Las fronteras constituyen, quizá, una de las metáforas más elocuentes para hablar de las parado jas de la modernidad. Aduanas, puertas y puentes han simbolizado el advenimiento de tiempos de idas y vueltas de ideas y mercancías, de intercomunicación recíproca y de complejos tomas y dacas entre todos los hombres “modernos” más allá de las fronteras naturales. Sin embargo, “las puertas” de los estados-nación -como las de casa- han sido y son celosamente trazadas, custodiadas, defendidas y expandidas tras intensas y despiadadas guerras siempre justificadas con espurias plusvalías simbólicas. Desde hace unas décadas se apuntan aparentes desmantelamientos o desvanecimientos de esos marcos construidos por los estados según la acentuada preponderancia de algunas lógicas de relacionamiento transnacionales, de redes globales y fragmentaciones de las totalidades homogéneas, pero los límites geopolíticos aparecen con renombrada actualidad como escenarios en y de disputas por “sólidas” delimitaciones que expresan reales reordenamientos y redefiniciones de los vínculos entre múltiples actores locales, regionales, nacionales e internacionales.
Precisamente, Daniel Villafuerte Solís ha centrado sus agudos análisis en una de las puertas que más ambiguas promesas y crudas realidades suscita por resumir los anclajes y las fugas de la nueva era de la globalización, a saber: la frontera sur de México. Propone al lector un texto interesado por el sur desde aquello que lo diferencia y lo constituye en sus múltiples rostros y su acelerada dinámica como consecuencia de las políticas puestas en práctica con los acuerdos internacionales firmados por México y los países de la región. Entonces, la frontera sur, más que un estrecho y ficticio límite político-administrativo, es un espacio estratégico para los proyectos de integración regionales porque es la profunda y verdadera frontera del desarrollo mexicano y de toda Centroamérica.
A lo largo de 11 apartados escritos con mucha claridad, se contrastan la riqueza natural y cultural de la región, las consecuencias de la inmiseración de sus habitantes y las potencialidades abiertas con los planes, iniciativas y programas implementados por los gobiernos mexicano y centroamericanos durante la década de 1990 para sincronizar sus proyectos económicos, así como de los mecanismos de concertación por éstos estipulados para dar pasos hacia una planeada integración continental en el marco de la Iniciativa para las Américas promovida y liderada por Estados Unidos de América (EUA) y de la proyectada Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) bajo la que aquella pretende concretarse para enganchar o conectar a la región. Todo en perfecta coherencia con los principios de la globalización fijados en el Consenso de Washington bajo el fundamentalismo del mercado.
De manera que al profundizar en la dimensión socioeconómica, no se pierde de vista el contexto mundial de hegemonía unipolar del vecino del norte y los temas que éste impulsa para la “certificación” de países y regiones en relación con las grandes preocupaciones de la seguridad hemisférica: el terrorismo, el tráfico de drogas y los flujos migratorios. Además de las exigencias para “unificar criterios” y resolver “problemas políticos” como la liberalización de la economía, la democratización de los regímenes políticos y la erradicación de la violencia para garantizar la estabilidad prometida en la “nueva era de las Américas.”
Villafuerte se centra en la redefinición de las reglas de juego de la globalización en el área centroamericana, revelando sus dimensiones económicas y políticas y subrayando que detrás de los tratados bilaterales y del Plan Puebla-Panamá (PPP), en tanto “...una iniciativa política revestida de plan económico...” (p.166), están los primeros efectos del ALCA, sus mitos y realidades. Se interroga sobre cuáles son las preocupaciones reales de EUA en el área y las define como, en resumen: el aprovechamiento de los recursos estratégicos (energéticos y biodiversidad), el control del tráfico de armas, drogas y del flujo migratorio y, en el fondo, la desactivación del conflicto neozapatista. De manera que la región y, en particular, Chiapas son de suma significación estratégica como “bisagra” para EUA y sus proyecciones geopolíticas. Sin duda, la centralidad del área para la Casa Blanca se visualiza como contrapeso de los gobiernos que definen el eje disidente del Atlántico que incluye desde Argentina, Brasil y Venezuela hasta la bloqueada Cuba. Mientras tanto, el eje del Pacífico que va desde México hasta Chile, es medular para contrarrestar a los gobiernos de izquierda de corte populista o carismático y, por qué no, probables golpes de estado de difícil legitimidad internacional que pongan en peligro o retarden la concreción del “Destino Manifiesto.”
Para construir una visión de Centroamérica y de su inserción en la reproducción planetaria del capitalismo, se parte de las ideas de autores como Braudel y Wallerstein sobre la economía-mundo y el sistema mundial. Así da cuenta de la división internacional del trabajo que establece especializaciones productivas y laborales que jerarquizan las relaciones internacionales y plantean la dinámica perversa del capitalismo tardío de inclusión y exclusión en grandes bloques económicos, es decir, integración e interconexión para unos y fragmentación o desconexión para otros vulnerables a las crisis o en permanente crisis. Muy sugerente es constatar en el texto que el manejo de escalas y tiempos diversos permite hablar de varios rostros o regiones de la frontera sur cuya diversidad no puede reducirse si bien constituyen un espacio de relaciones históricas donde son palpables continuidades y rupturas que se definen en relación con los cambios en la configuración del entorno internacional. Esta dinámica de los procesos fronterizos tejida entre la pluralidad y la unicidad de situaciones, es la que se pretende resolver discursivamente con el proyecto de fundar una identidad regional, mesoamericana. De manera que para trascender los localismos se presupone que la integración comercial contribuirá a la unificación de mercados y cultura a partir, en primera instancia, de las grandes infraestructuras de comunicación (autopistas, corredores marítimos, telefonía y televisión), los flujos financieros y hasta de iniciativas donde participan distintos organismos internacionales como la del Corredor Biológico Mesoamericano para mantener la biodiversidad regional.
El PPP como estrategia de desarrollo regional propone, en particular, moderar las oleadas migratorias, garantizar suministros de energías y atenuar la pobreza asegurando empleos a través de la inversión productiva. Es decir, que más que un interés real por la esfera económica se trata de un programa político: “...por una parte, compensar y enganchar al tren de la globalización al sur de México -así sea en el vagón trasero- y, por otra, subsanar en algún grado la falta de reconocimiento de las asimetrías en la firma de los acuerdos comerciales con los países centroamericanos, y de manera particular con los que conforman el llamado Triángulo del Norte” (p. 166). El área interesa en tanto ruta estratégica por su posición geográfica, biodiversidad y riqueza energética. También, como zona de contención de las “nuevas clases peligrosas” de trasgresores, es decir: terroristas, traficantes ilegales de personas, drogas o mercancías o grupos culturalmente peligrosos como las “maras”. Queda claro que servir de ruta, contención, espacio de reproducción del capital transnacional o reserva de fuentes de energía, no supone salvar los problemas estructurales de la región que, además, no han sido contemplados en la lógica del desarrollo en forma de capas o acciones que supone el PPP: a) infraestructura física en los tres ejes estratégicos -Golfo, Pacífico e istmo de Tehuantepec-, b) desarrollo humano -salud y educación- y c) reducción de impactos ambientales.
El nuevo modelo económico basado en la maquila, el turismo, las remesas y las exportaciones agrícolas no tradicionales, supone cambios estructurales en las relaciones entre la economía mercantilizada in extremis, la sociedad y el estado que acentúan la dependencia exterior. Por ejemplo, el dinamismo de las maquilas se opera según la lógica de las condiciones favorables de rentabilidad a partir de mano de obra barata y de fuertes estímulos fiscales a cambio de competitividad y empleo. De ahí la fuerte pugna entre los propios países de la región, su vulnerabilidad ante los contextos económicos recesivos, cierta cooptación de los estados y sus debilidades ante las amenazas de fuga de capital si no se garantizan mejores tasas de ganancia con, por muestra, la exención de impuestos sobre la renta. Los países de la región compiten por la relocalización de las empresas maquiladoras: Honduras y El Salvador abren sus puertas sin trabas y Guatemala no puede hacer otra cosa sino sumarse en la misma lógica de sus vecinos. De modo que los límites de la maquilización del sureste quedan explícitos en cuanto a la flexibilidad exigida por las transnacionales para el manejo de inversiones y ganancias y, además, al tiempo requerido para su implementación y el monto de los recursos requeridos para las infraestructuras imprescindibles que garanticen mejores condiciones.
Esta dualidad pécora está también presente en la cuestión migratoria. Por una parte, los gobiernos fortalecen sus controles migratorios para cumplir sus compromisos internacionales y, en particular, el llamado Plan Sur, puesto en práctica por el gobierno mexicano, constituye una cacería de migrantes y contribuye a la militarización de la frontera. Y por otra, reconocen el vigoroso e imprescindible papel que juegan en las economías nacionales las remesas de los inmigrantes radicados fundamentalmente en EUA e, incluso, estudian proyectos en la vida política nacional, manejándolos como clientelas políticas y avanzan en constituirse en su representación ante las autoridades norteamericanas para defender sus derechos humanos y sus derechos de ciudadanía. Consecuencia perversa: es necesario regular los flujos migratorios, pero no se puede prescindir de los flujos de remesas, porque constituyen la principal fuente de divisas que estimula el consumo interno sin contraprestaciones.
Manejando una capacidad sorprendente para vincular discusiones generales con situaciones particulares, Villafuerte introduce una rica discusión sobre la crisis de productos emblemáticos del modelo tradicional de agroexportación: el café y el banano. La situación de estos dos productos básicos ilustra la vulnerabilidad de las economías de la región a merced de la inestabilidad a la baja de los precios del mercado internacional lo que se traduce en desequilibrios económicos y políticos porque no sólo se trata de pérdidas de ingresos en divisas para la economía nacional sino, para los productores, cuya precarización galopante los lleva a cambiar sus estrategias productivas o a abandonar el campo. En este contexto los intentos de diversificación productiva, a partir de productos no convencionales, se han visto amenazados por la falta de financiamiento, transporte y rutas directas hacia el mercado europeo. Sin duda, una reconversión agrícola como la que se ha proyectado, supone altos costos para los productores y requiere un fuerte apoyo y compromiso de los gobiernos.
Al mismo tiempo, las posibilidades reales de éstos para enfrentar los obstáculos estructurales pasan por conseguir financiamiento en dependencia básicamente de su capacidad de endeudamiento. A los compromisos contraídos por la deuda externa, la crisis fiscal, la balanza comercial desfavorable (fuerte dependencia de bienes intermedios como manufacturas, bienes de capital y de consumo), al atraso industrial y la contracción del mercado interno por la pobreza, hay que sumar las fuertes medidas de ajuste, los saneamientos o las higienizaciones financieras para, una vez lograda la disciplina del gasto, poder negociar acuerdos con el aval de organismos internacionales como el FMI. Para Villafuerte, la falta de financiamiento y el problema de la inversión son los “pies de barro” del PPP. Estas situaciones y un análisis responsable de los costos de las políticas neoliberales para Latinoamérica seguro conducen a los promotores de la Iniciativa para las Américas a recomponer el ALCA tal cual hoy se presenta. De hecho, dada la presión social, al PPP le ha dado un perfil discursivo más humano al contemplar mecanismos de información, consulta y participación de la población e indicadores de desarrollo agropecuario, social y cultural en el marco de un proyecto que definen como incluyente.
Al describir las vicisitudes, expectativas y desencantos de los procesos de negociación de los Tratados de Libre Comercio con los países de América Central, hay una fuerte crítica al papel de México en tanto hegemon regional que negocia con los pequeños países vecinos desde una posición de superioridad económica y política que reproduce la estrategia norteamericana de centro-radio, merma las posibilidades de una cooperación real para el desarrollo y aprovecha sus urgencias de reinserción económica a un mundo de competencia para expandir su comercio prohibiendo subsidios a la exportación y restringiendo la ayuda alimentaria sin descuidar, en particular, la protección de la industria automotriz y del sector agropecuario.
Los análisis del trazado de los pactos regionales resumen las críticas formuladas a los mecanismos utilizados en esta era de tratados para asegurar mercados capaces de garantizar la reproducción del capital transnacional más allá de las preocupaciones por las asimetrías, la protección del medio ambiente y el establecimiento de estándares laborales. La escasa referencia a temas ecológicos, sociales y migratorios o su tratamiento parcial e introductorio en términos de voluntad general, hacen evidente la sincronización de los países del área en términos políticos y económicos. Ausentes en las discusiones están la política cultural, las cuestiones relativas al mercado laboral y a la revalorización del factor trabajo, así como la contemplación de mecanismos para evaluar los costos de las políticas y corregir sus efectos no deseados o imprevistos.
Precisamente, muchos economistas y políticos subrayan que un obstáculo para los planes integracionistas es la falta de complementariedad de las débiles estructuras económicas de la región, puesto que se basan en la exportación de productos primarios y manufacturados, sujetados al vaivén de los precios internacionales controlados por oligarquías y empresas del agronegocio. Las balanzas comerciales entre los países de la región son desfavorables y, por ejemplo, las asimetrías en materia comercial entre éstos y México, crecen en relación de 1 a 6 dólares a favor del último, ya que exporta productos industrializados aprovechando su competitividad en la zona frente al proteccionismo norteamericano y el dumping social. Todo indica que la desregulación y la apertura comercial frente a un socio con una economía 20 veces mayor que todas ellas en su conjunto, pone en peligro las estructuras productivas de estos países y hace dudar de la posibilidad de producir sinergias.
En particular, Chiapas y Guatemala constituyen la región más dinámica y compleja de la frontera sur. Ambas, tienen estructuras rurales donde la inseguridad y la vulnerabilidad de sus poblaciones por el deterioro de la calidad y de las condiciones de vida y la profundización de la pobreza del campo, las colocan al borde de conflictos sociales y, a los sectores sociales más desprotegidos en medio de flujos migratorios incontenibles. De manera que se erigen, al mismo tiempo, como un “factor de integración” y un “ingrediente crítico”.
Al centrar la discusión sobre Chiapas, las cuestiones de fondo se revelan en relación con la política interior del Estado mexicano que, lejos de operar como mecanismo integrador de las regiones del país, ha polarizado el desarrollo. De hecho, los efectos del TLCAM son evaluados como devastadores en cuanto a los niveles de empleo y subempleo por la falta de inversión extranjera y como consecuencia de políticas agrarias que han dejado a merced del mercado internacional a productos sensibles para la seguridad alimentaria como el maíz. En este punto se esboza una sugerente comparación entre la frontera norte y la frontera sur, donde se cotejan datos y lecturas para ilustrar las abismales diferencias sobre las contribuciones al PIB nacional, los indicadores de población ocupada, de pobreza, de ingresos y educación, así como la importancia del sur en cuanto a sus recursos naturales, la contribución en alimentos y materias primas y los recursos culturales. Este repaso de las diferencias entre el norte y sur de México, como dos grandes regiones, contribuye a profundizar en el conocimiento de la polarización del desarrollo regional y promueve la realización de un estudio particularizado, crítico y profundo de esas diferencias estructurales donde se inscriben los problemas y los factores que forman el círculo vicioso del subdesarrollo. Dicho estudio requiere poner en perspectiva histórica cómo las políticas públicas han constituido esas diferencias entre ambas fronteras y contribuido a su reproducción en el tiempo en relación con la actuación de grupos de poder, redes caciquiles y los gobiernos locales.
Tales análisis, sin confundir “la forma con el fondo”, son imprescindibles en la formulación de políticas y en la evaluación crítica de las implementadas en tanto medidas insuficientes y hasta contraproducentes del Gobierno federal, en cuanto a un desarrollo real del país que reduzca las desigualdades regionales, los problemas sociales del desarrollo y revierta la tendencia a hacer del Sur una despensa de materias primas, alimentos y energéticos, convirtiéndola en una región productiva a partir de sus propias potencialidades y no simplemente de inversiones privadas. El autor subraya un aspecto medular, que requiere otro profundo estudio, relacionado con el papel “timorato” de las burguesías que carecen de proyectos nacionales y de las oligarquías que están en crisis como el viejo modelo agrario-exportador de productos básicos. A estas alturas las elites nacionales y regionales no parecen tener proyectos nacionalistas y su timidez indica una falta de compromiso para asumir un proyecto económico propio. Sin embargo, se requiere de una investigación que dé cuenta de cómo la parte más activa del capital nacional y regional se emparenta con el capital transnacional, no para dejarle el espacio abierto como en apariencia se cree, sino para complementarse y fundirse en la lógica extractiva y de consumismo irresponsable de su modus operandi. Las dudas mayores sobre su proyección futura recaen en los pequeños y medianos empresarios arruinados, sin participación en las negociaciones de los acuerdos, enajenados de los circuitos de reproducción del capital y disgustados con los Estados sin compromiso social, entregados a expedientes de changarros y corredores maquiladores.
A lo largo de 289 páginas que se apoyan en cuadros y citas procedentes de diversas fuentes -desde la prensa periódica hasta organismos internacionales, pasando por textos de especialistas relevantes-, el autor toma con cautela los rechazos absolutos al PPP y comenta las críticas formuladas por organizaciones de la sociedad civil y por académicos advirtiendo la posibilidad de aprovechar estas iniciativas reencausándolas a partir de fuertes compromisos sociales. Por ello, me atrevería a decir que la contribución más notable de este trabajo pasa por avanzar en la definición de las posibles alternativas de cambio, en medio de un panorama que no vacila en ver sombrío. No es el autor un optimista ciego, mas tampoco un escéptico incurable. Desde una posición que pudiera llamar de realismo crítico, polemiza con los globalifóbicos radicales que subrayan la perversión de todo y con los globalizantes que sólo ven bondades y quimeras allí donde lo falseable es un verdadero reto para el pensamiento. Sin embargo, unos y otros permanecen preocupados por el desarrollo. Las preguntas de orden son cómo lograrlo y a través de qué medios.
Adentrarse en el terreno de cómo afrontar los retos y efectos de la globalización, es el propósito de un texto preocupado por trascender la situación actual y los dilemas de la periferia. ¿Cómo ubicar las economías de estructuras predominantemente primarias en un mapa donde dominan el mercado, la apertura económica, la competencia y la eficiencia? Las respuestas no son soluciones mágicas pero indican la necesidad de identificar nichos de mercado y productos que se inserten a partir de su valor agregado como, por ejemplo, las denominaciones de origen dirigidas al mercado de la distinción; el replanteamiento del proceso de integración y, por supuesto, de los proyectos nacionales sobre la base del crecimiento y la superación de rezagos; también urge enfrentar la crisis de la pequeña y mediana industria nacional, que va quedando fuera del mercado bajo el fuerte embate de empresas transnacionales que se benefician directamente con los acuerdos y concentran el intercambio comercial; en este mismo sentido, se debe revalorizar la importancia de los actores nacionales, regionales y locales del desarrollo capaces de rearticular un tejido de eficiencia productiva e integración social.
Más allá de las euforias publicitarias que rodean a los discursos falaces sobre el desarrollo sostenible o sustentable que, no obstante, desestimulan las funciones regulatorias del estado en la economía, Villafuerte Solís insiste en otra integración posible pensando en un desarrollo de largo aliento, en un recompuesto comercio intrazonal y con EUA. El autor sugiere repensar algunas cuestiones de fondo relacionadas con una verdadera integración basada en la solidaridad más allá de las confusas delimitaciones de la región como bloque, área, comunidad o zona y resolviendo las discusiones pendientes sobre los conflictos fronterizos, de límites jurisdiccionales, aguas territoriales, etc. De hecho, estos comentarios son pertinentes cuando los recelos entre los estados se acentúan en la medida en que países como Costa Rica y México abandonan la región y miran hacia el norte o se resuelven en apariencias en vísperas de la firma del TLC con EUA:
Detrás de LA FRONTERA SUR DE MÉXICO está la preocupación por desarrollar una “economía humana” que trascienda falsos moralismos para promover una ética responsable ante la naturaleza, el hombre y sus interrelaciones. Un reconocimiento explícito de los costos de toda estrategia de desarrollo y, en consecuencia, una formulación de estrategias plausibles que los reduzcan y compensen. Sin embargo, el proyecto dominante no pretende fortalecer o proteger la economía campesina, el minifundio o las disminuidas fincas que han definido la tradicional estructura productiva, sino las etnomaquilas como estrategia para superar el rezago tecnológico y el dominio de los sectores primario y terciario. En este sentido es vital definir una estrategia para enfrentar la crisis de la cafeticultura -“el Mitch silencioso”, reactivar la actividad para generar ingresos, enfrentar los conflictos sociales y la desestabilización política. Para ello hay que superar estructuras de intermediación (el oligopolio del mercado) con el fortalecimiento de los productores en alianza con los estados para colocar su producto industrializado en los mercados. Ahora bien: ¿existe realmente voluntad y capacidad política para dar pasos adelante o hacia atrás? Según Villafuerte, el PPP debería superar cierta ideología del progreso y centrarse en la cafeticultura para lo cual sería necesario: reestructurar a fondo el sector, integrar los procesos de producción primaria con la agroindustrialización, definir áreas de alta competitividad e impulsar la calidad.
Más allá de acuerdos de libre comercio “cosméticos”, se promueve un colaboracionismo que se apoye en las potencialidades de los recursos culturales, por ejemplo, en el turismo, incorporando a las comunidades y organizaciones indígenas. La articulación a escala regional y local debe constituir una fuerza centrípeta frente a las fuerzas centrífugas de la globalización. Aunque visualiza a la economía solidaria como un proyecto alternativo, el desarrollo comunitario con base en criterios morales tiene serias restricciones en cuanto a la escala -más bien se trata de pequeños proyectos-, la subvaloración de los procesos de diferenciación social y la sobrevaloración moral de la solidaridad.
Las páginas finales del libro subrayan, si retomamos el plano interno, cómo la discusión sobre las posibilidades de desarrollo de Chiapas han enfatizado a veces en exceso el tema de las autonomías, lo étnico y el problema de los recursos naturales en su entorno ecológico, distrayendo la mirada de la formulación de un proyecto a futuro en torno a temas agrarios, económicos y sociales. Por ejemplo, la polémica sobre la pobreza ha sido escasa y no relacionada con la crisis del campo, la fuerte reducción del gasto público que supuestamente a adelgazado al estado y un proyecto económico excluyente. Lo mismo podría decirse de las investigaciones sobre las dinámicas de los principales centros urbanos y la constitución de actores con potencialidades como agentes del desarrollo.
Un problema esencial de la agenda planteada pasa, más que por la competitividad, por un nuevo pacto social que rediscuta los términos de la autonomía estatal y las competencias federales. Tal cuestión apunta a cómo reunir las fuerzas sociales en torno a un proyecto cuya meta sería el surgimiento de una verdadera trama económica que pudiera reactivar la dinámica del desarrollo. Es aquí donde cobra valor pensar en un proyecto alternativo para avanzar en un proceso de desarrollo autocentrado con el apoyo del gobierno federal, de todos los actores y por todas las vías posibles. Ello requiere abordar los problemas con una visión holística que les devuelva toda la complejidad de sus interrelaciones, así como superar el sesgo hacia lo micro, lo étnico y el territorio.
Frente a una economía y una política donde campean el mercantilismo y voluntarismo político, debe recuperarse la ética en la esfera económica, la educación liberadora y humanista que garanticen una efectiva ciudadanización. Se puede apostar por un estado participativo sobre bases pragmáticas y gerenciales. Un eje de las respuestas a la crisis donde el estado puede ser protagonista es en la política de autosuficiencia alimentaria. La cuestión de la soberanía alimentaria implica la reactivación de la economía campesina tradicional frente a la política agroalimentaria de apertura a la producción transnacional, de reducción de subsidios y de créditos cuyo ejemplo más ilustrativo es la frontera cafetalera. El diseño de las políticas públicas requiere incluir a todos los sectores y ramas de la producción, es decir, constituirse en políticas intersectoriales que promuevan una lógica verdaderamente justa e incluyente entre los sectores agropecuario, forestal, pesquero, la industria, el comercio y los servicios. Un estado con políticas públicas que tengan una visión de futuro no se centraría en la reproducción del capital y en la mercantilización de las relaciones sociales sino en el crecimiento, el desarrollo económico con contenido social donde todos los sectores -mercantil, estatal, comunitario y familiar- se complementen bajo el principio de la corresponsabilidad.
Ante los procesos abiertos, las incertidumbres pueden ser desconcertantes. Sin embargo, la lectura de este libro nos lleva a comprender que el mundo del trabajo, su precarización e informalización actual, es central no sólo por su alcance para garantizar ingresos mínimos capaces de asegurar el acceso a los alimentos básicos y la reproducción de la fuerza de trabajo, sino su altísima importancia para promover la integración social, así como para asegurar vínculos estables y sustentables. Siguiendo a Robert Castell, las posibilidades de reducir los altos índices de marginación y la vulnerabilidad de cada vez más grandes grupos de la población, pasa de manera ineludible por la capacidad de promover relaciones sociales desde el mundo del trabajo puesto que, si de verdad se quiere invertir en capital humano como se repite insistente y demagógicamente, se requiere generar empleos dignos para salir de la desafiliación de las personas y engrandecer el capital social. Es aquí donde la discusión revela el carácter sustantivo de cualquier política de cambios realmente comprometida con superar la “desesperación acumulada”, promover el bienestar humano y remover la génesis de muchos problemas de la “contaminante”, “desarticulada” y reconfigurada última frontera.