Emanado de un foro con un nombre similar: Movimiento indígena: resistencia y proyecto alternativo celebrado en la Ciudad de México en el año de 2003, pero sin ser una memoria, este libro presenta trabajos que reúnen a académicos y a dirigentes indígenas de ambos sexos. Bolivia, Ecuador y México son los países en los que se centra el volumen, asimismo retoma experiencias de Guatemala, Perú, Chile y Colombia. Dividido en dos partes, la primera se aboca a profundizar en los pueblos indígenas como actores políticos y sociales. Abre el debate una reflexión de Rodolfo Stavenhagen para introducirnos inmediatamente a los casos concretos de Bolivia, Ecuador y México. De la reivindicación al reconocimiento, qué tanto se ha avanzado en América Latina en la cuestión de los derechos indígenas.
Son cuatro los ejes temáticos en los que se encuentra dividida la segunda parte: las estrategias políticas del movimiento indígena, las mujeres y las luchas de los pueblos indígenas, las estrategias contra la insurgencia indígena y cierra con comunidad y globalización.
La formación y el cuestionamiento a la concepción prevaleciente sobre el Estado y la nación son temas que los indígenas organizados han presentado como medular en un debate contemporáneo que nos remite directamente a la inclusión frente a la exclusión histórica.
Bolivia, una nación con alto porcentaje de población indígena y con fuertes movilizaciones sociales, aporta varios elementos para recapacitar a partir de las voces de los mismos dirigentes indígenas. En medio de agudas crisis políticas, las organizaciones étnicas se fueron fortaleciendo. Felipe Quispe da cuenta de su experiencia organizativa y de la importancia de la toma del poder: “Ese pensamiento de tomar el poder político vibra y palpita en cada poncho y en cada puño, es el pensamiento que tenemos, más que todo en las zonas aymaras” (p. 74). Aspecto importante porque muchas veces se remite a las movilizaciones indígenas como alternativas diferentes, que no buscan la toma del poder. Álvaro García (ahora vicepresidente de Bolivia) nos deja ver su concepción sobre el movimiento indígena boliviano a partir de los cocaleros y concluye con dos debilidades de éstos: su carácter regional y a partir de éste, su dificultad para unificarse.
Ecuador ha estado en las primeras planas de los periódicos a raíz de grandes movilizaciones protagonizadas por una poderosa organización nacional, la CONAIE, de allí que la presencia del entonces dirigente quechua, Leónidas Iza en el foro celebrado en México fuera un gran atractivo. Pasando de la primera persona del singular al plural, narra su experiencia organizativa planteando un aspecto medular: “una cosa es movilización y otra cosa es levantamiento” (p. 111) subrayando que como organización (que se moviliza y se levanta), cuenta con un proyecto: impulsar el Estado plurinacional. La experiencia ecuatoriana se enriquece con la participación indígena en el nivel electoral a través del Movimiento Político Pachakutik, su dirigente explica por qué las armas no forman parte de su lenguaje y lo que significa la participación ciudadana.
La organización y participación de las mujeres indígenas es un tema que en los albores del siglo XXI no puede evadirse. El marco de estas experiencias es la subordinación y exclusión dentro de los propios movimientos indígenas, elementos que han venido modificándose, lenta, parcial y heterogéneamente como afirma Mercedes Olivera en su ensayo sobre mujeres indígenas y su participación en los movimientos sociales. Al añadir la experiencia participativa de mujeres indígenas el contenido se enriquece con dos militantes de la Coordinadora Diocesana de Mujeres del estado mexicano de Chiapas y con una joven guatemalteca de la etnia quiché, militante de la organización de mujeres Mamá Maquín. Las primeras aportan elementos sobre la violencia tan cotidiana de su realidad y la necesidad de las mujeres de participar en una organización que les subraya sus derechos, entre ellos el derecho a hablar. La palabra de dios es la que anima a estas mujeres y les empuja a luchar contra el analfabetismo y el monolingüismo. Para María Domingo, guatemalteca, la violencia estatal es todavía el tema central, a pesar de que los acuerdos de paz se firmaron en 1996; los cementerios clandestinos exhumados, la recuperación y el reconocimiento de los restos de los familiares desaparecidos, es una tarea que no pierde vigencia. Pero ella añade un elemento central en su reflexión y tiene que ver con la tenencia de la tierra y con la copropiedad con los hombres, los que tradicionalmente son quienes cuentan con el derecho a poseerla.
En un país como Guatemala, donde conviven más de veinte lenguas diferentes, la preocupación en torno a las diferencias que aporta Domingo es del todo ilustrativa: “Los pueblos indígenas tenemos nuestras diferencias, pero somos iguales en derechos y estamos luchando para conseguirlos” (p. 329) y ello incluye la igualdad entre hombres y mujeres. Este eje temático cierra con las reflexiones de dos mujeres organizadas en Perú así como una mirada de conjunto sobre el movimiento de mujeres indígenas en México.
La violencia considerada desde diferentes perspectivas: la impulsada desde el Estado, la promovida por Estados Unidos, la todavía vigente política contrainsurgente es una temática que ocupa varias páginas del volumen. Violencia y Estado en América Latina tiene diversas vertientes, pero Colombia ocupa un lugar prioritario: conflicto armado (que incluye a grupos guerrilleros, paramilitares y militares), narcotráfico, el tan nombrado Plan Colombia, la instrumentada política de seguridad nacional y los grandes costos de la guerra son aspectos retomados por un dirigente campesino. Si bien Perú no vive un ambiente bélico, la lucha por los recursos naturales de las comunidades indígenas campesinas parecieran insertarse en este contexto, añadamos que las secuelas de políticas represivas de décadas anteriores todavía se viven.
Guatemala ocupa un sitio especial cuando de violencia se habla, particularmente si el tema se centra en violencia política. La intromisión de Estados Unidos es analizada a partir de la experiencia zapatista en el México contemporáneo así como la llamada guerra de baja intensidad. El trabajo de Raquel Sosa sobre las guerras y la desigualdad, apoyada en gastos militares y el lucrativo negocio de la venta de armas, conduce a la reflexión de la diferencia entre terrorismo (término muy en boga) y subversión; aterrizando en la violencia en América Latina, su conclusión es que la región vive una guerra neoliberal que ha impuesto la desigualdad pero que a su vez, no ha logrado terminar con la esperanza que emana de comunidades indígenas.
Para hablar de comunidad y globalización las voces de intelectuales latinoamericanos se unen a la de una indígena quechua, resaltando el papel de las autoridades, de las fiestas comunales, de la autonomía y el territorio. Un análisis de la Reforma Constitucional en Materia de Derechos y Cultura Indígena vista a partir de los acuerdos de San Andrés no podía faltar.
En suma, si queremos acercarnos a las movilizaciones sociales en donde los indígenas ocupan un lugar prioritario, descubrir su concepción de la organización política, de su fuerza y posibilidades reales vistas a partir de dos ángulos: la perspectiva indígena contada por sus propios protagonistas y la visión intelectual enlazada con la de los propios sujetos sociales, este libro producto de trabajos individuales pero a la luz de una reflexión colectiva, se convierte en un importante vehículo de acercamiento a sociedades que continúan construyendo su historia.