste era el principal problema, Gamio apuntó que había otras dos graves situaciones diacrónicas vinculadas a esto: a) por una parte, la mayoría de los grupos mestizos, más que una cercanía con las élites del poder, tenían condiciones de existencia y de producción cultural material e intelectual -“su modo de pensar y de vivir”- similares a las de los grupos indígenas; no obstante, de este grupo estaba surgiendo una “civilización mixta”; b) por el otro, los sectores que detentaban el poder político y monopolizaban los recursos económicos eran una minoría -conformada mayoritariamente por blancos de origen europeo hispano y una minoría mestiza-, cuyo modo de vida material e intelectual era propio de la “civilización moderna de tipo occidental”, y cuyas necesidades, requerimientos y anhelos discrepaban e incluso se oponían a las de la mayoría de la población; especialmente eran “antagónicas [a] las de las masas indígenas”.63
Para Gamio, este reducido grupo imponía un proyecto y modelo de país que no correspondía a las condiciones sociodemográficas y económicas de la mayoría de la población del país. Una idea semejante la había desarrollado con casi dos décadas de anterioridad en Forjando Patria… durante la Revolución, cuando este antropólogo señaló que las leyes contenidas en la Constitución de 1857 habían sido pensadas sólo para el reducido grupo de origen europeo y sin considerar a la mayoría de los habitantes; así, mientras la minoría vivía en una opulenta riqueza, la mayoría sufría precarias condiciones de existencia material.64
En resumen, para Gamio, las heterogeneidades socio-étnicas de México -pero especial y primordialmente aquellos modos de vida y manifestaciones culturales (materiales e intelectuales) diferentes y propios de los indígenas- eran concebidas y valoradas, más que como condiciones constitutivas características de una pluralidad de orígenes, como un severo problema que debía ser resuelto para poder avanzar en la conformación de la nación mexicana:65
¿Puede existir una patria verdadera y unificada, una nacionalidad coherente y definida, en un país cuya población consta de grupos física e intelectualmente heterogéneos; divergentes en sus necesidades y aspiraciones; antagónicos en sus tendencias? Indudablemente que no, según lo comprueban los cuatro siglos de malestar económico y desconcierto social, que comprende nuestra anormal evolución postcolombina.66
A decir de Gamio, la amplia y divergente heterogeneidad de los tres componentes sociodemográficos -indígenas, mestizos y blancos-, así como sus respectivas tradiciones y modos de vida eran la razón de que hubiera “conflictos y luchas dentro de dichos elementos, pues la política del que es o ha sido director no satisface las necesidades y aspiraciones de los otros dos grupos”. Para el antropólogo, a mediados de la década de 1930, esta heterogeneidad sociocultural “obstaculizaba en todos sentidos la evolución nacional [de México]”.67
Frente a esto, y además de las medidas de amplia sustitución de la cultura material y modo de vida indígena por la existencia de las sociedades modernas capitalistas, apuntó que había una acción concreta y sumamente eficaz que contribuiría a “normalizar el desarrollo de nuestra población” y evitaría el “defectuoso desarrollo demográfico”, este “remedio indicado consiste en fomentar la inmigración”.68 Con base en el argumento boasiano de la inexistencia de diferencias significativas entre los diversos colectivos humanos o grupos étnicos que conformaban la humanidad,69 para Gamio, los migrantes, lejos de mantenerse recluidos en sí mismos, convergerían con los habitantes de México -especialmente los indígenas- y generarían un cambio en la dirección deseada (la modernidad, principalmente en lo tocante a la ciencia y la tecnología); los migrantes en los que estaba pensando serían aquellos procedentes de Occidente (Europa occidental, Estados Unidos y Canadá).
Para el antropólogo, este componente demográfico externo renovaría y reimpulsaría el mestizaje en México, al generar procesos para “establecer un tipo de cultura más avanzado”; esto traería como consecuencia un “efectivo progreso cultural, como resultado de la eliminación o substitución de las características retrasadas de tipo indígena”.70 Además, la migración, como base del mestizaje, significaba un proceso de “blanqueamiento y occidentilización-modernización”, que paralelamente suponía una creciente e irreversible des-indianización. De este modo, el mestizaje era una herramienta fundamental de cambio sociodemográfico; un proceso clave para alcanzar el progreso (específicamente la concepción occidental moderna de progreso como sobreproducción de bienes materiales). Pero, desde la concepción de Gamio, el mestizaje también significaba la transformación-erradicación de la mayoría de las prácticas, tradiciones y actividades de los modos de vida indígenas, cambios que se manifestaban en múltiples niveles: fenotipo-biológicos, étnicos, culturales, lingüísticos, sociopolíticos y económicos.
Esta múltiple concepción del mestizaje -como unión desigual de grupos étnicos diferentes y como fusión inequitativa y parcial de distintas prácticas, actividades, tradiciones y modos de vida- volvió a reiterarla hacia el final de Hacia un México nuevo…,71 y una vez más el mestizaje surgió como un amplio proceso de transformación desigual y selectivo que llevaría a la realización de la patria mexicana, mediante la unificación/uniformación:
La naturaleza, más sensata que unos [los indianófobos] y que otros [los indianófilos], señaló desde que se inició la Conquista, cuál es el único método lógico [el mestizaje] para homogeneizar a nuestra población. Este consiste, por una parte, en efectuar el mestizaje o mezcla de blancos e indígenas y, por otra parte, en fundir armónicamente con la civilización de tipo occidental, las características utilizables de la decadente cultura indígena y substituir otras por las modernas, es decir, formar una civilización mixta de carácter propiamente nacional.72
No deja de tener cierto carácter paradójico e incluso contradictorio, el hecho de que Gamio -con el afán de intensificar un proceso de homogeneización que redujera la diversidad étnico cultural (principalmente indígena) en aras de intensificar una identidad nacional unitaria y estandarizada con un carácter hegemónico-, recurriera y sugiriera la idea de traer a México a grupos de extranjeros (occidentales), pero con la intención de integrarse; es decir, su intención de limar la diversidad trayendo grupos externos y culturalmente diferentes. La respuesta quizá radica en que para este antropólogo -como para otros intelectuales al servicio del Estado- por el hecho de venir de Occidente (Europa, Estados Unidos, Canadá) y de ser originarios de sociedades capitalistas urbanas y altamente industrializadas estos grupos eran agentes que traerían consigo la modernidad.
Por otro lado, esta idea no fue originalmente de Gamio, sino que procedía de una larga genealogía conceptual (de intelectuales relacionados con el poder y vinculados a las ideas del mestizaje). Por ejemplo, ya desde la segunda mitad del siglo XIX, Justo Sierra, en La evolución política del pueblo mexicano (1869), había sugerido la idea de traer a México “inmigrantes de sangre europea”73 como una de las vías -junto con la educación escolarizada- con el fin de producir el cambio que llevaría a “crear, en suma, el alma nacional”.74 En Sierra, como en menor medida en Gamio, había también una lectura que denostaba la diferencia sociocultural indígena. Para entender a cabalidad de qué manera se construía esa visión de la heterogeneidad étnico demográfica en Gamio, es preciso analizar el tipo de civilización que se asociaba a cada grupo social y cómo eran caracterizadas.
Del anacronismo premoderno a la modernidad: una lectura evolucionista cultural
En Hacia un México nuevo…, para Gamio no había aún un tipo único de civilización o cultura, sino que se presentaba un amplio abanico en el cual, dependiendo del grupo sociodemográfico, se daban cita diversos “grados o etapas de civilización” que comprendían “la evolución humana [en su totalidad], desde los grupos inferiores de carácter prehistórico, hasta la de los grupos superiores de cultura moderna y avanzada, que integran minorías sociales y principalmente urbanas”.75
No obstante, y para fines científicos y de política indigenista, Gamio elaboró una sintética taxonomía tripartita de acuerdo con criterios geográfico-espaciales y de producción cultural76 -enfatizando principalmente la cultura material-: en la parte inicial y más baja de la escala estaba la “población de cultura anacrónica y deficiente”,77 la cual, se componía de los grupos indígenas -sobre todo los nómadas, como los seris-, quienes vivían en regiones geográficamente aisladas y representaban entre seis y diez por ciento de la población.78 De acuerdo con Gamio, gran parte de los objetos materiales usados por estos grupos eran del mismo tipo “que los que usaban sus ancestros aborígenes antes de la Conquista”; su utilidad, con excepción de los objetos de arte, era “incomparablemente inferior a la de los [… ] de la cultura o civilización moderna”.79
El segundo grupo correspondía a la “población de tipo intermedio”, conformada por indígenas y mestizos que residían en comunidades, rancherías, pueblos y las zonas costeras. A decir de Gamio, estos grupos comprendían 75 por ciento de la población y presentaban “diversos niveles de evolución cultural”;80 asimismo tenían una producción material mixta y diversa de objetos de los grupos sociales de cultura moderna en coexistencia con elementos de cultura material de los colectivos de cultura anacrónica y deficiente -previamente descritos.
Por último, y en la parte superior de la escala ideada por Gamio, estaba la “población de cultura moderna”, constituida por una minoría -18 por ciento o menos de la población de México-, que habitaba fundamentalmente en la capital del país y en algunas ciudades de importancia; el antropólogo asumía que la gran mayoría de la población originaria de las ciudades tenía ascendencia europea.81 Este grupo sociodemográfico se caracterizaba por la utilización prioritaria y fundamental de:
[…] objetos [modernos] originalmente extranjeros, los cuales son producidos en el país o bien importados y difieren o son superiores a los similares de origen indígena, por ser de mejor calidad y presentar mayor utilidad, como se comprueba comparando el zapato con el huarache, el metate con el molino, el malacate hilar con la hilandera de rueda, la flecha con el rifle, etc.82
Gamio concluía que una gran parte de la población -correspondiente a los dos primeros grupos y que abarcaba más de 12 millones de personas- tenía condiciones materiales de vida precarias o semi-precarias, lo que explicaba la “anormalidad de su desarrollo” en diversos ámbitos (altos índices de mortalidad y desnutrición, dos de los más graves). Frente a este panorama, propuso varias medidas generales. Una de ellas fue elevar la situación económica de la mayoría de la población -especialmente de los indígenas-; Otra, especialmente importante y urgente, “elevar su nivel cultural material”, lo que significaba, en términos de su esquema: “substituir las actividades y los objetos deficientes que forman su cultura material [de los grupos indígenas y gran parte de los mestizos con un significativo modo de vida e influencia indígena], por los más útiles y eficaces de la cultura moderna”;83 finalmente -y quizás una de las acciones a las que Gamio otorgó mayor importancia y peso- apresurar y consolidar la conformación del mestizaje como mecanismo para acelerar el camino a la homogenización de los grupos sociodemográficos del país; para ello se requería -según él- un incremento sustantivo del número de extranjeros occidentales del viejo continente en México y crear las condiciones propicias para que se “mezclaran” con los indígenas.84
En Gamio, como en buena parte de los intelectuales oficiales de los regímenes posrevolucionarios (Sáenz, Vasconcelos, entre otros), la historia del país tenía una finalidad y debía orientarse únicamente hacia dos rumbos precisos: 1) la noción de progreso -según Occidente: Europa del oeste, Estados Unidos y Canadá- y 2) su contraparte y generatriz, la modernidad y las dinámicas de modernización. Desde este punto de vista, “la modernidad” era asociada a múltiples procesos que era indispensable fomentar en México con el fin de alcanzar un bienestar generalizado: conocimientos científicos, desarrollos y avances tecnológicos, industrialización, incremento de la producción, urbanización, educación escolarizada, medicina alópata, por citar los principales.
Gamio, entre la antropología, la política y el poder
A semejanza de Forjando Patria… -y su simpatía con el carrancismo-, La Población del Valle de Teotihuacán -en el marco de su filiación con el gobierno de Obregón- y Consideraciones sobre el problema indígena -en la presidencia de Miguel Alemán-, Hacia un México nuevo… se publicó sobre la base de las complejas y co-dependientes relaciones entre la antropología, la ideología y la política. Esto tuvo por fundamento la abierta cercanía de Gamio con el cardenismo, así como la conveniente y certera articulación entre los postulados integracionistas de las ideas nacionalistas del antropólogo y el proceso de construcción de un Estado nacional homogéneo y culturalmente tendiente a la uniformidad, proyecto que intentó llevar a cabo, entre otros gobiernos posrevolucionarios, el régimen cardenista.
La vida profesional de Gamio -como académico y funcionario público, particularmente, en el caso de Hacia un México nuevo…- mostró la experiencia de uno de los intelectuales trans-sexenales de la primera mitad del siglo XX que manifestaba la ambivalente situación de una antropología en vías de profesionalización y al servicio del Estado mexicano y como instrumento oficial de resolución de problemas e instauración de políticas de orden étnico-cultural de corte homogeneizador y hegemónico; reforzando la idea más general y en boga durante esa época del Estado-nacional como el principal agente -institución- ordenador y estructurador de la vida social y regulador/modificador de las prácticas y actividades de los diversos grupos socioculturales que habitaban bajo un territorio determinado administrativa, jurídica y geopolíticamente por la circunscripción geográfica espacial que abarcaba el Estado mexicano en la década de 1930. En este sentido y en concordancia con algunos planteamientos críticos de Robert Jaulin y Pierre Clastres en torno a los procesos de etnocidio (como aniquilación de las formas de existencia sociocultural no occidentales) característicos de las dinámicas de formación y consolidación de los Estados,85 para Gamio el Estado-nacional mexicano (en su tendencia por consolidarse como participe y representante de la modernidad capitalista) fungiría como un administrador-homogeneizador -deteriorador- de las diferencias socioculturales de los variados grupos sociodemográficos y étnicos que componían México, todo esto en aras de forjar -desde su postura nacionalista- una identidad nacional unitaria y hegemónica, donde tendrían preponderancia los elementos occidentales modernos (la ciencia, la tecnología).
El resurgimiento del programa integracionista en Hacia un México nuevo… fue parte de los esfuerzos de Gamio para contribuir con la política cardenista en materia de indigenismo y robustecer esta tendencia -y la de otros regímenes posrevolucionarios- para la transformación de los indígenas y sus comunidades rurales en campesinos con economías agrícolas, tecnificadas e industrializadas, altamente productivas y orientadas a la venta de las cosechas en el mercado interno, en el marco de la consolidación de una economía capitalista fomentada por el Estado mexicano. La idea era avanzar progresiva, sistemática y velozmente de pequeñas economías agrícolas comunitarias de autoconsumo a la conformación y posteriormente consolidación- de una agricultura mercantil con una fuerte presencia en el mercado nacional interno. Este proceso de transformación no sólo se restringía al rubro económico -especialmente a las actividades productivas-, también abarcaba otros órdenes de la existencia social de los grupos étnicos: educación escolarizada; medicina alópata; religión; explotación de otros recursos naturales; producción, distribución y venta de objetos de cultura material -especialmente las artesanías y el arte utilitario y decorativo-, entre otros.
Así, estos proyectos de cambio social y cultural -el indigenismo y las políticas agrarias y rurales- que el Estado desplegó sobre los indígenas fueron ideados por las élites intelectuales y los funcionarios gubernamentales -entre los que estaba Gamio- de manera unilateral y sin incluir en su diseño y operación a los grupos étnicos y su experiencia como sujetos históricos con diversas formas e historias de organización, acción y resistencia. Los indígenas, en tanto sujetos históricos con una experiencia de siglos oponiéndose a la opresión y con procesos propios en la compleja historia de México, fueron representados por los agentes del Estado como actores sociales desdibujados y disminuidos, incapaces de modificar por sí mismos sus condiciones de vida.
Si bien es cierto que el reparto agrario y ciertas acciones en materia de educación rural trajeron beneficios innegables a los grupos étnicos, no obstante, desde la lectura a contrapelo de Walter Benjamin de los bienes de una época como objetos de cultura (para unos) y como objetos de barbarie (para otros),86 todo este aparente ejercicio de un proyecto civilizador y modernizador de la política indigenista implicó de facto una fuerte tendencia de imposición y violencia en distintos niveles hacía las tradiciones, modos de vida y prácticas culturales de los indígenas. Estos proyectos “civilizadores/culturizadores/modernizadores” del Estado, desde la perspectiva ideológica de los individuos que los diseñaron y llevaron a cabo -entre ellos Gamio-, se percibieron como la única vía para la conformación de la nación mexicana. Sin embargo, también fue cierto que probablemente tuvieron una lectura radicalmente distinta por parte de los grupos indígenas, para quienes los procesos de homogenización cultural y formación de una identidad nacional unificada y generalizada implicaron agresivas dinámicas de “des-indianización” y severas transformaciones -e incluso erradicación- de sus múltiples prácticas socioculturales.
Conjeturas finales. Gamio: encrucijada entre el nacionalismo, el Estado y la antropología
Dentro del marco de los estudios acerca de la política indigenista y la historia de la antropología mexicana,87 en este artículo se pretende evidenciar las intrincadas y complejas relaciones que se dieron entre algunas instituciones y programas de la antropología aplicada en México (el DAAI), ciertos intelectuales (en este caso Gamio), y el poder político y el Estado mexicano posrevolucionario.
Para el Estado y para Gamio -tanto en Hacia un México nuevo… como en sus otras obras emblemáticas- los indígenas eran concebidos como motivo y depositarios de estas políticas indigenistas; más que como grupos con derechos sociales postergados y estructuralmente excluidos, eran vistos como sujetos atrasados y pasivos (cosificados) propensos a ser modernizados por parte de las instituciones del Estado mexicano posrevolucionario de la primera mitad del siglo XX.
Desde el punto de vista oficial y de Gamio, estas políticas tenían como fin convertir a los indígenas en campesinos con modernas economías agrícolas mercantiles; en términos políticos, la intención era transformar a los miembros de los grupos étnicos en individuos y ciudadanos con una fuerte y emotiva relación de filiación hacía el Estado; finalmente, el propósito era “integrarlos” a la cultura homogénea y hegemónica que se estaba elaborando desde los espacios y estructuras de la oficialidad y sobre la cual se pretendía sustentar la identidad nacional.
Hacia un México nuevo…, así como Forjando Patria… y La población del valle de Teotihuacán fueron un importante antecedente de las diversas propuestas y programas en materia de política indigenista que Gamio llevó a cabo durante el largo periodo que estuvo al frente del Instituto Indigenista Interamericano (III) (1942-1960), y del cual la obra Consideraciones sobre el problema indígena fue un primer recuento. Como puede apreciarse a lo largo de sus obras más destacadas, el de Gamio fue un pensamiento que, si bien presentó diversos cambios y tomó distintos derroteros, mostró continuidad en la mayoría de las ideas centrales en torno a los grupos indígenas y a las políticas estatales hacia estos colectivos étnicos (el indigenismo); sin duda, las reflexiones -y acciones- de integración y fusión de elementos culturales fueron una constante en su vida académica y como funcionario público.
Asimismo, cabe señalar que, aunque en Gamio hubo una innegable preocupación por los grupos étnicos (el afán de que tuvieran una vida material e intelectual digna, pero sobre todo que se “integraran” a la nación mexicana en formación), también fue cierto que tuvo algunas ideas difíciles de conciliar entre sí. Una de las reflexiones más polémicas de este antropólogo fue la afirmación de la inexistencia de procesos de discriminación racial en la historia de México por parte de los grupos hispano-occidentales y sus posteriores descendientes en México. Para él, el racismo de los grupos de origen europeo hacia los indígenas no sólo no era un factor clave para explicar las condiciones de explotación y marginación de los indígenas, sino que además era irreal. No obstante -y en algo difícil de articular con su inmediata y previa negación del racismo- habló en ocasiones de la servidumbre a la cual estuvieron sometidos los indígenas,88 así como de los procesos de explotación y subordinación a los que estuvieron sujetos por siglos estos grupos.
Debido a la influencia del particularismo histórico y el culturalismo estadounidense durante su formación antropológica en Columbia con Franz Boas (1909-1911),89 Gamio no fue un partidario de un evolucionismo racista que aseveraba la inferioridad de ciertos grupos humanos respecto a otros -manifestación explicita de la idea de la superioridad del hombre blanco europeo y estadounidense occidental-. En este sentido, este antropólogo se demarcó en cierta manera de los procesos de exclusión biodeterministas basados en el color de la piel, el fenotipo y la constitución física, propios de la ciencia positivista occidental -en su versión comtiana y spenceriana- y de las versiones más difundidas del evolucionismo.
Siguiendo a Boas, consideraba que los indígenas tenían iguales capacidades que cualquier otro grupo humano;90 ya desde 1916, en Forjando Patria…, asentó estas ideas al afirmar: “Naturalmente que ni unos ni otros están en lo justo. El indio tiene iguales aptitudes para el progreso que el blanco; no es ni superior, ni inferior a él”.91 Para Gamio, desde el planteamiento boasiano, ni el color de la piel, ni la constitución corporal, eran fundamentos para clasificar a los grupos humanos como inferiores o superiores. No obstante, sí era partidario de un esquema de clasificación de los grupos según el tipo de civilización y el grado de “eficiencia” que ésta tuviera; de alguna manera, esto puede leerse como una suerte de evolucionismo cultural, caracterizado por una visión unívoca, mecánica, acumulativa y ascendente del devenir humano y lo que debería ser su bienestar y las condiciones de vida óptimas.
Según su lectura de la historia, la civilización más “avanzada” y “eficiente” era el conjunto de las sociedades modernas occidentales, cuyos representantes apoteósicos eran los Estados nacionales capitalistas industrializados de Europa y Estados Unidos, pues representaba la manifestación de “el progreso” que se basaba en dos fuertes ejes: 1) el ejercicio del conocimiento científico y el constante desarrollo tecnológico, y 2) una creciente e incesante producción de bienes materiales.92 No obstante, en el ejercicio de ubicar el pensamiento de Gamio en Hacia un México nuevo… en su coyuntura histórica, es preciso mencionar que es excesivo querer medir y cotejar su indigenismo en referencia a los modelos de inclusión multicultural y pluricultural -modernas elaboraciones que corresponden a periodos históricos posteriores-. En cambio, en tanto heredero del culturalismo boasiano que pregonaba la igualdad entre las razas y como crítico del racismo pseudo-científico, debate, argumenta y rebate con las ideas dominantes en ciertas élites sociopolíticas del México del siglo XIX y principios del XX, según las cuales “los indios vivos” tendrían que desaparecer en aras de alcanzar la modernidad.93
En este tenor, el pensamiento de Gamio significó un abierto distanciamiento de esta forma de ver y tratar a los grupos indígenas; su quehacer profesional y sus ideas representan una significativa “vuelta de tuerca” respecto a las ideas y políticas indigenistas del Porfiriato y principios del siglo XX. De hecho, el indigenismo que emergió de la Revolución mexicana, y del que Gamio fue uno de los principales ideólogos y artífices, sostenía como uno de sus ejes rectores que los grupos y colectivos indígenas tenían las capacidades y debían integrarse a la construcción del proyecto nacional y, de este modo, colaborar en el desarrollo del país. Al respecto, Aguirre Beltrán señaló que Gamio fue quien inauguró, en el siglo XX, con el estudio de la población de Teotihuacán, los estudios e investigaciones científicos y de carácter aplicado en torno a los grupos indígenas en México, con la idea de contribuir al desarrollo del país.94
Ahora, si bien Gamio tenía una genuina y profunda preocupación por la mejoría de las condiciones de vida de los indígenas del país, también fue claro que su programa integracionista estuvo al servicio del Estado nacional posrevolucionario y su política de homogeneización étnico-cultural, en la cual, velada o implícitamente, se imponía a todos los miembros del país ciertos componentes hispánicos95 y modernos occidentales, como parte de los núcleos centrales que caracterizarían a una identidad hegemónica y unitaria, diseñada e instrumentalizada por el Estado mexicano, sus instituciones y sus élites intelectuales y políticas.
En este sentido, no obstante sus novedosos planteamientos y su enorme iniciativa personal en favor del mejoramiento de la existencia material de los indígenas mediante la dotación de los servicios médicos y educativos, entre otros, no puede omitirse que Gamio fue parte de las estrategias, políticas y acciones de diversos regímenes posrevolucionarios.
Además, fuera de algunos señalamientos y sugerencias en ciertas circunstancias -como la crítica a Calles a inicios del cardenismo en Hacia un México nuevo…-,96 este antropólogo no mostró una postura abiertamente crítica y de distancia con el poder político, aunque sí señaló reiteradamente la precariedad de las condiciones de vida de los indígenas. En cierto sentido puede sugerirse la reflexión de que quizá fue también utilizado como una pieza clave por parte de los Estados posrevolucionarios -particularmente en este caso en el régimen cardenista- para apuntalar programas y acciones indigenistas (desde la perspectiva bastante limitada y unívoca de lo que para las instituciones oficiales eran los indígenas y hacía donde tendrían que dirigirse). Siguiendo a Walter Benjamin en la Tesis sobre la historia… respecto al planteamiento crítico hacia el historiador historicista (tesis 6), puede considerarse o formular la conjetura -sujeta a una investigación mucho más profunda y detallada, fundada en suficientes evidencias histórico documentales- de que Gamio, así como fue beneficiado por su cercanía y relaciones con ciertos círculos del poder estatal,97 también fue un instrumento de las clases políticas dominantes;98 así como hubo y hay ejemplos de ejercicios historiográficos de carácter oficial, la ciencia social aplicada de Gamio también presenta afinidades, vinculaciones y dependencias con la postura oficial del Estado.